Queridos blogueros/as: Cada capítulo es una sorpresa para mi que soy el que lo escribió, pero hace tanto tiempo que me acuerdo mas bien poco y éste no iba a ser menos. Esta vez va de asignaturas pendientes y me parece que me quedé muy corto, se conoce que tenía ganas de acabar, porque yo no se vosotros, pero yo si me pongo a pensar, cosa que hago de vez en cuando aunque parezca mentira, cada día no es que me aparezcan asignaturas pendientes sino cursos enteros y para muchos ya se me ha pasado el arroz. Pero, en fin, que le vamos a hacer. En el fondo esta novela va un poco de eso.
Notición: No se si será de verdad o alguien que me está tomando el pelo, pero he recibido un correo anónimo que dice que le gusta todo esto que escribo. Parece que mi fama ya atraviesa fronteras y debo andar cerca de la base de Torrejón, pero claro como otras de mis asignaturas pendientes es el inglés, resulta que no le puedo contestar como Dios manda.
Bueno hasta el siguiente capítulo que será la próxima semana y espero no haber cascado antes porque mi Santa, eso es amor y lo demás tonterías, me está sometiendo a un régimen de adelgazar que lo mismo me lleva a la tumba, que no se si será mas grande o menos que la de la rutina pero lo que se seguro es que entraré con mucha mas hambre que culquiera
Un beso
Tino Belas
CAPITULO
16.-
La
evolución de la fractura de cadera fue tal y como había previsto el Doctor
Yague y al mes de la consulta se podía decir que Ana caminaba casi como si no
hubiera tenido nada, en todo caso una levísima cojera la acompañaba
permanentemente, pero el dolor había desaparecido y la tranquilidad había
vuelto a aquella casa desde donde se contemplaba el paso de las estaciones a
través de las altas cumbres de la
Sierra de Gredos. Volvieron los paseos hasta el pueblo de los
dos, Juan compraba el periódico y algo de lotería mientras Ana se encargaba de
la compra de las pequeñas cosas del día. La compra seria del mes, la hacían a
primeros y ahí llenaban sus buenas bolsas con todo lo necesario para una casa y
un taxista se encargaba de depositarlas en su casa. Por la tarde tocaba terraza
en verano y porche cubierto en invierno. Juan leía y escuchaba música mientras
que Ana hacia auténticas obras de arte para sus nietos, tipo chaquetas de
perlé, patucos para los recién nacidos, abriguitos de diferentes colores y su
especialidad que eran las capuchas a juego con unas manoplas del mismo color.
Los meses iban pasando y una tarde en que el granizo quería competir con la
música de Hendel haciendo que rebotara en el techo del porche cubierto que
utilizaban en las épocas en que la temperatura exterior era muy baja y las
posibilidades de sufrir alguna caída era mas que segura, ese día, Juan se
acordaba como si hubiera pasado hace solamente un rato, estaba leyendo un
ejemplar de Selecciones del Reader Digest, que tenía junto con otros muchos números
atrasados en lo mas alto de su amplia biblioteca, cuando vio la frase que iba a
ser piedra angular de su nueva vida. La leyó como si no fuera con él, pero al
poco tiempo, volvió a pasar las hojas hacia atrás, buscándola como si de pronto
se hubiera dado cuenta de la importancia de lo leído. La frase era, ni mas ni
menos: “la rutina es como una tumba solo que de distinto tamaño”. No venía
ninguna referencia sobre quien podía ser el autor y mucho menos si el que la
había inventado había sido capaz de cambiar el tamaño y no sucumbir a la rutina
diaria, en el caso de Juan y Ana, paseíto, lectura, música y poco mas. Quizá la
ilusión de ver crecer a sus nietos, algún día de clima muy cambiante, una
visita inesperada y lo demás rutina a diestro y siniestro. Si mirabas a las
montañas, si que es cierto que cambiaban si había nieve o no o si llovía o no,
pero siempre la misma altura, la rutina, siempre rutina. Se levantaba, se
lavaba los dientes, se ponía una bata y unas zapatillas gruesas o finas, según
la época del año, se preparaba una taza de café con leche y dos tostadas de pan
Bimbo con mermelada de melocotón baja en calorías y todos, todos los días, se
quedaba mirando la tostadora hasta que el pan salía como disparaba para
escaparse del calor, rutina, se afeitaba de manera rutinaria y siempre empezaba
por la patilla derecha y terminaba en la izquierda dejando para el final el
bigote, antes oía la radio en el cuarto de baño, pero un día, de esos que te
levantas de malhumor al escuchar las noticias sobre la fragmentación de España
por culpa de las Autonomías, Juan se agarró tal cabreo que tiró la vieja radio
de pilas por la ventana del cuarto de baño y la estampó contra una piedras que
adornaban una parte de su jardín. Aquel día y aunque fuera solo por unos pocos
segundos se alteró la rutina y mientras la radio volaba Juan se dio cuenta que,
por lo menos ese día había hecho algo diferente y a continuación se volvió a
afeitar como todos los días empezando por la patilla derecha y terminando por
la izquierda, dejándose para el final el bigote y así volvió la rutina, sin
radio, pero rutina.
El
día que leyó la famosa frase, se acordaba que era muy avanzado el invierno,
decidió que su vida tenía que cambiar. Si, no podía ser que todos los días
hiciera el mismo recorrido para llegar hasta la tienda de los periódicos,
comprar siempre el mismo y volver casi pisándose las huellas de la ida. ¡Ni
hablar! Eso se acabó como también se acabó eso de pasarse la tarde leyendo y
leyendo sin hacer otra cosa. Tenían que salir, jugar a las cartas, comprarse
una bicicleta estática y pedalear hasta no poder mas, tomarse una copa de
champán sin que hubiera ningún motivo, rezar un rosario o desplumar una perdiz
de las que traía de vez en cuando la chica que limpiaba, el caso es que tenía que
cambiar.
Ana
le debió de notar algo extraño en su mirada porque dejó a un lado las agujas de
calcetar, se quitó las gafas de cerca sin ellas no podía ni contar los puntos y
se quedó mirando a su marido que parecía levitar enfrascado en la lectura del viejo
Selecciones
-
¿Qué pasa? ¿has
leído algo que te ha impresionado?
porque te has quedado traspuesto, hijo
-
Si, - Juan puso
un marcador en la hoja del pequeño libro para saber por donde y miró a su mujer
con cara, efectivamente, de estar en otro mundo y con voz entre grave y severa
repitió la famosa frase – acabo de leer que la rutina es como una tumba pero de
distinto tamaño ¿que te parece?
-
Una exageración
-
¿No te parece
verdad?
-
Ya sabes que a mi
esas cosas no me importan mucho
-
O sea que no te
importa hacer todos los días las mismas cosas.
-
Tampoco hay mucho
mas que hacer
-
¡Como que no! –
Juan se acercó a su mujer – claro que hay cosas, es cuestión de proponérselo
-
Desde que te
conocí cuando te oigo hablar así me da un poco de miedo y si no acuérdate que
te empeñaste en venirte al campo, por aquello de una asignatura pendiente y no
se que y no se cuantos y aquí estamos
-
Pero no me eches
la culpa que tu también querías
-
¿Yo? – Ana lo
miró – que te lo crees tú, lo que pasa es que te conozco muy bien y sabía que,
como se te meta una cosa entre ceja y ceja,
antes o después acabaría en el campo
-
Ya no te
acuerdas, pero la negociación fue muy dura porque al principio te negabas en
redondo ¿verdad?
-
Hombre es que
pasar de Madrid a este pueblo, es bastante ¿no?
-
Pero al final no
te ha ido tan mal
-
Claro que no,
pero estarás de acuerdo conmigo que el que más ha salido ganando has sido tú.
-
Y tu
-
Si, pero menos
-
¡Como que menos!
-
Claro – Ana no
tenía mayor interés en comenzar otra vez la discusión de siempre, pero tampoco
tenía por qué dar su brazo a torcer después de tantos años de matrimonio – yo
vine aquí se podría decir que por consorte, pero no porque quisiera. Bueno,
también porque quise, eso no se puede negar, pero sobre todo porque tú querías
venir y muchas veces me he preguntado que hubiera pasado si yo me hubiera
negado
-
Supongo que no
estaríamos aquí
-
¡Ja! Que te lo
crees tú
-
¿No?
-
Pues claro que
estaríamos aquí hombre de Dios. A lo mejor hubiéramos tardado algunos meses más
pero conociéndote como te conozco no hubieras parado hasta conseguirlo y como
siempre al final me habrías convencido.
-
Está bien – Juan
se levantó de la silla en la que estaba cómodamente sentado y concluyó –
dejemos esta discusión para otro día porque lo mismo lo hemos discutido mil
veces y nunca llegamos a nada
-
Pero porque eres
un cabezón – Ana le dio su mano derecha – pero ¡que le vamos a hacer! cada uno
es como es y hay que admitirlo.
Juan
entró en la cocina por la puerta que daba directamente a la terraza, se preparó
una taza de leche que calentó al microondas y se sentó de nuevo al lado de su
mujer con la que había compartido más de tres cuartos de su vida y allí estaban
los dos. Con disimulo observó como Ana había apoyado su cabeza en el respaldo
del sillón y permanecía con los ojos cerrados. Nunca sabía si estaba dormida o
despierta, juraría que dormida, pero se había equivocado tantas veces que ésta
tampoco sería la última y lo que vio fue una mujer mayor, con importantes
arrugas por toda la cara producto del tiempo transcurrido desde su nacimiento,
que había adelgazado una barbaridad en tan solo unas pocas semanas, que al
tener los ojos cerrados las bolsas de sus párpados se marcaban mucho mas como
queriendo dejar una huella imposible de borrar, una mujer que todavía
conservaba una belleza serena, enmarcada en un rostro que reflejaba lo
padecido, en particular, el último mes y pico desde la famosa caída con la
rotura de la cadera. Juan no quería mirarse a un espejo ¡para que! El tiempo
pasa para todos, pero en el caso de Ana, esa fatídica caída tenía toda la pinta
de marcar un antes y un después. Las manos eran como su carnet de identidad en
el que la fecha de nacimiento ocupaba el lugar principal en el centro y una
artrosis deformante colocaba los dedos en posiciones inverosímiles que
provocaban una pérdida de habilidad y de fuerza para coger los objetos más
pequeños. Eran tantos años conviviendo íntimamente con esa mujer que ahora
abría los ojos como si se acabara de despertar de un dulce sueño que le parecía
mentira, treinta, cuarenta años ¡yo que se! toda una vida y que cantidad de
recuerdos. Menos mal que de los malos casi nunca te acuerdas, pero si de los
buenos y éstos habían sido muchos, pero muchos muchos, destacando sobre todos
el día de su boda. Juan ya no era ningún chaval cuando decidió que lo mejor
para los dos es que se casasen y un día cualquiera la pidió en matrimonio y
poco después la boda. Eran tiempos difíciles para todos y no había “posibles”
para mucha celebración, pero a pesar de todo tenían, por lo menos, treinta
invitados. La Iglesia
no era muy grande, pero era la de toda la vida para la familia de Ana, el cura
un amigo de la familia y la novia estaba mas guapa que nunca. Juan no era un
hombre con una memoria privilegiada, pero se acordaba perfectamente como estaba
esperando a su novia de toda la vida en la puerta de la Iglesia mientras su madre
le observaba con discreción. ¿Estaba nervioso? Seguro que si, que menos, al fin
y al cabo uno se casa muy pocas veces en la vida, pero lo llevaba bastante
bien. Doña Rosa, su madre, llevaba un traje largo, negro, bastante ajustado
para la época y una mantilla española a la cabeza que era la envidia de todo el
vecindario que se agolpaba en los alrededores para ver a los vecinos de toda la
vida que se casaban y encima los dos del barrio y de familias conocidas.
No
pasó excesivo tiempo desde que Juan y su madre se colocaron en la puerta de la Iglesia hasta que por el
fondo de la calle apareció un Ford modelo antiguo descapotable con Don Ramón,
el padre de la novia y Ana, la novia,
destacando no solo por su belleza si no por lo espectacular de la puesta en
escena. Llevaba el pelo recogido con una diadema que parecía de diamantes que
había sido de su abuela, el traje de novia era largo con una cola de varios
metros y la cara iba tapada por un velo que se continuaba casi hasta los pies.
Don Ramón con su traje cruzado de color oscuro y su porte distinguido hacía de
perfecto acompañante para la ocasión.
Al
llegar delante de la Iglesia ,
Juan se adelantó para abrir la puerta del viejo auto y lentamente Ana bajó
agarrándose al brazo de su padre y casi sin darle tiempo a que su novio le
dijera con palabras lo que estaba pensando desde que la vio de lejos, era la
mujer mas guapa que había visto en su vida y estaba feliz de casarse.
El
padre del brazo de Ana y Juan con su
madre se encaminaron lentamente hacia el altar a través de una alfombra de
color rojo algo ajada por el paso de los años y los cientos de novios que la
habían pisado. En el altar les esperaba Don Ricardo, el párroco de toda la
vida, que los recibió con una sonrisa en los labios, como era habitual y les
indicó los lugares donde se tenían que colocar y mientras les animaba a estar
tranquilos porque tenía que ser el día mas feliz de sus vidas y lo que tenían
que hacer era tratar de disfrutar al máximo cada momento. Una de las hermanas
de Ana se acercó y le estiró la cola, mientras le dedicaba una sonrisa de
satisfacción. La miradas de los novios se entrecruzaban de manera fugaz y
comenzó la ceremonia con Don Ricardo exhortando a la pareja para que vivieran
su amor lo mas intensamente posible y pensando en que lo mejor para uno era lo
mejor para el otro. Juan miraba a Ana a
la menor ocasión y ella, a través del velo le devolvía la mirada. Por fin, las promesas,
yo Juan te quiero a ti Ana y prometo serte fiel en las alegrías y las penas etc…etc y yo Ana te quiero a ti,
Juan, etc…etc, se intercambiaron los anillos y las arras pasaron de las manos
de él a las de ella como símbolo de los bienes que vamos a compartir y ya como
sois marido y mujer retírate el velo y que se vea la emoción que te embarga,
Don Ricardo continuó con la ceremonia, la comunión con unos pocos minutos de
recogimiento en los que Juan aprovechó para acariciar la mano de la que ya era
su esposa y la bendición final. Salían por la puerta principal cuando los
amigos los pusieron hasta arriba de granos de arroz que les caían por todas
partes, mientras los más allegados les gritaban “vivan los novios”
En
ese preciso instante, justo cuando Juan estaba en lo mejor de su boda y ya había
pasado los momentos más difíciles y se acercaba el banquete y el baile
posterior, Ana le dio unos golpecitos en la mano
-
Juan – éste se
removió en su asiento – por favor, hazme un poco de caso que no se si eso de la
rutina o que te está dando algo, pero te has quedado transpuesto y me estás
empezando a preocupar
-
¿Sabes donde
estaba?
-
Tu dirás
-
Nada mas y nada
menos que saliendo por la puerta de la Iglesia el día de nuestra boda
-
¿Y te acuerdas?
-
Claro
-
Pues yo no lo
tendría tan claro porque siempre has tenido una memoria bastante mala
-
¡Que cosas dices!
No me acuerdo de las cosas que no merecen la pena, pero nuestra boda fue todo
un acontecimiento
-
Sobre todo para
nosotros dos – sonrió Ana
-
Y para todo el
barrio o ya no te acuerdas como estaba la calle de gente mirando
-
Es que ver un
Ford por nuestra calle y encima con una novia era como muy raro
-
Y que guapa ibas
-
Te quedaste
impresionado – Ana todavía tenía grabada en su memoria la cara de Juan cuando
se bajó del coche, parecía que le había dado un aire
-
¡Como no!
-
Tampoco hay que
exagerar porque ya dice el refrán que no hay ninguna novia fea
-
¡Que recuerdos!
-
¿No estabas
preocupado con la rutina?
-
Si
-
Pues esto si que
es salirse de la rutina habitual porque ¿Cuántos años hacía que no hablábamos
de la boda?
-
Si hemos hablado
alguna vez – Juan no lo recordaba – desde luego yo no me acuerdo
-
Seguro que lo
hemos comentado cientos de veces, pero el hacerlo hoy te viene muy bien porque
me da miedo que te obsesiones con el tema de la rutina.
-
No es que esté
obsesionado, no – Juan se sirvió un poco mas de leche en la taza que tenía en
una mesita auxiliar al lado de unas fotos de sus hijos – pero lo que no quiero
es que se me pase la vida tan deprisa como se me está pasando
-
¿Y para eso es
necesario hacer cosas raras?
-
No, claro que no,
pero ¿tú no tienes la impresión que los días se pasan uno detrás de otro, todos
iguales y da como un poco de pena?
-
Yo no – Ana se
acercó la bolsa de plástico en la que guardaba las agujas de punto y varios
ovillos de lana – los días pasan porque tienen que pasar y ya está. El ponerse
a pensar si estás perdiendo el tiempo o esas cosas que te ocurren a ti yo no
las veo por ningún sitio. Que nos estamos haciendo viejos, por supuesto que nos
estamos haciendo viejos – Ana se colocó unas viejas gafas de montura de pasta y
comenzó a enhebrar una de las agujas para comenzar el enésimo jersey del
invierno. No sabía quien sería el destinatario pero siempre acababa en manos de
alguno de sus nietos – pero eso es ley de vida y encima deberías estar dando
gracias a Dios por llegar a esa edad sin ningún achaque y con la enorme suerte
de estar los dos juntos y razonablemente bien de salud
-
No me has
entendido lo que quiero decir – Juan se levantó y se paseó por la amplia
terraza – por supuesto que no tengo ningún derecho a quejarme de cómo estamos,
eso si que no, pero yo no digo eso, lo que quiero decir es que se pasa el
tiempo y me doy cuenta que hay muchas cosas que me gustaría hacer y que no hago
-
¿Asignaturas
pendientes?
-
Llámalo como
quieras – Juan miró a su mujer – pero no creo que sean asignaturas pendientes,
no, yo mas bien diría que es ver pasar los años y notar que estamos en la
cuesta abajo
-
En lo mejor de lo
peor – Ana se acordaba que eso lo repetía con mucha frecuencia su suegro, el
Padre de Juan, cada vez que hablaban de cosas de viejos y añadía que él
prefería estar como estaba porque la alternativa, que sería la tumba, era mucho
menos apetecible.
-
Si, esa frase de
mi padre es la que mejor define como me siento – el solo hecho de nombrar a su
padre hizo que los ojos de Juan se llenaran no tanto de lágrimas como de
emoción – tenemos todo para disfrutar, unos hijos maravillosos, unos nietos,
mejor imposible, una situación económica que nos permite vivir bien, sin
grandes gastos, pero muy bien, tú has superado una fractura de cadera, yo estoy
muy bien de salud, todo fenomenal pero a mi me falta algo, no se lo que es,
pero me falta
Ana
se levantó lentamente de la silla en la que estaba sentada, hizo pequeños
ejercicios con la pierna mala antes de acercarse hasta donde estaba su marido
que en ese momento, posiblemente para que ella no se diera cuenta que se había
emocionado al hablar de su padre, estaba de espaldas contemplando el
impresionante paisaje de la sierra de Gredos en un atardecer que hacía que una
parte se viera como entre niebla mientras otra parecía como iluminada por una
bombilla gigante a punto de apagarse. Le pasó los brazos por el cuello y le
abrazó con todas sus fuerzas. Juan se volvió lentamente y también contribuyó
con sus brazos a que el amor pasara de uno a otro como si fuera una alargadera
que los conectase como a dos cables. Ambos reconocían que tenían mucha suerte,
tantos años juntos y todo seguía como el primer día. Habían tenido sus
altibajos como todas las parejas, pero los habían superado con más o menos
esfuerzo pero lo habían conseguido y ahora ya pasados los setenta no era plan
replantearse nada Seguro que muchas
cosas si se pudieran repetir las harían de otra manera, pero la vida es como es
y menos mal que es así. Te equivocas, te caes, te levantas, vuelves a caer y
siempre piensas ¡pero otra vez lo mismo! Y las parejas se mantienen, se
mantienen las que se mantienen y ese era el caso de Juan y Ana. Nunca habían
pensado continuar sus vidas por caminos diferentes, les parecía como imposible
a pesar que Ana, hacía muchos años, hubiera tenido motivos, pero ahora todo se
había olvidado y la normalidad volvió a aquella casa que no era un modelo de
perfección matrimonial, pero tampoco era de las peores. ¿Eso era lo que Juan
llamaba rutina? ¿Era rutina llevarse bien? Eran tantos los años que llevaban
juntos que las discusiones no eran ni discusiones o por lo menos no eran como
aquellas broncas que tenían cuando eran mucho mas jóvenes en la que los gritos
se oían en la manzana de enfrente y en las que dominaba siempre la voz de Juan
que siempre salía con aquello de “me paso el día trabajando y ahora, cuando uno
llega a lo que se supone es su casa con la idea de descansar, me encuentro con
este problema ¿no te das cuenta que para problemas ya tengo bastante en la
empresa? y Ana procuraba mantener la calma, pero no por eso se achicaba porque
la educación de sus hijos era de los dos ¿o es que los hijos eran solo de ella?
utilizaba el sentido común y cuando veía que Juan se encendía demasiado
entonces dejaba la discusión para otro día, se metían en la cama, cada uno se
dormía mirando a la pared contraria y al día siguiente el problema había
cambiado de color y con mas tranquilidad se hablaba de lo mismo del día
anterior, pero curiosamente lo que era imposible de resolver ayer, se resolvía
prácticamente solo. Otras veces, la cama era el instrumento perfecto para
hacerlo sonar tocando simplemente las teclas que se sabía que producían placer
y así los años iban pasando y ahora casi no discutían y si lo hacían era por
cosas nimias, por tonterías mas propias de niños que de adultos, aunque como se
repetían con frecuencia ¿los viejos no eran como niños?
Ana
todavía se acordaba, era de las pocas cosas que se acordaba, de aquellos años,
por lo menos tres o cuatro en que a su marido, entonces no tendría más de
treinta y cinco o cuarenta, en que le dio por estar en plan pesimista y todo le
parecía que era el comienzo de una nueva guerra civil. Se pasaba el día
diciendo que si continuábamos así seguro que terminaríamos mal.
-
No puede ser que
los sindicatos manden mas que los empresarios ¿no te das cuenta que no puede
ser? – preguntaba prácticamente todos los días al llegar a su casa
Ana
ponía cara de interesarla el tema, pero en el fondo le daba igual. No sabía
absolutamente nada de empresas ni falta que le hacía. Bastante tenía con sus
partidas de canasta, la peluquería de los jueves, las discusiones con la Encarni , su asistenta que
limpiaba cuando limpiaba y vagueaba en cuando la señora salía de casa, el
colegio de los niños llenaba muchas horas de su vida, las reuniones de padres
en su caso era reuniones de madre, porque Juan nunca tenía tiempo de ir a
ninguna, los deberes por la tarde la obligaban a repasarse las lecciones que
alguna vez de joven seguro que las dominaba pero después de tantos años se
había olvidado de casi todas.
-
Aquí tiene que
venir un dictador y ya verás como todo se arregla en un minuto ¡tanta
democracia y tanta historia! Todo son derechos y no hay ninguna obligación. Así
este país no va a ninguna parte
-
No te llegó con
una guerra civil como para pedir otra – Ana algunas veces se rebelaba ante tanta insensatez
-
Yo no digo una
guerra, eso no, pero tiene que venir alguien que ponga orden
-
Eso es otra cosa,
pero para eso están los votos
-
¡Los votos! Eso
si que es una tomadura de pelo. Votas a
un partido de los que se denominan mayoritarios, el otro mayoritario se alía
con alguno autonómico y al final gobierna el que tiene menos votos. Como decía
un gallego amigo mío, que tiene la sorna propia de su tierra “votamos a los de
derechas y ganamos los de izquierdas” y si da la casualidad que uno de los
mayoritarios tiene mayoría absoluta entonces si que se produce una auténtica
dictadura
-
Si, pero de votos
que no es igual
-
Bueno, pero
dictadura
-
Si, pero de votos
– Ana por ahí si que no pasaba – que a los cuatro años se puede cambiar
-
Claro cuando el
país está mas hundido que el Titanic
-
No exageres, que
no es para tanto
-
¡Que no es para
tanto!
Ana
decidía que no tenía ganas de continuar con el tema, se callaba y ya se sabe
que dos no discuten si uno no quiere y así hasta que se le pasaba y la vida
volvía por sus cauces habituales. Seguían como siempre, parecía que a Juan se
le había pasado la manía aquella de la rutina y todas las mañanas iban juntos
hasta el pueblo, compraban pan y alguna cosa más y agarrados del brazo volvían
a su casa para preparar una comida ligera. En alguna ocasión Ana se quedaba en
casa haciendo labores de punto o adecentando las flores de su jardín y Juan aprovechaba para quedarse un rato en el
bar del pueblo, se tomaba una cerveza, leía el periódico del día sentado en una
mesa pegada a la ventana y pasaba un par de horas viendo pasar a la gente que
se movía a su ritmo por la única calle del pequeño pueblo que unía en línea
recta, el Ayuntamiento con la Iglesia Parroquial. Tan pequeño era el trayecto
que desde su improvisada atalaya, Juan veía el balcón desde donde el Señor
Alcalde arengaba a sus vecinos haciéndose un sitio entre las banderas de España
y de la Comunidad
que languidecían colgadas de unos viejos mástiles de hierro carcomido por
tantos años de contribuir a que las banderas continuaran en ese lugar de
preferencia. Desde ese mismo balcón, el día de las Fiestas de la Virgen de la Candelaria , el
Filomeno, artificiero oficial, prendía la mecha del cohete que con su chupinazo
iniciaba unos días de diversión para los jóvenes y de horror para los mayores
que disfrutaban poco con tanta algarabía. En las tres ventanas de la parte
superior del viejo edificio algunos funcionarios se movían mientras que las
rejas de las ventanas de la planta baja que dan a la calle permanecían ancladas
y los cristales tintados como queriendo evitar la mirada de los curiosos que se
acercaban por allí. A no mas de cien metros, la Iglesia de La Candelaria , conocida
como el conventazo, por aquello de que hacía varios siglos era el esquinazo de
uno de los Monasterios mas importantes de la provincia del que salían
misioneros que impartían la fe por todos los confines del mundo. El tiempo
había hecho que aquel conventazo desapareciera y ahora solo quedaba en pié la
monumental Iglesia y a su lado, la carnicería de Pablo, una tienda de esas de
pueblo en las que hay de todo un poco, desde calcetines hasta artículos de
limpieza y por último un pequeño garaje donde se guardaban un viejo tractor que
hacía las veces de camión de la basura y una desbrozadora que el Ayuntamiento
había comprado para mantener en condiciones la hierba que tendría el nuevo
parque municipal, pero que no había llegado a construirse por haberse gastado todo
el presupuesto en el arreglo de la carretera comarcal.
Capítulo para pensar. Juan nos ha hecho un balance completo de su vida. La familia, con recuerdos de sus antepasados, repaso de su matrimonio desde el día de su boda hasta su jubilación, hijos, nietos, felicidad, rutina, el pueblo o la ciudad. Que bueno es repasar el pasado y también programar el futuro, pero lo mas importante es disfrutar del presente que con frecuencia no lo hacemos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este capítulo. A mi también me gusta pensar. Enhorabuena Tino. Muy bien escrito.
Adiós a todos y hasta la próxima.
Asignaturas pendientes ?????. Cantidad !!!!. Cuando pienso en ello cambio de tema.
ResponderEliminarUn bonito capítulo y estoy de acuerdo con Juan: la rutina acaba con la vida. Prueba de ello es que cuando hacemos algo distinto al día día, sentimos que hemos vivido el doble.
No sé por que me da que Juan va a darnos alguna sorpresa...
Bss y a por el siguiente
Aysss... Es demasiado largo, lo dejo para mañana que en la oficina ya va a ser demasiado!
ResponderEliminarMe ha encantado este capitulo..... que razón tiene Juan, hay que evitar la rutina..... Bueno,voy a seguir que aun me quedan dos capítulos para ponerme al día...Besos.
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