sábado, 21 de junio de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 41.

 Queridos blogueros/as: Ahora ya si que estoy hecho un lío pero de los gordos. Tengo no se cuantos archivos con el nombre del Trio de Dos y no estoy seguro lo que envío hoy. De la novela si que es, pero debe de ser como la versión antigua, aunque creo que este capítulo es de los que no estaban modificados, pero no estoy muy seguro. Si sale algo raro me lo comentáis y ya aviso que lo acabo de leer y es todo como muy raro. No se si aquel día de hace no se cuantos años estaría un poco mal de la cabeza o no se lo que pasaría pero primero hay unas señoritas de dudosa honorabilidad en un convento y después, eso si en el mismo capitulo 41, aparece un farmacéutico de la Armada que como no he seguido leyendo no se si va en serio o no, se verá, pero si queréis que os diga la verdad no entiendo absolutamente nada y encima vais y me preguntáis que de que época estamos hablando. Me gustaría daros una contestación como mas elegante pero la realidad es que no tengo ni idea, porque hoy aparece la tele y estudio estadio ¿de eso había en los sesenta? Ni idea, pero mejor así a todos nos queda la duda y a mi el primero.
Efectivamente ya se como acaba, mas o menos, este serial pero todavía no lo he escrito, aunque tengo todavía mucho que enviaros y por lo tanto tengo tiempo. Al final me pillará el toro como casi siempre a José Tomás, pero de momento no voy mal.
Bueno, pues nada, hasta la próxima y espero que seáis felices aunque ya se que algunos/as entre bodas y la Manga del Mar Menor no os lo estáis montando nada mal (como solo sois dos los que contestáis a este rollo, cada uno/a ubicaros en vuestro sitio que no es muy complicado.
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 41.-


-  Cuéntame otra vez lo del convento que me pareció increíble.
- ¿Increíble porque? Juamma se coló en el convento pero por una apuesta.
-  Si, si, pero a mí me han dicho que tú también colaborabas con la broma ¿es cierto?
-  Bueno, algo hacía pero poco, porque todo el peso de aquel lío lo llevaba él y menos mal que al final no lo pillaron que si lo llegan a descubrir los monjes le cortan las pelotas.
-  ¡ Que bestias sois¡ se os ocurre cada cosa que es para mataros.
-  Bueno, bueno, que tampoco hay que exagerar, lo que pasa es que los curas en general y mas los de Silos tienen muy poco sentido del humor.
-  Ya, pero reconocerás que sois la pera.
-  Bueno, la apuesta era que todos los días, durante un mes, es decir treinta días,  entraría en el convento una señorita de un putiferio que había en las proximidades y que permanecería en él, por lo menos doce horas. Eramos tres los de la apuesta y si lo conseguíamos el dueño del bar donde se planteó, nos daba cien mil pesetas a cada uno y se encargaba de pagar los honorarios de las señoritas. El resto corría de nuestra parte.
-  ¿Y es verdad que no os pillaron?
-  Si y no, bueno te explico, la apuesta la ganamos nosotros porque no nos descubrieron en los días acordados, pero nos cazaron el día 31 porque metimos a “la madame” y la muy zorra, nunca mejor dicho, conocedora de la apuesta que para eso había dejado a treinta de sus pupilas, salió corriendo por todos los pasillos del convento diciendo que el Padre Prior la quería violar y montó un número de escándalo, pero en los treinta días no nos pillaron ni una sola vez.
-  ¡Que valor!
-  Tampoco hay que exagerar, lo único fue como nos las tuvimos que ingeniar para pasarlas y eso que colaboraron bastante bien, pero de todas formas hubo que darles una especie de cursillo y garantizarles su integridad, sobre todo, a algunas que habían tenido oportunidad de tratar con alguno de los monjes y tenían un miedo horrible. Las íbamos pasando de todas las maneras y lo raro es que no se dieran cuenta, porque nosotros creábamos la necesidad y enseguida aparecía alguna meretriz que realizaba la tarea. Al principio era muy fácil. Se rompía una tubería, furcia fontanera que les mandábamos desde una Empresa creada por el Obispo de Madrid-Alcalá que parecía como más serio y hasta en el mono les poníamos una especie de escudo con la Catedral de la Almudena para que aquello tuviera mas veracidad. Nuestro común amigo, Alberto que era cliente antiguo de la Hospedería y a quien por su antigüedad le dejaban zascandilear por todo el convento, era el encargado de romper cosas y yo mandaba los operarios, en este caso las operarias. Por ejemplo, otro día se rompió la megafonía de la Basílica y como era sábado y por la tarde había Misa, tuvimos que mandar a tres para resolver el problema.
-  Pero ¿de verdad que los curas no se daban cuenta? - Ana no podía disimular y se partía de risa ante tan bárbaras historias y entre risa y risa tenía que desembarazarse de las manos de Roberto que intentaban abrazarla como si de un pulpo se tratase.
-  Ellos dicen que no, pero yo estoy convencido que mas de uno lo sabía e incluso, aunque las fulanitas y más después del cursillo eran superdiscretas, se las benefició aprovechando que ya iban pagadas por el Señor Obispo, pero eso es secreto de confesión y por lo tanto no se puede saber.
-  Oye, pero tu me has hablado de cuatro o cinco días, pero hasta los treinta ¿que os inventabais?
-  Sinceramente no me acuerdo de todo lo que hicimos en treinta días, pero aquello fue demencial. Parecía imposible que todos los días ocurriera alguna cosa y a ninguno se le ocurrió pensar que Alberto anduviera por en medio, pero fue así. Ya te digo que no me acuerdo de todas las faenas, pero lo que si que te puedo asegurar es que no quedó nada por averiar. La televisiones dejaron de funcionar, las tuberías saltaban como por encanto, los cerrojos de las puertas dejaban a algún cliente atrapado, los cristales se rompían casi por la gracia de Dios, los cuchillos dejaban de cortar y había que buscar una que fuera de Orense y que tuviera alguna idea de afilar y lo mas difícil de ese día fue encontrar un vespino con la piedra de esmeril, pero tuvimos la fortuna que cuando casi habíamos desistido de la idea, apareció un mozo orensano pregonando la mercancía y allí lo tuvimos dale que te pego en el mueblé de Doña Dorinda, hasta que una de las contratadas acabó su cometido. En fín, fueron muchas las ideas, pero lo importante es que llegamos al final de mes y cada uno nos embolsamos cien mil cucas que no nos vinieron nada mal.
-  Venga, no me dejes así, no seas pesado, seguro que te acuerdas de mas historias y no me las quieres contar.
-  De verdad que no me acuerdo, piensa que de eso hace ya casi cinco años
-  ¿Y no has vuelto a ver a ninguna de las artistas?
-  Como dicen en gallego “chamalas como queiras” o algo así, pero lo que son, son putas y uno desde que te conoció no visita esos antros de perversión y claro necesita de vez en cuando alguna alegría que tú me la podías dar ¿no te parece?
Roberto la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia si. Ana trataba de resistirse, pero al final entre que ella tampoco era de piedra y la pesadez de su supuesto pretendiente acabó pegando su mejilla a la suya y dándole un pequeño beso de una manera fugaz.
Roberto empezó a dar saltos por el parque y hasta a una pobre anciana que pasaba por allí la detuvo con un gesto autoritario y le explicó :
-  Señora, acaba usted de ver, si señora, no diga usted que no, acaba usted de ver como esta señorita me ha besado ¿se ha dado cuenta?
-  ¡Que cosas tienen estos chicos! Dios mío.
-  Diga usted que si, señora y me hará el hombre más feliz del mundo – Roberto seguía dando brincos como una cabra. La señora desvió la mirada hacia Ana y esta le hizo un gesto con la mano como indicando que estaba loco.
-  Por Favor, señorita, digame que si y no me haga sufrir más – dicho lo cual se arrodilló ante ella y le hizo una profunda reverencia. Ana se levantó y tomando una pequeña rama de un árbol, se la pasó por la cabeza y fué recitando las condiciones que se le imponían para ser merecedor de sus encantos.
-  Mire usted caballero – Ana le puso un pié en la espalda - le estoy diciendo que mire – Roberto levantó la cabeza y desde su postura arrodillado le pareció todavía mas guapa que nunca – Le voy a decir que si, pero con condiciones.
-  Digame cuales son esas condiciones bella dama y le aseguro que serán cumplidas como fiel caballero que soy.
-  Don Roberto de Valencia y otros Lares: con la autoridad que me confiere mi calidad de nacida en un pueblo de la provincia de Valladolid y en base a su comportamiento en los últimos días, le concedo el honor de ser mi prometido durante diecisiete días. En ese período de tiempo tendrá que demostrarme su hidalguía, dejará a las otras mujeres y solo vivirá por y para mí. No acudirá a cine o teatro alguno sin mi compañía y los Domingos a la una se verá obligado a acompañarme a Misa en la Iglesia de Santa María de los Desamparados. No acudirá al estadio Santiago Bernabeu ni aunque el Real Madrid juegue algún partido de Copa de Europa y en la televisión no verá estudio estadio. Por último y como condición “sine qua non” no acudirá nunca en mi presencia sin haberse afeitado y acicalado con colonia Baron Dandy. Esta es mi voluntad
Roberto se rehizo de su incómoda postura y mirándola fijamente a los ojos no pudo por menos que contestar:
-  Joder, Ana te has pasado, una cosa es que yo te declare mi amor y otra es que te aproveches de esa manera. Te he dicho muchas veces que te quiero y tú ni puñetero caso y ahora, así de pronto, ¿vas y me quieres? Mira, esto no es serio. Yo creo que nos deberíamos dar un período de reflexión de una semana y después te contesto ¿te parece?
Ana le pareció que había gato encerrado, pero en lugar de manifestar su disgusto por no haber sido aceptada, solo se le ocurrió preguntar de una manera inocente
-  ¿Contra quien juega el Madrid el miércoles?  
-  Pues nada menos que contra el Milán, o sea que el jueves te doy la contestación
-  Roberto, tienes una cara como el cemento

Aquellos pensamientos la hicieron sonreir y todos sus amigos se alegraron, porque, como decía Oscar “ir a las fiestas de Majadahonda con el cortejo fúnebre era un coñazo”
-  Tú si que eres un coñazo que nos querías llevar al Troley  ese donde se junta todo el pijerío de Madrid.
-  Pues anda que aquí hay muchos de izquierdas. Fijate, no se ve ni uno solo que no lleve vaqueros, náuticos, polo de marca y jersey a la cintura
-  ¿Y eso es síntoma de pijo?
-  Pues claro.
-  Ya – Sonia otra de las presentes intervino con una media sonrisa – entonces yo estoy rodeada porque tú no llevas vaqueros pero el resto es pijo de la muerte y tus amigos mira como van.
-  Si, pero estos no son pijos. La prueba está en que todos trabajan y los pijos viven del cuento.
-  ¿Seguro? Yo creo que no todos. Yo por lo menos conozco alguno que si que trabaja lo que pasa es que la empresa es de su padre, pero trabajar, trabaja.
Carlos se levantó, se ajustó el jersey y con un vamos a animarnos se metieron en pleno follón, al son de una canción de Adriano Celentano que resultaba interesante para que la gente tuviera oportunidad de cambiar impresiones, porque a continuación la banda de rock de Villanueva de la Cañada atronó el recinto ferial.
A base de empujones llegaron a uno de los chiringuitos donde pidieron unos cuba-libres y se sentaron en el suelo cerca, pero detrás, de uno de los altavoces
-  ¿Tú en que trabajas? - Le preguntó a Ana uno de los chicos mientras sacaba un Ducados de una cajetilla toda arrugada del bolsillo del pantalón
-  Soy secretaria en Papelerías Castellanas ¿y tú?
-  Yo soy Farmacéutico de la Armada y trabajo en el Ministerio de Marina, en la Plaza de  Cibeles y ¿tienes mucho trabajo?
-  Hombre, mucho, mucho no, hago muchas horas, pero también es verdad que durante una parte del día soy la encargada de atender el teléfono y ahí si que no pego ni golpe, porque quitando algún despistado todo el mundo hace sus encargos a través del fax ¿ y tú?, no sabía que en la Marina había farmacéuticos.
-  Pues ya sabes una cosa mas, no te acostarás sin aprender algo más, que dice el refrán. En la Marina tenemos de todo, lo que pasa es que la gente no lo sabe.
-  Eso es verdad pero parece como si los militares fuerais los grandes desconocidos de la Sociedad o por lo menos a mi me lo parece.
-  No exageres, guapa, que tampoco somos apestados.
-  No, hombre, no te enfades que no te lo decía con mala intención. Lo que pasa es que, por lo menos alguno que yo conozco vive en pabellones militares, va a las instalaciones deportivas de los militares, sale con las hijas de sus vecinos que también son militares y para colmo toma copas en algún bar que también es propiedad de algún militar o familiar.
-  Venga, no exageres que eso era antes. Ahora los militares no tenemos casas y vivimos en bloques normales y corrientes.
-  Eso serán algunos porque mi amiga Floren que es hija de un brigada del Ejército, vive en Carabanchel en unas casas que solo son para ellos.
-  Bueno, yo no he dicho que todos los militares vivan en casas civiles, pero la mayoría sí, sobre todo la gente como yo que hicimos primero una carrera y luego la oposición a Marina.
-  ¿Y es muy difícil?
-  No es de las peores oposiciones. No me acuerdo muy bien, porque la hice hace ya casi cinco años, pero éramos, mas o menos, treinta y tantos que para diez plazas no es exagerado.
-  Chico, no tenía ni idea que para todas esas cosas hubiera que examinarse.
-  Hombre, es normal si nó, todo el mundo querría entrar.
-  Yo creo que no, porque lo militar ahora mismo está como mal visto o por lo menos en los ambientes que yo me muevo
-  ¿Tú crees que eso es así?
-  Claro, sinó, pregúntales a todos estos que opinan y ya verás lo que te contestan; de los militronchos no quieren ni oir hablar.
-  Si que es verdad que la sociedad actual no está por la labor de lo militar, decir lo contrario sería negar la evidencia, pero yo creo que es mas por desconocimiento de lo que hacemos que por otra cosa
-  Posiblemente – Ana se levantó y se estiró los vaqueros ajustados dejando ver una imagen en su vestir de modernidad. Sus piernas eran largas y bien contorneadas y su figura se veía realzada por unos zapatos de hermosos tacones.
El farmacéutico de la Armada también se levantó
-  Oye, perdona, pero todavía no me has dicho como te llamas.
-  Ah si, es que éstos – se dio la vuelta y señaló con el dedo a los presentes – tienen la manía de no presentar a nadie. Me llamo Ana.
-  Encantado de conocerte. Yo me llamo Juan Ignacio – con gesto muy serio le dio la mano y la miró de arriba abajo – desde que nos vimos en el Metro no he parado de mirarte, aunque seguro que tú no te has dado cuenta, y la verdad es que eres una mujer muy atractiva.
-  Vaya, hoy va de piropos – Ana se resistía a creer lo que le decía ese amigo de hacía solamente unas horas. Eran muchas las veces que había vivido situaciones similares y para una vez que decidía que su vida debería de dar un giro, venía éste y parecía como que quería ligar – nos acabamos de presentar y atacas directamente, no te andas con rodeos.
-  ¡Que va! Si ligo menos que el chofer del Papa, lo que pasa es que me pareces una mujer interesante y  creo que eres completamente diferente a como tratas de representar. Ya te digo que seguro que no te has dado cuenta, pero en el transcurso de la tarde parece como si te hubieras ausentado, por lo menos un par de veces, como si estuvieras en otro sitio. Luego te has integrado como muy bien en la juerga, pero como dos horas después parece como si hubieras vuelto a desconectar y no te das cuenta, pero te cambia la expresión de la cara.
-  ¿Si? – Ana se rió con fuerza aunque daba la impresión que era una risa forzada – Seguro que te estás imaginando que soy una chica con montones de problemas y hasta que a lo mejor todo es consecuencia de una infancia desafortunada.
Ahora le tocó el turno de la carcajada a Juan Ignacio lo que hizo asomar una dentadura en perfecto estado de revista enmarcada en una cara agradable, no era un hombre guapo, no, pero tenía algo que le hacía interesante. Su nariz era corta, los labios algo engrosados, las cejas pobladas y unos hoyuelos en ambas mejillas se hacían presentes cuando sonreía. Era tirando a alto con anchas espaldas y toda su figura irradiaba como vitalidad. Sus manos, que constituían un punto de referencia habitual para Ana, estaban bien conservadas y se notaba que su trabajo no era, en ningún caso, manual
-  Parecería que soy psicólogo y ya te he dicho que soy farmacéutico, pero si que es cierto que me gusta analizar a la gente que estoy con ella y como no suelo hablar excesivamente, esto me sirve para distraerme.
-  Pues para eso búscate un mono, guapo, que yo ya soy muy mayor para que me tomes el pelo
-  Perdona si te he molestado, pero no quería que te sintieras mal, sinó todo lo contrario, te he visto como apagada y por eso me he acercado a ti, pero si te enfadas retiro todo lo dicho.






2 comentarios:

  1. Seguimos con las aventuras y desventuras de Ana que no para de entablar amistades.
    Miedo me das con eso de que no sabes si es un capítulo u otro !!!!. Si ya nos cuesta situarnos de vez en cuando, no te digo nada si nos pones los capítulos desordenados. Esperemos que pongas orden en tus archivos y en tu cabeza para escribir el final.
    Si todo sale bien vas a ir al Planeta de cabeza
    Bss y hasta él próximo (¿será el 42 o el 50?). jajaja
    Bienvenido el verano; ¡¡ ya esta aquí !!

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  2. El Tío Javier Belas26 de junio de 2014, 0:45

    Me he retrasado por haber pasado unos días en La Manga. Hay que disfrutar del agua calentita que luego en Cedeira está congelada.
    Este capítulo podría titularse " La secretaria y el farmaceutico ". Primero esa aventura del convento, luego entra en escena el marino farmaceutico, podría haber sido un teniente de navío o un infante de marina, pero un aspirino..... Cosas del autor que es muy peculiar.
    Estoy intrigado como será el próximo capítulo. Lo mismo aparecemos en Vietnam, que divertido.
    Un abrazo a todos.

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