Queridos blogueros/as: El segundo capítulo de la segunda parte ya está aquí y como veis todo se va complicando un poco. Antes que se me olvide quiero decir a mi bloguera número uno que nunca se pregunta por los nombres de los policías llamados secretos, unos días se llaman Miguel, otros no se qué y así cada vez son mas secretos que es de lo que se trata.
En segundo lugar os voy a contar una historia que nada tiene que ver con esta novela, pero que si tiene que ver con el mundo en que vivimos. Al principio Dios creó al hombre y le puso por nombre Adán y pensó que le tenía que dar una compañera y así apareció Eva. hasta ahí todo muy bien, pero luego fueron apareciendo hijos de ésta pareja, nietos, tribus enteras que andaban dando vueltas buscándose la vida y a cada uno le iban poniendo nombres y nombres ¿me seguís? y seguro que os preguntaréis y todo esto a que viene. Seguir leyendo que como diría D. Mendo, el de la venganza, presto llega el final. El último nombre que se le ocurrió y esto fué un 14 de Febrero fué el de San Valentín que como estaba enamorado lo nombró patrón de todos aquellos que estaban, estén o estarán en la misma situación, pero llegó el 15 de Febrero y como ya había tenido que inventar tantos nombres y aunque fuera Dios, no se le ocurría ninguno y la aparición de un trueno que hizo retumbar todo el cielo, le vino, por fin, uno que nunca había sido utilizado y que no era otro que Faustino y claro le dió una pareja que podría ser ¿porqué no Santa Teresa Rivero? pero no podía ser porque ya había otras como Santa Teresa la de Avila o Santa Teresa de Calcuta y entonces, aunque pareciera un castigo por lo que El sabía que le iba a venir, le puso Jovita de nombre a la que sería su compañera para todos los calendarios, pero claro, Faustino solo le parecía poco y entonces y eso no viene en ningún calendario, le añadió el Belascoaín para que quedara como mas fino y así se quedó por los siglos de los siglos Amén.
En fin, por hoy ya está bien, pero habréis podido comprobar que la historia se puede escribir como a cada uno le de la gana y a mí, hoy me ha dado por ahí.
Un abrazo y que sigáis siendo felices si es que "podemos"
Tino Belas
CAPITULO 61.-
María, la madre de Ana
Segura, asistía todos los días a Misa de siete en la capilla de las Madres
Reparadoras que tenían en el convento situado casi al final de la calle Mayor.
Desde su casa era un paseo, en primavera fenomenal para la salud, pero en
invierno un auténtico sacrificio. El hecho de tener que atravesar la Plaza
Mayor y algunas calles colindantes donde el frío penetraba como si fuera un
cuchillo la obligaba a andar deprisa y siempre con un abrigo que le llegaba
casi hasta los pies y un sombrero de lana que le cubría toda la cabeza. Las
manos enfundadas en guantes también de lana las llevaba siempre en los
bolsillos y en su gesto, a pesar del tiempo transcurrido desde la muerte de su
marido el Dr. Seguro, se adivinaba una profunda tristeza. Todos los días pedía
a Dios, a ese Dios en el que ella creía con una fe nacida de lo mas profundo de
su ser, que la ayudara a superar el golpe de perder su marido y Dios parecía
alegrarse de su tristeza porque en tantos años se podían contar con los dedos
de las manos los días en que había superado aquel estado de ánimo. Ella era
consciente que se tenía que apoyar en sus hijos ¿donde mejor? pero a pesar de
intentarlo miles y miles de veces no lo conseguía. Solamente con Ana, las pocas
veces que se acercaba a verla a Madrid parecía que se encontraba un poco mas
animada, pero solo un poco. Sin embargo, una artrosis localizada en su rodilla
izquierda la impedía ir a verla tanto como quisiera. Por otra parte, Ana en
Madrid, no se cansaba de aconsejarla que se quedara con ella sin darse cuenta
que su presencia en Medina del Campo era imprescindible para el resto de sus
hijos, sobre todo para Begoña que a pesar de sus treinta y tantos años seguía
teniendo una mentalidad de cinco.
El lunes ¿fue el lunes?
Si, ayer por la tarde unos minutos antes de salir para Misa, mientras se estaba
peinando y arreglándose un poco, sonó el teléfono y Doña María lo descolgó
pensando que sería su hija la casada que la llamaba cuando no podía acercarse a
verla por alguna razón y sin embargo era una voz masculina, gruesa, como de un
hombre de mediana edad que sin mas preámbulos preguntó
- ¿Podría
hablar con la madre de Ana Segura, por favor?
- Si
soy yo – contestó Doña María sintiendo como si fuera a suceder algo sin saber
muy bien el qué - ¿con quien hablo?
- Señora
– la voz parece como si temblase un poco – soy el sargento Alvarez de la
Policía Nacional de aquí, de Medina del Campo.
- ¡Que
ha pasado! Por favor dígame que no ha ocurrido ninguna desgracia – Doña María
casi no tenía ni fuerza para sujetar el teléfono
- Lo
siento – la voz se volvió todavía mas grave – pero tengo una mala noticia que
darle.
Doña María
se sentó en una silla situada en el cuarto de estar al lado de la mesa donde
estaba el teléfono. Estaba segura de lo que le iba a decir su interlocutor,
quería oírselo decir ya, pero por otra parte no sabía si podría soportarlo
- Pero
¿mi hija está bien?
- Su
hija ha sido encontrada muerta en una zona de la sierra de Madrid.
- No
puede ser – Doña María comenzó a llorar y entre lágrimas acertó a decir - ¿está
seguro? ¿no puede haber sido una equivocación? Seguro porque mi hija no iba
nunca a la sierra, no puede ser.
- Señora
– la voz se mostraba como mas tranquila una vez dada la noticia y al cambiar la
entonación parecía como mas próxima – estamos a unos metros de su casa, si nos
da su permiso en unos minutos estamos ahí y le podemos dar mas información
- Está
bien, aquí les espero.
No sabía
como ni cuando había avisado a su otra hija pero cuando el Sargento Alvarez
acompañado de otro miembro de la Policía Nacional llegó a su casa, su hija ya
estaba allí y mas o menos había entendido lo que su madre trataba de decirle
entre lágrimas.
El sonido
del timbre retumbó por el largo pasillo que comunicaba la puerta de entrada de
la antigua casa del Dr. Segura con el cuarto de estar. Hasta llegar allí varias
puertas daban entradas a la cocina, dos cuartos de baños y cuatro dormitorios.
Las puertas estaban cerradas y una bombilla iluminaba el pasillo. La hija de
Doña María se levantó y se acercó rápidamente a la puerta de entrada. Miró por
la mirilla, como era práctica habitual en aquella casa siguiendo la costumbre
de su padre que continuamente les repetía que no deberían abrir sin asegurarse
de quien estaba detrás. Dos hombres con uniforme oyeron como los pestillos, dos
en total, se iban descorriendo y al abrir vieron a una señora de unos treinta y
tantos años con los ojos enrojecidos que los recibía con un “buenas tardes,
pasen por favor que mi madre les está esperando” Los policías dejaron las
respectivas gorras en un perchero medio vacío y acompañaron a la mujer hasta el
cuarto de estar. Era una habitación grande, con un hermoso ventanal por el que
la luz en verano debía de entrar a raudales, pero un día como el que les había
tocado vivir no era como para que, ni siquiera una lámpara de cristal con seis
bombillas, diera suficiente luz. A la izquierda una mesa camilla rodeada por un
sillón de dos plazas, dos orejeros y una butaca mas pequeña albergaban a una
señora vestida completamente de negro, con el pelo recogido en un moño de
cualquier manera. En el centro de la camilla un recipiente con dibujos de
diferentes colores, estaba casi tapado por el diario ABC y en el fondo asomaba
un libro de crucigramas, un bolígrafo, un bloc de notas y una baraja francesa
con las cartas malamente distribuídas.
Al otro
lado de la habitación, una mesa de caoba con diez sillas de respaldos con
ornamentos de caza. En el centro una enorme sopera de plata apoyada en un
delicado mantel de encaje hacía de base a un gallo con las alas desplegadas
como si fuera a salir volando de un momento a otro. Un espejo grande,
horizontal con el marco de una madera tallada y pintado de color oro hacía que
el cuarto pareciera mas grande de lo era. Una alfombra grande y dos mas
pequeñas contribuían a darle calor a un cuarto que derrochaba aires de familia.
Doña María
con el pañuelo en la mano y con los ojos casi cerrados de tanta lágrima
derramada se levantó lentamente y saludó a los recién llegados mirándolos con
un gesto como de incredulidad. Juan María Alvarez, Sargento de la Policía
Nacional, le estrechó la mano y lo mismo hizo el número Pedro García.
- Perdone
– el sargento no sabía ni por donde empezar – pero no nos queda mas remedio que
darle la noticia que su hija Ana ha sido encontrada muerta en la sierra de
Navacerrada muy cerca de Madrid.
- No
puede ser, no puede ser – Doña María movía nerviosamente ambas manos – ¿no
puede ser una equivocación?
- El
carnet de identidad que llevaba en el bolso cuando fue encontrada corresponde
con la persona fallecida – el Sargento tomó las manos de la señora de la casa
entre las suyas y parecía querer ayudarla sin saber como – comprendo que para
Ustedes – miró también a la hija – es una noticia terrible y por eso queremos
darle nuestro mas sentido pésame.
- Pero
– Doña María no era capaz de asimilar el tremendo golpe psicológico – ¿no puede
ser que se estén equivocando? ¿no puede ser?
- Lo
sentimos Señora – El Sargento no sabía como consolarla – pero desgraciadamente
el cadáver corresponde a su hija
Ahora le
tocaba intervenir a su hija que no había levantado la vista hasta ese momento.
Parecía algo mas tranquila que su madre aunque seguro que la procesión iba por
dentro
- ¿Cómo
la encontraron?
- Eso
se lo explicarán mejor en Madrid, donde por cierto tienen que acudir para el
reconocimiento del cadáver, pero, según nuestras noticias, fue atropellada y
apareció en una cuneta.
- ¿Y
sabe si la muerte fue instantánea
- Lo
siento, pero no disponemos de más información - El Sargento Alvarez se puso en
pié al mismo tiempo que el guardia que le acompañaba – solo sabemos lo que les
hemos contado y venimos para indicarles que tienen que ir al Instituto
Anatómico Forense para reconocer el cadáver. Ese es un trámite que tienen que
pasar para a continuación le pueda ser realizada la autopsia y si el Señor Juez
lo tiene a bien, entonces podrían disponer del cadáver y proceder a su
enterramiento.
Doña María
no era capaz de pensar en nada y menos en desplazarse hasta Madrid.
Prácticamente todas las veces que había ido lo había hecho en tren y su hija la
esperaba en la estación de Atocha. No sabía manejarse por la capital, como iba
a llegar al sitio ese. Se tendría que
arreglar un poco ¡que desgracia Dios mío! pero ¿se puede saber que he hecho yo
para merecerme esto? Primero me quedo viuda y ahora esto. Si por lo menos
viviera mi marido, tendría en quien apoyarme.
- Tengo
que ir a Madrid, cas¡ hija mía, llama al Tío Antonio para que me acompañe y
díselo a Juan, el vecino para que también lo sepa.
- Para
evitarle mayores molestias – el Sargento Alvarez continuaba de pié – tenemos un
coche de la Policía en la puerta que en cuanto usted diga la lleva y por
supuesto la trae.
- Tendrán
que esperar un poco, tengo que avisar a mi familia ¡que horror! ¡que horror! mi
pobre Ana. Mira que me dijo veces que me quedara con ella a vivir en Madrid,
seguro que si estuviera allí esto no hubiera sucedido, seguro que no. Dios mío,
ayúdame.
- Señora,
nosotros tenemos que marcharnos – El Sargento saludó respetuosamente con una
ligera inclinación de cabeza – nuestro mas sentido pésame y cuando tenga todo
preparado, el coche la espera en la puerta
- Muchas
gracias – Doña María les dio la mano y lentamente los acompañó hasta la puerta.
Qué fuuuuuerte !!! Por Dios, que vuelco y encima nos dejas en suspenso o ¿se ha cortado el texto? Me parece un capítulo muy corto.
ResponderEliminarMe doy por satisfecha con tu respuesta al cambio de nombres. Tienes toda la razón
Hasta la semana que viene. Besos a todos
Impresionado. Ana, la de Medina del Campo aparece muerta en una cuneta de Navacerrada. Lo que menos me podía esperar.
ResponderEliminarEspero ampliación de la noticia. Esto se pone interesante.
Un abrazo a todos