CAPITULO 62.-
En el Instituto Anatómico Forense el trabajo
empezaba muy temprano. El primero en llegar era Miguel el encargado de manejar
los cadáveres, una especie de celador especializado en muertos, quien con su
tartera debajo del brazo, embutido en una vieja pelliza y unos raídos
pantalones de pana, se quitaba la gorra y saludaba a los Policías que
custodiaban permanentemente la puerta con un -
Buenos días días tíos ¿Qué tal se ha pasado la noche?
- ¿Qué
tal Miguel? ¿parece que hace frío? – contestan desde dentro de la garita los
dos policías.
- Tampoco
es para tanto si tenemos en cuenta que estamos en el mes de Noviembre y son las
seis y media de la mañana.
- Eso
es verdad – uno de los policías de guardia le ofreció un pitillo
- Muchas
gracias, pero nunca fumo por las mañanas. Eso si – el celador, encargado o lo
que fuera esbozó una sonrisa que permitió ver algo que podía parecerse a una
dentadura de un intenso color amarillo- por la tarde recupero todo y así me
fumo casi dos cajetillas-
- Eso
es mucho ¿no? – el otro policía abrió una pequeña bolsa de la que sacó con sumo
cuidado un bocadillo
- Si,
es una barbaridad – Miguel sabía que su vicio lo llevaría antes o después a la
tumba – pero no soy capaz de dejarlo
- Haz
lo que hice yo – el primer policía estiró las piernas – deja de comprar tabaco
y tus compañeros te dan los primeros días pero luego se cansan y si tu no te lo
compras, dejas de fumar casi sin esfuerzo
- Ojalá
fuera verdad – el celador dejó la pelliza en una taquilla al lado de la puerta
de entrada – pero en mi caso no produce ningún efecto
- ¿Ni
dejando de comprar?
- Ni
dejando de comprar, ni tomando chicles de nicotina, ni con acupuntura, ni con
nada de nada, aquí lo único que vale es la fuerza de voluntad y a lo que se ve
yo no tengo ninguna y bien que lo siento, pero no la tengo
- Hombre,
yo no he fumado en mi vida y por lo tanto no soy el mejor para dar consejos,
pero tu sabes que el fumar mata
- Nos
ha jodido Mayo con sus flores – Miguel se ajustó una bata que en su momento
había sido de color blanca – mira con lo que viene éste ahora. Ya lo se que
mata, pero mas matan los accidentes de tráfico o la violencia de género y sin
embargo todo el mundo va en coche o busca una pareja como Dios manda y mil
cosas mas, o sea que por ahí no me vas a convencer
- No,
si yo no quiero convencerte, allá cada uno con su vida, pero me da un poco de pena
que viendo lo que ves tú todos lo días no te plantees dejarlo
- ¡Eso
que tiene que ver! Yo veo un montón de muertos, pero casi ninguno, por no decir
ninguno, son por el fumeteo. Casi todos son accidentes de tráfico y de vez en
cuando aparece alguna cosa interesante, pero solo de vez en cuando
- ¿Cómo
la chica que han traído esta noche?
- No
tengo ni idea
- Te
cuento – el policía terminó de comerse el bocadillo de chorizo y mientras
trataba de limpiarse la dentadura con un palillo continuó – parece ser que apareció
en la sierra o por ahí. Al principio parecía un accidente sin mas, pero según
Nicolás no lo tiene muy claro y ya sabes que cuando Nicolás dice que no le
huele bien, es que pasa algo raro.
- ¿A
que hora la han traído?
- ¿Serían
las nueve de la noche de ayer? – un policía miró al otro para tratar de
describir todo lo que habían visto y estar mas o menos de acuerdo – si, sobre
esa hora mas o menos
- Tuvo
que ser después de las nueve porque cuando ayer salí de aquí todavía no había
llegado ningún cadáver.
- Es
igual –el policia seguía dando buena cuenta del suculento bocadillo de chorizo
– el caso es que ahí tienes una moza que tiene pinta de haber estado muy buena
y creo que ahora os toca el turno.
- ¿Sabéis
si ha venido el Juez de Guardia?
- Por
aquí no ha venido nadie
- ¿Ni
siquiera la familia?
- No
- ¡Qué
raro! En fin chicos que tengáis buena guardia.
Voy a ver como tengo a mis fiambres.
Miguel pasó a lo que
podríamos llamar zona privada después de introducir una tarjeta en una especie
de cajetín a la derecha de la puerta de entrada. Avanzó lentamente por un corto
pasillo de azulejos blancos y negros que hacía juego con el suelo también con
la misma composición de colores. Una viejas estanterías de madera carcomidas
por el paso de los años cobijaban todo tipo de huesos de muy distintos tamaños
que eran utilizados por los diferentes profesores para las clases de Medicina
Legal. Cada una de aquellas pequeñas urnas tenía una pegatina pegada en la que
se describía sucintamente la historia de cada hueso, el lugar donde había sido
encontrado, si formaba parte de un cuerpo o era una pieza independiente, la
fecha de la autopsia, etc… etc. El celador no conocía todas las historias, pero
si la mayoría y era capaz de saber, con una simple ojeada, quien se había
llevado alguna o si había alguna nueva incorporación a tan singular museo. Esta
vez, pasó sin mirar pensando en la nueva inquilina de alguna de las ocho salas
de autopsias. El que el guardia de la puerta le dijera que podía ser un caso
interesante ya era algo porque de autopsias no sabía casi nada, eso seguro,
pero de reconocer los casos diferentes en eso si que tenía una amplia
experiencia, no en vano llevaba un montón de años haciendo guardias y
departiendo con unos y con otros y no solía equivocarse. Miguel, desde el
primer día que entró en el Instituto Anatómico Forense, tenía por costumbre, no
solo preparar los cadáveres para que los Forenses hicieran su trabajo, sino
hacer de agente de la Policía Judicial y tratar de determinar las causas de la
muerte, no como los profesionales que lo hacían de una manera científica si no
por una simple observación ocular y debía reconocer que fallaba en muy contadas
ocasiones. Incluso los Forenses le preguntaban
muchas veces antes de comenzar su trabajo, excepto el Dr. D. Nicolás
Lopez García que desde el mismo día de su llegada le puso los puntos sobre la
íes y le dejó muy claro quien era quien en la sala de autopsias y él, Miguel,
era una parte importante para el trabajo de los demás, pero como lo que era, un
simple celador y esa historia que circulaba por ahí de que sabía de que había
muerto una persona con una simple inspección ocular, le pareció una solemne
tontería y así se lo hizo saber
- Usted
dedíquese a su trabajo y déjenos a los demás que hagamos el nuestro ¿de
acuerdo?
- Si
señor – contestó Miguel aunque para sí pensó que antes o después le pediría
opinión como el resto de sus colegas. Sin embargo, con el Dr. Lopez García se
equivocó de medio a medio. En casi diez años, nunca le había preguntado, ni una
sola vez su opinión y hacía la autopsia con tal pulcritud como si fuera la
primera que hacía en su vida. Se había ganado un bien merecida fama por su
manera de describir las lesiones y sobre todo por su absoluta fidelidad ante lo
que veían sus ojos. Era el Forense mas respetado y aunque no tenía amigos
dentro del Instituto, en lo ambientes judiciales era el mas cotizado. Lo que
decía el Doctor Lopez García casi siempre iba a Misa
Dependiendo del día de la
semana Miguel sabía con antelación quien sería el que realizaría las autopsias
cada día y preparaba los cadáveres de diferentes maneras. El D. Moreno lo
primero que hacía era extirpar el corazón para valorar posibles infartos, La
Dra. Lozano iba directamente al cerebro aunque supiera por una sucinta historia
que todos los cadáveres tenían a los piés de la camilla que había fallecido por
un traumatismo sobre las piernas. El Dr. Calbino solo miraba la piel y los
órganos internos le importaban un pepino y así uno tras otro hasta llegar a los
doce Forenses que constituían la totalidad de la plantilla. El único que quería
que el paciente estuviera en posición de decúbito supino, toda la vida Miguel
decía que boca arriba, era el Dr. Lopez García y no quería que nadie le quitara
la ropa porque, según él, en los diferentes tejidos estaban todas las pruebas y
una vez revisada la ropa, con tanto detenimiento como el propio cuerpo, ya
pasaba a extraer diferentes órganos para ser analizados con mas detenimiento en
el laboratorio. También era el único que se esmeraba en la sutura de todas las
heridas necesaria para una adecuada autopsia, aunque sabía que serían tapados a
continuación con unos sudarios de una gruesa tela.
Un día Miguel le preguntó
porqué suturaba con tanto cuidado y el Doctor casi sin darle importancia
contestó que en su juventud había sido cirujano plástico y desde entonces no
entendía como se podía hacer una sutura de cualquier manera y que en cualquier
momento los familiares podría querer ver el cuerpo entero y tenían derecho a
ver que, por lo menos había sido tratado con el debido respeto, explicación que
no sirvió para nada porque Miguel sabía que la mayoría de los cadáveres que
pasaban por allí eran interesantes para los abogados defensores, la propia
policía o los fiscales, pero las familias, en general, lo que querían era
enterrarlos cuanto antes y terminar lo mas deprisa posible con la cantidad de
tragedias que se sucedían diariamente y luego ya vendrían los juicios o lo que
hiciera falta.
Miguel, como hacía todos
los días, revisó una por una las ocho salas. En la primera todavía estaba el
atracador que había sido disparado por el propietario de una joyería al
pretender atracarle y no parecía que fuera un caso difícil. Tenía un tiro en
plena cara que le había desfigurado completamente y las manos llenas de barro.
Era un chico joven, fuerte y lleno de tatuajes de diferentes colores.
- Ya
tengo trabajo porque en cuanto venga el Dr. Lopez García seguro que me manda
prepararlo para devolverlo a la familia – Miguel decía esto mientras le tapaba
cuidadosamente con una sábana que en su infancia había sido blanca y ahora, con
el paso de los años y después de sucesivos lavados se había convertido en una
cobertura suficiente hasta que los cadáveres volvían a sus cajas de pino.
La sala número dos, igual
que la tres y la cuatro, estaban completamente vacías esperando la llegada de
nuevos clientes. El olor era característico, una mezcla de lejía y jabón pasado
que era advertido por todos los visitantes, excepto por Miguel al que incluso
le resultaba agradable. Colocó unas sábanas sobre unos taburetes, revisó las
pinzas que se encontraban sumergidas en alcohol, pasó un trapo por la lámpara y
con una manguera regó el suelo terminando en cada una de las esquinas donde
unos pequeños sumideros se hacían cargo del agua que rebosaba generosamente por
el suelo compuesto por plaquetas de un color blanco como la leche.
La sala número cinco
estaba sin arreglar, como Miguel había supuesto, porque el día anterior habían
tenido que repetir la autopsia a una mujer muerta por violencia de género a la
que el Juez había mandado hacer una autopsia mas rigurosa porque no constaba si
había tomado alguna sustancia, además del alcohol que casi se salía por todos
los poros de su piel. El cadáver estaba en una camilla, tapado con la
correspondiente sábana y por el suelo se acumulaban gasas y compresas manchadas
de diferentes fluídos, restos de su ropa, una medio peluca de dudoso color,
unas medias viejas llenas de agujeros, un sombrero de paja y unas zapatillas de
andar por casa. Miguel pensó en la posibilidad de dejarlo todo como estaba
hasta que llegara Herminia, la limpiadora, pero le parecía una caradura dejarlo
cuando él no tenía nada que hacer hasta las ocho y tomando la manguera regó
todos los restos acumulándolos en una esquina para que, eso si, fueran
clasificados y recogidos por la limpiadora porque una cosa es echar una mano y
otra ser tonto y uno aunque lo parece no lo es. Claro que estas sudamericanas
son todas iguales, empiezan muy bien y poco a poco van relajando las costumbres
y sobre todo si se encuentran con alguien como yo, pero ya empiezo a estar
harto. Una cosa es que venga pronto y otra es que me dejen trabajo del día
anterior. ¡Que trabaje que para eso le pagan!
A pesar de todo Miguel dejó esa sala como los
chorros del oro y pasó a la sala sexta donde se encontraba la chica de la que
le había hablado el Guardia Civil de la puerta. La sala estaba tan limpia y tan
ordenada que parecía hacerle la competencia a la chica que estaba tumbada en la
camilla de acero inoxidable que presidía la estancia. Un sábana la tapaba hasta
los hombros y la cara y el pelo peinado con unos rizos que parecían haber sido
hechos unos minutos antes, era de una belleza que, en vida, debió haber sido
muy importante. Los ojos todavía dejaban entrever una fina línea azul por
encima de las pestañas, las cejas estaban perfectamente depiladas y toda su
cara irradiaba una enorme tranquilidad. Le había pasado en otras ocasiones,
aunque de eso hacía ya varios años, pero en muy contadas ocasiones y siempre
con cadáveres que no habían sufrido ningún tipo de traumatismo y sin embargo en
éste, parecía que la policía se había decidido por un posible atropello, según
constaba en la historia que tenía Miguel en la mano.
- Me
juego el cuello que éste cadáver no lo ha visto el Inspector Cuadros – Miguel
conocía al Inspector desde hacía muchos años - ¿como va a ser un atropello si
por no tener no tiene ni un simple hematoma y la ropa está como si hubiera
salido hace un rato de la lavadora?. No se de que se habrá muerto pero
atropellada de eso nada monada – Miguel estiró la sábana cubriendo totalmente
el cuerpo de la desconocida.
Las sala
siete también estaba vacía y en la ocho seguía el cadáver de un ciudadano, por
los rasgos era asiático, que había sido encontrado hacía unos días en un
descampado cerca del poblado de Cobo Calleja donde era frecuente encontrar a
este tipo de cadáveres, casi siempre fruto de ajustes de cuentas entre bandas
rivales. Este individuo joven, trabajador manual por la rudeza de sus manos,
llevaba allí cerca de quince días y cada poco aparecía alguna persona,
acompañada por un agente de policía, que observaba cuidadosamente el rostro y
sin mover ni un músculo negaba con la cabeza que perteneciera a su familia.
Solo uno comenzó a llorar compulsivamente y después de mucho preguntar los investigadores
judiciales llegaron a la conclusión que eran compañeros de trabajo, pero no
fueron capaces de conocer ni siquiera el nombre. Miguel estaba seguro, como era
una práctica habitual, que si en una semana no se conocían mas datos sería
enterrado en una fosa común en el Cementerio de Villanueva de la Cañada, previa
la colocación de un número en la caja y un pequeño historial para poder
localizarlo si, en el futuro, hubiera novedades en la investigación, cosa que
no ocurría nunca porque el caso se daba por cerrado y estaría por llegar la
primera vez en que alguien reclamara a alguno.
Una semana
era bastante tiempo para mantener un cadáver sin que empezaran a aparecer
signos de descomposición provocando un olor insoportable por lo que Miguel
procedió a cubrirlo con un grueso plástico de color negro, regando todo con
agua y un compuesto químico que sacaba de un de un bidón de color verde oscuro
situado a un lado de la sala. Una vez bien húmedo lo envolvía en una bolsa de
plástico en la que constaba el día de su ingreso en el Instituto Anatómico
Forense y así lo dejaba hasta que el Juez decidiera cuando lo trasladaban y
entonces lo introduciría en una caja de zinc rigurosamente precintada y en un
furgón saldría por la puerta del garaje solo, sin ningún tipo de cortejo, hasta
depositarlo en el Cementerio.
- Espero
que el Sr. Juez tenga a bien decidir cuando lo trasladamos porque tanto chino
por los pasillos comienza a ser un coñazo y como tengan que venir todos los que
viven en Madrid, tenemos cadáver hasta dentro de siete meses y cuando uno se
muere tiene que dejar sitio a otros que vienen detrás – Miguel no era racista,
seguro que no, pero el desfile de extranjeros por su Departamento no le hacía
ninguna gracia y ahora con la chica de la sala sexta volverían otra vez a las
andadas y siempre era lo mismo. Llegaba la supuesta familia, en el caso de
españoles casi siempre eran ellos, Miguel acompañado del Inspector de turno
levantaba la sábana, los familiares miraban como si lo que estaba ante sus ojos
fuera imposible y se deshacían en lágrimas hasta que Miguel los hacía pasar a
una sala cercana y allí repartía botellines de agua y alguna que otra tila
hasta que se calmaban un poco y de allí de vuelta a la Comisaría para terminar
el atestado.
Sin embargo, aquella chica de la sala seis era distinta. Si no fuera
porque Miguel llevaba allí cerca de
cuarenta años, podría decir que estaba dormida. Todos los muertos cambiaban en
nada de tiempo y sin embargo ésta parecía que de un momento a otro iba a
preguntar porque estaba ahí. Incluso la ropa que normalmente estaba arrugada de
tanto traslado era como recién salida de la tienda. Las sandalias tenían la
suela como si no hubieran pisado el suelo. Miguel, experto en suposiciones y
conocido entre todos los trabajadores del Centro como si fuera un Inspector de
Policía en período de prácticas, había levantado la sábana dejando al
descubierto la mitad del cuerpo. Los brazos estaban colocados sobre el pecho y
en uno de sus dedos todavía permanecía un anillo.
- Hacía
muchos años que no veía a nadie con las joyas en la camilla y en este caso
parece como si nadie quisiera que fuera un cadáver. Ni siquiera le han quitado
la ropa. ¡Qué raro! – pensó Miguel sin poder retirar la vista de aquella chica
– y el caso es que la cara me suena de algo, no se de que, pero yo la he visto
en algún sitio ¡ que raro! Por mas que la miraba y hasta se sentó en un
taburete para verla con mas detenimiento no era capaz de saber de que la
conocía, pero verla la había visto en alguna parte, eso seguro, pero imposible
saber donde. El caso es que yo – Miguel no podía quitarla la vista de encima –
no conozco a casi nadie fuera de aquí, mi vida se reduce a trabajar aquí de sol
a sol y luego a casa, ver la tele y al día siguiente volver temprano para salir
tarde y así un día y otro desde hace cuarenta años. ¡Dios mío¡, como pasa el
tiempo . Nunca he tenido amigos, vivo en el mismo piso desde que vine a Madrid,
no salgo prácticamente nunca y sin embargo yo a esta chica la conozco
Un agudo ring ring
procedente de un teléfono negro con los números algo gastados instalado en la
pared, hizo que Miguel volviera de esa especie de sueño en el que se había
sumido sin darse cuenta
- Miguel
– una voz aguda le hizo volver todavía antes a la realidad. Era la telefonista
– hijo menos mal que te encuentro ¿Dónde estás metido?
- Estoy
en la sala seis
- Están
aquí los familiares de un cadáver que trajeron ayer por la tarde.
- Voy
ahora mismo a buscarles.
- Venga
que llevan un rato esperando
- Voy,
voy.
Miguel tapó el cuerpo de
la sala seis y encaminó sus pasos a la sala de espera donde cuatro personas le
esperaban con ansiedad. No había duda que una de las personas vestida
totalmente de negro, era su madre porque el parecido físico era extraordinario
aunque en el caso de la señora que esperaba con un pañuelo entre las manos, la
diferencia eran unas tremendas arrugas que poblaban su cara. Dos señores con
abrigo largo, sombreros grises y traje de corte perfecto la acompañaban y un
poco mas separado un chico, mucho mas joven que las otros tres personas,
permanecía con la mirada en el suelo moviendo las manos como si fuera un tic,
llevaba una gabardina sobre los hombros, el pelo despeinado posiblemente por
toda una noche de guardia y cuando vió acercarse a Miguel se levantó antes que
los demás
- Buenos
días ¿Es usted Miguel?
- Si
señor
- Soy
el Subinspector Luis García.
- Mucho
gusto – Miguel apretó con fuerza la mano que le tendía el Policía
- Le
traigo recuerdos del Inspector Cuadros
- Si
hombre – Miguel esbozó una sonrisa – Hace muchos años que le conozco ¿cómo
está?
- Muy
bien, viejo porque los años no perdonan, pero bien.
- Bueno,
bueno tampoco es para tanto que tiene los mismos años que yo
- Perdone
– el joven Subinspector trataba de subsanar la metedura de pata – pero usted
parece mucho mas joven
- Ya,
ya – Miguel miró a las otras personas que eran las únicas que permanecían en la
sala de espera – ¿son familiares de la chica que trajeron ayer?
- Si,
venimos para que hagan un reconocimiento del cadáver.
- Muy
bien - Miguel se dirigió a los que permanecían sentados – perdonen, si les
parece bien les acompaño a la sala para que reconozcan el cadáver de su
familiar ¿de acuerdo?
- Si
- contestó con voz potente un hombre de unos sesenta años con mirada cansada –
cuanto antes pasemos antes terminamos esta agonía. Vamos María.
Miguel ayudó a
incorporarse a la señora
- ¿Qué
relación tienen ustedes con la difunta?
- Yo
soy su madre –contestó la señora mientras andaba lentamente hacia la sala donde
estaba el cadáver de la que se suponía que era su hija – y los que me acompañan
uno es mi cuñado y otro un vecino puerta con puerta de mi casa que desde que me
comunicaron lo que había pasado no me deja sola ni un minuto
- ¿Tiene
mas familia?
- Si,
pero han preferido quedarse en Medina del Campo preparando todo para el
entierro
Ya – Miguel sacó una llave
del bolsillo y se dispuso a abrir la sala número seis. Mientras tanto la madre
se secaba las lágrimas con un pañuelo que sostenía nerviosamente con la mano
derecha. Eran muy pocos metros los que tenían que andar entre la sala de espera
y la sala de autopsias, pero los suficientes para que María, la madre, repasara
como si fueran una serie de fotogramas de una película, todo lo acontecido
desde las siete de la tarde del día anterior hasta ahora que serían alrededor
de las siete de la mañana de este día desapacible en la capital de España.
Miguel destapó la cara de
Ana Segura y Doña María asintió con la cabeza. Si por ella fuera la hubiera
abrazado, pero el Tío Antonio y el vecino que la acompañaban se lo impidieron a
la vez que también asintieron con la cabeza confirmando que el cadáver era el
de su sobrina y el de la vecina.
Salieron de la sala de autopsias y en un pequeño despacho firmaron
diferentes papeles y después de
preguntar cuanto tiempo tardarían en hacerle la autopsia y plantear la fecha del
entierro, pasaron a una sala contigua para responder las preguntas que
necesariamente les tenía que hacer el policía que les acompañaba desde el
primer momento.
- Perdonen
que les moleste, pero para la instrucción del sumario necesito una serie de
datos ¿de acuerdo? – El subinspector se quitó la gabardina y al quitarse el
sombrero y colgarlo de una pequeña percha clavada en la pared se apreciaba una
persona joven, bien parecida, con el pelo inundado de gomina, un traje gris
abrochado, una camisa blanca con rayas discretas de color rojo y una corbata
lisa del mismo color. Al sentarse e indicar a Doña María, su cuñado y el vecino
que también tomaran asiento, dejó encima de la mesa unos folios y con un
bolígrafo que sacó del bolsillo interior de la americana, se dispuso a apuntar
los datos mas interesantes de la fallecida con el fin de obtener la mayor parte
de datos que les indicara alguna pista para iniciar las investigaciones aunque
era consciente que la mayor fuente de información iba a ser la autopsia, pero
disponer del informe forense todavía tendrían que pasar unos días
- Bueno,
Doña María – el subinspector la miraba directamente – serán solo unos pocos
minutos pero necesito saber lo mas posible sobre la vida de su hija, sobre todo
los últimos meses, ya sabe donde vivía con quien salía, si tenía algún novio o
alguien que pudiera hacer algo parecido. Prometo molestarla lo menos posible.
- Lo
que usted mande – contestó la señora.
Uff tema escabroso. Es todo un máster en autopsias. Que bien describes el escenario; me lo he imaginado perfectamente.
ResponderEliminarPobre Ana; que le habrán hecho. Ya tenemos tema. No tengo ni idea de por donde van los tiros.
Hasta el próximo capítulo besos a todos los lectores.
Uff tema escabroso. Es todo un máster en autopsias. Que bien describes el escenario; me lo he imaginado perfectamente.
ResponderEliminarPobre Ana; que le habrán hecho. Ya tenemos tema. No tengo ni idea de por donde van los tiros.
Hasta el próximo capítulo besos a todos los lectores.
Casi llego tarde a mi comentario. La laconada de Cedeira la he prologado unos días, pero al fin ya estoy aquí.
ResponderEliminarMenudo capitulito, nunca me han gustado los muertos y menos las autopsias y los forenses, pero es la vida y hay que aceptarla.
Intriga lo que le ha pasado a Ana, esperemos enterarnos pronto.
Al ver los comentarios pensé ya somos tres. A lo mejor es buena idea la de repetir el comentario para hacer mas propaganda y que se anime la gente.
Un abrazo a todos