sábado, 18 de agosto de 2018

ASI FUE Y ASI PASO: CAPITULOS 22 Y 23


CAPITULO 22.-

Me di una ducha de al menos veinte minutos y cuando acabé continuaba con ganas de seguir por lo que puse el tapón del baño y al cabo de unos pocos minutos me tumbé cuan largo era y apoyando la cabeza pensé que me iba a quedar dormido, pero ojalá hubiera sido así. No había manera, ni siquiera echando casi medio bote de jabón de baño que hizo que la espuma subiera por encima del límite de la bañera. En el fondo estaba encantado con todo lo que había pasado y pensé como habría reaccionado hace algunos años. Lo cierto es que el día anterior estaba tan preocupado y de tal mala leche que tengo que reconocer, ahora que ya ha pasado todo, que cuando me llamaron a la biblioteca estuve a punto de no contestar y que el Dr. Taylor, tan listo como decía que era, que se las arreglara como pudiera pero que no contase con mi colaboración, aunque esa idea se me quitó enseguida de la cabeza porque, hombre yo no soy San Ignacio de Loyola o San Francisco Javier, pero tampoco soy un indeseable.

Hay que ser muy, pero que muy mala gente para no echar una mano en una situación como la pasada. Siempre podía decir que no oí la llamada o inventarme cualquier otra excusa, pero una cosa es poner la otra mejilla y dejar morir a una chica joven por una situación ocurrida entre dos Cirujanos y otra cosa es no ayudar en un momento, así me parece que sería como estar mal de la cabeza. Claro que se lo merecía, por supuesto, pero tampoco es necesario pasarse. Hay que ponerse en su situación para poderlo entender, de lo contrario es imposible y por otra parte es justo reconocer que fue una buena prueba de humildad rebajarse a llamarme cuando teóricamente sus Abogados se supone que estaban haciendo todo lo posible por largarme del país. Supongo que por su cabeza pasarían las diferentes posibilidades antes de solicitar mi ayuda y tenía que estar, si la verdad es que si que lo estaba, absolutamente desesperado y encima con su ayudante tumbado en una camilla. Todavía recordaba mi entrada en el quirófano y tengo grabada, como si fuera ahora mismo, como con la mirada me suplicaba que le sacara de aquel apuro. No hace falta ser psicólogo para apreciar cuando un Cirujano lo está pasando mal y cuando está llegando al límite de sus posibilidades en un momento dado. Normalmente los Cirujanos somos muy aficionados a gritar y a echar la culpa de nuestros propios errores a los Ayudantes, a la Enfermera Instrumentista, al  hijo de la portera o al lucero del alba y había que llegar a una situación como aquella para ni siquiera tener fuerzas para gritar o para soltar por la boca todo tipo de barbaridades.

 Era un hombre hundido, sin recursos, totalmente obnubilado ante la posibilidad de no poder hacer nada viendo como la paciente se iba desangrando lentamente. Evidentemente hice lo que tenía que hacer, de eso no tengo la menor duda, ¿se lo merecía?  No me atrevo a decir si si o si no, no lo sé, pero lo que si puedo asegurar es que yo lo entendí como un castigo de Dios y quiero suponer que le habrá valido de escarmiento. Bueno ¿y ahora que? tendré que seguir esperando, pero ya mucho mas tranquilo. Supongo que me caerá alguna bronca de la Dirección pero ya no está en vilo mi trabajo porque la idea de volverme a casa con el rabo entre las piernas, como se dice vulgarmente, no me apetecía lo mas mínimo. Sin darme cuenta me estaba haciendo medio inglés y ahora, justo cuando tenía un buen sueldo y un reconocimiento mayor, no era el mejor momento ni mucho menos.

Me froté con fuerza todo el cuerpo, tratando de pensar en otra cosa, pero imposible, la imagen del Dr. Taylor sudando como un pollo en el quirófano estaba paseando por todo mi cerebro y no se me quitaba de la cabeza cual sería su reacción después de la desagradable discusión y mi posterior presencia en el quirófano cuando me llamó. Yo si que sabía cual sería la mía, si todo hubiera sido al revés, situación prácticamente imposible porque yo nunca reaccionaría de esa manera, es mas, al Médico de Guardia que me hubiera resuelto el problema, lo que haría, como mínimo sería invitarlo a cenar y posiblemente le haría un buen regalo. ¿Mandaría una carta a la Dirección exponiendo los hechos y agradeciéndoles que en su plantilla hubiera un Cirujano Plástico? Yo no lo haría. Es una cuestión personal entre él y yo. El Dr. Starker se enteraría porque se enteraba de todo lo que pasaba en la Clínica, supongo que se alegraría y nada mas. Posiblemente llamaría al Cirujano de turno, en este caso era yo y en privado sin presencia de testigos, haría un repaso de la intervención quirúrgica y trataría de entre los dos de saber las causas para que no volviera a ocurrir ¿eso sería lo que haría yo? No se, no se, tengo mis dudas. La situación fue la que fue y no me iba a pasar el resto de mi vida flagelándome como si nadie hubiera reaccionado mal ante un problema grave. Es verdad que no creo que yo actuase así, pero no estoy tan seguro porque reconocer los errores propios no es muy fácil y menos si te consideras, posiblemente con razón, uno de los mejores Cirujanos Plásticos de Inglaterra.

Todo el mundo piensa que los que en esos momentos estamos en los quirófanos actuamos como autómatas, que tenemos un corazón a prueba de bombas y que n que no operan casi nunca, me veo en la obligación de recordar a todo el mundo que nosotros también somos personas, sabemos que tenemos en nuestras manos la vida de un paciente y eso que parece como muy fácil de sobrellevar, en Cirujanos con determinada personalidad puede afectarles hasta tal punto que te bloquees, como le pasó al Dr. Taylor y seguro que si que sabe de sobra lo que tiene que hacer porque, al fin y al cabo, lo único que yo hice fue aportar tranquilidad que en esos instantes se había perdido e ir muy despacio buscando el vaso sangrante con la suerte que lo encontré a la primera.

Una tercera reacción podría ser ¿por qué no? no hacer nada, es decir, que la vida continúe como hasta ahora, él continuar ejerciendo su actividad en la Clínica y yo haciendo mi trabajo como Médico de Guardia que para eso me pagaban. Bueno, sería una posibilidad pero no me parecería bien. Creo que una vez recobrada la tranquilidad en todos los sentidos lo normal es que, pasados unos días, hablase conmigo y me diera otra vez las gracias. A lo mejor suena un poco a que quiero que se humille ante mi y no es eso, lo que ocurre es que a toda esta gente, llámese Dr. Taylor en el caso que nos ocupa o cualquier destacado dirigente de cualquier empresa que se creen que ellos solos son capaces de llevar adelante su trabajo y no es verdad, porque hay un montón de gente, de acuerdo que les pagan y normalmente muy bien, pero que si no fuera por ellos  uno podía ser un genio pero su trabajo no lo podría realizar solo. No quiero que se humille ni que me haga reverencias, entre otras cosas porque mañana me puede pasar a mi, pero bajarle un poco los humos no le vendría mal. ¿Y si no me llama ni me dice nada? Lo malo es que si no lo hace, que es una posibilidad como otra cualquiera, me va a tener en ascuas durante no se cuanto tiempo.

Si que tengo la certeza que denunciarme, como fue su primera reacción, no creo que lo haga porque entonces si que era para, antes de volverme a mi casa, darle una manada de leches y seguro que saldría perdiendo porque últimamente estoy yendo al gimnasio casi todos los días y reconozco que estoy bastante en forma, pero tampoco habrá que llegar a esa situación, seguro que no. Claro que también podría reaccionar de manera contraria y hacer como hice yo, pero sería  una tontería, Yo lo hice por culpa de una denuncia, pero pasado el tiempo reconozco que me equivoqué. Aquello fue una exageración y no hay nada que lo justifique porque supongo que cualquier Cirujano que opere con normalidad tendrá alguna que otra denuncia y mas en Cirugía Estética, donde un Juez de no se donde, dictaminó que era una cirugía de resultados y por lo tanto aunque la operación estuviera bien hecha, como era mi caso hacía bastantes años, el paciente tenía derecho a reclamar una especie de daños y perjuicios si el resultado no era satisfactorio o no había respondido plenamente a las expectativas que tuviera antes de meterse en un quirófano, lo cual quiere decir, y que me perdone el Juez que dictaminó tan disparatada sentencia, que supongo que después de cada intervención quirúrgica y siempre que el paciente sea un poco listillo tendrá en la puerta de la consulta al típico Abogado a comisión con la idea de sacarle al Cirujano la mayor cantidad de pasta posible y por eso ¿los Cirujanos dejaban de operar? Yo conozco uno que si, que fui yo, pero un Médico idiota puede haberlo en cualquier parte, pero la mayoría seguro que no, entre otras razones, porque una vez emitida la sentencia es muy probable, dependerá de cada Juez, que ni siquiera se llegue a juicio porque es lógico, si la operación está bien hecha ¿por qué hay que empapelar a nadie? Y además, volvemos a lo mismo que cada uno es como es, pero los pacientes, mejor dicho los pacientes que se dedican a demandar sistemáticamente, no saben lo que pasa por la cabeza del demandado. A mi por ejemplo, aquella de las mamas me hundió de tal manera que estuve a punto de dejar la carrera y dedicarme a otra cosa y reconozco que casi lo consiguió.

No cambié de profesión pero me vine a Londres como Médico de Guardia, que para mis años y para mis conocimientos fue un auténtico jarro de agua fría. Posiblemente cualquier otro se hubiera quedado tan tranquilo, pagaría el seguro de responsabilidad civil la indemnización que pusiera el Juez y la vida continuaría como si no hubiera ocurrido nada, pero, desde luego, nunca dejarían de operar y me parece una reacción lógica y no la mía que vista con la perspectiva del tiempo me parecía absolutamente desproporcionada.

Total que allí estaba yo dándole vueltas a la cabeza y pensando en las diferentes posibilidades cuando me vi sorprendido por el sonido del teléfono. Tardé medio segundo en responder y en  ese tiempo tuve oportunidad de repasar todo lo que había estado pensando durante mas de una hora. Una urgencia no podía ser porque no estaba de guardia, el Dr. Taylor tampoco porque no le había dado tiempo ni llegar a su casa ¿quién podía ser?

-          ¿Doctor Cubiles – una voz masculina, potente, muy bien moldeada y en ese momento especialmente complacida me llamaba. Inmediatamente supe de quien se trataba
-         ¿Dr. Starker? – era la última persona  que me podía esperar porque desde el incidente  habían discurrido muy pocas horas - ¿cómo está Usted?
-         Lo primero que quiero agradecerle es que se haya extralimitado en su misión como Médico de Guardia porque ante la llamada del Dr. Taylor Usted podría perfectamente haber alegado que estaba fuera de su horario laboral
-         ¿Ya se ha enterado de lo ocurrido? Parece mentira como corren las noticias en la Clínica ¿Cómo no iba a echarle una mano? Una cosa son las discusiones que pueda tener con el citado Doctor y otra cosa es no dejar en la estacada a nadie y mas si se trata de un compañero en apuros – contesté de la manera como había sido.
-         Ya, ya, - El Señor Director de la Clínica entendía las razones pero también había sido testigo de excepción de la discusión que tuvimos muy pocos días antes - en cualquier caso mi agradecimiento en nombre de la Clínica y por supuesto del mío propio, me alegro mucho - durante un mínimo período de tiempo que a mi me pareció bastante largo, parecía pensar en como continuar con la conversación – No se lo diga a nadie pero creo que ha sido lo mejor que podría haber pasado, porque así no puede meterse con ninguno de nosotros y además me ha quitado un peso de encima.
-         Me alegro
-         Ya se que Usted no tiene nada que ver pero esta misma mañana he recibido una llamada del Sr. Chesterplace preguntándome que tal le iba. No quise contarle la discusión del otro día porque creí que no merecía la pena, pero hace unos minutos me ha llamado la Jefa de Quirófano contándome todo lo ocurrido, como es su obligación y me alegro de no haberle contado nada a nuestro Presidente porque ya no creo que tengamos ningún problema
-         Y supongo que espera, como yo, que la discusión se quede ahí  y ya esta ¿no?
-         Efectivamente, eso espero, aunque habrá que esperar pero que sepa que me alegro mucho
-         Muchas gracias
-         Mañana nos vemos en el cambio de guardia. Hasta mañana
-         Hasta mañana.

Hacía una noche de perros, llovía mas que nunca, el viento parecía haberse hecho el amo de las calles que permanecían desiertas, solo las luces de neón de algunos establecimientos daban fe que la ciudad continuaba igual que siempre. Circulaba despacio por la avenida que me conducía al centro de la ciudad y casi como si tuviera puesto el piloto automático el coche se fue derecho al club privado “Ireland” y después de dejarle las llaves al aparca, entré y me quedé acodado a un lado de la amplia barra ¿quería hablar con Jane? No estoy seguro, pero que menos que darle las gracias por haber hablado con su padre. No estaba. Después de unos minutos le pregunté al encargado

-          ¿La señorita Jane Chesterplace ha venido hoy por aquí?
-         No la he visto, señor – me contestó con la amabilidad habitual – pero de venir lo hará un poco mas tarde.
-         Gracias.
-         ¿Desea tomar algo Doctor?
-         Si – con la mirada di una vuelta por el bar – tráigame un whisky doble, por favor.
-         Enseguida Señor.

El barra del pub era muy acogedora para todos aquellos que iban por allí a tomarse una copa y olvidarse de los problemas aunque solo fuera durante unos minutos. Casi todos eran de sexo masculino y solamente al fondo, dos chicas parecía contarse sus amoríos mientras tomaban un refresco. Mi problema parecía que se iba resolviendo favorablemente, por lo menos el Dr. Starker parecía estar de mi lado y eso ya era un punto muy importante. Posiblemente no lo había valorado lo suficiente pero el detalle de la llamada del Director a los pocos minutos de enterarse del incidente del quirófano era fantástico y ¿hay que ver como corren las noticias por la Clínica? como para hacer algo mal. También es verdad que la llamada del padre de Jane habría tenido mucho que ver, estaba claro que le caía bien, no se si me verá como un futuro compañero de su hija y por eso llamase al Director para interesarse por mi situación. ¡Menuda casualidad!   Estaba seguro que Jane estaba enamorada de mí, no porque sea un Don Juan ni nada por el estilo, seguro que no, simplemente se nota cuando una persona siente atracción hacia otra. No me parece que para darse cuenta de eso se necesite ningún poder especial, se ve, se nota y si encima la persona que lo padece no tiene ningún interés en disimular, las cosas son todavía mas fáciles. Por parte de ella no tenía ninguna duda, lo malo era por mi parte. Ahí es donde de verdad radicaba el problema. Desde luego lo que tenía claro desde el día que la vi en aquella habitación dispuesta a soportar un parto sin avisar a su padre, es que se trataba de una mujer Se había quedado embarazada por la razón que fuera y había decidido tener a su hijo pasase lo que pasase y lo había conseguido a pesar de tener que volverse de Etiopía porque si hubiera sido allí todo hubiese sido mucho mas fácil. Naturalmente que hubiera sido un parto como muy en solitario pero su objetivo se habría cumplido.

Sin embargo el hecho de tener que volverse, hacía las cosas mucho mas difíciles y eso que ella lo resolvió muy bien gracias a su antigua amistad con Sally Still, la Enfermera Jefe, que si no, no se como lo podría hacer. El hecho de contárselo a su hermano era una manera de pedirle compañía sin que se enterase su padre. El pobre chaval estuvo todo el parto quieto como si le hubieran pegado con pegamento al suelo, no dijo ni soltó ni una sola palabra en todo el parto y solamente se le oyó decir “un por fin” cuando todo terminó y pudo abrazar a su hermana y a su recién nacida sobrina.

Reconozco que la situación me dio bastante pena porque tener que parir sin tener a su padre al lado debe ser difícil, pero era una decisión suya y había que respetarla. Por otra parte, dejando a un lado lo mal que lo pasé, la ventaja es que conocí a Sally y casi sin darme cuenta mi prestigio en la Clínica aumentó como si fuera un milagro y después de lo de hoy tengo que tener cuidado no vaya a ser que me lo crea. Como es la vida ¿verdad? Las cosas pasan porque pasan y si tienes suerte repercuten sobre cada uno, en positivo o en negativo, pero influencia seguro que tienen.

Estuve un rato apoyado en la barra y cuando había solicitado la cuenta para irme a dormir me encontré con una Recepcionista de la Clínica que había quedado allí con una amiga. Como es natural ya se había enterado de todo lo que había pasado y se alegró por mí y sobre todo por la paciente porque era hija del Jefe de Radiología de la Clínica y era, además, amiga suya. Total que afortunadamente el problema se solucionó porque de lo contrario el Dr. Taylor se hubiera metido en un buen lío. Siempre es duro que se muera una paciente y mas en un quirófano donde parece que todas las complicaciones es obligatorio que se resuelvan y encima operándose de un problema estético, pero todavía lo es mas, no debería ser así pero lo es, si la paciente es conocida y encima hija de Médico, aunque también es verdad, no se por qué, pero las complicaciones aparecen con los pacientes recomendados o con aquellos en los que tienes especial interés en que todo salga bien. Misterios de la ciencia médica que no tienen ninguna explicación que se ajuste a ninguna razón especial, pero es así.

Pasamos un buen rato hablando de la Clínica, de los otros Médicos de Guardia, del Director al que, por cierto le tenía muchísimo respeto porque, según dijo, era una buena persona pero demasiado serio, de la Jefa de Enfermeras, de Sally no quiso opinar porque sabía que había tenido una especie de romance con ella.

-          Nunca he vivido con ella – contesté
-         ¿Seguro?  - me miró con sorpresa – todas en la Clínica pensábamos que si
-         Pues no es verdad. Es cierto que tuvimos una etapa en la que estuvimos muy unidos pero casi estábamos mas tiempo en mi casa que en la suya, lo que pasa es que nadie sabía que por aquel entonces tenía un apartamento alquilado para ese tipo de menesteres y seguía teniendo mi habitación en la Clínica para que nadie pensara como tú
-         0 sea que podría decirse que tienes una doble personalidad ¿no? – bebió un trago de su copa como si no estuviera interesada en la respuesta
-          No, no, lo que tenía era dos sitios donde poder pasar una noche – contesté con una media sonrisa
-         ¿Y los sigues teniendo? – otra pregunta lanzada al aire como quien no quiere la cosa
-         Ya no, ahora vivo en la Clínica aunque si quieres que te sea sincero, creo que lo voy a volver a alquilar porque estar todo el día metido allí me deprime un poco
-         No me extraña
-         Bueno Lynda, perdona, pero me tengo que ir. Hoy, como sabes, ha sido un día bastante complicado y creo que dormir unas horas no me vendrá nada mal.
-         ¿No quieres tomar otra copa?
-         No, te lo agradezco pero justo hoy estoy que me muero de sueño. Hasta mañana – No me atrevo a asegurarlo pero me pareció oír, a pesar del ruido ambiente, algo parecido a “este tío es tonto” y se volvió hacia la barra solicitando una nueva copa al camarero.








SEGUNDA PARTE.-

CAPITULO 23.-

Querido lector: como me pasa habitualmente hace tiempo que dejé esta novela a medias y han pasado casi diez años cuando me decido a continuarla. He tenido que volver a leer toda la primera parte, como es natural no me acordaba de nada pero entre mi memoria que no es especialmente un modelo para copiar y mi imaginación creo que tendré temas suficientes para seguir en este camino de dejar por escrito una parte importante de mi vida. Sin embargo, de la segunda parte que comienzo en estos momentos, solo tengo vagos recuerdos como si estuvieran difuminados en una mañana de niebla y espero que, poco a poco, como el sol suele vencer a esos días tristes, los recuerdos vayan apareciendo y pueda completarla, aunque justo es reconocer que los acontecimientos fueron tan decisivos que difícil resultaría que se borrasen completamente de mi memoria  Lo más importante para mí en este punto de la novela es dejar bien claro, como premisa fundamental, que el Dr. Taylor, el Cirujano Plástico con el que tuve aquellos desagradables incidentes,  se portó mucho mejor de lo que podía suponer. A los pocos días del follón del quirófano me llamó por teléfono, me pidió perdón de una manera absolutamente sincera, me agradeció que le ayudara para evitar que la enferma se desangrase  y me invitó a pasar un fin de semana en su casa de campo muy cerca de un playa en el sur de Inglaterra, donde iba sistemáticamente en cuanto tenía algún día libre. Allí disfrutamos de tres días de maravillosa convivencia, tuve oportunidad de conocer a su mujer, una filipina de extraordinaria belleza con una paz interior tan grande que la irradiaba por toda la casa. Intervenía muy poco en nuestras conversaciones, pero cuando lo hacía siempre era con las palabras exactas. Me pareció una maravilla de mujer.

A partir de aquel fin de semana mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, me propuso ser ayudante suyo, al principio tenía que ser el segundo pero en pocos meses sería el primero porque el que tenía, aquel que se mareó cuando la hemorragia de la enferma famosa, quería seguir otros caminos y pensaba instalarse en Manchester para continuar allí donde evidentemente la competencia era menor. Y así fue, en pocos meses, supongo que también influiría el padre de Jane, pasé de ser un Médico de Guardia normal a ser el Tutor de Residentes de la Clínica, por supuesto con más sueldo y encima cobraba una buena cantidad de dinero por ayudar al Dr. Taylor . Y casi sin darme cuenta ya no hacía guardias, eso si controlaba a los Médicos de Guardia y todas las mañanas tenían la obligación de contarme todo lo ocurrido durante el día anterior y me dedicaba todas las tardes a ayudar al Dr. Taylor.  Total que me volví rico en  muy poco tiempo y tengo que reconocer que mi vida cambió. Lo normal es que hubiera cambiado a mejor, saliendo más, viviendo en un apartamento muy céntrico, dedicándome a la buena vida y sin embargo no fue así. Al principio reconozco que tuve bastante relación con Jane Chesterplace e incluso hasta llegamos a plantearnos de alguna manera poder vivir juntos, pero ella seguía insistiendo en que su futuro estaba en Africa y llegó un momento que decidimos de manera amistosa dejar ese inicio de relación y continuar cada uno por rutas diferentes. Después volví con Sally Still pero por poco tiempo porque ella se enamoró perdidamente de un profesor de Filosofía y dejamos de salir. Como mi posición social había cambiado de una manera determinante, tuve algunos escarceos sin mayor importancia con algunas de las más importantes mujeres de la vida londinense, pero con ninguna tuve oportunidad de llegar a nada interesante.

Todos los días por la tarde acudía a la Clínica a ayudar a operar al Dr. Taylor. Para mí fue una auténtica sorpresa su manera de ser. Quizá fuera por la bronca que tuvimos o por la razón que fuera, yo pensaba que era un hombre endiosado por la fama, que vivía en un mundo que no era el mismo que el de todos los demás y sin embargo no fue así. Era muy buena persona, en contadas ocasiones se alteraba mientras estaba en el quirófano, es mas durante las intervenciones y mientras no fuera una cirugía compleja, sostenía conversaciones interesantes en las que, en ocasiones, dejaba vislumbrar una parte de su manera de pensar y una buena dosis de simpatía. Desde el primer día, no es por nada pero son cosas que se notan, me di cuenta que operando conmigo se encontraba francamente cómodo. También es verdad y no es por presumir que yo era el ayudante perfecto, sabía de que iban las intervenciones, era más bien callado y siempre estaba dispuesto a seguir sus indicaciones y habitualmente me adelantaba a sus deseos y cuando, por ejemplo, trataba de buscar un nervio intercostal, ya lo tenía yo separado para que no se lo llevara por delante y encima hacía unas suturas intradérmicas bastante buenas por lo que terminábamos la operación la Enfermera de Quirófano y yo, con lo que tenía más minutos para descansar entre operación y operación. Era un Cirujano perfeccionista que disfrutaba con lo que hacía y que no tenía ningún inconveniente en deshacer todo lo realizado si no estaba convencido del resultado y comenzar como si se tratase de una nueva cirugía. La verdad que lo que cuenta son los resultados y menos el tiempo empleado para hacerlo, pero cada vez que desmontaba una mama porque no terminaba de gustarle como quedaba, yo permanecía callado, pero me daban ganas de dejarlo todo porque era una hora o mas de intervención y eso que ya eran suficientemente largas sin complicaciones. Como todos los que nos dedicamos a alguna actividad quirúrgica, por supuesto que tenía preferencias y se notaba en la forma de entrar en el quirófano. Le encantaban las reducciones mamarias, sobre todo si las mamas eran grandes y sin embargo se aburría tanto como yo con las liposucciones, le daban dinero pero le cansaban sobremanera.

 Algunos fines de semana me invitaba a su casa de campo y allí pasábamos horas y horas charlando de lo divino y lo humano y no era nada raro que nos dieran las tres de la mañana con unos whiskys en la mano sentados tranquilamente ante un amplio ventanal mientras unos troncos, hábilmente colocados en la chimenea, aportaban el calor necesario para estar absolutamente relajados y crear el clima para que las confidencias hicieran su aparición como fantasmas en aquellas interminables noches de invierno y así me fui dando cuenta que estaba ante un hombre extraordinario que hacía las cosas porque creía que debía hacerlas sin darle mayor importancia. Las obras de caridad – decía como si fuera algo normal – son aquellas que se hacen sin que se entere nadie. Si presumes malo. Por ejemplo, un día totalmente por casualidad me enteré que todos los empleados de la casa eran parientes de su mujer. A ella la había conocido en Londres, pero su familia vivía pobremente en una aldea perdida de Filipinas  y mi Jefe, sin decir nada a nadie, los fue contratando uno a uno hasta que logró reunir a su servicio a los padres, un hermano y una hermana algo más pequeña. Me confesó que cuando no tenían ningún visitante, comían todos juntos en una enorme mesa de madera en la cocina, pero en cuanto aparecía algún desconocido todo cambiaba y se convertían en personal de su confianza. La idea fue del padre de ella porque así, si nadie conocía la relación entre ellos, con el tiempo podrían vivir en una casa independiente y llevarse a nuevos familiares que se adaptaban rápidamente a la cómoda vida de aquella zona de Inglaterra. Solo este detalle sería suficiente para saber que estaba ante una persona excelente, pero me quedaba un montón de cosas por conocer y que con el paso del tiempo me las fue contando y mi admiración por aquel Cirujano fue creciendo de tal manera que pasó de ser un presuntuoso, esa era mi primera impresión, hasta considerarlo el típico santo de los muchos que andarán por el mundo. Hacen las cosas sin darles mayor importancia y el mérito es todavía más grande.

Por ejemplo, pasados unos pocos años, pero tuvieron que pasar casi dos años para que, casi por casualidad, me enteré que dos días a la semana acudía a un Hospital de Beneficencia en las afueras de Londres a operar a algunos pacientes que no tenían la menor posibilidad de abonar cantidad alguna por la cirugía que precisaban y el Dr. Taylor les operaba de manera absolutamente desinteresada y encima a la mañana siguiente y en días sucesivos acudía al Hospital para continuar con las revisiones hasta su total curación. Era tan importante su celo para no ser conocido que para los pacientes era el Dr. Charles Synclair y siempre llevaba una larga barba y unas cejas pobladas que le hacían irreconocible. Operaba casi siempre solo y a última hora de la tarde por lo que era difícil verle en los ambientes más selectos de la sociedad londinense. Tenía fama de ser un ser solitario y  nadie sabía el motivo. En cuanto me enteré de aquello me ofrecí voluntario no solo para ayudarle sino sobre todo para pasar visita y me lo agradeció profundamente con la única condición que nunca desvelase la identidad del Cirujano Jefe.

Así colaboramos durante cerca de diez años y la unión entre nosotros era cada día más importante. Compartíamos muchas horas de cirugías en hospitales de reconocido prestigio, operando a pacientes de las más distinguidas familias procedentes de todos los lugares de Europa, cobrando grandes cantidades de dinero que en la mayoría de las ocasiones iban destinadas a aquellos otros hospitales en los que operábamos en precario y estábamos necesitados del material médico indispensable para realizar una cirugía con las máximas garantías de éxito. Por supuesto que los Cirujanos no cobrábamos nada, pero yo, al fin y al cabo, llevaba un par de años ayudándole pero el Dr. Taylor, conocido allí como el Dr. Synclair, ingresó en el Hospital al poco de vivir definitivamente en Londres y por supuesto mucho antes de ser un Cirujano Plástico de reconocido prestigio en toda Europa.

De todas estas historias yo no tenía ni idea y eso hizo que mi admiración fuera aumentando según pasaban los meses. Me convertí sin darme cuenta, en imprescindible en un equipo formado por no menos de diez personas y así permanecimos durante diez años. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido, no se cual era el motivo por el cual el Dr. Taylor había decidido tomarse un año sabático dejando absolutamente todo, la cirugía digamos rentable económicamente  y la otra. Yo me ofrecí a colaborar, sobre todo, en lo relacionado con la beneficencia, pero se negó en redondo. Tenía que valorar como había sido su vida hasta entonces y quedarse quieto una temporada para ver con tranquilidad y sin ningún tipo de presión en ese momento de su quehacer profesional cual era el camino correcto. En el fondo lo que quería era estar solo y por eso necesitaba que todo su equipo, al igual que él,  se tomara un año sabático. Sabía que ninguno teníamos problemas económicos y por eso nos lo pidió de tal manera que no podíamos decir que no y me encontré con que durante un año no tenía nada que hacer. La Clínica en cuanto se enteró de la propuesta del Dr. Taylor, nos confirmó en nuestros cargos sin problemas aunque transcurrieran doce meses hasta la nueva incorporación.

Total, que me encontré sin tener nada que hacer y decidí que ese año lo pasaría en España. Fue una decisión que tomé en un fin de semana, siendo consciente que no sería fácil volver a una ciudad de la que hacía diez años que había abandonado, separado de mi mujer, con nuestras dos hijas ya con sus trabajos e incluso una con novio, mis amigos de entonces seguro que ni se acordarían y no sabía muy bien para que quería volver a Madrid, pero volví y no me arrepentí, esa es la verdad. Por medio de Internet alquilé un pequeño apartamento en el piso treinta y tantos de la Torre de Madrid en plena plaza de España, pegado a la Gran Vía y muy cerca de lo que para mí era el centro de una ciudad a la que no había vuelto en todo ese tiempo y ahí llegué un sábado por la mañana de una primavera maravillosa con un sol y una luz que hacía muchos años que no había podido disfrutar.  El taxi me dejó en la puerta. En Recepción me hicieron firmar un montón de papeles, me pidieron un mes por adelantado, contraté un servicio de limpieza y lavandería que se preocupara que mi estancia fuera lo más cómoda posible y subí en un amplio ascensor hasta el piso treinta y siete a una velocidad que no me dio casi ni tiempo de mirarme en el espejo, aunque eso sí, una simple ojeada sirvió para darme cuenta de cómo el paso del tiempo había dejado sus buenas huellas sobre mí. Las canas se habían hecho dueñas y señoras de mi pelo, peinado con una raya al lado y más bien largo en la parte de la nuca. Estaba mucho más delgado que cuando me fui, pero posiblemente fuera debido a mí pasión por el gimnasio y por mantenerme en una forma física adecuada. El último año me apasioné por el footing y raro era el día que no le dedicaba por lo menos un par de horas, me gustaba, me hacía sentirme en forma y sobre todo había sido una manera de descansar mi cabeza en aquellas mañanas de ocio en Londres. Tenía una ventaja y es que no tenía ninguna pereza para ponerme un chándal y unas zapatillas y disfrutar de numerosos parques donde la contaminación parecía que no había encontrado su sitio ideal para instalarse.

   El apartamento de la Torre de Madrid estaba bien, en plan minimalista pero muy limpio y sobre todo  con unas vistas impresionantes. Constaba de un pequeño hall, un salón comedor amplio con un buen rincón donde leer plácidamente pegado a un ventanal, un dormitorio suficiente con un cuarto de baño incorporado prácticamente nuevo y una cocina pequeña.  En conjunto se puede decir que respondía a lo que yo había solicitado desde luego bastante mejor del que ocupaba en el centro de Londres e incluso algo más barato. Deshice las maletas y coloqué bien la ropa teniendo en cuenta que mi estancia sería por un largo período de tiempo y con tranquilidad di una vuelta por la Gran Vía. La encontré  bastante cambiada, para empezar solamente tenía un carril de subida y otro de bajada por donde circulaban solamente taxis, autobuses y algún vehículo de servicio público.

El hecho de suprimir el transporte privado suponía un aumento de gente paseando y por eso además de los autobuses de toda la vida, el Ayuntamiento había decidido agrandar las aceras y casi pegado al carril de los coches había un carril bici bastante ancho por el que circulaban no solo los vehículos de dos ruedas sino además una especie de tren turístico que recorría la amplia avenida, daba la vuelta por la Cibeles, subía por la calle de Alcalá, atravesaba la Puerta del Sol y por la calle Preciados desembocaba nuevamente en la Gran Vía y desde allí se desplazaba lentamente hasta su primera parada situada en la Plaza de España. Era un tren eléctrico con dos vagones con lo que el número de turistas era numeroso y por si todo ello fuera poco, para favorecer ese tipo de transporte, las autoridades municipales repartían por una cantidad que podría considerarse irrisoria un billete que permitía subirse y bajarse y hacer el viaje cuantas veces se quisiera durante un día. El revisor iba vestido de época y lo encontré muy amable, no solo pedía los billetes si no que aprovechaba para explicar las diferentes particularidades de los distintos edificios por los que discurría esa especie de tranvía en plan moderno.

Cerca de mi casa, en una de las pequeñas calles que circundaban la Torre de Madrid, entré en un supermercado donde había prácticamente de todo y aproveché para hacer algunas compras de primera necesidad como café, leche, tostadas mantequilla, azúcar y algunas cosas más, pero siempre pensando en que viviría como hasta entonces, es decir, desayuno en casa y el resto, tanto comida como cena, en la calle. Era sábado por la tarde y tuve que hacer una cola considerable hasta pagar en la caja correspondiente. La empleada era sudamericana, muy simpática y rápidamente mientras pasaba por el visor correspondiente todos los artículos que había metido en el carro, quiso saber si era nuevo en el barrio, naturalmente le contesté que sí, aunque me pareció que lo sabía mucho antes, porque a la mayoría de clientes los trataba con bastante confianza e incluso a algunos por su nombre. Después de ese pequeño interrogatorio que duró lo mismo que el paso de mis paquetes por la cinta transportadora, subí a mi apartamento, tomé, como se decía en los antiguos conventos, una frugal colación y me metí en la cama. Con tanta despedida en Londres, el viaje, la llegada al aeropuerto de Madrid que, por cierto era de los mejores y más bonitos que había conocido, el primer paseo por la ciudad en la que había nacido y vivido casi cuarenta años, la verdad es que estaba francamente cansado, me tomé un whisky generosamente servido y me metí en la cama con la idea de olvidarme del mundo durante unas horas y a fe que lo cumplí porque me desperté, después de casi doce horas de un sueño absolutamente reparador y porque por la ventana entraba un rayo de sol que me daba directamente en la cara porque de lo contrario hubiera dormido algunas horas más. Me duché con tranquilidad, me afeité, me vestí con mi ropa deportiva y después de tomarme un café salí a la calle.

Mi primer día en Madrid después de diez años, con un sol que invitaba a ser feliz y una luz que hacía que estuvieras alegre aunque no tuvieras motivo alguno tenía que ser necesariamente un buen día. Comencé haciendo footing por la Plaza de España, di una vuelta por los Jardines de Sabatini, pegados al Palacio Real, subí otra vez, como el día anterior, por la Gran Vía y me pareció todavía más bonita. Los edificios estaban muy limpios, las aceras por aquello de haber restringido el tráfico, eran enormes y estaban ocupadas en una superficie importante por interminables terrazas repletas de turistas ávidos de disfrutar del sol. Tengo que reconocer que después de tantos años sin recorrer la Capital y a pesar que solamente llevaba un día se notaba que la gente había mejorado considerablemente, vestían mucho mejor, siendo el vaquero  la prenda que seguía siendo la más común y las mujeres eran tan atractivas como las recordaba. Los coches ya no eran aquellos de hace diez años y se veían bastantes de los llamados de amplia gama y llamaba la atención lo despacio que circulaban por las calles del centro. Los autobuses eran eléctricos, muy grandes y tenían su carril particular para ser de una puntualidad que no parecía que fuera lo frecuente en este país llamado España. Las nuevas tecnologías estaban distribuidas por todas partes, pantallas de vigilancia en cada esquina y un ambiente como muy ajetreado pero tranquilo. La calle de Montera que hace diez años era un hervidero de mujeres de distintas nacionalidades que ofrecían sus servicios en plena calle, había cambiado y parecía como si me hubiera confundido de lugar. Ya no estaban las prostitutas o si estaban no se las veía y aquellas muestras de la explotación sexual habían sido sustituidas por múltiples tiendas de todo tipo y diferentes cafeterías con sus correspondientes terrazas. Incluso las marquesinas de paradas de los distintos transportes públicos eran de cristal con los horarios de llegada de cada autobús claramente expuestos en la parte superior y dotadas de rampas para facilitar la subida y bajada de usuarios minusválidos. Además empleados de la Empresa Municipal de Transportes ayudaban a resolver todas las dudas que les planteasen los clientes respondiendo en inglés o en francés a todas sus preguntas.

Volví a mi casa, me duché, me vestí como lo que todavía era: un turista y lo primero que hice fue sacar un ticket para aquella especie de tren eléctrico y darme casi dos vueltas a todo el recorrido. Hacía calor, aunque el vagón que me tocó en suerte tenía una especie de mini clima gracias a una especie de finísima lluvia suficiente para soportarlo con alegría. La mayoría de los usuarios eran turistas, como era de esperar, pero también había muchos del país que valorando lo barato del billete se daban una vuelta por todo el centro de la capital. La Puerta del Sol estaba prácticamente igual que cuando la vi por última vez, llena de gente hasta la bandera, con mimos que hacían todo tipo de figuras, Doña Manolita, una de las administraciones de Lotería más antiguas de Madrid con las eternas colas para comprar décimos que se sorteaban posiblemente a los cuatro o cinco meses de adquirirlos no la habían cambiado de ubicación. Un grupo de hombres y mujeres  ataviados con sus trajes típicos cantaban y bailaban corridos mexicanos mientras eran observados por montones de turistas que no dejaban de hacer fotos haciendo un amplio círculo.

 Un poco más allá un mago trataba de ilusionar a todo el que se acercaba mientras los trileros, esos que juegan con una bola y tres vasos se distribuían por todas las esquinas engañando a todo el que probaba en la seguridad que sabía donde estaba la bola siendo algunos de los que estaban más cerca los ganchos que animaban al personal a jugar aclarando en un par de jugadas donde estaba la bolita que le daría pingues beneficios por tan solo un Euro. Varios agentes de la Policía Nacional vigilaban a los conocidos carteristas, una pandilla de ciudadanos de Rumanía, que al menor descuido te birlaban la cartera como quien no quiere la cosa y en los coches patrulla se instalaba una especie de comisaria móvil para que las denuncias fueran más rápidas. Di una vuelta por la calle Arenal y siempre por la sombra llegué a la Plaza Mayor. Mi sorpresa fue mayúscula porque estaba prácticamente igual que hacía diez años. Para mí que hasta los vendedores ambulantes de globos, abanicos, carteles de toros y mil recuerdos más eran los mismos de toda la vida.

Para comenzar con buen pié mi estancia en la Capital de España me tomé un bocadillo de calamares con una caña sentado en una terraza que aquello fue para recordarlo eternamente. Los calamares estaban mejor que nunca y la caña con su posavasos circular de una especie de fieltro desgastado por el uso era como volver a nacer. Es verdad que con Carmen, mi ex, sobre todo al poco de casarnos, veníamos muchos Domingos a pasear por aquí y hacíamos lo mismo que estaba haciendo yo: degustar un bocadillo de calamares fritos viendo pasar a todo tipo de gentes. Era un espectáculo alucinante y casi sin darme cuenta se hizo la hora de comer. Preferí no sentarme en el típico restaurante, ciertamente después del bocadillo no estaba hambriento, y tomé unas tapas por las calles de detrás de la Puerta del Sol. Las gambas del Abuelo estaban como siempre y el vino seguía siendo de cosecha propia de esos que hoy te alegras de degustarlo y al día siguiente te levantas con una resaca de las que te hace aborrecer el vino para toda la vida. En estos bares entablar conversación con cualquiera es bastante fácil, la gente es muy abierta y sobre todo los camareros intentan que todos los clientes estén a gusto y se desviven para conseguirlo en un ambiente todavía muy de pueblo.

 Absolutamente diferente es cuando, como hice yo, tomas un café con unas pastas en Lardy, en la Carrera de San Jerónimo, donde parece que te has retrotraído en el tiempo por lo menos un siglo. Pero, en fin, hay que hacer de todo. Continué andando hasta el Palace, uno de los mejores y más caros hoteles de Madrid, donde tomé un café que me costó como si me lo hubieran traído exclusivamente para mí desde las montañas de Colombia y continué andando hasta El Retiro, el parque  situado en el centro de la ciudad no sin antes saludar, como es preceptivo,  a la Diosa Cibeles que desde su carroza junto con sus fieles leones observa atenta el intenso tráfico que la rodea y ver con parsimonia la conocida Puerta de Alcalá.

Estuve dando una vuelta por el estanque donde las barcas de toda la vida continuaban  ilusionando a los madrileños como si fuera un  pueblo marinero con sus remeros que avanzaban sobre sus aguas con la dificultad que entraña ser de tierra adentro, se me pusieron “los pelos como escarpias” que diría un castizo,  recordando la cantidad de veces que de novios había remado por aquel estanque. Allí me declaré a Carmen y de la emoción y del beso que nos dimos nos faltó prácticamente nada para irnos al agua lo que hubiera supuesto un buen divertimento para la concurrencia. La de veces que había estado en El Retiro, Dios mío, tanto con Carmen solos como con las niñas cuando se fueron haciendo mayores. Tengo que buscar, no sé donde estará, una foto que nos hizo un ciudadano chino justo delante del estanque a los cuatro y que tardó en enfocar cerca de cinco minutos, cuando mi cámara era automática, ese tiempo se nos hizo tan largo que Carmen, la pequeña, se puso a llorar como una loca y salió con la boca que parecía más un tiburón que una niña de dos o tres meses que tenía entonces.

Me senté en un banco a la sombra de un árbol centenario, con las bromas llevaba andando toda la mañana y parte de la tarde e incumpliendo todas mis promesas de no volver la vista atrás, fui repasando mi vida mientras multitud de palomas formaban un corro en el banco de enfrente donde una señora repartía una barra de pan haciéndola pequeños trozos con sus dedos deformes. Al terminar de distribuirlo, la señora estiró un brazo y varias palomas se posaron sobre él en señal de agradecimiento y a continuación se levantó y con paso lento se encaminó hacia la salida casi con lágrimas en los ojos al dejar casi seguro a las que eran su única compañía.

Diez años que no venía a Madrid, parece mentira cómo pasa el tiempo. Me fui ilusionado con la seguridad que en un año, una de dos o nos juntábamos toda la familia en Londres o me volvía a mi casa con el problema económico resuelto, aunque sabía seguro, eso sí, que mi manera de pensar no iba a cambiar en tan poco tiempo, pero en fin, dos o tres años parecía suficiente para por lo menos olvidar un poco todo lo pasado. Lo  he pensado muchas veces y creo que me precipité. En cierto modo se puede decir que las cosas me han salido muy bien, sobre todo en el plano profesional, pero es cierto que podía haber esperado un poco más. Efectivamente creo que me equivoqué, pero el que no se haya equivocado alguna vez que tire la primera piedra. Me puse muy histérico con la denuncia que me planteó la señora famosa de las prótesis de mama y posiblemente el tiempo hubiera hecho su efecto y la consulta hubiera vuelto a ser lo que era, pero no le di esa oportunidad. Como consecuencia de aquella decisión, Carmen entonces no dijo nada porque sabía que yo no me encontraba bien, pero si ahora lo pudiéramos analizar con tranquilidad todo lo pasado, posiblemente la decisión de coger la maleta y largarme se hubiera podido retrasar unos meses. Todavía recuerdo como Carmen, mi ex con su discreción habitual, me decía que la distancia para el matrimonio es una circunstancia muy importante, aunque yo insistía una y otra vez que sería cuestión de unos meses porque ya iba con trabajo y lo único sería encontrar una casa decente para volvernos a reunir toda la familia, posiblemente para ella no era lo mejor y menos para su trabajo, pero para las niñas hubiera sido una situación determinante para su educación y hubieran pasado dos o tres años por allí y con el dominio del inglés se acabó la asignatura pendiente que tenía yo hasta que me fui.

Claro que todo eso ni mucho menos es el momento de pensarlo ahora pero de lo que estoy seguro es que entonces ni se me pasó por la imaginación que la pareja podía verse perjudicada en ningún sentido, estaba convencido, no sé porqué pero lo estaba, que la distancia no sería ningún obstáculo en nuestra relación, Quería tanto a Carmen que nada ni nadie nos iba a separar y fíjate lo que ha pasado. La verdad es que empezamos muy bien, hablábamos todos los días por Skype y todavía recuerdo con enorme tristeza lo mal que lo pasé los primeros meses. Dicen que la mayoría de la gente se acostumbra en muy poco tiempo pero yo debí de ser la excepción que confirma la regla porque me costó muchísimo adaptarme. Estuviera donde estuviera a las ocho y media de la tarde estaba en mi casa para hablar con Carmen. Reconozco que las primeras semanas, me pasaba el día mirando el reloj y nunca llegaban las ocho y media para conectarme, incluso muchos días me quedaba en la Clínica hasta tarde para no ir a cenar el pub. Tomaba un bocadillo en la cafetería y me iba directamente a mi habitación. Todavía me acuerdo el primer día que no me conecté. Era un Domingo y dos de los que vivían conmigo en aquel piso compartido, se empeñaron que los acompañara a un partido de futbol, recuerdo que era el Chelsea contra el Liverpool y que durante una hora se fue la luz de todo el estadio y con las bromas como ya no llegábamos a casa nos quedamos a tomar unas pintas de cerveza en algún pub y nos dieron las once de la noche. Esa noche la pasé francamente mal, sabía que era yo el primero que fallaba y no me gustó nada, pero al día siguiente a las ocho y media en punto cuando conecté como siempre con Carmen, ella no le dio ninguna importancia, es más, me acuerdo que me dijo, entonces no la tomé en consideración pero con el paso del tiempo se confirmó, que algún día fallaría ella y no pasaba nada.

 No sé si por represalia o era verdad lo que me contó, el caso es que no había pasado ni una semana y no fui capaz de contactar con ella. Al día siguiente me explicó que había estado en una fiesta del colegio de las niñas y que luego se quedó tomando una especie de merienda cena con las monjas del colegio y algunas madres que parecían no tener prisa. Estas fueron las dos primeras ocasiones en que fallamos y fue como el comienzo de una serie de ausencias que justificábamos de cualquier manera. Quizá el momento clave fue la segunda vez que vino Carmen a verme. La primera no, porque estaba todo muy reciente y nos vino bien para reafirmarnos en todo lo que nos queríamos, pero la segunda, todavía no sé porqué, al fin y al cabo había pasado un par de meses de mi emigración, esta palabra me suena fatal pero es la verdad, en esa ocasión reconozco que me faltaba algo, no sé qué pero me parecía como si estuviera con una extraña y eso que todavía no había estado con ninguna mujer en Londres, pero fue un fin de semana extraño, la sensación que tuve es que efectivamente Carmen tenía razón con aquello de la distancia. Me pareció que aunque seguíamos muy unidos algo empezaba a separarnos y no tengo ni idea ni el que ni el porqué. Después que si un día fallas tú, que si otro día fallo yo, el caso es que todo fue de mal en peor. Llegamos hasta discutir por Skype que parece imposible entre dos personas a cerca de dos mil kilómetros de distancia y que entonces ya empezábamos a hablarnos de vez en cuando. Todo empezó porque Carmen seguro que sin querer hacerme daño me preguntó si pensaba volver alguna vez porque ya estaba harta de tener que resolver ella sola todos los problemas de la educación de nuestras dos hijas que ya pasaban de ser niñas a adolescentes y querían, como es natural a esa edad, llegar tarde a casa, vestirse de cierta manera que a Carmen no le parecía la más oportuna, ir a discotecas, dormir en casa de alguna amiga casi todos los sábados, en fin los problemas de todas las adolescentes. No me acuerdo porqué, pero sí que recuerdo que reaccioné de una manera violenta y al final casi parecía que la culpable de mi estancia en Londres era mi mujer. Yo gritaba a través del ordenador  y por aquel entonces estaba convencido que encima que me había tenido que ir de mi casa, encima era yo el culpable de que mis hijas se fueran haciendo mayores. Bastante mal lo estaba pasando en Londres, eso me parecía, para que me echaran en cara como que no me preocupaba de su evolución y eso, solamente eso fue la mecha que encendió el mechero de los desencuentros. Carmen en todas las conversaciones posteriores, nunca me contó ni una sola historia de las niñas y me contestaba con un lacónico “como siempre” cuando yo le preguntaba por ellas.

Casi sin solución de continuidad pasó lo del parto de Jane Chesterplace, mi historia con Sally y la separación. Habían pasado meses, incluso años,  entre los diferentes incidentes pero en mi memoria parecía como si todos hubieran sido casi seguidos y habían pasado nada más y nada menos que cinco años ¡que se dice pronto! Desde entonces Carmen se había preocupado de nuestras hijas, excepto algunos meses, siempre en verano que estuvieron conmigo en Londres, yo pagaba religiosamente todo lo que la sentencia de divorcio me había ordenado, pero me había quedado sin familia. Tendría que buscar la fórmula de recuperar a Carmen y Patricia, mis dos hijas, y por supuesto tenía que desistir de intentar ningún tipo de relación, ni  siquiera amistosa con mi ex. Sabía que se había vuelto a casar e incluso que tenía un hijo de pocos años. También tenía que localizar algún Abogado para tratar de normalizar los pagos porque Carmen ya era independiente y por lo tanto, tenía entendido que ahí se acababa la necesidad de seguir manteniéndola, aunque por mi parte no había ningún inconveniente en seguir como hasta ahora, afortunadamente no tenía ningún problema económico, pero no me parecía justo que si mi ex había rehecho su vida tuviera que seguir pagando una cantidad considerable al mes para la manutención de mis hijas y eso que todavía no sabía que la mayor vivía con su novio. Realmente no tenía ni idea si esa situación era legal y era algo que antes o después tendría que solucionar.

Con la cabeza revoloteando como las palomas que rodeaban a la señora que las alimentaba, me levanté lentamente y me fui caminando, despacio, muy despacio, hasta el que sería mi hogar durante al menos un año en la Torre de Madrid. Tomé un sándwich de pié enfrente de la ventana y pronto me metí en la cama. Para ser las primeras horas que estaba en la capital me había parecido muy intensas. Me tapé con la sábana y pensando que me iba a dormir, cerré los ojos que sin querer se llenaron de lágrimas y lloré como si en vez de estar en Madrid fuera el primer día de mi llegada a Londres. Después de varias horas de mirar al techo, llegué a la misma conclusión que había llegado en otras ocasiones, me había equivocado y ahora lo estaba pagando. En fin, mañana será otro día, por fin me dormí y así estuve hasta las doce de la mañana del día siguiente en que me despertó la señora de la limpieza.









1 comentario:

  1. Muy bueno el paseo por el Madrid de siempre. Me ha parecido como si estuviese acompañando al Dr. Cubiles.

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