jueves, 4 de diciembre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 52


 Queridos blogueros/as: Como estas introducciones a cada capítulo comienzan a ser casi como un diario semanal, os diré que hoy me he levantado de buen humor. Supongo que a todo el mundo le pasa igual. No tiene explicación, te levantas bien y ya está y por eso aprovecho para escribir lo antes posible y también porque es jueves y me adelanto un día al capítulo semanal y que conste que me acabo de dar cuenta que hoy es jueves, pero ya que estoy sentado delante de este chisme me como un día y vosotros, si vosotros dos que ya sabéis a quien me refiero, lo leéis cuanto os de la gana, pero yo ya he cumplido con mi obligación. Antes que se me olvide quiero deciros que la semana que viene toca "ajo y agua" porque este cura y su santa nos vamos a Belgica a ver a Marta y el diecisiete volvemos. Creo que vamos a algún pueblo alemán a los mercadillos navideños y de paso iremos a conocer Colonia ¡ya que estamos! En fin ya os contaré.

No se porqué tengo la impresión que estas historias las leen alguien mas que vosotros dos, aunque no se si porque no quieren o porque no saben, el caso es que no lo escriben en ninguna parte, pero bueno, allá ellos, ellos se lo pierden, pero si escribieran podríamos hacer una especie de tertulia sin cookies que podría resultar mas divertida, pero bueno, todo se andará.

Mientras que escribo me pongo Spotify y por primera vez en mi vida estoy tranquilamente oyendo música, eso no tiene mérito porque lo he hecho muchas veces, pero si que hoy oigo las letras y por ejemplo ahora mismo hay un fulano con una guitarra y la letra dice que "soy un completo incompleto si me giro y no te veo etc...etc ¡Que bonito! 

No se si os dicho que estoy escribiendo otra novela sobre un Cirujano Plástico que tiene que emigrar porque las cosas no le van bien y habrá que darle un toque de alegría porque está quedando mas triste que yo que se. En fin, como siempre pasa con esto de escribir, le buscamos una novia y algo haremos y con la mujer también le daremos alguna alegría que para eso la dejamos en casita, compuesta y sin marido.

Bueno que seáis felices  porque como siga así nunca llegáis a leer el capítulo y espero que después de esto, me nombren por lo menos hijo adoptivo de la Villa de Cedeira porque mas propaganda imposible y la Dorinda estaréis de acuerdo conmigo que muy bien.

Hasta la próxima.

Un beso
Tino Belascoain




CAPITULO 52.-

El día amaneció soleado, cosa un tanto extraña en Galicia y más en aquella época en que el otoño se empeñaba en hacer acto de presencia. La casa rural, situada en lo mas alto de una montaña desde la que se veía perfectamente toda la ría de Cedeira, pequeño pueblo marinero a unos pocos kilómetros de Ferrol, estaba en un sitio increíble. Fernando la había encontrado casi de casualidad, pero el hecho de que estuviera en un lugar alejado del mundanal ruido, con posibilidad de ver el mar y en un pueblo famoso por sus percebes, hizo que Fernando reservase la mejor habitación o por lo menos así se lo había asegurado la dueña, a la que no tenía el gusto de conocer nada mas que por teléfono, pero que tenía una voz encantadora, una de esas personas que sin conocerla, ya sabes que te va a encantar, servicial como nadie y dispuesta a que aquel fin de semana fuera el mejor de sus vidas y estaba segura que  lo conseguiría y a fé que no les había engañado. La llegada fue a altas horas de la madrugada y la oscuridad de la noche les impidió ver la magnitud del paisaje. Como habían quedado previamente, deberían dejar el coche a un lado de un pequeño aparcamiento cubierto por una parra que hacía las veces de Uralita ecológica, la llave de la habitación estaría debajo del felpudo de la entrada, era la mejor de todas y Dorinda, que así se llamaba la propietaria, les había dejado, junto con la llave, una  nota en la que les avisaba que podían hacer todo el ruido que quisieran porque de las seis habitaciones disponibles, cinco estaban libres aquel fin de semana, porque estaban todas reservadas a una familia de Lugo, pero por algún motivo no habían podido ir. La habían llamado por teléfono y le preguntaron si tenían que pagar alguna cantidad, pero les era imposible acudir ese fin de semana. Además, la nota les advertía que ella estaría por allí por la mañana y que no se preocupasen por la hora del desayuno, cuando bajaran se lo preparaba sin ningún problema.
Mamen y Fernando siguieron rigurosamente todas las instrucciones y al encender la luz de la habitación se quedaron sorprendidos del buen gusto del que hacía gala la tal Dori. Se podía definir como una “suite rural”, si es que existe ese término. Era un pequeño apartamento decorado absolutamente con artesanía gallega en el que destacaba una cama con dosel al fondo, una especie de cuarto de estar con los periódicos del día encima de una acogedora mesa camilla rodeada por dos orejeros tapizados con una pana beis y hortensias de fondo. A la derecha una amplia galeria dejaba ver las luces de la villa y varias filas de pequeñas bombillas que parecían continuar el recorrido de viejos caminos. A cada pocos metros, esa luces se arremolinaban como queriendo fundirse en un abrazo luminoso y aunque era difícil de discernir, casi seguro que formarían partes de distintos núcleos rurales. La galería era larga, muy larga y casi al final unas sillas se disponían de manera informal, apoyadas en un suelo de madera que chirriaba con los pasos de Mamen y Fernando.
A la izquierda, una pequeña balda de piedra con un jarrón que contenía unas rosas rojas recién separadas de su habitat natural, daba entrada a una mini cocina de cuyas estanterías descendían, como cascadas, ramas de hiedra que llegaban casi a un fregadero de piedra natural por el que discurría sin parar un reguero de agua que se difuminaba por una de las esquinas. Dos pequeños bancos de madera, con una mesa en el centro hacían las veces de un moderno “office”. El cuarto de baño mantenía el suelo original de muchas casas gallegas, haciendo como rombos blancos y negros y toda la pared era de piedra vista, la llamada cantería y solamente en un lateral se abría una ventana de madera con unas contraventanas también de madera.
La pareja recién llegada, acostumbrada al lujo y amplitud de las grandes cadenas hoteleras del levante español, se quedó estupefacta. Aquello parecía como de cuento, la limpieza era impresionante y solo el sonido del agua discurriendo por la cocina  les parecía como estar en otro mundo. La elección había sido excelente y seguro que sería un lugar ideal para plantear aquellos asuntos que los dos llevaban en la cabeza.
El día anterior había sido muy duro y casi sin tiempo de deshacer las maletas, se quedaron dormidos en una cama amplia y blanda, ella con un camisón blanco de puntillas  y él con un pijama de rayas muy finas rojas y blancas.
El canto de un gallo los despertó a las siete de la mañana, Fernando se levantó, abrió las cortinas que cerraban de manera casi hermética la galería central y ante la maravillosa vista no pudo por menos que despertar a su mujer que se encontraba en lo  mejor de sus sueños.
-  Mamen, Mamen – la empujó suavemente – despiértate y ven a ver la vista, no te la puedes ni imaginar.
-  ¿ Que hora es?
-  ¡Que mas da!
-  ¿Cómo que que mas da? Debe ser prontísimo ¿no?
-  Son las siete y cuarto de la  mañana, pero es igual, porque te va a encantar
-  ¿Sabes a que hora nos acostamos ayer?
-  Ni idea, supongo que tarde
-  Pues nada mas y  nada menos que a las tres y media de la madrugada, o sea, que cierra la cortina y vamos a dormir que es  muy temprano.
-  ¿Serás capaz de no venir a ver el paisaje?  
-  Fernando, no seas pesado – Mamen se dio media vuelta y se tapó con la sábana de hilo.
Fernando descorrió completamente las cortinas y una luz maravillosa iluminó toda la habitación. El sonido del agua se vió atenuado por el piar de los pájaros. El cielo estaba completamente azul y en el horizonte todavía quedaban pequeñas zonas de niebla, como queriendo recordar los días anteriores en el que el sol no había sido capaz de vencerla. Sin embargo, esta mañana era especial, quizá porque en Galicia cuando hace sol, como la española cuando besa, es que hace sol de verdad y la luz es como mucho mas luz que en el resto de España. El amplísimo ventanal era como el patio de butacas y por el escenario pasaban escenas inolvidables. El pueblo marinero de Cedeira se rendía a los piés de la vista. La zona antigua con la torre del iglesia en el centro, todavía estaba en una zona sombría y los tañidos de la campana nos recordaba la llegada de los marineros de bajura, que habían salido a la mar para recoger sus capturas allá por las cuatro de la  madrugada. Los pequeños botes se aproximaban a las piedras del puerto como buscando abrigo en un día en el que la mar era como un plato de caldo gallego. No se movía ni una hoja debido a la escasez de viento y en el faro las olas no batían, como era habitual en otoño, sino que parecían querer contribuir a mejorar la belleza del paisaje dejando una estela de agua verdosa en sus proximidades. A la derecha, un monte de tupidos eucaliptos, parecía querer envolver a la villa como si fuera para regalo. Pocos núcleos de población, los llamados lugares, se veían en la ladera de la montaña y sin embargo, multitud se casas se repartían individualmente por todas las zonas verdes como si Dios se hubiera entretenido en depositarlas allí como granos de arroz blanco. Casi al alcance de la mano, unas ovejas se movían por el jardín de la casa rural, mientras un perro, de esos perros de campo que  no tienen ni raza ni pedigrí ni nada de nada pero que tienen un señorío que les hace rodear a las ovejas como si las estuviesen cortejando, daba vueltas alrededor del rebaño para que el amo  las tuviera siempre controladas.
Ese paisaje encantador se veía alterado por el canto de un gallo como si quisiera contribuir para que el espectáculo no fuera solo de luz y de paisaje, sino tratando de introducir un elemento nuevo como el sonido, pero de una manera que no resultara violenta.
Fernando miraba y miraba aquel lugar de ensueño desde el excelente mirador constituido por la amplia galería y no era capaz de entender como Mamen no se levantaba para contemplarlo. La había llamado dos o tres veces y ella seguía disfrutando de otros paisajes motivados por el profundo sueño que la mantenía en la cama con la sábana hasta la barbilla. 
Por fin, Mamen se acercó a su marido y le dio un beso en la mejilla, después se puso detrás de el y le abrazó.
-  ¡Que bonito! ¿verdad? Parece un paisaje de cuento.
-  Y eso que tú lo ves ahora, que yo llevo desde las siete de la mañana ensimismado. Es algo increíble.

Casi sin esfuerzo por parte de los dos, se encontraron abrazados demostrándose su amor con un beso largo y prolongado. Casi como en la noche de bodas, Fernando la tomó entre sus brazos y volvieron a la cama y sus cuerpos se fundieron como si no hubieran pasado casi veinticinco años desde aquel uno de Junio en que se casaron en la Catedral de San Isidro en presencia de casi quinientos invitados. Durante todos esos años, había habido de todo, momentos buenos, momentos malos y épocas de monotonía en las que su situación continuaba como un coche automático por una autopista. Alguna aventura había venido a alterar el tranquilo viaje, como si un animal invadiera la calzada,  pero ambos habían sabido disimular y continuaron como si nada hubiera sucedido. Después del infarto de Fernando la situación se había tornado muy delicada, pero por los niños y por otras muchas circunstancias, continuaron viviendo juntos  y ahora disfrutaban de una buena época.

2 comentarios:

  1. Que capítulo tan bonito !!! preciosa la descripción del paisaje gallego. Cuando estás satisfecho contigo mismo y te sientes feliz y renovado, todo lo que acontece a tu alrededor lo vives de otra manera. Seguro que el paisaje es maravilloso pero Fernando lo esta viendo con los ojos de la felicidad interior y eso lo agranda todo. Y fueron felices y comieron perdices.
    Bonito viaje vais a hacer y, como se añade que vais a estar con Marta, doblemente bonito. Es mi teoría.
    Buen viaje, besos a todos y hasta la vuelta

    ResponderEliminar
  2. El Tío Javier Belas7 de diciembre de 2014, 19:55

    Que bien se lo montan estos chicos. Pues nada mas y nada menos que la mejor casa rural de la comarca y encima al levantarse hace sol y buen día, menuda suerte. Ya me estoy imaginando el súper desayuno que se van a pimplar preparado por Dorinda que me pega que sea una buena cocinera.
    Espero el próximo capítulo antes de Navidad, a la vuelta de Bélgica.
    Un abrazo a todos

    ResponderEliminar