CAPITULO 42.-
Ana se dio cuenta que
estaba tratando con una buena persona y fue ella la que pidió disculpas añadiendo
que estaba pasando una mala temporada y que por eso se mostraba como
antipática, pero que no era para tanto. Esta respuesta le valió para pensar en
como era. Hacía mucho tiempo que no se paraba a pensar en ella misma. El
trabajo la absorbía todas las horas del día y las pocas horas que estaba en
casa, las empleaba en retocarse las uñas, depilarse las cejas, cortarse las
uñas de los piés, ver la tele, ordenar su cuarto que lo hacía muy de tarde en
tarde y cualquier actividad que no le supusiera excesivos esfuerzos. Su vida
era cómoda, sin demasiadas complicaciones, como muy reglada y con poco margen
para salirse del trayecto que le marcaba el trabajo. Cuando alguna vez había
pensado en su futuro, lo que había ocurrido en muy contadas ocasiones, lo había
tratado de una manera superficial. Era consciente de su escasa capacidad de
influencia para alterar el orden de las cosas y estaba convencida que lo que
tendría que ocurrir ocurriría y ya está, al fin y a la postre, un postura
cómoda de enfocar la vida. Estaba segura que, antes o después, aparecería un
hombre que la haría feliz y tampoco esperaba que fuera un príncipe azul ni un
magnate del petróleo, sino un tío normal con el que pudiese vivir en común y
nada más. ¿Se podía aspirar a mucho más? Hombre, se decía para si misma, por
poder, se puede, pero la vida da pocas vueltas y que no de muchas, porque a
veces es para bien, pero otras es peor el remedio que la enfermedad.
- ¿Ves como lo que te decía era verdad? ahora
mismo, no tengo ni idea en lo que estarías pensando, pero has vuelto a
desaparecer
- Venga, no seas pesado y vámonos con todos –
Ana buscó con la mirada al resto de la pandilla que ya iban lentamente subiendo
una cuesta que precedía a una amplia explanada que hacía las veces de
improvisado parking. Ana levantó una mano, se puso de puntillas y los llamó con
insistencia. Oscar le indicó, unos cien metros mas allá que se dieran prisa y
así salieron del Recinto Ferial.
Se acomodaron en los
coches y volvieron a la capital. Uno de los conductores era Juan Ignacio que se
las arregló para ir dejando uno a uno a los diferentes ocupantes y la última
fué Ana. Sentados en el coche y aparcados en el amplio bulevar estuvieron
hablando hasta las mil, repasando las vidas de cada uno y al final, casi a las
seis de la mañana, Ana se despidió y desde el portal le dijo adiós con la mano.
- ¿Eh? ¿Ana? Puedo llamarte mañana.
- Mañana imposible, pero si quieres quedamos el
próximo fín de semana.
- De acuerdo, te espero aquí el viernes a las
ocho.
- El viernes imposible porque salgo a esa hora
y hasta que llego aquì pasan por los menos tres cuartos de hora.
- No hay problema, te voy a buscar a la salida
¿te parece?
- No déjalo, porque me tengo que arreglar.
Casi, si te da igual, quedamos el viernes a las nueve
- Muy bien. Hasta el viernes a las nueve.
Una vez en el ascensor,
Ana se miró al espejo, como hacía habitualmente y pudo constatar que su cara
había sufrido como una transformación, sus gestos eran como mas suaves y hasta
las ojeras, que siempre rodeaban sus ojos, habían querido desaparecer ante la
ilusión de un nuevo amor. Al principio, le pareció una tontería pensar que el
chico que había conocido esa tarde, podía representar algo en su vida, pero ya
consultando con la almohada y después de varias horas de insomnio, su opinión
iba variando y ¿porqué no? al fín y al cabo ella era soltera, sin ningún
compromiso y ya no tenía novio. Era un chico guapo ¿verdad? a lo que la
almohada permanecía impasible a pesar que se abrazaba a ella como si de un
cuerpo se tratase. La vida da muchas vueltas y nunca sabes en cual de ellas
encontrarás algo interesante, pero esta podía ser la definitiva, aunque
pensándolo friamente que pinto yo con un
farmacéutico de la Marina.
La imaginación de Ana, como le ocurría con demasiada
frecuencia se desbordaba y ya se veía en Cádiz, con su casa oficial, siendo la
mujer del Jefe del Servicio de Farmacia del Hospital del Mediterráneo, rodeada
de niños y planchando uniformes blancos como una posesa.
- ¿Todo en tu vida lo haces igual de deprisa?
Párate un poco que la vida es para disfrutarla y las etapas se deben ir
cubriendo tranquilamente, ya sabes que por correr no amanece mas temprano, como
dice el refrán.
- Ya, tienes razón, pero yo soy como soy y
prefiero que me conozcas así ¿no te parece?
- Creo que ya nos vamos conociendo- Juan
Ignacio se movió en la silla que ocupaba en la terraza del Parador de Toledo –
parece que fue ayer, pero ya hace casi un año que estamos saliendo juntos ¿te
das cuenta como pasa el tiempo? Por eso digo que la vida hay que tomársela con
calma.
- Es verdad – Ana recordaba los primeros días
que salieron juntos que siempre la llevaba al teatro y casi no tenían
oportunidad de hablar, hasta que un día ella se plantó y cara a cara lo
resolvieron con el compromiso que al teatro solamente se iba los miércoles que
era el día del espectador y que los demás días, sobre todo los fines de semana
eran para ellos, sin interferencias de actores ni de nadie y así se desplazaban
a las ciudades limítrofes donde sentados en sus terrazas pasaban horas y horas
hablando de lo divino y de lo humano. Su relación se iba consolidando y hoy era
un día difícil para Juan Ignacio porque tenía que comunicarle que por razones
logísticas, era destinado durante un año y medio a Guinea Ecuatorial. No sabía
ni por donde empezar, hasta que ella se lo puso en bandeja
- Juan Ignacio ¿te pasa algo? Te veo como
preocupado.
El la miró con expresión
despistada
- No, no me pasa nada, solo que me parece que
hay que buscar una salida a esta situación.
- No entiendo nada, perdona ¿a que situación te
refieres?
- Pues a ésta que estamos viviendo tu y yo.
Llevamos meses y tenemos que tomar la determinación de vivir juntos. Sé que es
un planteamiento un poco extraño, pero alguna vez nos tenemos que decidir ¿no
crees?
Ana se apretó contra su
brazo y sin dejar de mirarle, respondió:
- A ti te pasa algo y no tengo ni idea de qué.
Hemos discutido mil veces lo mismo y pensaba que ya estaba suficientemente
claro, pero parece que volvemos a las andadas. Te repito que una está educada a
la antigua usanza y te pongas como te pongas, yo no me voy a vivir con nadie
sin haberme casado. Quizá suena esto como a una manera de pensar que no es muy
moderna, pero yo soy así y así me tiene que querer el que quiera. ¡Qué gracia! Me
ha salido como si fuera una telenovela.
- Bueno, pues a lo mejor la fórmula es que nos
casemos de una vez.
- Bien, me parece bien- Ana se movió inquieta
porque por una parte entendía como si le estuviera proponiendo matrimonio, pero
por otra, le parecía como si hubiera gato encerrado- ¿y para cuando has pensado
que sea el feliz acontecimiento?
Juan Ignacio la miró con
cara de normalidad, aunque se notaba que había algo más
- Tiene que ser antes del lunes - contestó.
- Perdona que me parece que no te he entendido
bien. ¿has dicho antes del lunes?
- Si, eso he dicho.
- Pero ¿sabes que día es hoy?
- Si, claro que lo sé. Hoy es viernes.
- ¿Y dices que la boda tiene que ser antes de
pasado mañana?
- Si.
- Juan Ignacio, ¿te has vuelto tonto o qué?
- Yo no, el que se ha vuelto loco y así se lo
he dicho esta mañana, es mi Jefe, El Coronel Barea, que es el que me ha
comunicado que el martes tengo que estar en Marín para después de un curso de
Medicina Tropical, incorporarme al nuevo Hospital de Guinea Ecuatorial por un
tiempo aproximado de dos años y por eso o nos casamos antes del lunes o si nó
tendremos que esperar año y medio y encima sin vernos.
Ana trataba de disimular
su sorpresa y no terminaba de asimilar lo que estaba oyendo. Hacía un año que
salía con el Farmacéutico y aunque comprendía a medias la mentalidad militar,
aquello le parecía el colmo de los colmos. Trataba de mantenerse tranquila,
pero en sus manos se instauraba un extraño temblor que nunca había tenido hasta
ese momento. Sabía que los Marinos estaban a disposición de los mandos
superiores, porque así se lo había repetido mil veces, sabía que los cambiaban
de destino con cierta periodicidad, pero no le cabía en la cabeza que casi de
un día para otro a uno lo destinaran, como si tal cosa, nada menos que a Guinea
que no tenía ni idea a cuantos kilómetros estaría, pero a muchos y encima sin
posibilidad de discusión. En cualquier caso, lo que estaba claro es que era
imposible casarse de un día para otro y lo que tenía que hacer era armarse de
paciencia y esperar que el tiempo pasa mas deprisa de lo que parece y dos años
parecen mucho, pero luego no son tanto. Además, ahora que estaba trabajando y
disponía de algo de dinero, podía ir a verlo de vez en cuando, con lo que la
espera se haría mas llevadera. Su mente, como casi siempre, viajaba mas deprisa
que la realidad y ya habían pasado los dos años y se veía en el altar con un
traje blanco precioso, con una cola de casi dos metros y una diadema de flores
que le recogía el pelo. A su lado Juan Ignacio, con su traje de Marino blanco,
un color moreno, pero moreno de los de verdad, el pelo engominado y unos ojos
llenos de felicidad, mientras los compañeros de promoción les hacían un pasillo
con los sables y le dedicaban expresiones como que seáis felices, enhorabuena,
guapa, menos su íntimo de toda la vida, Ramón Aranguren quien les animaba a
separarse cuanto antes, porque el estado perfecto de la mujer todo el mundo
sabe que es el de viuda, pero el del hombre es separado después de haber
conocido las mieles del matrimonio.
Vaya por Dios, el "aspirino" destinado a Guinea, no es Vietnam pero tampoco está cerca.¿Acabará en boda? Yo creo que no pero no estoy seguro. Dicen que los marinos tienen una novia en cada puerto, pero al final hasta se casan como personas normales.
ResponderEliminarUn abrazo a todos y feliz verano.
Vaya dilema se le plantea a la pobre Ana; con lo que le ha costado encontrar novio y el ejército le hace la pascua. Como no creo que se case en dos días, este asunto va a durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Ojo !!!, de este escritor se puede esperar cualquier cosa.
ResponderEliminarBesos y hasta el próximo