domingo, 22 de diciembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULOS 15 Y 16

 Queridos blogueros/as: Esta vez y sin ninguna razón aparente, al menos que yo sepa, acabo de decidir que hoy os mando dos capítulos. Posiblemente porque estamos en época de excesos en casi todo, comer, juergas, beber etc...etc me he decidido por mandaros algo un poco mas largo de lo habitual, pero no os acostumbréis porque como os he dicho últimamente muchas veces, escribo muy poco y se me acabaría mi producción en menos que canta un gallo.
También quiero comentaros que juraría que hace uno o dos días metí el capítulo 15, pero no se si fue porque venía de la típica cena de empresa o porqué, el caso es que no lo encuentro por ningún lado y por eso lo publico otra vez. Como ya sabéis mis conocimientos informáticos siguen como siempre, o sea que si lo encontráis hacer como si fuera un perro abandonado, le miráis el collar y me decís donde lo habéis visto
Bueno que muchísimas felicidades, que paséis unas fiestas como nunca, que espíritu navideño se quede en vuestras casas para siempre y que ya que hoy es el día de la salud, porque la lotería toca pero muy poco, que no la perdáis.
Un abrazo para todos y aplicaros a la tarea porque a lo tonto hoy tenéis lectura para rato
Tino Belas


CAPITULO 15.-
Mientras tanto en la carreta D. José Luis trataba de poner orden en una discusión que  se había organizado entre Ana y Begoña, sus dos hijas pequeñas.
-  Ya está bien, Ana. Ten un poco de paciencia y no grites, que me habéis despertado de la siesta - el Médico de toda la vida de Medina del Campo y por el que había pasado más de la mitad de la población, se removió incómodo en el fondo del carromato. Su pelo, moreno y habitualmente bien peinado, se encontraba sobre su frente como si no hubiera pegado ojo en toda la tarde cuando sus hijas habían sido testigos involuntarios de la gran siesta aderezada con armónicos ronquidos de su padre que ahora se afanaba en negar. Las mangas de la camisa remangadas y los pantalones desabrochados le daban un aspecto completamente diferente a lo habitual y por ello era objeto de las bromas de sus dos hijas que lo miraban como si de una aparición se tratase.
-  ¿Tú has visto la pinta que tienes? – Ana se acercó a su padre y con los dedos de la mano derecha trató de peinar algo a su padre sin resultado alguno porque a los pocos segundos la cabellera volvía a su lugar original. - ¿No te has traído el fijador? Espera un momento que voy a mirar si en la bolsa de Mamá tiene algo.
-  Ana, déjame tranquilo que lo único que quiero es dormir. Luego, si quieres me peinas o haces conmigo lo que quieras, pero ahora déjame que estoy muerto. – D. José Luis se dio media vuelta y los sonidos volvieron a hacer su aparición como queriendo unirse a los silbidos de los jinetes que revoloteaban por doquier.
-  Menudo cabreo que ha pillado – Begoña se quedó mirando a su hermana sin quitarle ojo de encima. Sus facciones demostraban claramente una insuficiente maduración en el seno de su madre, los ojos eran pequeños, con los párpados casi unidos entre sí, la nariz aguileña, unas gafas de concha y el pelo moreno y corto denotaban un Síndrome de Down que no se reflejaba en el grado de inteligencia que podría considerarse como normal. La lengua era grande y parecía querer hacerse sitio por fuera de unos labios gruesos, mientras que las manos eran mínimas y poco expresivas. Unas cuantas cartas se agrupaban en ellas, sin orden ni concierto, mientras buscaba en los repliegues de su falda un as de corazones que, según ella, lo tenía y se le habría caído sin darse cuenta. Sus compañeros de partida, aparte de Ana su hermana, eran Felipe , el hijo del boticario y Andrés que, aunque nacido en el pueblo, vivía en Arenas de San Pedro donde su padre era Abogado de la Comunidad de Regantes y que todos los años, por estas fechas venía a Medina a pasar las fiestas con su íntimo amigo Felipe con quien, a pesar de las distancias mantenía una estrecha amistad y raro que en dos o tres meses no se vieran y pasaran unos días en casa de uno u otro.
La paciencia del los tres era infinita pero habían llegado a un punto que ya no aguantaban más y era Ana la que más gritaba aunque Felipe y Andrés no le iban a la zaga.
-  ¡ Mira Begoñita, o tiras una carta o yo me voy porque llevamos media hora esperando y así no hay quien juegue una partida!
-  Espera un momento Andrés – Begoña continuaba con la intensa búsqueda – que como encuentre el as os vais a enterar.
Felipe y Ana se miraron por encima de las cartas y el pié de él avanzó por debajo del estrecho tablero hasta tocar la espinilla de ella que no tuvo ningún recato en no retirarla y así transcurrieron unos segundos en que las miradas se alternaban con los roces y los sentimientos se exacerbaban contribuyendo los diecisiete años de él y los quince de ella.
Los días anteriores ya habían sido como el inicio de una carrera hacia el estado de bienestar del que ambos disfrutaban sin el consentimiento de nadie y navegando por un terreno resbaladizo entre los consentimientos, las intenciones, las intuiciones, los deseos y las prohibiciones de la época. Habían sido encuentros casuales, por supuesto siempre acompañados de alguien, pero suficientes como para crear un clima de mutuo entendimiento que se iba aumentando con el paso de los días. Al principio fue como una leve brisa que pareció provocar un pequeño escalofrío en Ana y algo de vergüenza en Felipe ; al fin y al cabo se conocían desde muy pequeños y siempre habían sido compañeros de juegos sin la menor insinuación. Sin embargo, el día de la gallinita ciega en casa de Guadalupe, la hija de D. Juan, el Maestro todo había sido diferente. Parecía como si de un imán se tratase y tanto él como ella se encaminaban siempre hacia el otro hasta tal punto que la propia hermana de Ana, Begoña se quejaba diciendo que para que jugaran ellos solos para eso no hacía falta que estuvieran los demás. Felipe se reía  dejando entrever unos dientes sanos y Ana no parecía darle mayor importancia.                                                                   Sin embargo, esa noche, cosa rara porque nunca se despertaba, se despertó y se tuvo que levantar a beber un vaso de agua. La cabeza le daba como vueltas pero no era mareo ni mucho menos, era una sensación como de estar flotando, pero no desagradable, aunque tampoco era maravillosa sino era algo nuevo, diferente que la mantenía en tensión, pero tampoco nada preocupante. Eso sí, era una sensación completamente nueva y que nunca, hasta ahora la había tenido.
-  Ana ¿qué haces? – Doña María se había levantado extrañada al oír ruidos en la cocina lo que no era nada frecuente porque en esa casa, afortunadamente todos dormían como lirones - ¿no tienes sueño?
-  Mamá – Ana se volvió – vaya susto que me has pegado.
-  No te asustes hija que soy yo. He oído como pasos desde mi habitación y por eso me he levantado.
-  Lo siento pero llevo una hora intentando dormir y como no podía me he levantado a beber un poco de agua pero enseguida me acuesto otra vez, no te preocupes.
-  No, si la que te tienes que preocupar eres tú no yo, pero vamos tampoco te tienes que preocupar demasiado por que eso que estás notando es natural que te pase – Doña María se colocó detrás de la cuarta de sus hijas y acariciándola la atrajo hacia si – eso que te pasa se llama atracción, ganas de disfrutar de las cosas con alguien, flechazo y no sé cuantas cosas más y en el fondo no es más que los quince años que ya te están empezando a pasar factura y comienzas, como hemos hecho todos a tu edad, a tener ganas de que alguien esté pendiente de ti, a apreciar a la gente que te rodea, a que te miren con admiración y a un montón de pequeños detalles que son de lo más insignificantes pero que todos juntos llenaran tu vida y eso no es para preocuparse sino para disfrutarlo. ¿Quién es el afortunado? ¿lo conozco yo?
Ana se volvió hacia su madre y con el cansancio reflejado en sus pequeños ojos , trató de ordenar las ideas que se paseaban por su cerebro y haciendo un esfuerzo consiguió intuir algo
-  Mamá, no se si te lo vas a creer pero no tengo ni idea lo que me pasa y tampoco, por lo menos que yo sepa, he conocido a nadie que sea mi príncipe azul.
-  ¿Seguro?. Mira Ana, - Doña María se sentó en una de las sillas de la cocina y con un gesto la invitó a sentarse – no busques príncipes azules, ni situaciones extraordinarias porque es posible que no las encuentres. Mira cerca de ti, en tus amigos de siempre, en todos esos con los que sales todos los fines de semana, con los que vas al cine o a dar vueltas por la plaza. Ahí es donde tienes que mirar. – Doña María miró a su hija con expresión bondadosa y continuó – Es natural que a tu edad estés pensando que te vas a enamorar de alguien famoso o muy conocido y lo lógico es que ese alguien sea un cualquiera pero que a ti te llenará la vida y eso es lo más importante.
-  ¿Tú has sentido algo igual? No me lo creo. -Ana se quedó mirando el vaso de agua como si fuera una bola de cristal tratando de ver su futuro.
-  Pues claro, hija, o es que te piensas que yo no he tenido tu edad.
-  Ya, pero eran otros tiempos.
-  Claro que eran otros tiempos y bien que lo siento, porque me gustaría que fueran ahora, señal que tendría tus años, pero la vida es como es y no se puede cambiar y eso que digo yo siempre de que el tiempo se pasa sin darte cuenta, es una verdad como la copa de un pino y si no te lo crees pregúntale a tu padre porque precisamente ayer estuvimos hablando de estos temas y de cómo estabais creciendo.
Ana se bebió de un sorbo el vaso de agua y continuó con sus preguntas, sin ningún tipo de precaución
-  ¿Pero tú has notado lo que yo te digo con alguien que no fuera Papá?
La madre de Ana, Doña María Ferrandez, con sus cuarenta y pico de años vividos de los cuales casi treinta lo habían sido en compañía de su marido, no pudo por menos de sonreir recordando idénticas conversaciones con su madre. Afortunadamente la historia se repite y si que es cierto que cambian los actores, pero en el fondo, todo es lo mismo.
-  Hija mía, lo que te voy a decir suena a antiguo y como a novela de Corin Tellado, pero es la pura verdad. Desde el mismo día que vi a tu padre la vida cambió para mí y desde entonces todavía sigue siendo diferente. No se como explicarte, pero tienes otra ilusión, las pequeñas cosas se valoran más y luego, poco a poco, la convivencia te va haciendo muy parecidos y al final eres tú, pero tienes muchas cosas de tu pareja. No se si lo entiendes, pero es así.
-  Bueno – Ana se estiró todo lo grande que era – no es que no lo entienda  pero lo que yo digo es distinto, porque no es que tengas un novio ni nada por el estilo si no que hay un chico que te gusta y nada más.
-  ¿Me puedes decir de una vez quien es?
-  Bueno, no sé, porque tampoco hay nada entre nosotros, pero me cae muy bien y cuando estamos todos en la plaza procuro ponerme cerca y yo creo que él hace igual  ¿quieres que te diga quien es? ¿de verdad? pero me tienes que prometer que no se lo dices a nadie, pero a nadie, nadie ¿vale?
Doña María hizo una cruz con dos dedos y los besó como hacían cuando eran jóvenes
-  Por estas que no se lo digo a nadie. ¿Quien es?
-  Pues es Felipe, el hijo de D. Juan el de la Farmacia de la plaza, ¿sabes quien te digo?
-  Ana, tú pareces tonta ¿como no voy a saber quien me dices si está en casa cada dos por tres? Me parece muy buen chico y ojalá sea el hombre de tu vida, pero a tus años lo que tienes que hacer es divertirte y pasártelo lo mejor posible. Está bien que alguno te guste más que otros, pero solo quiero decirte que siempre procures mantener a tus amigos, tengas un noviete o no, porque como dijo algún filósofo, el que tiene un amigo tiene un tesoro. Eso no lo olvides nunca.
-  Entonces soy rica – Ana se dio una vuelta por la cocina – porque yo no tengo un tesoro si no que por lo menos tengo diez o doce. Fijate, solo de la pandilla somos nueve que vamos juntos a todas partes y eso que no cuento a todos los que se adosan los fines de semana. Si no seríamos un montón.
-  Si, Ana , ya se que sois muchos, pero de verdad, de verdad, ¿cuántos son amigos? Tú piensa que no es decir soy amiga de fulanita o de menganito y ya está . No, no es eso, si fuera así todos tendríamos miles de amigos. No, yo lo que digo es alguien a quien puedas acudir con un problema, que te comprenda, que esté a tu lado en los momentos malos y que aunque no diga nada sabes que está ahí Eso es un amigo.
-  Jo, Mamá, si lo pones tan difícil me quedo sin ninguno, aunque yo creo que Mónica y Patricia si serían así y Felipe ¿es mi amigo o es algo más? ¿tú que crees?
-  Hombre, por lo que cuentas es algo más, pero todas esas cosas no aparecen así como así, no. Se empieza poco a poco y se va creando una relación que suele ser muy bonita.
-  Oye y tú que das tantos consejos ¿tú tienes algún amigo íntimo?
Doña María adoptó una postura seria y con un gesto de contrariedad contestó:
-  No, yo no y eso es un fallo que tuvimos tu padre y yo, porque desde que empezamos a salir, y yo no era mucho mas mayor que tú, nos distanciamos de la gente y siempre  estábamos solos. Eso, a la larga, se ha demostrado que ha sido fenomenal para nuestra relación como pareja,  pero nefasto para lo demás y eso es lo único que le puedo echar en cara a tu padre. Siempre se ha dedicado a sus pacientes y a su familia y como yo iba detrás, pues igual y aunque conocemos mucha gente y entramos y salimos, si ahora mismo tuviéramos un problema gordo, no se a quien se lo contaría. No lo sé. Yo creo que a nadie.            
-  Bueno, ¿pues sabes una cosa? – Ana dejó el vaso de agua en el fregadero – que me voy a dormir que por hoy ya está bien de rollos – Le dio un beso en la mejilla a su madre y se metió en la cama porque al día siguiente tenía clase en el instituto y como siguiera de cháchara no la levantaban ni con una grúa.
Todos estos recuerdos se almacenaban en su cerebro mientras los pies, por debajo de la mesa continuaban con sus insinuaciones y el carro parecía desvencijarse a cada accidente del camino.
El sol abrasaba todo lo que se pusiera al descubierto y en las caras de los participantes comenzaban a aparecer síntomas inequívocos de cansancio, sobre todo en aquellos de más edad;  Las arrugas se hacían más profundas y los párpados se iban cerrando casi a la par de las comisuras bucales que al descender aportaban un gesto de aburrimiento en muchos de los nacidos hacía más de media década.
En contraposición, los jóvenes aumentaban sus expresiones de alegría, sus caras reflejaban la felicidad de los pocos años y saltaban, bailaban y bebían al son de un dulzainero que acompañado de un pequeño tambor amenizaba las primeras  horas de la tarde y parecía un pequeño flautista de Amelín porque, como era tradición, al oir sus jotas castellanas y sus seguidillas vallisoletanas, los jóvenes que todavía no formaban parte de la comitiva, bajaban de los carros y se integraban en una larga fila que discurría entre la caravana. Algunos,  para mantener las costumbres, solicitaban algo de comida o de bebida que era gustosamente entregada por los de mayor edad que asomaban sus brazos desnudos por las traseras de los carromatos. En el caso que fuera un joven o una joven la que aportaba su condumio, la obligación era bajar, despedirse de sus antecesores con un “ustedes sigan bien” e ir a engordar la fila de los seguidores del dulzainero que, con paso lento y dubitativo se aproximaba a las inmediaciones del  cerro de San Torcuato.
Allí, cientos de vecinos se agolpaban en los laterales del camino para dar la bienvenida a los caminantes y con aros de flores creaban una especie de arco del triunfo por el que las carretas hacían su entrada en el recinto. Formando una especie de campamento gitano, con las carretas distribuidas al son que marcaba el Antonio, típico tonto del pueblo que con un pito en la mano las hacía circular hacía los rincones mas sombreados del alto, excepto a la del Alcalde que, como le caía mal, lo colocaba siempre en el medio de la explanada para que supiera lo que es sudar la gota gorda y encima le pedía propina porque para eso le reservaba el lugar de Honor. Don Tiburcio, el regidor municipal sonreía para sus adentros porque sabía que eso era cosa del Sebastián, el farolero que con ese castigo le hacía pagar las horas dedicadas a iluminar las calles del pueblo.
En fin, algún inconveniente tendría que tener el ser Alcalde, porque si no todo eran parabienes, abrazos, adulaciones y un montón de cosas más producto de la autoridad concedida por el poder que dan los votos.
Para D. Tiburcio, naturalmente que el derecho de pernada entraba dentro de sus atribuciones y así muchas de las chicas del pueblo habían concedido al Edil sus favores con la idea de conseguir a continuación una plaza fija en el Ayuntamiento a lo que la autoridad siempre contestaba que lo primero era lo primero y las recomendaciones le parecían un acto poco ético, aunque, bien es verdad, que al cuarto o quinto favor el concepto ético iba variando y así la Casa Consistorial estaba abarrotada de personal femenino que desafiaba las leyes del País en lo que se refiere a cuotas de participación de la mujer en la vida pública.


CAPITULO 16.-

La carretas terminaron su rápido peregrinar por entre los pinos que llenaban el alto y un ruido de voces iba creciendo. Voces que reclamaban los pantalones, niños que despertaban a sus padres, movimiento incesante de material para la cena, chocar de sillas y mesas que se preparaban para la larga noche que se adivinaba, cacerolas que, con los restos de las viandas, se alineaban a lo largo de los carruajes como esperando su oportunidad para agradecer a sus dueños lo bien condimentadas que estaban  y sobre todo, manteles de cuadros por doquier que servían de apoyo en las comidas, tapetes en las sobremesas y barras de bar en la madrugada, finalizando a modo de colchón para albergar los dulces sueños de sus propietarios. Al igual que los manteles, las botas de vino corrían por el campo como si se hubieran provisto de gruesas patas y pasaban de mano en mano sin casi dar tiempo a que el vino peleón se aposentase sobre sus paredes y derramando el preciado elemento sobre las gargantas ávidas de los jóvenes y menos jóvenes que las solicitaban a voz en grito.
El dulzainero llegó y la alegría se desbordó. Los mayores se sumaban a la comitiva mezclándose con los demás y las parejas que bailaban al son de la Jota Castellana eran de lo más diversas; Paco, mancebo de la Farmacia jubilado y viudo de la tercera mujer, juntaba sus manos con Eloisa, la hija de D, Juan Alba el dueño de la única funeraria de tan solo dieciséis años de edad y le daba pellizcos en el trasero al hacer el paso de la respingona que suponía darle la espalda lo que el bueno de Paco aprovechaba para dejar deslizar sus manos ante la atónita mirada de la niña que no terminaba de creer lo que su piel estaba notando y que, al principio se dejaba hacer, pero que al tercer o cuarto pase, le decía con la mayor candidez de sus dieciséis años recién cumplidos ¿pero Paco porqué no le tocas el culo a una de tu edad? A lo que este contestaba que era mucho mejor la carne fresca que la de vaca insatisfecha y además toreada en múltiples cosos y aquello terminaba en que la Eloísa se cambiaba de pareja y el Paco brujuleaba por la fiesta hasta encontrar otra que le siguiese la juerga.
Jose Luis, el Médico, estaba ayudando a su mujer y desde lo alto del carro le pasaba el mobiliario, primero las sillas, después y con ayuda de unos sus yernos, la mesa para finalizar con dos perolas de callos con garbanzos que habían sido cocinados por Doña María para tan magno acontecimiento. Depositó cuidadosamente el recipiente en el suelo y levantando la tapa aspiró el intenso aroma y cortando un trozo de pan con la mano, lo introdujo en la olla y sacó un poco de su contenido saboreándolo con placer.
Eran ya media tarde y después de la siesta apetecía algo sólido y más para él que casi no había comido y todo por culpa de Adolfo, el hijo de la Trini, la de la Mercería, que tenía una gatroenteritis y le habían llamado dos veces durante la romería. A quien se le ocurre meter a un enano de dos años en este tinglado sabiendo que al salir de casa ya tenía casi treinta y ocho de fiebre pensó para sí, mientras la madre trataba de justificarse diciendo que no sabía que estaba enfermo porque el niño no dijo ni mu con tal de no perderse la excursión, que si lo llega a saber a buenas horas lo hubiera traído que se hubiera quedado con su suegra y así ella podría cantar y bailar. Pero, bueno, que le vamos a hacer, repetía la Trini, esto de la maternidad también tiene algunos inconvenientes, no todo van a ser satisfacciones y alegrías y eso que este niño nunca le había dado ningún problema y fijese si era bueno que usted nunca le había visto por la consulta, o sea que estaba más fuerte que un roble y perdone que le haya molestado en pleno camino pero ya nos estábamos empezando a preocupar porque la criatura está hecha un trapo y da mucha pena verlo, un niño que no para y ahora lo vemos encogido al fondo como si fuera un gato ¿qué tiene D. José Luis? ¿es grave?
-  No, yo creo que no. ¿Ha comido alguna cosa rara últimamente? – Preguntó el Galeno mientras le palpaba la tripa con  manos firmes de delicadas uñas cuidadosamente recortadas.
-  Yo creo que no, como no sean unos chorizos que hicimos ayer en la finca, pero que aunque no eran caseros, eran de total confianza, Fijese si eran de confianza que hasta Eulogio, que nunca come nada, se tomó uno en bocadillo y según él estaba buenísimo , o sea que tenían que estar de chuparse los dedos porque otra cosa no, pero mi Eulogio es de lo más tiquismiquis con la comida.
Eso puede venir de ahí, - D. Jose Luis se remangó la camisa mientras continuaba con su exhaustiva exploración – pero parecería más lógico que fuera algo como más comercial, no sé, alguna lata de algo o alguna cosa que estuviera mucho tiempo en la despensa
-  No – La Trini se acercó y liberó al niño de una camisita de colores aprovechando estos pequeños movimientos para alegrar al niño con unas carantoñas ¿quién es el niño más guapo de toda la caravana? Ajó mi bebé, el mas bonito de España, ¿quieres un poco de zumo de limón?
El niño quería colaborar en la alegría de la madre pero casi no tenía fuerzas ni para llorar y mucho menos para sonreir. La cabeza se le caía hacia los lados y los ojos se cerraban dejando una mínima hendidura por donde afloraban unas lágrimas de impotencia que bañaban toda su cara.
D. José Luis terminó su concienzudo trabajo y le extendió tres recetas para que le compraran en la farmacia un suero, un laxante y un calmante con lo que, seguro que el niño se quedaría más tranquilo. En todo caso y si las cosas no fueran a mejor él estaría alrededor de su carromato y solo tenían que avisarlo para que lo explorase nuevamente.
-  ¿Qué le debo, Doctor? – La Trini metió la mano en su pecho y rebuscando entre las grasas y el sujetador encontró un fajo de billetes que lo sacó todo doblado.
-  No me debes nada, mujer, ¿cómo te voy a cobrar si vamos en la misma romería? Solo faltaba. Un día que vengas a mi consulta en Medina hacemos cuentas y ya está ¿de acuerdo?
La Trini sabía de la bondad de D. José Luis, pero aunque lo había oído en el pueblo, nunca había tenido la oportunidad de experimentarlo en su propia carne. Menuda diferencia con D. José, el que le tocaba a ella de cupo. Vamos, que si le llamas, menos de doscientas pesetas no te cobra nunca y encima protestando. La ambilidad de este Señor la había conmovido y había algo en su forma de mirar y en la manera de comportarse que la atraía poderosamente. Era un hombre alto, de importante nariz que le ocupaba casi la mitad de la cara, labios finos, dientes blancos y bien alineados, cuello firme y aun en ropa de campo, se le notaba una cierta distinción. El gesto era bondadoso y te hacía partícipe de sus pensamientos y así se despidió con un no se preocupe que no parece que sea nada, pero habrá que esperar a ver la evolución. De momento que no se enfríe y que solo beba leche o zumo, pero nada sólido ¿de acuerdo? Si hay alguna novedad me avisa que para eso estamos. Hasta pronto.
La Trini lo vio alejarse en su caballo y al poco volvió a la cabecera de su pequeño, que se encontraba completamente dormido. Le subió un poco una sabana que hacía las veces de manta y se sentó a su vera. Daba pequeños golpes en la cuna mientras pensaba lo difícil que había sido la gestación de su hijo y la de disgustos que había tenido con Eulogio por algo tan simple y a la vez tan complejo como tener hijos. El quería a toda costa porque era muy niñero y ella, algo mas reacia porque sabía que su vida cambiaría con su nacimiento y prefería esperar unos años. El lo achacaba a eso y, al principio no le daba mayor importancia alegando que para quedarse embarazada no solo había que intentarlo sino que, además, había que ponerle interés. La Trini le explicó de todas las maneras posibles que ella no tenía especial interés en un embarazo, pero que tampoco hacía nada para evitarlo, prefería que no, pero si se quedaba, tampoco se caería el mundo. El insistía y fueron pasando los meses y los años sin el fruto apetecido y la relación se fue deteriorando, sin que hubiera roces frecuentes, pero algo latía en el ambiente. Los hijos no llegaban y Eulogio los quería y hasta ella también, pero no venían. El Médico del pueblo les aconsejó determinadas fechas para intentarlo coincidiendo con épocas teóricas de mayor fertilidad, pero nada. Un día Eulogio oyó por la radio que en Barcelona había un Médico que se dedicaba única y exclusivamente a estos temas y ni corto ni perezoso se puso en contacto con un primo suyo taxista en la Ciudad Condal y sin contar con La Trini organizaron una entrevista.
Como Eulogio no estaba seguro que Trini quisiera ser vista por un Ginecólogo, no se atrevió a decirle el motivo de esa súbita excursión y se inventó un sin fin de excusas : que si ya estaba bien de no salir del pueblo, que si nos íbamos a atocinar metidos allí sin salir, que si había que ver el mar, que si tenía que ver una maquinaria para su taller y mil historias parecidas.
Así que Trini se embarcó en esta aventura convencida que era una simple excursión a Barcelona y agradecida a su Eulogio por el detalle.


2 comentarios:

  1. Hoy hemos tenido premio y nos ha dado un capítulo de más.... Gracia Tino.
    Muy divertido y muy bien contado (como siempre).
    Feliz Navidad, Paz en vuestros hogares y Salud en cantidad.
    Un besazo
    Merce

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  2. El Tío Javier Belas27 de diciembre de 2013, 23:35

    Con tantas fiestas no he tenido tiempo para el comentario pero y a estoy aquí. Mejor de dos en dos capítulos. Parece como si estuviera en la romería. Ha estado muy bien descrita.
    Feliz Año Nuevo a todos.

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