Queridos blogueros/as: He empezado a leer el capitulo de esta semana y he tenido la impresión que otra vez le había dado sin darme cuenta a eso de copiar y pegar y se me había colado aquí algún fragmento de otra novela porque esto aquí no pega ni con cola, pero bueno lo escrito escrito está y así se queda, pero ha sido una experiencia curiosa porque me he fijado en algunas cosas que escribo así como así y todo tiene su porqué, por ejemplo, preparan en la casa de campo un café de pota ¿a que eso si que pega? y que me decís de la indumentaria de los dos. La verdad es que no les pongo cara, bueno si que se la pongo, pero desde que me enteré que esto se puede leer hasta en la China, no me atrevo a decir quienes son, pero todos los que me leéis los conocéis y allá cada cual con su imaginación, pero la indumentaria eso si que no hay duda, tiene algo de mediterránea, y ya puestos a imaginar ¿que me decís de Simón el panadero? claro que tiene que tener las manos grandes con los dedos blancos de amasar, un gorro blanco así como de lado y hasta le podíamos poner una colilla en la oreja derecha, casi no, mejor un lápiz para hacer las cuentas en el mármol de la mesa de despachar y bueno para terminar ¿que me decís de la parte filosófica de hacer la cama? claro que con el mismo razonamiento ¿para que nos duchamos si al día siguiente hay que volver a hacerlo?
En fin, reflexiones de la vida misma y os dejo que voy a seguir escribiendo otras cosas que si no me quedo y nunca llegáis al capitulo de turno.
Marta: como seguro que te imaginas no tengo ni idea porque tus comentarios salen como anónimos, pero lo importante es que contestes porque eso quiere decir que mi fama ya traspasa fronteras y ya andamos por Bélgica ¡anda, para que veáis con quien os estáis jugando los cuartos!
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
6.-
El
tema era el de siempre, un hombre mayor, ingresado en un Hospital, le contaba a
una enfermera su paso por la vida. Se trataba de un Veterinario que había
ejercido primero en la capital y después solicitó el traslado a una aldea
gallego de cincuenta habitantes y toda para olvidarse de gravísimo accidente de
tráfico que habían sufrido su hijo y unos amigos en el que todos los que
volvían de una fiesta, cuatro amigos y la novia de uno de ellos, resultaron con
lesiones graves y el que salió peor parado fue el hijo del protagonista que
después de estar en coma casi tres meses, a continuación se murió. Su mujer,
que había aguantado horas y horas en la
UVI , entró en una profunda depresión y después de un intento
de suicidio, se vio en la obligación de ingresarla en un Centro
Psiquiátrico donde según le informaban
los Médicos que la trataban, iba empeorando por días y no parecía que hubiera
la menor posibilidad de darle el alta y que se volviera a su casa. Al parecer
había desarrollado una manía persecutoria que la hacía ser una persona muy
peligrosa. Según ella todos los conductores de los Renault eran unos asesinos
que iban matando chicos jóvenes por las calles de las grandes ciudades. El
protagonista de la novela, un tal Peter Conschensky, estuvo casi un año
tratando de ayudarla, se pasaba horas y horas en el Hospital, dejó todos sus
negocios para dedicarse en cuerpo y alma a su mujer, pero a pesar de todos sus
esfuerzos, no consiguió nada de nada y al final ya no sabía si era manía
persecutoria , Alzhéimer o lo que fuese, el caso es que no le conocía e incluso
en alguna ocasión le había echado de la visita porque su sola presencia le
producía, según los días, una profunda agitación. Intentó ir con sus hijos, se
hizo acompañar por algún amigo, incluso contrató los servicios de una matrona
para acompañarle con la idea de darle celos, pero ese día no le conoció y no
tuvo oportunidad de ponerse, nunca mejor dicho, que como una loca. Esos días
permanecía sentada en una silla de enea con las piernas separadas y durante
cuarenta y cinco minutos no movía ni un solo músculo. El tiempo pasaba, la
enfermedad iba de mal en peor, los hijos se olvidaron de su madre y hasta el
propio Peter decidió que ya estaba bien.
Había
llegado hasta aquí en el libro que tenía ante su vista, página ciento treinta y
nueve y ahora tenía la oportunidad de seguir. Se sentó en el porche, encendió
la luz, se ajustó las gafas e intentó continuar con la lectura. Sin embargo,
mientras sus ojos recorrían las letras, su mente se encontraba en otro lugar.
De vez en cuando le ocurría lo mismo y siempre terminaba con una sonrisa. Juan
repasaba algunos aspectos de su vida y siempre sentía las mismas sensaciones. A
pesar de todas las desgracias que ocurrían a diario, él nunca habría tenido,
con su familia, ninguna de esas tragedias. Su familia era normal y normales
eran también sus hijos, excepto la muerte de su padre y dos sobrinos, los demás
miembros de la familia disfrutaban de buena salud y hasta ese momento, todo lo
había resuelto con su dinero. ¿Qué pasaría si Ana sufriera alguna enfermedad
incurable? ¿Su reacción sería como la del protagonista de la novela? ¿Tendría
paciencia? ¿Seguiría creyendo que Dios era Dios y le enviaba lo mejor para él?
¡Que fácil ha sido la solución!
Pasados
unos minutos, Juan cerró el libro, se desvistió, se puso un pijama, se metió en
la cama, rezó un Padrenuestro como hacía todas las noches desde que se lo
enseñó su madre cuando tenía cinco años y a continuación se quedó profundamente
dormido hasta que el sol de la mañana inundó la habitación con una luz y una
fuerza que obligaba a sus moradores a levantarse con una sonrisa de felicidad. Ana
preparó un café de puchero depositando varios granos de café en un cazo en el
que había calentado agua previamente, mientras que Juan era el encargado de las
tostadas. Se había hecho con unas tenazas de barbacoa y cada uno o dos minutos
daba la vuelta a unas rebanadas de pan de hogaza que tenía reservadas desde el
día que fue a la tienda del pueblo. Ana depositó las dos tazas sobre un mantel
de cuadros en la mesa de la cocina mientras Juan hacía lo propio con sus tostadas. De una
estantería sacó la sacarina y un tarro
de miel y los añadió a la mesa. Se sentaron y ante las humeantes tazas de café
hicieron una declaración de intenciones para el día que comenzaba.
-
Hoy tenemos un
día muy duro – fue Juan el primero en desvelar sus planes.
-
¿Si? – Ana dibujó
una sonrisa
-
El duro trabajo
me llama y no me va a quedar mas remedio que planificarme bien porque me toca
acercarme al pueblo, comprar pan, servilletas y una botella de vinagre ¡vaya
trabajo! ¿me acompañarás?
-
Si, claro, por mi
no hay problemas pero se me está ocurriendo ir andando
-
Nos va a llevar
toda la mañana
-
¡Y que! ¿tienes
algo que hacer después?
-
Aquí siempre hay
algo que hacer. Tengo que revisar la huerta porque los tomates están saliendo
francamente mal y debe ser porque a lo mejor necesitan algo mas de agua. En
cualquier caso, si quieres, a la vuelta le preguntamos a Lola por si a ella le
pasa lo mismo
-
No se si estará
porque últimamente no anda muy allá de la espalda y creo que se va todas las
mañanas a Rehabilitación
-
Bueno, al pasar
preguntamos y si no está, no pasa nada, le preguntamos otro día ¿nos vamos?
-
¡eh, eh!
Caballero no me agobie que tengo que recoger el desayuno, limpiar un poco y
hacer la cama.
-
¿Te ayudo?
-
Mejor para mí,
vamos.
Entre
los dos estiraron la cama y como siempre fue ella la que le dio el último toque
al edredón que siempre estaba unos centímetros más hacia el lado de Juan. El
protestaba ante lo que le parecía una exageración y con un ¡que mas da! quería
dejar resuelta la situación.
-
Pues no da igual,
Juan, la cama hay que hacerla como Dios manda y si sobra un poco de edredón por
un lado lo lógico es tirar de esta punta y dejarlo bien.
-
Tengo que
reconocer que eres perfecta – después de tantos años juntos Juan todavía seguía
enamorado de su mujer y sabía que esos pequeños detalles ella los agradecía
-
Algo habrás
tenido tú que ver ¿no te parece?
-
Será – Juan se
acordaba de su época de trabajador incansable y si que era verdad que intentaba
hacer las cosas lo mejor posible y eso intentaba inculcárselo a todos los que
estaban a su alrededor.
-
Tampoco te pongas
muy gallito porque me ha costado mi tiempo y mi trabajo hasta conseguir que me
ayudaras a hacer la cama
-
Es que se está
muchísimo mejor leyendo el periódico que haciendo una cama, que además por la
noche se vuelve a deshacer
-
Si, señorito,
pero algo tienes que perder porque sinó ¿Qué pasa? ¿siempre tengo que ceder yo?
-
Venga, no te
quejes que desde que nos vinimos aquí me tienes como a una asistenta por horas.
Fíjate como será que estoy pensando pedirte un sueldo
Ana
sonrió desafiante desde el quicio de la ventana
-
No se si haces
las cosas a mi gusto, lo tendré que pensar.
-
Bueno, señora,
¿le parece que nos pongamos en marcha?
-
Si, espérame
cinco minutos que me doy una ducha rápida y nos vamos.
Desde
la pequeña mesa camilla del dormitorio Juan observaba a su mujer que se duchaba
con la puerta del cuarto de baño abierta. A través de la mampara y como
difuminada apreciaba el cuerpo de aquella señora que durante tantos años había
compartido su vida que se esforzaba en enjabonarse entera, mientras tarareaba
una canción de Los Panchos de allá por los años sesenta y pico. Efectivamente
fue una ducha rápida y casi sin tiempo de pensar en nada, ya estaban cerrando
la puerta y encaminándose hacia el pueblo. El sol comenzaba a calentar, la
tierra se desprendía todavía del rocío de la noche y parecía que el día iba a
ser de un calor agobiante, pero todavía era pronto. El verano iba
languideciendo y el otoño asomaba su rostro para ir haciéndose ver. Ana
ataviada con una camisa de rayas blancas y azules con amplios faldones que la
llegaban hasta casi las rodillas, dejando ver unos “shorts” blancos. Unas
bambas azul marino y un sombrero de paja de ala ancha con dos cintas que caían
hasta su nuca confundiéndose con una
cola de caballo que recogía su pelo rubio. Un conjunto que le daba un aire
juvenil, aunque en el tipo ya empezaba a notarse el paso de los años. Juan
caminaba a su lado con sus pantalones vaqueros su camisa blanca también por
fuera de los pantalones, zapatillas blancas y el inevitable sombrero de paja.
Con todo ello trataba de imitar a su mujer sin conseguirlo del todo. Su cara
estaba surcada de profundas arrugas que le daban un aspecto de mucho mas viejo
que su pareja. Para su edad caminaban con paso bastante ligero por un camino
rectilíneo que parecía terminar en un conjunto de casas bajas que se adivinaban
al final de la larga recta. Unos árboles estratégicamente plantados indicaban
la dirección adecuada a través de amplias fincas sin posibilidad de pérdida.
Simón,
el panadero, preparó la hogaza de pan de pueblo de todos los lunes y jueves, le
envolvió en papel marrón dejando sus huellas en forma de polvo de trigo blanco
y se la entregó a Juan mientras con su mano derecha cobraba.
-
Aquí tiene su pan
¿qué tal va todo? – preguntó el panadero
-
Bien, como
siempre, ya sabes que esto cambia poco
-
Y que sigamos así
y no como el Eduardo, el que vivía por encima de la fuente de la Hilaria , que ayer se murió
-
¿Eduardo? - Juan
trataba de hacer memoria – ahora mismo si te soy sincero, no caigo quien es
-
Si hombre si, uno
bajito que ayudaba a Misa de vez en cuando.
-
No se
-
Si lo tenía que
conocer – el panadero buscaba nuevas señas de identidad – Se vino para el
pueblo cuando se quedó viudo. Era Catedrático en Barcelona
-
¿Y de que se ha
muerto?
-
Ni idea, por lo visto
el Julio, el cartero, fue a llevarle una carta a su casa y como no le abría, se
asomó por la ventana de la cocina y allí estaba muerto tirado en el suelo.
-
Sería un infarto
-
Pues sería
-
Está claro que a
todos nos llega nuestra hora
-
Eso es lo único
seguro
-
Bueno, Simón,
hasta el jueves que espero que me des mejores noticias.
-
Eso espero
Ana
miraba unas semillas en la tienda de Juana y al ver a su marido que salía de la
panadería dijo adiós y se unió a él. Ya
eran unos cuantos años los que llevaban viviendo en las proximidades del pueblo
y aunque bajaban poco conocían a casi todo el mundo y así no paraban de saludar
a unos y a otros. Algunos les preguntaban por sus hijos, otros por su salud y
los profesionales por las obras que habían realizado en su domicilio. Todos
recibían la respuesta adecuada de Juan y Ana.
-
Don Juan – le
preguntó Antón el albañil que le hacía chapuzas en su casa - ¿sabe que se ha
muerto el Eduardo?
-
Si – contestó
Juan – me lo acaba de decir Simón.
-
El caso es que no
se sabe de que
-
Pues se habrá
muerto de un infarto que es la explicación más fácil ante una muerte súbita
como esa y no te da tiempo de avisar a nadie.
-
Eso es lo que
digo yo, pero ya sabe como son en los pueblos. Ahora dicen que hace poco había
contratado a una ucraniana para que le hiciera las labores del hogar y las
malas lenguas, ya sabe lo que pasa, que si lo ha matado porque se quiere quedar
con la herencia, que si le ha dado varias pastillas para dormir y se ha pasado
en la dosis, que si el Eduardo estaba en la cama con ella y como consecuencia
del esfuerzo le dio un ataque al corazón y se murió y muchas mas cosas
-
Hay que ver la
gente como inventa, como se nota que hay poco que hacer.
-
El caso es que el
pobre Eduardo, que Dios lo tenga en su gloria, no se le conocían relaciones de
ningún tipo con nadie y parece todo como muy raro.
-
¿Y sabes si han
llamado ya a la Guardia
Civil ?
-
Seguro que si
porque sinó Cosme, el enterrador, ya estaría dando vueltas por aquí y no se le
ha visto el pelo
-
O sea que le
tienen que hacer la autopsia
-
Normal, uno no se
muere así como así y la familia quiere saber el porqué.
-
Es curioso porque
los hijos venían muy poco por aquí.
-
No, no, - Antón escupió en el suelo – no venían
nunca, pero ahora que se han enterado que tenía algo de dinero aparecen como buitres.
-
Pero el Eduardo
ese que dices ¿tenía dinero?
-
Ya sabe usted,
Don Juan, que en los pueblos la gente tiene montes y montes y tierras y más
tierras y si los ve llevan una vida de lo más miserable.
-
Ese no era el
caso de Eduardo porque es verdad que no gastaba mucho, pero tampoco era un
cutre de esos de competición. Era historiador ¿no?
-
El decía que si y
hace tiempo me llamó para que le pusiera en contacto con Don Genaro, el notario
de la capital, porque tenía intención de escribir la historia del pueblo, pero
creo que no le pareció muy interesante y no le hizo ni puñetero caso.
-
¿Y que fue lo que
hizo? – preguntó Juan
-
Nada ¡que
podría hacer! Comer poco, no salir y
aprovechar la huerta ¿qué otra cosa podría hacer?
-
No lo se, pero
era una buena presa para una lagartona de esas que andan por ahí. Intentaría
echarle el guante y quedarse con su dinero
-
Es posible pero
difícil porque en los pueblos se sabe todo y le puedo asegurar que eso se
sabría.
-
O sea que si no he entendido mal tenía dinero,
no tenía novias conocidas y de salud ¿cómo andaba?
-
Parece ser que
bien.
-
Bueno, la salud
siempre está bien hasta que un día deja de estarlo. Esto es así
-
Tiene razón y
aunque el hospital de la ciudad funciona perfectamente hay cosas que, aunque
nos empeñemos no tienen arreglo. Bueno Antón, perdona que no me pare a tomar un
vino contigo, pero justo hoy ando un poco apurado de tiempo
-
Pues entonces,
Don Juan ¡hasta la próxima!
-
Adiós, Antón
Esta novela va muy bien. Reconozco que el comienzo del capítulo me ha trastocado pero, superado el trance, me he enganchado enseguida.
ResponderEliminarVamos aumentando los seguidores...Enhorabuena !!!
Bss
Pero si lo acaba de publicar!!!! Como te ha dado tiempo a leerlo?
EliminarQue corto!!! Llevo toda la semana esperando y se me ha hecho cortisimo. No se si hacer trampas y leer mas! Yo como enchufada que soy tengo la novela completa pero intentare aguantar.
ResponderEliminarAl principio he pensado que te habias equivocado de novela y que habias puesto un trozo de otra.
Me esta gustando mucho.
El proximo capitulo lo leo en madrid .BIEN!!!!!!!!
Ya he aprendido ha escribir el comentario sin que sea anonimo.
Hasta la semana que viene!
Marta, como se acababa el día y no me habia llegado el capítulo, me he metido en el blog directamente (echaba de menos mi capítulo de cada domingo). Se ve que lo he leído antes de publicarlo
ResponderEliminarMe ha pasado lo mismo que a Marta. Tino se ha equivocado de novela, pero no, llegaron Juan y Ana y me di cuenta de que todo va bien y la vida de pueblo sigue su rutina. Por cierto, estoy dándole vuelta quienes son o a quienes representan y no tengo ni idea de poder conocer a nadie parecido, danos unas pistas para descubrirlos. A lo mejor soy yo porque en lo de hacer la cama me pasa algo parecido...
ResponderEliminarAdiós a todos
A mi tambien me ha parecido cortisimo este capitulo. Me encanta la vida en el pueblo...Yo cuando me jubile quiero vivir como ellos.!!!!que envidia¡¡¡¡¡¡ Hasta el siguiente capitulo....Besos.
ResponderEliminarMe ha gustado el principio, que descololoque!
ResponderEliminarVoy q ver si Guille me deja leer el siguiente...
Besos!