sábado, 14 de diciembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 14

 Queridos blogueros/as: Gracias a Dios parece que los problemas que hemos tenido ultimamente se van solucionando, unos bien la mayoría y otro mal, pero así es la vida. Lo último ha sido la operación de nuestra hija Teresa que ha pasado a ser de la tribu de "los sin vesícula". La operación fue muy bien, eso de la cirugía endoscópica parece un milagro y es una pena no haber grabado todo porque se ve mucho mejor que si fuera una cirugía abriendo la tripa, que es como se hacía en mis tiempos, pero ya lo decía aquella zarzuela: Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.
Continuamos con una romería que me inventé hace tiempo y me debió pillar en una época como muy fina porque ahora me las imagino como mucho mas bestias, pero en fin, para no haber estado en ninguna, no ha quedado especialmente mal. 
Para que sepáis con quien os estáis jugando los cuartos, os diré que ahora estoy escribiendo el capítulo 61, o sea, que os queda mili como para parar un tren
Como siempre, espero que os guste y paséis un rato agradable sin pensar en los catalanes ni cosas por el estilo
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 14.-
                                                                                                                                         Las carretas vistosamente engalanadas se acercaban lentamente hasta la ermita de la Patrona de la ciudad situada en un montículo a pocos kilómetros del centro rodeadas de polvo, algarabía, diversión, juventud y juerga desbordante de los jóvenes y menos jóvenes provenientes de la ciudad y alrededores.
Las fiestas de Medina del Campo desde hacía casi cuatro siglos finalizaban con la Romería a la ermita del Patrón de la Villa y Corte que lo fue en la época de los Reyes Católicos. Tradicionalmente las carretas pasaban de padres a hijos y las familias que se preciasen y algunas que no se deberían de apreciar tanto, invertían tiempo y dinero en hacer resaltar tanto el caballo como a la carreta para obtener el preciado galardón de “Carreta del Año”  premio que otorgaba el Ayuntamiento y que se luciría durante los doce meses con la exposición de la carreta en el patio del edifico Consistorial y la placa conmemorativa correspondiente.
Las carrozas avanzaban parsimoniosamente, como queriendo mostrar su estructura en la interminable llanura castellana y en su interior las familias y amigos disfrutaban de exquisitos manjares preparados con esmero. Los hombres con ropas de labrador y un pañuelo azul al hombro y las mujeres con amplios sombreros de paja y las faldas largas hasta casi los tobillos completaban un típico cuadro pastoril que se repetía todos los años en la última semana de Septiembre calificada por todos como la Semana Grande, aunque las corridas, concursos literarios, exposiciones pictóricas y hasta las fiestas en el Casino comenzaban allá por el mes de Junio.
Los jefes de las familias iban delante, jaleando a los caballos y buscando la rodera más adecuada del camino para evitar que los que viajaban en el interior tuvieran excesivos tumbos. Para ello iban provistos de unas varas largas, que ondeaban al aire con demasiada frecuencia, gargantas bien afiladas para soportar la tensión del momento y recias botas camperas que facilitaban el camino hasta la ermita.
La comitiva estaba compuesta por veintinueve carretas numeradas correlativamente y ordenadas según un sorteo efectuado en el Ayuntamiento. La primera y fuera de concurso era la del Señor Alcalde que abría el desfile y la última, también fuera de concurso, la de la familia del Damián, eterno enterrador que parecía que no iba a morirse nunca y que a sus noventa y un años azuzaba a su caballo con la misma fuerza que un chaval de veinte. La correspondiente al Dr. Segura Parrondo y familia llevaba marcado en un lateral el número diez y así los que en ella peregrinaban estaban convencidos que este año el premio era para ellos. La madera pintada de verde, el toldo a rayas verdes y blancas y el caballo con las crines pintadas con la bandera de España, le daban un aspecto andaluz a toda la cuadrilla aumentado por los sombreros andaluces de las dos hijas mayores de D. José Luis el Médico que, sentadas en el alto pescante manejaban con destreza las riendas de Ligerito, el caballo del doctor que por el tiempo trascurrido y los servicios prestados, parecía ya como uno más de la familia.
Matilde y Sonsoles, las dos hijas mayores disfrutaban del paisaje y miraban, con la alegría  reflejada en sus rostros morenos, como la ermita se iba aproximando como si quisiera acortar el camino entre ambos. Sus maridos, Prudencio y Genaro, trotaban por los alrededores en sendas jacas y cada poco se acercaban y repartían parabienes a sus esposas.
En el interior de la enorme carreta, Doña María Ferrandez presidía la larga mesa, hecha con tablones y hasta arriba de restos de comida y bebidas, mientras sus dos hijas pequeñas Ana y Begoña jugaban al tute subastado en compañía de dos amigos que se habían sumado a la sobremesa.
El calor era sofocante, las gotas de sudor discurrían por numerosos canalillos, las mentes se iban progresivamente embotando y los efectos del alcohol agredían directamente a muchos de los romeros lo que hacía que las madres extremaran sus cuidados y no perdieran de vista a sus hijas casaderas.
En el interior de la carreta de D. José Luis Segura el calor y el polvo del camino se hacía insoportable y un botijo convenientemente cargado de agua fresca pasaba de mano en mano aliviando en lo posible la sequedad de las gargantas.
Al fondo, como si hubiera sufrido un vahído, Doña María se aferraba a unos cojines de vistosos colores que se encontraban apoyados a las maderas de los bancos laterales que hacían las veces de asientos y trataba de mantener la vertical. Las irregularidades del camino se iban haciendo cada vez mas manifiestas y los tumbos marcaban la imposibilidad de tener una sobremesa relajada. La frente era como una fuente de sudor a pesar del abanico de toreros en plena faena que danzaba por el carromato; sus labios resoplaban y emitían una especie de gruñidos que mas parecían ronquidos que signos de impaciencia por arribar lo antes posible. Aquello era insoportable y se repetía la misma historia de todos los años. Menos mal que no se acordaba de uno para otro, pero siempre el final era similar: el año que viene no vengo porque esto es una fiesta de gente joven y una ya no está en edad de soportar este trasiego. Para los jóvenes, muy bien, se ríen, bailan y se divierten, pero para mí esto es demasiado. Este año porque lo hago por Begoña, pero es el último que vengo. ¡Que horror, que calor!
El toldo de la carreta iba bajado e impedía ver al resto de la comitiva; la mayoría iban tumbados disfrutando de una bien merecida siesta y algunos ronquidos se escuchaban en la lejanía. Los niños correteaban alrededor de los carros y las voces de las madres los devolvían al redil : Paco, coñe, deja de empujar a Felipe y no molestes que estoy durmiendo la siesta, Julianín, como te voy a decir que te pongas la gorra, luego coges una insolación y que pasa ¿eh?. Como te vuelva a ver jugando a la pelota cerca de las ruedas del carro te juro por lo más sagrado que te meto en la carroza y no sales hasta que lleguemos de vuelta a casa, jodío niño, me estás dando la romería, mejor estarías en casa con la abuela. Los jóvenes eran los únicos que, a lomos de briosos corceles, pasaban de carreta en carreta tratando de encontrar a alguien o algo que les hiciera olvidar todo lo andado.
Con pantalones vaqueros, sin camisa y destilando sudor, se acercaban y pedían algo de beber. Su solicitud en la mayoría de los casos era atendida con prontitud y la moza que quería y en pago a su deferencia, se le permitía subirse a la grupa del caballo y dar una pequeña vuelta. Los brazos alrededor de sus cinturas parecían dar alas a los caballos y los jinetes, para demostrar sus habilidades, salían al galope dejando tras de sí la preocupación de los padres, las risas nerviosas de las nuevas amazonas y una gran cantidad de polvo que se sumaba al de las carretas.
Genaro, el yerno mayor de D. José Luis Segura, se acercó al galope, con una sonrisa de oreja a oreja, puso su caballo al ritmo cansino de la carreta familiar y guiñando un ojo se  ofreció a Matilde, su mujer para llevarla a dar una vuelta. Ella lo miraba con gesto de complicidad, le pasó las riendas a su hermana Sonsoles y apoyándose en el estribo, saltó a lomos de “Cabrerizo”, caballo de seis años conocido por ese nombre por haber nacido en tierras leonesas, allá en Cabrerizo de los Montes, de donde eran oriundos la familia de su marido. Era la primera vez en sus veintiocho años que le estaba permitido porque la disciplina en su casa era rígida y hasta que no estuviera casada su padre no la dejaba merodear por los alrededores a lomos de los caballos de los amigos. Me vas a decir a mí como son tus amigos ¿no ves que yo también fui joven? solía decir el Dr. Segura y por fín este año sería libre para ir con su Genaro a donde le viniera en gana. El viento le daba en la cara, el calor se hacía agobiante, sus manos se aferraban a la cintura de su jinete, el pecho se oprimía contra su espalda y una sensación de libertad les hacía apretarse más y más mientras la velocidad del caballo iba aumentando. Genaro experto en el arte ecuestre, gracias a los dieciséis años que vivió en el pueblo, enfiló la cabalgadura hacia un grupo de árboles que formaban un pequeño bosque distante unos cientos de metros del camino y al arrullo de las sombra hizo descender a su mujer y detrás de un chopo de considerables dimensiones se fundieron en un solo cuerpo con la misma pasión que la primera vez en la noche de bodas hacía ya siete meses.


2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas15 de diciembre de 2013, 22:33

    Me ha gustado como describes las distintas facetas de la típica romería.
    Al ser capítulos cortos y semanales a veces pierdo el hilo y no me acuerdo de la trama general de la novela. De manera que el día que tenga tiempo me voy a leer los catorce capítulos seguidos. Supongo que si doy marcha atrás acabaré en el capítulo uno. Ya os contaré.
    Un abrazo

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  2. Parece la romería del Rocío !!!!. Genial, lo describes divinamente.
    Suerte para todos el día 22. Puede que el domingo que viene a estas horas esté en el fin del mundo.
    Bss y hasta el próximo

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