No os puedo comentar este capítulo porque tengo un poco de prisa, esta vez os toca a vosotros
Un abrazo y como siempre ser felices, que es lo único importante.
Tino Belas
CAPITULO 27.-
Ana se levantó temprano y
se encaminó directamente hacia el Metro
para entregar el currículum en mano en
las dos o tres solicitudes de empleo que aparecieron en el periódico el día
anterior.
Era consciente que las
entrevistas valen para poco, pero las prefiere a aquellas otras ofertas que
solo necesitan un currículum y a las que Ana ya hace oídos sordos, porque se
hinchó en su momento de enviarlos a todos los anuncios y de muy pocos recibió,
por lo menos, las gracias.
Con su traje gris marengo,
una blusa blanca, zapatos bajos de charol negros, una diadema, bolso en
bandolera y las uñas perfectamente cuidadas ofrecía una imagen de buena
presencia muy valorada por los visitados que se deshacían en toda clase de
parabienes y asegurándole que la llamarían en la primera oportunidad, la
despedían afectuosamente y gracias a su excelente recomendación, algunos
jefecillos de medianas empresas, hasta la acompañaban a la puerta.
Al principio, la novedad
le hacía concebir falsas esperanzas, pero después de casi un mes de
entrevistas, la razón le decía que se tendría que volver al pueblo mientras su
corazón la impulsaba hacia nuevos jefes de empresas.
El viernes por la mañana,
como si el influjo del intenso viento con el que se había levantado la capital
de España hubiera cambiado algo su búsqueda de empleo, estuvo en la empresa
Chiclana en busca de D. Manuel Perez Vadivia, quien la recibió en un pequeño
despacho rodeado de papeles por todas partes que hacían empequeñecer su ya de
por sí mínima estatura. Era un hombre joven, le confesó treinta y un años,
currante desde los doce porque el hambre es el hambre y con nueve hermanos y
viviendo en Chiclana de la
Frontera no había mucho que repartir para un padre de familia
que vivía del campo y que no tenía nada de subvención.
Manuelillo, para sus
amigos, ahora era un señor, pero habían transcurrido casi diez años desde que
se decidió a abandonar su tierra y venirse a la Capital con una mano
delante y otra detrás. Todo su equipaje estaba compuesto por una muda, dos
camisas viejas, una zamarra de cuero y una maleta de madera cerrada con unos
cordeles llena hasta los topes de ilusión.
Rápidamente se hizo un
hueco en los ambientes flamencos de Madrid, gracias a sus múltiples contactos
por la Cava Baja
y alrededores y se dedicaba a hacer lo que quería y con lo que más disfrutaba
que era cantar y bailar flamenco. Su pequeño, pero bien conformado cuerpo y su
gusto especial para entonar bulerías, malagueñas y demás ritmos de la tierra
que le vio nacer, pronto lo auparon a lo más rentable de su profesión, que no
era otra cosa que amenizar las fiestas y saraos en casas de gente con dinero de
los barrios elegantes, lo que le reportaba pingues beneficios y lo que para él
era lo más importante: relaciones sociales.
D. Manuel Perez Valdiva,
Manuelillo para los amigos, separó un montón de papeles de la amplia mesa y
apreció, no con cierta sorpresa, que su ocasional visitante no buscaba lo que
casi todas. No sabía bailar flamenco y por lo tanto no la tendría que enchufar
con Marienma. No sabía cantar, otro lío menos para “el boquerón”, el cantante
oficial de su pequeño garito y tampoco quería figurar.
- Entonces ¿para que vienes aquí, niña? Para
mí, una orden de D,Pedro es como si me lo pidiera mi mare, pero ¿qué te puedo
ofrecé, mi arma?
- Bueno, no sé – Ana se revolvió incómoda en la
banqueta situada en una barra del pequeño bar, denominado “Las Marismas” y al
que acudían diariamente lo mas selecto de los noctámbulos que adornaban las
noches de la villa y corte – yo he venido porque me ha dicho D. Pedro que usted
podría ayudarme a encontrar un trabajo de algo, pero comprendo que la cosa está
muy mal y bueno, no se preocupe porque lo entiendo perfectamente.
Con gesto repetido en las
múltiples entrevistas realizadas, Ana se levantó y se encaminó a la puerta con
decisión.
Manuelillo la siguió con
la mirada y se despacho con un anís “machaquito”, depositado en una copa
grande, mientras por su cabeza pasaban, como si fuera una película, sus
primeros contactos y, sin querer, los comparaba con la escena vivida segundos
antes. Es cierto que de lo suyo habían pasado unos cuantos años, pero él no iba
poniendo condiciones. Todo lo que le decían le parecía bien, incluso algunas
proposiciones deshonestas de algún guitarrista apegado a su instrumento y
aunque lo rechazase por principio, cualquier cosa le podía resultar de
utilidad. Sin embargo, la gente de ahora, no solo no quiere trabajar, allá ellos,
sino que ponen tantas condiciones que parece imposible satisfacerlos, pero,
claro, si yo tuviera un padre Médico, a mí me iban a ver aguantando a aquel
gitano mal encarao que en cuanto terminaba mi actuación me esperaba pegado al
escenario para que le entregar cincuenta pesetas, que era la comisión por
dejarte actuá chiquillo que el arte hay que pagarlo y los mecenas como yo de
algo tenemos que vivir. ¡ Que cara mas dura! Y encima a tragar, porque era el
encargado del local y si decías que no, el escenario se volvía invisible y se
evaporaban como gotas de agua las posibilidades de triunfar.
La de noches que me he
quedado a dormir en el local y el precio era dejarlo como los chorros del oro y
que por la mañana no se notase que hubo un inquilino y otras cincuenta pesetas
que había que darle al “gachó” y ahora la recomendada de D. Pedro me deja la
dirección de un hostal en pleno centro para que la llame si tuviera algún
trabajo. ¡Hay que ver como cambian las cosas! y esta chiquilla o cambia o desde
luego en el mundo del arte no tiene ninguna posibilidad a no ser que con el
cuerpo que tiene se dedicase al oficio mas antiguo del mundo, pero estas niñas
de ahora no quieren saber nada de nada de sacrificarse y así no se puede, pero,
en fín, le preguntaré a algún cliente si necesita a alguien, pero la cosa está
muy difícil.
Ana avanzaba por la acera
de los pares de la calle del Pez, su mirada al frente, parecía querer mantener
una dignidad que cada día se iba haciendo mas complicada. El movimiento firme
de sus caderas demostraba todavía su decisión de mantenerse al margen del
dinero fácil y continuaba empeñada en buscar un trabajo digno y que le diera lo
suficiente para ir tirando.
Al pasar junto a una
tienda de comestibles, con una gran variedad de jamones suspendidos de unos
ganchos en el fondo de un inmenso escaparate, se acercó y apoyando su frente
sobre el cristal, no pudo disimular su decepción y una sombra de tristeza
recorrió su rostro. Con un pequeño guiño, consiguió reponerse, pero advirtió,
por primera vez en su vida, un principio de desesperación que pasó, como un
soplo de brisa, pero dejando una muesca en su mente que no olvidaría.
En esas estaba, cuando una
mano le tocó en el hombro derecho y la llamaban por su nombre
- Ana, ¿se puede saber que haces aquí?
Una amplia carcajada brotó
como una cascada de agua al comprobar que los que la llamaban no eran otros que
Antonio y David, dos compañeros de fatigas, de muchas noches de copas y a los
que hacía por lo menos dos meses que no veía.
- Pues nada, buscando trabajo, pero ¡que si
quieres arroz , Catalina! Me paso el día
de entrevista en entrevista, pero nada. Muy buenas palabras, pero nada más y me
habéis pillado justo en un momento en que empezaba a estar desesperada.
- Pues nos alegramos mucho, porque Madrid, es
una ciudad muy grande, pero también muy solitaria. Ayer leí en un libro de
Azorín que la peor soledad es la que se padece cuando estás rodeado de gente.
¿verdad que sí?
Antonio, veinticinco años,
estudiante de Filosofía y Letras, moreno, de patillas largas y pelo corto, era
natural de Peñafiel, aunque llevaba veinte años en el barrio de Salamanca y a
pesar de ello, conservaba su acento castellano antiguo y se resistía a parecer
un emigrante venido a más. Vestía de manera informal, pero bien y llevaba una
mochila a la espalda con un anagrama de Caja Duero.
David, el otro de los
encontradizos, era un dechado de defectos, gordo, casi sin peinar, mal
afeitado, pantalones arrugados, edad indefinida, de esos que con treinta y pico
de años pueden ser abuelos jóvenes o jóvenes abuelos. Sin embargo, tenía una
cara muy expresiva y un deje asturiano que parecía desprender sidrina por todos
los poros. Este si que llevaba años fuera de su tierruca y por su acento se
diría que se había bajado del tren de Asturias esa misma mañana.
Natural de Vegadeo y
recriado en la cuenca del Nalón, como gustaba repetir, era una pura excedencia.
Había sido minero, concejal, casado,
putero, empresario de cortas luces y algunos oficios más que iba dejando sin ánimo
de ofender, pero uno es una veleta y los trabajos fijos son para los poco
ambiciosos y yo voy para rico ¡que le voy a hacer!
- Venga, Antonio, dejate de repetir lo que te
enseñan en la Facultad
que pareces un papagayo
Ana les miraba
alternativamente y se reía de manera contagiosa
- Ya veo que seguís como siempre. Parece que
fué hace dos días cuando estuvimos saliendo por el Madrid antiguo y han pasado
casi seis meses
- ¿Seis meses? – David la miró sorprendido -
¿seguro?
- Segurísimo, porque en aquella época yo vivía
cerca de la Glorieta
de Bilbao y de eso hace ya ese tiempo.
- Joder, Ana, ¡que memoria tienes!
- Pero ¿vosotros no os acordáis? Lo siento,
pero no me lo puedo creer porque me acompañasteis montones de veces hasta el
portal. Era en el número nueve de Santa Engracia.
- Claro que me acuerdo – terció Antonio – lo
que pasa es que creía que fue hace mucho menos tiempo.
- No, hombre, no. Hace ese tiempo y hasta me
acuerdo, como si fuera ahora mismo, que el día de la policía era el día de mi
santo, o sea que fue a finales de Julio y después solo nos hemos visto una vez
en casa de Julito.
- Tienes razón – David la miraba como tratando
de hacer revivir en sus ojos el día de autos que comenzó como una broma y acabó
como el rosario de la aurora – No me recuerdes el día de Santa Ana porque
todavía tengo grabada la cara del policía cuando le dijimos que Antonio era
ciego y que por eso cruzaba por un sitio prohibido.
- Si, si, todos nos acordamos – Ana se volvió a
reir – pero es que se puso a cruzar por en medio de la Plaza de la Cibeles a las siete de la
tarde.
- No, si lo peor no fue eso, lo peor era que el
presunto ciego al que le mangué el bastón, no era tal y en un segundo había
localizado a un guardia y el muy cabrón, en lugar de avisarme, me dejó
continuar con la broma y casi me juego la vida cruzando a esas horas, pero,
bueno, también me embolsé mil pesetillas que para aquella época era un dinero.
- Joder, pero es de ese dinero ganado
duramente, porque la noche que pasamos en los calabozos de la Puerta del Sol, no se la
deseo a nadie. Al principio todo eran risas, pero según pasaban las horas, el
que más y el que menos, empezó a tener miedo y menos mal que el asunto se
despachó con una multa, que si llegan a avisar a mi padre, me meto en un lío de
mucho cuidado.
- ¡ Que cara mas dura tienes, David! Me parece
estar viendo la escena : tú con el bastón de ciego cruzando la Plaza de la Cibeles , todos los coches
pegando unos frenazos de aquí te espero y como a dos pasos detrás de ti, el
guardia y el presunto amigo del ciego con cara de juerga. Pedro, Javier y Tomás
te chillaban para que te percataras de su presencia, pero tú, todo estirado,
seguías cruzando como si tal cosa.
- Si, si, - David no pudo disimular un gesto de
sorpresa – lo que estaba era muerto de miedo y ahora eso no lo volvía a repetir
ni por un millón de pesetas. No te puedes imaginar la sensación que da oir unos
frenazos, pero no frenazos normales, si no de los de verdad y no hacer nada y
continuar adelante con mi bastón ¡y todo por mil pelas! En fin, como cambia la
vida ¿verdad?
- ¿Si? ¿cambia mucho? – Ana se separó el pelo
de la frente y observó a Antonio con detenimiento. Es verdad que había cambiado
y todo su ser parecía como mas sentado, como mas mayor y aunque vestía de
manera informal, un aire como de superioridad se masticaba a su alrededor-
chico, que suerte tienes porque a mí no me ha cambiado nada y eso que ya va
para un año que estoy en Madrid.
- Será porque usted no quiere, señorita –
Antonio tomó en su mano el vino de Rioja que le había servido un camarero en un
pequeño vaso de cristal y brindó por la felicidad de ambos y por su futuro –
Cuando quiera queda usted contratada por mi empresa, Bodas, Bautizos y
Comuniones “La Hiedra ”
para ser la Secretaria
personal y Jefa de Relaciones Públicas de su Director General, D. Antonio de
Lucas, que soy yo, para servirla ¿qué te parece?
- Que estás igual de loco que siempre. ¿Qué
pasa que ya no estudias?
- Como que no, claro que continuo con mi
carrera, pero me he dado cuenta que de la Filosofía no se come y pensando y pensando
descubrí este negocio que tiene una pinta buenísima. Al principio, mi padre
pensaba igual que tú, pero ahora ya empieza a cambiar de opinión, porque ve que
la cosa va para adelante y encima se ha dado cuenta que su Antoñito de tonto no
tiene ni un pelo.
- ¿O sea que lo de las bodas es verdad? – Ana
le miraba todavía como con desconfianza sabiendo que sus amigos eran muy
aficionados a tomar el pelo a la gente – no te veo yo a ti negociando con los
futuros novios sobre la comida a elegir para el banquete nupcial.
- No – Antonio se puso serio – no se trata de
eso solo. Esto es una como una asesoría de la celebración y por una módica
cantidad, revisamos todo y me convierto en su hombre de confianza y les voy
resolviendo todas las pegas y por cada cosa que hago, cobro, ¡fijate que
sencillo!
- Y yo ¿no podría trabajar contigo?
- Claro, por eso te lo estoy diciendo. Llevo
una semana buscando y he entrevistado a diez o doce pedorras, pero a ninguna
como tú.
- No me lo estarás diciendo en serio, porque me
apunto ahora mismo.
- Hombre, hay que hablar de un montón de
asuntos, sueldos, nóminas, etc...etc, pero si te interesa, mañana por la mañana
te vienes a mi oficina y por mí encantado, ya lo sabes.
- De verdad que no se si me estás tomando el
pelo.
- Que no, Ana, no seas ridícula, si te
estuviera tomando el pelo, no seguiría porque veo que te estás ilusionando y
eso es lo mejor para un empresario joven y ambicioso como soy yo. Mi palabra de
honor que es verdad y si no, vente mañana y lo compruebas ¿vale?
- No sabes bien lo que acabas de decir. Mañana
a la hora que me digas y donde me digas estoy como un clavo
- Pues, no se, a la hora que quieras. Mira, muy
fácil. Yo voy a estar toda la mañana en mi despacho que está en la calle Serrano
número doce, o sea que te acercas y charlamos ¿vale? ¡Ah! Se me olvidaba. Todo
lo que te he dicho es verdad y yo seré el que decida si puedes colaborar o no
¿de acuerdo?
- No te preocupes porque en el tiempo que llevo
en Madrid he hecho dos mil entrevistas de trabajo y se lo que tengo que hacer.
Además, tengo un currículum que si quieres lo puedo llevar
- Eso me da lo mismo, lo importante es que
estés de acuerdo con las condiciones y ahora no es el momento. Mañana nos vemos
y charlamos.
- Fenomenal, mañana a las once estoy en Serrano
doce ¿piso?
- Primero derecha.
- Señores, ¿puedo
interrumpir? – David dejó sin un panchito la bandeja que acompañaba al vino -
vaya mañanita que me estáis dando. Una cosa es que el empresario busque
señorita de compañía y otra que ilusiones a la chiquilla que es amiga nuestra,
joder.
- ¿Y qué? ¿no estoy buscando a alguien?
- Ya, pero Ana me parece que no vale para eso.
- ¿Porqué no? Al revés, yo creo que puede
servir y si me apuras hasta creo que es la ideal, porque no está maleada como
la mayoría y eso es importante.
- Ya, pero tú lo que necesitas no es una
secretaria normal y corriente, lo que necesitas es una especie de relaciones
públicas, que se yo, una pija, pero pija pija, para que te traiga a los amigos
de sus papás cuando tengan que dar fiestas en su casa y dejarte de contratar
amiguitas.
- Posiblemente tendría que ser así, pero ya voy
por la tercera de esas que tu llamas pijas y todas muy monas, muy simpáticas y
muy puestas, pero no han aportado ni un cliente y además en el caso de Ana me
voy a dejar de tonterías y la voy a proponer un sueldo bajito y unas comisiones
y así no le quedará mas remedio que moverse o ganar una miseria.
- Que conste que a mí eso me parece bien. Si
valgo gano mas y si no valgo pues a la calle. – Ana se volvió a colocar el pelo
y continuó con expresión algo molesta – y tú machista de tomo y lomo, preparate
porque te vas a enterar como lo haga bien y de pija nada ¿sabes guapo? Mi
abuelo, que fue un empresario como Dios manda, siempre decía que cada uno debe
hacer para lo que está preparado y no sé, pero me parece que soy la mas
indicada.
-
Bueno, dejar ya de darme el coñazo y vamos al Bristol que hoy celebran
el día del Carmen y seguro que regalan copas.
- ¿Puedo ir con vosotros?
- Faltaría mas, pero con una condición : que no
volvamos a hablar de trabajo. El trabajo es el trabajo y las copas son las
copas. Venga, que tengo el coche en la puerta.
La velada
se prolongó hasta altas horas de la madrugada, pero a las once en punto de la
mañana Ana se encontraba en la entrada de Serrano doce. El portal era señorial,
como correspondía a la oficina de un niño de Serrano, con una especie de
escalera de caracol, con pasamanos dorado que terminaba en un descansillo
presidido, desde una garita de cristales limpia como los chorros del oro, por
un conserje de uniforme azul con galones en la bocamanga. A los lados, unos espejos grandes con
lámparas de diversas bombillas parecían abrazar a un ascensor de puertas
repujadas con un cartel en la puerta que avisaba que solamente cuatro personas
podían utilizarlo a la vez, con un máximo de 300 kg . El centro estaba
formada por unas tiras largas de mármol que, a modo de roderas, constituían la
entrada de un amplio patio que hacía las veces de aparcamiento.
Ana se ajustó la chaqueta,
se alisó la falda y ascendió lentamente sintiéndose observada por el Conserje
que distribuía su mirada entre el Marca y sus piernas. Al llegar a su altura,
le preguntó donde iba y al responderle que a visitar a Antonio, el conserje le
indicó con aire cuartelero:
- ¿Tiene usted cita?
- Si –respondió Ana – he quedado a las once en
su despacho.
- Un momento, por favor.
Se acercó a su garita y a
través de un interfono preguntó si D. Antonio tenía prevista una cita a esa
hora y ante la respuesta obtenida, el conserje le indicó la escalera por la que
debía subir y la acompañó nuevamente con su mirada.
La puerta de la oficina de
caoba brillante y presidida por una placa que anunciaba Celebraciones “La Hiedra ” se abrió en cuanto Ana
hizo su aparición en el descansillo y fue el propio Antonio el que salió a
recibirla
- Buenos días, Ana, ¿cómo estás?
- Muy bien, pero con un sueño tremendo.
- ¿De verdad? yo estoy fenomenal y aunque solo
he dormido dos horas, parece como si me hubiera acostado a las doce de la
noche.
- ¡Qué suerte!
- Venga, no perdamos tiempo, pasa al despacho y
charlamos.
Antonio se hizo a un lado
y Ana le precedió por un largo pasillo adornado con cuadros de flores que le
daban un aire un poco tristón, pero que se transformaban, como si de un juego
de magia se tratase, cuando se traspasaba la puerta del despacho principal.
Aquello era otra cosa y Ana permaneció en el quicio de la puerta sin atreverse
a atravesarla, como si fuera un lugar sagrado
De entrada, una alfombra
persa de deliciosos colores hacía presagiar una permanencia cómoda en esa
estancia, la madera era elemento ornamental fundamental en paredes y suelos y
todo presidido por una mesa de caoba de patas con perfiles dorados de años de
antigüedad.
Antonio la invitó a tomar
asiento y desde su sillón algo mas alto, observó a su nueva secretaria, porque
lo que Ana no sabía era que, antes de la entrevista, ya había entrado a formar
parte de una empresa familiar con un futuro espectacular y el estar ahora en el
despacho era un puro formulismo.
- Bueno, ¿qué te parece?
Ana paseó su mirada por la
estantería de caoba repleta de libros y con un dedo acarició la mesa mientras
una sonrisa se dibujaba en sus bien perfilados labios
- ¿Qué que me parece? Que quieres que te diga.
Todavía me parece que esto no puede ser verdad, porque llevo tal cantidad de
entrevistas sin resultado que ya me estoy volviendo un poco loca y eso que
hasta ahora no me has dicho lo que me ofreces, pero, me da igual – Ana se echó
hacia atrás en e sillón – para mí esto es lo mejor. Trabajar con amigos, con
gente joven y en un sitio como este, no creo que se pueda aspirar a más.
- Muy bien, Ana. Me gusta tu predisposición y
eso es un poco lo que se busca aquí. Queremos que la gente está contenta y para
nosotros la mejor manera es que el que tenga los resultados mas brillantes, ese
sea el que gane más dinero, pero naturalmente siempre sobre una base de un
sueldo mínimo, que hemos pensado que podría ser aproximadamente de entre
sesenta y setenta mil pesetas al mes ¿qué te parece?
Ana se levantó y le besó
en la mejilla como si de un padre se tratara
- Me parece que no te lo debería de decir, pero
es una pasada. Hasta ahora, todos me han ofrecido como mucho cuarenta mil al
mes, o sea que imagínate lo que me parece. Esto tiene que ser un sueño.
- Pues no Señorita, esto no es ningún sueño –
Antonio dio la vuelta a la impecable mesa y le pasó un brazo por los hombros en
un gesto de amistad – Espero que a partir de este momento nunca tenga que
llamarte la atención, porque nosotros, si pagamos bien es porque exigimos.
Queremos que la gente que valga esté bien pagada, porque si tú rindes en el
trabajo, tú sales ganando, pero nosotros también. Esto que parece una cosa de
cajón, pues no debe ser tan de cajón, porque nadie lo hace, pero para mí este
es un principio indiscutible. Desde el primer día que formé la empresa y eso
que solo éramos tres, así lo hicimos y todos con el mismo sueldo base y, como
te decía las comisiones diferentes y hasta ahora estamos funcionando muy bien
- De acuerdo. Ahora solo me queda preguntar por
el horario y te dejo tranquilo.
- Mira, Ana, no tendrás horario. Solamente
tendrás una obligación y es la de
asistir todos los días a una reunión que tenemos para discutir los temas pendientes.
Esa reunión es aproximadamente a las once de la mañana y a partir de ese
momento puedes hacer lo que quieras. Si quieres quedarte en la oficina te
quedas, y si no te vas con algún cliente, puedes irte de compras o a cualquier
lado, pero, eso sí, siempre localizada. Para que te hagas una idea,
actualmente, las tres relaciones que tenemos, trabajan solo por la mañana y
algún día, esporádicamente, quedan por la tarde con algún cliente y le
acompañan un par de horas o tres y ya está.
- Bueno, conmigo no vas a tener problemas
porque no tengo otra cosa que hacer, o sea que estaré permanentemente a
disposición de la empresa.
- Fenómeno. – Antonio se levantó y con un leve
gesto le indicó que tenía gente esperando y ya hablarían mas adelante.
Ana se levantó y después
de dos sonoros besos en la mejilla de su nuevo Jefe, salió por el pasillo, como
si fuera la feliz afortunada de un boleto premiado de la Lotería Nacional ,
descendió las escaleras de dos en dos y se encaminó a su pensión. Se descalzó,
se tumbó en la cama y tuvo un recuerdo para sus padres, que en el pueblo,
suspiraban porque su hija no encontrara trabajo y tuviera que regresar. ¡ Lo
siento, Papá y Mamá, pero esta vez parece que la cosa va en serio! E
inmediatamente, se durmió.
Ahora sí lo he podido leer. Parece que a Ana le empiezan a ir las cosas bien no se yo si con Antonio el contrato de trabajo acabará en algo mas. Que tenga suerte.
ResponderEliminarUn abrazo a todos
Bueno, ya tenemos trabajo y a ver lo que dura. Hay alguna cosilla por ahí que no me suena bien. De momento ya se puede quedar en Madrid.
ResponderEliminarPor cierto, del político ná de ná ...
Hasta la próxima que esperemos no falle la tecnología
Bss a todos los seguidores