sábado, 26 de noviembre de 2011

EL LOCO CAPITULO 3

Hola blogueros/as: ¿Que tal? ya estoy aquí otra vez y parece que fue ayer, pero no, ha pasado una semana ¡siete días!¡que barbaridad! como pasa el tiempo, pero bueno, está muy bien. Lo importante es que de manera rápida o lenta lo  importante es que pase porque como decía uno en una tertulia de esas miles que hay en no se que radio, no estaba de acuerdo con ser viejo, pero la alternativa era mucho peor, o sea, que ánimo que en lugar de decir con tristeza han pasado ya siete días lo que tenemos que pensar es que hemos tenido mucha suerte porque han pasado siete días. Serán siete días menos de la vida de cada uno, pero que "nos quiten lo bailao"
No se que habré desayunado esta mañana, pero como podéis comprobar estoy de lo mas filosófico, menos mal que todas las novelas están escritas antes que si no, serían de lo mas trágicas.
En fin, ahí os va el 3º capitulo de esta locura que por algo se llama el loco. Que nadie se de por aludido porque ni yo mismo se como acaba este lío, pero de verdad que no pensé en nadie conocido para escribir esto.
Este capitulo es como mas raro y como está loco el loco, y mas el que se lo inventa, se ha olvidado del muerto y no se por qué me da que no vuelve a aparecer. En fin, ¡que le vamos a hacer!
Os comunico que para eso sois mis lectores únicos y por lo tanto mis lectores preferidos, que mientras copio capitulos y mas capitulos de cosas que van apareciendo por ahí, sigo con mi diversión de escribir y ya estoy metido hasta las orejas en una novela nueva que trata de un labrador gallego (¿de donde iba a ser?) que a los sesenta y tantos años se presenta a unas oposiciones de Policia, todavía no se si de Policia del Mar o del campo y pensaba empezar en ese momento, pero no se por qué empecé primero con sus memorias y resulta que ahora ando por cuando tenía quince o dieciséis años y todavía tengo que llegar a los sesenta y cinco para empezar con lo que quiero contar, osea, que fijaros lo que tengo que inventar
En cuanto a mis memorias, " memorias de un tío normal" que así se van a llamar, sigo con ellas y ya he terminado la carrera y estoy a punto de hacer mi primera guardia en Virgen del Mar. Estoy muerto de miedo pero sigo erre que erre, pero antes tengo montones de capítulos que iré poniendo aquí.
También os diré que esta vez me habéis contestado siete, muchas gracias a todos y espero que la próxima seais diez los que comenteis  lo que os parezca. De momento no parece muy difícil de conseguir este objetivo, lo malo va a ser el día que me tengan que contestar tres mil cuatrocientos veinticuatro, por ejemplo, ese día va a ser mas complicado de conseguirlo.
Bueno, queridos y queridas, que os divertáis y hasta el sábado que viene
Tino Belascoain


CAPITULO TRES

He dormido bien, muy bien, cierto es que me tomé un Lexatin de uno y medio que para mi es mano de santo, pero la realidad es que desde las doce y pico hasta las seis de la mañana he dormido como un marqués y ahora llego a mi trabajo en el hospital y me encuentro con lo que ya sabía. Tengo que continuar la novela

Como me ocurre siempre, no se ni por donde empezar, en este caso seguir, y nunca mejor dicho porque en el fondo y según dejaba escrito ayer, es como si empezara una nueva novela.

El inspector (con c porque está ingresado en un Psiquiátrico que podemos ubicar ¡que se yo! ¿en la provincia de Burgos? Pues nada, ya estamos allí y el Inspector Fandiño ya no era tal si no que en su Historial Clínico figuraba con su verdadero nombre que no era otro que D. Manuel Seoane Castiñeiras con número de historia 101743.

Lo de Inspector Fandiño era una historia que comenzó cuando lo expedientaron en la Academia General de Policía  por comportamiento irregular y continuó cuando lo echaron del cuerpo por tratar de investigar la supuesta relación entre la mujer del Director General de la Policía con Doña Carmen Polo de Franco quien, según el inspector expedientado, tenía tendencias algo extrañas para aquella época y su lesbianismo lo hacía presente en los encuentros que mantenía de manera habitual con Doña Rosina Lopez de Bonal, la citada mujer del Director General y que, según el Inspector expulsado, no acudía al Palacio del Pardo para tomar un te, si no que, entre taza y taza, recibía y devolvía favores a la mujer del entonces Generalísmo de los Ejércitos.

Como quiera que todo lo anterior fue inventado por el joven Inspector y después de una rigurosa investigación por parte de la Brigada de Investigación de la propia Policía Nacional, se llegó a la conclusión que el Inspector Seone estaba afectado de una enfermedad que le suponía una tergiversación de los  hechos, le sometieron a un duro interrogatorio y concluyeron con que Don Manuel Seoane Castiñeiras estaba completamente loco por lo que fue inmediatamente expulsado, de manera fulminante,  del Cuerpo Nacional de Policía.

Desde su expulsión del Cuerpo y hasta su ingreso en el psiquiatrico burgalés, D. Manuel se había vuelto a su pueblo natal, Monforte de Lemos y allí gracias a los conocimientos que había adquirido en la Academia General y queriendo continuar con su indudable vocación  que era la de investigar a personas, montó, en un bajo de su propio domicilio una Agencia de Detectives que, según la propaganda que repartió por toda la provincia, estaba integrada por prestigiosos detectives, ex inspectores de Policía con amplia experiencia profesional, aunque la realidad es que la empresa estaba formada por él solo.

Como era consciente que sus ex compañeros le tenían envidia, lo primero que hizo fue cambiarse el nombre para no ser descubierto y se transformó en el Inspector Fandiño por aquello de haber hecho la mili en el Cuartel de Instrucción de Ferrol y llegar a Marinero de segunda denominados por aquel entonces fandiños y así, como quien no quiere la cosa, comenzó su actividad laboral haciendo seguimiento de personas.

El Inspector Fandiño tenía una especial habilidad para disfrazarse y así el seguimiento de personas se hacía mucho más eficaz. Cada mañana salía de su casa con una apariencia diferente y por eso, en Monforte de Lemos no le conocía prácticamente nadie, hasta tal punto que un día, disfrazado de cartero, se presentó en su casa con una carta certificada, su mujer le firmó el recibí y no le reconoció. Por eso realmente en aquella casa de las afueras de la ciudad orensana convivían con absoluta normalidad un rockero de pantalones vaqueros muy ceñido con botas puntiagudas y chupa de cuero, un cartero perfectamente uniformado, un Comandante del Ejército de Tierra, un vendedor de seguros de espesa barba y pelo engominado, un ama de casa de mediana edad  y un gay en toda regla. Todos la misma persona, Manuel Seoane Castiñeiras, alias Inspector Fandiño.

Se hizo muy conocido entre la policía de su localidad porque en cuanto existía un caso conflictivo aparecía en el lugar de los hechos como si la propia Policía le hubiera llamado. Entonces siempre era el Inspector Fandiño, faltaría mas, con una gabardina pasada de moda, un traje mas arrugado de lo normal, su boina y su cara, esta vez si, su cara sin ningún tipo de maquillaje.

Sus sentencias se hicieron hasta populares y así, por ejemplo, siempre que llegaba tarde a un lugar y con aspecto cansado, rodeado de papeles, solía decir “cansarse puede ser un placer” e inmediatamente se dejaba caer en el sillón mas próximo o cuando iba por la calle y daba una patada a un balón perdido decía “todos llevamos un deportista dentro, sácalo”  Todas frases del Nescafe, por supuesto.

Se consideraba un hombre querido por sus vecinos, resolvía algunos casos, descubría amores ocultos de gentes inesperadas, trabajaba bastante, cobraba discreto, pero lo más importante era que se dedicaba a su auténtica pasión que no era otra que ser Inspector.

Para algunos casos disponía de teorías disparatadas y poco a poco fue generando fama de no estar muy allá de la cabeza y la gota que colmó el vaso fue el episodio de Vilacacín, una muerta que aparece en una casa de unos de Madrid, que luego no aparece, que entró en la casa por la puerta y a la hora la puerta sola apareció prácticamente tapiada y sobre todo la hierba de la entrada. El Inspector Fandiño aseguraba que entró con su coche y la hierba estaba sin cortar y sin asomo de haber soportado el peso de unas ruedas, al menos en tres meses.

Incordió tanto a la Policía con este caso que decidieron denunciarle por injerencias en la labor investigadora de las Fuerzas de Seguridad del Estado, fue visto en repetidas ocasiones por un Tribunal de la Seguridad Social y casi sin darle ni opción de recoger algunos enseres personales lo ingresaron en una institución psiquiátrica donde permanecía desde entonces en calidad de enfermo con un trastorno peligroso de su personalidad.

Había abandonado su manía persecutoria, ya no era el Inspector de Policía y cuando alguien hablaba de aquella etapa no recordaba absolutamente nada. Ahora, desde hacía unos años, se había vuelto un auténtico representante de Dios en la tierra, sabía que iba a morir en la cruz y todas sus relaciones iban encaminadas en el mismo sentido. Quería hacerse íntimo amigo de uno al que él denominaba Pilatos y que no era otro que el Dr. Segovia, Director del Centro, aunque para Manuel todo era un puro montaje. Sabía que era un Tribuno que solo quería prenderle, llevarlo a su presencia y  condenarlo a morir en la cruz. Tal era su convicción que cuando lo veía acercarse por el pasillo con toda su corte de Senadores vestidos con sus batas blancas, Manuel salía corriendo con alma que lleva el diablo y no paraba hasta llegar a un pinar, dentro del recinto, que él llamaba el monte de los olivos, situado a escasos doscientos metros de la puerta principal del Centro. Allí se escondía con el pretexto que todavía no había llegado su hora para entregarse y por lo tanto tendrían que ser los soldados romanos los que le sacasen de su encierro.

Manuel no sufría, al revés, disfrutaba porque sabía que su reino no era de este mundo. Le daba igual ocho que ochenta, si alguna vez, por haberse escondido en el pinar o negarse a cenar, le habían sometido a maltratos físicos, él los recibía con un gesto de amor hacia su Padre, que estaba en los cielos.

Cuando le dejaban tranquilo, que era casi nunca, se envolvía en una sábana, se subía a una roca que dominaba la entrada del psiquiátrico y desde allí arengaba a todos los visitantes conminándoles con voz potente a seguirle y dejarlo todo, embarcarse con él en una pequeña embarcación que se encontraba en la orilla de un lago y echar la red en lo que él llamaba “El lago de Tiberíades”. Pescarían tres peces y se encargaría él de repartirlos entre todos los pacientes ingresados.

Para Manuel los días transcurrían tranquilos, nunca recibía visitas, posiblemente no tenía familiares, hablaba con muy poca gente hasta que un día apareció Doña Luisa, una señora castellana, concretamente de la ciudad del Toboso, que le transformó la vida.

Para Manuel fue como una aparición. Estaba una mañana reluciente de sol paseando por los alrededores del Monte de los Olivos, cuando casi como si se hubiera producido un milagro, allí estaba ella, sentada en un banco con expresión ausente. Manuel se acercó y se sentó a su lado. Ella no movió ni un solo músculo. Manuel la miraba fijamente, ella como una estatua, hasta que Manuel deslizó una mano por la madera del banco y al cabo de unos segundos la apoyó sobre la mano de ella. Estaba helada, la sensación fue la misma que apoyarse sobre una barra de hielo.

Así permanecieron hasta la hora de la comida en que dos cuidadores se les acercaron para acompañarles al comedor. Manuel no se soltó de la mano de su particular Dulcinea y así comieron juntos y por la tarde vuelta al banco hasta por la noche en que los mismos del mediodía les separaban las manos y los conducían a cada uno a su habitación.

Conocidos por todos como los Amantes de Teruel, así permanecieron día tras día, mes tras mes y año tras año y así permanecieron por espacio de cuatro años, treinta y dos días y seis horas, según las cuentas de Manuel, hasta que un día ocurrió lo que Manuel tantas veces había pensado

La señora desconocida su Dulcinea, la que nunca le había mirado a los ojos y a la que ni siquiera había dignado mover un solo músculo durante todo el tiempo que él la tomaba de la mano, movió un milímetro su mano derecha y parecía como si le quisiera decir algo. Manuel no cabía en si de gozo ¿le había tocado o había sido solo una ilusión?  No, no, le había tocado y él lo había sentido, pero al día siguiente la había mirado y sus labios se movieron dibujando una leve sonrisa.

La pareja seguía como siempre, agarrados de la mano en el mismo banco, mañana y tarde y eran objeto de la atención de sus cuidadores. Tanto Manuel como Luisa, a la que él siempre llamaba Dulcinea, se miraban permanentemente sin decir ni una sola palabra. El la intentaba hablar pero ella no despegaba ni los labios. Sin embargo cada día que pasaba los dos eran conscientes que se entendían un poco mejor solo con la mirada. Manuel estaba absolutamente seguro de haberla visto antes en algún lugar, pero a pesar de presumir de una memoria prodigiosa no era capaz de acordarse donde. Toda su actividad diaria estaba encaminada a conseguir que le hablase para que le contara donde se habían visto antes, pero esa situación nunca se produjo, porque un día, cuando comenzaba el otoño, Luisa desapareció.

Manuel estaba tan desesperado que decidió curarse para ser dado de alta y buscarla fuera de los muros del psiquiátrico y tan empeñado estaba y su comportamiento sufrió un giro tan radical que, a los pocos meses, lo consiguió, después de una revisión con su Pilatos particular quien le dio permiso para abandonar el Centro un fin de semana al mes y le dio un informe en el que constaba el motivo de su ingreso y el alta por curación, por lo que podía y debía ser tratado como una persona normal.

Con el informe de alta, cincuenta y cuatro Euros en el bolsillo y la cabeza repleta de proyectos,  Manuel volvió a cambiarse el nombre. A partir de ahora, nueva vida y nuevo nombre: Andrés Senen Lopez Ríos y para empezar a encauzar su vida nuevamente decidió hacer el Camino de Santiago.

Era finales de Mayo, la estación de Burgos era un auténtico hervidero de gentes que miraban los paneles informativos para saber en que andén estaba estacionado el tren que los llevaría a su destino. Andrés sentado en su antigua maleta no tenía ni idea donde ir. Le daba exactamente igual, quería hacer el Camino pero no tenía preferencias para empezar en un lugar o en otro, lo que quería era empezarlo donde fuera. De momento no tenía billete para ninguna parte, no sabía si el dinero que tenía sería suficiente para tan larga aventura, estaba desorientado y lo único que deseaba era alejarse cuanto antes del psiquiátrico y buscar a su Dulcinea que tendría que estar en alguna parte. Se levantó, dejó la maleta apoyada a la pared y en la cantina pidió un refresco y un bocadillo.

En esos menesteres estaba, cuando levantó la cabeza y se encontró en la pared un póster que representaba un paisaje castellano con un camino serpenteante que se perdía en el horizonte y un slogan “Ven a Santiago y  allí encontrarás lo que buscas”

Andrés entendió que aquello era una llamada de Dios y mas claro no podía ser: “Ven a Santiago y allí encontrarás a tu Dulcinea”, metió cuatro cosas de su maleta en una bolsa de plástico y emprendió un lento camino hasta el albergue de Peregrinos. Era tarde y lo mismo ya no tenía sitio. Cuando llegó, llamó por medio de una aldaba con la figura del Apóstol y el encargado abrió presuroso y ante la solicitud de Andrés de una cama contestó:

-         Tienes suerte porque me queda una
-         Gracias, buen hombre. Andrés depositó los dos Euros que ponía en la puerta que costaba dormir
-         ¿De donde vienes?
-         Del Toboso – respondió sin dudarlo – en la provincia de Ciudad Real
-         ¿Sin mochila?
-         Tenía una, pero unos malhechores me la robaron en la entrada de Burgos mientras yo estaba sellando mi credencial
-         ¿Quieres que te deje una?
-         Te estaré siempre agradecido, porque lo poco que no me robaron necesito llevarlo de alguna manera

El encargado fue a una habitación cercana y apareció a los pocos segundos con una mochila casi sin estrenar

-         ¿Te gusta ésta?
-         Muchas gracias, pero es muy grande para mis escasas pertenencias.
-         Por eso no te preocupes porque la podemos llenar de cosas que va dejando la gente. Por ejemplo ¿tienes manta?
-         No
-         Pues eso es una de las cosas que siempre tiene que ir contigo porque cualquier día llegas tarde a un albergue, está lleno ¿y que haces?
-         Me buscaría la vida en otro
-         ¿Y si es un pueblo pequeño y no hay nada mas que uno?
-         Dormiría a la luz de las estrellas
-         De acuerdo, pero mejor con una manta ¿no te parece?
-         Muchas gracias
-         ¿Necesitas calcetines, ropa de abrigo?
-         No, gracias – Andrés no se atrevía a pedir todo lo que suponía que le haría falta
-         No te de vergüenza, hombre de Dios que el Camino es solidario con la gente que menos tiene y nunca te va a faltar un plato de sopa y una hogaza de pan
-         Eso espero.
-         Mira – el Encargado se asomó a la puerta. Por allí vienen un italiano y un holandés que están haciendo el camino juntos y posiblemente te puedan ayudar. Un segundo.

El encargado les llamó por sus nombres respectivos

-         Pietro, Edgard, venir un momento, por favor.

A su llamada se acercaron dos individuos que más parecían una pareja de hecho que unos peregrinos. Hablaban un poco de castellano y rápidamente le ofrecieron unos espaguetis que habían dejado cociendo.

Andrés los engulló en un minuto como si no hubiera comido en su vida y a continuación se tumbó cuan largo era  en un campo casi en la puerta del Albergue y observaba las estrellas cuando sus dos nuevos amigos se tumbaron a su lado

-         ¿De donde venís?
-         Empezamos en Roma, mejor dicho, yo empecé en Roma – contestó Pietro un hombre de mediana edad con el pelo completamente blanco – pero luego conocí en Marsella a Edgar y nos fuimos en tren a Bruselas con el fin de encontrar a un hermano suyo que decía que vivía allí, pero no lo encontramos y decidimos hacer el Camino de Santiago  desde allí.
-         O sea que lleváis un montón de tiempo ¿no?
-         Si, llevamos casi tres meses y parece que fue ayer cuando empezamos y tú ¿llevas mucho tiempo?
-         No, empecé en el Toboso, en la provincia de Ciudad Real hace veintitantos días y aquí estoy dispuesto a llegar a Santiago.
-         ¿El Toboso no es el pueblo de la moza de la que estaba enamorada Don Quijote?
-         Por favor, caballero – Andrés Senén sacó su lado negativo – cuando hable de mi Señora Dulcinea haga el favor de quitarse el sombrero.
-         Entonces – el caminante italiano comenzó a dudar del que parecía iba a ser su compañero, junto con Edgar el holandés, durante algunas etapas – tú tienes que ser Don Quijote de la Mancha
-         Chist – Andrés le obligó a bajar el tono de voz – te ruego que me llames Andrés aunque mi verdadera identidad ya sabes cual es, pero guárdame el secreto por favor porque si no, enseguida piensan que estoy loco y no me dejarían continuar.
-         Está bien- Pietro continuaba dándole vueltas a los espaguetis que estaba cocinando. Por mi no te preocupes que eres Andrés.
-         Gracias
-         ¿Vas a tomar pasta?
-         Te lo agradezco porque tengo el estómago tan vacío como mis bolsillos.

Mientras Pietro continuaba trajinando con los espaguetis, su mente daba vueltas y más vueltas a lo que le había dicho su nuevo compañero. Después de tantos meses andando por tantos y tantos caminos, había tenido oportunidad de conocer a gentes de todo tipo y condición. Sabía que muchas de las historias que le habían contado serían inventadas o cuando menos exageradas, pero lo que nunca se hubiera podido imaginar es que iba a caminar con el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ¡menudo tío más loco! Tendría que seguirle la corriente.

-         Chist, chist, Don Quijote – le llamó desde el otro extremo del comedor – siéntese que enseguida está lista la pasta
-         Por Dios vuestra merced, ¿no le he dicho que debe mantener en secreto mi verdadera identidad? ¿No comprende que si me descubren me volverán a tildar de desvariado, me ingresarán en un centro y no podré llegar a Santiago donde me espera mi Dulcinea?
-         Perdone vuestra excelencia que no volverá a ocurrir.
-         Así lo espero porque de lo contrario me volveré mudo y así ni nada ni nadie podrá sacarme una sola palabra porque mi amor por Dulcinea es mucho mayor que todas las palabras del mundo. Perdone vuestra merced, pero acabo de decidir que soy mudo
-         Entonces ¿no me va a volver a hablar?

Andrés negó con la cabeza

-         ¿Seguro?

Andrés sacudió enérgicamente la cabeza con movimientos afirmativos.

-         Pues entonces no creo que debamos continuar juntos nuestro camino porque Edgar y yo disfrutamos con nuestras conversaciones, nos comunicamos nuestros pensamiento, nos sinceramos y mil cosas mas, pero sería absurdo tener como compañero a un mudo que encima yo se que no es mudo y que no habla porque no le da la gana.

Andrés se encogió de hombros, se comió los espaguetis en un santiamén y se metió en la litera tranquilamente.

A las seis de la mañana oyó como sus hipotéticos compañeros se levantaban y para no tener que hacerse el mudo, se hizo el dormido y cuando vio que la tranquilidad volvía al albergue, se levantó, se duchó, tomó un vaso de leche  con unas galletas que se encontró por ahí y comenzó su camino particular.

¡Que decepción! ¡Que desgracia!  Pensaba que el Camino era un itinerario solitario, unos días de profunda meditación mientras mejoraba la mente y se estropeaban los músculos, sobre todo los de las piernas, y sin embargo era todo lo contrario y aquello parecía un hormiguero en el que las hormigas eran los Peregrinos que caminaban casi uno detrás de otro.

Cada minuto pasaba un grupo de ciclistas con bicicletas de montaña que con sus culottes, sus subterfugios para conseguir dinero y sus gritos de aliento, animaban a  los pacientes andarines.

Los pueblos a los que todavía no se había desviado el Camino, habían dejado de serlo y estaban más próximos a ser Erosky, Alcampo, Leroy Merlin y siete almacenes más. Unos marroquíes vendían chanclas para andar cómodo, un grupo de chinos daban masajes a cien, unos polacos vendían polvorones de la estepa para saciar la sed de los exhaustos caminantes y hasta unas gitanas repartían ramitos de romeros para llegar con salud a la capital de la espiritualidad.

Nadie se percató y fueron muchos los peregrinos con los que caminó Andrés paso a paso que no se percataron que estaba absolutamente loco y encima mudo. Dicho y  hecho, pensó que su Dulcinea no estaba en el Camino y en el primer cruce que encontró, se desvió a la derecha y durmió en la primera casa rural que encontró y que le pareció que estaba bien. Ya no tenía necesidad de hacerse el pobre. Tenía dinero más que de sobra y si fuera necesario tenía una Visa que le sacaría de cualquier apuro.

4 comentarios:

  1. Que apasionante !!!! Que imaginacion !!!. No podía parar de leer y casi se me quema la comida..Tino, eres un genio..Uffff

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  2. Yo no sé quién está más loco, si Andrés o tú, Vaya imaginación. Ya estoy deseando leer la siguiente. Mi comentario es el nº 2 ten paciencia y ya verás como llegamos a los 10. Besos.Paloma.

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  3. El Tío Javier Belas29 de noviembre de 2011, 0:04

    Esto es la locura total. Doña Carmen liada con la mujer del director de la policía, el cadáver de Vilacacín desaparecido en combate y el pobre de Fandiño mudo y buscando a Dulcinea. Menuda imaginación, pero es muy divertido y lo he leído seguido sin mover un ojo de la pantalla. A esperar el siguiente capítulo. No tardes!!

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  4. Se ha ido del camino?! A donde va?! Tienes que seguir!!

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