domingo, 3 de marzo de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 6


 Queridos blogueros/as: He empezado a leer el capitulo de esta semana y he tenido la impresión que otra vez le había dado sin darme cuenta a eso de copiar y pegar y se me había colado aquí algún fragmento de otra novela porque esto aquí no pega ni con cola, pero bueno lo escrito escrito está y así se queda, pero ha sido una experiencia curiosa porque me he fijado en algunas cosas que escribo así como así y todo tiene su porqué, por ejemplo, preparan en la casa de campo un café de pota ¿a que eso si que pega? y que me decís de la indumentaria de los dos. La verdad es que no les pongo cara, bueno si que se la pongo, pero desde que me enteré que esto se puede leer hasta en la China, no me atrevo a decir quienes son, pero todos los que me leéis los conocéis y allá cada cual con su imaginación, pero la indumentaria eso si que no hay duda, tiene algo de mediterránea, y  ya puestos a imaginar ¿que me decís de Simón el panadero? claro que tiene que tener las manos grandes con los dedos blancos de amasar, un gorro blanco así como de lado y hasta le podíamos poner una colilla en la oreja derecha, casi no, mejor un lápiz para hacer las cuentas en el mármol de la mesa de despachar y bueno para terminar ¿que me decís de la parte filosófica de hacer la cama? claro que con el mismo razonamiento ¿para que nos duchamos si al día siguiente hay que volver a hacerlo?
En fin, reflexiones de la vida misma y os dejo que voy a seguir escribiendo otras cosas que si no me quedo y nunca llegáis al capitulo de turno.
Marta: como seguro que te imaginas no tengo ni idea porque tus comentarios salen como anónimos, pero lo importante es que contestes porque eso quiere decir que mi fama ya traspasa fronteras y ya andamos por Bélgica ¡anda, para que veáis con quien os estáis jugando los cuartos!
Un abrazo
Tino Belas




CAPITULO 6.-

El tema era el de siempre, un hombre mayor, ingresado en un Hospital, le contaba a una enfermera su paso por la vida. Se trataba de un Veterinario que había ejercido primero en la capital y después solicitó el traslado a una aldea gallego de cincuenta habitantes y toda para olvidarse de gravísimo accidente de tráfico que habían sufrido su hijo y unos amigos en el que todos los que volvían de una fiesta, cuatro amigos y la novia de uno de ellos, resultaron con lesiones graves y el que salió peor parado fue el hijo del protagonista que después de estar en coma casi tres meses, a continuación se murió. Su mujer, que había aguantado horas y horas en la UVI, entró en una profunda depresión y después de un intento de suicidio, se vio en la obligación de ingresarla en un Centro Psiquiátrico  donde según le informaban los Médicos que la trataban, iba empeorando por días y no parecía que hubiera la menor posibilidad de darle el alta y que se volviera a su casa. Al parecer había desarrollado una manía persecutoria que la hacía ser una persona muy peligrosa. Según ella todos los conductores de los Renault eran unos asesinos que iban matando chicos jóvenes por las calles de las grandes ciudades. El protagonista de la novela, un tal Peter Conschensky, estuvo casi un año tratando de ayudarla, se pasaba horas y horas en el Hospital, dejó todos sus negocios para dedicarse en cuerpo y alma a su mujer, pero a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguió nada de nada y al final ya no sabía si era manía persecutoria , Alzhéimer o lo que fuese, el caso es que no le conocía e incluso en alguna ocasión le había echado de la visita porque su sola presencia le producía, según los días, una profunda agitación. Intentó ir con sus hijos, se hizo acompañar por algún amigo, incluso contrató los servicios de una matrona para acompañarle con la idea de darle celos, pero ese día no le conoció y no tuvo oportunidad de ponerse, nunca mejor dicho, que como una loca. Esos días permanecía sentada en una silla de enea con las piernas separadas y durante cuarenta y cinco minutos no movía ni un solo músculo. El tiempo pasaba, la enfermedad iba de mal en peor, los hijos se olvidaron de su madre y hasta el propio Peter decidió que ya estaba bien.

Había llegado hasta aquí en el libro que tenía ante su vista, página ciento treinta y nueve y ahora tenía la oportunidad de seguir. Se sentó en el porche, encendió la luz, se ajustó las gafas e intentó continuar con la lectura. Sin embargo, mientras sus ojos recorrían las letras, su mente se encontraba en otro lugar. De vez en cuando le ocurría lo mismo y siempre terminaba con una sonrisa. Juan repasaba algunos aspectos de su vida y siempre sentía las mismas sensaciones. A pesar de todas las desgracias que ocurrían a diario, él nunca habría tenido, con su familia, ninguna de esas tragedias. Su familia era normal y normales eran también sus hijos, excepto la muerte de su padre y dos sobrinos, los demás miembros de la familia disfrutaban de buena salud y hasta ese momento, todo lo había resuelto con su dinero. ¿Qué pasaría si Ana sufriera alguna enfermedad incurable? ¿Su reacción sería como la del protagonista de la novela? ¿Tendría paciencia? ¿Seguiría creyendo que Dios era Dios y le enviaba lo mejor para él? ¡Que fácil ha sido la solución!

Pasados unos minutos, Juan cerró el libro, se desvistió, se puso un pijama, se metió en la cama, rezó un Padrenuestro como hacía todas las noches desde que se lo enseñó su madre cuando tenía cinco años y a continuación se quedó profundamente dormido hasta que el sol de la mañana inundó la habitación con una luz y una fuerza que obligaba a sus moradores a levantarse con una sonrisa de felicidad. Ana preparó un café de puchero depositando varios granos de café en un cazo en el que había calentado agua previamente, mientras que Juan era el encargado de las tostadas. Se había hecho con unas tenazas de barbacoa y cada uno o dos minutos daba la vuelta a unas rebanadas de pan de hogaza que tenía reservadas desde el día que fue a la tienda del pueblo. Ana depositó las dos tazas sobre un mantel de cuadros en la mesa de la cocina mientras Juan  hacía lo propio con sus tostadas. De una estantería  sacó la sacarina y un tarro de miel y los añadió a la mesa. Se sentaron y ante las humeantes tazas de café hicieron una declaración de intenciones para el día que comenzaba.

-        Hoy tenemos un día muy duro – fue Juan el primero en desvelar sus planes.
-        ¿Si? – Ana dibujó una sonrisa
-        El duro trabajo me llama y no me va a quedar mas remedio que planificarme bien porque me toca acercarme al pueblo, comprar pan, servilletas y una botella de vinagre ¡vaya trabajo! ¿me acompañarás?
-        Si, claro, por mi no hay problemas pero se me está ocurriendo ir andando
-        Nos va a llevar toda la mañana
-        ¡Y que! ¿tienes algo que hacer después?
-        Aquí siempre hay algo que hacer. Tengo que revisar la huerta porque los tomates están saliendo francamente mal y debe ser porque a lo mejor necesitan algo mas de agua. En cualquier caso, si quieres, a la vuelta le preguntamos a Lola por si a ella le pasa lo mismo
-        No se si estará porque últimamente no anda muy allá de la espalda y creo que se va todas las mañanas a Rehabilitación
-        Bueno, al pasar preguntamos y si no está, no pasa nada, le preguntamos otro día ¿nos vamos?
-        ¡eh, eh! Caballero no me agobie que tengo que recoger el desayuno, limpiar un poco y hacer la cama.
-        ¿Te ayudo?
-        Mejor para mí, vamos.

Entre los dos estiraron la cama y como siempre fue ella la que le dio el último toque al edredón que siempre estaba unos centímetros más hacia el lado de Juan. El protestaba ante lo que le parecía una exageración y con un ¡que mas da! quería dejar resuelta la situación.

-        Pues no da igual, Juan, la cama hay que hacerla como Dios manda y si sobra un poco de edredón por un lado lo lógico es tirar de esta punta y dejarlo bien.
-        Tengo que reconocer que eres perfecta – después de tantos años juntos Juan todavía seguía enamorado de su mujer y sabía que esos pequeños detalles ella los agradecía
-        Algo habrás tenido tú que ver ¿no te parece?
-        Será – Juan se acordaba de su época de trabajador incansable y si que era verdad que intentaba hacer las cosas lo mejor posible y eso intentaba inculcárselo a todos los que estaban a su alrededor.
-        Tampoco te pongas muy gallito porque me ha costado mi tiempo y mi trabajo hasta conseguir que me ayudaras a hacer la cama
-        Es que se está muchísimo mejor leyendo el periódico que haciendo una cama, que además por la noche se vuelve a deshacer
-        Si, señorito, pero algo tienes que perder porque sinó ¿Qué pasa? ¿siempre tengo que ceder yo?
-        Venga, no te quejes que desde que nos vinimos aquí me tienes como a una asistenta por horas. Fíjate como será que estoy pensando pedirte un sueldo

Ana sonrió desafiante desde el quicio de la ventana

-        No se si haces las cosas a mi gusto, lo tendré que pensar.
-        Bueno, señora, ¿le parece que nos pongamos en marcha?
-        Si, espérame cinco minutos que me doy una ducha rápida y nos vamos.

Desde la pequeña mesa camilla del dormitorio Juan observaba a su mujer que se duchaba con la puerta del cuarto de baño abierta. A través de la mampara y como difuminada apreciaba el cuerpo de aquella señora que durante tantos años había compartido su vida que se esforzaba en enjabonarse entera, mientras tarareaba una canción de Los Panchos de allá por los años sesenta y pico. Efectivamente fue una ducha rápida y casi sin tiempo de pensar en nada, ya estaban cerrando la puerta y encaminándose hacia el pueblo. El sol comenzaba a calentar, la tierra se desprendía todavía del rocío de la noche y parecía que el día iba a ser de un calor agobiante, pero todavía era pronto. El verano iba languideciendo y el otoño asomaba su rostro para ir haciéndose ver. Ana ataviada con una camisa de rayas blancas y azules con amplios faldones que la llegaban hasta casi las rodillas, dejando ver unos “shorts” blancos. Unas bambas azul marino y un sombrero de paja de ala ancha con dos cintas que caían hasta su nuca  confundiéndose con una cola de caballo que recogía su pelo rubio. Un conjunto que le daba un aire juvenil, aunque en el tipo ya empezaba a notarse el paso de los años. Juan caminaba a su lado con sus pantalones vaqueros su camisa blanca también por fuera de los pantalones, zapatillas blancas y el inevitable sombrero de paja. Con todo ello trataba de imitar a su mujer sin conseguirlo del todo. Su cara estaba surcada de profundas arrugas que le daban un aspecto de mucho mas viejo que su pareja. Para su edad caminaban con paso bastante ligero por un camino rectilíneo que parecía terminar en un conjunto de casas bajas que se adivinaban al final de la larga recta. Unos árboles estratégicamente plantados indicaban la dirección adecuada a través de amplias fincas sin posibilidad de pérdida.

Simón, el panadero, preparó la hogaza de pan de pueblo de todos los lunes y jueves, le envolvió en papel marrón dejando sus huellas en forma de polvo de trigo blanco y se la entregó a Juan mientras con su mano derecha cobraba.

-        Aquí tiene su pan ¿qué tal va todo? – preguntó el panadero
-        Bien, como siempre, ya sabes que esto cambia poco
-        Y que sigamos así y no como el Eduardo, el que vivía por encima de la fuente de la Hilaria, que ayer se murió
-        ¿Eduardo? - Juan trataba de hacer memoria – ahora mismo si te soy sincero, no caigo quien es
-        Si hombre si, uno bajito que ayudaba a Misa de vez en cuando.
-        No se
-        Si lo tenía que conocer – el panadero buscaba nuevas señas de identidad – Se vino para el pueblo cuando se quedó viudo. Era Catedrático en Barcelona
-        ¿Y de que se ha muerto?
-        Ni idea, por lo visto el Julio, el cartero, fue a llevarle una carta a su casa y como no le abría, se asomó por la ventana de la cocina y allí estaba muerto tirado en el suelo.
-        Sería un infarto
-        Pues sería
-        Está claro que a todos nos llega nuestra hora
-        Eso es lo único seguro
-        Bueno, Simón, hasta el jueves que espero que me des mejores noticias.
-        Eso espero

Ana miraba unas semillas en la tienda de Juana y al ver a su marido que salía de la panadería dijo adiós y se unió a él.  Ya eran unos cuantos años los que llevaban viviendo en las proximidades del pueblo y aunque bajaban poco conocían a casi todo el mundo y así no paraban de saludar a unos y a otros. Algunos les preguntaban por sus hijos, otros por su salud y los profesionales por las obras que habían realizado en su domicilio. Todos recibían la respuesta adecuada de Juan y Ana.

-        Don Juan – le preguntó Antón el albañil que le hacía chapuzas en su casa - ¿sabe que se ha muerto el Eduardo?
-        Si – contestó Juan – me lo acaba de decir Simón.
-        El caso es que no se sabe de que
-        Pues se habrá muerto de un infarto que es la explicación más fácil ante una muerte súbita como esa y no te da tiempo de avisar a nadie.
-        Eso es lo que digo yo, pero ya sabe como son en los pueblos. Ahora dicen que hace poco había contratado a una ucraniana para que le hiciera las labores del hogar y las malas lenguas, ya sabe lo que pasa, que si lo ha matado porque se quiere quedar con la herencia, que si le ha dado varias pastillas para dormir y se ha pasado en la dosis, que si el Eduardo estaba en la cama con ella y como consecuencia del esfuerzo le dio un ataque al corazón y se murió y muchas mas cosas
-        Hay que ver la gente como inventa, como se nota que hay poco que hacer.
-        El caso es que el pobre Eduardo, que Dios lo tenga en su gloria, no se le conocían relaciones de ningún tipo con nadie y parece todo como muy raro.
-        ¿Y sabes si han llamado ya a la Guardia Civil?
-        Seguro que si porque sinó Cosme, el enterrador, ya estaría dando vueltas por aquí y no se le ha visto el pelo
-        O sea que le tienen que hacer la autopsia
-        Normal, uno no se muere así como así y la familia quiere saber el porqué.
-        Es curioso porque los hijos venían muy poco por aquí.
-        No, no,  - Antón escupió en el suelo – no venían nunca, pero ahora que se han enterado que tenía algo de dinero aparecen como buitres.
-        Pero el Eduardo ese que dices ¿tenía dinero?
-        Ya sabe usted, Don Juan, que en los pueblos la gente tiene montes y montes y tierras y más tierras y si los ve llevan una vida de lo más miserable.
-        Ese no era el caso de Eduardo porque es verdad que no gastaba mucho, pero tampoco era un cutre de esos de competición. Era historiador ¿no?
-        El decía que si y hace tiempo me llamó para que le pusiera en contacto con Don Genaro, el notario de la capital, porque tenía intención de escribir la historia del pueblo, pero creo que no le pareció muy interesante y no le hizo ni puñetero caso.
-        ¿Y que fue lo que hizo? – preguntó Juan
-        Nada ¡que podría  hacer! Comer poco, no salir y aprovechar la huerta ¿qué otra cosa podría hacer?
-        No lo se, pero era una buena presa para una lagartona de esas que andan por ahí. Intentaría echarle el guante y quedarse con su dinero
-        Es posible pero difícil porque en los pueblos se sabe todo y le puedo asegurar que eso se sabría.
-         O sea que si no he entendido mal tenía dinero, no tenía novias conocidas y de salud ¿cómo andaba?
-        Parece ser que bien.
-        Bueno, la salud siempre está bien hasta que un día deja de estarlo. Esto es así
-        Tiene razón y aunque el hospital de la ciudad funciona perfectamente hay cosas que, aunque nos empeñemos no tienen arreglo. Bueno Antón, perdona que no me pare a tomar un vino contigo, pero justo hoy ando un poco apurado de tiempo
-        Pues entonces, Don Juan ¡hasta la próxima!
-        Adiós, Antón

7 comentarios:

  1. Esta novela va muy bien. Reconozco que el comienzo del capítulo me ha trastocado pero, superado el trance, me he enganchado enseguida.
    Vamos aumentando los seguidores...Enhorabuena !!!
    Bss

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    1. Pero si lo acaba de publicar!!!! Como te ha dado tiempo a leerlo?

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  2. Que corto!!! Llevo toda la semana esperando y se me ha hecho cortisimo. No se si hacer trampas y leer mas! Yo como enchufada que soy tengo la novela completa pero intentare aguantar.
    Al principio he pensado que te habias equivocado de novela y que habias puesto un trozo de otra.
    Me esta gustando mucho.
    El proximo capitulo lo leo en madrid .BIEN!!!!!!!!
    Ya he aprendido ha escribir el comentario sin que sea anonimo.
    Hasta la semana que viene!

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  3. Marta, como se acababa el día y no me habia llegado el capítulo, me he metido en el blog directamente (echaba de menos mi capítulo de cada domingo). Se ve que lo he leído antes de publicarlo

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  4. El Tío Javier Belas3 de marzo de 2013, 23:52

    Me ha pasado lo mismo que a Marta. Tino se ha equivocado de novela, pero no, llegaron Juan y Ana y me di cuenta de que todo va bien y la vida de pueblo sigue su rutina. Por cierto, estoy dándole vuelta quienes son o a quienes representan y no tengo ni idea de poder conocer a nadie parecido, danos unas pistas para descubrirlos. A lo mejor soy yo porque en lo de hacer la cama me pasa algo parecido...
    Adiós a todos

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  5. A mi tambien me ha parecido cortisimo este capitulo. Me encanta la vida en el pueblo...Yo cuando me jubile quiero vivir como ellos.!!!!que envidia¡¡¡¡¡¡ Hasta el siguiente capitulo....Besos.

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  6. Me ha gustado el principio, que descololoque!

    Voy q ver si Guille me deja leer el siguiente...

    Besos!

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