sábado, 2 de noviembre de 2013

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 8

Queridos blogueros/as: Hoy el comentario tiene que ser corto porque por fin me he decidido a escribir los últimos capítulos y de hoy no pasa.
Creo que el final va a quedar bastante bien si soy capaz de reflejar aquí lo que estoy pensando y como siempre será algo inesperado, eso seguro.
En este capítulo ocho no se si voy para atras pero me parece que no queda mal. Como siempre espero que os guste.
Sigo con la esperanza (ya sabéis que eso es lo último que se pierde) que alguien mas se anime a meterse en este serial y lo cuente porque se que lo lee mas gente, pero como no dice nada, no puedo saber lo que piensan. A los fieles lectores (que ya sabéis quienes sois) muy agradecido por seguir ahí.
Un abrazo
Tino Belas


CAPITULO 8.-

Por aquel entonces Fernando era ya estudiante de primaria en el Colegio del Pilar y el traslado resultó bastante traumático. Dejar el colegio, los amigos, la casa de la calle de Alcalá e irse nada menos que a Roma fue difícil aunque los años lo borran todo y aquello era como una mala pesadilla después de una noche de juerga. Si se acordaba muy bien de la casa que era una especie de palacete en la Vía Veneto con un amplio jardín y una piscina casi en la puerta de su casa. También se acordaba, esta vez con alegría, de la pista de tenis en donde comenzó a golpear la bola con destreza gracias a los consejos de Pietro, un napolitano encantador que le daba clases y con el que todavía, a pesar de los años transcurridos casi catorce, mantenía una buenísima amistad y gracias al cual consiguió no pocos torneos en el Club de Tenis de Treviso en las proximidades de la capital italiana al que acudía los fines de semana.
El colegio de España en Roma ubicado en el extremo norte de la ciudad del Vaticano era pequeño, no tenía los patios del colegio del Pilar, doce alumnos por clase, bastante disciplina, muchísimo control y buen ambiente.
A la edad de siete años es difícil discernir lo bueno de lo mejor y los recuerdos se entremezclaban en el pensamiento de nuestro entonces pequeño personaje. El cambio no se notaba demasiado, los curas del Opus resultaron muy simpáticos y trataban de inculcar en los pequeños estudiantes los valores religiosos que resultarían como una marca en la frente de cada niño y que los distinguiría para toda la eternidad.
Los valores especiales que caracterizan a los miembros de la obra iban cayendo como gotas de agua en el cerebro sin modelar de los pequeños y creaban un estilo de vida que se hacía evidente en todos ellos.
La educación, no la religiosa sino la otra, también era objeto de especial atención y los niños vestían con un uniforme que los hacía diferentes al resto: chaqueta azul con escudo del colegio, camisa beis, corbata en tonos azules, pantalón gris y mocasines negros. El corte de pelo era semanal y no se permitían los rizos. La gomina era usada diariamente y las uñas recortadas.
Para el deporte todos los niños disponían de un elegante atuendo formado por un chándal azul con ribetes blancos en las mangas y en los laterales de las piernas, camisetas azules con el escudo, pantalones blancos, medias azules y botas de futbol negras o calzado deportivo blanco. No estaba permitido ningún tipo de cinta en el pelo, ni mucho menos bajarse las medias durante el partido y se extremaba el cuidado con los árbitros siendo motivo de expulsión del campo el dirigirse a ellos en tono despectivo o menospreciando su autoridad.
En el caso de aquellos que enfocaran su actividad deportiva hacia campos más elitistas, el colegio disponía de campos de tenis con sus monitores correspondientes y a los que había que acudir rigurosamente de blanco no admitiéndose bajo ningún concepto algún otro tipo de ropa. Igualmente en una de las esquinas del polideportivo se había habilitado un campo de prácticas de golf y los niños que demostraran cierta habilidad en el manejo de los palos, eran enseñados por profesores especializados y acompañados a los distintos campos de Golf de Roma en donde desarrollaban los conocimientos adquiridos en las clases. La uniformidad seguía siendo norma de la casa y los jugadores
iban equipados con zapatos de golf blancos y verdes, pantalones largos beis claro, niqui Fred Perry rojo y gorra también roja con el escudo del colegio.
Fernando se apuntó a tenis y futbol en contra de la opinión de su padre que consideraba más elegante jugar al golf y le abriría muchas más puertas en el futuro, pero el pequeño pensó que su vida estaba como medio volante en el Real Madrid y así comenzó a ir a los entrenamientos que alternaba con los de tenis.
Los inicios siempre son complicados y D. Fernando Altozano Gil de Viana lo sabía. Primero la mudanza desde Madrid, que tardó algo más de lo previsto y supuso el retraso de la Recepción que por norma ofrece el recién llegado en su nueva casa y que da comienzo a unas nuevas relaciones de amistad entre los residentes. En esta ocasión el compromiso se saldó con una copa en los salones de la embajada que resultó bastante bien aunque muy caro, muchísimo mas caro que en Madrid, según Doña Victoria.
Las listas de invitados se pasan de un embajador al siguiente y así se ahorran los tediosas reuniones para decidir quien va y quien no. Nunca se ponen mesas para evitar agravios comparativos y la gente pulula por los salones y se acerca a los corrillos que considera más interesantes, sin el agobio de tener que esperar al final de la cena,
Buscar el colegio no fue nada complicado porque la mayoría de los niños, hijos de Diplomáticos acuden sistemáticamente al Colegio Español ; es cómodo, barato, estudian en castellano aunque practiquen el italiano, tiene un buen transporte escolar y encima no está muy lejos ¿qué más se puede pedir? Además el único problema será, en todo caso, Fernando porque Pilar y Foncho son muy pequeños y pueden ir a cualquier guardería. 
Los primeros meses se hicieron largos y duros, pero con el paso de los días, la estancia se fue convirtiendo en una delicia y D. Fernando y Doña Victoria no paraban de asistir a actos sociales que les llenaban todas las horas del día
Para cuidar a los tres hermanos habían contratado, además de las dos chicas españolas,  a una Institutriz inglesa, de nombre Elizabeth, que hacía las veces de ama de llaves, madre, organizadora, tutora de los niños, profesora de inglés...etc...etc. Era una mujer de mediana edad, cabellos rubios, cejas pobladas, mirada firme, busto agraciado y largas piernas que debió de ser extraordinariamente bella en su juventud, pero que el paso de casi cincuenta años le había dejado unas secuelas de carácter definitivo en forma de arrugas que le surcaban, como una madeja deshilachada,  la cara y el cuello.
Era una enamorada de la naturaleza y de los monumentos y en cuanto tenía un minuto libre, se calzaba unos gruesos zapatos y se dedicaba a patear Roma y sus alrededores.
Conocía como la palma de su mano todas las especies de árboles habidos y por haber y disfrutaba como nadie clasificando mariposas que ella misma cazaba en sus habituales excursiones.
-  Fernando, venga aquí – A pesar de los años que llevaba lejos de su país natal, su marcado acento parecía querer recordar permanentemente sus orígenes en Norwich, en el centro de la campiña inglesa – Fernando ¿ me oye? Es la tercera vez que le llamo y no me hace caso ¿quiere venir de una vez?
Fernando estaba terminando una redacción sobre la Virgen María que le habían encargado en el colegio y contestó desde su cuarto:
-  Espere un momento Miss Elizabeth que enseguida bajo – repasó las tres hojas que había escrito y le resultó un poco cursi pero no estaba por la labor de repetir otra vez lo que le estaba costando tanto esfuerzo.
Pasados unos minutos, la Srta. Elizabeth tocó levemente con los nudillos en la puerta de la habitación del Fernando y y atravesó el dintel de la puerta del cuarto del mayor de los hermanos Altozano.
-  ¿ Se puede saber que hace que no viene a cenar?  
El niño se volvió hacia la institutriz con los ojos envueltos en lágrimas:
-  Me han mandado un trabajo sobre la Virgen María y no sé hacerlo, Miss Elizabeth. Llevo una hora y solo me ha salido esto – El niño alargó el brazo y la miss tomó cuidadosamente las hojas y las leyó con parsimonia. Según iba viendo las ideas del niño, plasmadas en aquellas hojas con las letras torcidas y no muy claras, se iba emocionando y percatándose que sus consejos no estaban cayendo en saco roto. Fernando veía a la Virgen como su madre y estaba apesadumbrado porque el día anterior no le había dejado sus juguetes a su hermano y sabía que se iba a ir al infierno. También le decía que quería ser bueno y que esperaba que la cena fuera con espaguetis que era lo que más le gustaba del mundo y que se le quitara un dolor que tenía en la muñeca derecha y que le estorbaba para jugar al tenis y el sábado tenía partido contra Cesar de Tovaria que era su máximo rival y con el que se jugaba, nada más y nada menos, que ser el número uno del equipo de infantiles del colegio, o sea, que Nuestra Señora le tenía que ayudar en todos los sentidos y aunque sabía aquello de a Dios rogando y con el mazo dando, una manita no le vendría nada mal.
Miss Elizabeth pasó la mano por el pelo revuelto de su pupilo y con el cariño que le tenía le animó a continuar con la redacción pero no sintiéndose culpable sino con fe hacia la madre de Dios
-  Piensa que la Virgen está en todas partes y sabe mejor que nadie lo que está pasando por esa cabecita y seguro que perdona todo. ¡Cómo no nos va a perdonar si es la madre mas buena del mundo! Y además como está en todas partes, también estará en casa de Cesar y le convencerá para que mañana tenga la barriga mal y se tenga que retirar del partido.
-  No, eso no, Miss Elizabeth, yo quiero ganarle pero bien, no porque le duela la barriga que eso sería trampa.
-  Bueno, pues no te preocupes – Miss Elizabeth se admiró de los buenos sentimientos de Fernando – le pedimos que se le rompa la raqueta y no tenga otra de repuesto ¿de acuerdo?
-  Eso ya me parece mejor – el niño se sintió liberado de su petición anterior- lo único es que tengo que acordarme de no llevar mas que una raqueta y así no se la puedo dejar ¡ que buena idea Miss Elizabeth ¡
-  Ponte de rodillas y vamos a rezar.
La institutriz inglesa y el hijo de D. Fernando Altozano y Gil de Biedma y de Doña María Victoria Ortiz de Mendivil, se arrodillaron al lado de la cama cubierta por un edredón de vistosos colores y juntando sus manos invocaron la protección de la Virgen Madre de Dios y la de todos sus hijos distribuidos por el mundo con una oración que salía de lo más profundo de sus corazones :
-  Virgen Santísima: te pido que termine pronto la redacción y que mañana en el Colegio la lea el Padre Andrés y me de un sobresaliente para que quede el número uno de la clase y esté por delante de Tomás de Arozamena que siempre se ríe de mí diciendo que es más listo que yo. Te pido por el Padre Andrés para que me lo dé. Te pido por mi padre y mi madre para que me compren la raqueta que les he pedido y para que me den dinero el Domingo para comprar “chuches”, te pido por todos los niños pobres del mundo para que todos sus padres tengan dinero y se lo puedan dar. Te pido por Trufo, mi perro para que coma todo lo que le ha mandado el veterinario y te pido, sobre todo por mí para que sea bueno y le gane mañana a Cesar de Tovaria. Ya está.
Miss Elizabeth interrumpió sus pensamientos dándole un pequeño empujón con su codo izquierdo.
-  ¿No se olvida de alguien?
-  Ah sí, perdóneme que se me olvidaba Geremías mi gato que está algo pachucho para que se ponga pronto bueno y pueda cazar ratones en el jardín
-  ¿Y nadie más?
Fernando puso los ojos en blanco y trataba de buscar nuevos personajes para su peticiones.
-  Por la Gertru y la Basilia para que sigan en casa cocinando y haciendo esas patatas tan ricas y para que no se enfaden cuando hacemos alguna trastada.
-  ¿Ya está? ¿No se le ocurre pedir por alguien más?
-  Se me olvidaba pedir por Pietro Raimondi que anteayer se pilló un dedo con la puerta de su casa, para que no le duela y ahora si que ya no pido por nadie más porque vamos a cansar a la Virgen.
-  Pues todavía no ha terminado porque se ha olvidado pedir por algunos que están muy cerca de Usted y que le ayudan a diario – Miss Elizabeth se levantó,  se acercó a la mesa llena de libros y rebuscando encontró una foto de toda la familia a la vuelta de una visita al Vaticano, un Domingo después de Misa de doce. La familia al completo con los trajes de festivo ofrecían una imagen señorial que había quedado perfectamente plasmada en la foto de dudosos colores que la Institutriz mantenía entre sus manos.  Don Fernando Altozano Gil de Viedma con su sombrero de ala ancha, su ajustado traje de chaqueta gris marengo y su abrigo de paño beis presidía la foto mientras su mujer, Doña María Victoria Ortiz de Mendivil sostenía en sus brazos a la benjamina, María del Pilar de tres años de edad y sentados en el suelo Fernando y el segundo de los hijos habidos de la unión de Don Fernando y Doña María Victoria , Foncho completaban el cuadro familiar y a un lado, como si de un añadido se tratara la figura de Miss Elizabeth que con su atuendo, traje Príncipe de Gales con falda a juego, le daba un aire británico a todo el conjunto.
-  Tiene razón, Miss. Se me olvidaba pedir por Pilarita para que no sea tan llorona y deje de robarme mis juguetes y por nadie más porque por Foncho no pido hasta que no me devuelva una peseta que le dejé hace una semana y ahora dice que se la había regalado y que por eso no piensa devolvérmela, o sea que por Foncho no pido.
-  Hombre, Fernando, no sea así. Eso se llama rencor y en su cabeza no puede tener cabida ese sentimiento y menos hacia su hermano menor.
-  Ya, pero ya me estoy cansando de ser siempre el mayor y tener que aguantar al tonto de mi hermanito que poco a poco, se va  haciendo mayor; me acuerdo que una vez  me pidió el  plumier y ahora también dice que es suyo. Vaya morro.                                                                   Señorito Fernando, por favor, modere su lenguaje y no cite expresiones barriobajeras que dañan mis castos oídos.                                                                                                          Perdone, Miss Elizabeth – Fernando se levantó de la pequeña alfombra que su padre había traído de Estambul, recogió unas canicas que se encontraban por todos los rincones, se guardó unas chapas en el bolsillo del pantalón y acompañado de la institutriz descendió por la amplia escalinata de la villa de Vía Veneto en dirección a la cocina donde la Gertru y la Basilia habían preparado, a buen seguro,  una espléndida cena.


3 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas3 de noviembre de 2013, 20:23

    Nuevo capítulo con ambiente familiar y de clase mas bien alta. Fernando, el hijo mayor con sus ventajas y sus inconvenientes.
    Hasta el próximo capítulo.
    Un abrazo a todos.

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  2. Parece que has estado en el colegio del Pilar y en el de Roma; que descripción !!!!. Y los apellidos familiares no pueden estar mejor escogidos. Vamos, como si les conocieses de toda la vida....
    El pijerío de la familia de Fernando es total.
    Bss y hasta la próxima

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  3. me encanta la institutriz...morro es palabra barriobajera jajaja....la educación igualita que la de ahora,voy a leer los siguientes pues hace un montón de fines de semana que no los leia. Besos.

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