viernes, 6 de febrero de 2015

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 60

Queridos blogueros/as: No estoy seguro si le he dado a la tecla de publicar, pero por si acaso lo copio otra vez y si sale dos veces pues tampoco está mal. De momento no escribo mas porque si los cookies están de buenas lo mismo lo copian, pero hasta ahora no tengo ni idea, como siempre, de lo que ha pasado.Lo mismo el moribundo empieza a entrar coma y como diría un castizo "la hemos c.........., bacalao. Espero que no
Un abrazo
Tino Belascoain


SEGUNDA PARTE



CAPITULO 60.-

El edificio era funcional, tampoco especialmente moderno, eso no, pero para estar construido en época de Franco no era muy viejo. Eso si, las reformas eran casi cada tres o cuatro años y se intentaba que se mantuviera, por lo menos, adaptado  a los tiempos que corrían. Al principio eran ocho plantas, posteriormente y por aquello de construir un parking se quedó solamente en seis y actualmente disponía de cinco plantas porque en la planta jardín que daba a un pequeño patio donde se cultivaban algunas plantas, ahí se habían instalado los calabozos donde encerraban a aquellos que nunca pasaban a disposición judicial por lo menos en las primeras cuarenta y ocho horas. El piso destinado al Inspector Jefe y a los subinspectores, al igual que la centralita telefónica que funcionaba veinticuatro horas, era el primero y aunque disponían de tres amplios ascensores, casi ninguno de sus ocupantes los utilizaban diariamente. Todos subían por las escaleras y hasta D. Santos Cuadros, el Inspector Jefe hacía de tripas corazón pero imitaba a sus subordinados, infinitamente mas jóvenes que él, se sacrifica y subía de uno en uno, eso si porque de dos en dos era mucho para sus años y sus kilos, los veinticuatro peldaños de un mármol inmaculado hasta su despacho. El resto de los pisos de la Comisaría de Policía de Centro, excepto el último, estaban dedicados a albergar la parte policial que nunca se ve compuesta por miles y miles de archivos de todo tipo mantenidos por unas señoras de edad indefinida que dedicaban horas y horas a mantener todo en perfecto orden. Un orden que se podría definir como desordenado, pero desordenado de tal manera que cualquier solicitud de información era atendida con una velocidad que parecía imposible. Últimamente estaban en fase de informatización, antes había pasado por la de microfilmado y previamente por tener todos los legajos escritos a máquina y todo ello realizado por los mismos dedos de aquellas extraordinarias secretarias que lo mismo escribían en unas viejas máquinas de escribir que utilizaban teclados de modernos ordenadores y guardaban toda la información en “pen drives” o copiaban todo en CD primorosamente ordenados en unas pequeñas cajas identificatívas. Nadie sabía porqué pero prácticamente siempre el sonido de habaneras era habitual entre las estanterías y en ocasiones especiales, tampoco se sabía cuales, una lejana acordeón y el coro de voces recias, era sustituido por la voz cálida de María Dolores Pradera acompañada por las guitarras de los inseparables gemelos que hacían que aquellos archivos estuvieran anclados en el pasado.

El último piso, gracias a la gestión del último Jefe de la Policía Nacional de Madrid y no sin grandes discusiones, se había transformado en un moderno gimnasio donde diferentes policías de todas las edades se distribuían los días y los distintos aparatos para mantenerse en una forma física imprescindible para el desarrollo de sus funciones. Unos monitores con sus chándal de colores chillones explicaban los ejercicios a realizar y controlaban los movimientos de todos los presentes.

Santos Cuadros, policía desde hacía nada menos que cuarenta años, era una buena persona o por lo menos parecía que era la definición que mas le vendría a su manera de ser, dialogante, con anchas espaldas y el poco pelo que lucía en su cabeza lo llevaba siempre bien peinado a base de una buena cantidad de gomina. Siempre iba con traje y  corbata aunque nada mas llegar a la oficina se quitaba la chaqueta y permanecía toda la jornada laboral en mangas de camisa. Cuando llegaba el otoño también usaba un sombrero de fieltro de color gris y algunas veces se acompañaba de un bastón. No era un hombre guapo, pero resultaba interesante. Su mirada era directa y profunda desde unos ojos de un marrón oscuro rodeados de unas cejas bien perfiladas. La nariz era grande como su cara, con unos labios dispuestos siempre a una sonrisa con la que ganarse la confianza de los que le rodeaban. Sus manos eran enormes con una anillo de casado en su mano izquierda y otro igual en la mano derecha que se había colocado hacía tres años cuando su mujer, con la que había compartido casi toda la vida, había fallecido después de una larga y penosa enfermedad. No tenía hijos, había sido feliz y desde aquel fatídico diez de Noviembre de hacía tres años se había convertido en un solitario pero, a diferencia de otros muchos solteros su vida había variado poco en lo referente a su trabajo, aunque la procesión iba por dentro y le invadía la soledad cada noche cuando regresaba a su casa, pero ese sentimiento lo reservaba para él solo y nunca lo había compartido con nadie y de puertas para afuera se podría decir que todo seguía igual. Su aspecto no había variado porque su fiel Ana, una empleada de hogar que trabajaba en su casa desde no sabía cuantos años, se había hecho cargo de todo y trataba de que, por lo menos por fuera, no se notara ningún signo de viudedad y a fe que lo había conseguido porque, a pesar de los años transcurridos, vestía exactamente igual y eso que él no había variado sus costumbres y seguía, erre que erre, sin aparecer por ninguna tienda de ropa y era ella la encargada de llevarle todo a casa y devolver lo que no fuera de su agrado. Ana hacía la compra, la casa, la comida y en ocasiones hasta compañía pero Santos Cuadros ya no era aquel hombre divertido, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a tomarse unas cañas con quien hiciera falta y aunque trataba de disimularlo su viudedad se irradiaba por todos los poros de su piel
Prácticamente toda su vida había estado dedicada a la Policía, primero como Subinspector y luego había ascendido de categoría y ya además de buen sueldo, tenía despacho, coche oficial aunque por razones del cargo era un vehículo camuflado, secretaría y acceso directo a los responsables políticos de la Policía.
Desde hacía quince años era Inspector Jefe, primero en Lugo, luego en Murcia y desde hacía siete años, Inspector Jefe de la Comisaría de Centro en la capital de España. Desde el primer día de su mandato se supo rodear de un amplio equipo de profesionales que gozaban de toda su confianza. Los lunes por la mañana se reunían en una de las amplias salas de la planta quinta y repasaban los asuntos pendientes y planificaban la semana. Era el momento de debatir, de exponer con toda confianza lo que pensaba cada uno y de buscar la manera de mejorar los resultados. El equipo estaba formado por ocho subinspectores, cinco hombres y tres mujeres con diferentes especialidades, pero todos dedicados en cuerpo y alma a resolver cuantos mas problemas mejor de todos aquellos que les planteaban los ciudadanos a los cuales servían. Ninguno tenía horario – no se como esta gente puede conciliar la vida familiar y la profesional  - se preguntaba muchas veces Santos Cuadros cuando llegaba a su casa a horas intempestivas y la respuesta era sencilla – porque son todos solteros y solteras, menos Luis que aunque está casado, su mujer también es policía y eso la hace mas comprensiva con el horario. Era un equipo de gente joven, con unas ganas enormes de colaborar, con fuerza, con ilusión y eso hacía que Santos se sintiera con mas energía cada vez que salía de una de esas reuniones. Una vez al mes y con el dinero que recaudaban de las pequeñas multas que se imponían ellos mismos, se iban a cenar y si daba lo recaudado hasta tomaban una copa en algún garito conocido. Eran multas casi testimoniales pero provocaban las risas de los presentes cuando, por ejemplo sonaba un móvil en plena charla o cuando alguno de los subinspectores acudía a trabajar sin corbata o con deportivas en lugar de los zapatos de rigor.
Eran unos policías ejemplares, todos con un importante curriculum, con múltiples cursos abarcando prácticamente todos los supuestos y que se habían volcado con su jefe mientras su mujer agonizaba en un hospital de la Seguridad Social en Madrid. No le habían planteado ni un solo problema, incluso le habían omitido la información de algunos sucesos para evitar que no dedicase todo su tiempo a su mujer que, en ese momento, era la que mas lo necesitaba. Como si estuvieran persiguiendo a un peligroso delincuente, organizaron un turno de guardias para que siempre que el Inspector saliera de la habitación del hospital y siempre tuviera a alguien cercano con quien departir todos los aspectos de esa fatal enfermedad, le acompañaban a casa y no se iban hasta cerciorarse que había entrado y cerrado la puerta con llave. Fueron meses muy duros para todos, la enfermedad iba minando la salud de Carmen y Santos permanecía  a su lado horas y horas sin hablar pero de la mano. Ella lo agradecía con una sonrisa y hasta el mismo día de su fallecimiento no se le oyó ni una sola queja.   Carmen comía muy poco, pero nunca decía si la comida estaba buena o no, si llegaba fría y simplemente si el solo hecho de servirla en unas fuentes de aluminio le provocaba una mayor desgana. Comía lo que podía o lo que quería y a continuación cerraba los ojos como no queriendo ver lo que se le avecinaba. Para Santos Cuadros esas semanas en el hospital fueron una especie de ejercicios espirituales con todo el tiempo del mundo para repasar como había sido su vida hasta entonces y sinceramente no tenía  motivos para quejarse. Siempre había tenido buenos puestos, en mejores o peores provincias, pero siempre con importantes responsabilidades y tenía la impresión de haber sido un buen policía, cumplidor, meticuloso, muy humano y siempre había disfrutado del beneplácito de sus superiores.
-      Perdone Jefe ¿continúo? – El subinspector Luis García trataba de hacer un pequeño alto en el camino de su explicación sobre la desaparición de una chica, mientras por el rabillo del ojo continuaba pendiente de su jefe que parecía haberse dormido a pesar de lo temprano de la hora
-      Si, si, por supuesto - El Inspector Jefe se ajustó el nudo de la corbata, se enderezó un poco en la silla y juntando los dedos sobre la mesa trató de explicar su aspecto cansado, aunque sabía que no era necesario – he pasado una noche fatal, lo siento.
-      Bueno, pues como os iba contando, ayer por la tarde recibimos una llamada de una persona que iba haciendo senderismo por la sierra de Navacerrada y se encontró con el cadáver de una chica. Llamó, a través del móvil y casi no podía ni articular palabra
-      ¡Que cachondo! Seguro que tú estarías igual si te encontraras en un situación parecida
-      Carlos, por favor – El Jefe no tenía muchas ganas de intervenir y era partidario de dejar que las discusiones siguieran su curso, pero era absurdo continuar por ese camino que quedaba completamente fuera de cualquier investigación – deja que Luis nos explique el caso y tiempo habrá para que cada uno exprese la opinión que quiera, pero ahora está hablando él ¿de acuerdo?
-      Si, perdone.
-      Venga Luis dinos todo lo que sepas sobre ese caso
-      Bueno – Luis García se sirvió un poco de zumo de naranja en un vaso de plástico y continuó – después de mucho preguntar conseguimos mas o menos saber donde se encontraba y dimos aviso a la Guardia Civil para que se personaran lo antes posible para comenzar con las diligencias habituales y Verónica y yo fuimos en el coche. Cuando llegamos allí ……..
-      ¿Qué hora sería mas o menos?
-      Las dieciocho horas y pocos minutos porque acabábamos de oir en el coche las noticias de las seis.
-      Bien – El Inspector Jefe buscaba concretar todos los puntos – llegásteis y ¿cómo fue el panorama que os encontrásteis?
-      La Guardia Civil ya había acordonado la zona para evitar la presencia de extraños y el cadáver estaba tapado por una manta en espera de la llegada del Juez.
-      ¿Le echasteis un vistazo al cuerpo?
-      Si, claro, a simple vista parecía mas un accidente que otra cosa, la chica de unos treinta y tantos años, no presentaba heridas visibles ni golpes, estaba vestida y como a un metro de la cuneta de la carretera que va del Puerto de Navacerrada a la Estación de Cotos, pegado a un pequeño pinar y recubierta por alguna rama, pero que no la tapaba completamente.
-      ¿Se la pudo identificar?
-      Si, llevaba un bolso con toda la documentación.
-      ¿Cómo iba vestida?
Cada uno de los Subinspectores trataban de colaborar para tratar de esclarecer el caso y las preguntas se sucedían desde todos los puntos donde estaban sentados
-      Llevaba una camisa blanca de manga corta, unos pantalones, también cortos, de color marrón con un cinturón claro y unos zapatos de tacón bastante alto de esas de cuero abrochadas a un lado. La pinta era la de una joven bien aseada, con las uñas pintadas, algo de maquillaje en la cara y no parecía que hubiera sido objeto de asesinato. Mas bien parecía que se hubiera caído de un coche
-      ¿Alguna joya?
-      A simple vista no, perdón si, llevaba un anillo con una piedra de color verde bastante grande en uno de los dedos de la mano izquierda.
-      ¿Anillo de compromiso?
-      Para mi no, pero según Arancha ese tipo de anillos no son de boda, por supuesto, pero si de compromiso o algo parecido.
-      ¿Complexión?
-      Se trataba de una chica, mas bien delgada, treinta y tantos años, con una cola de caballo que sujetaba su pelo rubio y sin ningún otra cosa que nos llamara la atención.
-      ¿Pudo ser un atropello y que luego la desplazaran fuera de la carretera?
-      Según los de Atestados de la Guardia Civil, no había ninguna marca de de frenazo brusco y tomaron muestras de la arena cerca del arcén para comprobar si algún coche se había detenido en ese lugar y eso es lo que estaban investigando cuando llegamos nosotros
-      Lo que está claro es que no era una excursionista ¿no?
-      Por supuesto que no, entre otras cosas porque llevaba unas sandalias abiertas de esas de vestir o como se llamen.
-      A mi lo que mas me llamó la atención fue la cara de la chica
-      ¿Del cadáver?
-      Si, si – Verónica era una policía joven, morena, pelo corto con unos pendientes muy pequeños, como unas simples perlas, en ambas orejas. De cara redonda, ojos pequeños, mirada intensa y una sensación de seriedad que incluía toda su expresión. Era una zaragozana de pura cepa con un acento maño que delataba su procedencia desde el primer momento que abría  la boca – tengo que reconocer que afortunadamente para mi no he visto muchos fiambres en mi vida
-      Cadáveres, Verónica – el Jefe la interrumpió como hacía siempre que alguno de sus subordinados se saltaba las mas elementales normas gramaticales – por favor, utiliza el idioma con propiedad que para eso lo tenemos
-      Perdone Jefe – Verónica enchufó un pequeño proyector y en la pantalla apareció la foto del cadáver de una chica joven que parecía mas dormida que muerta. Estaba en una posición que parecía como si hubiera sido puesta en ese lugar por alguien que quisiera que fuera encontrada pronto, pero también que el que pasara pudiera pensar simplemente que estaba dormida. Una foto mas próxima solo de la cara corroboraba lo expresado por la mujer policía – No se como expresar la sensación que tuve cuando tuve cerca el cadáver, pero parecía como si estuviera dormida. Tenía como una expresión tranquila y por eso a mi, de entrada me extrañó que la Guardia Civil pensara en algún tipo de accidente como que se cayera del coche
-      Ten en cuenta que la Guardia Civil tiene que pensar en todas las posibilidades
-      Ya, pero si te caes de un coche o si te tiran que en el fondo da igual, el cuerpo estaría lleno de hematomas, no se, sería completamente diferente.
-      Total – el Jefe volvió a interrumpir – que la chica está en el Instituto Anatómico Forense esperando la autopsia ¿no?
-      Si – esta vez fue el Subinspector Luis García el que contestó – supongo que si, porque nosotros tomamos todos los datos y nos volvimos
-      Bien – Santos Cuadros se levantó dando por finalizada la sesión no sin antes advertir a sus dos subordinados que para la próxima reunión que sería en una semana, quería todos los datos de la autopsia.
Todos los policías salieron y se encaminaron a sus diferentes puestos de trabajo caminando lentamente a través de los amplios pasillos de la sede policial. A partir de ese momento ya no eran los policías tal o cual, no, ahora ya se habían transformado en servidores públicos y como tales debían dejar aparcados sus problemas en las taquillas de los vestuarios y dedicarse en cuerpo y alma a la tarea que les había sido encomendada. Esa era la teoría pero en la práctica, todos excepto el Jefe, eran jóvenes con enormes ganas de vivir y no era precisamente la seriedad la mejor de sus virtudes aunque trataran de disimularlo
-      ¿Te toca recorrido? – Luis le preguntó a Irene mientras tomaban un café en una vieja máquina al fondo de un pasillo
-      Si y no te hagas el despistado que lo sabes de sobra, listo que eres un listo
-      Tampoco es para que te pongas así, lo del otro día fue una metedura de pata por mi parte y ya te he pedido perdón ¿que mas puedo hacer?
-      Nada – Irene miró directamente a los ojos de su compañero dando por zanjado el asunto pero demostrándole con la dureza de esa mirada que no había ninguna posibilidad de establecer una relación mas que amistosa entre ambos – y a partir de ahora ya sabes, una compañera mas y tan amigos, pero nada mas ¿entendido¿
-      Bueno, mujer, tampoco es para que te pongas así
-      No empieces otra vez, Luis, me pongo como me da la gana, pero que sepas que me pareció muy mal que contándome aquella historia de tratar de localizar a un atracador me llevaras hasta aquel descampado e intentaras lo que intentaste
-      Bueno, perdona otra vez – Luis trataba de demostrar que tenía sus razones – pero yo pensé que entre tu y yo había algo mas que ………
-      Venga, no vuelvas otra vez. Déjalo y vamos a nuestro trabajo.
Dejaron los vasos de plástico del café en una papelera situada debajo de la máquina y se encaminaron al coche patrulla para pasar la jornada laboral, hasta las cuatro de la tarde, dando vueltas por Madrid en espera de recibir algún aviso y acudir a resolverlo con la mayor celeridad posible. Irene introdujo la llave en la cerradura del viejo Ford que les había tocado en suerte, se ajustó el cinturón de seguridad, puso el coche en marcha y salieron de la comisaria lentamente, mientras Luis la miraba por el rabillo del ojo tratando de adivinar lo que pensaba. Una llamada le hizo salir de su ensimismamiento y anotó en un papel la dirección en que al parecer se estaba produciendo una pelea entre individuos de etnia gitana
-      Empezamos bien – Luis anotó la dirección – la primera en la frente para que nos libre Dios de los malos pensamientos.
-      ¿Otra vez al poblado gitano?
-      Si – Luis sacó la mano por la ventanilla y depositó en el techo del viejo vehículo una sirena que comenzó a emitir un ruido espantoso a la vez que producía unos importantes destellos para que los coches que les precedían se dieran cuenta de su presencia – era de prever ¿no te parece?
-      Claro, si un día hay lío, al otro le toca a la familia contraria y así siguen hasta en la cárcel
-      Ojalá fuera así, pero ¿tu crees que alguno termina en la trena? Porque yo llevo casi siete años en el Cuerpo y todavía estoy esperando algún castigo ejemplar.
-      Es difícil porque con tanto trapicheo no se sabe ni a lo que se dedican
-      Eso es lo que digo yo – Luis le indicó con la mano derecha que girara a la derecha – los jueces deben vivir en otro mundo porque todos sabemos que la droga se pasea por ese barrio como Perico por su casa, menos ellos
-      Espera, espera un segundo – Irene frenó en seco y menos mal porque un hombre con aspecto de mendigo estaba sentado justo en la mitad de la calle. Los policías salieron del coche y acercándose con precaución lo reconocieron enseguida.
-      Migueli ¿se puede saber que haces aquí? – le preguntó la policía al viejo consumidor de cocaina y confidente habitual – No ves que te va a atropellar un coche, hombre de Dios
-      ¡Que me atropellen! Que mas me da. No tengo familia, no tengo dinero ni para comprar una dosis, no tengo casa, no tengo nada de nada.
-      Por no tener no tienes ni vergüenza – Luis le tomó de un brazo obligándole a levantarse – te estás haciendo como si fueras a tener un síndrome de abstinencia cuando sabes de sobra que eso no te va a pasar
-      ¿Y tú porqué lo sabes si no te has puesto ni una dosis en tu puñetera vida?
-      Porque se te nota en la mirada, Migueli – el policía intentó un segundo empujón pero el hombre que daba la impresión de pordiosero y gitano no se movió del sitio – venga levántate y no me obligues a utilizar la porra.
-      Estoy muerto, Señor Policia, se lo juro por la salud de mi madre que la tengo en el Hospital.
-      ¿Dónde ha sido la pelea?
-      ¿Qué pelea?
-      La que había aquí hace menos de media hora
-      ¿Aquí? – el drogadicto miraba al Policía como si fuera de otro planeta – yo he visto na de na. Se lo juro
-      El que se ha peleado ¿era de la familia de los putos?
-      Le juro que no he visto na
-      Está bien – el policía miró a su compañera – Irene por favor, ponle las esposas
-      Por favor, Señor Guardia, yo no he visto nada y aunque me lleve a la cárcel no le voy a decir quien ha sido
-      O sea que algo has visto. – Luis hizo un gesto de complicidad hacia su compañera – cuenta todo lo que sepas si quieres seguir colaborando con nosotros y no nos hagas perder el tiempo.
-      Señor Policía – el gitano que había sido introducido a la fuerza en el asiento de atrás del viejo coche de policía trataba de justificar su actitud – yo le juro que no he visto nada. Si que he oído que había habido una pelea, pero yo no la vi
-      Seguro – la joven policía exhibió en su mano derecha un billete de doscientos euros- mira Migueli, intenta hacer algo de memoria y te recompensaremos con este billetito que te vendrá muy bien para comprar droga
-      Señora Policía ¿acaso quiere que me convierta en un chivato? - el gitano con su espesa cabellera morena y su cara destrozada por tanta dosis lo único que deseaba era salir cuanto antes de aquel lugar
-      Venga Migueli, no seas pesado – esta vez era el acompañante de la conductora el que parecía tener prisa - ¿eran los putos o no?
-      Si, Señor Policía, eran el padre y el hermano mayor de los Montoya.
-      ¿Por lo de siempre?
-      Claro, los Sanchez quieren controlar y los Montoya no se dejan y salieron a relucir las navajas.
-      ¿Ha habido heridos? – preguntó la Policía mirándole a través del espejo retrovisor
-      Supongo que si, pero no lo busquen en ningún hospital porque no le van a encontrar
-      ¿Y eso?
-      El herido que tenía por lo menos dos heridas por arma blanca en el abdomen, era el Ramón Montoya
-      ¿El hijo?
-      Claro y enseguida los hermanos lo han agarrado y se lo han llevado a casa del Dr. Quesada
-      ¿El que tiene la clínica en Lavapiés?
-      Si, el mismo y allí le estarán curando
-      ¿Que pasa que hoy ha venido un alijo de coca?
-      Como siempre, Señor Policía, cuando escasea la droga empiezan los problemas.
-      ¿Y el suministrador era el de siempre?
-      No lo se, eso si que no lo se, lo que vi es que la furgoneta era distinta, pero creo que el conductor era el mismo
-      En fin, Migueli – los policías pararon a un par de kilómetros del lugar de la detención habitual y metiendo la mano en la guantera le entregaron al cocainómano tres dosis de droga y el billete de doscientos euros – ya sabes, colabora con nosotros y siempre tendremos un detalle contigo
-      Muchas gracias, Señores Policías.
-      Venga bájate y vuelve al poblado y si puedes te enteras quien ha sido el suministrador
-      Muy bien – el gitano se bajó con parsimonia del coche y con la misma actitud se encaminó a uno de los puntos de venta de drogas de mas porvenir en todo Madrid.
Los policías continuaron la ronda por diferentes barrios de Madrid, atendieron a una mujer de origen marroquí que, desde la terraza de lo que parecía su domicilio, chillaba como una posesa porque en su casa había una especie de animal que quería matar a sus dos hijos lo que resultó ser una denuncia falsa porque cuando los Policías, acompañados de varios números de la Policía Nacional, entraron después de echar abajo la puerta principal, no había nadie que la estuviera incordiando y ante los evidentes signos de locura optaron por llamar al Samur Social para que se hiciera cargo de la mujer y la trataran como una psicótica mas de las muchas que pululaban por la ciudad. El siguiente aviso solicitaba su presencia en el Bar Anchuco donde al parecer se había cometido un atraco con violencia. Cuando llegaron ya estaba la Policía Nacional y tenía contra la pared a un individuo joven, rubio, con unos buenos bíceps que sobresalían de una camiseta blanca con el escudo del Real Madrid, unos vaqueros ajustados y unas zapatillas de deportes de vistosos colores mientras que el dueño estaba sentado al fondo de la barra con una especie de ataque de ansiedad que le impedía casi articular palabra.  Luis e Irene enseñaron sus placas identificativas y en seguida reconocieron al detenido
-      ¿Lo conocéis? Preguntaron los Policías uniformados
-      Si – contestó Irene – es un chico creo que ruso o de por ahí que ya lo hemos detenido en otras ocasiones - Miguel procedió a colocarle las esposas – otra vez te pillamos
-      Mi no entender.
-      Vénga, dejate de hacer el tonto que te hemos detenido hace un par de semanas y entendías perfectamente
-      No entender, no entender.
-      Bueno, pues nada – Miguel le empujó hasta el coche y sujetándole la cabeza lo introdujo en la parte de atrás del viejo vehículo policial – estate quieto y no intentes nada raro hasta que mi compañera termine el expediente y luego te llevaremos detenido
-      Pero ¿por qué? Yo no he hecho nada
-      No me cuentes historias que para eso están los jueces.
-      Pero no puedes hacerme eso – el detenido ponía las manos con las esposas en actitud suplicante – tengo mujer e hijos y tienen que comer todos los días.
-      Claro y por eso tu robas todos los días ¿no?
-      Tengo que comer, Señor Policía, ¿no lo entiendes?
Irene abrió la puerta del conductor, depositó todos los papeles en una carpeta y arrancó el coche
-      Casi dejamos a este elemento en el calabozo y nos vamos a Comisaría por que con un poco de suerte acabamos el servicio.
-      Buena idea y si quieres antes nos tomamos una caña
-      No empieces Miguel, no empieces que te conozco
-      ¿A mi? – Miguel ponía todas sus dotes de actor en una cara que parecía sufrir ante tanta negativa para salir con él
-      Si a ti – Irene parecía verdaderamente enfadada – primero una cañita, luego que si una comida en algún bar de los alrededores, luego que al cine, luego que por qué no tomamos una copa y al final quieres lo que quieres ¿Qué te crees que soy tonta?
-      Venga mujer, si solo es una cañita
-      Mira – Irene se bajó del coche – hasta que no se me olvide lo del otro día, no te pienso pasar ni una.
Mientras que Miguel invitaba al presunto ladronzuelo a abandonar el asiento trasero desde donde había tenido oportunidad de contemplar toda la escena, el ruso le miró con una sonrisa maliciosa y comentó entre dientes
-  Yo hoy no como, pero tu Señor Policía, hoy no mojas – lo que le valió para que Miguel le diera un empujón que casi lo tira al suelo y lo introdujera de malas maneras en el calabozo.


2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas7 de febrero de 2015, 13:09

    No veo por ahora que este capítulo tenga algo que ver con los anteriores pero lo que sí veo es que el autor podría haber compaginado su profesión de médico con la de policía. Que conocimiento del ambiente y de las personas. La comisaría, el inspector, las drogas. Total que estoy asombrado de todo y además me ha gustado mucho todas las descripciones. Muy bien.
    Hasta la próxima.
    Un abrazo a todos.

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  2. Empezamos la segunda parte y de momento no veo enlace con la anterior.
    Está muy bien porque el meollo sale rápidamente; muy entretenido.
    Solo tengo un poco de lío con el nombre del poli que va con Irene: se llama Luis o Miguel. Aclaramelo porfa.
    Buenas noches y hasta la semana que viene

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