CAPITULO 10.-
Un miércoles de Junio con
un calor insoportable, los dieciséis miembros de la citada Comisión, paseaban
charlando animadamente por los jardines del Vaticano, situados a la espalda de la Catedral de San Pedro,
acompañados de varios miembros de la Curia Cardenalicia
y el Secretario Personal del Papa. D. Fernando Altozano se acercó
ceremoniosamente a Monseñor Ruscoli y besándole la mano le preguntó si podía
hablar con él un minuto a solas. Monseñor se mostró encantado de poder departir
unos minutos con el representante de la nación española tan querida por la Santa Madre Iglesia y
cuna de innumerables mártires.
Se alejaron unos pasos del
resto de embajadores y tomados del brazo iniciaron una breve charla que terminó
en el compromiso por parte de Monseñor Ruscoli de encontrar un minuto para que Fernando Altozano hijo , tuviera la
oportunidad de exponer al Papa sus intenciones.
A los pocos días, una
llamada de teléfono hizo movilizarse a todo el colegio en busca de
Fernando Altozano quien en esos momento
se encontraba jugando al futbol con los de su clase contra los de segundo B.
- Fernando Altozano, preséntese urgente en
portería – unos potentes altavoces derramaban su solicitud por todo el patio y
Fernando al que, por cierto, nunca lo habían llamado con tanta urgencia se
presentó en Conserjería siguiendo instrucciones. Iba hecho un desastre, la
camisa por fuera, los pantalones con manchas de distintos colores, los zapatos
imposible de reconocer el color por la gran cantidad de polvo acumulada, la
cara sucia y el pelo hacia todas partes menos a la raya que se hacía todas las
mañanas, bajo la supervisión de Miss Elizabeth. Lo esperaba el Director del
Colegio y el Jefe de Estudios por lo que Fernando supuso que habría cometido
alguna falta grave, pero no acertaba a saber cual.
- D. Fernando Altozano y Ortiz de Mendivil, ¿es
usted? – preguntó el Director con cara de pocos amigos.
- Si, señor – contestó Fernando.
- Perdone – el Director lo miró de arriba a
abajo – pero bajo esa espesa masa de porquería no le había reconocido.
- Perdon, pero estaba jugando al futbol y como
no ha venido Gabriel Jordao, me ha tocado ponerme de portero y por eso tengo el
pantalón con tantas manchas, pero en seguida me cambio y me pongo el chándal
que lo tengo en la taquilla.
- Bien – el Director lo miró fijamente a los
ojos tratando de escudriñar los pensamientos del hijo del Embajador de España
ante la Santa Sede
- ¿Tiene idea porqué le hemos llamado urgente por megafonía?
- No, Señor.
- ¿Se acuerda que para la fiesta de la Hispanidad Usted
propuso que viniera el Papa?
- Si, claro que me acuerdo y hasta hablé con mi
padre por si me podía organizar una entrevista pero no le convencí porque dice
que como es Papa tiene muy poco tiempo pero si me prometió que un día podía ir yo a verle y contarle
nuestra idea, pero no me regañe porque Jose Luis, mi Tutor, también estaba de
acuerdo.
- No, no, si no le voy a regañar, al revés – El
Señor Director tenía dudas si decirle claramente que le estaba esperando el
Papa en su despacho antes de una hora o darle algún rodeo por si se asustaba –
Han llamado del Vaticano para que vaya y hable con alguien sobre su proyecto, pero
no nos han dicho con quien, o sea que lávese un poco y espere aquí que en media
hora vienen. Espero que consiga su objetivo y tengamos el honor de recibir en
esta su casa al Sumo Pontífice y que sus argumentos son buenos, porque si no, me
temo muy mucho que pondrá alguna excusa y aunque nos mande su bendición no
podríamos disfrutar de su presencia.
Fernando Altozano, ocho
años y diecinueve días, hijo del Embajador de España, estudiante modélico y
organizador por excelencia, se dio cuenta que se le presentaba la oportunidad
de hablar con el Representante de Dios en la tierra, como siempre les repetía
Jose Luis, su profe y se duchó convencido que el Papa no se podría negar y así
se lo hizo saber al Director.
A la media hora, puntual,
como debe de ser, Fernando se encontraba en la puerta del colegio esperando la
llegada del anunciado coche del Vaticano que lo llevaría en presencia de
alguien cercano al Papa. Su aspecto había mejorado, pero no se correspondía en absoluto con un
miembro del Colegio Español en visita oficial. Parecía, mas bien, que fuera a
una competición deportiva. Eso si, el pelo iba perfectamente ajustado a la raya
que todas las mañanas le marcaba su seño Elizabeth. El chándal azul con el
anagrama del colegio estaba limpio y las zapatillas de deporte no tanto. Bueno,
- pensó para si mismo – seguro que él, cuando juega al futbol, también se
mancha.
Un Volvo negro con los
cristales oscuros se detuvo delante de la puerta y de él descendió un cura, de
expresión jovial que era el encargado de acompañar a Fernando a su visita. Se
sentó en el asiento delantero y el sacerdote inició el recorrido acelerando
bruscamente y entrando en la
Avenida Fosati a una velocidad excesiva. Fernando disfrutaba
porque le gustaba correr y no decía ni esta boca es mía. El chofer provisional
con el que se había encontrado le preguntó, si conocía Roma a lo que contestó
que poco, porque solo llevaba allí unos meses y entonces el joven clérigo se
ofreció a darle una vuelta porque tenían tiempo hasta las doce y media que era
la entrevista.
Recorrieron Roma a toda
velocidad, pero pasaron por diferentes plazas típicas de la Ciudad Eterna y fue
algo mas despacio por delante del Coliseo, que Fernando ya lo había visto por
dentro una vez que lo llevaron de excursión desde el colegio, y se paró delante
del Estadio Comunale de Roma donde, según le dijo, jugaba al futbol el mejor
equipo del mundo: la
Roma. Fernando con la candidez normal de su edad preguntó :
¿y el Real Madrid no gana siempre las Copas de Europa?
-
Bueno, si, pero por poco tiempo porque la Roma de la que yo soy su
capellán, tiene un equipazo y va a ganar a quien sea y sinó, el tiempo lo dirá.
Volvió a acelerar bruscamente y en unos minutos la puerta de la Ciudad del Vaticano se
abrió, como por encanto, ante la llegada del Padre Escuola que así se llamaba
su chofer y guía circunstancial. Le pareció todo como majestuoso, muy grande,
lleno de curas por todas partes y con muchísimo movimiento. El coche se lo
dejaron a un aparcacoches y subieron por una amplia escalinata que daba entrada
a un hall enorme del que colgaban dos lámparas de cristal que estaban apagadas.
A los lados estaban situadas varias estatuas que supuso que serían de Santos,
pero uno tenía una cara de mala uva que metía miedo y decidió, por su cuenta y
riesgo que ese era el demonio. A continuación atravesaron unos larguísimos
pasillos llenos de cuadros que a lo mejor hasta eran buenos y terminaron en un
habitación pequeña, una especie de sala de espera y otro cura, ya con pinta de
más viejo, le dijo que se sentase que enseguida le recibiría Su Santidad. El
Padre Escuola se despidió con un adios y quedaron emplazados a tomarse unas
pizzas si la Roma
quedaba Campeona de Europa.
Fernando se sentó en la
silla de hermosos dorados, apoyó la cabeza en uno de los brazos y se quedó
completamente dormido.
Qué emoción !!!!! nos has dejado con la miel en los labios. Me hubiera gustado un poquito más....
ResponderEliminarEstá emocionante y divertida. Fernando es un chaval estupendo
Hasta la próxima y p'alante, Animo a todos
Bss
Es verdad Tino; semana dura la que hemos pasado, pero como bien dices, la vida sigue.
ResponderEliminarCortito el capítulo y extraño. El Papa va a recibir a Fernando y este se queda dormido en la antesala. ¿No será todo un sueño? En fin, lo veremos en el próximo.
A todos, un abrazo.
Me parto..... no va el niño y se duerme cuando esta apunto de ver al Papa... ya veremos como acaba...Besos.
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