sábado, 25 de enero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 20

Queridos blogueros/as: He escrito el capítulo 20 y no se a que tecla le he dado que aparece como borrador y no se si os ha llegado. Por si acaso lo vuelvo a meter, eso , sin comentarios que ya es muy tarde
Un abrazo
Tino Belas 




CAPITULO 20.-

Los días en el pueblo se sucedían sin cambios significativos. La familia Segura permanecía unida como cualquier otra que no hubiera tenido sobresaltos. La consulta del padre de familia era un hervidero de gente que acudía no solo para tratar de solucionar sus problemas de salud, sino también como si fuera un psiquiatra porque su capacidad de escuchar era asombrosa y nunca se le hacía tarde. El Dr. Segura se mostraba siempre solícito con todos los que llamaban a su puerta y no se paraba en barras para tratar de ayudar a sus convecinos y nunca cobraba unas tarifas que se considerasen excesivas; al revés, en ocasiones eran los propios pacientes los que le decían : pero D. José Luis, cóbreme algo más que usted también tiene hijos que alimentar. La respuesta era rápida: venga vete de mi consulta antes de que me dé cuenta que soy muy barato y gástatelo en la feria y disfrútalo como si me lo hubieras dado a mí.
Incluso hubo unos años en que se corrió por el pueblo que D. José Luis era un santo y que todo lo que hacía era para satisfacer a su Dios que siempre lo tenía en su boca y al que diariamente le daba gracias por su familia y por todo lo que ella le había aportado. Su mujer y sus hijas habían sido lo mejor y su ánimo estaba siempre feliz, fiel reflejo de su situación familiar. Solamente tenía una manía, de la que en muchos años de casado no se había podido liberar y que en ocasiones le provocaba serias discusiones con su mujer y con sus hijas mayores, y no era otro que el de los famosos horarios de llegada. Era absolutamente rígido en la hora  tanto de comer como de cenar y por supuesto, después de la cena no se salía excepto en ocasiones excepcionales y previa discusión entre todos, pero, a pesar de eso, siempre salía perdiendo y luego eran muchos los días en que se pasaba comentando, no enfadado, pero sí preocupado, que si las cosas seguían así, sabría Dios como acabarían sus hijas pequeñas. De las mayores ni hablaba porque ya se habían casado y tenían su propia vida, pero su mayor preocupación era Ana que, con sus dieciocho años cumplidos no hacía más que saltarse las normas a la torera y por más que se la castigase siempre volvía a las andadas.
La última fue hace muy pocos días con motivo de la fiestas del Carmen. Había pedido permiso hasta las doce y apareció a las dos y media acompañada de dos de sus mejores amigas Encarna y Fina que avalaban con su presencia que el horario había sido insuficiente. Cuando se fueron, D. José Luis, cubierto con batín de seda natural, entró en el amplio cuarto de estar y sentándose ante la chimenea removió los leños casi consumidos. Su cara era una pura preocupación y los pliegues de la frente parecía querer enmarcar aun más su estado de nervios, pero no explotó como sería lo normal, sinó que con un gesto cariñoso abrazó a su hija Ana y ambos se sentaron ante el fuego, testigo mudo de muchas horas de charlas familiares.
-  Ana, hija, ¿cómo vienes tan tarde si sabes que tu madre y yo no nos dormimos hasta que estáis todos en casa?
-  Es que estábamos en casa de Encarna y nos pusimos a charlar y se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta. Pero de verdad que pensaba que era más temprano. Lo siento Papá.
-  Ya, siempre tienes alguna coartada – D. José Luis le pasó los dedos por su pelo negro y la miró con cariño – No se como te las arreglas que cada día llegas más tarde.
-  Venga, Papá, no exageres que hacía por lo menos tres semanas que no salía y además, ¿cuándo voy a tener horario libre?
-  ¿Horario libre? Mira, Ana, si tú por horario libre entiendes llegar cuando te de la gana, ya te digo desde ahora mismo, que nunca y no me digas que esto es nuevo porque lo hemos hablado un montón de veces y nunca nos ponemos de acuerdo. Siempre empezamos como muy bien y al final siempre acabamos discutiendo.
-  Claro, ¿cómo no vamos a discutir si tengo el mismo horario desde hace por lo menos tres años? Todavía estoy esperando que te des cuenta que tengo dieciocho años y creo que ya has tenido tiempo para saber que soy buena gente y que no ando por ahí fumando y armando jaleo. Además con los chicos que salgo son conocidos y me acompañan a casa, o sea que no entiendo porqué no me dejas salir hasta más tarde.
-  Ana, no insistas que ya sabes como pienso en estos temas, no me obligues a repetirte que de la vida se yo mucho más que tú y cuanto menos te acerques a los peligros, mejor que mejor. En fín, vete a dormir que mañana tienes que ir a Misa de once y con las bromas se nos está haciendo tarde. Venga, hasta mañana si Dios quiere.
El médico y su hija se besaron en la mejilla como todas las noches y con sigilo se acostaron en sus respectivas camas. Ambos tenían el mismo insomnio y las horas iban pasando sin dejarles conciliar el sueño. José Luis tenía  a su mujer, María, que se hacía la dormida pero que también mantenía su particular vigilia, mientras que Ana con la compañía de unos ronquidos de su hermana Begoña no era capaz de conciliar el sueño.
D. José Luis se removió inquieto en la cama, lo que aprovechó María para preguntarle
-  ¿Ha llegado Ana?
-  Si, acaba de llegar porque ha estado en casa de  Encarna y, como siempre se le ha hecho tarde. Esta niña está muy mal educada y nos toma el pelo de una manera que parece mentira ¿a quien habrá salido?
-  No tengo ni idea, pero es muy buena. Si que con las llegadas a casa es una locura, pero luego es la que más me ayuda y siempre tiene una palabra agradable para todo.
 -  Tienes razón, mujer y probablemente de todas nuestras hijas sea la mejor, pero esto no se puede consentir, sobre todo, porque yo mañana me tengo que levantar para visitar al hijo del Expósito y algún día tendré derecho a dormir a pierna suelta ¿no te parece?
-  Es verdad – Doña María se acurrucó al lado de su marido y se abrazó a él –si no fuera por estos detalles nuestros hijos serían un modelo ¿verdad?
-  Bueno, tampoco hay que exagerar. Por cierto, ¿qué hacemos con Ana? ¿la castigamos o seguimos como siempre?
-  Hombre, José Luis, si ha estado en la casa de Encarna tampoco debemos exagerar. Piensa que ya tiene dieciocho años y sale muy poco. ¿Sabes que estaba pensando? Que no ha vuelto a hablar de irse a Madrid. Se conoce que lo ha pensado mejor porque parecía que estaba muy empeñada.
-  Déjala, si se va, verás que pronto se dará cuenta que como en casa no se está en ninguna parte y volverá, porque las grandes ciudades son muy duras
-  Si, estoy de acuerdo, pero seguro que se iría por las malas porque tú ¿se lo ibas a consentir?
José Luis encendió la lamparita que reposaba sobre la desnuda mesilla de noche y pasando un brazo por debajo de la almohada la acarició con ternura. Pensó que había tenido mucha suerte al haber encontrado una mujer como María, pero también pudo constatar un cierto peligro por que ella con su manera de ser era incapaz de plantear claramente un problema y era una auténtica experta en sondear a su marido sin que él se diera cuenta.
Los días pasan muy deprisa y aunque parecía que fue ayer, ya hacía por lo menos un mes de una de las mayores discusiones desde su casamiento y todo por culpa de Ana que había planteado claramente la posibilidad de irse a Madrid y apuntarse en cualquier Academia de Secretariado.
Incluso, tenía una especie de hojas de inscripción para dos meses después comenzar en una de la calle Bravo Murillo que le garantizaba un puesto de trabajo al finalizar esa especialización que se calculaba entre dos y tres años. El planteamiento había sido por la buenas, sin ningún tipo de preparación ni nada de nada y el propio padre era consciente que había contestado  violentamente y con unos argumentos mas que discutibles porque si no ¿a cuento de que vino decirla que todas las chicas de provincias que van a Madrid terminan siendo fulanas? Hombre, como decía Doña María, todas, todas, no serán y ella estaba segura que su Anita no sería de esas, pero también sabía que los peligros eran mucho mayores sin el control de una casa llevada por unos padres que, equivocados o no, vivían por y para sus hijos y que no entendían que habían hecho mal para recibir tan insólita noticias. Ana repetía y repetía que no le buscaran tres piés al gato que la cosa era mucho más simple que todo eso, que no es que estuviera mal ni mucho menos, sino que quería conocer otras cosas, aprender a manejarse sola, tener otros amigos..... etc..etc y D. José Luis insistía a voz en grito que en esa casa mandaba él y su hija haría lo que el dijese que para eso era su padre y que si continuaba con la misma actitud la castigaría sin salir, aunque tuviera que dejarla bajo llave en su habitación. Ana insistía que no se lo tomase por ese camino porque no se trataba de una tragedia sino de una cosa normal en muchas familias y que porque una se fuese a Madrid, a estudiar, no se iba a caer el mundo. La discusión se zanjó cuando D. José Luis pegó un puñetazo en la mesa y les mandó callar a todos.
Por la noche, en la cama, Doña María que era consciente de la determinación de su hija, trató de suavizar las posturas y se preguntaba en voz alta si no lo estarían haciendo mal y que aunque fueran sus padres, que derecho tenían para no permitir a una de sus hijas que se fuera a donde le diera la gana y lo peor es que si se negaban en redondo ¿no perderían una hija si decididamente se iba a la capital?  D. José Luis no cejaba en sus posiciones y mantenía que mientras él viviera de esa casa no se iba nadie, al menos con su permiso.
Las noches sucesivas fueron de largas conversaciones entre el matrimonio y raro era que no les dieran las tres o las cuatro charlando sobre si los hijos deben estar en casa hasta que se casen o estaría bien que vivieran solos una temporada para que sepan que la vida es dura y lo que cuesta ganarla. Doña María cerraba los ojos y terminaba con un “lo que sea sonará” y así hasta la noche siguiente.

2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas25 de enero de 2014, 21:52

    La educación de los hijos. Muchas opiniones y en todas hay algo de razón.
    Un abrazo a todos

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  2. A mi me suena esto que le pasa a Ana ..... Pobrecilla; es la eterna lucha. Yo creo que debe irse a Madrid y empezar a vivir la vida.
    Bss y hasta el próximo capítulo

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