En este capítulo comienzan las fiestas y espero que lo paséis bien.
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO 13.-
El Domingo de Resurrección
era la fiesta por excelencia. En el espacio de tan pocas horas como las que van
de un Domingo a otro, el cambio era espectacular. La mujeres cambiaban el luto
tradicional por trajes de vistosos colores estrenados para tan señalada
ocasión, mientras los hombres lucían su palmito con sus sombreros de ala ancha,
sus trajes de doble abotonadura y los zapatos de dos colores y la rejilla en el antepié. Los niños eran
los verdaderos protagonistas y la permisividad de los padres era tomada al pié
de la letra por los chavales que deambulaban por las calles con numerosos
petardos en los bolsillos que hacían estallar al paso de las señoritas y a
veces no tan señoritas, quienes mostraban su aparente disgusto repartiendo
pequeños cachetes a los que se ponían a tiro. Los más atrevidos les tocaban el
culo y ahí sí que los cachetes se convertían en auténticos tortazos que dejaban
los dedos marcados en las caras de los que eran pillados “in fraganti”
Ana celebraba con sus
padres la llegada del Resucitado y un helado de cucurucho de enormes
dimensiones se abría camino entre su boca y los pliegues de su vestido de
Domingo; las manos eran de un color entre fresa y nata del helado y marrón de la tierra con la que
había estado jugando en el parque y la cara era una prolongación del helado.
Cuando la vio llegar Doña María se echó las manos a la cabeza:
- Pero ¿donde te has metido? Criatura. ¿Has
visto como te has puesto el traje nuevo?
- Si, yo estaba en el parque y el tío Anselmo
me ha convidado a helado ¿quieres un poco? Está buenísimo
- Mira, Ana, vete a casa antes que te vea y le
dices a la Encarni
que te cambie, pero antes que te meta en el baño ¿de acuerdo?
- Mamá, yo no quiero subir a casa. Hoy es el día
de los niños y me castigáis y siempre me toca a mí porque Begoña está igual y
no le habéis dicho nada.
- Bueno, pero ya sabes que Begoña es distinta.
- Si claro, siempre es distinta y los castigos
para mí.
- Bueno, Ana, tengamos la fiesta en paz – Doña
María trataba de mantener la calma – no vamos a discutir, te subes a casa, te
bañas y vuelves a bajar ¿estamos?
- Si y mientras la niña esa se queda con Papá
como si nada.
- Ana – Doña María le limpió la cara con un
pañuelo – te lo he explicado muchas veces y ya vas siendo mayor para
entenderlo. Tu hermana es como es y no le puedes pedir cosas que no entiende,
pero tú, sabes de sobra que no puedes mancharte como te manchas y por eso no es
que yo te castigue, porque si así fuera te mandaría a casa y no volverías a
bajar, si no que lo que quiero es que parezcas una señorita y no un golfillo de
la calle. ¿Has visto la pinta de tu hija?
D. José Luis se acercaba
con una sonrisa en los labios y un paquete en las manos. Se sentó en el banco y
comenzó a desliarlo lentamente mientras trataba de imponer armonía
- Mujer, no es para ponerse así, al fín y al
cabo son niños y hoy es el día de su fiesta
- Pero ¿la has mirado bien José Luis? Si da
pena verla.
- Ven aquí, Ana – el padre la rodeó con sus
brazos y la estrechó contra su pecho no sin antes limpiarle las manos con un
pañuelo – te portas como una niña pequeña y tu madre te tiene que regañar
¿porqué eres así de trasto? Eres la mejor de la casa y es una pena que los
pequeños detalles sean los que te matan. Además que estoy pensando que ya no
eres tan pequeña porque ¿cuántos años tienes?
Ana se quedó mirando a su
padre con la admiración de siempre, era un padrazo y aunque alguna vez le caía
una bronca, casi siempre era con razón
- ¿No lo sabes?
- No, lo siento pero no me acuerdo, aunque
haciendo un poco de memoria tendrás, mas o menos, ¿trece?
- ¡ Que va! Muchos menos. – Ana se separó de su
padre y este la miró de arriba abajo sin dejar de tener una pícara sonrisa en
su boca
- ¿Doce?
- Menos.
- ¿ Diez?
- Menos.
- No se porqué me parece que esta señorita me
está engañando – Jose Luis, el Médico de toda la vida de Medina del Campo la
volvió a estrechar entre sus brazos y le dijo al oído - ¿tu sabes que los
Médicos tenemos una forma infalible de saber la edad?
- ¿Si? – Ana abrió sus ojos en un gesto de
admiración - ¿de verdad?
- Claro, solo tenemos que dar pequeños capones
en los huesos de la cabeza y si estan duros es que tienes mas de ocho años y si
nó es que eres una enana. ¿Me dejas probar?
La niña agachó la cabeza y
el padre fue dando pequeños golpecitos alrededor de toda la cabeza y de vez en
cuando soltaba pequeñas exclamaciones como : umm, no se, no se, creo que esta
jovencita andará por los nueve años, aunque no estoy muy seguro porque si fuera
así no tendría las manos tan pringosas, o sea que tendrá seis o siete porque
las mayores se bañan y se quitan la porquería.
- No vale, Papá, estás haciendo trampas porque
has dicho que era por los huesos de la cabeza y no por otras cosas.
- Ya, pero si fueras de nueve años no te
mancharías tanto de helado y sobre todo te mancharías, pero no haría falta que
tu madre te regañase para lavarte, ¿no crees?
- Si, pero Mamá lo que quiere es que me suba a
casa y me bañe y si me voy mis amigas se van y cuando vuelva no las encuentro.
- Eso si que no – D. José Luis se puso muy
serio y frunció los labios como si estuviera muy enfadado – yo me encargo que
no se muevan de aquí y que te esperen. Venga señorita, súbase a casa y en cinco
minutos esté de vuelta. – Para animarla le dio un pequeño azote en el culo.
Doña María se acercó con
una sonrisa en su cara y se agarró al brazo de su marido mientras exclamaba con
gesto cansado
- Hay que ver las cosas que hay que hacer para
convencer a Ana que vaya limpia ¿verdad?
- Si, pero los hijos que has parido son una
auténtica bendición del cielo porque mira que son diferentes y ninguno nos ha
dado nunca motivos para sentirnos mal y la
única mas así como respondona es esta y la pobre es muy trasto, pero
tiene una mirada tan limpia que da pena hasta castigarla. Pero, bueno, lo
importante es que se ha ido a casa a lavarse y sin enfados que hoy es un día
muy especial.
- Si, eso es verdad, porque si por mi fuera, se
hubiera llevado un azote que lo estaba pidiendo a gritos, pero me alegro que
estuvieras aquí porque sinó yo siempre soy la mala.
- Venga mujer, no te pongas tan tétrica que te
salen arrugas en la cara y hoy es un día de felicidad y de regalos, o sea que
toma – D. José Luis sacó una caja estrecha del bolsillo de su chaqueta y se la
entregó a la mujer de su vida, con la que llevaba un montón de años
conviviendo. Ella, nerviosa, empezó a abrirla con la emoción reflejada en su
cara y a los pocos segundos su boca se abrió en un gesto de sorpresa
- Pero José Luis ¿te has vuelto loco? ¡Los
pendientes que vimos el otro día en la joyería de Valladolid! ¡Que maravilla!.
- Doña María los puso en la palma de la
mano y los contempló brevemente. Luego mirando a los ojos a su marido le dijo
con naturalidad – ¿Sabes una cosa? Que te quiero mas que el primer día ¿qué te
parece?
José Luis se mostraba
ufano y con aire distinguido respondió
-
¡Faltaría más! Pero que conste que no tienes
ningún mérito porque eso nos pasa a todos – y sin más palabrería como buenos
castellanos se levantaron y se fueron hacia la Plaza Mayor a
continuar con la fiesta.
Capítulo de transición pero, como siempre, perfectamente descrito. La madre es un pestiño de tía; que pesada !!!!
ResponderEliminarEl tema abuelos canguro es para comentar aparte......
Bss y hasta el próximo
Vaya Capítulo mas corto... pero como siempre entretenido, tiene razón Merce la madre es un coñazo.... besos a todos...
ResponderEliminarFamilia unida jamás será vencida. A pesar de lo pesada de la madre.
ResponderEliminarUn abrazo a todos.