CAPITULO
2.-
Como
es natural, Carmen estaba muy preocupada, había oído en la televisión que la
manifestación discurría a lo largo del Paseo de la Castellana y daba por hecho
que yo también me habría enterado y habría buscado algún itinerario
alternativo, sin saber afortunadamente para ella, que estaba metido exactamente
en el centro de todo el lío. Al llegar a casa le conté lo sucedido y ya se
quedó algo mas tranquila aunque la situación del país en conjunto era mas que
preocupante y era difícil saber hacía donde íbamos. Por enésima vez hicimos
cuentas, sumando lo que ganaba en la consulta de por la tarde, la privada que
dicen algunos, los ingresos de Carmen y algunos ahorrillos que teníamos, no
habría problemas, al menos hasta dentro de un año, teniendo en cuenta, eso si,
que cobrara el paro, porque si no, el
dinero llegaría muy justo y las posibilidades que tenía de encontrar otro
trabajo eran prácticamente nulas. De esta manera, no habría necesidad de
cambiar nuestra manera de vivir, las niñas podrían seguir yendo al mismo
colegio, Carmen podría tener una asistenta por lo menos un día a la semana y
nos podíamos permitir algunos pequeños lujos, como ir de vez en cuando al cine
o tomar algún aperitivo con los amigos, pero ¿estaba la situación como para
asegurar que dentro de un año habría dinero para los parados? Eso era lo mas
preocupante de la situación y lo que mantenía encendida la llama de una posible
salida al extranjero y por si fuera poco, ahora yo tenía que comprarme un coche
aunque fuera de segunda mano.
Si
me tuviera que ir algún país, seguro que decidiría Inglaterra, por el idioma no
había ningún problema, eso creía porque había vivido casi cuatro meses allí
cuando tenía dieciocho años y había vuelto en multitud de ocasiones con lo que
me defendía bastante bien, pero ¿cuándo era el momento de tomar una decisión
tan fuerte? Sí yo me fuera primer
preparo el terreno para que vengan Carmen y las niñas, pero el resto de
la familia se queda aquí y la angustia por la inseguridad sería mayor estando
lejos. Por otra parte, la situación estaba complicada pero la verdad es que los
políticos no parecían darle mayor importancia y aunque el ambiente era muy
malo, sería injusto decir que la gente andaba a tiros por la calle porque no
era verdad, pero para los pesimistas, y yo evidentemente era uno de ellos,
pensábamos que no faltaría mucho para eso. Entre otras razones porque los
comerciantes, hartos de tanto saqueo, comenzaban a armarse y formaban sus
propios piquetes de defensa.
La
gota que colmó el vaso y que fue determinante en todo lo que paso a
continuación fue la demanda que me interpuso una paciente. Es verdad y justo es
reconocerlo que para entonces yo estaba bastante depre, pero seguía operando
igual, no se me había olvidado y los resultados eran buenos. Sin embargo, esta
paciente una mujer de unos cuarenta años, con buena pinta, ojos azules con
importantes ojeras que la hacían parecer algo mayor, morena, pelo corto y
sonrisa atractiva. El primer día de consulta vino sola porque quería saber si
con unas prótesis de mama podría mejorar su aspecto. Le hice, como a todas las
pacientes una completa historia clínica, en la supe que estaba casada desde
hacía diez años, que no tenía hijos y estaba pensando hacerse una fertilización
pero, de momento me confesó que estaba más preocupada con su aspecto físico y
para embarazos ya habría tiempo, pero en cualquier caso no pensaba dar de el
pecho a su futuro hijo. Si es que se decidía y las cosas salían bien, le daría
una alimentación a base de leche de bote que según su Médico de Cabecera son
tan buenas o mejores que la materna.
En
la primera consulta, Carmen estaba presente, como hacía siempre que tuviera que
explorar a una paciente, no porque hubiera tenido algún problema, a mi no me
había pasado, pero sabía de varios colegas que habían sido denunciados por
abusos sexuales sin posibilidad de defensa porque era la palabra de uno contra
la de otro. La paciente tenía unas mamas francamente bonitas, si que es verdad
que posiblemente fueran un poco pequeñas, pero no tanto como para llamar la
atención. Le expliqué las ventajas y los inconvenientes de la cirugía, las
posibilidades de mejoría siempre que se pusiera unas prótesis pequeñas porque
de lo contrario el pecho quedaría demasiado grande. Le enseñé algunas fotos y
quedamos en que pediría consulta otro día para que viniera con su marido y le
tendría preparado un presupuesto por escrito. Se despidió con un hasta pronto y
Carmen y yo coincidimos en que era una paciente segura de cirugía y como
siempre discutimos cuanto le deberíamos cobrar. Mi mujer estaba empeñada en que
tenía que ser un Cirujano caro porque los pacientes evolucionan mejor cuanto
mas pagan, parece mentira ¿verdad?, y como todos recorrían dos o tres consultas
antes de operarse, era bastante frecuente que se decidieran por el presupuesto
mayor. Nunca lo había entendido, pero era así y sin embargo yo era de la teoría
de ser parco en la cantidad porque mi infraestructura no era tan importante
como la de aquellos que cobraban, en mi opinión cantidades desorbitadas,
desorbitadas para mí, pero no para la mayoría. Cada uno que cobre lo que le de
la gana, entre otras cosas porque la Sociedad Española de Cirugía Plástica que
yo sepa no tiene tarifas y si es muy caro, supongo que el propio mercado es el
que fija las cantidades. En cualquier caso, nos venía muy bien porque era una
cirugía mas, que nos llevaba poco tiempo hacerla y prácticamente todas quedaban
bien. Eso si, tendría que insistir en el tamaño de las prótesis porque de
ninguna manera le pondría unas prótesis grandes. Era preferible quedarse corto
que pasarse.
A
los pocos días volvió la paciente sola a la consulta para saber si le había
hecho el presupuesto que le había prometido:
- Perdona que me meta donde no me llaman pero
¿no ibas a venir con tu marido? – pregunté a propósito para evitar situaciones
incómodas.
- Si, en eso quedamos pero no ha querido venir
– contestó con una sonrisa
- Perdona que te haga esa pregunta porque como
mujer y mayor de edad no es necesaria su presencia, pero personalmente prefiero
explicar todo a la pareja.
- En mi caso no hace falta – me contestó con la
misma sonrisa – aunque estoy segura que antes de la operación vendrá algún día
para conocerte, pero hoy imposible porque tenía mucho trabajo.
- Bien, bien, como quieras – la miré y me
pareció que estaba como triste – lo que si que me gustaría que quedase muy
claro es que no necesitas unas prótesis grandes.
- Eso lo he estado pensando en casa y creo que
tienes razón, pero siempre que me queden tirando a grandes.
- Lógico, para eso te operas ¿no?
- Por eso lo digo.
- En cualquier caso – abrí un cajón de la mesa
y saqué unos papeles y un sobre – para operarte necesitas hacerte un estudio
preoperatorio completo
- ¿Tiene que ser anestesia general?
- Si – la volví a mirar directamente – yo se
que hay gente que las hace con local y sedación, pero no merece la pena. Ten en
cuenta que te va a dormir un anestesista y si surgiera alguna complicación
estará a tu lado para resolverla sobre la marcha y por eso es por lo que la
cirugía la hacemos en una clínica que tiene UVI, un quirófano bien dotado con
todo lo necesario para solventar cualquier problema que pudiera surgir y por
eso necesariamente te tienes que hacer un estudio preoperatorio completo.
La
paciente mientras que hablábamos había abierto el sobre en el que iba el
presupuesto sin mostrarse especialmente sorprendida por la cantidad. Iba
repasando con el dedo las diferentes cantidades, Sanatorio, Ayudantes,
Anestesia, Cirujano y en un apartado el precio de las prótesis y entre
paréntesis que tenía que abonarlas al laboratorio antes de la cirugía para que
ellos las dejaran en depósito en la clínica.
- Ya – levantó los ojos de las hojas del
presupuesto – no, si yo lo decía porque así me saldría un poco mas barato.
- Lo siento pero te tengo que decir que no
–volví a mirarla para ir ganando su confianza
e ir viendo sus diferentes reacciones - para que te hagas una idea yo no
opero absolutamente a nadie sin una Anestesista a mi lado.
- ¿Y eso?
-
No se, lo mismo es una manía personal, pero bastantes problemas tenemos los
Cirujanos con las operaciones para asumir encima los riesgos de una anestesia.
Yo asumo los míos y el Anestesista los suyos
- Y yo pago – contestó con una carcajada que le
hizo echar un poco hacia atrás la cabeza y dejar desplazar hacia un lado el
pelo.
- Bueno, es verdad pero todos los profesionales,
sean del ramo que sean, cobran por su trabajo y nosotros no íbamos a ser menos
¿no crees?
- Es lógico y yo no me voy a quejar por eso –
volvió otra vez a mirar los papeles adoptando una expresión algo sombría – esto
es un capricho y los caprichos hay que pagarlos.
- ¿Un capricho? – la verdad es que después de
casi diez años dedicado a la Cirugía Estética estaba un poco harto de la gente
que pensaba de esa manera y aunque mantenía una sonrisa permanente en el fondo
me molestaba bastante – yo no creo que sea un capricho, al revés, a mi me
parece que hay determinadas técnicas quirúrgicas que te pueden ayudar a que te
encuentres mejor, a que tú personalmente te encuentres mejor y si estás sana y
las puedes pagar ¿porqué no mejorar?
- Si quieres que te sea sincera – me miró
fijamente aunque conservaba su expresión risueña – a mi no me parece que estén
tan mal, pero mi marido dice que son pequeñas
- ¿Y tú quieres complacerle?
- Si puedo ¿por qué no?
Era
la eterna canción y nunca lo había entendido, lo que pasa es que yo gano dinero
con este tipo de gente, pero no lo entiendo, si una mujer se mira al espejo y
se ve bien ¿porqué se tiene que operar? ¿acaso piensan que porque se arreglen
las mamas va a mejorar su matrimonio? Debería hacer una encuesta sobre este
tema, pero estoy seguro de las muchas que he operado hasta el día de hoy y que
se han operado por motivos similares pasados unos meses o un año, la mayoría
están separadas porque un matrimonio no se puede mantener solo por la imagen
corporal de uno de los componentes de la
pareja.
La
miré con gesto serio y percibí en ella
una cierta vergüenza:
- ¿Me dejas que te diga una cosa ahora que
parece que nos conocemos un poco más? pero eso si, con la condición que no te
enfades porque si es así, no te lo digo.
La
paciente levantó su mirada y juraría que estaba a punto de echarse a llorar.
Parecía como si supiera lo que le iba a decir, pero no quería oírlo, aunque le
podía más la curiosidad
-
Puedes decirme lo
que quieras pero es una decisión que ya tengo tomada y me voy a operar. Otra
cosa diferente es con quién y por eso estoy visitando a varios Cirujanos para
la decisión de mejorar mi figura ya la tengo tomada y lo voy a hacer.
-
Me parece muy
bien y yo estoy dispuesto y preparado para mejorar lo que tú quieres, pero si
yo fuera tú, no me operaba
-
¿Cómo dices? –
pareció como si una súbita expresión de furia hubiera llegado hasta su cara y
se había enrojecido como una colegiala – creo que ésta vez te has pasado
-
Por eso he
empezado por pedirte permiso para decirte una cosa con la condición que no te
enfadaras y tú has dicho que si
-
Ya, pero – sus
dedos daban vueltas nerviosamente al sobre con el presupuesto – no me gusta que
nadie se mete en mi vida y mucho menos gente que no me conoce.
-
En eso estoy de
acuerdo. Te conozco muy poco y espero conocerte más antes de la cirugía porque
ya te digo que nosotros te podemos ayudar mediante cirugías, pero lo que en
ningún caso arreglamos con un bisturí y unas prótesis son tus problemas de
pareja.
De
pronto y como si le hubiera dicho alguna barbaridad se levantó de la silla en
la que estaba sentada frente a mí y con gesto altivo se marchó no sin antes
soltarme: “creí que había venido a una consulta de un Cirujano Plástico y no al
Psicólogo” y mientras cerraba la puerta me dio tiempo a decirla “piensa en lo
que hemos hablado y cuando quieras seguimos hablando” La puerta se cerró
violentamente y a los pocos segundos Carmen la abrió y me preguntó que había
pasado porque la paciente llevaba cara de pocos amigo. Nada, no te preocupes –
le contesté mientras me relajaba – que a esta la operamos, aunque ahora salga
como alma que se lleva el diablo.
-
Eso espero porque
este mes parece que no hay excesivas cirugías
-
No te preocupes
que Dios aprieta pero no ahoga
-
Carmen
se acercó y me dio un masaje apretando con amor mis hombros cansados. Después
me dio un beso en la mejilla y planteó:
-
¿Nos vamos?
-
¿Ya hemos visto a
todos?
-
Si, solo queda
Margarita que me acaba de llamar diciendo que hoy no puede venir, pero no hay
problemas porque es una última revisión
de una rinoplastia que le hicimos hace nueve meses y me ha dicho que está muy
bien.
-
Entonces – me
levanté de la mesa, me quité la bata que colgué de un percha del armario, me
puse la chaqueta – vámonos que aquí ya está todo el pescado vendido.
Carmen
y yo decidimos que en lugar del gin tonic que nos tomábamos casi todos los días
en la Cafetería Marena, cerca de la consulta, nos tomábamos algo suave en casa
y quieras que no eran casi diez Euros que nos ahorrábamos. No era mucho, pero
en vista que seguía sin nada interesante por la mañana, teníamos que mirar los
gastos de una manera diferente que como hasta entonces. Además por aquella
época yo había engordado por lo menos cinco kilos y aunque no quería no me
quedaba más remedio que ponerme a régimen, lo que me provocaba bastante
malhumor. No sentamos como siempre a ver la tele, le pasé un brazo por encima
de su cuello y a los pocos minutos estábamos en la cama haciendo lo que hacen
la mayoría de los matrimonios normales cuando sus dos únicos hijos se habían
ido a pasar el fin de semana con sus abuelos. Al terminar, mi mujer se dio la
vuelta y parece que se había quedado profundamente dormida, mientras que yo
permanecía con los ojos abiertos imaginándome como sería la vida de la señora que
me había visitado por la tarde en la consulta. Si, si, las de las mamas, la que
se fue tan enfadada. Era la cuarta o quinta vez que me pasaba lo mismo y había
tropezado en la misma piedra, pero uno es así y no hay manera de cambiar. En el
fondo ¿qué me importaba a mí si la señora se operaba porque su marido le viera
las mamas pequeñas? Quien soy yo para meterme en la vida de nadie. En el caso
de las anteriores pacientes ninguna se había operado conmigo y de las cuatro,
dos volvieron a la consulta y me explicaron que no lo hacían porque se lo
habían dicho a sus maridos y ellos habían decidido que de darle dinero a ese
que se dedicaba a meterse en su vida privada, ni hablar, palabras textuales
según las pacientes. Las otras dos ni volvieron y Carmen siempre me decía que
yo me dedicara a lo mío y me dejara de tonterías. Si el marido la veía bien o
mal, ese era su problema y si estaba dispuesto a que su mujer se pusiera unas
mamas, pues que se las pusiera y tan amigos. Creo que tenía razón y más en la
situación por la que estaba atravesando, pero yo era así y a pesar de los años
transcurridos sigo siendo, bastante cabezón y muy difícil de dar mi brazo a
torcer. Era una cuestión de principios, yo pensaba que se lo debía decir y se
lo soltaba sin ningún pudor. Para mí el matrimonio es algo mucho más importante
que todo eso y como lo creía, se lo decía.
Carmen
se dio la vuelta en la cama y apoyó un codo en mi hombro
-
¿Estás despierto?
-
Si
-
¿Es por la
enferma de esta mañana?
-
Si
-
Pues no te
preocupes porque esa se operará ¿Qué te apuestas?
-
No me apuesto
nada porque seguro que lo perdería, pero lo que me fastidia es que he vuelto a
picar como un pardillo y no está la situación como para andar poniendo pegas a
nadie para operarse.
-
Bueno – Carmen se
apretó contra mi notando su pecho aun turgente contra mi brazo – lo importante
es que tú piensas así, se lo dices y te quedas tranquilo y luego ella que haga
lo que quiera.
-
Ya, pero
...........
-
No hay pero que
valga Andrés , lo importante es que tú estés convencido y si no se opera ya
aparecerá otra.
-
En eso tienes
razón – le di un beso en la frente – voy a intentar dormir ¿te parece?
-
Por supuesto.
Hasta mañana.
-
Hasta mañana.
Pasaría
aproximadamente dos tres semanas y un día Carmen me anunció que estaba la de la
mamas en la sala de espera con un señor que suponía que sería su marido.
Durante el tiempo transcurrido desde la segunda consulta había recapacitado
muchas veces en lo que le dije y tenía el firme propósito de la enmienda de no
volverlo a repetir. Allá cada cual con su pareja. Bastantes problemas tenía yo
con la mía como para andarme metiendo en la vida de nadie, pero era cierto que
aquella paciente me había resultado un poco especial. Tenía algo, no sabía el
que, pero algo que la hacía resultar muy atractiva y eso que no era una mujer
espectacular ni mucho menos, pero su mirada o no sé que, te hacía recordarla
con frecuencia y fueron varias las noches que me mantuvo en vela pensando.
Entró
en la consulta con aire decidido, se había arreglado bastante, se notaba que acababa
de salir de la peluquería, venía con una especie de cazadora de ante, un jersey
beis de cuello alto, unos pantalones azul marino y un pañuelo de colores que le
caía por los hombros. Su ojos eran más azules que nunca y la sonrisa continuaba
en el mismo lugar que la había dejado hacía dos semanas. Me levanté de mi silla
y como hacía con todos los pacientes le di la mano y tuve la sensación que ella
trataba de retenerla entre las suyas. A continuación me presentó a su
acompañante, desde el principio supuse que era su marido y nos sentamos para
iniciar la tercera consulta
-
¿Qué tal estos
días? – pregunté.
-
Bien, muy bien –
contestó mientras se quitaba lentamente unos guantes de piel y me acercaba un
sobre – le he traído el consentimiento informado, por supuesto firmado y
tenemos varias preguntas que hacerle si nos lo permite.
Desvié
la mirada hacia el marido y porque lo fuera o por cualquier otra razón me
resultó un individuo desagradable. Era joven, eso sí, pero tenía un rictus en
la boca como de chulería que resultaba un poco incómodo. Bien vestido, de sport
pero bien, sin em bargo había algo en él que no me gustaba. Podía ser el típico
maltratador que fuera de casa parecía un santo, un joven que se casa con
alguien de más edad y parece ser el dueño y tener capacidad de hacer y deshacer
lo que le diera la gana, no sé, pero algo no me gustó y sin embargo me
equivoqué de medio a medio. Estuvimos más de media hora charlando y al final
hasta me pareció una persona amena e interesante.
-
En resumidas
cuentas que no tiene porqué haber ningún problema – el marido me miraba
amistosamente
-
Hombre – le
contesté con la misma cordialidad – en Medicina es imposible decir eso, pero si
su mujer no tiene ninguna enfermedad que no parece - lo dije mirándola a ella –
y el preoperatorio no detecta nada del otro mundo, en principio no.
-
Bueno, pues por
mí adelante, pero es ella la que tiene que decir sí o no ¿verdad cariño?
-
No, no, yo digo
que si – se manifestó con expresión decidida - ¿cuándo sería?
-
Si a usted le da
igual transcurrida una semana, más o menos, desde que veamos el estudio
preoperatorio
-
Entonces ¿tengo
que volver otra vez? – la sonrisa de siempre iluminaba su cara
-
Claro porque
tenemos que revisar la analítica y todas las pruebas antes de decidir nada.
-
¿Le parece bien
que vuelva en quince días?
-
Hable con mi
secretaria y que la cite, pero seguro que sí.
-
Muy bien – nos
levantamos de nuestros respectivos asientos y cuando ya se marchaban preguntó
el marido – perdone Doctor, pero cuanto tiempo tiene que pasar desde que
paguemos las prótesis hasta que se las sirvan a Usted?
-
Por eso no se
preocupe – contesté mientras les acompañaba a la puerta – yo les tengo que
decir el tamaño y el mismo día, si fuera necesario, las sirven a la clínica.
-
Perfecto – me
volvió a estrechar la mano – hasta que nos volvamos a ver.
-
Adiós y a Usted
la espero para ver los resultados de las pruebas que le he pedido.
-
Por mi en quince
días – me contestó
-
Por mi también,
pero hablen con mi secretaria
-
Adiós.
-
Adiós.
Pasados
quince días, acudió nuevamente a la consulta, esta vez con un vestido negro
ajustado que la hacía todavía más atractiva. Nada más entrar y antes de
sentarse y cuando yo estaba a punto de darle la mano, me dio dos besos
-
Hola y perdona
que el otro día estuviera tan seria pero mi marido es muy celoso y prefiero no
darle ningún motivo para que se moleste.
-
Ya – esta vez
reconozco que ya la miré con ojos intrigantes -
¿y por eso me tratabas de Usted?
-
Es lógico ¿no?
-
No sé, tú sabrás.
-
¿A ti te gustaría
que tu mujer tratase de tu a un Cirujano?
-
Dos cosas – la
verdad es que era una mujer muy atractiva pensaba mientras soltaba una risa –
una yo no soy celoso, por lo tanto me daría igual y dos mi mujer no necesita ir
al Cirujano Plástico porque según ella – estas palabras las dije muy lentamente
– está muy bien y su pecho es muy bonito
-
Y tú ¿piensas
igual?
-
Por supuesto
-
Esa es la
diferencia entre tú y yo – sacó un pañuelo del bolso y con un dedo se secó unas
lágrimas que aparecían por los párpados inferiores de unos ojos muy bien
perfilados con un lápiz tirando a azul y como en una explosión de sinceridad
confesó – pero yo ¿por qué me tengo que operar? tengo un miedo terrible y todo
porque a mi marido no le gustan mis pechos ¿tú crees que estoy tan mal?
La
verdad es que era una situación que, a pesar de los años que llevaba de
consulta, nunca se me había presentado de una manera tan manifiesta. Sabía,
realmente no lo sabía pero estaba seguro, que algunas de las que había operado
pensaban lo mismo que esta mujer que se desesperaba delante de mí pero nunca se
me habían puesto a llorar de una manera que daba auténtica pena. La miraba
desde el otro lado de la mesa pensando que tenía toda la razón, le miré sus
mamas que se dibujaban debajo de su traje y me parecieron que estaban muy bien,
pero quién era yo para meterme en su vida privada. Lo único que tenía
absolutamente claro es que si me pasara a mí, no me operaba ni de broma, mi mujer se tendría que adaptar a lo que
había y si no le gustaba no tendría más remedio que coger la maleta y salir de
casa. Nos conocíamos muy bien cuando nos casamos y solo faltaba que a los pocos
años viniera con que no le gustaba mi nariz o algo por el estilo ¡lo que me
faltaba! y encima para intentar arreglarlo yo tenía que pasar por un quirófano,
estaría bueno, pero claro, yo no era la paciente que tenía delante y yo sí que
se lo que haría, pero, en el fondo ¿quien era yo para aconsejar nada? Intenté
tranquilizarla porque me parecía lo más honrado aunque era consciente que podía
perder una cirugía.
-
Lo primero que
tienes que hacer es tranquilizarte – le pasé un kleenex – y no llores porque
uno es muy sentido y si nos ponemos a llorar los dos menudo espectáculo que
vamos a dar. Venga, anímate y alegra esa cara.
-
Lo siento – se
arregló un poco el pelo con un movimiento de su mano derecha – pero es que no
puedo aguantar más, pero tú no tienes nada que ver. Lo siento.
-
Por mi no te
preocupes, no pasa nada, a veces pienso que he equivocado la carrera y debería
haberme metido a fraile y esto sería como un confesonario.
-
¿Y tú serías el
Padre Cubiles? – contestó esbozando una sonrisa
-
Queda bien, eso
del Padre Cubiles ¿verdad? suena a Jesuita. El caso es que yo muchas veces me
miro al espejo y efectivamente un poco de cara de cura sí que tengo, o sea que
hermana- junté las manos en señal de oración – abre tu corazón y cuéntame tus
pecados.
La
paciente se movió inquieta en la silla como dándome a entender que su problema
no era como para tomármelo a broma. Quería reírse pero las lágrimas le salían
sin poder contenerse, le gustaría ser un dechado de alegría pero todo su cuerpo
expresaba una gran preocupación. Parecía como si fuera a romper a hablar, pero
en el último momento se reprimía como si fuera consciente que yo no era la
persona adecuada para contarle todas sus cuitas. Según la miraba me daba cuenta
que lo que esta señora necesitaba era alguien que la escuchara, no que la
perdonara, no, sino simplemente alguien a quien ella pudiera mostrarse como
era. Me daba mucha pena porque era consciente que sufría de mala manera, pero
no sabía cómo demostrarle que podía confiar en mí, me encantaría ser su amigo,
sin más, alguien que esté a su lado, posiblemente incluso sin hablar, con el
que pudiera desahogarse, pero no veía la manera y posiblemente tampoco era el
marco ideal para todo lo que debería soltar por su boca, pero tampoco me
atrevía proponerle que nos fuéramos a otro sitio. Para evitar andarnos con
miramientos la llamaremos Pepa que como no era su nombre de verdad no hay
problemas de malos entendidos.
-
Pepa ¿sabes lo
que tienes que hacer? – esta vez me puse serio
-
Tú dirás
-
El próximo fin de
semana vete con tu marido a algún sitio donde nadie os estorbe, donde puedas
hablar con él con tranquilidad y plantéale lo mismo que me estás diciendo a mí.
-
Ojalá pudiera
hacerlo, pero es imposible
-
Pero inténtalo
-
No le des vueltas
– ella me miró como si fuera un trozo de madera en medio de un naufragio – eso
que me cuentas ya lo he intentado y no ha valido para nada, porque no quiere ni
oírlo. ¿Sabes lo que pasa? – esta vez su cara se tornó de una dureza
preocupante – él sabe que es lo único que tengo y por eso se aprovecha. Yo dejé
a mi familia por él, vivía tan ricamente en Ciudad Real, tenía mi trabajo y
cuando le conocí, parece que fue ayer pero hace nada menos que seis años, me
convenció para que dejará todo y me fuera con él a Colombia.
CAPITULO
3.-
La
conversación se mantuvo bastante tiempo y aquello ya empezaba a ser lo que yo
quería, no una consulta, no, si no una amiga a la cual intentaría mejorar
mediante una operación de Cirugía Estética, eso ya me gustaba mucho mas, pero
tampoco era plan intimidar en plena consulta. Es cierto que hoy no estaba
Carmen y la recepcionista no interrumpía jamás una consulta pero mejor era ir a
algún bar a tomar una copa.
-
¿Cómo andas de
tiempo? – le pregunté como quien no quiere la cosa.
Pepa
me miró directamente con una mirada que trataba de descifrar el porqué de
aquella pregunta sin aparente sentido.
-
Para saber lo que
quieres saber de mí, este sitio no está mal ¿no?
-
Conozco un bar
aquí al lado que tienen unos gin tonics perfectos ¿te apetece uno?
-
Bueno – otra vez
me miró con ojos intrigantes – pero uno y nada más ¿de acuerdo?
-
De acuerdo – me
levanté de la silla a la vez que ella tomaba su abrigo y su bolso, me quité la
bata, la colgué en una percha que saqué de una pequeña taquilla situada al
fondo de la consulta, me puse una chaqueta y salimos a la calle.
El
bar Marena estaba situado a escasos metros del edificio de consultas y nada más
entrar tenía una típica barra con pinchos y unas banquetas altas. Pasando esa
primera parte y después de saludar al camarero que se afanaba en mantener las
diferentes tapas en perfecto orden, se encontraba el pub propiamente dicho. Era
un local pequeño, escaso de luz, con pequeños sillones distribuidos de una
manera que parecían desordenados, mesas bajas para depositar las copas, un
piano y como adosado a él un individuo de edad indefinida, de cara color
cetrina aunque podía perfectamente ser de color procedente de la Cuba de Fidel
Castro, que se mantenía erguido como una figura de cera y que solo retiraba las
manos de las teclas para saborear una copa que era parte de la decoración del
propio piano formada por ginebra, un poco de ron, vermouth rojo, dos hielos,
una pequeña rodaja de naranja y una aceituna atravesada por un palillo. Al otro
lado del piano, un montón de partituras apiladas desordenadamente para
satisfacer todas las peticiones de los clientes. Era pronto y por eso el pub
estaba casi vacío. Al fondo una pareja parecía discutir civilizadamente y
Matías, el pianista me saludó con el cariño que sabía que me tenía desde hacía
muchos años. Sin necesidad de decirle nada comenzó a tocar “La vida sigue
igual” de Julio Iglesias, cosa que le agradecí al pasar. No se sentamos en una
mesa, Pepa pidió a Juan, un camarero uniformado como Dios manda con su
chaquetilla blanca, su pantalón negro y su eterna sonrisa, un gin tonic con
poca ginebra y yo lo de siempre. A los pocos segundos apareció con el pedido y
después de depositarlo en la mesa, se retiró discretamente. Levanté mi copa y a
través del cristal pude percibir que Pepa, mi mas que segura paciente, se
mostraba nerviosa, miraba para un lado y para otro como queriendo descubrir que
es lo que hacía conmigo en un pub desconocido y como expectante por saber cómo
se iban a desarrollar los términos de la conversación que necesariamente
teníamos que mantener.
-
Por la amistad
que iniciamos en este momento – brindé.
Ella
levantó su copa lentamente, a continuación sus ojos se clavaron en los míos
y brindó a su vez de una manera que me
resultó enigmática.
-
Porque nunca nos
tengamos que arrepentir.
-
Arrepentir ¿de
qué?
-
No lo sé, Andrés,
no lo sé, pero creo que vamos demasiado deprisa.
-
¿No te apetece?
-
No lo sé – me
volvió a mirar con esos ojos que mostraban una cierta inquietud – no estoy
segura. Por un lado si, para que te voy a engañar, pero por otro creo que nos
deberíamos mantener en el plano que tu eres el Cirujano y yo la paciente.
-
¿Tú crees que es mejor?
-
En determinadas
circunstancias no solamente lo creo si no que estoy segura.
-
¿Por qué dices
eso? – pregunté tomando la copa en mi mano y acercándola a mis labios.
-
Porque los dos
tenemos nuestras vidas, tenemos unas obligaciones y no sé, es muy difícil de
explicar lo que siento
-
¿Quieres que nos
vayamos?
-
No – contestó
rápidamente – pero eso no quiere decir que lo esté haciendo bien.
-
Yo no lo veo mal
– reconozco que la estaba sometiendo a un interrogatorio casi de tercer grado –
efectivamente tú eres mi paciente y a mí me apetece conocerte más íntimamente
¿qué tiene que ver que los dos tengamos nuestras vidas? Solo faltaba, claro que
las tenemos
Pepa se pasó ambas manos por su pelo y se apoyó en el
respaldo del cómodo sillón tratando de relajarse y de paso poner orden en sus
ideas
-
Mira Andrés, ¿por
qué no hablamos de otra cosa?
-
Pero ¿por qué? –
insistía yo – a mi me apetece saber cosas de ti, no sé cómo decírtelo. Entre tú
y yo se ha establecido una especie de atracción, a mi me lo parece y por lo
menos yo reconozco que estoy a gusto contigo y me gustaría saber todo de tu
vida, saber cómo piensas, como te va , que piensas cuando estás sola
etc...etc... porque yo no paro de pensar en ti desde el primer momento que
entraste en la consulta hace por lo menos un par de meses y si quieres que te
diga la verdad, pensaba que nunca ibas a volver. Alguna vez estuve a punto de
llamarte por teléfono pero me imaginaba que lo podría coger tu marido y tampoco
era plan meterte en un lío porque ya me dijiste que era muy celoso
Pepa me miró y comenzó a llorar. Yo no sabía qué
hacer, si la abrazaba me parecía excesivo y si la dejaba derramar esas lágrimas
sin hacer absolutamente nada tampoco me parecía la mejor postura, pero fue ella
la que me facilitó las cosas porque a los pocos segundos se secó las lágrimas,
bebió una cantidad mínima de gin tonic y se sinceró:
-
Mi marido se fue
de casa hace un mes y de momento estamos con todos los trámites para hacer un
divorcio civilizado
-
Me dijisteis que no teníais hijos ¿no?
-
No
-
Menos mal, porque
si no sería todo mucho más complicado.
-
Eso dicen, pero
en mi caso no te creas que está siendo fácil porque Antonio, mi ex, no está por
la labor y sigue sin entender nada.
-
No se – la
situación no era especialmente agradable para mí que esperaba algo como mucho
menos personal aunque también es cierto que yo la iba preguntando cosas a
propósito para saber un poco mas de ella y sus circunstancias- yo no puedo
opinar de una separación porque afortunadamente nunca me he visto en una
situación parecida, pero eso de separación amistosa a mi me suena un poco, como
te diría, como a chiste
-
¿Y por qué? –
Pepa me miraba con curiosidad
-
Pues porque, ya
te digo que supongo, para plantearte algo para mi tan serio como dejar a tu
pareja tienen que haber pasado antes muchas cosas, muchas discusiones, muy mal
rollo ¡yo que sé! Y desde luego yo no digo que si dejase a mi mujer no la
volvería a hablar pero me costaría trabajo
-
Hombre, eso
depende
-
¡Como que
depende! Encima que me dejan tengo que aguantar. No creo que fuera capaz.
-
Andrés yo te digo
que no es así, por lo menos para la mujer y ya te digo que en nuestro caso no
hay niños por en medio que si no todavía es peor, pero lo que tienes que
valorar, lo primero que tienes que valorar – repitió endureciendo su mirada -
es quien deja a quien
-
Por supuesto, en
eso estoy de acuerdo
-
Bien – Pepa bebió
un poco de gin tonic – una pareja, en mi caso un matrimonio porque después de
unos años de convivir, hace poco le convencí para que nos casáramos, las cosas
no surgen así como así. Es mal comparado como cuando tienes agujetas, no te
salen un día por las buenas, si no que muchos días antes te has pasado en el
gimnasio o algo parecido.
-
Me parece que la
comparación no es especialmente afortunada – sonreí para aliviar un poco la
tensión que notaba se iba apoderando de mi acompañante ocasional – comparar una
pareja con tener agujetas, me parece muy fuerte.
-
Bueno, tú me
entiendes. Lo que quiero decir es que el amor, si es que alguna vez ha
existido, poco a poco se va perdiendo
-
A veces
-
Claro, cuando se
va perdiendo – parece que a Pepa le molestó un poco que la interrumpiera – como
fue mi caso
-
Pero vosotros
vivíais juntos desde mucho antes ¿no?
-
Si, si, pero al
principio todo iba bien, pero poco a poco yo notaba como Antonio iba cambiando
y lo curioso es que no te puedo decir exactamente en qué, pero todos los días
había algún pequeño detalle que confirmaba lo que te estoy diciendo.
-
Pero él seguía
yendo a casa todos los días supongo
-
Si, él todas las
noches, excepto alguna vez que por razones de trabajo tenía que viajar, dormía
en casa pero, por ejemplo un detalle, cada vez llegaba un poco más tarde. Al
principio me decía que tenía mucho trabajo, luego que si había encontrado un
tapón tremendo en la carretera, luego que si su jefe le había propuesto ir a
tomar una copa para continuar hablando de los problemas de su trabajo etc……etc.
-
Bueno pero eso le
pasa a mucha gente y no se separan
-
Por supuesto que
no, pero eran esos pequeños detalles los que iban minando nuestra relación. Eso
sí, mientras él llegaba a casa a la hora que le daba la gana yo tenía que esperarle
y encima más o menos arreglada porque si no, le parecía mal. Es más, muchas
veces, como yo al principio me pasaba el día sola en casa, cuando llegaba le
planteaba salir por ahí a tomar algo y al principio todo era decir que si con
buena cara y poco a poco empezó que si llegaba muy cansado, que si al día
siguiente tenía una reunión muy importante, que si patatín y patatán, el caso
es que nos quedábamos en casa.
-
Vaya aburrimiento
¿no?
-
Sí, pero no tenía
derecho a protestar, yo me vine de casa de mis padres sin trabajo y tampoco iba
a andar por la calle sin tener nada que hacer
-
Ya, pero podías
salir con una amiga o irte de tiendas ¡yo que se!
-
Eso ni me lo
planteaba porque Antonio era muy celoso y siempre que sabía que había salido no
hacía nada más que hacerme preguntas sobre con quien había estado, cuanto
tiempo, que me había comprado etc…etc.
-
Bien, eso no me
parece tan mal por dos motivos – ya iba por mi segundo gin tonic – uno porque
me imagino que cuando te fuiste con él ya sabías más o menos con quien te ibas
y otro porque el que tu marido se preocupe por saber lo que has hecho todo el
día tampoco es ningún pecado.
-
Claro y a mí, al
principio tampoco me parecía mal – Pepa llamó al camarero con un pequeño gesto
de su mano derecha y le pidió otro gin tonic con muy poquita ginebra por favor
que si no, enseguida se me sube a la cabeza – pero poco a poco todo fue
cambiando y cada vez era como más exigente y no entendía, por ejemplo, por qué
me había pasado toda la tarde con una amiga tomando un café, ¿tantas cosas
tenías que contarle? preguntaba como quien no quiere la cosa y sin embargo él
llegaba tarde y cuando yo le preguntaba de donde venía casi ni me contestaba y
yo sabía que algo tenía que haber tomado porque olía a alcohol que tiraba para
atrás.
-
¿Y así aguantaste
cuatro años?
-
No, porque a los dos años encontré un trabajo
como secretaría de uno de los jefes del Banco Popular y ya empecé a trabajar en
horario, al principio solo de mañana y después tenía que ir también dos o tres
horas por la tarde.
-
¿ Y ahí empezó el
lío?
-
Un poco si – mi
acompañante daba vueltas a la copa del gin tonic tratando de conservar el hilo
de la conversación – bueno no del todo porque yo tenía muy buen sueldo y nos
vino muy bien.
-
¿Tenías muy buen
sueldo?
-
Si por que era
bastante más que joven que ahora, tenía buena presencia, sabía dos idiomas y
tenía disponibilidad horaria
-
¿Y eso a tu ex le
parecía bien?
-
No le parecía muy
bien, según él que la mujer trabajase era síntoma de progreso y sobre todo que
al final de mes nos venía al pelo que apareciera yo con mi buen sueldo fijo,
pero a pesar de eso estaba insoportable y yo sabía que era porque yo era la
secretaria personal de un dirigente del Banco y eso le llevaba los demonios.
-
Pero ¿tenía
motivos para estar celoso?
-
Por supuesto que
no - Pepa parecía no entender el porqué de todas esas preguntas – desde el
principio dejé bien claro que estaba casada, entre otras cosas, para que no
pasara lo que yo me imaginaba que iba a pasar.
-
O sea que tú más
o menos te olías algo
-
Hombre, tampoco
hay que ser muy lista. Tú ponte en mi situación, de estar en casa todo el día
esperando a mi marido a pasarte el día en la calle y encima trabajando para un
señor solo
-
¿Y tú se lo
dijiste así cuando te apareció la posibilidad de trabajar?
-
Claro ¿cómo no se
lo iba a decir? y ¿sabes lo que me preguntó?
-
¿Antonio tu ex?
Me lo imagino después de todo lo que me has contado.
-
Pues por un lado
contento porque en esa época lo estábamos pasando mal económicamente y el que
entrara una buena cantidad de dinero al mes nos venía muy bien, pero mi trabajo no le gustaba absolutamente
nada. Decía que yo era suya y que no tenía que andar por ahí con nadie.
-
Eso lo dicen
todos los que son como tu ex
-
Ya me imagino
pero para mí, al principio, fue como un jarro de agua fría porque había llegado
con la posibilidad de mi nuevo trabajo toda ilusionada y me salta con eso.
Bueno y más cosas
-
¿Si?
-
Si, si – se
notaba que Pepa no sabía si debería seguir por ese camino – lo que pasa es que
después de tiempo te das cuenta que eran importantes para él, aunque para mí
eran tonterías
-
¿Me cuentas
alguna?
-
Pues, por
ejemplo, ahí empieza todo lo de la operación de mis pechos porque me dijo que
lo mismo al fulano, esa fue la expresión que utilizó, no le gustaban y me
tendría que operar.
-
¿Porque no le
gustaran a tu futuro jefe? Eso sí que tiene mérito y ninguno de los dos le
conocíais
-
No, pero era una
forma de meterse conmigo
-
¿Y tú no decías
nada?
-
Sí, pero le daba
igual. Le había comentado mil veces que no se podía andar así por la vida, pero
a lo que se ve no me hizo ni puñetero caso, porque no cambió.
-
¿Pero te había
dicho alguna vez que te operases porque no le gustaba tu tipo?
-
Si, montones de
veces pero yo siempre le contestaba que a mi tampoco me gustaba que él tuviera
algún michelín y por eso no se me ocurriría decirle que se operase.
-
¿Y que te decía?
-
Nada, que no era
igual, porque en él no se fijaba nadie.
-
Ya – con tantas
historias me iba dando cuenta que los dos, de una manera inconsciente nos
íbamos alejando del tema que, por lo menos a mi era lo que más me interesaba,
pero por otra parte ella tenía que desahogarse con alguien y yo me había
ofrecido, o sea que tampoco tenía derecho a quejarme y además que duro tenía
que haber sido para ella todo lo que había pasado – total que te convenció para
que fueras a un Cirujano.
-
No te creas que
al principio fui para que no dijera que no le hacía caso, pero no estaba nada
convencida.
-
Entonces ¿fui yo
el que te convenció?
-
No, tú tampoco
porque la impresión que me diste es que no tenías mayor interés en operarme y eso
para una paciente no es muy halagador.
-
Bueno, a lo mejor
es que tú has ido a parar a la consulta de un Cirujano Plástico un poco raro y
prefiero que pases por un Psicólogo antes de meterte en cirugías.
-
¿No me estarás
insinuando que estoy loca?
-
No, ni mucho
menos – puse cara como si fuera la primera vez que me hacían esa pregunta
cuando la verdad es que la había tenido que razonar en diferentes ocasiones -
eso es lo que cree casi todo el mundo, pero es justo al revés. Lo que yo quiero
es que la que se opere conmigo lo haga convencida de donde se va a meter y
sobre todo y eso es lo más importante que no piense que la cirugía le va a
arreglar sus problemas matrimoniales, como te pasa a ti, porque no es verdad y
eso un psicólogo lo explica mucho mejor que yo
-
Mira, Andrés, no
empieces con esa historia otra vez porque me levanto y me voy.
-
No entiendo
porqué. Lo que te digo es de lo más razonable y de hecho tu misma lo confesaste
en una de las consultas
-
¿Qué te dije?
-
Pues eso, que te
operabas porque a tu marido no le gustaban tus pechos.
-
Pero a mí
tampoco.
-
Bueno, bien, a ti
tampoco pero eso lo dices ahora.
-
Y antes también.
-
No antes no,
entre otras cosas porque si me lo hubieras dicho yo no hubiera hablado para
nada de tu matrimonio – y en mala hora se me había ocurrido iniciar esa
conversación mientras no tomábamos un gin tonic bueno dos, porque ahora ya no
había quien la parara. Estaba lanzada en contarme sus penas y no sería yo el
que evitase esa situación. Se notaba a la legua que tenía auténtica necesidad
de contarle a alguien lo mal que lo había pasado y en el fondo me estaba dando
una pena tremenda. ¡Hay que ver las cosas que le pasan a la gente!
Una chica joven, fuera de su casa, que el marido se la
va pegando por ahí con más de una y encima ella le tiene que esperarle
arreglada para que cuando llegue a casa casi ni la mire y cuando encuentra un
trabajo intenta obligarla a pasar por el Cirujano no porque a su jefe le guste
o no su pecho si no porque al que no le gustan es a él. ¡Menuda cara tiene el
personal! Pobre Pepa y encima lo cuenta como sintiéndose culpable, lo que
faltaba. No es por presumir, porque me ha pasado muchas veces, pero Pepa estaba
deseando soltar todo lo que tenía en su interior y lo único que necesitaba era
un interlocutor como yo, alguien no digo que la entendiera pero por lo menos
que se interesara y ahí estaba yo con cara de no haber roto un plato en mi vida
prestándola tanta atención porque no era capaz de entender como se podía haber
ido a vivir con un tío con tanta cara. Por supuesto que no se lo iba a decir,
aunque sí que podría porque ya se había separado, pero tampoco era cuestión de
tomar partido por uno o por otra sin conocer las dos versiones, pero, desde
luego la que ella me contaba no era tan rara.
-
Andrés – Pepa me
dio un pequeño golpe en mi codo derecho - ¿tienes sueño?
-
¿Quien yo?
-
Quien va a ser
-
¿Por qué me
preguntas eso?
-
Parece que te ha
dado un aire
-
No – no es que me
hubiera dado un aire, pero sí que me había quedado como pensativo – al revés,
estaba dándole vueltas a todo lo que me has contado y me estoy quedando
impresionado
-
Pues es así,
Andrés, tú ¿no querías que te contara mi vida? pues ahí tienes un trozo pequeño
¿qué te parece?
-
No sé que decir –
me quedé mirando a unos ojos que trataban de descubrir cuales eran mis intenciones
y dispuestos a ir por cualquier dirección. En ese momento, pensé como era mi
vida, todavía no se por qué, pero por mi cabeza comenzaron a pasar como si
fueran una sucesión de fotos algunos o muchos aspectos de mi vida, tanto actual
como pasada y me dio la impresión que ella se dio cuenta y como para facilitar
que pudiera valorar todo lo que me estaba pasando se levantó, me dijo que se
iba al baño y desde mi asiento vi como se encaminaba al fondo del pub con la
idea de recomponer un poco el maquillaje que se había visto claramente afectado
después de aquellas sinceras lágrimas.
Serían cinco minutos, posiblemente menos, los que
tardó en volver, tiempo suficiente para hacerme bastantes preguntas sobre mi
situación y que es lo que hacía ahí. Me acordé de Carmen, mi mujer, que ahora
estaría en casa con las niñas, era la hora de las cenas y el único momento del
día que se juntaba toda la familia. Ya no era aquella época en que lo único que
hacían era tratar de educar entre los dos a sus hijas, ahora ya eran más
mayores y se podía hablar de muchas cosas, aunque continuaban siendo niñas para
mí, pero no tanto. Recordaba muchas de aquellas cenas y realmente tenía que
reconocer que lo pasábamos muy bien. Carmen era muy niñera y las dejaba contar
historia tras historia y había que ver la imaginación que tenían las dos niñas,
seguro que a mí no habían salido. ¿No debería estar ahí y no aquí tonteando
como un quinceañero? Siempre me pasaba igual y así me lucía el pelo, claro.
Cuando tenía una mínima oportunidad con alguna chica, mi conciencia parecía
indicarme el mejor camino para no meter la pata y por supuesto se deshacían
como un azucarillo todos mis planes. Se había convertido en una especie de
manía mirar a través de los hielos de un gin tonic y esa visión era para mí
como una pantalla gigante de cine en la que me veía siempre de protagonista y
tenía la ventaja que me permitía verme en el futuro, no en el momento presente
y eso me hacía valorar con mas detenimiento lo que estaba dispuesto a hacer.
Era una especie de visión de mi vida pero no por el camino normal, no, sino
como de delante hacia atrás y eso me permitía rectificar con cierta facilidad y
eso es lo que me está pasando ahora mismo. Menos mal que Pepa se ha ido al
cuarto de baño porque de lo contrario seguro que se daría cuenta. Yo seguía con
mi gin tonic y allí estábamos en un despacho de abogados tratando Carmen y yo
de nuestra separación, mientras las niñas lloraban desconsoladas porque no
quería que se produjera esa separación y hacía preguntas del tipo como
¿no tiene arreglo? ¿tenemos que acostumbrarnos a vivir
sin padre? ¿por qué sin padre? ¿no puede ser sin madre? Bueno es lo mismo
contestaban casi a la vez, ¿Por qué tiene que ser así? Incluso ellas mismas se
contestaban: yo creo que se les ha acabado el amor y si no se quieren casi es
mejor que cada uno viva su vida, ya incluso para nosotras es mejor porque Papá
está de un humor últimamente que no hay quien le aguante, si y Mamá se pasa el
día llorando. Es que eso que te dejen sola debe ser muy fuerte ¿no? Si,
supongo, pero ¿tú por qué sabes que es Papá el que lo deja? A mí me lo ha dicho
Mamá. Y a mí, pero no lo sabemos seguro. Pues yo no lo entiendo porque toda la
familia salimos perdiendo, pero el que más pierde es Papá que no sabe ni donde
está la cocina. Se buscará una novia. ¿Tú crees? Seguro y si me apuras a lo
mejor hasta ya tiene una. ¿Papá? No creo porque se pasa el día trabajando. Eso
es lo que nos dice Mamá pero a lo mejor es mentira. Yo no lo sé, pero me
imagino que para que Papá tome la decisión de irse de casa habrán tenido que
pasar muchas cosas porque si no, sería tonto por su parte. Ya pero volvemos al
principio, si se les ha acabado el amor ¿que van a hacer? Oye guapa ¿y nosotras
no contamos? Si que contaremos pero primero son ellos como pareja. Yo no lo
tengo tan claro, si has tenido unos hijos será para que los aguantes ¿no? Ya,
pero si no se quieren que van a hacer.
Esta escena se desarrollaba en el interior de los
cuatro cubos de hielo del aguado gin tonic y bastó agitar un poco la copa para
que cambiara el escenario y ahora se desarrollaba en casa de Pepa un día
cualquiera: ella preguntaba
-
¿ya te vas?
-
Si - contestaba yo - con las bromas son casi
las diez y me gustaría estar un rato con mis hijas.
-
¡Que pena porque
estamos muy bien aquí!
-
Ya, pero tendré
que estar con ellas ¿no te parece?
-
¿Y conmigo?
-
Venga Pepa no te
pongas así porque sabes cual es mi situación y mi manera de pensar
-
¿Y siempre va a ser así?
-
Mis hijas son mi
hijas.
-
¿Y yo no significo nada para ti?
-
Por favor, no
empieces como siempre.
-
No, si yo se de sobra lo que te gustaría a ti,
pero eso es imposible.
-
¿Y que me
gustaría?.
-
Lo que hemos
hablado siempre, Andrés, como un matrimonio a tres que todo continuara igual,
pero con una pequeña diferencia y es que yo estaría por el medio y eso complica
bastante tu planteamiento.
-
No es verdad,
Pepa, no es verdad, Carmen y yo nos llevamos muy bien, bastante mejor de lo que
yo me merezco y me parece muy injusto que después de tantos años conviviendo,
después de haber tenido dos hijas en común, de trabajar juntos un montón de
años, de haber disfrutado de los momentos buenos de las cirugías y también de
los malos, para que negarlo, me parece muy difícil tirar todo por la borda y
volver a empezar. De verdad que me gustaría pensar de otra manera, pero yo soy
así y a mis años no creo que nada ni nadie me haga cambiar.
-
¿Y te parece bien estar jugando con dos
barajas?
-
Ya sabes que no, me parece mal y por eso creo
que lo mejor es aparcar el tema de mi separación y volver a la situación que
tenía al principio, mis hijas estarían felices y yo creo que Carmen también
porque un error lo puede cometer cualquiera y espero que me perdone.
-
¿Y yo? ¿Qué pinto yo en toda esta historia?
-
Tú has sido
importante en mi vida, unos pocos meses pero creo que ya no.
-
Vete a tu casa y seguimos tan amigos, nada
más.
-
Tienes razón, creo que es lo mejor.
Por enésima vez removí los hielos del gin tonic y
cuando las burbujas de la tónica se calmaron, unos ojos me miraban como si
estuvieran viendo a un extraterrestre. Era Pepa que había vuelto del cuarto de
baño, con su capa de maquillaje otra vez en su lugar, los párpados bien
perfilados con un lápiz negro que agrandaba su tamaño y con los labios
apretados tratando de buscar las palabras justas para definir lo que estaba
pasando. Movió su copa, bebió un pequeño sorbo y se dispuso a analizar la
situación a su manera
-
y por favor te ruego que no me interrumpas
- me indicó.
-
Llevo por lo menos tres minutos sentada aquí y
me parece que estoy viviendo un sueño porque sin darme cuenta he estado viendo
todos tus pensamientos y creo que tienes razón. Lo mejor es dejarlo ahora antes
que lleguemos a situaciones tan difíciles de romper como las que tú has pensado
y yo he tenido oportunidad de ver.
-
Pero ¿eso es
posible?- pregunté verdaderamente asombrado.
-
Te he dicho que
no me interrumpas – me contestó con firmeza continuando con su razonamiento que
coincidía exactamente con lo mismo que estaba pensando yo – Yo se que tú has
pensado en algún momento que soy presa fácil y ya te aviso que te equivocas.
Con una vez ya me ha llegado, claro que tú como casi todos los hombres juegan
con una ventaja y es que creen que todas las mujeres se van a enamorar de ellos
y en este caso tengo que confesar que no andas muy descaminado.
-
Eso ya lo sabía
yo – traté de aportar algo de humor – toda la vida me he considerado un Don
Juan y han sido miles las que no han podido sobrevivir a mis encantos.
-
Déjate de
tonterías que el tema es mucho mas serio que todo eso – Pepa se pasó un dedo
por la frente retirándose un mechón de pelo que se interponía entre nosotros –
en lo poco que te conozco me parece que tú no te has comido una rosca en tu
vida
-
¿Yo? – eso si que
no me lo esperaba.
-
Si – continuó con
su discurso – porque con el rollo de conocerme mejor para ver si merece la pena
operarme o no, en el fondo y tú lo sabes, lo que quieres es irte conmigo a la
cama, pero – y ésta vez si que se puso seria – también sabes que si ocurriese
eso, primero me tendría que enamorar de ti porque tu no entiendes eso de irse a
la cama con alguien y a los pocos días si te he visto no me acuerdo
-
Muchas gracias
por el piropo – la interrumpí con el cuello estirado como un gallo de pelea
- a partir de ahora en lugar de Andrés
llámame Robert Redford.
-
Si, si –
continuaba muy seria – no hace falta que te llame de ninguna manera porque no
pienso volver a verte. Es mejor para los dos que todo acabe ahora mismo. Tú te
vas a tu casa y yo a la mía y aquí no ha pasado nada y encima dame las gracias
porque te estoy evitando meterte en un lío.
-
Tengo que
reconocer que tienes razón – llamé al camarero para que nos trajera la cuenta –
y estoy seguro que si me fuera contigo, al día siguiente estaría mas que
arrepentido porque ella no se lo merece.
-
Anda sigue con tu
matrimonio y olvídate de mí que solo te voy a traer problemas.
-
Me lo estás
poniendo fácil - busqué un billete y pagué los gin tonics.
-
Si es que es una
tontería seguir. Sería una pérdida de tiempo para los dos. Eso si, quiero
pedirte un favor y es que a pesar de todo lo que hemos hablado, me operes y me
pongas unas prótesis y por supuesto te olvides del día de hoy. A partir de este
momento soy una paciente tuya como otra cualquiera que iré a tu consulta todas
las veces que haga falta, pero siempre como paciente ¿de acuerdo?
-
Aunque no te lo
creas – le puse mi mano derecha sobre la suya – te agradezco mucho que pienses
así porque por un lado tengo que reconocer que me apetece mucho ir un poco mas
lejos contigo, pero estoy totalmente de acuerdo que nos meteríamos en un lío
-
Pues entonces haz
lo que yo te digo – Pepa se levantó, se puso se abrigo y salimos a la calle
como si en aquella hora no hubiera sucedido nada – vete a tu casa, continúa con
tu mujer y tus hijas y no se te ocurra romper tu familia por mí, porque no me
merezco tanto.
-
¿Me permites que
te de un beso? – menudo peso me había quitado de encima
-
Bueno, pero con
la condición que no volvamos a ponernos ninguno de los dos en esta situación
-
Lo prometo – un
beso en la mejilla fue el inicio de nuestro alejamiento.
YO CUMPLO CON MI COMPROMISO DE ENVIAR DOS CAPITULOS CADA FIN DE SEMANA.
Un abrazo
YO CUMPLO CON MI COMPROMISO DE ENVIAR DOS CAPITULOS CADA FIN DE SEMANA.
Un abrazo
Estoy intrigadisima...deseando leer los siguientes capítulos.
ResponderEliminarYa me he enganchado,sigue mandando más.
ResponderEliminarYa me he metido en faena con retraso. Esto promete, muy buena pinta. Ya me tienes enganchada. Ánimo que vas muy bien
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