Queridos blogueros/as: Capítulo que podríamos definir como polémico, de esos que sin querer porque no me acuerdo que fuera esa mi intención, que es de esos para discutir en familia y oir las opiniones de todos.
Como siempre, espero que os guste
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
7.-
Pasaron
por la tienda del pueblo, compraron aceite, vinagre, un paquete de servilletas
y tres o cuatro cajas de galletas y con una bolsa cada uno en la mano,
volvieron sobre sus pasos y enfilaron la larga recta que les conducía a su casa
y ésta los recibió con la cancela cerrada a cal y canto. Abrieron, colocaron la
compra, cada cosa en su sitio y se sentaron a descansar en los sillones de la
terraza. Con las bromas, entre ir y volver, habían consumido casi cinco horas y
ya empezaban a notarse no solamente los años, sino también, porque no decirlo,
los kilos. A continuación una canóniga, nombre que se daba vulgarmente a una
cabezada antes de comer, y a despertarse con el sol que se desplazaba lo justo
como para darles en la cara. Entre los dos prepararon una ensalada y un filete
empanado, comida habitual cuando Ana no había dedicado la mañana a cocinar.
Entre
pitos y flautas ya eran las cuatro de la tarde de un día más ¿o sería un día
menos? Nueva cabezada, esta vez en la terraza cerrada, con música clásica de
fondo y un momento típico para pensar. La muerte del Eduardo, un desconocido
para Juan, fue la chispa que encendió la mecha de ese tema que daba para tantas
interpretaciones. Era una situación que a todos, antes o después, nos tiene que
llegar. En este tema si que no existían dudas, ricos, pobres, enfermos, sanos,
simpáticos y antipáticos, feos, cabrones, santos de ponerlos en los altares,
vividores, vendedores, honrados y de los otros, de derechas, de izquierdas,
todos tenían que pasar por el Tribunal de Clasificación que, según habladurías
porque nadie había vuelto para contarlo, se dedicaba a distribuir solo por sus
actos a los candidatos y así a unos los mandaban a un pasillo luminoso en el
que se apreciaba la presencia de una intensa luz reflejo de la presencia de
Dios, a otros los aparcaba en un pasillo intermedio con una luz adecuada para
la espera y a los malos de solemnidad los enviaba por una especie de tobogán
hasta el infierno que habían disfrutado en la tierra, engañando, estafando,
siendo mala gente, poco cumplidor, nada
caritativo y ahora les tocaba padecer por los siglos de los siglos, amen.
Todo
esto se lo contaban los curas a sus feligreses y éstos se lo creían a pies
juntillas sin objetar absolutamente nada. Era así, porque era así y se acabó.
Sin embargo para Juan el pasillo primero, el bueno, el de llegar al cielo, al
paraiso o donde fuera, era mucho mas ancho y por él pasaría casi todo el mundo
¿acaso Dios no era el ser mas misericordioso del mundo? ¿Cómo podía ser tan
injusto como para condenar a alguien, nada menos que eternamente sin
posibilidad de rectificar? Eso no podía ser y estaba convencido. Claro que, por
otra parte, también pensaba que los que se sacrificaban en este mundo también
deberían tener alguna compensación, sinó ¿para que te tenías que sacrificar en
algunas cosas si no se tenía ninguna recompensa? Juan era católico y
practicante, pero a su vez también era crítico con las cosas que veía mal en la Iglesia y así se lo hacía
saber, cada vez que se encontraba con Don Alejandro, el párroco del pueblo, a
quien le rompía los esquemas. El sacerdote era tan buena persona como grande de
cuerpo, desprendía buen humor a pesar de sus años y toda su actividad estaba
encaminada a conseguir atraer hacía la parroquia a jóvenes que continuaran las
tradiciones de la Iglesia. Inspiraba confianza y se mostraba como un
extraordinario conversador. Muchas tardes al calor de la chimenea de Juan y Ana
tomaba un te con ellos y discutían de lo divino y de lo humano, aunque siempre
acababa siendo el culpable de casi todos los sucesos el Presidente del Gobierno
que, según su propia expresión, “si tu no crees, difícil es que te crean” y así
nos lucía el pelo. Don Alejandro era un hombre cercano, estaba más tiempo en la
calle que en la
Iglesia. Conocía a todos sus feligreses y aunque con unos
tenía mas confianza que con otros, intentaba solucionar los problemas de todos.
Se interesaba mas por los problemas de los
pobres, pero entendía los de los ricos, hablaba por los codos y lo único
que echaba de menos, en eso era igual que Juan, tener menos años para tener mas
tiempo para resolver la cantidad de cosas que se acumulaban en su mesa de
trabajo. Se mordía poco la lengua y por su especial verborrea lo mismo
criticaba al Presidente que al Obispo de Roma, le daba igual. Sus penas eran
las suyas y difícil que las entendieran fuera del pueblo, donde llevaba más de
cuarenta años de Párroco. Una vez al mes tenía la obligación de trasladarse a
la capital de la provincia para dar lo que él llamaba “las novedades” y
aprovechaba para recordar a quien correspondiese que lo que le había contado en
la visita anterior, todavía no se había resuelto.
Tenía
que reconocer que los días que iba a casa de Juan y Ana se lo pasaban muy bien.
El era un hombre culto, comparado con lo que había por allí, sabía de muchas
cosas y con sus ideas le abría su corazón con frecuencia. Ana era una mujer
bastante mejor de lo que parecía a primera vista, tenía muy buen fondo y una fe
a prueba de bombas. La ideas de su marido no las compartía, pero tampoco trataba
de convencerle de lo contrario, escuchaba, a veces asentía y otras se quedaba
pensando, pero casi nunca le llevaba la contraria. Don Alejandro mientras bebía
su segundo chupito de hierbas deleitándose con cada pequeño sorbo
-
No me ponga mucho mas que tengo
que decir Misa a las ocho.
-
No se preocupe D.
Alejandro que este licor es casero y no
lleva prácticamente nada de alcohol
-
Ya, pero de todas
maneras ya voy por el segundo, pero bueno, claro que estoy de acuerdo con
usted, el provocar deliberadamente la muerte de un ser humano, aunque sea un
niño pero un niño es tan niño con siete años como al primer mes del embarazo y
eso es indiscutible, otra cosa es que esté sin formar, pero un ser humano es.
-
Por eso le digo
que lo de la píldora esa del día después es un tema difícil, porque ¿en tan
poco tiempo está formado?
-
Yo no lo se, pero
los que entienden dicen que si, que hay vida desde el momento de la
fecundación, o sea, que también sería un aborto. Eso sí, como menos traumático,
pero igual de asesinato
-
La verdad – Juan
siempre llevaba al cura a su terreno – es que a mi el aborto me parece igual de
mal que a Usted, pero tengo mis dudas
-
Pues no las
tenga, Juan – El cura apuraba los últimos minutos de charla al igual que las
últimas gotas de licor de hierbas que todavía descansaban en el pequeño vaso –
el que mata es un asesino y eso es así
-
De acuerdo, pero
imagínese, por ejemplo que a mi hija cuando tenía doce años la hubieran violado
y se hubiera quedado embarazada ¿no sería lógico que yo como Padre la
aconsejase abortar?
-
¡Que barbaridades
dice, Jesús!
-
¿Pero sería
factible o no?
-
Si, porque no
-
Bien, pues
póngase en esa situación y de verdad Don Alejandro que yo no estoy muy seguro
de lo que le diría., posiblemente le aconsejaría que interrumpiera el embarazo,
no lo se
-
Esa es su opinión
y evidentemente yo la respeto aunque no la comparto – El cura tomó otro chupito
– una niña puede parir y dar a su niño en adopción o mil soluciones mas
-
Padre, no diga
eso por Dios – esta vez fue Ana la que intervino para dar su opinión – como se
nota que usted no sabe lo que es parir. Desde luego yo prefiero abortar que
dejar nacer a alguien a quien yo he concebido y luego darlo en adopción. Eso si
que me parece una faena.
Juan
era un buen discutidor y estaba muy acostumbrado a oír opiniones diferentes a
la suya, pero en este caso no había duda. La vida lo primero, pero eso era muy
fácil decirlo por parte de quien no tiene niños, pero si los tuvieran otro
gallo les cantaría, ¿Qué mujer sería capaz de parir y luego dar al niño? Además
y eso casi nunca salía en las discusiones, siempre se hablaba a nivel de
creyentes, pero mucha gente no lo era y también tenían sus derechos. Encima de
la mesilla de noche de Juan, entre varios libros, había un ensayo sobre la
eutanasia en el que se discutían las diferentes leyes en los distintos países
europeos y se analizaba, desde todos los puntos de vista, en que condiciones se
establecía una muerte provocada
-
Lo siento, Don
Juan, pero en eso tampoco estoy de acuerdo. No creo en la eutanasia, ni seguro
que nadie la quiere como se plantea aquí.
-
Eso es lo que
usted opina, pero mucha gente está deseando que cuando llegue el momento de la
muerte, no tenga necesidad de sufrir.
-
Si, pero eso es
distinto que matar a alguien
-
Cada vez que dice
lo de matar, asesinato, etc…etc me llama la atención porque yo lo veo mal,
igual que Usted, pero me suena como términos muy duros. No se, me parece un
poco exagerado
-
Es que ahí la Iglesia Católica
no admite dudas no se puede hacer
-
Ya, eso ya lo se
– Juan insistía en sus ideas algo reaccionarias – pero volvemos a lo mismo de
antes y ahora no hace falta que ponga de ejemplo a mi hija, no, me puedo poner
yo.
-
¿No me diga que
Usted quiere que le maten?
-
No, claro que no,
pero tampoco quiero que me prolonguen la vida artificialmente si no tengo
solución
-
¿Y eso quien lo
sabe?
-
¿Como que quien
lo sabe? - Juan se levantó y continuó su
parlamento mientras observaba como el sol se preparaba para dejar sitio a la
luna – A mi me da igual, quiero decir que si tengo noventa años no me hace
falta saber el día que Dios me tiene asignado para dejar este mundo, en el
fondo me da igual, lo que no quiero es sufrir. Cuando oyes por ahí el típico
viejo que está enchufado a mil tubos a mi, de siempre, me ha parecido mal, se
le pone un suero, una buena sedación y adiós Madrid. ¿eso es mucho pedir?
-
Pues ahí es donde
está la duda – D. Alejandro miró su reloj – una cosa es provocar la muerte, con
eso no estoy en absoluto de acuerdo y otra bien distinta es que se instauren
todos los mecanismos para que los paciente tengan una muerte digna. Eso es
distinto y con eso, no lo diga por ahí por si me excomulgan, con una muerte
digna yo estoy de acuerdo.
-
¿Y eso no se
puede regular de alguna manera?
-
Eso es lo que yo
veo más difícil. No se si Usted sabe, posiblemente no, que desde el parlamento
español los políticos pidieron la opinión de la Iglesia Católica
y el Nuncio de su Santidad nos envió un cuestionario a muchos Párrocos para que
lo contestáramos y allí, yo le puse que había que regular la muerte digna. No
sabía como, pero por lo menos intentarlo y para eso están los políticos y de
eutanasia nada de nada.
-
¿Y les hicieron
caso?
-
¿Usted que cree?
-
Supongo que no
-
Pues eso
-
Ya sabe Usted que
los políticos son como son y los de ahora peor todavía
-
Lo que yo me
pregunto todos los días – El cura miró la hora – es porqué quieren que España
se convierta en atea. No lo entiendo. En las ciudades posiblemente sea
distinto, pero en los pueblos la gente va a Misa los Domingos, unos por
devoción, otros por estar con sus vecinos o por la razón que sea, pero el caso
es que va y ahora llegan los políticos de nuevo cuño y pretenden hasta quitar
la subvención a la Iglesia
y casi, casi eliminar los Seminarios y no soy capaz de entender que es lo que
ganan con eso, pero de eso si les parece hablamos otro día porque yo me tengo
que ir
Don
Alejandro se levantó lentamente, se ajustó el sombrero, se estiró la sotana de
un negro que iba perdiendo su lucidez por el paso de los años y salió de la
casa no sin antes agradecer, como era su costumbre, la hospitalidad de Juan y
Ana y hacer votos para que nunca se acabe el magnífico aguardiente con que le
habían obsequiado. El matrimonio se volvió al amplio porche
-
Que buena gente
es Don Alejandro ¿verdad?
-
Si, si que lo es
y además para ser de pueblo es bastante razonable
-
Bueno, bueno – en
ese punto Juan no estaba de acuerdo- yo no digo que sea carca, que lo es y lo
tiene que ser si sigue las teorías de la Santa Madre Iglesia, lo que me parece es que no
van con la sociedad actual. Los curas, la Iglesia o quien fuera, deberían ser algo mas
modernos y no andar todavía con eso de los hijos que Dios te de, que usar un
preservativo es pecado y cosas por el
estilo que están fuera de la forma de pensar de la gente joven y así les luce
el pelo
-
Lo que si es
verdad es que las Misas de los niños están llenas, pero en cuanto crecen un
poco dejan de asistir
-
Pues claro, ¡para
que van a ir! Los curas tienen que cambiar el chip y ser de otra manera. La
prueba está que en cuanto aparece un cura joven, que habla como los jóvenes y
dice la homilía para jóvenes, las iglesias se ponen a reventar y los chavales
van encantados
-
Es que a veces
hay curas que te quitan la afición
-
Ahora mismo, la
mayoría
-
Hombre, Juan, no
seas exagerado
-
¿Exagerado? –
Juan se rebelaba con estos temas - ¿a cuantas Misas vamos que al salir de la Iglesia tu misma dices
muchas veces que no te has enterado de nada? Y fíjate que nosotros seguimos
yendo todos los Domingos y fiestas de guardar, pero de verdad que muchas veces
pienso que sería mejor que no fuéramos ¡total para perder el tiempo!
-
¡Que cosas dices!
Si te oyera Don Alejandro te diría que últimamente estás en contra de la Religión ¿Qué pasa? ¿Qué
has perdido la fe?
-
Pues no lo se,
tanto como perderla del todo, posiblemente no, pero que cada vez estoy mas de
acuerdo con la honestidad de la gente joven, creo que si. Ellos piensan que
pierden el tiempo y no van y yo que pienso igual, sin embargo, voy ¿no es una
contradicción?
Mientras
hablaban la noche se iba haciendo dueña y señora de la situación. Pasaba un día
más, o un día menos, y así las semanas y los meses. Juan había conseguido dejar
de fumar, lo que le provocaba auténticas crisis de ansiedad que trataba de
paliar teniendo en la mano una pipa, naturalmente sin tabaco, que la pasaba de
unos dedos a otros con un movimiento automático. De vez en cuando se la
acercaba a los labios y aspiraba con la mejor de sus intenciones, pero el humo
brillaba por su ausencia. Pipa en la mano y tiempo para reflexionar en temas
trascendentes iban inexorablemente unidas. Curiosamente, cuando hablaban de
temas sin excesiva importancia no la echaba de menos para nada y permanecía en
el centro de la mesa baja sin que nadie le hiciera el más mínimo caso. La casa
estaba construida para que la pareja, en ese retiro extraño si se tiene en
cuenta que toda su vida había transcurrido en una gran ciudad, se sintiera lo
mejor posible. Grandes ventanales desde los que se divisaban un valle enorme en
el que casi nunca soplaba viento que alterase la vida, una terraza con sillones
cómodos, un porche cerrado para esas tardes de invierno que invitan a la
tertulia, alfombras en el cuarto de estar y en conjunto una casa cómoda.
-
Yo no tengo ni
idea que es lo mejor para ser feliz, no lo se – Ana estiró las pierna
apoyándolas en una silla baja tapizada con la misma tela que el sillón – pero
lo que si que se es que hay días que son mejores que otros
-
¿Tú crees que la
felicidad tiene que ver con la forma es que has dormido la noche anterior?
-
Estoy segura que
si, pero por una cuestión de puro sentido común. Si duermes bien, normalmente
es porque te encuentras bien. Si tienes problemas de cualquier tipo, no eres
capaz de pegar un ojo
Vaya capítulo: INTENSO !!!!.
ResponderEliminarNo es momento para opinar sobre los temas profundos
que se plantean pero me gustan estos temas. Dan mucho de sí.
Es muy interesante esta novela
Bss a todos
Me esta encantando!
ResponderEliminarCada uno tendrá su opinión sobre estos tema, pero aquí las importantes son las opiniones de Juan y Ana.
Esperaremos hasta la semana que viene para ver las novedades del pueblo.
Besos!!
Me encantan las conversaciones con el cura....menudos temitas de discusión... esperando el siguiente capítulo para ver como continua la vida en el pueblo. Besos.
ResponderEliminarDesde luego ha sido el capítulo de la polémica. No es este el sitio para ponernos a polemizar sobre todos esos temas, pero me gustan y Tino con sentido común ha sabido exponer los razonamientos de Juan, Ana y el cura y cada uno tiene sus ideas todas respetables.
ResponderEliminarComo siempre enhorabuena y hasta el próximo capítulo.