Un abrazo
Tino Belascoain
CAPITULO 50.-
Salieron del pub despacio, como si quisieran
que la vida siguiera siendo como la de aquella noche y en un silencio que
llenaba todo, pasearon por las estrechas calles agarrados de la mano y sin
decirse ni una sola palabra. En la playa de Riazor, cuando la luna parecía que
quería ser una mas en aquel discurrir de parejas hacia las zonas mas íntimas y
oscuras, se fundieron en un beso como nunca lo habían hecho. A continuación se
miraron a los ojos y sin querer las lágrimas asomaron por las mejillas de
ambos. Los dos sabían porqué y sin embargo continuaron con sus silencios en
espera de una mejor situación. Ya en el hotel se fundieron como dos enamorados
y aquella noche fue de las que ambos recordarían durante muchos años. No
estaban seguros si aquello sería el inicio de una nueva vida, pero, al menos,
había una mínima llama que los mantenía encendidos. No era el fuego de los
primeros años, ni tampoco el que se produjo después del nacimiento de cada niño
que era como una especie de renovación de su compromiso matrimonial, pero
tampoco eran aquellas noches frías en que la cama parecía un iglú y los
sentimientos parecían haberse perdido en aquella inmensa pista de hielo en que
se habían convertido sus almas después de la muerte de su hijo o al poco del
infarto de Fernando. En cualquiera de
las situaciones el silencio era la moneda común en sus relaciones de pareja.
Hablaban mucho, pero de nada, permanecían muchas horas uno al lado del otro,
pero en compañía, no unidos, salían y entraban continuamente pero como pareja
no como matrimonio y al final vivían juntos, pero separados.
Todas aquellas sensaciones
y muchas más recorrieron las mentes de Fernando y Mamen mientras el amanecer
despertaba y la ciudad se iba desperezando a ritmo muy lento pero inexorable,
como ocurría todas las mañanas, con mayor o menor brillo, pero el ciclo de vida
no se detenía a pesar de que algunos lo intentasen con sus hábitos.
Después de aquella noche y
con ánimos renovados, Fernando se levantó y desde la ventana del hotel situado
en un enclave maravilloso, disfrutó a las seis y media de la mañana de uno de
los amaneceres mas impresionantes de toda su vida. Desde la habitación 604
situada en la planta sexta, la bahía del Orzán se fue iluminando como por
encanto. Los pescadores lanzaban sus cañas encaramados en los rocas como si
fueran lapas mientras las bocanadas de humo procedentes de sus cigarrillos
parecían pequeñas chimeneas que colocaban a cada uno en su lugar. El mar iba
cambiando de color y de las primeras olas oscuras se iban transformando en
aguas radiantes, con espuma blanca que bañaba la arena impoluta de toda la
noche sin pisar. A lo lejos, los barcos de bajura parecían mas pequeños todavía
y serían como moscas encaramadas en lo mas alto de las olas. Un señor de pelo
blanco, zapatillas amarradas entre si y colgadas de los hombros, con un jersey
azul, pantalones de pana remangados hasta media pierna, paseaba su soledad por
la orilla, dejándose piropear por un perro tan viejo como él que al menos le
provocaba compañía. De vez en cuando se detenía y miraba al horizonte, se ponía
las manos en jarras y parecía como amenazando a la mar, aquella que había sido
su compañera del alma durante tantos y tantos años y que le había provocado
tantos disgustos y sinsabores como alegrías y momentos de calma y felicidad. Su
frente arrugada, su eterna pipa apagada como una prolongación de unos dientes
amarillos y dejados de la mano de Dios, como toda su figura que desprendía un
aire de melancolía y tristeza, seguro que, aquí Fernando dejó volar su
imaginación la mujer con la que había
vivido muchos años, decidió dejarse atrapar por el mar tirándose desde un
acantilado próximo dejando al señor en la sola compañía de su perro que aunque
daba vueltas y mas vueltas alrededor de
su amo no conseguía animarlo. Aquello era como un simulacro de una vida que
nunca iba a ser igual y que volvía a la monotonía en cuanto el viejo cruzaba el
amplio paseo marítimo y se entremezclaba con las luces y las sombras de unas
farolas envejecidas por el paso de los
meses y de los años.
Fernando recordaba aunque
hacía años las noches que estuvo alojado en este hotel y la posibilidad que
hubiera tenido de disfrutar de tanta belleza, pero su cabeza estaba en otro sitio
y los asuntos del despacho no le dejaban tiempo para mirar mas allá de la
pantalla del ordenador. Dinero, dinero y dinero ¡que tonto había sido! Su vida
limitada al dinero y ahora se daba cuenta que una puesta de sol en compañía de
Mamen hubiera sido mas rentable que aquel juicio que ganó y que le reportó
unos, lo que para él eran, buenísimos millones de pesetas y que sin embargo, al
llegar a su casa no le sirvieron para nada porque Mamen había tenido que salir
corriendo con su tercer hijo, porque tenía fiebre de casi cuarenta y uno y
había empezado a convulsionar y todavía
recordaba la cara de su mujer cuando se la encontró sola en la sala de
urgencias del Infantil de La
Paz. Su gesto era de fracaso, de soledad, de buscar algo y no
encontrarlo, parecía una viuda desconsolada, sin nadie en quien apoyarse y el
dinero haciendo que su marido estuviera en paradero desconocido. Ahora se daba
cuenta, pero ahora no hace diez años, que el dinero, en su caso, no le había
proporcionado la felicidad que a todo el mundo le provocaba. Si que llevaba una
vida fácil, pero vacía, había disfrutado muy poco de sus hijos y nada
prácticamente de su mujer y encima su vida religiosa había terminado en un
profundo fracaso. Total, que en un balance provisional, el final no era como el
de los cuentos, final feliz, si no mas bien, todo lo contrario.
Desde la cama y hundida en
la almohada Mamen contemplaba las anchas espaldas de su marido. ¿cuánto tiempo
hacía que no le miraba? Estaban juntos a menudo, pero casi ni se miraban. Al principio,
si, pero el tiempo fue pasando y lo mismo que los años, las ilusiones se fueron
desvaneciendo. ¿Quién fue el culpable? ¡ qué mas da! No es un problema de
culpabilidad, es así y no hay que darle mas vueltas. Todo fue maravilloso, la
relación era fantástica, pero se acabó. La muerte del niño en lugar de un
motivo de reencuentro fue todo lo contrario. Fernando abandonó los principios
que parecían imprescindibles en su vida y aquello fue de mal en peor y ahora
¿qué queda después de tantos años? Hasta ayer parecía que nada y sin embargo
¿quedaría algo y ahora aquellos rescoldos comenzarían a arder otra vez? Mamen
estaba deseando que fuera así, pero en su fuero interno estaba segura que nada
sería como antes. Fernando había cambiado y mucho, pero ella tampoco le iba a
la zaga. De aquella casi niña que solo hacía que parir y esperar a su marido en
casa, había pasado a ser una mujer que analizaba las diferentes situaciones y
valoraba en su justa medida las ansias de su marido. Era consciente que gracias
a él, disfrutaba de una buena posición en la escala social que le había
correspondido, su vida era cómoda, se compraba mas o menos todo lo que le
apetecía, tenía dos chicas sudamericanas en casa que le hacían todas las tareas
del hogar y hasta lo del niño su vida había sido de las que provocan envidia.
Incluso, ambos coincidían en un tema tan importante como el religioso, acudían
a reuniones juntos y de vez en cuando hasta a retiros de cuatro y cinco días
que les ayudaban a seguir. Sin embargo, la mala suerte de la muerte de su hijo,
encima en accidente que todavía es mas traumática, les había cambiado la vida.
Se desmoronaron como un castillo de naipes todas sus creencias religiosas y
nada ni nadie fue capaz de darles una explicación. Aquello que los designios de
Dios son incomprensibles estaba muy bien, pero les valía de poco. Fernando se
negó a admitir desde el primer día que la vida está en manos del Sumo Creador,
como nos repetía constantemente el Padre Huidobro, y que, por lo tanto, la daba
y la quitaba cuando le daba la gana y aunque ella trataba de mantenerse un poco
la margen, en el fondo pensaba lo mismo que su marido, con un pequeño matiz que
lo hacía diferente. No estaba de acuerdo, no entendía absolutamente nada, pero
rezaba y rezaba para que su Dios la ayudara a superar aquel mazazo, pero la
paciencia también tiene un límite y aunque sin decirlo, su fé comenzó a
resquebrajarse y el árbol de sus creencias se vió involucrado en un otoño no
deseado que lo dejó sin una sola hoja. Todavía estaba en aquella fase de
replantearse su vida sin definir el camino a seguir cuando se encontraba en
alguna encrucijada de decisiones y llega el infarto. ¿Estaba segura de poder
superar tantas pruebas? El Dios que siempre le habían dicho que era bueno,
misericordioso y no se cuantas cosas más, se había encelado con su vida y no
hacía nada mas que someterla a una serie de pruebas que iban aumentando en
dificultad. La etapa del hospital fue espantosa, con una soledad siempre mayor
de la que se quiere, mucha gente pasaba pero muy pocos hacían compañía y los
únicos momentos buenos eran los que pasaba con el Dr. Cuesta al que preguntaba
y preguntaba para que le contestara lo que ella quería oir. Sin embargo el
galeno no se lo ponía nada fácil y
muchos de las repuestas eran evasivas y poco comprometedoras, como aquel ya
veremos, porque en Medicina jugar a adivinos es perder el tiempo y otras muy
parecidas.
La vuelta a casa también
fue muy dura. Ella no quería plantear la situación abiertamente, pero estaba
claro que las relaciones entre la pareja se iban deteriorando de una manera
alarmante. Parecía como si los dos estuvieran a punto de estallar, pero en el
último momento, casi sin pretenderlo, la pólvora se mojaba y no se producía la
explosión. Los últimos meses habían sido ya de horror y aquel viaje los dos
sabían que era propicio para aclarar muchas cosas que habían sucedido. No tenía
ni idea cuando iba a ocurrir, pero estaba segura, completamente segura, que
antes o después se tendría que plantear con el ánimo de buscar soluciones o de
romper el matrimonio de manera definitiva.
Muy bueno este capítulo, de los que hacen pensar.
ResponderEliminarYo soy hombre de mar, de los que me gusta sentarme en un acantilado y observar en silencio. La mar es siempre distinta. Cuando está en calma me produce tranquilidad y relajación. Cuando es gruesa y arbolada siento nerviosismo y preocupación. Cuando la mar es enorme y montañosa me da mucho respeto y hasta miedo y recuerdo el dicho de los marineros " el que no sepa rezar que venga por estos mares, verás que pronto lo aprende sin enseñárselo nadie"
Un abrazo a todos
Bonito y filosófico este capítulo. Esta pareja navega por un mar peligroso. ¿Qué pasará?. Quieren salir adelante; ojalá lo consigan.
ResponderEliminarMe ha encantado. Yo también me apuntaría a vivir en La Coruña.
Besos y hasta el próximo