Queridos blogueros/as: Con un poco de retraso por aquello de estar de puente ahí os va el capítulo 15. Acabo de leer el 13 y menuda la amiga de la Abuela, mira que decirle que su marido tiene un ligue con un "que lo sepas" Me imagino como sería la amiga, de esas que le gustan los líos, yo no digo nada pero "que lo sepas". En fin, con lo bien que estaría mi Juan con la israelita y va ésta y lo suelta. Os parecerá mentira pero aunque lo escribí yo en su día, me parece mentira que esa tía, que seguro que era mas fea que un dolor, va y le dice "que lo sepas", pues eso, amiga desconocida que diría la Pantoja o una de esas me caes mal QUE LO SEPAS
Un beso
Tino Belas
CAPITULO
15.-
La
llegada a casa fue emocionante. Juan se había preocupado de avisar a la señora
que limpiaba la casa para que todo estuviera como el día que tuvieron que salir
deprisa y corriendo para el Hospital. En la terraza un gran ramo de flores le
daba la bienvenida y la música de Chopin llenaba hasta el último rincón. Juan
empujó la silla de ruedas por una especie de rampa que había mandado hacer en
la carpintería del pueblo y que había instalado a unos pocos metros desde la
puerta del jardín y que bordeando la escalera terminaba en la amplia terraza.
Ana lloraba con lágrimas de alegría y no cesaba de mirar para todas partes como
si fuera la primera vez que entraba en la casa.
-
Te has preocupado
hasta de los mas pequeños detalles ¿eh? – apretó la mano de su marido que a su
vez se cerraba sobre el puño de la silla de ruedas
-
Mucho no tenía
que pensar y encima Mario me ayudó
-
¿Fue él, el que
ha organizado todo esto?
-
Bueno, entre los
dos, pero realmente el que ha hecho la rampa ha sido él, claro que para algo es
carpintero
-
Espera un momento
– Juan se paró en seco con la silla a media rampa – déjame ver el paisaje que
hace mucho tiempo que no puedo disfrutar de esto tan bonito
-
No se preocupe
Señora que uno está aquí para lo que guste mandar. Perdone – Juan frenó la
silla y se puso de rodillas delante de su mujer que lo miraba sorprendida – no
se si me he presentado. Soy su esclavo Juan y estoy a su servicio para lo que
guste mandar
-
Muy bien – Ana le
miró con aire severo – espero que no sea necesario repetirle cuales son sus
obligaciones. En caso que no las cumpla con la celeridad propia de un esclavo
de su categoría, será enviado nuevamente a galeras donde será castigado con la
severidad que se merece y si cumple, como estoy segura que así va a ser, será
correspondido con todo lo que yo le pueda ofrecer.
-
Muy bien, mi
Diosa, ¿ha disfrutado ya del paisaje?
-
Si y tengo que
reconocer que es mucho mas bonito que el que se veía desde la ventana de mi
habitación en el Hospital
-
Me alegro mucho,
mi Ama y Señora – Juan le desabrochó una especie de cinturón de seguridad que
la mantenía sujeta a la silla – y ahora ya sabe lo que toca ¿verdad?
-
No tengo ni idea
-
¡Cómo que no! ¿no
te acuerdas lo que te ha recomendado el Doctor?
-
¡No pretenderás
que llegue hasta casa andando yo sola!
-
Por supuesto que
no, pero con la ayuda de estas dos muletas – Juan puso los brazos formando un
círculo – seguro que lo consigues ¿vamos?
Ana
se incorporó con facilidad ayudándose de sus brazos que rodeaban el cuello de
Juan que se mantenía rígido como un palo. Apoyó la pierna buena en el suelo
mientras la mala seguía el mismo recorrido casi rozando las losas de la
terraza.
-
Muy bien – Juan
la sujetó de pié entre sus brazos y no pudo evitar darle un beso en la boca –
hacía mucho tiempo que no tenía esta oportunidad y no se puede desaprovechar ¿le
ha parecido bien a la señora?
-
Muy bien, pero
agárrame fuerte que me parece que me voy a caer
-
No se preocupe
que para eso está aquí su esclavo – Juan se movió lentamente tratando que su
mujer siguiera su ritmo, pero Ana no se atrevía a apoyar la pierna mala en el
suelo. Se movía, si, pero apoyándose en la pierna buena. Juan se dio cuenta
enseguida y la dejó caer otra vez sobre la silla. Para ella había sido un
principio completamente diferente a los ejercicios que le hacían el Hospital,
pero para él era un fracaso ¿sería capaz de ayudarla como le había pedido el
Doctor? Lo mas seguro es que no, pero tenía que intentarlo, de lo contrario,
nunca empezaría a caminar y la necesitaba mas que nunca.
Ana
quería animarle, justo lo contrario de cómo debería de ser pensó, pero ¡que podía hacer! Con la mayor
delicadeza posible le comentó:
-
¿Sabes lo que me
pasa?
-
No – contestó
Juan con cara deprimida
-
Que no puedo
apoyar la pierna sin haberla movido antes. Primero tengo que mover la rodilla
sin levantarme y luego ya empezar con las muletas, si no, creo que no lo voy a
conseguir
-
Yo te ayudo como
me digas
-
Entonces
levántame la pierna y yo trataré de mantenerla en el aire, pero deja tu mano
porque me cuesta mucho trabajo
Juan
levantó con cuidado la pierna de su mujer, pero muy lentamente porque no la
perdía de vista y se daba cuenta que le estaba haciendo daños por la cara que
iba poniendo
-
¿Puedes
aguantarla ahí?
-
No – Ana trataba
de no demostrar sus dolores, pero su cara reflejaba lo mal que lo estaba
pasando – pero si la bajas un poco a lo mejor si
Juan
la bajó dejándola como a una cuarta del suelo y ella trataba de moverla sin
conseguirlo.
-
¿No puedes?
-
No
-
¿Y en el hospital
podías?
-
El último día la
mantuve un poco, pero no te preocupes porque he estado mucho tiempo en la cama
y lógicamente los músculos los tengo atrofiados, sobre todo, éste – Ana se
señaló con la punta de un dedo una zona por encima de la rodilla - ¿sabes cual
es?
-
Ni idea
-
Se llama el
cuadriceps
-
Pues ya lo puedes
trabajar porque aquí no tienes prácticamente nada
-
Estamos de
acuerdo, pero tenemos que tener paciencia. ¿Lo intentamos otra vez?
-
Venga vamos, pero
tú tienes que hacer fuerza porque yo te levanto la pierna pero no tengo la
impresión que tú la aguantes
-
Claro que no,
pero venga vamos a intentarlo otra vez
Todos
los días, una hora por la mañana y otra por la tarde, Juan levantaba la pierna
y Ana la mantenía cada vez un poco más. Al terminar estos ejercicios, comenzaba
la parte mas agradecida y era la que Ana caminaba por la terraza agarrada a un
andador, primero un paso, luego otro y así hasta conseguir casi dar una vuelta
completa. Juan la ayudaba sujetándola por la cintura y animándola a que se
mantuviera lo mas erguida posible. Al mismo tiempo, iba contando los pasos y
cuando veía que no podía seguir, le acercaba la silla de rueda y así Ana
descansaba lo suficiente para volver a la tarea transcurridos unos pocos
minutos. Así, casi como un suspiro pasó el primer un mes y llegó el momento de
una nueva revisión en el Hospital. Esa noche el matrimonio no descansó como
otras veces. Los dos estaban en la cama con los ojos cerrados, tratando de
llamar al sueño, pero éste debía de tener cosas mejores que hacer. Juan se
movió discretamente para evitar despertar a su mujer, pero ella le cogió la
mano derecha, entrecruzando los dedos
-
¿Estás despierta?
-
Si
-
¿No tienes sueño?
-
No
-
¿Estás
preocupada?
-
Un poco, para que
te voy a engañar
-
Pues yo de ti
estaría tan tranquilo porque hemos hecho todos los ejercicios que nos mandaron
sin perder ni un solo día
-
No, en ese sentido
estoy tranquila – Ana bostezó – lo que me pasa es que no se si hemos avanzado todo lo que
deberíamos o no, eso es lo que me preocupa.
-
Por eso es por lo
que te digo que estoy tranquilo porque solo hace un mes que te han operado y te
recorres la terraza como si no te hubiera pasado nada
-
Bueno, bueno, no
exageres que si no fuera por el andador no daba ni cinco pasos
-
Eso es verdad,
pero nadie nos ha dicho que lo dejes y lo que está claro es que con él vas
mucho más segura, por lo menos hasta ahora.
-
¿Y cuando andaré
sin él?
-
No tengo ni idea,
pero en cuanto lleguemos a la consulta, que si seguimos así va a ser dentro de
un rato, se lo preguntamos al Médico
-
¿No tienes sueño?
– Ana se movió en la cama buscando una postura que le permitiera dormir
-
Ni gota
-
¿Tú crees que una
manzanilla nos ayudaría a estar más tranquilos?
-
Es probable
-
¿Me haces una?
-
¿Ahora?
-
Si yo pudiera
levantarme sola no te lo pediría.
-
No te preocupes
Juan
se levantó y en pijama se acercó a la cocina, buscó una taza en el aparador
correspondiente, la llenó de agua, la introdujo en el microondas y se quedó de
pié mirando como daba vueltas y vueltas hasta que un pitido le hizo salir de su
ensimismamiento. Puso la taza en un plato, introdujo un sobre de manzanilla
“sueños de oro”, la depositó en una pequeña bandeja con una servilleta de papel
sobre la que dibujó un corazón con un rotulador negro que colgaba al lado del
teléfono, añadió a la bandeja una flor que sacó de un florero de encima de la
cocina y se volvió al dormitorio
-
Señora: su
esclavo siempre cumple con sus deseos – Juan le acercó la bandeja ante la
sorpresa de Ana que se sentó en la cama
-
Muchas gracias mi
fiel Doroteo
-
Perdone mi Ama y
Señora, pero creo que se confunde. Soy Juan
-
¡Ah! Esto de
tener tantos esclavos es una lata – dicho lo cual tomó la taza con delicadeza
dejando el dedo pequeño de su mano izquierda totalmente estirado. Se bebió la
infusión con rapidez y le devolvió la bandeja a su Juan que la esperaba de
rodillas al lado de la cama – Muy bien, lleve la bandeja a la cocina y cuando
vuelva procure no despertarme.
-
Si, mi Ama y
Señora.
La
sala de espera parecía la feria de Abril de Sevilla el día de su inauguración,
sin coches de caballos y con menos luces en el techo, pero con la misma
cantidad de personal. Eso si, ni un solo traje de sevillana y los hombres sin
zahones ni nada por el estilo, pero en número eran tantos o mas y eso que era
una sala de espera grande. Las filas de sillas unidas entre si por unos
bastidores de un intenso color azul, estaban ocupadas por una serie de pacientes
que reflejaban las diferentes patologías. Unos tenían las piernas estiradas,
sin posibilidad de doblarlas, posiblemente operadas de rodilla, otros mantenían
unas escayolas en sus antebrazos y hasta algunos llevaban unos corsés que les
salían por los cuellos de las camisas. Estaban distribuidos como si fueran un
tablero de ajedrez, un enfermo, un sano, un enfermo, un sano y así hasta ocupar
todas las posibilidades de descanso y a partir de ahí cada uno se apoyaba en
los pocos espacios de pasillo que quedaban disponibles. Una enfermera, colocada
justo delante de una puerta de cristal que daba acceso a la zona de consultas,
era la encargada de organizar aquel desbarajuste y menos mal que Juan y Ana
iban a la consulta del Dr. Yague porque si no, hubieran tenido que esperar toda
la mañana. Nada mas decirle el nombre, les hizo entrar a la segunda consulta de
la derecha y allí les estaba esperando el Doctor.
-
La ventaja de
tener una consulta tan grande – El Doctor Yague se levantó de la mesa con una
sonrisa en su cara – es que uno ve el resultado de las operaciones que hace
-
¿Y le parece
bien? – Ana avanzaba lentamente con su inseparable andador, se paró y extendió
la mano para saludar a su Cirujano
-
Muy bien, Doña
Ana, muy bien.
-
¿De verdad?
-
Si, si – el Médico
retiró totalmente el andador que los separaba y animó con sus brazos extendidos
a que Ana llegara hasta él – está fenomenal. Solo falta que empiece a dejar el
andador y lista para todo uso
Juan
que permanecía un par de metros por detrás de su mujer, se acercó e intentó
sujetarla por la cintura
-
Déjela – le
indicó el Médico con voz suave pero autoritaria – solo cuatro pasos y le
devuelvo el andador.
Ana
miró a su marido con preocupación, no se atrevía a dar un solo paso sin su
inseparable andador, pero tenía que intentarlo. Se miró la pierna, vio como su
Cirujano se acercaba un poco mas para infundirle confianza y por fin,
visiblemente nerviosa, dio un paso arrastrando un poco la pierna operada, pero
lo dio y después otro y así hasta cuatro en que volvió su cabeza para que Juan
le diese el andador
-
Muy bien, muy
bien – al Doctor Yague se le notaba que estaba satisfecho con el trabajo que
había realizado su paciente – así me gusta y encima derecha, muy bien.
Ana
sonreía feliz, por fin todo su esfuerzo se veía recompensado y no por un
cualquiera si no por el Cirujano que había conseguido que volviera a andar.
Habían sido muchos los días que no tenía casi ni fuerzas para moverse, pero
sabía que su futuro era o el sacrificio o la silla de ruedas para siempre y eso
si que no lo podía consentir. A Juan le gustaba dar largos paseos por el campo
y no iba a ser ella la que se lo impidiese o que por culpa de su cojera no le
pudiera acompañar. Esos pensamientos y otros muchos habían sido la gasolina que
impulsaba el motor de su voluntad para
conseguir lo que ya estaba consiguiendo y por si necesitaba aceite para que ese
motor funcionara todavía mejor, allí estaba su marido, siempre a su lado, para
darle más ánimos si fueran necesarios.
El
Dr. Yague le indicó que se subiera a una camilla que estaba a un lado y se pasó
unos minutos explorando la pierna. La movía de derecha a izquierda y de
izquierda a derecha, la levantaba, la doblaba con fuerza, volvía a dejarla
apoyada en la camilla
-
¿Le duele?
-
Nada
-
¿Y ahora? – preguntaba
mientras flexionaba la pierna casi completamente
-
Un poco pero se
puede aguantar.
-
Muy bien, ahora
si no le importa, póngase de lado
-
¿Mirando hacia la
pared?
-
Si, la pierna
mala hacia arriba. Ahora intente hacer fuerza contra mi mano ¿puede?
-
Lo intentaré,
pero no se olvide que ya soy abuela
-
Venga, haga
fuerza – el Dr notaba como Ana trataba de movilizar todos sus músculos y le
costaba mantener la tensión – muy bien, pero que muy bien. Ya se puede levantar
y sentarse en aquella silla
-
¿Me acercas el
andador Juan?
-
No se lo acerque
– El Dr. quería ver hasta donde llegaba la fuerza de voluntad de su paciente,
pero Juan que había seguido la evolución minuto a minuto sabía que no iba a
poder mucho mas
-
Es que se va a
caer – insistía conociendo como conocía a su mujer – si le parece no le doy el
andador pero voy a su lado
-
Eso me parece muy
bien. Animo que está a solo dos pasos.
Ana
no aguantaba más y casi con el último paso se dejó caer en la silla mientras
Juan la sujetaba por la cintura.
-
¿Se marea?
-
No, pero estoy
rendida
-
Muy bien, por hoy
ya está bien.
El
Dr. se volvió a sentar en su silla después de rodear lentamente la amplia mesa
de despacho prácticamente desprovista de papeles, solo la historia clínica de
Ana permanecía a un lado, mientras aprovechaba para secarse las manos con una
toalla de papel
-
Veamos – El Dr.
Yague se puso unas gafas que colgaban en su pecho - está operada hace………
-
Hace un mes – le
interrumpió Juan
-
Exactamente, el
día 12 de Abril.
-
Me acuerdo muy
bien porque ese día hacía nada menos que treinta y cinco años del nacimiento de
nuestro primer hijo.
-
Menuda memoria
tiene usted, caballero
-
Bueno, no la
tengo mala, no – Juan también tenía derecho a su minuto de gloria – y eso que
estoy a punto de cumplir los setenta y cinco
-
¡Que envidia! –
el Doctor le miraba con admiración – yo
a su edad no llego ni de broma
-
¡Como que no!,
claro que llega, es cuestión de proponérselo
-
¿Usted cree? – el
Doctor lo miraba intrigado – si fuera tan sencillo todo el mundo llegaría a su
edad
-
¿Y no llegan?
-
No, claro que no.
Efectivamente hay algunos que la sobrepasan, pero son los menos.
-
O sea – Juan le
sonreía demostrándole su agradecimiento – que me está llamando viejo
-
Hombre, viejo, lo
que se dice viejo, no, pero tampoco es un chaval. En eso si estará de acuerdo
conmigo
-
Claro, como no
voy a estar de acuerdo, pero ya sabe que los viejos lo somos, de eso no hay
duda, pero no nos gusta que nos lo anden todo el día repitiendo
-
Bueno – el Doctor
se levantó dando por terminada la consulta – lo importante es que su mujer, gracias
a su ayuda, va a evolucionando muy bien
-
Y lo que he
pasado solo Dios lo sabe – argumentó Ana desde su silla
-
Bueno, mujer,
pero ya sabe que lo pasado, pasado está
y lo importante es que la evolución de su cadera está siendo excelente,
lo demás es menos importante.
-
Si, eso es
verdad, entonces ¿cuándo nos volvemos a ver Doctor?
-
Si no hay ningún
problema pidan cita para dentro de tres meses y si surgiera cualquier
complicación se vienen a urgencias y pregunten por mi que los veo con mucho
gusto
-
Muchas gracias y
que Dios le conserve esas manos que tanto bien hacen
-
Venga, venga, no
me diga esas cosas que me pone colorado
-
Pero si es la
verdad
-
Bueno, hasta
dentro de tres meses
Ana
caminaba lentamente por el eterno pasillo que conducía a la puerta de salida como
si fuera el primer día. Estaba mas contenta que unas castañuelas y parecía como
si el simple hecho que el Doctor le hubiera dicho que caminaba muy bien, para
que se desplazara como si le doliera menos. Juan seguía en su papel de esclavo
servicial y se mantenía a su lado por si necesitaba alguna cosa. Así llegaron a
la entrada, bajaron por una rampa lateral y enseguida apareció el taxista que
los llevaba de vuelta a casa.
La rehabilitación de Ana va muy bien y Juan está mas contento. Real como la vida misma.
ResponderEliminarHasta el próximo capítulo.
La recuperación de Ana ha servido para renovar sus sentimientos y unirlos más. Muy bonita relación.
ResponderEliminarSe quieren de verdad....
Hasta a próxima.
Bss
sale andando!!!
ResponderEliminarBien!!
sigoooooooo
Que bonito!!!!! ya sabia yo que todo iba a salir fenomenal.... Ana no se puede quejar de su marido, !!!!como la cuida!!!!. A por el siguiente....Besos.
ResponderEliminar