domingo, 9 de noviembre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO: 48

 Queridos blogueros/as: Aunque un poco tarde porque es la una de la mañana, ahí os va el siguiente capítulo y espero como siempre que os guste. La verdad es que yo, que siempre he sido un poco "portera" y amigo de los chismes, debo reconocer que hablando de los conflictos de pareja y esos rollos me encuentro en mi salsa y éste es uno de ellos y que seguirá así casi hasta el final de la primera parte, porque os recuerdo que todavía hay una segunda y una tercera, o sea que quedan muchos viernes.
Yo no se si esto lo lee alguien mas que vosotros dos, ya sabéis quienes sois, pero en el capítulo de entradas de vez en cuando salen seis o siete o sea que no tengo ni idea. En el fondo no me preocupa porque a mi me entretiene escribir y si lo paso al blog muy bien y si no tampoco importa.
Bueno que seais felices y no escribo hoy mas porque me estoy cayendo de sueño
Un abrazo
Tino Belascoain



CAPITULO 48.-

El avión despegó con normalidad desde la pista central del Aeropuerto de Madrid, Barajas. Eran las doce y diez de la mañana y la puntualidad, en esta ocasión, había sido la  nota destacada para el Boeing de la Compañía Iberia. La duración del vuelo sería, según explicaba la sobrecargo por el altavoz de a bordo, de unos setenta minutos. El tiempo en la ciudad de La Coruña era aceptable, nubes y claros y una temperatura de unos dieciocho grados.
Fernando Altozano observaba desde la ventanilla del avión el espectáculo de la maniobra de despegue. No era un viajero empedernido, pero siempre que lo  hacía, se daba cuenta de las excelencias de los aviones y seguía sin entender como era posible que un avión lleno de gente con sus maletas correspondientes, pudiera levantarse por encima de los edificios y en nada estar en las nubes y todo ello sin casi esfuerzo. La sensación era siempre igual y le parecía mentira como iban haciéndose pequeñas las casas y las carreteras se convertían en líneas que envolvían los núcleos de población. Se consideraba de los que no tenían miedo, o si lo tenía lo disimulaba bastante bien, pero, a pesar de todo, no iba del todo tranquilo y solo cuando superaba la fase de despegue y se apagaban las luces de la obligatoriedad de llevar colocados los cinturones, entonces si que se relajaba completamente y empezaba a disfrutar de aquello que los pilotos llaman la alegre sensación de volar.
En el asiento situado a la derecha, Mamen, su mujer, era un auténtico manojo de nervios. Había viajado en avión infinidad de veces y en lugar de acostumbrarse que sería lo normal, cada vez lo llevaba peor. Había intentado por todos los medios evitar el viaje, pero Fernando se había empeñado en que lo mejor era alquilar un coche en la capital gallega y hacer el viaje en avión para no perder un día; al fin y al cabo solo disponían de cuatro días y pretendían descansar lo mas posible y no se podían permitir el lujo de perder dos días en viajes. Todos sus amigos les habían hablado que la autovía era perfecta, con un trazado reciente y casi sin curvas. El paisaje, sobre todo en la zona de las montañas de León y en la zonas próximas de la provincia de Lugo, era de una belleza excepcional y más en aquella época de  primavera recién estrenada.
Sin embargo, a pesar de aquellos argumentos y de la insistencia de Mamen que no tenía mayor interés en ir por las alturas, Fernando, como casi siempre, se salió con la suya basándose sobre todo en aquello de que tenía bonos de Iberia y el viaje les salía tirado de precio y además él no tenía muchas ganas de conducir cinco o seis horas seguidas. El infarto había pasado, pero las secuelas continuaban para aquellas ocasiones en que le interesaba explotarlas. Con las bromas hacía casi tres años de aquel desgraciado incidente, pero aunque dicen que el tiempo lo borra todo, no era ese el caso de Fernando. A pesar de su vida anterior, ahora hacía caso a los Médicos y seguía con un rigor impropio de él, todas las directrices que le indicaban. Era estricto con las comidas, dormía media hora de siesta diaria, caminaba una hora,  vigilaba su peso y procuraba en lo posible distribuir su jornada laboral para tener tiempo para aquellas actividades que no le provocasen “estrés”. Incluso había conseguido lo que parecía imposible, disponer de una tarde a la semana para iniciarse en el golf.
Los últimos quince días como consecuencia de la herencia de su cliente, la familia  Jiménez Preciado, le habían vuelto a lo habitual antes del infarto y no estaba dispuesto a que aquello se repitiera, por lo que decidió desaparecer del mundanal ruido. De nuevo las jornadas de trabajo eran maratonianas, los herederos entraban y salían del despacho como Perico por su casa, se sucedían las reuniones hasta altas horas de la madrugada e incluso la cita con su secretaría habían alterado definitivamente sus horarios y no podía ser. Tenía que volver a la rutina del orden en su vida.
Aquel fín de semana lo había preparado con esmero desde casi un mes antes. En principio pensó en un balneario con golf y sesiones de masaje antiestrés, pero luego pensó que era mejor buscar un lugar alejado, a ser posible en el campo para disfrutar de largas caminatas y tiempo para leer, charlar etc…etc. Se trataba de desconectar absolutamente de todo y la única pega es que el lugar elegido era en el norte de Galicia y las posibilidades de que el tiempo acompañase eran difíciles de conocer con antelación.  Parecía que los partes meteorológicos aseguraban el inicio de un anticiclón y según su amigo Rafa si eso era así, los días serían maravillosos. -  Ya lo verás Fernando, te aseguro que con sol, el pueblo que te aconsejo es el más bonito del mundo, te va a encantar y te vuelves nuevo. Lo malo es si llegas y no para de llover, pero, en fín, Galicia es Galicia y te la juegas. –
Desde la ventanilla del avión parecía que las previsiones coincidían con la realidad y un cielo azul rodeaba el vuelo. Los pequeños núcleos de población se sucedían como por encanto y en un momento dado la costa se hizo visible. El espectáculo era increíble. Los puertos se adivinaban con sus espigones adentrándose en el mar, mientras que las casas se quedaban en la retaguardia como esperando que las noticias de naufragios les llegaran con retraso. Los bosques invadían todo y hasta el mar parecía prolongarse en la sombra de aquellos árboles. El verde del bosque luchaba con el azul del mar para ejercer su hegemonía, mientras el azul del cielo permanecía como invitado de piedra. El sol en la lejanía también quería decir algo en todo aquello y el conjunto provocaba paz en todos aquellos que tenían la oportunidad de disfrutarlo.
Fernando no despegaba la vista del paisaje y trataba de influir en Mamen e insistía en que mirase por la ventanilla.
-  Mamen, mira, no te pierdas esto.
-  Perdona, pero no puedo mirar que me mareo muchísimo
-  ¡ Que va! Es imposible, si no parece que vamos en avión. Mas bien parece que estamos en una terraza muy alta desde la que se ve todo, venga mira, ya verás que bonito
Fernando se inclinó hacia delante para dejarle sitio a su mujer. Ella hizo ademán, pero enseguida se volvió a su asiento. El vértigo era mayor que su interés e inmediatamente se volvió a sus crucigramas que le ocupaban el tiempo y sobre todo la mente. A los pocos minutos echó el asiento discretamente hacia atrás y cerró los ojos. Miró el reloj y todavía le faltaba casi un cuarto de hora, No dormía, pero se  mantenía en una situación de sueño despierta que le resultaba especialmente agradable. Los pequeños ruidos del avión la mantenían alerta y  aunque aparentaba tranquilidad y sosiego, por dentro estaba como una moto y lo peor de todo es que siempre le pasaba igual. Habitualmente pensaba en positivo, tenía alegría de vivir,  se mostraba cariñosa con su marido, habladora y era una persona extrovertida. Sin embargo, en el avión se transformaba como por arte de magia y se volvía una persona de lo mas huraña e incluso rozaba la mala educación. En fin, que los viajes aéreos para ella eran una auténtica pesadilla.
Fernando continuaba ensimismado con el paisaje y solamente pareció volver a la realidad cuando se anunció por los altavoces que en breve aterrizarían en el aeropuerto de La Coruña con día soleado y temperatura agradable. Le dió un pequeño codazo a Mamen y la animó a  irse despertando.
El aterrizaje fue perfecto y fue entonces cuando se  produjo el ansiado relajamiento. Mamen notaba dolor en los nudillos de ambas manos como consecuencia de la contractura que le provocaba la proximidad al suelo y al estar sobre seguro, movía los dedos con insistencia.
Después de unos minutos de espera en el pasillo del avión, descendieron por la escalerilla y entraron en el aeropuerto. La espera hasta la aparición de la voluminosa maleta fue de casi quince minutos y mucho mas rápido el trámite en el mostrador de Hertz donde alquilaron un Seat Toledo. Introdujeron el equipaje en el amplio maletero y conduciendo lentamente se acercaron hasta la ciudad.
Fernando había estado en varias ocasiones en La Coruña, por motivos de trabajo, pero nunca se había detenido a mirar los encantos de tan bella población marinera. Siempre era llegar, juicio, comer y volver y ahora se daba cuenta – que tonto he sido Dios mío – que el lugar merecía la pena ser recorrido con lentitud. A pesar de la hora, aparcaron en las inmediaciones de la Torre de Hércules y fueron paseando, cogidos de la mano como dos enamorados, hasta el cantón. Se tomaron una cerveza en una de las múltiples terrazas que llenaban la amplia acera y después se sentaron a comer en la Plaza de María Pita en un restaurante al que le habían llevado en varias ocasiones y en el que se comía tortilla de patata y callos con garbanzos. Desde la mesa se apreciaba la grandiosidad del Ayuntamiento de La Coruña que se alzaba en todo el frente de la plaza. Las gaviotas revoloteaban alrededor y hacían las delicias de la chiquillería que se peleaban por distribuir migas de pan por el suelo y ver como se las engullían con la misma rapidez como Fernando y Mamen degustaron las especialidades de la casa. La comida finalizó con una leche frita que  disfrutaron a medias y un café cortado para ella y descafeinado para él.
Aprovechando la bondad de la tarde, se dieron un largo paseo por la ciudad vieja. Las galerias blancas enmarcadas en las paredes de edificios ajados por el paso del tiempo, parecían contemplar con su silencio como la pareja se detenía constantemente para hacer fotos de los múltiples detalles. Un friso allá, un cartel de aquí vivió Rosalía de Castro aquí, algo mas allá una pared con hiedra que rebosaba la fachada, el portal donde un pequeño farol hacía las veces de portero y mil detalles más eran los temas que pasaban por el objetivo de la vieja Kodak de Fernando y por el que habían pasado imágenes de toda la vida. Se la habían regalado en el viaje de novios y, aunque ya había llovido desde entonces, todavía sacaba instantáneas de excelente calidad. Mamen siempre se colocaba en el centro del objetivo porque según Fernando los edificios salen en las postales, pero los recuerdos tienen que ser para siempre y menos mal que haciendo fotos era de los rápidos porque Mamen le espantaba posar, aunque después de miles de fotos ya debería estar acostumbrada. Los ojos de ambos recorrían las estrechas calles, miraban los balcones, introducían en sus retinas los enormes soportales que protegían de una lluvia que era rutinaria en la ciudad, escudriñaban cada rincón y no se perdían detalle de nada de lo que pasara por delante. Las gentes con la que se cruzaban era absolutamente diferentes y así desde una pareja besándose en una esquina, hasta el viejo aldeano con el paraguas colgado de la espalda, pasando por los típicos vendedores de “souvenirs”, un chico joven tocando una viola o incluso uno disfrazado de marinero con su traje de aguas amarillo haciendo la estatua justo delante de la Conserjeria de pesca y que solo movía la cabeza cuando pasaba un niño o alguien muy importante o simplemente le depositan una moneda en el gorro tambien amarillo que se lo ponía delante con algunas monedas para atraer la generosidad de los viandantes. En la lejanía, una gaita parecía querer un punto de “morriña” en aquel día soleado y con sus notas mostraba su desacuerdo con la ausencia de lluvia. La Coruña es una ciudad para verla y disfrutarla con el suelo mojado y el cielo nuboso soltando las lágrimas de “saudade” palabra de difícil traducción al castellano, pero que casi todo el mundo la entiende.


2 comentarios:

  1. El matrimonio se ha montado unos días de relax fantásticos. Nada mejor que Galicia. Todo ha empezado bien. Vamos a ver como se desarrolla y termina.
    Aquí seguimos fieles y encantada de participar en el blog. Es una novela estupenda
    Bss y hasta la próxima semana

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  2. El Tío Javier Belas10 de noviembre de 2014, 18:04

    Bonita descripción de La Coruña, ciudad que conozco muy bien. En cuanto al viaje en avión comparto al 50% las sensaciones de la pareja; las vistas desde arriba son incomparables pero eso de volar tan alto me pone un poco nervioso.
    Lo mejor es que la novela es muy entretenida y con sorpresas.
    Un abrazo a todos y hasta el Viernes

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