viernes, 10 de mayo de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 16


 Queridos blogueros/as: Cada capítulo es una sorpresa para mi que soy el que lo escribió, pero hace tanto tiempo que me acuerdo mas bien poco y éste no iba a ser menos. Esta vez va de asignaturas pendientes y me parece que me quedé muy corto, se conoce que tenía ganas de acabar, porque yo no se vosotros, pero yo si me pongo a pensar, cosa que hago de vez en cuando aunque parezca mentira, cada día no es que me aparezcan asignaturas pendientes sino cursos enteros y para muchos ya se me ha pasado el arroz. Pero, en fin, que le vamos a hacer. En el fondo esta novela va un poco de eso. 
Notición: No se si será de verdad o alguien que me está tomando el pelo, pero he recibido un correo anónimo que dice que le gusta todo esto que escribo. Parece que mi fama ya atraviesa fronteras y debo andar cerca de la base de Torrejón, pero claro como otras de mis asignaturas pendientes es el inglés, resulta que no le puedo contestar como Dios manda.
Bueno hasta el siguiente capítulo que será la próxima semana y espero no haber cascado antes porque mi Santa, eso es amor y lo demás tonterías, me está sometiendo a un régimen de adelgazar que lo mismo me lleva a la tumba, que no se si será mas grande o menos que la de la rutina pero lo que se seguro es que entraré con mucha mas hambre que culquiera
Un beso 
Tino Belas



CAPITULO 16.-

La evolución de la fractura de cadera fue tal y como había previsto el Doctor Yague y al mes de la consulta se podía decir que Ana caminaba casi como si no hubiera tenido nada, en todo caso una levísima cojera la acompañaba permanentemente, pero el dolor había desaparecido y la tranquilidad había vuelto a aquella casa desde donde se contemplaba el paso de las estaciones a través de las altas cumbres de la Sierra de Gredos. Volvieron los paseos hasta el pueblo de los dos, Juan compraba el periódico y algo de lotería mientras Ana se encargaba de la compra de las pequeñas cosas del día. La compra seria del mes, la hacían a primeros y ahí llenaban sus buenas bolsas con todo lo necesario para una casa y un taxista se encargaba de depositarlas en su casa. Por la tarde tocaba terraza en verano y porche cubierto en invierno. Juan leía y escuchaba música mientras que Ana hacia auténticas obras de arte para sus nietos, tipo chaquetas de perlé, patucos para los recién nacidos, abriguitos de diferentes colores y su especialidad que eran las capuchas a juego con unas manoplas del mismo color. Los meses iban pasando y una tarde en que el granizo quería competir con la música de Hendel haciendo que rebotara en el techo del porche cubierto que utilizaban en las épocas en que la temperatura exterior era muy baja y las posibilidades de sufrir alguna caída era mas que segura, ese día, Juan se acordaba como si hubiera pasado hace solamente un rato, estaba leyendo un ejemplar de Selecciones del Reader Digest, que tenía junto con otros muchos números atrasados en lo mas alto de su amplia biblioteca, cuando vio la frase que iba a ser piedra angular de su nueva vida. La leyó como si no fuera con él, pero al poco tiempo, volvió a pasar las hojas hacia atrás, buscándola como si de pronto se hubiera dado cuenta de la importancia de lo leído. La frase era, ni mas ni menos: “la rutina es como una tumba solo que de distinto tamaño”. No venía ninguna referencia sobre quien podía ser el autor y mucho menos si el que la había inventado había sido capaz de cambiar el tamaño y no sucumbir a la rutina diaria, en el caso de Juan y Ana, paseíto, lectura, música y poco mas. Quizá la ilusión de ver crecer a sus nietos, algún día de clima muy cambiante, una visita inesperada y lo demás rutina a diestro y siniestro. Si mirabas a las montañas, si que es cierto que cambiaban si había nieve o no o si llovía o no, pero siempre la misma altura, la rutina, siempre rutina. Se levantaba, se lavaba los dientes, se ponía una bata y unas zapatillas gruesas o finas, según la época del año, se preparaba una taza de café con leche y dos tostadas de pan Bimbo con mermelada de melocotón baja en calorías y todos, todos los días, se quedaba mirando la tostadora hasta que el pan salía como disparaba para escaparse del calor, rutina, se afeitaba de manera rutinaria y siempre empezaba por la patilla derecha y terminaba en la izquierda dejando para el final el bigote, antes oía la radio en el cuarto de baño, pero un día, de esos que te levantas de malhumor al escuchar las noticias sobre la fragmentación de España por culpa de las Autonomías, Juan se agarró tal cabreo que tiró la vieja radio de pilas por la ventana del cuarto de baño y la estampó contra una piedras que adornaban una parte de su jardín. Aquel día y aunque fuera solo por unos pocos segundos se alteró la rutina y mientras la radio volaba Juan se dio cuenta que, por lo menos ese día había hecho algo diferente y a continuación se volvió a afeitar como todos los días empezando por la patilla derecha y terminando por la izquierda, dejándose para el final el bigote y así volvió la rutina, sin radio, pero rutina.

El día que leyó la famosa frase, se acordaba que era muy avanzado el invierno, decidió que su vida tenía que cambiar. Si, no podía ser que todos los días hiciera el mismo recorrido para llegar hasta la tienda de los periódicos, comprar siempre el mismo y volver casi pisándose las huellas de la ida. ¡Ni hablar! Eso se acabó como también se acabó eso de pasarse la tarde leyendo y leyendo sin hacer otra cosa. Tenían que salir, jugar a las cartas, comprarse una bicicleta estática y pedalear hasta no poder mas, tomarse una copa de champán sin que hubiera ningún motivo, rezar un rosario o desplumar una perdiz de las que traía de vez en cuando la chica que limpiaba, el caso es que tenía que cambiar.

Ana le debió de notar algo extraño en su mirada porque dejó a un lado las agujas de calcetar, se quitó las gafas de cerca sin ellas no podía ni contar los puntos y se quedó mirando a su marido que parecía levitar enfrascado en la lectura del viejo Selecciones

-        ¿Qué pasa? ¿has leído algo que te ha impresionado?  porque te has quedado traspuesto, hijo
-        Si, - Juan puso un marcador en la hoja del pequeño libro para saber por donde y miró a su mujer con cara, efectivamente, de estar en otro mundo y con voz entre grave y severa repitió la famosa frase – acabo de leer que la rutina es como una tumba pero de distinto tamaño ¿que te parece?
-        Una exageración
-        ¿No te parece verdad?
-        Ya sabes que a mi esas cosas no me importan mucho
-        O sea que no te importa hacer todos los días las mismas cosas.
-        Tampoco hay mucho mas que hacer
-        ¡Como que no! – Juan se acercó a su mujer – claro que hay cosas, es cuestión de proponérselo
-        Desde que te conocí cuando te oigo hablar así me da un poco de miedo y si no acuérdate que te empeñaste en venirte al campo, por aquello de una asignatura pendiente y no se que y no se cuantos  y aquí estamos
-        Pero no me eches la culpa que tu también querías
-        ¿Yo? – Ana lo miró – que te lo crees tú, lo que pasa es que te conozco muy bien y sabía que, como se te meta una cosa entre ceja y ceja,  antes o después acabaría en el campo
-        Ya no te acuerdas, pero la negociación fue muy dura porque al principio te negabas en redondo ¿verdad?
-        Hombre es que pasar de Madrid a este pueblo, es bastante ¿no?
-        Pero al final no te ha ido tan mal
-        Claro que no, pero estarás de acuerdo conmigo que el que más ha salido ganando has sido tú.
-        Y tu
-        Si, pero menos
-         ¡Como que menos!
-        Claro – Ana no tenía mayor interés en comenzar otra vez la discusión de siempre, pero tampoco tenía por qué dar su brazo a torcer después de tantos años de matrimonio – yo vine aquí se podría decir que por consorte, pero no porque quisiera. Bueno, también porque quise, eso no se puede negar, pero sobre todo porque tú querías venir y muchas veces me he preguntado que hubiera pasado si yo me hubiera negado
-        Supongo que no estaríamos aquí
-        ¡Ja! Que te lo crees tú
-        ¿No?
-        Pues claro que estaríamos aquí hombre de Dios. A lo mejor hubiéramos tardado algunos meses más pero conociéndote como te conozco no hubieras parado hasta conseguirlo y como siempre al final me habrías convencido.
-        Está bien – Juan se levantó de la silla en la que estaba cómodamente sentado y concluyó – dejemos esta discusión para otro día porque lo mismo lo hemos discutido mil veces y nunca llegamos a nada
-        Pero porque eres un cabezón – Ana le dio su mano derecha – pero ¡que le vamos a hacer! cada uno es como es y hay que admitirlo.

Juan entró en la cocina por la puerta que daba directamente a la terraza, se preparó una taza de leche que calentó al microondas y se sentó de nuevo al lado de su mujer con la que había compartido más de tres cuartos de su vida y allí estaban los dos. Con disimulo observó como Ana había apoyado su cabeza en el respaldo del sillón y permanecía con los ojos cerrados. Nunca sabía si estaba dormida o despierta, juraría que dormida, pero se había equivocado tantas veces que ésta tampoco sería la última y lo que vio fue una mujer mayor, con importantes arrugas por toda la cara producto del tiempo transcurrido desde su nacimiento, que había adelgazado una barbaridad en tan solo unas pocas semanas, que al tener los ojos cerrados las bolsas de sus párpados se marcaban mucho mas como queriendo dejar una huella imposible de borrar, una mujer que todavía conservaba una belleza serena, enmarcada en un rostro que reflejaba lo padecido, en particular, el último mes y pico desde la famosa caída con la rotura de la cadera. Juan no quería mirarse a un espejo ¡para que! El tiempo pasa para todos, pero en el caso de Ana, esa fatídica caída tenía toda la pinta de marcar un antes y un después. Las manos eran como su carnet de identidad en el que la fecha de nacimiento ocupaba el lugar principal en el centro y una artrosis deformante colocaba los dedos en posiciones inverosímiles que provocaban una pérdida de habilidad y de fuerza para coger los objetos más pequeños. Eran tantos años conviviendo íntimamente con esa mujer que ahora abría los ojos como si se acabara de despertar de un dulce sueño que le parecía mentira, treinta, cuarenta años ¡yo que se! toda una vida y que cantidad de recuerdos. Menos mal que de los malos casi nunca te acuerdas, pero si de los buenos y éstos habían sido muchos, pero muchos muchos, destacando sobre todos el día de su boda. Juan ya no era ningún chaval cuando decidió que lo mejor para los dos es que se casasen y un día cualquiera la pidió en matrimonio y poco después la boda. Eran tiempos difíciles para todos y no había “posibles” para mucha celebración, pero a pesar de todo tenían, por lo menos, treinta invitados. La Iglesia no era muy grande, pero era la de toda la vida para la familia de Ana, el cura un amigo de la familia y la novia estaba mas guapa que nunca. Juan no era un hombre con una memoria privilegiada, pero se acordaba perfectamente como estaba esperando a su novia de toda la vida en la puerta de la Iglesia mientras su madre le observaba con discreción. ¿Estaba nervioso? Seguro que si, que menos, al fin y al cabo uno se casa muy pocas veces en la vida, pero lo llevaba bastante bien. Doña Rosa, su madre, llevaba un traje largo, negro, bastante ajustado para la época y una mantilla española a la cabeza que era la envidia de todo el vecindario que se agolpaba en los alrededores para ver a los vecinos de toda la vida que se casaban y encima los dos del barrio y de familias conocidas.

No pasó excesivo tiempo desde que Juan y su madre se colocaron en la puerta de la Iglesia hasta que por el fondo de la calle apareció un Ford modelo antiguo descapotable con Don Ramón, el padre de la novia y  Ana, la novia, destacando no solo por su belleza si no por lo espectacular de la puesta en escena. Llevaba el pelo recogido con una diadema que parecía de diamantes que había sido de su abuela, el traje de novia era largo con una cola de varios metros y la cara iba tapada por un velo que se continuaba casi hasta los pies. Don Ramón con su traje cruzado de color oscuro y su porte distinguido hacía de perfecto acompañante para la ocasión.

Al llegar delante de la Iglesia, Juan se adelantó para abrir la puerta del viejo auto y lentamente Ana bajó agarrándose al brazo de su padre y casi sin darle tiempo a que su novio le dijera con palabras lo que estaba pensando desde que la vio de lejos, era la mujer mas guapa que había visto en su vida y estaba feliz de casarse.

El padre  del brazo de Ana y Juan con su madre se encaminaron lentamente hacia el altar a través de una alfombra de color rojo algo ajada por el paso de los años y los cientos de novios que la habían pisado. En el altar les esperaba Don Ricardo, el párroco de toda la vida, que los recibió con una sonrisa en los labios, como era habitual y les indicó los lugares donde se tenían que colocar y mientras les animaba a estar tranquilos porque tenía que ser el día mas feliz de sus vidas y lo que tenían que hacer era tratar de disfrutar al máximo cada momento. Una de las hermanas de Ana se acercó y le estiró la cola, mientras le dedicaba una sonrisa de satisfacción. La miradas de los novios se entrecruzaban de manera fugaz y comenzó la ceremonia con Don Ricardo exhortando a la pareja para que vivieran su amor lo mas intensamente posible y pensando en que lo mejor para uno era lo mejor para el otro. Juan miraba a Ana  a la menor ocasión y ella, a través del velo le devolvía la mirada. Por fin, las promesas, yo Juan te quiero a ti Ana y prometo serte fiel en las alegrías  y las penas etc…etc y yo Ana te quiero a ti, Juan, etc…etc, se intercambiaron los anillos y las arras pasaron de las manos de él a las de ella como símbolo de los bienes que vamos a compartir y ya como sois marido y mujer retírate el velo y que se vea la emoción que te embarga, Don Ricardo continuó con la ceremonia, la comunión con unos pocos minutos de recogimiento en los que Juan aprovechó para acariciar la mano de la que ya era su esposa y la bendición final. Salían por la puerta principal cuando los amigos los pusieron hasta arriba de granos de arroz que les caían por todas partes, mientras los más allegados les gritaban “vivan los novios”

En ese preciso instante, justo cuando Juan estaba en lo mejor de su boda y ya había pasado los momentos más difíciles y se acercaba el banquete y el baile posterior, Ana le dio unos golpecitos en la mano

-        Juan – éste se removió en su asiento – por favor, hazme un poco de caso que no se si eso de la rutina o que te está dando algo, pero te has quedado transpuesto y me estás empezando a preocupar
-        ¿Sabes donde estaba?
-        Tu dirás
-        Nada mas y nada menos que saliendo por la puerta de la Iglesia el día de nuestra boda
-        ¿Y te acuerdas?
-        Claro
-        Pues yo no lo tendría tan claro porque siempre has tenido una memoria bastante mala
-        ¡Que cosas dices! No me acuerdo de las cosas que no merecen la pena, pero nuestra boda fue todo un acontecimiento
-        Sobre todo para nosotros dos – sonrió Ana
-        Y para todo el barrio o ya no te acuerdas como estaba la calle de gente mirando
-        Es que ver un Ford por nuestra calle y encima con una novia era como muy raro
-        Y que guapa ibas
-        Te quedaste impresionado – Ana todavía tenía grabada en su memoria la cara de Juan cuando se bajó del coche, parecía que le había dado un aire
-        ¡Como no!
-        Tampoco hay que exagerar porque ya dice el refrán que no hay ninguna novia fea
-        ¡Que recuerdos!
-        ¿No estabas preocupado con la rutina?
-        Si
-        Pues esto si que es salirse de la rutina habitual porque ¿Cuántos años hacía que no hablábamos de la boda?
-        Si hemos hablado alguna vez – Juan no lo recordaba – desde luego yo no me acuerdo
-        Seguro que lo hemos comentado cientos de veces, pero el hacerlo hoy te viene muy bien porque me da miedo que te obsesiones con el tema de la rutina.
-        No es que esté obsesionado, no – Juan se sirvió un poco mas de leche en la taza que tenía en una mesita auxiliar al lado de unas fotos de sus hijos – pero lo que no quiero es que se me pase la vida tan deprisa como se me está pasando
-        ¿Y para eso es necesario hacer cosas raras?
-        No, claro que no, pero ¿tú no tienes la impresión que los días se pasan uno detrás de otro, todos iguales  y da como un poco de pena?
-        Yo no – Ana se acercó la bolsa de plástico en la que guardaba las agujas de punto y varios ovillos de lana – los días pasan porque tienen que pasar y ya está. El ponerse a pensar si estás perdiendo el tiempo o esas cosas que te ocurren a ti yo no las veo por ningún sitio. Que nos estamos haciendo viejos, por supuesto que nos estamos haciendo viejos – Ana se colocó unas viejas gafas de montura de pasta y comenzó a enhebrar una de las agujas para comenzar el enésimo jersey del invierno. No sabía quien sería el destinatario pero siempre acababa en manos de alguno de sus nietos – pero eso es ley de vida y encima deberías estar dando gracias a Dios por llegar a esa edad sin ningún achaque y con la enorme suerte de estar los dos juntos y razonablemente bien de salud
-        No me has entendido lo que quiero decir – Juan se levantó y se paseó por la amplia terraza – por supuesto que no tengo ningún derecho a quejarme de cómo estamos, eso si que no, pero yo no digo eso, lo que quiero decir es que se pasa el tiempo y me doy cuenta que hay muchas cosas que me gustaría hacer y que no hago
-        ¿Asignaturas pendientes?
-        Llámalo como quieras – Juan miró a su mujer – pero no creo que sean asignaturas pendientes, no, yo mas bien diría que es ver pasar los años y notar que estamos en la cuesta abajo
-        En lo mejor de lo peor – Ana se acordaba que eso lo repetía con mucha frecuencia su suegro, el Padre de Juan, cada vez que hablaban de cosas de viejos y añadía que él prefería estar como estaba porque la alternativa, que sería la tumba, era mucho menos apetecible.
-        Si, esa frase de mi padre es la que mejor define como me siento – el solo hecho de nombrar a su padre hizo que los ojos de Juan se llenaran no tanto de lágrimas como de emoción – tenemos todo para disfrutar, unos hijos maravillosos, unos nietos, mejor imposible, una situación económica que nos permite vivir bien, sin grandes gastos, pero muy bien, tú has superado una fractura de cadera, yo estoy muy bien de salud, todo fenomenal pero a mi me falta algo, no se lo que es, pero me falta

Ana se levantó lentamente de la silla en la que estaba sentada, hizo pequeños ejercicios con la pierna mala antes de acercarse hasta donde estaba su marido que en ese momento, posiblemente para que ella no se diera cuenta que se había emocionado al hablar de su padre, estaba de espaldas contemplando el impresionante paisaje de la sierra de Gredos en un atardecer que hacía que una parte se viera como entre niebla mientras otra parecía como iluminada por una bombilla gigante a punto de apagarse. Le pasó los brazos por el cuello y le abrazó con todas sus fuerzas. Juan se volvió lentamente y también contribuyó con sus brazos a que el amor pasara de uno a otro como si fuera una alargadera que los conectase como a dos cables. Ambos reconocían que tenían mucha suerte, tantos años juntos y todo seguía como el primer día. Habían tenido sus altibajos como todas las parejas, pero los habían superado con más o menos esfuerzo pero lo habían conseguido y ahora ya pasados los setenta no era plan replantearse nada  Seguro que muchas cosas si se pudieran repetir las harían de otra manera, pero la vida es como es y menos mal que es así. Te equivocas, te caes, te levantas, vuelves a caer y siempre piensas ¡pero otra vez lo mismo! Y las parejas se mantienen, se mantienen las que se mantienen y ese era el caso de Juan y Ana. Nunca habían pensado continuar sus vidas por caminos diferentes, les parecía como imposible a pesar que Ana, hacía muchos años, hubiera tenido motivos, pero ahora todo se había olvidado y la normalidad volvió a aquella casa que no era un modelo de perfección matrimonial, pero tampoco era de las peores. ¿Eso era lo que Juan llamaba rutina? ¿Era rutina llevarse bien? Eran tantos los años que llevaban juntos que las discusiones no eran ni discusiones o por lo menos no eran como aquellas broncas que tenían cuando eran mucho mas jóvenes en la que los gritos se oían en la manzana de enfrente y en las que dominaba siempre la voz de Juan que siempre salía con aquello de “me paso el día trabajando y ahora, cuando uno llega a lo que se supone es su casa con la idea de descansar, me encuentro con este problema ¿no te das cuenta que para problemas ya tengo bastante en la empresa? y Ana procuraba mantener la calma, pero no por eso se achicaba porque la educación de sus hijos era de los dos ¿o es que los hijos eran solo de ella? utilizaba el sentido común y cuando veía que Juan se encendía demasiado entonces dejaba la discusión para otro día, se metían en la cama, cada uno se dormía mirando a la pared contraria y al día siguiente el problema había cambiado de color y con mas tranquilidad se hablaba de lo mismo del día anterior, pero curiosamente lo que era imposible de resolver ayer, se resolvía prácticamente solo. Otras veces, la cama era el instrumento perfecto para hacerlo sonar tocando simplemente las teclas que se sabía que producían placer y así los años iban pasando y ahora casi no discutían y si lo hacían era por cosas nimias, por tonterías mas propias de niños que de adultos, aunque como se repetían con frecuencia ¿los viejos no eran como niños? 

Ana todavía se acordaba, era de las pocas cosas que se acordaba, de aquellos años, por lo menos tres o cuatro en que a su marido, entonces no tendría más de treinta y cinco o cuarenta, en que le dio por estar en plan pesimista y todo le parecía que era el comienzo de una nueva guerra civil. Se pasaba el día diciendo que si continuábamos así seguro que terminaríamos mal.

-        No puede ser que los sindicatos manden mas que los empresarios ¿no te das cuenta que no puede ser? – preguntaba prácticamente todos los días al llegar a su casa

Ana ponía cara de interesarla el tema, pero en el fondo le daba igual. No sabía absolutamente nada de empresas ni falta que le hacía. Bastante tenía con sus partidas de canasta, la peluquería de los jueves, las discusiones con la Encarni, su asistenta que limpiaba cuando limpiaba y vagueaba en cuando la señora salía de casa, el colegio de los niños llenaba muchas horas de su vida, las reuniones de padres en su caso era reuniones de madre, porque Juan nunca tenía tiempo de ir a ninguna, los deberes por la tarde la obligaban a repasarse las lecciones que alguna vez de joven seguro que las dominaba pero después de tantos años se había olvidado de casi todas.

-        Aquí tiene que venir un dictador y ya verás como todo se arregla en un minuto ¡tanta democracia y tanta historia! Todo son derechos y no hay ninguna obligación. Así este país no va a ninguna parte
-        No te llegó con una guerra civil como para pedir otra – Ana algunas veces se  rebelaba ante tanta insensatez
-        Yo no digo una guerra, eso no, pero tiene que venir alguien que ponga orden
-        Eso es otra cosa, pero para eso están los votos
-        ¡Los votos! Eso si que es una tomadura de pelo. Votas  a un partido de los que se denominan mayoritarios, el otro mayoritario se alía con alguno autonómico y al final gobierna el que tiene menos votos. Como decía un gallego amigo mío, que tiene la sorna propia de su tierra “votamos a los de derechas y ganamos los de izquierdas” y si da la casualidad que uno de los mayoritarios tiene mayoría absoluta entonces si que se produce una auténtica dictadura
-        Si, pero de votos que no es igual
-        Bueno, pero dictadura
-        Si, pero de votos – Ana por ahí si que no pasaba – que a los cuatro años se puede cambiar
-        Claro cuando el país está mas hundido que el Titanic
-        No exageres, que no es para tanto
-        ¡Que no es para tanto!

Ana decidía que no tenía ganas de continuar con el tema, se callaba y ya se sabe que dos no discuten si uno no quiere y así hasta que se le pasaba y la vida volvía por sus cauces habituales. Seguían como siempre, parecía que a Juan se le había pasado la manía aquella de la rutina y todas las mañanas iban juntos hasta el pueblo, compraban pan y alguna cosa más y agarrados del brazo volvían a su casa para preparar una comida ligera. En alguna ocasión Ana se quedaba en casa haciendo labores de punto o adecentando las flores de su jardín y  Juan aprovechaba para quedarse un rato en el bar del pueblo, se tomaba una cerveza, leía el periódico del día sentado en una mesa pegada a la ventana y pasaba un par de horas viendo pasar a la gente que se movía a su ritmo por la única calle del pequeño pueblo que unía en línea recta, el Ayuntamiento con la Iglesia Parroquial. Tan pequeño era el trayecto que desde su improvisada atalaya, Juan veía el balcón desde donde el Señor Alcalde arengaba a sus vecinos haciéndose un sitio entre las banderas de España y de la Comunidad que languidecían colgadas de unos viejos mástiles de hierro carcomido por tantos años de contribuir a que las banderas continuaran en ese lugar de preferencia. Desde ese mismo balcón, el día de las Fiestas de la Virgen de la Candelaria, el Filomeno, artificiero oficial, prendía la mecha del cohete que con su chupinazo iniciaba unos días de diversión para los jóvenes y de horror para los mayores que disfrutaban poco con tanta algarabía. En las tres ventanas de la parte superior del viejo edificio algunos funcionarios se movían mientras que las rejas de las ventanas de la planta baja que dan a la calle permanecían ancladas y los cristales tintados como queriendo evitar la mirada de los curiosos que se acercaban por allí. A no mas de cien metros, la Iglesia de La Candelaria, conocida como el conventazo, por aquello de que hacía varios siglos era el esquinazo de uno de los Monasterios mas importantes de la provincia del que salían misioneros que impartían la fe por todos los confines del mundo. El tiempo había hecho que aquel conventazo desapareciera y ahora solo quedaba en pié la monumental Iglesia y a su lado, la carnicería de Pablo, una tienda de esas de pueblo en las que hay de todo un poco, desde calcetines hasta artículos de limpieza y por último un pequeño garaje donde se guardaban un viejo tractor que hacía las veces de camión de la basura y una desbrozadora que el Ayuntamiento había comprado para mantener en condiciones la hierba que tendría el nuevo parque municipal, pero que no había llegado a construirse por haberse gastado todo el presupuesto en el arreglo de la carretera comarcal.


4 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas12 de mayo de 2013, 0:34

    Capítulo para pensar. Juan nos ha hecho un balance completo de su vida. La familia, con recuerdos de sus antepasados, repaso de su matrimonio desde el día de su boda hasta su jubilación, hijos, nietos, felicidad, rutina, el pueblo o la ciudad. Que bueno es repasar el pasado y también programar el futuro, pero lo mas importante es disfrutar del presente que con frecuencia no lo hacemos.
    Me ha gustado mucho este capítulo. A mi también me gusta pensar. Enhorabuena Tino. Muy bien escrito.
    Adiós a todos y hasta la próxima.

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  2. Asignaturas pendientes ?????. Cantidad !!!!. Cuando pienso en ello cambio de tema.
    Un bonito capítulo y estoy de acuerdo con Juan: la rutina acaba con la vida. Prueba de ello es que cuando hacemos algo distinto al día día, sentimos que hemos vivido el doble.
    No sé por que me da que Juan va a darnos alguna sorpresa...
    Bss y a por el siguiente

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  3. Aysss... Es demasiado largo, lo dejo para mañana que en la oficina ya va a ser demasiado!

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  4. Me ha encantado este capitulo..... que razón tiene Juan, hay que evitar la rutina..... Bueno,voy a seguir que aun me quedan dos capítulos para ponerme al día...Besos.

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