Queridos blogueros/as: Hoy es un poco tarde y por lo tanto voy a escribir poco, pero algo habrá que poner. En este capítulo me parece que la novela se empieza a clarear y ya podemos ir viendo por donde va nuestro amigo Juan ¡después de tantas cosas, el chaval se nos vuelve senderista! En fin, esto es lo bueno de una novela que pones lo que quieres cuando quieres y así, poco a poco, nos acercamos al final.
Espero que cuando lleguemos al capítulo final, el tiempo sea un poco mejor, porque hoy a pesar de ser 17 de Mayo hace un frío que pela y parece que, de un momento a otro, va a aparecer Papá Noel.
Un beso
Tino Belas
CAPITULO
17.-
Juan
estaba como muchos días sentado con su cerveza cuando un grupo de
excursionistas penetraron en el bar. Las mochilas descansaban por todas partes,
sus propietarios se sentaban sin orden ni concierto, algunos se levantaban y se acercaban a la barra a solicitar bebidas
y el resto permanecían con las piernas estiradas tratando de relajarse aunque
solo fuera por breves momentos. Debía ser un grupo de algún colegio o algo
parecido porque estaba formado por gente de lo mas variopinta. A la derecha y
casi pegados a la puerta de entrada se había acomodado los que se podrían
denominar como de la tercera edad, serían siete u ocho con una media aproximada
de sesenta años, alguno no bajaría de los setenta, pero todos mayores. Cuatro
hombres y tres mujeres, llevaban unas mochilas ligeras que las habían dejado en
el suelo junto a sus bastones, todos con un pañuelo al cuello de color como
verde manzana, verde esperanza lo definían ellos, y pedían elevando la voz que
alguien les suministrara cervezas o lo que fuera para reponer fuerzas. Un
joven, también excursionista, pero que parecía ser como el guía, se acercó y
apuntó en una servilleta lo que querían cada uno y lo acercó a la barra para
que se lo sirvieran.
-
Aprovechar para
ir al Servicio que ya no hay mas bares hasta que lleguemos al Monte.
Algunos
de los supuestamente sexagenarios obedecieron y con pasos lentos se encaminaron
al pasillo donde se encontraba el único servicio público de todo el pueblo
mientras los otros esperaban pacientemente la llegada de las ansiadas bebidas.
Algunos se desabrocharon las botas, sacaron los pies con gesto de alivio y
movían los dedos para tratar de restablecer la circulación un poco alterada por
la presión del calzado y por los kilómetros recorridos hasta llegar a lo que
era su lugar de descanso. Por su manera de comportarse se notaba que eran
gentes con un nivel económico mas que aceptable, lo que lo corroboraba además,
las prendas que vestían, todas de marcas
y con pinta de ser si no nuevas, casi y por supuesto se conocían entre ellos
porque se hablaban con familiaridad, llamándose por sus nombres de pila.
Entablar
una conversación en una cafetería de una gran ciudad es algo complicado, nadie
se fía de nadie y la soledad compartida es un tema común, uno está rodeado de
gente por todas partes, pero al final está solo. ¿Se puede hablar con el que
tienes sentado en la banqueta de al lado en la barra? Por supuesto que se
puede, pero nadie lo hace. En la gran ciudad, cada uno tiene sus problemas y no
se es muy amigo de andarlos pregonando por ahí, entre otras cosas porque no
sabes a quien se los estás contando, sin embargo en los pueblos todo es
diferente. Lo complicado es entrar en un bar y que nadie te pregunte como te va
la vida y más si eres de fuera. En este caso, si nos referimos a todos los
presentes, el único que estaba era Juan y naturalmente para no ir en contra de
la costumbre popular, se levantó y se acercó al grupo de los que parecía ser de
su quinta
-
Buenos días nos
de Dios – saludó con la mejor de sus sonrisas.
-
Buenos días – le
contestaron varios
-
Que ¿dando un
paseíto?
El
que parecía de mayor edad, un hombre de pelo blanco y muy moreno que llevaba un
jersey de lana atado a la cintura dejando ver un niky “Fred Perry”, pantalones
de esos de andar con una cremallera por la parte baja del muslo y botas de
goretex le contestó.
-
Si, bueno algo
mas que un paseíto como dice usted. Somos un grupo de senderismo – señaló con
la mano a todo el grupo – y todos los sábados por la mañana organizamos alguna
excursión
-
¿Y andan mucho? –
Juan los miraba con curiosidad lo mismo que algunos de ellos a él. Otros hacían
caso omiso de todo y se dedicaban unos a comer unos suculentos bocadillos de
chorizo y otros a beber como si no lo hubieran hecho en todo el día.
-
Depende, hoy no
es de los días peores, yo calculo que entre ida y vuelta haremos unos treinta
kilómetros, más o menos.
-
Veintiocho – le
rectificó una señora rubia algo mas joven que su interlocutor que estaba
sentada bebiéndose una cerveza de tamaño familiar – porque ha dicho José Luis
que, como es el primer día para algunos, lo mejor es llegar hasta la Ermita de San Evaristo y en
lugar de volver hasta aquí, el autobús nos recoge en la bajada.
-
Bueno, pues
veintiocho, al fin y al cabo es lo mismo – afirmó el de mas edad
-
¿Y en cuanto
tiempo lo hacen? – preguntó Juan con curiosidad
-
Eso depende de
cada uno, esa, por ejemplo – señaló con un gesto a una señora que se estaba
zampando un bocadillo mas grande que ella – esa es cinco horas se lo hace tan
tranquila, pero la mayoría lo hacemos en seis o siete horas
-
Lo de Concha no
tiene mérito – insinuó una señora de mediana edad, con una melena corta, cara
mucho más agraciada que el tipo – porque no tiene que arrastrar más de sesenta
kilos, como es mi caso.
-
Si – otra señora
lo corroboró – Concha realmente es una “mengurri”
-
Por eso va como
un gamo por el campo
-
Mejor para ella –
la última señora en apuntarse a la
charla no parecía especialmente amiga – nosotras a nuestro ritmo y si nos tiene
que esperar que nos espere.
-
La ventaja de un
grupo de senderismo es que hay gente de todas las edades y por lo tanto cada
uno camina como quiere, teniendo en cuenta su edad, la preparación física
-
Lo gordo que esté
cada uno – opinaba un señor algo mas joven que llevaba una gorra de Repsol que
le ocultaba una calva mas que pronunciada – que ellos no lo cuentan porque
están como fideos, pero los que tenemos la cintura como si lleváramos diez o
doce botellas de coca-cola alrededor, lo pasamos peor
-
Pero al final
llegas
-
Hombre claro, no
me voy a quedar en medio del campo
Juan
observaba a todos y cada uno de los senderistas que se movían por el bar y
efectivamente eran cada uno de su padre y de su madre, la mayoría alrededor de
los sesenta, todos muy preparados para tantas horas andando, con sus botas,
muchos con pantalones cortos, otros con vaqueros y todos con un pañuelo del
mismo color anudado al cuello. En el transcurso de la conversación se fue
enterando que pertenecía a un grupo de senderismo que comenzó siendo de Madrid,
pero que con el paso de los años, como decía uno, se había “aldeanizado” y el
autobús se dedicaba a ir por los diferentes pueblos recogiendo socios hasta
llegar a su lugar de destino. Había varios niveles y en base a ellos se
planificaban las diferentes excursiones de tal manera que los padres con niños,
lo mismo que los abuelos, hacía rutas fáciles, sobre todo sin cuestas
pronunciadas, por caminos de fácil acceso mientras que los mas jóvenes o
aquellos con muy buena preparación lo hacían por rutas de media montaña e
incluso por algunos picos que no eran necesarios piolets ni cosas por el
estilo, pero si una fuerza y una ilusión que en condiciones normales lo
proporciona la edad, salvo honrosas excepciones, que las había, pero eran las
menos. Por una pequeña cantidad al mes, la organización que comandaba un tal
José Luis, se encargaba de planificar las excursiones, comunicártelas por
Internet y si estabas interesado, entonces te incluían en una lista para ir
llenando autobuses y había que abonar otra pequeña cantidad que incluía el
transporte, eso si, hasta la puerta de tu casa, un guía conocedor de la ruta
prevista y un seguro de responsabilidad civil por si ocurriera algún accidente
cosa que, afortunadamente ocurría en muy pocas ocasiones.
Los
senderistas ya había hecho todas sus necesidades biológicas, se habían comido
sus buenos bocadillos y bebido sus buenas cervezas y se disponían a reanudar el
camino ayudándose unos a otros a colocarse sus pequeñas mochilas. Juan apuntó
en una esquina del periódico que estaba leyendo la dirección donde podría obtener
más información sobre los distintos grupos y se despidió con un hasta pronto
como una premonición de lo que sabía seguro que iba a suceder
Por
la tarde, Ana y Juan se encontraban como todas las tardes medio dormidos en las
cómodas butacas de su terraza con la tranquilidad habitual mientras la música
clásica animaba a seguir unos minutos mas con las típicas cabezadas de después
de comer, cuando Juan preguntó, así como quien no quiere la cosa, a su mujer
que permanecía con los ojos cerrados
-
Ana ¿nos hacemos
socios de un club de senderismo?
-
¡Como! – la mujer
abrió los ojos con la sorpresa que suele provocar una pregunta de tal
calibre- ¿te acuerdas que estoy operada
de una cadera?
-
O sea, que no te
quieres hacer
-
No solamente no
quiero, es que además aunque quisiera no puedo. Pues buena estoy yo, como para
andar toda una mañana
-
Y parte de la
tarde
-
Peor me lo pones
-
Entonces ¿no te
haces socia?
-
Tu de la cabeza
no estás muy bien, mejor vete al Médico y hazte una buena revisión que buena
falta te hace
-
Bien, bien – Juan
mantenía una sonrisa pícara mientras se erguía en la butaca – allá tu, porque
yo si que me voy a hacer senderista
Este Juan es como Tino. Ahora senderista. Me gustan los bares de los pueblos, es verdad que hablas con la gente con normalidad y aunque no los conozcas. Creo que me gusta la vida de pueblo.
ResponderEliminarHasta el próximo capítulo
Un abrazo
Bueno, parece que empiezan las desavenencias en la pareja....
ResponderEliminarEstaremos en el principio del fin?????
La pobre Ana no puede andar y a él se le ocurre hacerse senderista.
A ver por donde sale esto
Bss y hasta la próxima
Bueno bueno..... este Juan es el colmo, su mujer recién operada de cadera y no se le ocurre otra cosa que intentar convencerla para hacer senderismo.... esta claro que el si se va a apuntar... Voy a leer el siguiente y me pongo al día. BESOS.
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