CAPITULO 48.-
El avión despegó con normalidad
desde la pista central del Aeropuerto de Madrid, Barajas. Eran las doce y diez
de la mañana y la puntualidad, en esta ocasión, había sido la nota destacada para el Boeing de la Compañía Iberia.
La duración del vuelo sería, según explicaba la sobrecargo por el altavoz de a
bordo, de unos setenta minutos. El tiempo en la ciudad de La Coruña era aceptable, nubes
y claros y una temperatura de unos dieciocho grados.
Fernando Altozano
observaba desde la ventanilla del avión el espectáculo de la maniobra de
despegue. No era un viajero empedernido, pero siempre que lo hacía, se daba cuenta de las excelencias de
los aviones y seguía sin entender como era posible que un avión lleno de gente
con sus maletas correspondientes, pudiera levantarse por encima de los
edificios y en nada estar en las nubes y todo ello sin casi esfuerzo. La
sensación era siempre igual y le parecía mentira como iban haciéndose pequeñas
las casas y las carreteras se convertían en líneas que envolvían los núcleos de
población. Se consideraba de los que no tenían miedo, o si lo tenía lo
disimulaba bastante bien, pero, a pesar de todo, no iba del todo tranquilo y
solo cuando superaba la fase de despegue y se apagaban las luces de la
obligatoriedad de llevar colocados los cinturones, entonces si que se relajaba
completamente y empezaba a disfrutar de aquello que los pilotos llaman la
alegre sensación de volar.
En el asiento situado a la
derecha, Mamen, su mujer, era un auténtico manojo de nervios. Había viajado en
avión infinidad de veces y en lugar de acostumbrarse que sería lo normal, cada
vez lo llevaba peor. Había intentado por todos los medios evitar el viaje, pero
Fernando se había empeñado en que lo mejor era alquilar un coche en la capital
gallega y hacer el viaje en avión para no perder un día; al fin y al cabo solo
disponían de cuatro días y pretendían descansar lo mas posible y no se podían
permitir el lujo de perder dos días en viajes. Todos sus amigos les habían
hablado que la autovía era perfecta, con un trazado reciente y casi sin curvas.
El paisaje, sobre todo en la zona de las montañas de León y en la zonas
próximas de la provincia de Lugo, era de una belleza excepcional y más en
aquella época de primavera recién
estrenada.
Sin embargo, a pesar de
aquellos argumentos y de la insistencia de Mamen que no tenía mayor interés en
ir por las alturas, Fernando, como casi siempre, se salió con la suya basándose
sobre todo en aquello de que tenía bonos de Iberia y el viaje les salía tirado
de precio y además él no tenía muchas ganas de conducir cinco o seis horas
seguidas. El infarto había pasado, pero las secuelas continuaban para aquellas
ocasiones en que le interesaba explotarlas. Con las bromas hacía casi tres años
de aquel desgraciado incidente, pero aunque dicen que el tiempo lo borra todo,
no era ese el caso de Fernando. A pesar de su vida anterior, ahora hacía caso a
los Médicos y seguía con un rigor impropio de él, todas las directrices que le
indicaban. Era estricto con las comidas, dormía media hora de siesta diaria,
caminaba una hora, vigilaba su peso y
procuraba en lo posible distribuir su jornada laboral para tener tiempo para
aquellas actividades que no le provocasen “estrés”. Incluso había conseguido lo
que parecía imposible, disponer de una tarde a la semana para iniciarse en el
golf.
Los últimos quince días
como consecuencia de la herencia de su cliente, la familia Jiménez Preciado, le habían vuelto a lo
habitual antes del infarto y no estaba dispuesto a que aquello se repitiera,
por lo que decidió desaparecer del mundanal ruido. De nuevo las jornadas de
trabajo eran maratonianas, los herederos entraban y salían del despacho como
Perico por su casa, se sucedían las reuniones hasta altas horas de la madrugada
e incluso la cita con su secretaría habían alterado definitivamente sus
horarios y no podía ser. Tenía que volver a la rutina del orden en su vida.
Aquel fín de semana lo
había preparado con esmero desde casi un mes antes. En principio pensó en un
balneario con golf y sesiones de masaje antiestrés, pero luego pensó que era
mejor buscar un lugar alejado, a ser posible en el campo para disfrutar de
largas caminatas y tiempo para leer, charlar etc…etc. Se trataba de desconectar
absolutamente de todo y la única pega es que el lugar elegido era en el norte
de Galicia y las posibilidades de que el tiempo acompañase eran difíciles de
conocer con antelación. Parecía que los
partes meteorológicos aseguraban el inicio de un anticiclón y según su amigo
Rafa si eso era así, los días serían maravillosos. - Ya lo verás Fernando, te aseguro que con sol,
el pueblo que te aconsejo es el más bonito del mundo, te va a encantar y te
vuelves nuevo. Lo malo es si llegas y no para de llover, pero, en fín, Galicia
es Galicia y te la juegas. –
Desde la ventanilla del
avión parecía que las previsiones coincidían con la realidad y un cielo azul
rodeaba el vuelo. Los pequeños núcleos de población se sucedían como por
encanto y en un momento dado la costa se hizo visible. El espectáculo era
increíble. Los puertos se adivinaban con sus espigones adentrándose en el mar,
mientras que las casas se quedaban en la retaguardia como esperando que las
noticias de naufragios les llegaran con retraso. Los bosques invadían todo y
hasta el mar parecía prolongarse en la sombra de aquellos árboles. El verde del
bosque luchaba con el azul del mar para ejercer su hegemonía, mientras el azul
del cielo permanecía como invitado de piedra. El sol en la lejanía también
quería decir algo en todo aquello y el conjunto provocaba paz en todos aquellos
que tenían la oportunidad de disfrutarlo.
Fernando no despegaba la
vista del paisaje y trataba de influir en Mamen e insistía en que mirase por la
ventanilla.
- Mamen, mira, no te pierdas esto.
- Perdona, pero no puedo mirar que me mareo
muchísimo
- ¡ Que va! Es imposible, si no parece que
vamos en avión. Mas bien parece que estamos en una terraza muy alta desde la
que se ve todo, venga mira, ya verás que bonito
Fernando se inclinó hacia
delante para dejarle sitio a su mujer. Ella hizo ademán, pero enseguida se
volvió a su asiento. El vértigo era mayor que su interés e inmediatamente se
volvió a sus crucigramas que le ocupaban el tiempo y sobre todo la mente. A los
pocos minutos echó el asiento discretamente hacia atrás y cerró los ojos. Miró
el reloj y todavía le faltaba casi un cuarto de hora, No dormía, pero se mantenía en una situación de sueño despierta
que le resultaba especialmente agradable. Los pequeños ruidos del avión la
mantenían alerta y aunque aparentaba
tranquilidad y sosiego, por dentro estaba como una moto y lo peor de todo es
que siempre le pasaba igual. Habitualmente pensaba en positivo, tenía alegría
de vivir, se mostraba cariñosa con su
marido, habladora y era una persona extrovertida. Sin embargo, en el avión se
transformaba como por arte de magia y se volvía una persona de lo mas huraña e
incluso rozaba la mala educación. En fin, que los viajes aéreos para ella eran
una auténtica pesadilla.
Fernando continuaba
ensimismado con el paisaje y solamente pareció volver a la realidad cuando se
anunció por los altavoces que en breve aterrizarían en el aeropuerto de La Coruña con día soleado y
temperatura agradable. Le dió un pequeño codazo a Mamen y la animó a irse despertando.
El aterrizaje fue perfecto
y fue entonces cuando se produjo el
ansiado relajamiento. Mamen notaba dolor en los nudillos de ambas manos como
consecuencia de la contractura que le provocaba la proximidad al suelo y al
estar sobre seguro, movía los dedos con insistencia.
Después de unos minutos de
espera en el pasillo del avión, descendieron por la escalerilla y entraron en
el aeropuerto. La espera hasta la aparición de la voluminosa maleta fue de casi
quince minutos y mucho mas rápido el trámite en el mostrador de Hertz donde
alquilaron un Seat Toledo. Introdujeron el equipaje en el amplio maletero y
conduciendo lentamente se acercaron hasta la ciudad.
Fernando había estado en
varias ocasiones en La Coruña ,
por motivos de trabajo, pero nunca se había detenido a mirar los encantos de
tan bella población marinera. Siempre era llegar, juicio, comer y volver y
ahora se daba cuenta – que tonto he sido Dios mío – que el lugar merecía la
pena ser recorrido con lentitud. A pesar de la hora, aparcaron en las
inmediaciones de la Torre
de Hércules y fueron paseando, cogidos de la mano como dos enamorados, hasta el
cantón. Se tomaron una cerveza en una de las múltiples terrazas que llenaban la
amplia acera y después se sentaron a comer en la Plaza de María Pita en un
restaurante al que le habían llevado en varias ocasiones y en el que se comía
tortilla de patata y callos con garbanzos. Desde la mesa se apreciaba la
grandiosidad del Ayuntamiento de La
Coruña que se alzaba en todo el frente de la plaza. Las
gaviotas revoloteaban alrededor y hacían las delicias de la chiquillería que se
peleaban por distribuir migas de pan por el suelo y ver como se las engullían
con la misma rapidez como Fernando y Mamen degustaron las especialidades de la
casa. La comida finalizó con una leche frita que disfrutaron a medias y un café cortado para
ella y descafeinado para él.
Aprovechando la bondad de
la tarde, se dieron un largo paseo por la ciudad vieja. Las galerias blancas
enmarcadas en las paredes de edificios ajados por el paso del tiempo, parecían
contemplar con su silencio como la pareja se detenía constantemente para hacer
fotos de los múltiples detalles. Un friso allá, un cartel de aquí vivió Rosalía
de Castro aquí, algo mas allá una pared con hiedra que rebosaba la fachada, el
portal donde un pequeño farol hacía las veces de portero y mil detalles más
eran los temas que pasaban por el objetivo de la vieja Kodak de Fernando y por
el que habían pasado imágenes de toda la vida. Se la habían regalado en el
viaje de novios y, aunque ya había llovido desde entonces, todavía sacaba
instantáneas de excelente calidad. Mamen siempre se colocaba en el centro del
objetivo porque según Fernando los edificios salen en las postales, pero los
recuerdos tienen que ser para siempre y menos mal que haciendo fotos era de los
rápidos porque Mamen le espantaba posar, aunque después de miles de fotos ya
debería estar acostumbrada. Los ojos de ambos recorrían las estrechas calles,
miraban los balcones, introducían en sus retinas los enormes soportales que
protegían de una lluvia que era rutinaria en la ciudad, escudriñaban cada
rincón y no se perdían detalle de nada de lo que pasara por delante. Las gentes
con la que se cruzaban era absolutamente diferentes y así desde una pareja
besándose en una esquina, hasta el viejo aldeano con el paraguas colgado de la
espalda, pasando por los típicos vendedores de “souvenirs”, un chico joven
tocando una viola o incluso uno disfrazado de marinero con su traje de aguas
amarillo haciendo la estatua justo delante de la Conserjeria de pesca y
que solo movía la cabeza cuando pasaba un niño o alguien muy importante o
simplemente le depositan una moneda en el gorro tambien amarillo que se lo
ponía delante con algunas monedas para atraer la generosidad de los viandantes.
En la lejanía, una gaita parecía querer un punto de “morriña” en aquel día
soleado y con sus notas mostraba su desacuerdo con la ausencia de lluvia. La Coruña es una ciudad para
verla y disfrutarla con el suelo mojado y el cielo nuboso soltando las lágrimas
de “saudade” palabra de difícil traducción al castellano, pero que casi todo el
mundo la entiende.
El matrimonio se ha montado unos días de relax fantásticos. Nada mejor que Galicia. Todo ha empezado bien. Vamos a ver como se desarrolla y termina.
ResponderEliminarAquí seguimos fieles y encantada de participar en el blog. Es una novela estupenda
Bss y hasta la próxima semana
Bonita descripción de La Coruña, ciudad que conozco muy bien. En cuanto al viaje en avión comparto al 50% las sensaciones de la pareja; las vistas desde arriba son incomparables pero eso de volar tan alto me pone un poco nervioso.
ResponderEliminarLo mejor es que la novela es muy entretenida y con sorpresas.
Un abrazo a todos y hasta el Viernes