sábado, 18 de mayo de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 17


 Queridos blogueros/as: Hoy es un poco tarde y por lo tanto voy a escribir poco, pero algo habrá que poner. En este capítulo me parece que la novela se empieza a clarear y ya podemos ir viendo por donde va nuestro amigo Juan ¡después de tantas cosas, el chaval se nos vuelve senderista! En fin, esto es lo bueno de una novela que pones lo que quieres cuando quieres y así, poco a poco, nos acercamos al final.
Espero que cuando lleguemos al capítulo final, el tiempo sea un poco mejor, porque hoy a pesar de ser 17 de Mayo hace un frío que pela y parece que, de un momento a otro, va a aparecer Papá Noel.
Un beso
Tino Belas

CAPITULO 17.-

Juan estaba como muchos días sentado con su cerveza cuando un grupo de excursionistas penetraron en el bar. Las mochilas descansaban por todas partes, sus propietarios se sentaban sin orden ni concierto, algunos se levantaban  y se acercaban a la barra a solicitar bebidas y el resto permanecían con las piernas estiradas tratando de relajarse aunque solo fuera por breves momentos. Debía ser un grupo de algún colegio o algo parecido porque estaba formado por gente de lo mas variopinta. A la derecha y casi pegados a la puerta de entrada se había acomodado los que se podrían denominar como de la tercera edad, serían siete u ocho con una media aproximada de sesenta años, alguno no bajaría de los setenta, pero todos mayores. Cuatro hombres y tres mujeres, llevaban unas mochilas ligeras que las habían dejado en el suelo junto a sus bastones, todos con un pañuelo al cuello de color como verde manzana, verde esperanza lo definían ellos, y pedían elevando la voz que alguien les suministrara cervezas o lo que fuera para reponer fuerzas. Un joven, también excursionista, pero que parecía ser como el guía, se acercó y apuntó en una servilleta lo que querían cada uno y lo acercó a la barra para que se lo sirvieran.

-        Aprovechar para ir al Servicio que ya no hay mas bares hasta que lleguemos al Monte.

Algunos de los supuestamente sexagenarios obedecieron y con pasos lentos se encaminaron al pasillo donde se encontraba el único servicio público de todo el pueblo mientras los otros esperaban pacientemente la llegada de las ansiadas bebidas. Algunos se desabrocharon las botas, sacaron los pies con gesto de alivio y movían los dedos para tratar de restablecer la circulación un poco alterada por la presión del calzado y por los kilómetros recorridos hasta llegar a lo que era su lugar de descanso. Por su manera de comportarse se notaba que eran gentes con un nivel económico mas que aceptable, lo que lo corroboraba además, las prendas que vestían,  todas de marcas y con pinta de ser si no nuevas, casi y por supuesto se conocían entre ellos porque se hablaban con familiaridad, llamándose por sus nombres de pila.

Entablar una conversación en una cafetería de una gran ciudad es algo complicado, nadie se fía de nadie y la soledad compartida es un tema común, uno está rodeado de gente por todas partes, pero al final está solo. ¿Se puede hablar con el que tienes sentado en la banqueta de al lado en la barra? Por supuesto que se puede, pero nadie lo hace. En la gran ciudad, cada uno tiene sus problemas y no se es muy amigo de andarlos pregonando por ahí, entre otras cosas porque no sabes a quien se los estás contando, sin embargo en los pueblos todo es diferente. Lo complicado es entrar en un bar y que nadie te pregunte como te va la vida y más si eres de fuera. En este caso, si nos referimos a todos los presentes, el único que estaba era Juan y naturalmente para no ir en contra de la costumbre popular, se levantó y se acercó al grupo de los que parecía ser de su quinta

-        Buenos días nos de Dios – saludó con la mejor de sus sonrisas.
-        Buenos días – le contestaron varios
-        Que ¿dando un paseíto?

El que parecía de mayor edad, un hombre de pelo blanco y muy moreno que llevaba un jersey de lana atado a la cintura dejando ver un niky “Fred Perry”, pantalones de esos de andar con una cremallera por la parte baja del muslo y botas de goretex le contestó.

-        Si, bueno algo mas que un paseíto como dice usted. Somos un grupo de senderismo – señaló con la mano a todo el grupo – y todos los sábados por la mañana organizamos alguna excursión
-        ¿Y andan mucho? – Juan los miraba con curiosidad lo mismo que algunos de ellos a él. Otros hacían caso omiso de todo y se dedicaban unos a comer unos suculentos bocadillos de chorizo y otros a beber como si no lo hubieran hecho en todo el día.
-        Depende, hoy no es de los días peores, yo calculo que entre ida y vuelta haremos unos treinta kilómetros, más o menos.
-        Veintiocho – le rectificó una señora rubia algo mas joven que su interlocutor que estaba sentada bebiéndose una cerveza de tamaño familiar – porque ha dicho José Luis que, como es el primer día para algunos, lo mejor es llegar hasta la Ermita de San Evaristo y en lugar de volver hasta aquí, el autobús nos recoge en la bajada.
-        Bueno, pues veintiocho, al fin y al cabo es lo mismo – afirmó el de mas edad
-        ¿Y en cuanto tiempo lo hacen? – preguntó Juan con curiosidad
-        Eso depende de cada uno, esa, por ejemplo – señaló con un gesto a una señora que se estaba zampando un bocadillo mas grande que ella – esa es cinco horas se lo hace tan tranquila, pero la mayoría lo hacemos en seis o siete horas
-        Lo de Concha no tiene mérito – insinuó una señora de mediana edad, con una melena corta, cara mucho más agraciada que el tipo – porque no tiene que arrastrar más de sesenta kilos, como es mi caso.
-        Si – otra señora lo corroboró – Concha realmente es una “mengurri”
-        Por eso va como un gamo por el campo
-        Mejor para ella – la última señora en  apuntarse a la charla no parecía especialmente amiga – nosotras a nuestro ritmo y si nos tiene que esperar que nos espere.
-        La ventaja de un grupo de senderismo es que hay gente de todas las edades y por lo tanto cada uno camina como quiere, teniendo en cuenta su edad, la preparación física
-        Lo gordo que esté cada uno – opinaba un señor algo mas joven que llevaba una gorra de Repsol que le ocultaba una calva mas que pronunciada – que ellos no lo cuentan porque están como fideos, pero los que tenemos la cintura como si lleváramos diez o doce botellas de coca-cola alrededor, lo pasamos peor
-        Pero al final llegas
-        Hombre claro, no me voy a quedar en medio del campo

Juan observaba a todos y cada uno de los senderistas que se movían por el bar y efectivamente eran cada uno de su padre y de su madre, la mayoría alrededor de los sesenta, todos muy preparados para tantas horas andando, con sus botas, muchos con pantalones cortos, otros con vaqueros y todos con un pañuelo del mismo color anudado al cuello. En el transcurso de la conversación se fue enterando que pertenecía a un grupo de senderismo que comenzó siendo de Madrid, pero que con el paso de los años, como decía uno, se había “aldeanizado” y el autobús se dedicaba a ir por los diferentes pueblos recogiendo socios hasta llegar a su lugar de destino. Había varios niveles y en base a ellos se planificaban las diferentes excursiones de tal manera que los padres con niños, lo mismo que los abuelos, hacía rutas fáciles, sobre todo sin cuestas pronunciadas, por caminos de fácil acceso mientras que los mas jóvenes o aquellos con muy buena preparación lo hacían por rutas de media montaña e incluso por algunos picos que no eran necesarios piolets ni cosas por el estilo, pero si una fuerza y una ilusión que en condiciones normales lo proporciona la edad, salvo honrosas excepciones, que las había, pero eran las menos. Por una pequeña cantidad al mes, la organización que comandaba un tal José Luis, se encargaba de planificar las excursiones, comunicártelas por Internet y si estabas interesado, entonces te incluían en una lista para ir llenando autobuses y había que abonar otra pequeña cantidad que incluía el transporte, eso si, hasta la puerta de tu casa, un guía conocedor de la ruta prevista y un seguro de responsabilidad civil por si ocurriera algún accidente cosa que, afortunadamente ocurría en muy pocas ocasiones.

Los senderistas ya había hecho todas sus necesidades biológicas, se habían comido sus buenos bocadillos y bebido sus buenas cervezas y se disponían a reanudar el camino ayudándose unos a otros a colocarse sus pequeñas mochilas. Juan apuntó en una esquina del periódico que estaba leyendo la dirección donde podría obtener más información sobre los distintos grupos y se despidió con un hasta pronto como una premonición de lo que sabía seguro que iba a suceder

Por la tarde, Ana y Juan se encontraban como todas las tardes medio dormidos en las cómodas butacas de su terraza con la tranquilidad habitual mientras la música clásica animaba a seguir unos minutos mas con las típicas cabezadas de después de comer, cuando Juan preguntó, así como quien no quiere la cosa, a su mujer que permanecía con los ojos cerrados

-        Ana ¿nos hacemos socios de un club  de senderismo?
-        ¡Como! – la mujer abrió los ojos con la sorpresa que suele provocar una pregunta de tal calibre-  ¿te acuerdas que estoy operada de una cadera?
-        O sea, que no te quieres hacer
-        No solamente no quiero, es que además aunque quisiera no puedo. Pues buena estoy yo, como para andar toda una mañana
-        Y parte de la tarde
-        Peor me lo pones
-        Entonces ¿no te haces socia?
-        Tu de la cabeza no estás muy bien, mejor vete al Médico y hazte una buena revisión que buena falta te hace
-        Bien, bien – Juan mantenía una sonrisa pícara mientras se erguía en la butaca – allá tu, porque yo si que me voy a hacer senderista




3 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas18 de mayo de 2013, 14:48

    Este Juan es como Tino. Ahora senderista. Me gustan los bares de los pueblos, es verdad que hablas con la gente con normalidad y aunque no los conozcas. Creo que me gusta la vida de pueblo.
    Hasta el próximo capítulo
    Un abrazo

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  2. Bueno, parece que empiezan las desavenencias en la pareja....
    Estaremos en el principio del fin?????
    La pobre Ana no puede andar y a él se le ocurre hacerse senderista.
    A ver por donde sale esto
    Bss y hasta la próxima

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  3. Bueno bueno..... este Juan es el colmo, su mujer recién operada de cadera y no se le ocurre otra cosa que intentar convencerla para hacer senderismo.... esta claro que el si se va a apuntar... Voy a leer el siguiente y me pongo al día. BESOS.

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