CAPITULO
22.-
Me
di una ducha de al menos veinte minutos y cuando acabé continuaba con ganas de
seguir por lo que puse el tapón del baño y al cabo de unos pocos minutos me
tumbé cuan largo era y apoyando la cabeza pensé que me iba a quedar dormido,
pero ojalá hubiera sido así. No había manera, ni siquiera echando casi medio
bote de jabón de baño que hizo que la espuma subiera por encima del límite de
la bañera. En el fondo estaba encantado con todo lo que había pasado y pensé
como habría reaccionado hace algunos años. Lo cierto es que el día anterior
estaba tan preocupado y de tal mala leche que tengo que reconocer, ahora que ya
ha pasado todo, que cuando me llamaron a la biblioteca estuve a punto de no
contestar y que el Dr. Taylor, tan listo como decía que era, que se las
arreglara como pudiera pero que no contase con mi colaboración, aunque esa idea
se me quitó enseguida de la cabeza porque, hombre yo no soy San Ignacio de
Loyola o San Francisco Javier, pero tampoco soy un indeseable.
Hay
que ser muy, pero que muy mala gente para no echar una mano en una situación
como la pasada. Siempre podía decir que no oí la llamada o inventarme cualquier
otra excusa, pero una cosa es poner la otra mejilla y dejar morir a una chica
joven por una situación ocurrida entre dos Cirujanos y otra cosa es no ayudar
en un momento, así me parece que sería como estar mal de la cabeza. Claro que
se lo merecía, por supuesto, pero tampoco es necesario pasarse. Hay que ponerse
en su situación para poderlo entender, de lo contrario es imposible y por otra
parte es justo reconocer que fue una buena prueba de humildad rebajarse a
llamarme cuando teóricamente sus Abogados se supone que estaban haciendo todo
lo posible por largarme del país. Supongo que por su cabeza pasarían las
diferentes posibilidades antes de solicitar mi ayuda y tenía que estar, si la
verdad es que si que lo estaba, absolutamente desesperado y encima con su
ayudante tumbado en una camilla. Todavía recordaba mi entrada en el quirófano y
tengo grabada, como si fuera ahora mismo, como con la mirada me suplicaba que
le sacara de aquel apuro. No hace falta ser psicólogo para apreciar cuando un
Cirujano lo está pasando mal y cuando está llegando al límite de sus
posibilidades en un momento dado. Normalmente los Cirujanos somos muy
aficionados a gritar y a echar la culpa de nuestros propios errores a los
Ayudantes, a la Enfermera Instrumentista, al
hijo de la portera o al lucero del alba y había que llegar a una
situación como aquella para ni siquiera tener fuerzas para gritar o para soltar
por la boca todo tipo de barbaridades.
Era un hombre hundido, sin recursos,
totalmente obnubilado ante la posibilidad de no poder hacer nada viendo como la
paciente se iba desangrando lentamente. Evidentemente hice lo que tenía que
hacer, de eso no tengo la menor duda, ¿se lo merecía? No me atrevo a decir si si o si no, no lo sé,
pero lo que si puedo asegurar es que yo lo entendí como un castigo de Dios y
quiero suponer que le habrá valido de escarmiento. Bueno ¿y ahora que? tendré
que seguir esperando, pero ya mucho mas tranquilo. Supongo que me caerá alguna
bronca de la Dirección pero ya no está en vilo mi trabajo porque la idea de
volverme a casa con el rabo entre las piernas, como se dice vulgarmente, no me
apetecía lo mas mínimo. Sin darme cuenta me estaba haciendo medio inglés y
ahora, justo cuando tenía un buen sueldo y un reconocimiento mayor, no era el
mejor momento ni mucho menos.
Me
froté con fuerza todo el cuerpo, tratando de pensar en otra cosa, pero
imposible, la imagen del Dr. Taylor sudando como un pollo en el quirófano
estaba paseando por todo mi cerebro y no se me quitaba de la cabeza cual sería
su reacción después de la desagradable discusión y mi posterior presencia en el
quirófano cuando me llamó. Yo si que sabía cual sería la mía, si todo hubiera
sido al revés, situación prácticamente imposible porque yo nunca reaccionaría
de esa manera, es mas, al Médico de Guardia que me hubiera resuelto el
problema, lo que haría, como mínimo sería invitarlo a cenar y posiblemente le
haría un buen regalo. ¿Mandaría una carta a la Dirección exponiendo los hechos
y agradeciéndoles que en su plantilla hubiera un Cirujano Plástico? Yo no lo
haría. Es una cuestión personal entre él y yo. El Dr. Starker se enteraría
porque se enteraba de todo lo que pasaba en la Clínica, supongo que se
alegraría y nada mas. Posiblemente llamaría al Cirujano de turno, en este caso
era yo y en privado sin presencia de testigos, haría un repaso de la
intervención quirúrgica y trataría de entre los dos de saber las causas para
que no volviera a ocurrir ¿eso sería lo que haría yo? No se, no se, tengo mis
dudas. La situación fue la que fue y no me iba a pasar el resto de mi vida
flagelándome como si nadie hubiera reaccionado mal ante un problema grave. Es
verdad que no creo que yo actuase así, pero no estoy tan seguro porque
reconocer los errores propios no es muy fácil y menos si te consideras,
posiblemente con razón, uno de los mejores Cirujanos Plásticos de Inglaterra.
Todo
el mundo piensa que los que en esos momentos estamos en los quirófanos actuamos
como autómatas, que tenemos un corazón a prueba de bombas y que n que no operan
casi nunca, me veo en la obligación de recordar a todo el mundo que nosotros
también somos personas, sabemos que tenemos en nuestras manos la vida de un
paciente y eso que parece como muy fácil de sobrellevar, en Cirujanos con
determinada personalidad puede afectarles hasta tal punto que te bloquees, como
le pasó al Dr. Taylor y seguro que si que sabe de sobra lo que tiene que hacer
porque, al fin y al cabo, lo único que yo hice fue aportar tranquilidad que en
esos instantes se había perdido e ir muy despacio buscando el vaso sangrante
con la suerte que lo encontré a la primera.
Una
tercera reacción podría ser ¿por qué no? no hacer nada, es decir, que la vida
continúe como hasta ahora, él continuar ejerciendo su actividad en la Clínica y
yo haciendo mi trabajo como Médico de Guardia que para eso me pagaban. Bueno,
sería una posibilidad pero no me parecería bien. Creo que una vez recobrada la
tranquilidad en todos los sentidos lo normal es que, pasados unos días, hablase
conmigo y me diera otra vez las gracias. A lo mejor suena un poco a que quiero
que se humille ante mi y no es eso, lo que ocurre es que a toda esta gente,
llámese Dr. Taylor en el caso que nos ocupa o cualquier destacado dirigente de
cualquier empresa que se creen que ellos solos son capaces de llevar adelante
su trabajo y no es verdad, porque hay un montón de gente, de acuerdo que les
pagan y normalmente muy bien, pero que si no fuera por ellos uno podía ser un genio pero su trabajo no lo
podría realizar solo. No quiero que se humille ni que me haga reverencias,
entre otras cosas porque mañana me puede pasar a mi, pero bajarle un poco los
humos no le vendría mal. ¿Y si no me llama ni me dice nada? Lo malo es que si
no lo hace, que es una posibilidad como otra cualquiera, me va a tener en
ascuas durante no se cuanto tiempo.
Si
que tengo la certeza que denunciarme, como fue su primera reacción, no creo que
lo haga porque entonces si que era para, antes de volverme a mi casa, darle una
manada de leches y seguro que saldría perdiendo porque últimamente estoy yendo
al gimnasio casi todos los días y reconozco que estoy bastante en forma, pero
tampoco habrá que llegar a esa situación, seguro que no. Claro que también podría
reaccionar de manera contraria y hacer como hice yo, pero sería una tontería, Yo lo hice por culpa de una
denuncia, pero pasado el tiempo reconozco que me equivoqué. Aquello fue una
exageración y no hay nada que lo justifique porque supongo que cualquier
Cirujano que opere con normalidad tendrá alguna que otra denuncia y mas en
Cirugía Estética, donde un Juez de no se donde, dictaminó que era una cirugía
de resultados y por lo tanto aunque la operación estuviera bien hecha, como era
mi caso hacía bastantes años, el paciente tenía derecho a reclamar una especie
de daños y perjuicios si el resultado no era satisfactorio o no había
respondido plenamente a las expectativas que tuviera antes de meterse en un
quirófano, lo cual quiere decir, y que me perdone el Juez que dictaminó tan
disparatada sentencia, que supongo que después de cada intervención quirúrgica
y siempre que el paciente sea un poco listillo tendrá en la puerta de la
consulta al típico Abogado a comisión con la idea de sacarle al Cirujano la mayor
cantidad de pasta posible y por eso ¿los Cirujanos dejaban de operar? Yo
conozco uno que si, que fui yo, pero un Médico idiota puede haberlo en
cualquier parte, pero la mayoría seguro que no, entre otras razones, porque una
vez emitida la sentencia es muy probable, dependerá de cada Juez, que ni
siquiera se llegue a juicio porque es lógico, si la operación está bien hecha
¿por qué hay que empapelar a nadie? Y además, volvemos a lo mismo que cada uno
es como es, pero los pacientes, mejor dicho los pacientes que se dedican a
demandar sistemáticamente, no saben lo que pasa por la cabeza del demandado. A
mi por ejemplo, aquella de las mamas me hundió de tal manera que estuve a punto
de dejar la carrera y dedicarme a otra cosa y reconozco que casi lo consiguió.
No
cambié de profesión pero me vine a Londres como Médico de Guardia, que para mis
años y para mis conocimientos fue un auténtico jarro de agua fría. Posiblemente
cualquier otro se hubiera quedado tan tranquilo, pagaría el seguro de
responsabilidad civil la indemnización que pusiera el Juez y la vida
continuaría como si no hubiera ocurrido nada, pero, desde luego, nunca dejarían
de operar y me parece una reacción lógica y no la mía que vista con la
perspectiva del tiempo me parecía absolutamente desproporcionada.
Total
que allí estaba yo dándole vueltas a la cabeza y pensando en las diferentes
posibilidades cuando me vi sorprendido por el sonido del teléfono. Tardé medio
segundo en responder y en ese tiempo
tuve oportunidad de repasar todo lo que había estado pensando durante mas de
una hora. Una urgencia no podía ser porque no estaba de guardia, el Dr. Taylor
tampoco porque no le había dado tiempo ni llegar a su casa ¿quién podía ser?
-
¿Doctor Cubiles – una voz masculina, potente,
muy bien moldeada y en ese momento especialmente complacida me llamaba.
Inmediatamente supe de quien se trataba
-
¿Dr. Starker? –
era la última persona que me podía
esperar porque desde el incidente habían
discurrido muy pocas horas - ¿cómo está Usted?
-
Lo primero que
quiero agradecerle es que se haya extralimitado en su misión como Médico de
Guardia porque ante la llamada del Dr. Taylor Usted podría perfectamente haber
alegado que estaba fuera de su horario laboral
-
¿Ya se ha
enterado de lo ocurrido? Parece mentira como corren las noticias en la Clínica
¿Cómo no iba a echarle una mano? Una cosa son las discusiones que pueda tener
con el citado Doctor y otra cosa es no dejar en la estacada a nadie y mas si se
trata de un compañero en apuros – contesté de la manera como había sido.
-
Ya, ya, - El
Señor Director de la Clínica entendía las razones pero también había sido
testigo de excepción de la discusión que tuvimos muy pocos días antes - en
cualquier caso mi agradecimiento en nombre de la Clínica y por supuesto del mío
propio, me alegro mucho - durante un mínimo período de tiempo que a mi me
pareció bastante largo, parecía pensar en como continuar con la conversación –
No se lo diga a nadie pero creo que ha sido lo mejor que podría haber pasado,
porque así no puede meterse con ninguno de nosotros y además me ha quitado un
peso de encima.
-
Me alegro
-
Ya se que Usted
no tiene nada que ver pero esta misma mañana he recibido una llamada del Sr.
Chesterplace preguntándome que tal le iba. No quise contarle la discusión del
otro día porque creí que no merecía la pena, pero hace unos minutos me ha
llamado la Jefa de Quirófano contándome todo lo ocurrido, como es su obligación
y me alegro de no haberle contado nada a nuestro Presidente porque ya no creo
que tengamos ningún problema
-
Y supongo que
espera, como yo, que la discusión se quede ahí
y ya esta ¿no?
-
Efectivamente,
eso espero, aunque habrá que esperar pero que sepa que me alegro mucho
-
Muchas gracias
-
Mañana nos vemos
en el cambio de guardia. Hasta mañana
-
Hasta mañana.
Hacía
una noche de perros, llovía mas que nunca, el viento parecía haberse hecho el
amo de las calles que permanecían desiertas, solo las luces de neón de algunos
establecimientos daban fe que la ciudad continuaba igual que siempre. Circulaba
despacio por la avenida que me conducía al centro de la ciudad y casi como si
tuviera puesto el piloto automático el coche se fue derecho al club privado
“Ireland” y después de dejarle las llaves al aparca, entré y me quedé acodado a
un lado de la amplia barra ¿quería hablar con Jane? No estoy seguro, pero que
menos que darle las gracias por haber hablado con su padre. No estaba. Después
de unos minutos le pregunté al encargado
-
¿La señorita Jane Chesterplace ha venido hoy
por aquí?
-
No la he visto,
señor – me contestó con la amabilidad habitual – pero de venir lo hará un poco
mas tarde.
-
Gracias.
-
¿Desea tomar algo
Doctor?
-
Si – con la
mirada di una vuelta por el bar – tráigame un whisky doble, por favor.
-
Enseguida Señor.
El
barra del pub era muy acogedora para todos aquellos que iban por allí a tomarse
una copa y olvidarse de los problemas aunque solo fuera durante unos minutos.
Casi todos eran de sexo masculino y solamente al fondo, dos chicas parecía
contarse sus amoríos mientras tomaban un refresco. Mi problema parecía que se
iba resolviendo favorablemente, por lo menos el Dr. Starker parecía estar de mi
lado y eso ya era un punto muy importante. Posiblemente no lo había valorado lo
suficiente pero el detalle de la llamada del Director a los pocos minutos de
enterarse del incidente del quirófano era fantástico y ¿hay que ver como corren
las noticias por la Clínica? como para hacer algo mal. También es verdad que la
llamada del padre de Jane habría tenido mucho que ver, estaba claro que le caía
bien, no se si me verá como un futuro compañero de su hija y por eso llamase al
Director para interesarse por mi situación. ¡Menuda casualidad! Estaba seguro que Jane estaba enamorada de
mí, no porque sea un Don Juan ni nada por el estilo, seguro que no, simplemente
se nota cuando una persona siente atracción hacia otra. No me parece que para
darse cuenta de eso se necesite ningún poder especial, se ve, se nota y si
encima la persona que lo padece no tiene ningún interés en disimular, las cosas
son todavía mas fáciles. Por parte de ella no tenía ninguna duda, lo malo era
por mi parte. Ahí es donde de verdad radicaba el problema. Desde luego lo que
tenía claro desde el día que la vi en aquella habitación dispuesta a soportar
un parto sin avisar a su padre, es que se trataba de una mujer Se había quedado
embarazada por la razón que fuera y había decidido tener a su hijo pasase lo
que pasase y lo había conseguido a pesar de tener que volverse de Etiopía
porque si hubiera sido allí todo hubiese sido mucho mas fácil. Naturalmente que
hubiera sido un parto como muy en solitario pero su objetivo se habría
cumplido.
Sin
embargo el hecho de tener que volverse, hacía las cosas mucho mas difíciles y
eso que ella lo resolvió muy bien gracias a su antigua amistad con Sally Still,
la Enfermera Jefe, que si no, no se como lo podría hacer. El hecho de
contárselo a su hermano era una manera de pedirle compañía sin que se enterase
su padre. El pobre chaval estuvo todo el parto quieto como si le hubieran
pegado con pegamento al suelo, no dijo ni soltó ni una sola palabra en todo el
parto y solamente se le oyó decir “un por fin” cuando todo terminó y pudo
abrazar a su hermana y a su recién nacida sobrina.
Reconozco
que la situación me dio bastante pena porque tener que parir sin tener a su
padre al lado debe ser difícil, pero era una decisión suya y había que
respetarla. Por otra parte, dejando a un lado lo mal que lo pasé, la ventaja es
que conocí a Sally y casi sin darme cuenta mi prestigio en la Clínica aumentó
como si fuera un milagro y después de lo de hoy tengo que tener cuidado no vaya
a ser que me lo crea. Como es la vida ¿verdad? Las cosas pasan porque pasan y
si tienes suerte repercuten sobre cada uno, en positivo o en negativo, pero
influencia seguro que tienen.
Estuve
un rato apoyado en la barra y cuando había solicitado la cuenta para irme a
dormir me encontré con una Recepcionista de la Clínica que había quedado allí
con una amiga. Como es natural ya se había enterado de todo lo que había pasado
y se alegró por mí y sobre todo por la paciente porque era hija del Jefe de
Radiología de la Clínica y era, además, amiga suya. Total que afortunadamente
el problema se solucionó porque de lo contrario el Dr. Taylor se hubiera metido
en un buen lío. Siempre es duro que se muera una paciente y mas en un quirófano
donde parece que todas las complicaciones es obligatorio que se resuelvan y
encima operándose de un problema estético, pero todavía lo es mas, no debería
ser así pero lo es, si la paciente es conocida y encima hija de Médico, aunque
también es verdad, no se por qué, pero las complicaciones aparecen con los
pacientes recomendados o con aquellos en los que tienes especial interés en que
todo salga bien. Misterios de la ciencia médica que no tienen ninguna
explicación que se ajuste a ninguna razón especial, pero es así.
Pasamos
un buen rato hablando de la Clínica, de los otros Médicos de Guardia, del
Director al que, por cierto le tenía muchísimo respeto porque, según dijo, era
una buena persona pero demasiado serio, de la Jefa de Enfermeras, de Sally no
quiso opinar porque sabía que había tenido una especie de romance con ella.
-
Nunca he vivido con ella – contesté
-
¿Seguro? - me miró con sorpresa – todas en la Clínica
pensábamos que si
-
Pues no es
verdad. Es cierto que tuvimos una etapa en la que estuvimos muy unidos pero
casi estábamos mas tiempo en mi casa que en la suya, lo que pasa es que nadie
sabía que por aquel entonces tenía un apartamento alquilado para ese tipo de
menesteres y seguía teniendo mi habitación en la Clínica para que nadie pensara
como tú
-
0 sea que podría
decirse que tienes una doble personalidad ¿no? – bebió un trago de su copa como
si no estuviera interesada en la respuesta
-
No, no, lo que tenía era dos sitios donde
poder pasar una noche – contesté con una media sonrisa
-
¿Y los sigues
teniendo? – otra pregunta lanzada al aire como quien no quiere la cosa
-
Ya no, ahora vivo
en la Clínica aunque si quieres que te sea sincero, creo que lo voy a volver a
alquilar porque estar todo el día metido allí me deprime un poco
-
No me extraña
-
Bueno Lynda, perdona,
pero me tengo que ir. Hoy, como sabes, ha sido un día bastante complicado y
creo que dormir unas horas no me vendrá nada mal.
-
¿No quieres tomar
otra copa?
-
No, te lo
agradezco pero justo hoy estoy que me muero de sueño. Hasta mañana – No me
atrevo a asegurarlo pero me pareció oír, a pesar del ruido ambiente, algo
parecido a “este tío es tonto” y se volvió hacia la barra solicitando una nueva
copa al camarero.
SEGUNDA
PARTE.-
CAPITULO
23.-
Querido
lector: como me pasa habitualmente hace tiempo que dejé esta novela a medias y
han pasado casi diez años cuando me decido a continuarla. He tenido que volver
a leer toda la primera parte, como es natural no me acordaba de nada pero entre
mi memoria que no es especialmente un modelo para copiar y mi imaginación creo
que tendré temas suficientes para seguir en este camino de dejar por escrito
una parte importante de mi vida. Sin embargo, de la segunda parte que comienzo
en estos momentos, solo tengo vagos recuerdos como si estuvieran difuminados en
una mañana de niebla y espero que, poco a poco, como el sol suele vencer a esos
días tristes, los recuerdos vayan apareciendo y pueda completarla, aunque justo
es reconocer que los acontecimientos fueron tan decisivos que difícil
resultaría que se borrasen completamente de mi memoria Lo más importante para mí en este punto de la
novela es dejar bien claro, como premisa fundamental, que el Dr. Taylor, el
Cirujano Plástico con el que tuve aquellos desagradables incidentes, se portó mucho mejor de lo que podía suponer.
A los pocos días del follón del quirófano me llamó por teléfono, me pidió
perdón de una manera absolutamente sincera, me agradeció que le ayudara para
evitar que la enferma se desangrase y me
invitó a pasar un fin de semana en su casa de campo muy cerca de un playa en el
sur de Inglaterra, donde iba sistemáticamente en cuanto tenía algún día libre.
Allí disfrutamos de tres días de maravillosa convivencia, tuve oportunidad de
conocer a su mujer, una filipina de extraordinaria belleza con una paz interior
tan grande que la irradiaba por toda la casa. Intervenía muy poco en nuestras
conversaciones, pero cuando lo hacía siempre era con las palabras exactas. Me
pareció una maravilla de mujer.
A
partir de aquel fin de semana mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, me
propuso ser ayudante suyo, al principio tenía que ser el segundo pero en pocos
meses sería el primero porque el que tenía, aquel que se mareó cuando la
hemorragia de la enferma famosa, quería seguir otros caminos y pensaba instalarse
en Manchester para continuar allí donde evidentemente la competencia era menor.
Y así fue, en pocos meses, supongo que también influiría el padre de Jane, pasé
de ser un Médico de Guardia normal a ser el Tutor de Residentes de la Clínica,
por supuesto con más sueldo y encima cobraba una buena cantidad de dinero por
ayudar al Dr. Taylor . Y casi sin darme cuenta ya no hacía guardias, eso si
controlaba a los Médicos de Guardia y todas las mañanas tenían la obligación de
contarme todo lo ocurrido durante el día anterior y me dedicaba todas las
tardes a ayudar al Dr. Taylor. Total que
me volví rico en muy poco tiempo y tengo
que reconocer que mi vida cambió. Lo normal es que hubiera cambiado a mejor,
saliendo más, viviendo en un apartamento muy céntrico, dedicándome a la buena
vida y sin embargo no fue así. Al principio reconozco que tuve bastante
relación con Jane Chesterplace e incluso hasta llegamos a plantearnos de alguna
manera poder vivir juntos, pero ella seguía insistiendo en que su futuro estaba
en Africa y llegó un momento que decidimos de manera amistosa dejar ese inicio
de relación y continuar cada uno por rutas diferentes. Después volví con Sally
Still pero por poco tiempo porque ella se enamoró perdidamente de un profesor
de Filosofía y dejamos de salir. Como mi posición social había cambiado de una
manera determinante, tuve algunos escarceos sin mayor importancia con algunas
de las más importantes mujeres de la vida londinense, pero con ninguna tuve
oportunidad de llegar a nada interesante.
Todos
los días por la tarde acudía a la Clínica a ayudar a operar al Dr. Taylor. Para
mí fue una auténtica sorpresa su manera de ser. Quizá fuera por la bronca que
tuvimos o por la razón que fuera, yo pensaba que era un hombre endiosado por la
fama, que vivía en un mundo que no era el mismo que el de todos los demás y sin
embargo no fue así. Era muy buena persona, en contadas ocasiones se alteraba
mientras estaba en el quirófano, es mas durante las intervenciones y mientras
no fuera una cirugía compleja, sostenía conversaciones interesantes en las que,
en ocasiones, dejaba vislumbrar una parte de su manera de pensar y una buena
dosis de simpatía. Desde el primer día, no es por nada pero son cosas que se
notan, me di cuenta que operando conmigo se encontraba francamente cómodo.
También es verdad y no es por presumir que yo era el ayudante perfecto, sabía
de que iban las intervenciones, era más bien callado y siempre estaba dispuesto
a seguir sus indicaciones y habitualmente me adelantaba a sus deseos y cuando,
por ejemplo, trataba de buscar un nervio intercostal, ya lo tenía yo separado
para que no se lo llevara por delante y encima hacía unas suturas intradérmicas
bastante buenas por lo que terminábamos la operación la Enfermera de Quirófano
y yo, con lo que tenía más minutos para descansar entre operación y operación.
Era un Cirujano perfeccionista que disfrutaba con lo que hacía y que no tenía
ningún inconveniente en deshacer todo lo realizado si no estaba convencido del
resultado y comenzar como si se tratase de una nueva cirugía. La verdad que lo
que cuenta son los resultados y menos el tiempo empleado para hacerlo, pero
cada vez que desmontaba una mama porque no terminaba de gustarle como quedaba,
yo permanecía callado, pero me daban ganas de dejarlo todo porque era una hora
o mas de intervención y eso que ya eran suficientemente largas sin
complicaciones. Como todos los que nos dedicamos a alguna actividad quirúrgica,
por supuesto que tenía preferencias y se notaba en la forma de entrar en el
quirófano. Le encantaban las reducciones mamarias, sobre todo si las mamas eran
grandes y sin embargo se aburría tanto como yo con las liposucciones, le daban
dinero pero le cansaban sobremanera.
Algunos fines de semana me invitaba a su casa
de campo y allí pasábamos horas y horas charlando de lo divino y lo humano y no
era nada raro que nos dieran las tres de la mañana con unos whiskys en la mano
sentados tranquilamente ante un amplio ventanal mientras unos troncos,
hábilmente colocados en la chimenea, aportaban el calor necesario para estar
absolutamente relajados y crear el clima para que las confidencias hicieran su
aparición como fantasmas en aquellas interminables noches de invierno y así me
fui dando cuenta que estaba ante un hombre extraordinario que hacía las cosas porque
creía que debía hacerlas sin darle mayor importancia. Las obras de caridad –
decía como si fuera algo normal – son aquellas que se hacen sin que se entere
nadie. Si presumes malo. Por ejemplo, un día totalmente por casualidad me
enteré que todos los empleados de la casa eran parientes de su mujer. A ella la
había conocido en Londres, pero su familia vivía pobremente en una aldea
perdida de Filipinas y mi Jefe, sin
decir nada a nadie, los fue contratando uno a uno hasta que logró reunir a su
servicio a los padres, un hermano y una hermana algo más pequeña. Me confesó
que cuando no tenían ningún visitante, comían todos juntos en una enorme mesa
de madera en la cocina, pero en cuanto aparecía algún desconocido todo cambiaba
y se convertían en personal de su confianza. La idea fue del padre de ella
porque así, si nadie conocía la relación entre ellos, con el tiempo podrían
vivir en una casa independiente y llevarse a nuevos familiares que se adaptaban
rápidamente a la cómoda vida de aquella zona de Inglaterra. Solo este detalle
sería suficiente para saber que estaba ante una persona excelente, pero me
quedaba un montón de cosas por conocer y que con el paso del tiempo me las fue
contando y mi admiración por aquel Cirujano fue creciendo de tal manera que pasó
de ser un presuntuoso, esa era mi primera impresión, hasta considerarlo el
típico santo de los muchos que andarán por el mundo. Hacen las cosas sin darles
mayor importancia y el mérito es todavía más grande.
Por
ejemplo, pasados unos pocos años, pero tuvieron que pasar casi dos años para
que, casi por casualidad, me enteré que dos días a la semana acudía a un
Hospital de Beneficencia en las afueras de Londres a operar a algunos pacientes
que no tenían la menor posibilidad de abonar cantidad alguna por la cirugía que
precisaban y el Dr. Taylor les operaba de manera absolutamente desinteresada y
encima a la mañana siguiente y en días sucesivos acudía al Hospital para
continuar con las revisiones hasta su total curación. Era tan importante su
celo para no ser conocido que para los pacientes era el Dr. Charles Synclair y
siempre llevaba una larga barba y unas cejas pobladas que le hacían
irreconocible. Operaba casi siempre solo y a última hora de la tarde por lo que
era difícil verle en los ambientes más selectos de la sociedad londinense.
Tenía fama de ser un ser solitario y
nadie sabía el motivo. En cuanto me enteré de aquello me ofrecí
voluntario no solo para ayudarle sino sobre todo para pasar visita y me lo
agradeció profundamente con la única condición que nunca desvelase la identidad
del Cirujano Jefe.
Así
colaboramos durante cerca de diez años y la unión entre nosotros era cada día
más importante. Compartíamos muchas horas de cirugías en hospitales de
reconocido prestigio, operando a pacientes de las más distinguidas familias
procedentes de todos los lugares de Europa, cobrando grandes cantidades de
dinero que en la mayoría de las ocasiones iban destinadas a aquellos otros
hospitales en los que operábamos en precario y estábamos necesitados del material
médico indispensable para realizar una cirugía con las máximas garantías de
éxito. Por supuesto que los Cirujanos no cobrábamos nada, pero yo, al fin y al
cabo, llevaba un par de años ayudándole pero el Dr. Taylor, conocido allí como
el Dr. Synclair, ingresó en el Hospital al poco de vivir definitivamente en
Londres y por supuesto mucho antes de ser un Cirujano Plástico de reconocido
prestigio en toda Europa.
De
todas estas historias yo no tenía ni idea y eso hizo que mi admiración fuera
aumentando según pasaban los meses. Me convertí sin darme cuenta, en
imprescindible en un equipo formado por no menos de diez personas y así
permanecimos durante diez años. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido, no se
cual era el motivo por el cual el Dr. Taylor había decidido tomarse un año
sabático dejando absolutamente todo, la cirugía digamos rentable
económicamente y la otra. Yo me ofrecí a
colaborar, sobre todo, en lo relacionado con la beneficencia, pero se negó en
redondo. Tenía que valorar como había sido su vida hasta entonces y quedarse
quieto una temporada para ver con tranquilidad y sin ningún tipo de presión en
ese momento de su quehacer profesional cual era el camino correcto. En el fondo
lo que quería era estar solo y por eso necesitaba que todo su equipo, al igual
que él, se tomara un año sabático. Sabía
que ninguno teníamos problemas económicos y por eso nos lo pidió de tal manera
que no podíamos decir que no y me encontré con que durante un año no tenía nada
que hacer. La Clínica en cuanto se enteró de la propuesta del Dr. Taylor, nos
confirmó en nuestros cargos sin problemas aunque transcurrieran doce meses
hasta la nueva incorporación.
Total,
que me encontré sin tener nada que hacer y decidí que ese año lo pasaría en
España. Fue una decisión que tomé en un fin de semana, siendo consciente que no
sería fácil volver a una ciudad de la que hacía diez años que había abandonado,
separado de mi mujer, con nuestras dos hijas ya con sus trabajos e incluso una
con novio, mis amigos de entonces seguro que ni se acordarían y no sabía muy
bien para que quería volver a Madrid, pero volví y no me arrepentí, esa es la
verdad. Por medio de Internet alquilé un pequeño apartamento en el piso treinta
y tantos de la Torre de Madrid en plena plaza de España, pegado a la Gran Vía y
muy cerca de lo que para mí era el centro de una ciudad a la que no había
vuelto en todo ese tiempo y ahí llegué un sábado por la mañana de una primavera
maravillosa con un sol y una luz que hacía muchos años que no había podido
disfrutar. El taxi me dejó en la puerta.
En Recepción me hicieron firmar un montón de papeles, me pidieron un mes por
adelantado, contraté un servicio de limpieza y lavandería que se preocupara que
mi estancia fuera lo más cómoda posible y subí en un amplio ascensor hasta el
piso treinta y siete a una velocidad que no me dio casi ni tiempo de mirarme en
el espejo, aunque eso sí, una simple ojeada sirvió para darme cuenta de cómo el
paso del tiempo había dejado sus buenas huellas sobre mí. Las canas se habían
hecho dueñas y señoras de mi pelo, peinado con una raya al lado y más bien
largo en la parte de la nuca. Estaba mucho más delgado que cuando me fui, pero
posiblemente fuera debido a mí pasión por el gimnasio y por mantenerme en una
forma física adecuada. El último año me apasioné por el footing y raro era el
día que no le dedicaba por lo menos un par de horas, me gustaba, me hacía
sentirme en forma y sobre todo había sido una manera de descansar mi cabeza en
aquellas mañanas de ocio en Londres. Tenía una ventaja y es que no tenía
ninguna pereza para ponerme un chándal y unas zapatillas y disfrutar de
numerosos parques donde la contaminación parecía que no había encontrado su
sitio ideal para instalarse.
El apartamento de la Torre de Madrid estaba
bien, en plan minimalista pero muy limpio y sobre todo con unas vistas impresionantes. Constaba de
un pequeño hall, un salón comedor amplio con un buen rincón donde leer
plácidamente pegado a un ventanal, un dormitorio suficiente con un cuarto de
baño incorporado prácticamente nuevo y una cocina pequeña. En conjunto se puede decir que respondía a lo
que yo había solicitado desde luego bastante mejor del que ocupaba en el centro
de Londres e incluso algo más barato. Deshice las maletas y coloqué bien la
ropa teniendo en cuenta que mi estancia sería por un largo período de tiempo y
con tranquilidad di una vuelta por la Gran Vía. La encontré bastante cambiada, para empezar solamente
tenía un carril de subida y otro de bajada por donde circulaban solamente
taxis, autobuses y algún vehículo de servicio público.
El
hecho de suprimir el transporte privado suponía un aumento de gente paseando y
por eso además de los autobuses de toda la vida, el Ayuntamiento había decidido
agrandar las aceras y casi pegado al carril de los coches había un carril bici
bastante ancho por el que circulaban no solo los vehículos de dos ruedas sino
además una especie de tren turístico que recorría la amplia avenida, daba la
vuelta por la Cibeles, subía por la calle de Alcalá, atravesaba la Puerta del Sol
y por la calle Preciados desembocaba nuevamente en la Gran Vía y desde allí se
desplazaba lentamente hasta su primera parada situada en la Plaza de España.
Era un tren eléctrico con dos vagones con lo que el número de turistas era
numeroso y por si todo ello fuera poco, para favorecer ese tipo de transporte,
las autoridades municipales repartían por una cantidad que podría considerarse
irrisoria un billete que permitía subirse y bajarse y hacer el viaje cuantas
veces se quisiera durante un día. El revisor iba vestido de época y lo encontré
muy amable, no solo pedía los billetes si no que aprovechaba para explicar las
diferentes particularidades de los distintos edificios por los que discurría
esa especie de tranvía en plan moderno.
Cerca
de mi casa, en una de las pequeñas calles que circundaban la Torre de Madrid,
entré en un supermercado donde había prácticamente de todo y aproveché para
hacer algunas compras de primera necesidad como café, leche, tostadas
mantequilla, azúcar y algunas cosas más, pero siempre pensando en que viviría
como hasta entonces, es decir, desayuno en casa y el resto, tanto comida como
cena, en la calle. Era sábado por la tarde y tuve que hacer una cola
considerable hasta pagar en la caja correspondiente. La empleada era sudamericana,
muy simpática y rápidamente mientras pasaba por el visor correspondiente todos
los artículos que había metido en el carro, quiso saber si era nuevo en el
barrio, naturalmente le contesté que sí, aunque me pareció que lo sabía mucho
antes, porque a la mayoría de clientes los trataba con bastante confianza e
incluso a algunos por su nombre. Después de ese pequeño interrogatorio que duró
lo mismo que el paso de mis paquetes por la cinta transportadora, subí a mi
apartamento, tomé, como se decía en los antiguos conventos, una frugal colación
y me metí en la cama. Con tanta despedida en Londres, el viaje, la llegada al
aeropuerto de Madrid que, por cierto era de los mejores y más bonitos que había
conocido, el primer paseo por la ciudad en la que había nacido y vivido casi
cuarenta años, la verdad es que estaba francamente cansado, me tomé un whisky
generosamente servido y me metí en la cama con la idea de olvidarme del mundo
durante unas horas y a fe que lo cumplí porque me desperté, después de casi
doce horas de un sueño absolutamente reparador y porque por la ventana entraba
un rayo de sol que me daba directamente en la cara porque de lo contrario
hubiera dormido algunas horas más. Me duché con tranquilidad, me afeité, me
vestí con mi ropa deportiva y después de tomarme un café salí a la calle.
Mi
primer día en Madrid después de diez años, con un sol que invitaba a ser feliz
y una luz que hacía que estuvieras alegre aunque no tuvieras motivo alguno
tenía que ser necesariamente un buen día. Comencé haciendo footing por la Plaza
de España, di una vuelta por los Jardines de Sabatini, pegados al Palacio Real,
subí otra vez, como el día anterior, por la Gran Vía y me pareció todavía más
bonita. Los edificios estaban muy limpios, las aceras por aquello de haber restringido
el tráfico, eran enormes y estaban ocupadas en una superficie importante por
interminables terrazas repletas de turistas ávidos de disfrutar del sol. Tengo
que reconocer que después de tantos años sin recorrer la Capital y a pesar que
solamente llevaba un día se notaba que la gente había mejorado
considerablemente, vestían mucho mejor, siendo el vaquero la prenda que seguía siendo la más común y
las mujeres eran tan atractivas como las recordaba. Los coches ya no eran
aquellos de hace diez años y se veían bastantes de los llamados de amplia gama
y llamaba la atención lo despacio que circulaban por las calles del centro. Los
autobuses eran eléctricos, muy grandes y tenían su carril particular para ser
de una puntualidad que no parecía que fuera lo frecuente en este país llamado
España. Las nuevas tecnologías estaban distribuidas por todas partes, pantallas
de vigilancia en cada esquina y un ambiente como muy ajetreado pero tranquilo.
La calle de Montera que hace diez años era un hervidero de mujeres de distintas
nacionalidades que ofrecían sus servicios en plena calle, había cambiado y
parecía como si me hubiera confundido de lugar. Ya no estaban las prostitutas o
si estaban no se las veía y aquellas muestras de la explotación sexual habían
sido sustituidas por múltiples tiendas de todo tipo y diferentes cafeterías con
sus correspondientes terrazas. Incluso las marquesinas de paradas de los
distintos transportes públicos eran de cristal con los horarios de llegada de
cada autobús claramente expuestos en la parte superior y dotadas de rampas para
facilitar la subida y bajada de usuarios minusválidos. Además empleados de la
Empresa Municipal de Transportes ayudaban a resolver todas las dudas que les
planteasen los clientes respondiendo en inglés o en francés a todas sus
preguntas.
Volví
a mi casa, me duché, me vestí como lo que todavía era: un turista y lo primero
que hice fue sacar un ticket para aquella especie de tren eléctrico y darme
casi dos vueltas a todo el recorrido. Hacía calor, aunque el vagón que me tocó
en suerte tenía una especie de mini clima gracias a una especie de finísima
lluvia suficiente para soportarlo con alegría. La mayoría de los usuarios eran
turistas, como era de esperar, pero también había muchos del país que valorando
lo barato del billete se daban una vuelta por todo el centro de la capital. La
Puerta del Sol estaba prácticamente igual que cuando la vi por última vez,
llena de gente hasta la bandera, con mimos que hacían todo tipo de figuras,
Doña Manolita, una de las administraciones de Lotería más antiguas de Madrid
con las eternas colas para comprar décimos que se sorteaban posiblemente a los
cuatro o cinco meses de adquirirlos no la habían cambiado de ubicación. Un
grupo de hombres y mujeres ataviados con
sus trajes típicos cantaban y bailaban corridos mexicanos mientras eran
observados por montones de turistas que no dejaban de hacer fotos haciendo un
amplio círculo.
Un poco más allá un mago trataba de ilusionar
a todo el que se acercaba mientras los trileros, esos que juegan con una bola y
tres vasos se distribuían por todas las esquinas engañando a todo el que
probaba en la seguridad que sabía donde estaba la bola siendo algunos de los
que estaban más cerca los ganchos que animaban al personal a jugar aclarando en
un par de jugadas donde estaba la bolita que le daría pingues beneficios por
tan solo un Euro. Varios agentes de la Policía Nacional vigilaban a los
conocidos carteristas, una pandilla de ciudadanos de Rumanía, que al menor
descuido te birlaban la cartera como quien no quiere la cosa y en los coches
patrulla se instalaba una especie de comisaria móvil para que las denuncias
fueran más rápidas. Di una vuelta por la calle Arenal y siempre por la sombra
llegué a la Plaza Mayor. Mi sorpresa fue mayúscula porque estaba prácticamente
igual que hacía diez años. Para mí que hasta los vendedores ambulantes de
globos, abanicos, carteles de toros y mil recuerdos más eran los mismos de toda
la vida.
Para
comenzar con buen pié mi estancia en la Capital de España me tomé un bocadillo
de calamares con una caña sentado en una terraza que aquello fue para
recordarlo eternamente. Los calamares estaban mejor que nunca y la caña con su
posavasos circular de una especie de fieltro desgastado por el uso era como
volver a nacer. Es verdad que con Carmen, mi ex, sobre todo al poco de
casarnos, veníamos muchos Domingos a pasear por aquí y hacíamos lo mismo que
estaba haciendo yo: degustar un bocadillo de calamares fritos viendo pasar a
todo tipo de gentes. Era un espectáculo alucinante y casi sin darme cuenta se
hizo la hora de comer. Preferí no sentarme en el típico restaurante,
ciertamente después del bocadillo no estaba hambriento, y tomé unas tapas por
las calles de detrás de la Puerta del Sol. Las gambas del Abuelo estaban como
siempre y el vino seguía siendo de cosecha propia de esos que hoy te alegras de
degustarlo y al día siguiente te levantas con una resaca de las que te hace
aborrecer el vino para toda la vida. En estos bares entablar conversación con
cualquiera es bastante fácil, la gente es muy abierta y sobre todo los
camareros intentan que todos los clientes estén a gusto y se desviven para
conseguirlo en un ambiente todavía muy de pueblo.
Absolutamente diferente es cuando, como hice
yo, tomas un café con unas pastas en Lardy, en la Carrera de San Jerónimo,
donde parece que te has retrotraído en el tiempo por lo menos un siglo. Pero,
en fin, hay que hacer de todo. Continué andando hasta el Palace, uno de los
mejores y más caros hoteles de Madrid, donde tomé un café que me costó como si
me lo hubieran traído exclusivamente para mí desde las montañas de Colombia y
continué andando hasta El Retiro, el parque
situado en el centro de la ciudad no sin antes saludar, como es
preceptivo, a la Diosa Cibeles que desde
su carroza junto con sus fieles leones observa atenta el intenso tráfico que la
rodea y ver con parsimonia la conocida Puerta de Alcalá.
Estuve
dando una vuelta por el estanque donde las barcas de toda la vida
continuaban ilusionando a los madrileños
como si fuera un pueblo marinero con sus
remeros que avanzaban sobre sus aguas con la dificultad que entraña ser de
tierra adentro, se me pusieron “los pelos como escarpias” que diría un
castizo, recordando la cantidad de veces
que de novios había remado por aquel estanque. Allí me declaré a Carmen y de la
emoción y del beso que nos dimos nos faltó prácticamente nada para irnos al
agua lo que hubiera supuesto un buen divertimento para la concurrencia. La de
veces que había estado en El Retiro, Dios mío, tanto con Carmen solos como con
las niñas cuando se fueron haciendo mayores. Tengo que buscar, no sé donde
estará, una foto que nos hizo un ciudadano chino justo delante del estanque a
los cuatro y que tardó en enfocar cerca de cinco minutos, cuando mi cámara era
automática, ese tiempo se nos hizo tan largo que Carmen, la pequeña, se puso a
llorar como una loca y salió con la boca que parecía más un tiburón que una
niña de dos o tres meses que tenía entonces.
Me
senté en un banco a la sombra de un árbol centenario, con las bromas llevaba
andando toda la mañana y parte de la tarde e incumpliendo todas mis promesas de
no volver la vista atrás, fui repasando mi vida mientras multitud de palomas
formaban un corro en el banco de enfrente donde una señora repartía una barra
de pan haciéndola pequeños trozos con sus dedos deformes. Al terminar de
distribuirlo, la señora estiró un brazo y varias palomas se posaron sobre él en
señal de agradecimiento y a continuación se levantó y con paso lento se
encaminó hacia la salida casi con lágrimas en los ojos al dejar casi seguro a
las que eran su única compañía.
Diez
años que no venía a Madrid, parece mentira cómo pasa el tiempo. Me fui
ilusionado con la seguridad que en un año, una de dos o nos juntábamos toda la
familia en Londres o me volvía a mi casa con el problema económico resuelto,
aunque sabía seguro, eso sí, que mi manera de pensar no iba a cambiar en tan
poco tiempo, pero en fin, dos o tres años parecía suficiente para por lo menos
olvidar un poco todo lo pasado. Lo he
pensado muchas veces y creo que me precipité. En cierto modo se puede decir que
las cosas me han salido muy bien, sobre todo en el plano profesional, pero es
cierto que podía haber esperado un poco más. Efectivamente creo que me
equivoqué, pero el que no se haya equivocado alguna vez que tire la primera
piedra. Me puse muy histérico con la denuncia que me planteó la señora famosa
de las prótesis de mama y posiblemente el tiempo hubiera hecho su efecto y la
consulta hubiera vuelto a ser lo que era, pero no le di esa oportunidad. Como
consecuencia de aquella decisión, Carmen entonces no dijo nada porque sabía que
yo no me encontraba bien, pero si ahora lo pudiéramos analizar con tranquilidad
todo lo pasado, posiblemente la decisión de coger la maleta y largarme se
hubiera podido retrasar unos meses. Todavía recuerdo como Carmen, mi ex con su
discreción habitual, me decía que la distancia para el matrimonio es una
circunstancia muy importante, aunque yo insistía una y otra vez que sería
cuestión de unos meses porque ya iba con trabajo y lo único sería encontrar una
casa decente para volvernos a reunir toda la familia, posiblemente para ella no
era lo mejor y menos para su trabajo, pero para las niñas hubiera sido una
situación determinante para su educación y hubieran pasado dos o tres años por
allí y con el dominio del inglés se acabó la asignatura pendiente que tenía yo
hasta que me fui.
Claro
que todo eso ni mucho menos es el momento de pensarlo ahora pero de lo que
estoy seguro es que entonces ni se me pasó por la imaginación que la pareja
podía verse perjudicada en ningún sentido, estaba convencido, no sé porqué pero
lo estaba, que la distancia no sería ningún obstáculo en nuestra relación,
Quería tanto a Carmen que nada ni nadie nos iba a separar y fíjate lo que ha pasado.
La verdad es que empezamos muy bien, hablábamos todos los días por Skype y
todavía recuerdo con enorme tristeza lo mal que lo pasé los primeros meses.
Dicen que la mayoría de la gente se acostumbra en muy poco tiempo pero yo debí
de ser la excepción que confirma la regla porque me costó muchísimo adaptarme.
Estuviera donde estuviera a las ocho y media de la tarde estaba en mi casa para
hablar con Carmen. Reconozco que las primeras semanas, me pasaba el día mirando
el reloj y nunca llegaban las ocho y media para conectarme, incluso muchos días
me quedaba en la Clínica hasta tarde para no ir a cenar el pub. Tomaba un
bocadillo en la cafetería y me iba directamente a mi habitación. Todavía me
acuerdo el primer día que no me conecté. Era un Domingo y dos de los que vivían
conmigo en aquel piso compartido, se empeñaron que los acompañara a un partido
de futbol, recuerdo que era el Chelsea contra el Liverpool y que durante una
hora se fue la luz de todo el estadio y con las bromas como ya no llegábamos a
casa nos quedamos a tomar unas pintas de cerveza en algún pub y nos dieron las
once de la noche. Esa noche la pasé francamente mal, sabía que era yo el
primero que fallaba y no me gustó nada, pero al día siguiente a las ocho y
media en punto cuando conecté como siempre con Carmen, ella no le dio ninguna
importancia, es más, me acuerdo que me dijo, entonces no la tomé en
consideración pero con el paso del tiempo se confirmó, que algún día fallaría
ella y no pasaba nada.
No sé si por represalia o era verdad lo que me
contó, el caso es que no había pasado ni una semana y no fui capaz de contactar
con ella. Al día siguiente me explicó que había estado en una fiesta del
colegio de las niñas y que luego se quedó tomando una especie de merienda cena
con las monjas del colegio y algunas madres que parecían no tener prisa. Estas
fueron las dos primeras ocasiones en que fallamos y fue como el comienzo de una
serie de ausencias que justificábamos de cualquier manera. Quizá el momento
clave fue la segunda vez que vino Carmen a verme. La primera no, porque estaba
todo muy reciente y nos vino bien para reafirmarnos en todo lo que nos
queríamos, pero la segunda, todavía no sé porqué, al fin y al cabo había pasado
un par de meses de mi emigración, esta palabra me suena fatal pero es la
verdad, en esa ocasión reconozco que me faltaba algo, no sé qué pero me parecía
como si estuviera con una extraña y eso que todavía no había estado con ninguna
mujer en Londres, pero fue un fin de semana extraño, la sensación que tuve es
que efectivamente Carmen tenía razón con aquello de la distancia. Me pareció
que aunque seguíamos muy unidos algo empezaba a separarnos y no tengo ni idea
ni el que ni el porqué. Después que si un día fallas tú, que si otro día fallo
yo, el caso es que todo fue de mal en peor. Llegamos hasta discutir por Skype
que parece imposible entre dos personas a cerca de dos mil kilómetros de
distancia y que entonces ya empezábamos a hablarnos de vez en cuando. Todo
empezó porque Carmen seguro que sin querer hacerme daño me preguntó si pensaba
volver alguna vez porque ya estaba harta de tener que resolver ella sola todos
los problemas de la educación de nuestras dos hijas que ya pasaban de ser niñas
a adolescentes y querían, como es natural a esa edad, llegar tarde a casa, vestirse
de cierta manera que a Carmen no le parecía la más oportuna, ir a discotecas,
dormir en casa de alguna amiga casi todos los sábados, en fin los problemas de
todas las adolescentes. No me acuerdo porqué, pero sí que recuerdo que
reaccioné de una manera violenta y al final casi parecía que la culpable de mi
estancia en Londres era mi mujer. Yo gritaba a través del ordenador y por aquel entonces estaba convencido que
encima que me había tenido que ir de mi casa, encima era yo el culpable de que
mis hijas se fueran haciendo mayores. Bastante mal lo estaba pasando en
Londres, eso me parecía, para que me echaran en cara como que no me preocupaba
de su evolución y eso, solamente eso fue la mecha que encendió el mechero de
los desencuentros. Carmen en todas las conversaciones posteriores, nunca me
contó ni una sola historia de las niñas y me contestaba con un lacónico “como
siempre” cuando yo le preguntaba por ellas.
Casi
sin solución de continuidad pasó lo del parto de Jane Chesterplace, mi historia
con Sally y la separación. Habían pasado meses, incluso años, entre los diferentes incidentes pero en mi
memoria parecía como si todos hubieran sido casi seguidos y habían pasado nada
más y nada menos que cinco años ¡que se dice pronto! Desde entonces Carmen se
había preocupado de nuestras hijas, excepto algunos meses, siempre en verano
que estuvieron conmigo en Londres, yo pagaba religiosamente todo lo que la
sentencia de divorcio me había ordenado, pero me había quedado sin familia.
Tendría que buscar la fórmula de recuperar a Carmen y Patricia, mis dos hijas,
y por supuesto tenía que desistir de intentar ningún tipo de relación, ni siquiera amistosa con mi ex. Sabía que se
había vuelto a casar e incluso que tenía un hijo de pocos años. También tenía
que localizar algún Abogado para tratar de normalizar los pagos porque Carmen
ya era independiente y por lo tanto, tenía entendido que ahí se acababa la
necesidad de seguir manteniéndola, aunque por mi parte no había ningún
inconveniente en seguir como hasta ahora, afortunadamente no tenía ningún
problema económico, pero no me parecía justo que si mi ex había rehecho su vida
tuviera que seguir pagando una cantidad considerable al mes para la manutención
de mis hijas y eso que todavía no sabía que la mayor vivía con su novio.
Realmente no tenía ni idea si esa situación era legal y era algo que antes o
después tendría que solucionar.
Con
la cabeza revoloteando como las palomas que rodeaban a la señora que las
alimentaba, me levanté lentamente y me fui caminando, despacio, muy despacio,
hasta el que sería mi hogar durante al menos un año en la Torre de Madrid. Tomé
un sándwich de pié enfrente de la ventana y pronto me metí en la cama. Para ser
las primeras horas que estaba en la capital me había parecido muy intensas. Me tapé
con la sábana y pensando que me iba a dormir, cerré los ojos que sin querer se
llenaron de lágrimas y lloré como si en vez de estar en Madrid fuera el primer
día de mi llegada a Londres. Después de varias horas de mirar al techo, llegué
a la misma conclusión que había llegado en otras ocasiones, me había equivocado
y ahora lo estaba pagando. En fin, mañana será otro día, por fin me dormí y así
estuve hasta las doce de la mañana del día siguiente en que me despertó la
señora de la limpieza.
Muy bueno el paseo por el Madrid de siempre. Me ha parecido como si estuviese acompañando al Dr. Cubiles.
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