lunes, 6 de mayo de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 15


 Queridos blogueros/as: Con un poco de retraso por aquello de estar de puente ahí os va el capítulo 15. Acabo de leer el 13 y menuda la amiga de la Abuela, mira que decirle que su marido tiene un ligue con un "que lo sepas" Me imagino como sería la amiga, de esas que le gustan los líos, yo no digo nada pero "que lo sepas". En fin, con lo bien que estaría mi Juan con la israelita y va ésta y lo suelta. Os parecerá mentira pero aunque lo escribí yo en su día, me parece mentira que esa tía, que seguro que era mas fea que un dolor, va y le dice "que lo sepas", pues eso, amiga desconocida que diría la Pantoja o una de esas me caes mal QUE LO SEPAS
Un beso 
Tino Belas


CAPITULO 15.-

La llegada a casa fue emocionante. Juan se había preocupado de avisar a la señora que limpiaba la casa para que todo estuviera como el día que tuvieron que salir deprisa y corriendo para el Hospital. En la terraza un gran ramo de flores le daba la bienvenida y la música de Chopin llenaba hasta el último rincón. Juan empujó la silla de ruedas por una especie de rampa que había mandado hacer en la carpintería del pueblo y que había instalado a unos pocos metros desde la puerta del jardín y que bordeando la escalera terminaba en la amplia terraza. Ana lloraba con lágrimas de alegría y no cesaba de mirar para todas partes como si fuera la primera vez que entraba en la casa.

-        Te has preocupado hasta de los mas pequeños detalles ¿eh? – apretó la mano de su marido que a su vez se cerraba sobre el puño de la silla de ruedas
-        Mucho no tenía que pensar y encima Mario me ayudó
-        ¿Fue él, el que ha organizado todo esto?
-        Bueno, entre los dos, pero realmente el que ha hecho la rampa ha sido él, claro que para algo es carpintero
-        Espera un momento – Juan se paró en seco con la silla a media rampa – déjame ver el paisaje que hace mucho tiempo que no puedo disfrutar de esto tan bonito
-        No se preocupe Señora que uno está aquí para lo que guste mandar. Perdone – Juan frenó la silla y se puso de rodillas delante de su mujer que lo miraba sorprendida – no se si me he presentado. Soy su esclavo Juan y estoy a su servicio para lo que guste mandar
-        Muy bien – Ana le miró con aire severo – espero que no sea necesario repetirle cuales son sus obligaciones. En caso que no las cumpla con la celeridad propia de un esclavo de su categoría, será enviado nuevamente a galeras donde será castigado con la severidad que se merece y si cumple, como estoy segura que así va a ser, será correspondido con todo lo que yo le pueda ofrecer.
-        Muy bien, mi Diosa, ¿ha disfrutado ya del paisaje?
-        Si y tengo que reconocer que es mucho mas bonito que el que se veía desde la ventana de mi habitación en el Hospital
-        Me alegro mucho, mi Ama y Señora – Juan le desabrochó una especie de cinturón de seguridad que la mantenía sujeta a la silla – y ahora ya sabe lo que toca ¿verdad?
-        No tengo ni idea
-        ¡Cómo que no! ¿no te acuerdas lo que te ha recomendado el Doctor?
-        ¡No pretenderás que llegue hasta casa andando yo sola!
-        Por supuesto que no, pero con la ayuda de estas dos muletas – Juan puso los brazos formando un círculo – seguro que lo consigues ¿vamos?

Ana se incorporó con facilidad ayudándose de sus brazos que rodeaban el cuello de Juan que se mantenía rígido como un palo. Apoyó la pierna buena en el suelo mientras la mala seguía el mismo recorrido casi rozando las losas de la terraza.

-        Muy bien – Juan la sujetó de pié entre sus brazos y no pudo evitar darle un beso en la boca – hacía mucho tiempo que no tenía esta oportunidad y no se puede desaprovechar ¿le ha parecido bien a la señora?
-        Muy bien, pero agárrame fuerte que me parece que me voy a caer
-        No se preocupe que para eso está aquí su esclavo – Juan se movió lentamente tratando que su mujer siguiera su ritmo, pero Ana no se atrevía a apoyar la pierna mala en el suelo. Se movía, si, pero apoyándose en la pierna buena. Juan se dio cuenta enseguida y la dejó caer otra vez sobre la silla. Para ella había sido un principio completamente diferente a los ejercicios que le hacían el Hospital, pero para él era un fracaso ¿sería capaz de ayudarla como le había pedido el Doctor? Lo mas seguro es que no, pero tenía que intentarlo, de lo contrario, nunca empezaría a caminar y la necesitaba mas que nunca.

Ana quería animarle, justo lo contrario de cómo debería de ser  pensó, pero ¡que podía hacer! Con la mayor delicadeza posible le comentó:

-        ¿Sabes lo que me pasa?
-        No – contestó Juan con cara deprimida
-        Que no puedo apoyar la pierna sin haberla movido antes. Primero tengo que mover la rodilla sin levantarme y luego ya empezar con las muletas, si no, creo que no lo voy a conseguir
-        Yo te ayudo como me digas
-        Entonces levántame la pierna y yo trataré de mantenerla en el aire, pero deja tu mano porque me cuesta mucho trabajo

Juan levantó con cuidado la pierna de su mujer, pero muy lentamente porque no la perdía de vista y se daba cuenta que le estaba haciendo daños por la cara que iba poniendo

-        ¿Puedes aguantarla ahí?
-        No – Ana trataba de no demostrar sus dolores, pero su cara reflejaba lo mal que lo estaba pasando – pero si la bajas un poco a lo mejor si

Juan la bajó dejándola como a una cuarta del suelo y ella trataba de moverla sin conseguirlo.

-        ¿No puedes?
-        No
-        ¿Y en el hospital podías?
-        El último día la mantuve un poco, pero no te preocupes porque he estado mucho tiempo en la cama y lógicamente los músculos los tengo atrofiados, sobre todo, éste – Ana se señaló con la punta de un dedo una zona por encima de la rodilla - ¿sabes cual es?
-        Ni idea
-        Se llama el cuadriceps
-        Pues ya lo puedes trabajar porque aquí no tienes prácticamente nada
-        Estamos de acuerdo, pero tenemos que tener paciencia. ¿Lo intentamos otra vez?
-        Venga vamos, pero tú tienes que hacer fuerza porque yo te levanto la pierna pero no tengo la impresión que tú la aguantes
-        Claro que no, pero venga vamos a intentarlo otra vez

Todos los días, una hora por la mañana y otra por la tarde, Juan levantaba la pierna y Ana la mantenía cada vez un poco más. Al terminar estos ejercicios, comenzaba la parte mas agradecida y era la que Ana caminaba por la terraza agarrada a un andador, primero un paso, luego otro y así hasta conseguir casi dar una vuelta completa. Juan la ayudaba sujetándola por la cintura y animándola a que se mantuviera lo mas erguida posible. Al mismo tiempo, iba contando los pasos y cuando veía que no podía seguir, le acercaba la silla de rueda y así Ana descansaba lo suficiente para volver a la tarea transcurridos unos pocos minutos. Así, casi como un suspiro pasó el primer un mes y llegó el momento de una nueva revisión en el Hospital. Esa noche el matrimonio no descansó como otras veces. Los dos estaban en la cama con los ojos cerrados, tratando de llamar al sueño, pero éste debía de tener cosas mejores que hacer. Juan se movió discretamente para evitar despertar a su mujer, pero ella le cogió la mano derecha, entrecruzando los dedos

-        ¿Estás despierta?
-        Si
-        ¿No tienes sueño?
-        No
-        ¿Estás preocupada?
-        Un poco, para que te voy a engañar
-        Pues yo de ti estaría tan tranquilo porque hemos hecho todos los ejercicios que nos mandaron sin perder ni un solo día
-        No, en ese sentido estoy tranquila – Ana bostezó – lo que me pasa es que  no se si hemos avanzado todo lo que deberíamos o no, eso es lo que me preocupa.
-        Por eso es por lo que te digo que estoy tranquilo porque solo hace un mes que te han operado y te recorres la terraza como si no te hubiera pasado nada
-        Bueno, bueno, no exageres que si no fuera por el andador no daba ni cinco pasos
-        Eso es verdad, pero nadie nos ha dicho que lo dejes y lo que está claro es que con él vas mucho más segura, por lo menos hasta ahora.
-        ¿Y cuando andaré sin él?
-        No tengo ni idea, pero en cuanto lleguemos a la consulta, que si seguimos así va a ser dentro de un rato, se lo preguntamos al Médico
-        ¿No tienes sueño? – Ana se movió en la cama buscando una postura que le permitiera dormir
-        Ni gota
-        ¿Tú crees que una manzanilla nos ayudaría a estar más tranquilos?
-        Es probable
-        ¿Me haces una?
-        ¿Ahora?
-        Si yo pudiera levantarme sola no te lo pediría.
-        No te preocupes

Juan se levantó y en pijama se acercó a la cocina, buscó una taza en el aparador correspondiente, la llenó de agua, la introdujo en el microondas y se quedó de pié mirando como daba vueltas y vueltas hasta que un pitido le hizo salir de su ensimismamiento. Puso la taza en un plato, introdujo un sobre de manzanilla “sueños de oro”, la depositó en una pequeña bandeja con una servilleta de papel sobre la que dibujó un corazón con un rotulador negro que colgaba al lado del teléfono, añadió a la bandeja una flor que sacó de un florero de encima de la cocina y se volvió al dormitorio

-        Señora: su esclavo siempre cumple con sus deseos – Juan le acercó la bandeja ante la sorpresa de Ana que se sentó en la cama
-        Muchas gracias mi fiel Doroteo
-        Perdone mi Ama y Señora, pero creo que se confunde. Soy Juan
-        ¡Ah! Esto de tener tantos esclavos es una lata – dicho lo cual tomó la taza con delicadeza dejando el dedo pequeño de su mano izquierda totalmente estirado. Se bebió la infusión con rapidez y le devolvió la bandeja a su Juan que la esperaba de rodillas al lado de la cama – Muy bien, lleve la bandeja a la cocina y cuando vuelva procure no despertarme.
-        Si, mi Ama y Señora.

La sala de espera parecía la feria de Abril de Sevilla el día de su inauguración, sin coches de caballos y con menos luces en el techo, pero con la misma cantidad de personal. Eso si, ni un solo traje de sevillana y los hombres sin zahones ni nada por el estilo, pero en número eran tantos o mas y eso que era una sala de espera grande. Las filas de sillas unidas entre si por unos bastidores de un intenso color azul, estaban ocupadas por una serie de pacientes que reflejaban las diferentes patologías. Unos tenían las piernas estiradas, sin posibilidad de doblarlas, posiblemente operadas de rodilla, otros mantenían unas escayolas en sus antebrazos y hasta algunos llevaban unos corsés que les salían por los cuellos de las camisas. Estaban distribuidos como si fueran un tablero de ajedrez, un enfermo, un sano, un enfermo, un sano y así hasta ocupar todas las posibilidades de descanso y a partir de ahí cada uno se apoyaba en los pocos espacios de pasillo que quedaban disponibles. Una enfermera, colocada justo delante de una puerta de cristal que daba acceso a la zona de consultas, era la encargada de organizar aquel desbarajuste y menos mal que Juan y Ana iban a la consulta del Dr. Yague porque si no, hubieran tenido que esperar toda la mañana. Nada mas decirle el nombre, les hizo entrar a la segunda consulta de la derecha y allí les estaba esperando el Doctor.

-        La ventaja de tener una consulta tan grande – El Doctor Yague se levantó de la mesa con una sonrisa en su cara – es que uno ve el resultado de las operaciones que hace
-        ¿Y le parece bien? – Ana avanzaba lentamente con su inseparable andador, se paró y extendió la mano para saludar a su Cirujano
-        Muy bien, Doña Ana, muy bien.
-        ¿De verdad?
-        Si, si – el Médico retiró totalmente el andador que los separaba y animó con sus brazos extendidos a que Ana llegara hasta él – está fenomenal. Solo falta que empiece a dejar el andador y lista para todo uso

Juan que permanecía un par de metros por detrás de su mujer, se acercó e intentó sujetarla por la cintura

-        Déjela – le indicó el Médico con voz suave pero autoritaria – solo cuatro pasos y le devuelvo el andador.

Ana miró a su marido con preocupación, no se atrevía a dar un solo paso sin su inseparable andador, pero tenía que intentarlo. Se miró la pierna, vio como su Cirujano se acercaba un poco mas para infundirle confianza y por fin, visiblemente nerviosa, dio un paso arrastrando un poco la pierna operada, pero lo dio y después otro y así hasta cuatro en que volvió su cabeza para que Juan le diese el andador

-        Muy bien, muy bien – al Doctor Yague se le notaba que estaba satisfecho con el trabajo que había realizado su paciente – así me gusta y encima derecha, muy bien.

Ana sonreía feliz, por fin todo su esfuerzo se veía recompensado y no por un cualquiera si no por el Cirujano que había conseguido que volviera a andar. Habían sido muchos los días que no tenía casi ni fuerzas para moverse, pero sabía que su futuro era o el sacrificio o la silla de ruedas para siempre y eso si que no lo podía consentir. A Juan le gustaba dar largos paseos por el campo y no iba a ser ella la que se lo impidiese o que por culpa de su cojera no le pudiera acompañar. Esos pensamientos y otros muchos habían sido la gasolina que impulsaba el  motor de su voluntad para conseguir lo que ya estaba consiguiendo y por si necesitaba aceite para que ese motor funcionara todavía mejor, allí estaba su marido, siempre a su lado, para darle más ánimos si fueran necesarios.
El Dr. Yague le indicó que se subiera a una camilla que estaba a un lado y se pasó unos minutos explorando la pierna. La movía de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, la levantaba, la doblaba con fuerza, volvía a dejarla apoyada en la camilla

-        ¿Le duele?
-        Nada
-        ¿Y ahora? – preguntaba mientras flexionaba la pierna casi completamente
-        Un poco pero se puede aguantar.
-        Muy bien, ahora si no le importa, póngase de lado
-        ¿Mirando hacia la pared?
-        Si, la pierna mala hacia arriba. Ahora intente hacer fuerza contra mi mano ¿puede?
-        Lo intentaré, pero no se olvide que ya soy abuela
-        Venga, haga fuerza – el Dr notaba como Ana trataba de movilizar todos sus músculos y le costaba mantener la tensión – muy bien, pero que muy bien. Ya se puede levantar y sentarse en aquella silla
-        ¿Me acercas el andador Juan?
-        No se lo acerque – El Dr. quería ver hasta donde llegaba la fuerza de voluntad de su paciente, pero Juan que había seguido la evolución minuto a minuto sabía que no iba a poder mucho mas
-        Es que se va a caer – insistía conociendo como conocía a su mujer – si le parece no le doy el andador pero voy a su lado
-        Eso me parece muy bien. Animo que está a solo dos pasos.

Ana no aguantaba más y casi con el último paso se dejó caer en la silla mientras Juan la sujetaba por la cintura.

-        ¿Se marea?
-        No, pero estoy rendida
-        Muy bien, por hoy ya está bien.

El Dr. se volvió a sentar en su silla después de rodear lentamente la amplia mesa de despacho prácticamente desprovista de papeles, solo la historia clínica de Ana permanecía a un lado, mientras aprovechaba para secarse las manos con una toalla de papel

-        Veamos – El Dr. Yague se puso unas gafas que colgaban en su pecho -  está operada hace………
-        Hace un mes – le interrumpió Juan
-        Exactamente, el día 12 de Abril.
-        Me acuerdo muy bien porque ese día hacía nada menos que treinta y cinco años del nacimiento de nuestro primer hijo.
-        Menuda memoria tiene usted, caballero
-        Bueno, no la tengo mala, no – Juan también tenía derecho a su minuto de gloria – y eso que estoy a punto de cumplir los setenta y cinco
-        ¡Que envidia! – el Doctor le miraba con admiración – yo  a su edad no llego ni de broma
-        ¡Como que no!, claro que llega, es cuestión de proponérselo
-        ¿Usted cree? – el Doctor lo miraba intrigado – si fuera tan sencillo todo el mundo llegaría a su edad
-        ¿Y no llegan?
-        No, claro que no. Efectivamente hay algunos que la sobrepasan, pero son los menos.
-        O sea – Juan le sonreía demostrándole su agradecimiento – que me está llamando viejo
-        Hombre, viejo, lo que se dice viejo, no, pero tampoco es un chaval. En eso si estará de acuerdo conmigo
-        Claro, como no voy a estar de acuerdo, pero ya sabe que los viejos lo somos, de eso no hay duda, pero no nos gusta que nos lo anden todo el día repitiendo
-        Bueno – el Doctor se levantó dando por terminada la consulta – lo importante es que su mujer, gracias a su ayuda, va a evolucionando muy bien
-        Y lo que he pasado solo Dios lo sabe – argumentó Ana desde su silla
-        Bueno, mujer, pero ya sabe que lo pasado, pasado está  y lo importante es que la evolución de su cadera está siendo excelente, lo demás es menos importante.
-        Si, eso es verdad, entonces ¿cuándo nos volvemos a ver Doctor?
-        Si no hay ningún problema pidan cita para dentro de tres meses y si surgiera cualquier complicación se vienen a urgencias y pregunten por mi que los veo con mucho gusto
-        Muchas gracias y que Dios le conserve esas manos que tanto bien hacen
-        Venga, venga, no me diga esas cosas que me pone colorado
-        Pero si es la verdad
-        Bueno, hasta dentro de tres meses

Ana caminaba lentamente por el eterno pasillo que conducía a la puerta de salida como si fuera el primer día. Estaba mas contenta que unas castañuelas y parecía como si el simple hecho que el Doctor le hubiera dicho que caminaba muy bien, para que se desplazara como si le doliera menos. Juan seguía en su papel de esclavo servicial y se mantenía a su lado por si necesitaba alguna cosa. Así llegaron a la entrada, bajaron por una rampa lateral y enseguida apareció el taxista que los llevaba de vuelta a casa.




































4 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas6 de mayo de 2013, 23:24

    La rehabilitación de Ana va muy bien y Juan está mas contento. Real como la vida misma.
    Hasta el próximo capítulo.

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  2. La recuperación de Ana ha servido para renovar sus sentimientos y unirlos más. Muy bonita relación.
    Se quieren de verdad....
    Hasta a próxima.
    Bss

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  3. sale andando!!!
    Bien!!

    sigoooooooo

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  4. Que bonito!!!!! ya sabia yo que todo iba a salir fenomenal.... Ana no se puede quejar de su marido, !!!!como la cuida!!!!. A por el siguiente....Besos.

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