viernes, 14 de febrero de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 23

Queridos blogueros/as: Así, como quien no quiere la cosa, ya estamos en el capítulo 23 y yo continúa vagueando a la espera de escribir la segunda parte, llevo un poco pero no mucho y como siga así el toro me va a pillar y me va a dar una cornada de esas de enfermería de la plaza. Espero mejorar, pero la verdad es que últimamente los días se me pasan tan deprisa que en cuanto me quiero dar cuenta ya estamos en viernes otra vez y no he escrito ni una sola linea. Debe ser la edad y lo mismo que pasan los días pasan los meses, los años y en cuanto te quieres dar cuenta "al hoyo" que diría un castizo. En fín, como veis es un día en que me encuentro de lo mas optimista. Espero mejorar.
Por fin, la nena se viene a la capital ¡Ya era hora que llevamos 23 capítulos joé! y aunque la primera parte es bastante yo diría que barriobajera, en el fondo no queda mal y la niñita se nos libera. En fin, vamos avanzando hasta llegar a la segunda parte.
Un abrazo y que disfrutéis
Tino Belas


CAPITULO 23.-

El Paseo del Prado estaba abarrotado de gente que iba y venía, los conductores permanecían en el interior de los coches hacían sonar sus bocinas como para llamar la atención, mientras los tranvías hacían rechinar las ruedas por las estrechas vías que se alejaban en línea recta hacia el Paseo de la Castellana. Los soldados desfilaban alrededor de las doncellas mientras ellas no perdían de vista a los niños que correteaban detrás de unos aros de vistosos colores que hacían avanzar con unos palos que terminaban en una especie de bucle de alambre. Los barquilleros ofrecían sus productos vestidos de chulapos con unas bufandas blancas enrolladas a la garganta y unos recipientes de un metro de altos con una rueda giratoria en la que por cincuenta céntimos le podía tocar a cualquiera, no solo disfrutar del mejor barquillo del mundo, sinó que, además y siempre que saliera el número cero, se haría acompañar, nada menos, que “de Paquito, el barquillero” hasta donde la señora considerara menester, que podía ser incluso hasta la alcoba matrimonial que, por el Paquito no había cuidado, que respondía en todas las ocasiones. Con este anuncio publicitario el barquillero mas pinturero de la capital, como le gustaba que le llamaran, tenía cola y entre bromas a los niños y piropos a las madres, todos los días se sacaba un pequeño capital que repartía a su llegada a su corrala en el centro, casi al lado del Teatro Real y desde su cómoda habitación, veía todos los viernes entrar a las autoridades a los distintos conciertos. Para Paquito era una obligación repartir todo lo que ganara en el día porque en esa corrala había vivido casi diez años a costa del vecindario y ahora le tocaba a él aportar su pequeño grano de arena. Cuando le preguntaban que tal, siempre contestaba con una leve inclinación de cabeza, se daba una especie de toba en la gorra con los dedos pulgar e índice de su mano derecha y decía : Bien con Okal prenda, y no mejor porque uno todavía tiene principios que si por ellas fuera, uno no saldría de la cama por falta de tiempo y eso que el menda es “refinao” que por ellas me contratarían por semanas y hasta una condesa me dice: Ay Paquito dame más que luego viene mi marido y me quedo piando y claro que va a hacer el Paquito, pues eso, responder ante los requerimientos de una señora entrada en años y encima de la nobleza con un toma y toma por delante y por detrás que para eso presumes de mujer fiel y pudorosa  y así se entera, Condesa, de lo que vale un peine que el Paquito es pobre pero “honrao” y si la naturaleza ha tenido a bien dotarme de un instrumento que bien merecía estar en la Orquesta Nacional, ¿para qué vamos a desaprovecharlo? Se toca todas las veces que haga falta y se afina por lo menos una vez al día. Venga, señá Remedios, venga aquí que hoy le toca un real y tú, Remi, acércate que hoy se ha dao bien el día y algo sobrará.
En el mismo Paseo del Prado, unos metros mas hacia la Cibeles, un guardia de circulación con sus correajes blancos, su uniforme azul y su casco con el escudo del ayuntamiento de Madrid silba como un loco para que los coches giren rápidamente y no se acumulen todos a la derecha para girar hacia el Retiro que por la otra calle también se va, Jefe, circule y no se me acumulen en la plaza, por favor, circulen. Sus manos son como aspas de uno molino de blancos guantes algo ajados por el paso de los años y las inclemencias meteorológicas, que confluyen enérgicas para indicar dirección Cibeles y que se abren en abanico para acceder a los parques del Retiro y del Jardín Botánico.
Ana Segura, veintiun años, de un pueblo de la provincia de Valladolid, permanece extasiada contemplando aquel espectáculo. Una enorme maleta nueva en el suelo parece querer acompañar a su dueña en su nueva modalidad de vida.
-  ¿Qué tal señorita? La veo que se ha “quedao prendá” de las bellezas de mi Madrid, que le digo yo que es mucho mi capital y que si por mí fuera la nombraba Capital del Mundo mundial, ¡ahí es na! Lo que vale el foro, pero si me permite un consejo, yo de usted miraría para otro lado, porque eso es irreal.
Ana le miró sorprendida y no pudo por menos que soltar una carcajada cuando se dio cuenta que el espectáculo correspondía al rodaje de una película de época y todos eran actores de mayor o menor nombre y muy metidos en el reparto.
-  Ya me parecía este Madrid como muy antiguo. ¡Que tonta soy! Si me llega a ver mi padre seguro que ya estaría imaginándose que este sería uno de los problemas que acechan a  los recién llegados.
-  Señorita: si me permite un consejo, yo de usted no dejaría la maleta sola porque puede llegar un cualquiera de los muchos que hay en las estaciones y cambiársela de sitio ¿sabe?
-  Gracias – Ana miró a su interlocutor. Se trataba de un hombre de unos treinta años, bien vestido, trajeado a la perfección, quizá algo retro, pero bien, con una gabardina en el antebrazo izquierdo y un pitillo permanente en su boca. Las manos se movían sin cesar mientras no paraba de mirar hacia ambos lados como tratando de encontrarse con alguien. No sabía porqué, pero Ana desconfió inmediatamente y con un breve hasta luego lo dejó en medio del amplio vestíbulo de la estación. El trataba de no separarse, pero ella le dio un pequeño empujón y se metió presurosa en un taxi. De su bolso extrajo una hoja de papel y se la entregó al taxista quien la ojeó distraídamente, saludó con un pequeña reverencia y sin perder ni un minuto encaminó su transporte público hacia la dirección indicada en el centro de la capital.
El trayecto fue largo y en algunos momentos agobiante, los semáforos interrumpían el lento discurrir del taxi y a pesar de llevar las cuatro ventanillas abiertas, el calor invadía todo y una sensación como de galvana, inundó todo su cuerpo y si no fuera por los bruscos frenazos seguro que se hubiera quedado dormida
-  Señorita: calle Sagasta número 18. Ha llegado al final de su destino- Espero que su estancia entre nosotros sea muy fructífera ¿viene a estudiar?
-  No, la verdad es que no lo sé, pretendo hacer algo pero todavía no se el que.
-  Perdóneme que me meta donde no me llaman, pero tenga cuidado porque esta ciudad tiene algo que te fascina y encierra muchos mas peligros de los que parece.
-  Muchas gracias por sus consejos, pero vengo aleccionada por mi padre que antes de salir me ha puesto las peras al cuarto.
-  Bien, pero no se olvide de esto, diviértase todo lo que quiera, pero desconfíe de los que se le acerquen si no los conoce de nada.
-  Bien, bien, no se preocupe que así lo haré.
Pensión Orduña. El cartel colocado en la fachada de un edificio antiguo, era la expresión de lo que se encontraría en su interior. Ambiente acogedor, casi como una familia, pocos huéspedes y la mayoría fijos, con mayor cantidad de gente joven, aunque algunos viajantes de toda la vida pasaban y pernoctaban una o dos noches y aprovechaban para ilustrar a los jóvenes en los peligros de la gran ciudad.
Ana introdujo la maleta en un ascensor de estructura metálica antigua desde el que se divisaba una escalera de madera con los escalones medio comidos por lo años y unos enormes descansillos decorados a la manera de sus inquilinos y así se veían desde cuadros de bellos paisajes hasta adornos chino de dudosa procedencia, pasando por pequeños aparadores dorados, plantas de interior y hasta un Guernica que presidía el de la Pensión Orduña.
-  Ya ves, hija, las cosas de la vida. Por espacio de un mes, hace ya bastantes años tuvimos alojado “un gudari” que naturalmente tu no sabes lo que es y yo tampoco y nos obligó a colocar este cuadro en la pared para recuerdo de nuestra querida patria vasca y aquí estamos- Doña Amparo, la dueña de la pensión, así recibió a Ana que no dejaba de mirar el cuadro.
-  Nunca lo había visto detenidamente, pero la verdad es que es muy feo y no hay quien lo entienda ¿no le parece?
-  Pues si, hija, si, pero ¿qué quieres? De vez en cuando lo quitábamos, pero desde hace años ahí está y no lo movemos, porque una de las veces nos visitó ese chaval y a los pocos días recibí una comunicación de la ETA en la que me exigían colaborar en la causa vasca mediante una cantidad mensual o con la colocación de algún signo externo y aquí estamos ¿qué podemos hacer? 
Desde el quicio de la puerta Doña Amparo observó a la recién llegada con gesto amable y una sonrisa natural que le daba a su cara una acogedora expresión. Todo su aspecto rezumaba clase y sus modales eran marcadamente refinados. La manos eran perfectas, con las uñas cuidadosamente recortadas y pintadas con un barniz de un tono rosa difuminado. El pelo lo tenía recogido en un moño y vestía una falda negra con un conjunto del mismo color edulcorado  por una pequeña gargantilla con una perla en su parte inferior.
-  Perdóneme que hasta ahora no me he presentado. Soy Ana Segura, que hablé con usted hace unos días por teléfono para reservar una habitación.
-  Si, me imaginaba que serías tú, porque últimamente vienen pocos clientes – Doña Aparo extendió ambas manos y a continuación se besaron en ambas mejillas – Pero pasa, por Dios, no te quedes en la escalera, pasa.
La dueña de la pensión la acompañó por un larguísimo pasillo serpenteado por innumerables puertas con su número en el frente, hasta llegar a la número dieciséis. Introdujo la llave en la cerradura y empujó la puerta dejando entrar a Ana que se quedó impresionada de la luz de aquella habitación. Una claraboya en el techo permitía la entrada de todos los rayos de sol sin distinción de tonalidades y luego, en su choque con el mobiliario, se transformaban en luminoso chorros de alegría que dejaron gratamente sorprendida a Ana. La patrona, después de preguntar si necesitaba alguna cosa, cerró cuidadosamente la puerta no sin antes recordarle que en esa estancia no podían subir hombres y que la cena se servía en el comedor hasta las once y que si llegaba más tarde tenía obligación de avisar.
Ana se tumbó en la cama y repasó, claro que repasó todo lo que había sucedido y llegó a la conclusión que lo pasado pasado está y que una nueva etapa de su vida comenzaba en esos momentos, dicho lo cual, se quedó profundamente dormida.
-  Pero ¿porqué me llaman a estas horas si me acabo de dormir? Si, ¿quién es?
La voz de Doña Amparo traspasó la puerta de madera
-  Perdóname Ana, pero una señorita te espera en el salón.
-  Gracias. Enseguida voy – Ana se estiró todo lo larga que era, se revisó ligeramente su pelo en un espejo situado en el lateral de la puerta del armario empotrado y después de cepillarse los dientes, abrió la puerta y atravesó el pasillo con una sonrisa porque estaba segura que no podía ser otra que Laura, su inseparable amiga de la infancia y a la que hacía casi un año que no veía – Laura ¿qué tal estás?
La amiga de toda la vida dejó una revista que tenía entre sus manos y con alegría se abrazó a Ana. Al poco, se separaron y se miraron de arriba abajo como si fueran modelos de alta costura
-  Que bien te veo, Laura. Esto de la capital te sienta bien ¿eh?
-  No me puedo quejar y tú, ¿qué tal? Por fin, lo has conseguido ¿qué se siente al librarse de la opresión familiar?
-  Pues la verdad es que hasta ahora no he tenido ningún sentimiento de nada porque acabo de llegar y encima me he quedado dormida, o sea, que poco tiempo he tenido para reflexionar, pero cuando venía en el tren si que me ha dado un poco de pena, porque tanto mi padre como mi madre se han quedado muy chafados y espero que se les pase pronto. Al final, y como era de esperar, no lo han entendido y bien que lo siento, pero que le vamos a hacer. Seguro que con el tiempo se les pasará. Además que el pueblo tampoco está tan lejos y los veré los fines de semana.  
-  Bueno, Ana, no es que yo quiera fastidiarte tus planes porque no es eso, pero olvídate de ir los fines de  semana a ningún lado porque a mí me pasó igual y no duré ni un mes. Pero, en fín, todo se andará. De momento y después de lo que hablamos hace unos días, para mañana ya tienes una entrevista con el director de la Academia Basora que, además está aquí al lado, y parece que puede haber algo de lo que buscas, pero me dijo que primero quería hablar contigo y mañana a las nueve y media tienes la cita. Es el padre de un amigo mío y parece buena gente.
-  Gracias Laura, no sabes como te lo agradezco porque mis ahorrillos no creo que den para mucho y mi padre se ha negado en redondo a ayudarme, pero bueno, para ir tirando tengo algo y si no me vuelvo al pueblo y santas pascuas.
-  No digas cosas raras, Ana. En Madrid hay trabajo de sobra y lo que falta son ganas. Ya verás como en nada estás mas liada que una pitón y estarás deseando tener días libres para divertirte porque otra cosa no, pero diversión de eso si que hay para dar y tomar.
-  ¿Si? – Ana cruzó las piernas en el sillón - ¿tú lo pasas bien? ¿tienes muchos amigos? Cuenta, cuenta que estoy deseando conocer todo.
-  La verdad es que esto de Madrid no se entiende muy bien. Al principio, cuando llegas, parece como que es otro mundo, todo muy grande, muy lejos, con gente por todas partes, pero luego es como un pueblo, bueno como un pueblo no porque allí te conoce todo el mundo y aquí todo es como mas desperdigado, pero es ¿cómo te diría yo? Como si vivieras en el pueblo, pero sin que te conociera nadie. Ya te digo que, al principio, cuesta bastante adaptarse y eso que tú me tienes a mí, pero pasado un tiempo, es como el tabaco, se puede dejar pero nadie lo deja y eso que una gran ciudad, como podrás comprobar por ti misma, tiene muchos inconvenientes y se pierde muchísimo tiempo en desplazamientos, pero luego tiene algo que yo no se decir el que, pero que te engancha y aquí te quedas para siempre, renegando, eso sí, pero para siempre.
Ana se levantó y se asomó al amplísimo ventanal desde el que se divisaba cientos de edificios de alturas diferentes que parecían querer darle la bienvenida. La noche se acercaba y las sombras todavía hacían cola para incorporarse al ritmo de la ciudad. En el edificio de enfrente una señora se abanicaba, mientras asomaba medio cuerpo a través del balcón y haciendo señas con su brazo derecho trataba de llamar la atención de alguien. Una ventanas mas allá un matrimonio limpiaba con esmero los cristales y mas allá unos niños jugaban con una pelota en lo que parecía ser un largo pasillo. La luces se iban progresivamente encendiendo y el paisaje urbano se iba transformando. Ana dio unos pasos como de baile por el salón y abriendo los brazos en un gesto de libertad exclamó:
-  Soy libre. ¿Te das cuenta que puedo salir por la noche y llegar a la hora que quiera sin tener que dar explicaciones a nadie? Después de veintiun años, al fin, lo he conseguido. ¿Sabes lo que te digo? Que nos vamos a la calle, cenamos y luego nos tomamos unas copas que hoy paga la casa y mañana será otro día ¿de acuerdo?
-  Bueno, vamos, pero no te emociones porque aquí se vive bien, sin ningún control, pero sola que tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes.
-  Venga Laura, vámonos que hoy prefiero no pensar.
Al salir, Doña Amparo le dio una llave y con la sabiduría que dan los años se atrevió a darle un consejo: - Hija mía, disfruta todo lo que puedas que la vida se pasa mucho mas deprisa de lo que parece y cada día que pasa es un día que pierdes.
-  Si, Doña Amparo, muchas gracias por sus consejos y no me espere para cenar, porque vendré tarde.
-  ¿Quieres que mañana te llame a alguna hora?
-  Si, si no le importa me despierta sobre las ocho y  media o por ahí ¿vale?
-  Hasta mañana, hija que te diviertas.




3 comentarios:

  1. Ya tenemos a la muchachita de Valladolid en la capital y dispuesta a todo !!!. Esto empieza a conectarse. Empieza lo que se llama "el nudo " de la novela.
    Soy todo ojos e imaginación; adelante con el siguiente Tino
    Bss y saludos al otro seguidor

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  2. El Tío Javier Belas17 de febrero de 2014, 0:32

    Llamarse Faustino es todo un honor. Muchas felicicidades en el Día de tu Santo. Empieza la fase de " Ana en Madrid " Va a ser muy interesante ver como se va desenvolviendo.
    Un abrazo.

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