viernes, 14 de septiembre de 2018

ASI FUE Y ASI PASO: CAPITULOS 30 Y 31





CAPITULO 30.-

Un correo electrónico me citaba a las nueve y media de la mañana en el parking del Carrefour en las proximidades de Alcobendas. Tenía que llevar ropa de abrigo aunque las predicciones metereológicas no indicaban la posibilidad de lluvias abundantes, el tanque de gasolina lleno porque hasta la hora de comer se pensaba hacer una etapa de doscientos kilómetros, toda la documentación de la moto en regla y sobre todo ganas de disfrutar de un fin de semana en compañía de la Harley. Podía ir solo o acompañado, pero tenía que avisarlo con cierto tiempo para reservar habitación simple o doble en el Parador de Segovia que era donde se pensaba pasar la noche del sábado al Domingo. Tenía que enviar una pequeña cantidad de dinero, una especie de adelanto para que la organización se asegurara un número mínimo de participantes, y confirmar mi presencia.

Recibí con ilusión aquel correo e hice todos los trámites para que mi participación se hiciera efectiva  y allí estaba a las nueve y cuarto de la mañana en el parking previsto. No sé  porque pensaba que seríamos cuatro moteros y no os podéis imaginar cual fue mi sorpresa cuando me encontré con cientos y cientos de Harleys de todos los tamaños, cilindradas, colores, tuneadas y de fábrica. La organización era perfecta y unos guardias de seguridad te indicaban el lugar donde debías aparcar la moto y encaminarte hacia las oficinas móviles donde diez o doce chicas comprobaban si tenías bien la documentación y te hacían entrega de una bolsa con el emblema de la fábrica americana en la que te incluían varios regalos y te invitaban a la cena que se celebraría en los salones del Parador y a un sorteo posterior para lo que tú número de inscripción era imprescindible. Entre los regalos incluidos en la bolsa había una caja con unos gemelos de plata con una moto en un lado y una rueda en el contrario, unas gafas de sol, unos calcetines negros con el anagrama de la casa, una gorra muy americana, un plano de la etapa, la reserva de habitación en Segovia, una entrada para la cena, una invitación para visitar al día siguiente el Alcazar y el Museo Diocesano en la Catedral y la carta de una conocida bodega que no solo te invitaba a visitar sus instalaciones sino que además te regalaba una caja de botellas de vino que, con mucho gusto te enviaban a tu domicilio porque eran conscientes de las limitaciones de la moto para llevar equipajes.

Yo no se cuanta gente se movía por el parking, desde luego mucha más de la que yo me imaginaba y el que más y el que menos miraba las otras motos con cierta envidia porque había muchas peores que la mía, seguro que si, pero había otras que eran impresionantes y una cualidad que se podía considerar como igual para todas era la limpieza de todos los carenados. Parecían recién salidas de la fabrica cuando todos sabíamos que algunas, aunque solo fuera por el número de matrícula, tenían bastantes años. Por unos altavoces distribuidos estratégicamente se recordaba a todos los participantes que en ningún caso se trataba de una carrera de motos. Eran unas jornadas moteras, exclusivamente de la marca Harley Davinson y consistía en un paseo por la capital y posterior cena y fiesta en Segovia con un paseo previo  por los alrededores. La Guardia Civil con seis números y sus correspondientes motos abriría y cerraría la circulación de las motos impidiendo que ninguno de los participantes circulara a más velocidad de la permitida. La concentración había conseguido un record guiness al inscribirse en una sola ciudad el mayor número de motos desde que se iniciaron ese tipo de reuniones. Es cierto que los premios eran suculentos, con uno gordo que sería el sorteo del último modelo de Harley recién aparecido en el mercado, pero también se sorteaban monos, cascos, botas y bastantes accesorios para circular que podían provocar la ilusión de los presentes. Por otra parte  el buen tiempo previsto también había contribuido a que muchos moteros de toda Europa se hubieran sumado a este evento y el espectáculo de moteros y motos estaba garantizado.

Por los altavoces entre exclamaciones de sorpresa y un aplauso general, se comunicó que el número de motos participantes había superado todas las expectativas previstas y ya se habían inscrito nada más y nada menos que doscientas doce y todavía quedaban por contabilizar algunas por lo que era más que posible que el número llegara a las doscientas cincuenta. Todos los presentes hicimos sonar nuestras bocinas y el estruendo fue de los que hacen época. Los pequeños grupos de amigos que solamente se veían en las diferentes concentraciones iban creciendo en el parking y allí solo se hablaba de motos, eran auténticos forofos y la mayoría de ellos bastante entendidos por la manera como hablaban de los reglajes efectuados, los cambios de ruedas, las faros halógenos que eran mucho más efectivos que los que venían de fábrica y cientos de temas más. Resultaba muy fácil unirse a cualquiera de ellos y enseguida, casi sin darte cuenta, pasabas a formar parte de la gran familia motera. Los más viejos del lugar, se preocupaban que nadie permaneciese solo, sabían que había gente difícil de integrarse pero tanto por sus gestos como por sus conversaciones hasta el más tímido se sentía como en casa y ya desde el principio quedaban para reservarse un sitio en la mesa de la comida o para la cena a celebrar en el Parador.  Lo que más me llamó la atención con diferencia fue la pinta de los diferentes participantes. Debo reconocer que personalmente nunca había asistido a una concentración de este tipo y por lo tanto puedo decir que todo era nuevo para mí. Curiosamente lo primero que te resultaba chocante era la enorme cantidad de moteros que iban en parejas, la mayoría con sus mujeres, novias o lo que fuese, aunque también había parejas, pocas pero había, del mismo sexo, sobre todo mujeres. Todas las parejas llevaban un mono exactamente igual y lo que las diferenciaba eran unos pañuelos anudados al cuello de diferentes colores. Además una vez en marcha también se diferenciaban por  los cascos que iban pintados o tuneados de dos en dos de manera idéntica coincidiendo muchos de ellos con las pinturas de sus motos por lo que constituían un conjunto exactamente igual.  Había moteros de todas las edades predominando los de mediana edad e incluso algunos que parecía haber salido esa misma mañana de alguna residencia de la tercera edad y curiosamente iban acompañados de la mujeres mas jóvenes e impresionantes que se veían por ahí. Para los bien pensados serían sus nietas que se había decidido a hacer un recorrido con el abuelo y para otros, entre los que me incluía, a esos moteros les costaría su buen dinero disponer de un fin de semana de tan jovial compañía, pero la realidad es que con su belleza y sus tipos esculturales contribuían a realzar todavía más la espectacular concentración.  La diferencia más  significativa era en los cascos, todos ellos integrales, eso sí, pero tuneados al antojo de cada uno, incluso había un stand que por cincuenta euros se ofrecía a hacerlo en un plazo no mayor de tres horas y hasta si lo querías te lo llevaban a casa ofreciéndote una amplia gama de figuras y colores para poder escoger el que más te gustase o fuera acorde con tu mono. Otro aspecto que llamaba la atención era el color de la piel de prácticamente todos los participantes, era un moreno producto de muchas horas de exposición al sol, posiblemente porque muchos de los presentes practicaban con asiduidad deportes en el sur de España, tanto el golf como el Windsurf que les provocaba ese envidiable color.

Una insistente llamada a través de todos los altavoces mediante el sonido de una potente sirena advertía a todos que fueran arrancando sus motos en espera que se diera la salida y como el número era tan importante se recomendaba que se guardase un cierto orden y fueran saliendo según les indicasen los miembros de Protección Civil. Poco a poco las motos comenzamos a avanzar y fuimos paseando por todo Madrid ante la visión sorprendida de cientos de miles de curiosos que nos miraban con envidia. También eran numerosos los espectadores que disparaban sus cámaras de los móviles queriendo inmortalizar el paso de tantas Harleys juntas por el centro de la capital. El aspecto del Paseo de la Castellana hasta arriba de motos resultaba muy bonito y todavía lo era más, la Plaza de Cibeles rodeada por tantísimo vehículo de dos ruedas que hacían la curva lentamente e iniciaban la subida hasta la Plaza de la Independencia y desde allí continuar por distintas calles hasta desembocar en la M-30, posteriormente en la M-40 y finalmente tomar rumbo hacia Segovia por la carretera de La Coruña.

 La subida al puerto de Navacerrada con un día soleado como fondo, fue impresionante y en el amplio parking del Puerto, donde en invierno dejaban sus coches los amantes de la nieve, hicimos nuestra primera parada y disfrutamos durante un par de horas de las magníficas vistas desde la terraza de un conocido bar de la zona y nos metimos entre pecho y espalda un maravilloso bocadillo de jamón que nos supo a gloria. La bajada lenta por la zona de las siete revueltas, nos hizo deleitarnos con la belleza de aquellos paisajes  y continuamos nuestro camino hasta la Granja de San Ildefonso donde hicimos otra parada y finalmente llegamos a Segovia donde instalamos nuestra exposición itinerante de Harleys justo debajo del Acueducto. Nos hicimos y nos hicieron cientos de fotos, comida, café, siesta y ducha en el Parador y a las seis nueva ruta, esta vez andando para conocer, con la ayuda de unos cuantos guías, las maravillas de esta ciudad castellana. Comenzaba a hacer frío cuando volvimos a nuestro lugar de residencia y allí se organizó una fiesta con cena buffet y baile hasta altas horas de la madrugada. En el sorteo me tocaron un par de guantes que parecían hechos a mi medida y que me venían muy bien porque llevaba unos de lana que parecía que abrigaban más de lo que decían y estos aparte de ser más largos iban forrados de una especie de gamuza especial que los hacía muy acogedores.

Durante el baile me senté en una mesa con un grupo de Médicos, concretamente cuatro con sus respectivas parejas, que venían desde La Coruña y lo pasamos francamente bien. Hablamos de la Medicina en España, ya se sabe que en cuanto se juntan dos Médicos solo se habla de Medicina, de cómo estaba la situación  y  si en Madrid parecía que estaba mal, por lo que ellos contaban era mucho peor en provincias donde las injerencias políticas era el pan nuestro de cada día. Estuvimos de cháchara más de tres horas y también en esa mesa tuve oportunidad de conocer a la Dra.Vorovian que era una Médico Adjunto de Anatomía Patológica  en la Residencia de la Seguridad Social Juan Canalejo de La Coruña y con la que muy pronto entablé una conversación fluida . La Dra. Cristina Vorobian Yulev era española, ella había nacido aquí, concretamente en Barcelona, pero sus padres eran rusos que habían tenido que salir de su nación por motivos políticos.

Cristina creció en la capital catalana y a los diez años su familia se trasladó a La Coruña, el padre era ingeniero textil y lo contrató Amancio Ortega para su fábrica en Arteixo. La fórmula para convencerle fue sencilla, aumento de categoría, aumento de sueldo y pagarle, además de un coche de los conocidos como de alta gama, el alquiler de una vivienda en la ciudad a escasos kilómetros de la fábrica del empresario textil más conocido no solo en Galicia o en España, sino en Europa y hasta en todo el mundo. Sus famosísimas tiendas Zara habían surgido como churros por todas partes y rara era la ciudad en la que no hubiera una tienda con el emblema característico de la firma gallega. El hecho de  haber crecido tan rápidamente era la razón por la que necesitaban gente experta en la fábrica  y por eso fue contratado el padre de Cristina. Ella tenía entonces diez años y muy a su pesar tuvo que dejar Barcelona y cambiarse a una capital del norte de Galicia dejando atrás a sus amigas del colegio con las que se llevaba muy bien y  según me explicó, ya digo que estuvimos casi toda la fiesta juntos, entró en La Coruña llorando y, como le ocurre a mucha gente, a los pocos meses no se acordaba prácticamente de su época anterior y no digo que saliera llorando porque todavía seguía viviendo allí.
     
Era una mujer feliz y a los dieciocho años se fue a estudiar a la Universidad de Santiago, el primer año se desplazaba todos los días en autobús, al fin y al cabo parece que está muy lejos pero tampoco es tanto, la misma distancia que desde Villalba hasta Madrid, pero después de obtener unas brillantes notas en primero de Medicina, consiguió que su padre la dejara vivir en Santiago durante todo el año, aunque los fines de semana se volvía  a su casa como cualquier otro estudiante. Siguiendo las técnicas que le habían enseñado en el colegio para estudiar asimilando correctamente los conocimientos, en Santiago obtuvo unas brillantes notas en todos los cursos de la carrera. Todo el mundo decía que Medicina era muy difícil y que había que estudiar mucho además de poseer una inteligencia por encima de lo normal, sin embargo para Cristina no lo fue tanto. Eso sí, iba a clase todos los días sin perderse ni una, tomaba los correspondientes apuntes que luego pasaba a limpio por la tarde en el piso que compartía con tres amigas y estudiaba todas las tardes hasta las siete o siete y media en que salía a tomar unos vinos en la calle del Franco y alrededores donde había tantos bares como portales y un ambiente estudiantil muy apetecible. Cenaba siempre en casa donde las cuatro amigas presumían de sus habilidades culinarias, sobre todo, Izaskun que como buena vasca era una auténtica aficionada a la cocina. No solo se encargaba de hacer unos platos primorosamente presentados si no que le encantaba ir a la compra con lo que rápidamente sus colegas de piso la nombraron administradora de todos sus gastos mensuales. Carmen y Adela, las otras dos chicas que vivían en el piso, solían volver todos los fines de semana cargadas de productos de sus respectivas huertas, una venía de una aldea en la provincia de Pontevedra y otra de un pequeño lugar de la provincia de Lugo y la que más dinero aportaba era Cristina, pero cada uno con lo suyo, se organizaban bastante bien y no había problemas importantes entre ellas. También es verdad que Carmen y Adela vivían en la misma habitación mientras que Cristina e Izaskun lo hacían en habitaciones independientes, con lo que si dejaban ropa u otros objetos sin recoger, no se mezclaban con lo de las otras. Tenían una serie de obligaciones que cumplían a rajatabla, sobre todo la limpieza de los cuartos de baño, cada día le tocaba a una y la lavadora y la plancha que les tocaba cada cuatro días. Era un poco rollo pero la otra solución era contratar a alguna persona y la economía de las estudiantes tampoco era tan boyante como para permitirse esos lujos.

Cristina completaba sus ingresos dando dos horas diarias de clase de ruso en una academia situada en el centro de Santiago con lo que perdía poco tiempo en los desplazamientos. Alguna vez había pensado renunciar a esas clases pero le suponían “un dinerito” que nunca viene mal.

Los cursos académicos iban pasando muy deprisa, las calificaciones seguían siendo más que notables y en cuarto entró como Asistente Voluntaria en el Departamento de Anatomía Patológica del Hospital Universitario de Santiago donde no cobraba pero se podría decir que se lo cobraba en especies porque su cargo, en principio dedicada a recoger muestras por los diferentes servicios, le proporcionaba múltiples amistades entre los encargados de cátedras y personal interino que siempre era una ayuda para los exámenes finales.

En todos esos años, según me contó tuvo infinidad de amigos y compañeros de facultad, pero de ahí no pasó. Alternaba en los bares y no lo pasaba nada mal. Muchos en aquella época la conocían como “la rusa” y aunque ella explicaba que era tan española como la que más, su aspecto no contribuía a hacer creíble esa versión.

-          ¿Tú tuviste muchos amores en la carrera? – me preguntó directamente.
-         Se que es difícil de creer pero no tuve ninguno porque aunque parezca mentira – me reí antes de decirle la verdad – yo creo que cuando nací ya estaba enamorado de la que durante muchos años fue mi mujer
-         ¿Y ahora ya no lo es?
-         No
-         ¿Y eso?
-         Cosas que pasan. Por una serie de razones que ahora no vienen al caso, tuve que irme a trabajar a Inglaterra y allí se enfrió todo
-         ¿Tienes hijos?
-         Dos chicas, una de veinticuatro años y otra de veintiuno ¿y tú?
-         Yo no. Cuando vivía con mi antiguo novio alguna vez lo pensamos pero me da la impresión que él ya estaba pensando en irse a Madrid y supongo que no tenía muchas ganas de arrastrar a toda una familia y no tuvimos ninguno.
-         Tus hijas ¿viven contigo?
-         No, la mayor vive con el novio y la pequeña con su madre.
-         ¿y que tal?
-         Mal, para que te voy a decir lo contrario. Me separé hace cerca de diez años y desde entonces de vez en cuando veo a mis hijas, pero mi mujer rehízo su vida, se casó con su Jefe del Gabinete de Psicología con el que ha tenido un hijo y no he vuelto a hablar con ella desde entonces
-         ¡De verdad que hace diez años que no hablas con la madre de tus hijas! No me  lo puedo creer
-         Pues es la verdad – me recosté sobre el respaldo del cómodo sillón en el que estábamos sentados – hablo una vez al mes con mis hijas a través de Skype, pasan temporadas conmigo en Londres y eso es todo.
-         Chico, todo eso es muy raro ¿no te parece? – bebió de un trago el segundo zumo de naranja y después de confesarme que no le gustaba el alcohol, continuó - ¿y no te apetece saber como está o que es de su vida, no se,  perder el contacto definitivamente parece como muy fuerte porque no te puedes olvidar que es la madre de tus hijas
-         Y mi pareja durante cerca de treinta años
-         Peor me lo pones
-         Si quieres que sea sincero contigo te diré que estoy disfrutando de un año sabático en España y he venido con la intención de hablar con ella y hacer lo que tú dices, pero según mi hija la pequeña que vive con ella, no quiere oir ni saber nada de mí. Dice que me he portado muy mal y que la deje en paz.
-         ¿Y es verdad?
-         ¡Que  se yo! – me estaba poniendo especialmente serio y sin darme cuenta le estaba contando mi vida y todo mis sentimientos a una motera que acababa de conocer en una concentración - ¿Qué te parece si bailamos?
-         No quieres hablar de esto ¿no?
-         No
-         Entonces es que en una parte muy importante, yo diría que en toda, te consideras el culpable y ahora vienes a intentar arreglarlo después de tantos años
-         Será eso – me puse en pié interrumpiendo bruscamente la conversación – mañana será otro día, ahora vamos a bailar.

La pista de baile estaba llena de carrozas, no estoy seguro pero creo que la pareja más joven y creo que con enorme diferencia era la formada por Cristina y por mí. La música era la adecuada para ese tipo de danzantes y así alternaban pasodobles, salsa y ritmos cubanos con Paquito el Chocolatero provocando las risas de todos los presentes. En un momento determinado cesó la música y a través de los altavoces se anunció el sorteo de la moto, que era el premio más esperado por todos y la suerte fue a parar a una pareja de moteros de Toledo que lo celebraron dando saltos de alegría y haciendo partícipes a todos los de su mesa por lo que pidieron unas botellas de champán y brindaban felices, al fin y al cabo una moto es una moto y una Harley de última generación había que reconocer que era un auténtico regalazo.

Cristina era una mujer de unos treinta y muchos, cuarenta años, rubia, con el pelo corto, ojos azules de mirada entre penetrante y despistada, un poco más baja que yo, pero tirando a alta, delgada con una cintura de las que antiguamente se decía de avispa y muy simpática. Probablemente lo más llamativo era la pinta de rusa, pero rusa, rusa, de esas de competición y una facilidad enorme para contactar con todos los que le rodeaban tanto por su simpatía como por su belleza. Tenía una dentadura blanca como pocas enmarcada en una boca de labios jugosos y una sonrisa siempre a flor de piel. Hablaba un castellano con ese deje gallego tan característico y no paraba de mover las manos como tratando de convencer todavía más a sus interlocutores.

Enseguida nos dimos cuenta, los dos, que éramos una pareja hecha a medida como si fuera un traje de sastrería, ella insistía en que no se me notaba nada que vivía en Londres mientras que yo sostenía la misma teoría en cuanto a su residencia en La Coruña, aunque es verdad, para que vamos a andarnos con tonterías, que yo tenía mucho menos acento gallego que ella inglés y del ruso ni hablamos porque, según me contó, lo hablaba correctamente porque su padre desde muy niña le obligaba a usarlo en casa como el idioma oficial de su familia, entre otras cosas porque estaba convencido, cosa que no sucedió, que antes o después, se volverían a su país de origen.

-          Era separada, bueno no se si separada porque nunca me casé oficialmente pero si que viví bastantes años con un Médico compañero desde que acabé la residencia y del que yo diría que me distancié cuando él obtuvo una plaza de Ayudante de Cátedra de Cirugía en la Facultad de Medicina de Madrid y yo me negué a acompañarle porque tanto mi vida como mi profesión estaban en La Coruña, yo por aquel entonces ya era Médico Adjunto de Anatomía Patológica  y no era cosa de perder mi trabajo así como así, o sea que él se fue y yo me volví a casa de mis padres por un tiempo y luego me emancipé como todo el mundo que tiene esa posibilidad

-          ¿Hace mucho tiempo? – pregunté para ir poco a poco sabiendo algo más de su vida
-         Siete años
-         ¿Y desde entonces no ha habido nadie que te hiciera tilín?
-         ¿Quieres que te diga la verdad?
-         Claro, para eso te lo pregunto
-         He tenido varios amigos, a lo mejor un poco más que íntimos, pero no tenía ganas de volverme a ir con nadie porque me podría ocurrir lo mismo que con mi anterior pareja y no estaba por la labor.
-         Ya – la miré mientras apuraba mi segundo gin tonic de la noche – y sigues trabajando supongo ¿no?
-         Si, si –en sus ojos se reflejaba una enorme ilusión por lo que hacía – ya se que ser microbióloga es como muy raro, pero tengo un trabajo apasionante y no creo que lo deje por nada del mundo.
-         Cuéntame una cosa – llamé al camarero y le pedía otra copa para mí y un zumo de naranja para ella – ¿se puede saber que hace una anatomopatóloga  en un hospital aparte de analizar biopsias y cosas por el estilo?
-         Andrés – Cristina se reía de una manera de lo más atractiva - pero tú no me has dicho que eres Médico ¿cómo me preguntas eso?
-         Si, soy Médico pero me hice Cirujano Plástico hace un montón de años y la poca medicina que sabía reconozco que se me ha olvidado.
-         No será para tanto – mi acompañante me miraba no teniendo la certeza de si la estaba tomando el pelo o hablaba en serio – hay cosa que no se olvidan nunca.
-         ¿Qué te parece si continuamos esta conversación en mi habitación?
-         ¿Tú crees que vamos a hablar mucho?
-         Seguro que no.














CAPITULO 31.-


La noche fue interminable e inolvidable. Los dos hacía tiempo que no tenían pareja estable y necesitaban no solo satisfacer sus apetencias sexuales, si no sentir algo más y eso había ocurrido de tal manera que no tenían mayor interés en que pasara ese momento y por todos los medios trataban de perpetuarlos, pero eran cerca de las diez de la mañana y mientras se duchaban era muy posible que el desayuno se terminase. Habían intentado que se lo subieran a la habitación pero no lo habían conseguido – lo siento Señor - le había contestado unan señorita con una voz muy agradable- pero tenemos tantos pedidos que nos es imposible atenderlos a todos con lo que tuvieron que bajar al salón donde, en el que servían los desayunos, había un buffet exclusivo para moteros en el que estaba incluido tanto dulce como salado y las diferentes bandejas llegaban llenas cada dos minutos y desaparecían como por encanto entre los comensales que con sus monos estaban dispuestos a subirse a sus motos respectivas para regresar a su lugares de origen.

Llegó el momento definitivo de la partida, aunque en la habitación ya habían tenido el primer asalto y ambos se subieron en sus respectivas motos tomando, Andrés el camino de Madrid y Cristina el de La Coruña. Sin embargo al llegar al peaje Andrés decidió que a él le daba igual llegar antes o después a a su destino y nada más llegar tomó el desvio a la capital gallega, aceleró la Harley y en lugar de a cien por hora que era la velocidad habitual se puso en ciento treinta y cerca de Benavente vió en el horizonte la silueta de Cristina por lo que poco a poco fue acercándose hasta llegar a su altura. La Doctora ruso-coruñesa había advertido la presencia de una Harley que se acercaba muy deprisa hacia donde ella estaba, pero nunca se pudo imaginar  que sería Andrés el motero que había conocido la noche anterior el que la perseguía. Aceleró un poco para valorar la velocidad media y a pesar de todo a los pocos metros las dos motos se pusieron en paralelo y fué Andrés el primero que le guiño un ojo y le hizo señas para que se parara en el primer desvío. Una vez aparcadas las motos en una pequeña área de descanso y retirados los cascos, ambos se besaron como si hiciera años que no lo hacían.

-  Andrés ¿tú estás loco? - logró preguntar Cristina en un segundo en que sus labios se separaron
-  Estoy loco, es verdad pero loco por tí y dentro de un rato me vuelvo a Madrid y perderé muy poco tiempo-

Se volvieron a besar y así permanecieron durante unos minutos tumbados en la hierba como si el tiempo se hubiera detenido o por lo menos los dos quisieran que se detuviese,  pero la vida es la vida y sobre todo ella que era la que al día siguiente tenía guardia en el Hospital, no tuvo mas remedio que despedirse, ajustarse el casco y continuar su camino.
-  Ni se te pase por al cabeza seguirme porque mañana no llego a a mi trabajo y me matan mis colegas.
-  No te preocupes que a partir de ahora te seguiré solamente por Skype – sonrió Andrés - ¿a que hora nos conectamos?
-  No lo sé, pero a partir de las ocho de la tarde de mañana  te llamo
-  Y hoy ¿no voy a saber como has llegado?
-  Tranquilo que si no es muy tarde te llamo y en caso contrario te pongo un mensaje.
-  Adiós y vete con cuidado
-  Adiós, hasta pronto.

Durante diez largos minutos Cristina  continuó su camino hacia La Coruña y sin dejar  de mirar por el espejo retrovisor por si la seguía Andrés, pero como era natural esa situación no se produjo, por lo que Cristina aceleró y en pocas horas estaba en su casa.

Andrés tardó un poco más porque notó como el embrague no funcionaba correctamente por lo que se paró en un área de servicio, llamó al servicio de atención al cliente y en pocos minutos tenía allí un mecánico quien después de revisar el recorrido convino con Andrés que tenía un pequeño fallo por lo que se lo cambió sobre la marcha y en poco más de una hora pudo reanudar su camino sin ningún problema. Cerca de las nueve de la noche llegó al parking de su casa después de evitar un impresionante tapón que acumulaba los coches en todos los carriles de la Carretera de La Coruña a su entrada en la capital de España pero dado el tamaño de la moto y la habilidad del piloto, fue adelantando coche tras coche y en poco tiempo estaba en la Plaza de España.  Subíó a su apartamento y lo primero que hizo fue conectarse a Skype para hablar con Cristina que curiosamente entraba en ese momento en su casa y casi sin dar tiempo para saludar a sus padres oyó una llamada en el ordenador y se encerró en su cuarto ante la sorpresa de los padres que dada la cara de ilusión de su hija dedujeron, sin esforzarse demasiado, que en este fin de semana había encontrado un nuevo amor. Estuvieron esperando en el cuarto de estar cerca de una hora pero como la comunicación continuaba y mañana tendría que madrugar decidieron irse a dormir y que al día siguiente ya les contaría su aventura.

-  ¿No te parece que vamos muy deprisa?- preguntó Cristina después de casi media hora de conversación
-  Yo no se tú, pero yo no paso de ciento veinte.
-  No digo en la moto Andrés – no pudo evitar una carcajada – digo en nuestra relación. Nos hemos conocido anteayer por la noche y ya hablamos como si lleváramos toda la vida juntos
-  ¿Y te parece mal?
-  No, no es que me parezca mal, no – Cristina se adaptó un poco las sábanas – lo que pasa es que lo veo todo muy difícil. Ahora estás en Madrid, bueno que tampoco está ahí al lado que estás a seiscientos y pico de kilómetros, pero es que dentro de nada estarás en Londres
-  Mejor – la interrumpió Andrés – a dos horas y pico de avión.
-  Ya – Cristina mantenía un significativo silencio – pero la distancia es el olvido ¿no decía eso la canción ?
-  Si eso decía, pero nuestro caso va ser diferente, ya lo verás
-  ¿Por qué?
-  Tenemos Skype para hablar todos los días y los fines de semana voy a verte ¿que te apuestas?
-  Yo no me apuesto nada y ojalá sea como tú dices pero reconoce que es complicado – Cristina como hacía siempre analizaba en frío los acontecimientos que le iban pasando en su vida y esta vez no había tenido ni tiempo de comentarlo con sus padres que eran, para ella, como verdaderos amigos y en muchos casos confidentes de sus andanzas por el mundo, pero la llamada de Andrés parecía como hecha a propósito para evitar esa primera conversación - ¿sabes que por tu culpa no he hablado con mis padres al llegar?
-  ¡Como!  - Andrés manifestó su sorpresa con una cara que traspasó hasta los límites de la pantalla - ¿cada vez que sales por ahí se lo cuentas a tus padres? Pero ¿soy muy indiscreto si te pregunto cuantos años tienes?
-  ¿No te lo he dicho?
-  Creo que no, en todo caso si me lo has dicho no me acuerdo.
-  Pues tengo treinta y ocho ¿te parece bien?
-  Todo lo tuyo me parece bien – Andrés se acomodó en el sillón y bebió lentamente una Coca-Cola con abundante hielo – pero todo lo que conozco y por lo que veo hay muchas cosas de tu forma de ser que no las he descubierto todavía
-  Tampoco soy tan rara ¿o tú crees que si? - Cristina sonrió con aquella alegría  que había cautivado a Andrés a las primeras de cambio
-  Supongo que no, pero eso de contarle a tus padres todo lo que haces suena a raro en pleno siglo veintiuno y más en el caso de una mujer como tú que durante algunos años has sido independiente ¿no te parece?
-  Si – Cristina se puso seria – ya se que es raro, muchas amigas me lo han dicho pero yo creo que no. Posiblemente si que sea extraño que me lleve tan bien tanto con mi padre como con mi madre pero es una situación que ha sido así desde que era muy pequeña. Nosotros somos tres hermanos, Fernando e Iván que son mayores que yo y después de varios años nací yo con lo que era la mas pequeña con casi diez años de diferencia con mis hermanos y encima niña con lo que para mis padres fuí como un regalo del cielo y siempre he estado como muy protegida, pero si piensas que tenía diez años menos que mis hermanos posiblemente resulte más fácil de entender. Luego, con el paso de los años, mis hermanos se pusieron a trabajar y yo me quedé con ellos y al final me fuí con mi anterior novio, pero me dí cuenta que aquello no funcionaba y me volví a lo que para muchos sería como un fracaso y para mí era volver a mi casa.
-  Y mientras vivías con tu novio ¿también les contabas todo?
-  Naturalmente – en la pantalla del ordenador volvió a aparecer la cautivadora sonrisa – hablaba con ellos más de media hora diaria y por supuesto que les contaba todo, como no, ¿tú crees que hay alguien en el mundo que te pueda aconsejar mejor que tu padre o tu madre?
-  Dicho así no me parece ni bien ni mal, pero estarás de acuerdo conmigo en que resulta un poco raro. Por ejemplo – Andrés preguntó con la absoluta certeza de no conocer la respuesta – ¿le vas a contar lo nuestro?
-  Claro y seguro que se encontrarán tan ilusionados como yo.
-  Pero ¿les vas a contar todo, todo, todo?
-  ¿Hay algo malo que no se pueda decir?
-  No se – por la cabeza de Andrés pasaron varias imágenes de sus hijas y no se podía imaginar la situación que cualquier día llegara cualquiera de las dos y le dijera que había estado con un chico que había conocido esa misma tarde  y que se había acostado con él ¿estaba preparado para esa situación?¿tenía la suficiente confianza como para que se lo contaran? Era absurdo negar la evidencia pero una cosa era la realidad y otra cosa es que lo fueran contando por ahí. Bueno por ahí en el caso de Cristina no, porque se lo contaba a sus padres, pero en el fondo le daba envidia el grado de confianza al que había llegado. Andrés no tenía ni padre ni madre desde hacía muchos años y nunca había tenido esa oportunidad pero desde luego entre sus amigos no era una manera de actuar de las distintas familias, se contaban cosas pero se dejaban para la intimidad otras que se acumulaban en el apartado de experiencias personales y no se salían de su envoltorio por los siglos de los siglos.
-  Andrés, Andrés, ¿estás ahí?
-  Claro, lo que pasa es que me has dejado un poco preocupado lo que me has dicho de contárselo a tus padres.
-  ¡Que va! Al revés, les caerás muy bien, ya lo verás.
-  Bueno, bueno, si tú lo dices



La vuelta a Madrid coincidió con las fiestas de San Isidro y Andrés aprovechó para visitar la Plaza Mayor engalanada con motivo de su aniversario con flores y guirnaldas de diferentes colores, degustó productos típicos de esa región de España instalados en diferentes puestos, cada uno con su particular propaganda, escuchó Zarzuelas donde comprobó que los chulapos siguen como siempre bailando el chotis sin mover los pies de un
ladrillo mientras ellas daban vueltas sin parar. Había vendedores de barquillos con sus tradicionales ruletas, aguadores, la guardia de entonces y los tradicionales “ soldaos” que con osadía les decían a las chicas de servir si necesitaban un novio para el fin de semana y requiebros por el estilo que eran tomados por ellas como auténticos requiebros lo que provocaba sonrisas y miradas disimuladas. En el mercado de San Miguel, Andrés probó la auténtica sangría para turistas y con medio vaso reconocía que tenía una trompa como un Capitán General y con su gorrilla de chulapo con sus cuadros negros y blancos , creo que se llama palmusa o algo así, se acercó a un grupo de señoras mayores ataviadas con sus trajes de madrileñas y alguna que otra vestida de goyesca que disfrutaban de la fiesta y consumían abundante horchata y vino de Madrid piropeándolas como un madrileño más.
 Aprendió a bailar el chotis y finalizó con una pasodoble haciendo de pareja de una rubia, oronda, con los mofletes como si se los hubiera pintado con una gran cantidad de colorete que insistía una y otra vez en que a ella no la esperaba nadie en casa y tenía un caldo de gallina que al que lo probase se le iban a hacer las tripas agua. Andrés le agradeció el detalle pero salió de allí haciendo “fu” como los gatos. Se dio una vuelta por la Pradera de San  Isidro y tuvo oportunidad de degustar las famosas pastas, las listas y las tontas y acabó, muy avanzada la noche, tomando chocolate con churros en San Ginés en unión de los componentes de la peña “Los gatos” que se esforzaban en cantar y bailar como queriendo prolongar la noche mágica del Santo Patrón de la ciudad.

Al día siguiente que amaneció radiante como pocos, reinició sus ejercicios de “jogging” por los aledaños de la Gran Vía, el Retiro y vuelta por la calle de Goya, los Bulevares, calle de Princesa y a la ducha que había sudado más de lo habitual. Parece mentira como se puede notar tanto dejar de hacer ejercicio dos días, pero era así y poco a poco tendría que recuperar su condición física que se encontraba discretamente alterada, con tanta comida y las interminables copas que no eran lo más apropiado para un corredor de tantos años de experiencia.

Degustó una comida que le había dejado preparada su asistenta y se tumbó cuan largo en un sillón, con un café con hielo y su inseparable copa de coñac después de las comidas. Estuvo leyendo durante una hora aproximadamente un ensayo sobre la evolución del cambio climático y a continuación se fue al cine donde comprobó que las películas españolas habían mejorado espectacularmente en cuanto a medios e inversiones económicas, pero seguían conservando los argumentos de siempre con la guerra civil como telón de fondo y los episodios ocurridos durante ese desgraciado período de tiempo. Le pareció una película entretenida, con un buen final y que había conseguido su objetivo que era entretenerle durante un par de horas. No tenía ganas de copas y se volvió a su casa para conectarse con Estefanía previa preparación de un sándwich de jamón y queso y  con la que estuvo hablando cerca de una hora y después se metió en la cama y  termino de leer el ensayo que había comenzado al mediodía.

Mientras intentaba dormirse analizó los cinco meses y pico que llevaba en Madrid y llegó a la conclusión que habían sido muy productivos. Tuvo mucho tiempo para pensar en Carmen y en la ruptura definitiva de su amistad, en la nueva unión que había conseguido establecer con sus hijas, sobre todo con la mayor, por supuesto también pensó en Estefanía, su nuevo amor que podría llenar todo el tiempo que le faltaba para volver a Londres. Por un segundo y como una estrella fugaz se atravesó en sus pensamientos Jane Chesterplace y en ese momento se percató que no tenía nada claro si volvería a Londres, si volvería con ella, si seguiría como un soltero de oro, si continuaría su relación con Estefanía e incluso se replanteaba si volvería siquiera a Londres o quedarse en Madrid e intentar reanudar su vida como Cirujano Plástico, esta vez con una más que probada experiencia en operaciones de cirugía estética. Se quedó dormido como si estuviera  tumbado en el agua de un mar de dudas y todas ellas sin resolver. Tiempo tenía todavía para tratar de desenredar esa madeja y los días que iban pasando  casi sin darse cuenta serían los que determinasen finalmente su futuro.


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