lunes, 25 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 11

 Queridos blogueros/as: Después de una semana de esas que es mejor olvidar, ya estamos de nuevo en donde tenemos que estar y seguimos con nuestro capítulo habitual ¡Y casi sin darnos cuenta ya vamos por el once y si sigo a este ritmo en cuanto me quiera dar cuenta se acaban y yo sigo sin escribir el final. Todo se andará
Si que es verdad que me lo paso bien escribiendo historias de niños y ésta no está quedando mal, se nota que me lo paso bien con esas cosas ¿no será que soy un poco como ellos? Seguro que no, pero la ingenuidad de los enanos para mi es fantástica. 
Espero que os lo paséis bien leyendo estas historias
Un abrazo
Tino Belas





CAPITULO 11.-

Se despertó cuando una mano le acariciaba la frente, levantó los ojos y descubrió la figura de un cura mayor, con pinta de buena persona, vestido totalmente de blanco y con un crucifijo enorme sobre su pecho. Una sonrisa franca iluminaba su cara y con voz débil, pero a la vez demostrando una autoridad moral importante le preguntó:
-  ¿Tú eres Fernando Altozano, hijo del Embajador de España?
-  Si – Fernando abrió los ojos con la sorpresa todavía reflejada en ellos y se excusó rapidamente – perdona que estuviera dormido, pero ayer mi hermana estuvo toda la noche llorando porque le dolía la cabeza y yo como duermo en el cuarto de al lado casi tampoco he dormido.
-  No te preocupes, hijo mío – El Papa le ayudó a levantarse de la silla sujetándole con suavidad por el brazo – Yo aquí no tengo ninguna hermana que me deje sin dormir, pero tengo muchos problemas y sobre todo muchos años que hacen que las noches se me hagan eternas, pero el recibir a los niños, siempre me ha hecho mucha ilusión y si no hablo más con vosotros es porque no dispongo de mucho tiempo, pero cuando me dijo Monseñor Ruscoli que estabas interesado en hablar conmigo, le dije que vinieras cuanto antes, porque hoy tengo casi toda la mañana para que podamos hablar de todo lo que quieras.
-  Perdona, pero ¿tu eres el Papa? – en la cara del niño se adivinaba cierta confusión – jo, vaya corte y yo dormido como un lirón, pero mi padre no es Monseñor Ruscoli, sinó
El Papa no pudo dejar escapar una sonora carcajada ante la ingenuidad de Fernando:
-  Ya sé, ya sé que tu padre no es Monseñor Ruscoli, sinó Altozano, el embajador de España y lo que tu no sabes es que yo conocí a tu padre hace muchos años, pero muchos años, cuando él estaba de encargado de negocios en la Embajada de Chile y yo estaba allí de Nuncio de su Santidad.
-  Eso no lo sabía, pero no se debe de acordar porque cuando pensé en hablar contigo, me puso un montón de excusas y cuando yo quiero pedirle un favor a algún amigo, le llamo por teléfono y ya está.
-  Si, pero a mí es muy difícil llamarme porque siempre estoy reunido o viajando y yo creo que por eso pensó que era mejor no molestarme.
Una llamada en la puerta interrumpió la conversación. El Papa desvió la mirada molesto y autorizó la entrada del nuevo visitante : Adelante.
La figura juvenil del Padre Escuola apareció tras la puerta de caoba :
-  ¿Me llamaba Santidad?
-  Andá, si es mi chofer- Fernando le saludó con la mano - ¿qué tal Paulo?
-  Bien – el Padre Escuola pareció disculparse por la familiaridad por la que era tratado por el joven visitante – ¿Desea algo de aperitivo o de beber?
El Papa pidió una copita de chianti mientras que Fernando quería Coca-Cola y panchitos.
-  ¿Sabes lo que me ha dicho este cura?  que era forofo de la Roma y que era el mejor equipo del mundo ¿ a que el mejor equipo del mundo es el Real Madrid?
-  Hombre, yo no entiendo demasiado de futbol, pero ya sabes que yo soy italiano del sur y para mí el mejor equipo del mundo es el Nápoles.
-  ¿El Nápoles? Me parece a mí que vosotros los curas no entendeis nada de futbol, pero bueno, ya me he jugado unas pizzas con Paulo a que este año mi equipo vuelve a quedar Campeon de Europa y si quieres me juego contigo otra cosa.
-  ¿Cómo qué? – el Papa estaba encantado con la conversación y trataba de no intimidar al niño y para eso intentaba por todos los medios ponerse a su altura – Si te parece yo cuando era como tú jugaba a la peonza y todavía la tengo por ahí. ¿Nos la jugamos?
-  Bueno, hacemos una cosa – Fernando calculó por unos segundos su situación – Si gana el Madrid, yo me quedo con la peonza y si gana el Nápoles yo te doy mi juego de canicas ¿vale?
-  Muy bien, pero no vale arrepentirse ¿de acuerdo?
Se chocaron las manos y con ello la apuesta quedó definitivamente pactada.
El Papa se levantó de la mesa y se quedó mirando por el amplio ventanal desde el que se adivinaba prácticamente toda la capital italiana. Intentaba acordarse de sus años de niño y sin embargo solo se acordaba de su padre, hombre bueno donde los hubiese y de su pequeño pueblo, a escasa  media hora en tren de Nápoles. Hacía por lo menos treinta años que no había vuelto y según le contaban sus familiares, no lo conocería porque había crecido una barbaridad. A los pocos años ingresó en el Seminario y desde entonces solo había  trabajado sin descanso. Su crecimiento en el seno de la Iglesia había sido vertiginoso y tan solo con treinta y pocos años llegó al Vaticano y a partir de ahí había pasado por casi todas las secciones hasta llegar a la Curia y desde allí, nada más y nada menos que a Jefe de todos los Católicos del mundo. Todavía cuando lo pensaba, le parecía mentira que aquel chiquillo napolitano hubiera llegado tan lejos y mirando a Fernando Altozano pensó como sería cuando tuviera los setenta y dos años que tenía él.
El niño español estaba muy interesado en agotar todos los panchitos que le habían puesto en una pequeña bandeja de plata y tragaba apresuradamente masticando con la boca cerrada como le habían enseñado. De vez en cuando, miraba por el rabillo del ojo para no perder ni un minuto en plantearle al Papa sus aspiraciones, pero como le veía asomado a la ventana y sin que aparentemente le hiciera mucho caso, no se atrevía a decir nada. Su primera impresión había sido muy buena y no parecía tan serio como le habían dicho, aunque no le parecía muy bien que no fuera del Madrid, pero bueno, allá él.
Una de las veces que el Papa se volvió, sus miradas se cruzaron y en lugar de retirarse continuaron mirándose fijamente, hasta que Fernando guiñó un ojo, lo que provocó que el Papa le imitase. Fernando no pudo resistir la tentación y preguntó con la inocencia que dan los pocos años
-  ¿Ya somos amigos?
-  ¿Tú que crees? – le contestó su Santidad.
-  Yo creo que sí ¿y tú?
-  Pues, yo creo que también.
-  Bueno, entonces tengo que pedirte un favor – Fernando se acercó despacio – y ya sabes que a los amigos no se les puede decir que no.
El Papa adoptó un actitud como muy preocupada y esperó a oir lo que le iba a pedir sin tener ni idea de que se trataba.
-  Mira, el día 12 de Octubre celebramos la Virgen del Pilar y yo he dicho a mis compañeros de clase que sería una buena cosa que vinieras y dijeras una Misa, que para eso eres el Papa, tomarás unas porras con nosotros y durante el desayuno podíamos hacerte preguntas o cosas así, ¿qué te parece?
Su Santidad volvió a mirar al niño con expresión pícara y no dudó en plantear una cuestión que le sonaba extraña
- Como hemos quedado, ya somos amigos y por lo tanto no puedo decir que no y aunque no he mirado la agenda te prometo que haré todo lo posible por acudir, pero lo que ya no estoy tan seguro es si comeré porras con vosotros porque no ando muy allá del estómago y los Médicos me tienen sometido a un régimen muy estricto y si no recuerdo mal, las porras son como churros gordos ¿no?
-  Si, a mí me gustan más que los churros, pero bueno, por eso no te preocupes porque a mí amigo Joseph tampoco le gustan y le suelen dar un suizo.
-  Bien, entonces si eso es así, iré y me comprometo además a contestar todas vuestras preguntas.Por cierto, ¿cuántos sois en tu clase?
-  Doce –contestó Fernando con rapidez
-  ¡ Solo!  que suerte tenéis los estudiantes de ahora. Nosotros en la escuela éramos, por lo menos, treinta y así volvíamos locos a D. Lucca que era muy exigente, pero buena persona.
-  Nosotros tenemos a Don José Luis que no es tan bueno como el tuyo. Bueno – Fernando bebió un sorbito pequeño de Coca-Cola – tampoco es que sea malo, pero no nos deja hablar en clase y nos manda trabajos a casa y entre las clases de tenis y las de inglés casi no tenemos tiempo ni para jugar.
-  Eso es verdad – el Papa tomó entre sus manos el crucifijo que llevaba en su pecho – y por lo que me cuentan parece que ya casi ni se reza en los colegios. Dios mío, Dios mío, que tiempos nos han tocado vivir.
-  En mi cole si que rezamos y ponemos todos los viernes flores a la Virgen y cada dos sábados tenemos una reunión con el Prefecto que nos habla de Dios y de su hijo. Por eso se me ocurrió la idea de pedirte que vengas un día, porque nos ha contado varias veces que siempre quería tener niños alrededor y como tú eres el que mandas ahora, yo sabía que me ibas a decir que sí y no te quiero ni contar lo famoso que voy a ser en el cole.
-  Mira, Fernando, tú sabes que soy una persona muy ocupada y que me he comprometido a asistir a la Misa el día de la Hispanidad, pero me gustaría que eso fuera un secreto entre tú y yo hasta ese día ¿me lo prometes?
-  Joé, me haces una faena – Fernando se levantó y se metió otro montón de panchitos en la mano y se los fue metiendo lentamente en la boca con gesto pensativo - ¿sabes porqué?
El Papa casi no podía contener la risa con las expresiones del pequeño español y permanecía impasible escuchando argumentos de lo más convincentes, mientras mantenía la cabeza sobre su pecho
-  No tengo ni idea.
-  Pues es muy fácil. – Fernando se fue acercando hasta la silla que ocupaba el Santo Padre -
si yo no puedo decir que vas a venir, entonces habrá que hacer lo que ha dicho Fernando García de Leaniz y nos tendremos que disfrazar de angelitos y yo prefiero desayunar que aburrirme como una ostra y pasando un calor de miedo durante toda la Misa, pero bueno, - Fernando alargó su mano derecha – lo prometido es deuda y lo mismo que tú me has prometido que vienes, yo te prometo que no diré nada ¿vale?, pero acuérdate ¿eh? no se te vaya a olvidar.
Se chocaron las manos como dos hombres, se dijeron adiós y el Papa le dio un beso en la frente agradeciéndole el rato tan bueno que le había hecho pasar. 
Los meses pasaron y el día de la Hispanidad, cuando faltaban diez minutos para la Misa de doce, el Papa apareció en la puerta del Colegio con sus guardaespaldas y todo su séquito, compuesto por sesenta personas en total. En la puerta, para recibirle, solamente estaban el Director, al que Fernando no había tenido más remedio que contarle su secreto y D. Jose Luis, su profesor que había sido el encargado de convencer a Fernando para que hablara con el Director y le contara todo, porque un secreto es un secreto, pero la visita del Papa había que prepararla y no podía aparecer así como así en el Colegio. Al principio, Fernando no se mostró nada partidario, pero los argumentos de D. Jose Luis le hicieron desistir de un mutismo absoluto, entre otras cosas, porque el Director se iba a enterar de todas las maneras porque las Fuerzas de Seguridad tienen obligación de revisar todos los edificios que vaya a visitar el Papa y antes o después se enteraría. Pero dentro de lo malo, era lo menos malo, porque eran los únicos que lo sabían y el resto no tenían ni idea de tan magno acontecimiento.
La Misa fue normal, pero el desayuno constituyó un auténtico ejercicio de reflexión para el Santo Padre quien tuvo que echar mano de toda su inteligencia para contestar adecuadamente a las preguntas de todos los de la clase de Fernando que con sus ocho y nueve años, hacían gala de una tremenda madurez y a la vez de una ingenuidad manifiesta y le hicieron preguntas como que para qué necesita tantos guardaespaldas si nadie quiere matar al Papa o que porqué existe la figura del Santo Padre si en la Iglesia somos todos iguales e incluso la de Alberto Cucalón que le preguntó tranquilamente porque vestía de blanco si el uniforme de los curas era negro. Con humildad y con un fino sentido del humor, el Papa pasó una mañana de la que se acordó durante muchos años y cada vez que recibía a alguna representación española siempre la recordaba con cariño y agradecía públicamente la invitación de aquel niño español al que , por cierto, no había vuelto a ver y  ya sería un hombre hecho y derecho.


3 comentarios:

  1. Se nota que dominas el mundo infantil ..... Lo bordas. Un capítulo precioso. Me ha encantado
    Bss, ánimo y fuerza para todos

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  2. El Tío Javier Belas25 de noviembre de 2013, 21:27

    Es verdad. Semana para olvidar. Y ahora volver a la lectura semanal de las novelas de Tino.
    Imaginación a tope para llevar al Papa al colegio de Fernando. Estupenda la descripción del Papa con el niño y formidable el lenguaje y vocabulario. Te has convertido en un niño durante la escritura del capítulo. Muy bueno.
    Un abrazo a todos.

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  3. Que bueno!!!! me imagino la revolución en el cole con la llegada del Papa...el Papa y ños niños se lo han pasado bomba...Besos.

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