CAPITULO 26.-
Al día siguiente y mientras corría por mi habitual
“circuito de jogging” tuve oportunidad de recordar la comida del día anterior y
llegué a la conclusión que tenía que repetirla cuanto antes porque me pareció
que estaba descubriendo a mi auténtica hija Carmen lo que me producía un
intenso placer. Había estado charlando con una mujer, en todo el amplio sentido
de la palabra y había descubierto lo que era un amor de juventud. Tenía ganas
de conocer al tal David porque estaba seguro que me iba a caer muy bien e
incluso podría aprender cosas de él aunque para mí era un chaval con escasa
experiencia pero, si como decía Carmen, tenía muy claro su papel en la vida
habría que escucharlo con suma atención porque como decía un antiguo jefe mío
todo el mundo tiene algo que enseñar y todos tenemos algo que aprender en un
ejercicio fantástico de humildad que aquel hombre practicaba con sus alumnos y
que para mí fue un ejemplo en mis años jóvenes cuando estaba en la Facultad.
Los días pasaban y por fin, fiel a mi cita con mi
colega de correrías Angel, a las diez en punto de la mañana estaba en la puerta
de la estación de Majadahonda a la espera de su llegada. Había diez o doce personas
más que parecía que estaban esperando igual que yo, pero ante la
posibilidad de equivocarme preferí esperar, lo que no se hizo nada largo porque
pocos minutos después apareció Angel,
saludó uno a uno a los presentes que como había supuesto le estaban esperando y
enseguida me los presentó.
-
Si os parece – Angel lucía la mejor de sus
sonrisas – vamos andando un poco hacia la zona de Pozuelo y allí buscamos un
sitio para charlar - Faltan Pedro y su mujer pero irán mas tarde y nos
localizarán. Antes de que se me olvide –
el convocante nos miró uno a uno tratando de infundir confianza en todos
aquellos, creo que éramos cinco, que asistíamos por primera vez a lo que se
podría calificar como un fuego de campamento de los de mi juventud, pero sin
fuego y por la mañana – esto no es una caminata ni nada parecido, se trata de
un paseo hasta el lugar adecuado y os rogaría que nadie corriera y fuéramos
todos, mas o menos, al mismo ritmo ¿de acuerdo?
Todos
asentimos y comenzamos lentamente a caminar. Angel se acercó a mí
-
Buenos días Andrés – me dio una palmada en la
espalda - ¿Qué tal tu primera impresión?
-
Muy bien, parece
un grupo como muy heterogéneo ¿no?
-
Si – afirmó
sonriendo – precisamente de eso se trata y por eso vamos todos con ropa
deportiva para que no existan diferencias, por lo menos en ese aspecto.
-
Muy bien – yo
continuaba intrigado en como se plantearía la reunión pero ya quedaba poco
tiempo para salir de dudas - ¿tenemos que andar mucho?
-
No – Angel me
miraba sabiendo que no entendía nada de aquella reunión aunque estaba seguro, a
pesar de lo poco que me conocía de nuestras mañanas por el Retiro que estaría a
gusto – yo calculo que como mucho en quince minutos estamos en el sitio que me
ha parecido el más adecuado.
-
Ok - y continuamos nuestro camino lentamente
El
grupo estaría formado por unas quince personas, la mayoría mayores de cincuenta
años reflejando en sus caras una cierta ilusión que, en cualquier caso, no
podría ser hacia lo desconocido porque la mayoría ya habían asistido a dos o
tres reuniones como esa. Los nuevos, que éramos cinco, andábamos como
despistados, mirándonos unos a otros como preguntándonos el porqué de aquel
embolado en el que nos habíamos o nos habían metido y deseosos que comenzara lo
que se suponía que sería una charla para salir de dudas. Al cabo de diez
minutos Angel nos indicó el sitio donde haríamos la reunión y nos sentamos
todos en unos troncos dispuestos como un círculo, esperando con atención
futuros acontecimientos y resultaron
casi cuatro horas muy interesantes en la que se desarrolló el tema del día que
era la preparación para la jubilación y después de exponerlo Angel se inició un
debate que al menos para mí fue mi interesante. Lo primero era conocer cuando y
en que casos se debería planificar la
jubilación y ahí empezaron las diferentes maneras de pensar. Era una reunión
absolutamente abierta en la que todo el mundo daba su opinión mientras que
Angel, el organizador, trataba de moderar las diferentes opiniones, pero sobre
todo insistía una y otra vez en que se debería de respetar escrupulosamente el
turno de palabra y no se debía interrumpir al que estuviera en el uso del
mismo. A partir de ahí cada uno era libre de opinar lo que quisiera. Eso si,
para hablar era necesario hacerlo de pié. Un hombre joven, no pasaría de los
treinta años, con barba bien arreglada y melena recogida en una coleta estaba
en ese momento desarrollando su teoría sobre la jubilación y su efecto
-
Evidentemente yo
puedo opinar poco de ese aspecto de la vida porque espero que me quede mucho tiempo
para llegar, pero estoy absolutamente de acuerdo con Eloy – el interviniente
anterior al que miró dándose la vuelta en el círculo formado por los troncos de
árboles – en este país, todo el mundo te enseña a currar, a prepararte para
ganar dinero, a trabajar de sol a sol, a no discutir con el empleador porque
con un poco de suerte te pone en la calle etc…etc, pero nadie, eso creo yo y
espero que me lo confirméis los que estáis en esa situación, nadie te explica
la jubilación y no me refiero solo al aspecto económico, que ya de por si sería
suficiente para estar toda la mañana debatiendo, si no sobre todo a como se
afronta todo ese cambio tan brusco y si estoy aquí hoy es porque espero que me
aclaréis muchas dudas que me están surgiendo.
Intervinieron unos cuantos más y Angel me invitó a que
contara mi experiencia. Me levanté, miré uno a uno a los que me rodeaba y traté
de exponer de manera sencilla tal y como yo entendía el tema.
-
En primer lugar debo deciros que soy Médico,
especialista en Cirugía Plástica y que después de unos años trabajando en la
Seguridad Social, un día cuando tenía cuarenta años sin saber porqué ni porqué
no, me pusieron de patitas en la calle, al parecer fue una regulación de empleo
y me tocó la china. Os ahorraré muchos detalles intermedios pero lo importante
es que al cabo de un año, más o menos, me vi en la obligación de emigrar y
actualmente estoy disfrutando de un año sabático pero mi trabajo está en
Londres y allí si que te educan para la
jubilación que me parece el tema del que estamos tratando y posiblemente
no se pudiera exportar a nuestro país porque los ingleses son diferentes. Yo no
creo que mejores ni peores, si no simplemente diferentes. Por ejemplo, en todos
los barrios hay una especie de lo que aquí sería una casa de cultura y ahí se
aprovecha la experiencia de los mayores para ir inculcando a los más jóvenes lo
que significa el respeto y cosas por el estilo. A determinada edad, yo diría
que a partir de los cuarenta y tantos o cincuenta años, el estado, quieras o no,
te organiza un plan de pensiones personalizado y te lo empieza a descontar de
tu nómina y así cuando llega la jubilación, por lo menos la parte económica la
tienes asegurada y mantienes más o menos tu nivel económico. Es curioso porque
en muchos casos te aconsejan que te compres una vivienda en España, sobre todo
en el levante, Alicante, Valencia,
Murcia y todo por ahí con la idea de
hacer una especie de pueblos prácticamente ingleses pero con sol que ya es
importante para ciertas edades.
En esa especie de casa del barrio te dan clases de
golf y te aconsejan, pero en el fondo te obligan a que te aficiones y juegues
un poco para que al llegar la edad de la
jubilación tengas un hobby que sin querer te llevará toda la mañana y encima
haciendo ejercicio que es de lo que se trata.
Además, hay monitores contratados, les llaman algo así como “los jóvenes
con inquietudes” que en realidad son los que aquí se conocen como monitores de
tiempo libre, pero que allí lo tienen montado de tal manera que son estudiantes
que dedican unas cuantas horas al entretenimiento y en su caso a hacer compañía
a aquellos jubilados que lo necesiten. La verdad es que lo tienen bien montado
y los que más tienen dan una cantidad mensual para el mantenimiento de esas
actividades y nadie se siente mal. Lo mismo te encuentras un Lord que va todas
las mañanas a hacer yoga que a una ama de casa que hace gimnasia de
mantenimiento o personas que acuden a tertulias en algún idioma extranjero o
juegan al bridge. Hay divertimento para todos y lo más importante es que se
sienten y de hecho están muy bien atendidos desde el punto de vista sanitario.
Todos los que viven solos tienen una especie de botón que llevan colgado al
cuello que en caso de necesidad llaman a los Servicios Médicos y en poco más de
diez minutos te están atendiendo, pero, ojo, esto es para todos los jubilados
sin distinción porque a mí me da la impresión que aquí también hay cosas
parecidas pero solo para unos cuantos.
Angel intervino para que tuvieran oportunidad de
hablar el resto de contertulios y ahí ya hubo opiniones para todos los gustos
sobre todo los que pensaban que los turistas se venían para España porque la
Sanidad era mucho mejor que la suya, aquí los operaban gratis mientras que en
su país tenían que abonar una parte, aproximadamente la mitad de los gastos
generados por la cirugía y por supuesto pagaban íntegras las prótesis que
hubiera que ponerles y aquí todo eso era absolutamente gratis.
Una señora, de esas de edad indefinida que lo mismo
tiene sesenta y muchos años que ochenta, se puso de pié y trató de justificar
lo que para otros muchos era injustificable y era que los jubilados españoles
estaban muy bien, posiblemente mejor que los ingleses y no tenían que irse a
otro país en busca del sol. Eso si, no se podían comprar nada en la costa
porque no tenían dinero pero disponían de unos viajes organizados por el
Imserso, que estaban maravillosamente bien organizados y eran casi tan baratos
como vivir en casa y si encima eras un poco mas aventurero podías apuntarte a un
crucero y viajar como nunca lo había podido hacer antes. También tomó la
palabra un tipo peculiar, vestía pantalón vaquero ajustado con una cazadora de
cuero con el nombre de “postmoteros” escrito en la espalda con unas letras
rojas que llamaban poderosamente la atención. Tenía el pelo blanco, largo,
recogido en una cola que le llegaba a mitad de la espalda, la cara surcada por
infinidad de arrugas lo que le daba un aspecto de mucho mayor de lo que
realmente era, confesó que tenía sesenta y dos años, con aros en las orejas,
una especie de perilla sujetada por una goma y el cuello rodeado por un pañuelo
rojo anudado a la parte posterior. Lo primero que hizo fue justificarse por no
venir con ropa deportiva, como era lo aconsejable pero venía desde Ávila en moto,
tengo una Harley 1000 y por la meseta castellana “hace un frío pelón” expresión
que utilizó mientras esbozaba una sonrisa que dejaba ver una dentadura para
obtener un aprobado justo. El aspecto era curioso, efectivamente, era como un
viejo joven, un rockero pasado de vueltas, un fans de las motos que por la
pinta habría recorrido medio mundo a lomos de su “burra”, sin acelerar mucho
eso si, porque las Harleys no son para correr sino para mantener una velocidad
constante y disfrutar de la naturaleza. Nos contó que formaba parte de una
especie de tribu urbana, los postmoteros, formada por cerca de cien socios que
se reunían casi todos los fines de semana en una cafetería en lo alto del
Puerto de los Leones y una vez al mes organizaban un viaje, en un radio de no
más de trescientos kilómetros. Siempre iban precedidos por la Guardia Civil,
dos motos con sus correspondientes agentes que les allanaban el camino y una
furgoneta que cerraba el pelotón y que llevaba material para reparar posibles
averías en carretera al mando de Serafín, uno que había sido “postmotero” más
de cuarenta años, pero que ya era tan post, tan post, que se había tenido que
pasar, sin perder sus galones, a conductor de la furgoneta que lo mismo hacía
de taller que de coche escoba e incluso en parajes poco habitados de
chiringuito playero donde se hacían excelentes paellas y se disponía de un
amplio arsenal de copas para todos aquellos que las solicitasen con la
condición de tener la seguridad de pasar sin problemas los posibles controles.
El Serafín era un experto en servir copas ajustadas como si tuviera un
alcoholímetro en su muñeca y aunque era criticado por su tacañería siempre
contestaba que no se merecía ese trato porque, al contrario, se ocupaba y
preocupaba por la salud de todos y cada uno de los integrantes de la peña dado
que, como repetía con cierta frecuencia, no estaba como para dañar todavía más
el hígado afectado de los moteros, según su teoría, por tantos kilómetros
recorridos y no por las suculentas comilonas, por eso no, pero claro había que
tener en cuenta que el más joven tenía como mínimo cuarenta años condición
imprescindible para poder formar parte de esta particular peña motera y a muchos, por no decir a la mayoría, había que cuidarlos tanto como a sus motos, auténticas
reliquias que eran la admiración de todos los que tenían oportunidad de verlas
pasar por sus pueblos.
Para él, la semana se le pasaba rápidamente pensando
en la reunión del Domingo donde se planificaban los viajes con el sistema
democrático de a mano alzada y el fin de semana era ya lo mejor de todo. Era
una afición barata, siempre y cuando uno tuviera moto con anterioridad, y se
podía circular hasta los ochenta o más años y hasta alguno le valía hasta para
ligar, concluyó su intervención con una sonora carcajada y un aplauso de todos
los presentes.
Fue una reunión agradable que finalizó con unas cañas
en un bar próximo y con la posibilidad de volvernos a juntar en un par de
semanas. Mientras volvíamos caminando hacia la estación, me acerqué a Julián,
el motero, y entablamos una conversación que duró diez minutos y que transformó
mis fines de semana hasta el momento actual
-
Lo primero – me miró fijamente como queriendo
anticiparse a mi respuesta - ¿tienes moto?
-
Ahora no –
contesté – tuve una Vespa cuando era estudiante y después durante unos pocos
años una Honda 750, pero que quieres que yo te diga que tu no sepas, me casé y
la cagué.
-
Tu mujer, claro
-
Claro
-
¿Y ahora como es
que te ha dado por volver a esta mundillo al que solo pertenecemos cuatro
chalados?
-
No es de ahora,
lo que pasa es que la vida da muchas vueltas y en su día lo dejé, pero siempre
he pensado que algún día tenía que volver a retomarlo y oyéndote me parece que
estoy en el sitio perfecto
-
¿Y tu mujer que
dice?
-
Estoy separado
-
Ya – me pasó un
brazo por los hombros – entonces que diga Misa que por un oído te entra y por
otro te sale
-
Exactamente.
-
Bien – me volvió
a mirar con su permanente sonrisa – creo que nos vamos a llevar bien, pero si
no he entendido mal tú vives en Inglaterra ¿no es así?
-
Si, en Londres,
pero ahora estoy disfrutando de un año sabático y me gustaría apuntarme con
vosotros.
-
¡Un año sabático!
Joder chico, que suerte. Yo me he pasado mi puta vida trabajando en un taller
de pintura de coches y no me dieron ni un día de más de vacaciones.
-
Lo mío es
bastante fácil de explicar – me detuve unos segundos para abrocharme los
cordones de las deportivas – yo soy Cirujano Plástico pero trabajo allí como
ayudante de otro Cirujano y como él se ha tomado un año sabático pues yo me he
quedado sin trabajo durante ese año y en vista de eso me he venido para España
a ver a mis hijas y cuando cumpla el año me vuelvo, por lo menos eso es lo que
espero.
-
Eso debe ser como
si te toca la lotería ¿no? – se paró en seco como si hubiera visto un extraterrestre
– o sea que tú eres de esos que andas todo el día tocando tetas, culos y demás
-
Bueno, yo no –
contesté poniendo cara de no haber roto un plato en mi vida – el que los toca
es mi Jefe, yo me limito a ayudar en las cirugías.
-
¿Y encima seguro
que ganas una pasta?
-
Si, la verdad es
que no me puedo quejar.
-
Bien, bien – me
volvió a pasar el brazo por mi hombro – entonces habrá que buscarte una moto
¿no?
-
Supongo.
-
Te la podrías
alquilar pero no te lo aconsejo porque si ya has tenido otra en cuanto la
tengas no te bajas de ella
-
Y aquí con este
tiempazo con más motivo.
-
Podemos hacer
otra cosa. Veamos. ¿Te propongo un negocio?
-
Tú dirás
-
Yo tengo una
Harley un poco más pequeña que la mía, con veinte mil kilómetros que para una
moto es como casi nueva. Te la puedo vender aunque me da un poco de pena porque
está perfecta, pero casi prefiero que la pruebes antes y si te gusta hablamos
del precio. Incluso – me apretó contra él – para que veas que me has caído bien
te la llevas a tu casa un mes, andas con ella y luego hablamos.
-
Hombre, me parece
un poco de cara
-
No te preocupes –
volvió a soltar una sonora carcajada – está deseando que la monte alguien
porque lleva más de tres años en un garaje. Le cambio el aceite y doy una
vuelta a la manzana, pero la pobre no sale nunca a carretera, o sea que le
vendrá muy bien echarse un novio, pero, eso si, que no me entere que la
maltratas porque me la pagas
-
Ya me imagino que
es con esa condición – permanecí unos segundos pensando en los pros y los
contras de tener una moto y al final acepté el trato, pero sin ningún
compromiso por parte de ninguno de los dos. Un mes y luego hablamos
-
Trato hecho – nos
dimos un apretón de manos y quedamos para que al día siguiente me pasase por su
taller, en una calle desconocida de Vallecas, ahí me la presentaba como si
fuera una chica del barrio y si me gustaba me la llevaba puesta.
Me
pasé la tarde escribiendo en mi casa, pensaba hacer una especie de recopilación
de mi vida, una especie de memorias pero me di cuenta lo difícil que es
escribir sobre uno mismo y por ahí andaba divagando sobre las páginas en blanco
del ordenador y como iba de aquí para allá como una veleta en una noche de
viento huracanado decidí que lo más adecuado era depositar todo lo que se me
ocurriera escribir en una carpeta que denominé
“escritos
para mas adelante” y lo que parecía un lugar de anotaciones se convirtió, casi
sin querer, en una especie de revisión de mi manera de pensar sobre diferentes
temas y así lo mismo estaba de viaje en un tren con dirección a Alaska que
recorría Estados Unidos de este a oeste en la Harley que me iba a prestar mi
amigo Julián.
Sin
embargo, discurriendo por el teclado como un fantasma, la familia ocupaba un
lugar privilegiado en mi cabeza y los sentimientos afloraban cada vez que
tocaba una letra cualquiera del abecedario y de vez en cuando dejaba escritos
sobre mis hijas, mi soledad en Inglaterra que, a pesar del tiempo transcurrido
y después de algunas aventuras sin final, volvía una y otra vez. Dejaba
reflejada mi estancia en Madrid, describía lugares y nuevos amigos como si
fueran de toda la vida y muchos días tenía temas concretos como el de
reflexionar sobre las ventajas o los inconvenientes de tener una Harley en el
garaje. Me apetecía un montón, para que negarlo, pero, por otra parte, me manejaba
bastante bien en el metro y no tenía ninguna necesidad de utilizar cualquier
otro tipo de transporte. Repasé y dejé escrito en la carpeta abierta para tal
fin con ternura los mejores años de mi vida, el terminar la carrera, mi primer
trabajo con la ilusión de llegar a una independencia económica que me
permitiese casarme con Carmen, mi amor de toda la vida, la boda, la ilusión que
se salía hasta por debajo de la puerta de nuestra casa, la llegada de los hijos
y al final siempre ¿por qué tenía que ser así? mi llegada a Londres y aquellas
primeras semanas en las que, como diría un andaluz “me jarté de llorar” y aquí
dejaba de escribir. Si, si, ya se que suena un poco raro pero era la verdad, se
perdía la conexión entre mis recuerdos, mi cerebro y mis manos y tenía que
levantarme y dejar el ordenador hasta el día siguiente. Me asomaba a la ventana
desde la que veía una parte muy importante de la capital de España y dejaba
discurrir mi mirada por el enjambre de tejados que se disponían a mis pies y
siempre acababa en el inicio de la carretera de la Coruña, concretamente en la
Cuesta de las Perdices sabiendo que por ahí estaba Carmen disfrutando de una
nueva vida con otra pareja y hasta con un hijo de corta edad. En ese momento
mis ojos se volvían hacia el centro de Madrid y ahí se acababa, sin más y así
me pasaba todos los días que me sentaba ante el ordenador. Por eso intentaba
que muchas tardes las tuviera ocupadas en algún cine, una conferencia, alguna
exposición o una buena obra de teatro porque suponía quedarme a cenar por ahí y
no tener que afrontar esa situación que cada día que pasaba me resultaba más
difícil de superar. Siempre ocurría entre las ocho y las diez de la noche, esas
eran las dos horas claves. Alguna vez me quedaba en alguna terraza de la Gran
Vía viendo pasar a esos turistas que haciendo fotos con sus móviles parecían
querer reflejar una ciudad sin disfrutar de la hospitalidad de los madrileños y
conocer más profundamente una forma de entender la vida que no se parecía en
nada a las costumbres que traían de sus respectivos países. En alguna ocasión,
oía las conversaciones de mis vecinos de terraza y era consciente que visitaban
solo un diez por ciento de esta ciudad y hasta una vez, solo una, me ofrecí a
una pareja, más o menos de mi edad, a enseñarles lo que un guía no haría y
recorrí, no sin cierta prevención por su parte, lugares tan emblemáticos como
Malasaña por la noche o el Rastro alejándonos de la Puerta del Sol infectada de
turistas como ellos. Me lo agradecieron tanto que pretendían darme una propina
por mi amabilidad. En su lugar, los invité a una copa en Chicote y se fueron
más contentos que unas castañuelas y con la promesa de vernos en Londres cuando
volviera.
CAPITULO
27.-
-
¿Te gusta el sitio?
-
Bueno – Patricia
mi hija menor respondió con desgana – a mí no se me ocurriría venir, pero
entiendo que estemos aquí – repasó con su mirada el restaurante en el que
habíamos quedado citados mientras yo la observaba ¡como había cambiado y eso
que solo habían pasado dos años desde que estuvo en mi casa de Londres! Sus
veintidós años se reflejaban en su cara, naturalmente no tenía ni una arruga,
el pelo rubio lo tenía recogido en una trenza, era guapa, muy guapa diría yo,
aunque tengo que reconocer que no soy imparcial en mi juicio, por supuesto no
me olvido que soy su Padre. Unos ojos azules por debajo de unas cejas bien
perfiladas le daban a su cara un aire interesante. Vestía una camiseta de vivos
colores, unos vaqueros rotos en las
rodillas, no se si por el uso o porque venían así de fábrica y tampoco era cosa
de preguntar, unas sandalias con una margarita que le cubría todo el dorso del
pié y nada más. Ni una gota de maquillaje ni nada que alterase su aspecto. Las
manos, siempre me fijaba aunque fueran de mi hija, eran finas y largas con las
uñas esmaltadas y el conjunto resultaba una chica joven atractiva – es un
restaurante de viejos ¿no?
-
¿Me estás
llamando viejo? – sonreí mientras le servía un poco de Coca Cola en su vaso
-
Viejo, viejo, no,
pero estarás de acuerdo conmigo que gente joven, así como de mi edad, no hay
ninguna.
-
Eso es verdad –
trataba de justificarme aunque seguía pensando que el sitio estaba muy bien –
pero la culpa la tienes tú porque te dije que escogieras sitio
-
Ya, pero yo no
conozco casi ninguno y este tiene la ventaja que está a dos paradas de autobús
de casa.
-
Está bien, está
bien – bebí un poco de vino blanco – lo importante es que podemos charlar
tranquilamente ¿no te parece?
-
Eso si porque
parece que eres un Padre de Skype.
-
Bueno, bueno tampoco
hay que exagerar que si hablamos así es porque vivo en Londres
-
Vivías, Papá,
vivías porque ya me ha contado Carmen que llevas aquí una temporada y que vas a
estar un año ¿es verdad?
-
Si, posiblemente
si.
-
Ya era hora que
me llamaras ¿eh?
-
Tienes toda la
razón y te pido perdón porque lo tenía que haber hecho antes pero me he ido
liando con unos y otros y ¡que quieres que te diga! Aquí estoy – la miré
fijamente - ¿me perdonas?
-
Claro que te
perdono, sigues siendo mi Padre ¿no?
-
Espero que si
-
Pues ya está: quedas
perdonado – se retiró el pelo con un gesto que repetía cada pocos minutos – y
ahora cuéntame eso que vas a estar un año aquí.
-
Mi Jefe en
Londres se ha tomado un año sabático y como no tenía nada que hacer he decidido
venir a veros y luego me volveré.
-
Pero ¿tú no
trabajabas en una clínica privada además de con ese Médico raro?
-
El Médico raro ya
no es tan raro, al revés es muy buena gente y si que es verdad que trabajaba y
espero seguir trabajando en una clínica privada pero allí también me han
concedido un año sabático
-
¿Así por las
buenas? Menudo chollo
-
¡Que quieres que
te diga! Soy como el tutor de los Médicos de Guardia y digamos que me guardan
el sitio un año.
-
Joé, vaya suerte,
como se nota que es en Inglaterra, aquí pides lo mismo y el Jefe te manda a
freír puñetas.
-
Patricia por
favor
-
No he dicho
ningún taco – y añadió – por ahora
-
¿Eres muy
taquera?
-
Un poco
-
No te pega nada
-
Eso me dice Mamá
todos los días pero los jóvenes hablamos así.
-
Ya – bebí un poco
de vino haciendo algo de tiempo porque todavía no me parecía oportuno sacar a
relucir el tema de su madre, pero me lo estaba poniendo en bandeja - ¿sigues viviendo con ella?
-
¡Que remedio!
-
¿Tan mal estás?
-
No, la verdad es
que no, pero ya sabes, me gustaría tener más independencia y no pasarme el día
dando explicaciones de a que hora voy a llegar a casa con quien y donde ceno y
esas cosas.
-
Pero tú
terminaste la carrera ¿no?
-
Hace un año, pero
mientras no termine las prácticas no me dan el título de Licenciada en Turismo
-
¿Y las estás
haciendo?
-
Claro, estoy de
recepcionista en el Palace pero me pagan una miseria y hago el mismo trabajo
que las demás.
-
Bueno, pero
cuando tengas título te colocan ¿no?
-
Ja, ja – se rió
con fuerza – ojalá pero cobrando algo menos de mil euros y para eso me voy a
Alemania y aprendo otro idioma que nunca viene mal.
-
Me parece muy
buena idea porque colocarse en hoteles sabiendo bien alemán, inglés y español
debe ser bastante fácil ¿no?
-
Si, seguro que
si, pero lo malo es que o mucho cambian las cosas o aquí pagan poquísimo y no
hay manera de irse de casa.
-
Pero ¿no estás diciendo que a lo mejor te vas a
Alemania?
-
Espero irme en
cuanto acabe las prácticas
-
¿Y con que
dinero?
-
Con algún
ahorrillo que tengo por ahí, otro poco que me deje Mamá, algo que te pediré a
ti y sobre todo porque tengo una amiga que vive allí y me dice que encontrar
trabajo temporal como camarera en un Burguer es bastante fácil.
-
O sea que lo
tienes todo pensado
-
Si, la verdad es
que si porque aquí no hay quien aguante
-
¿Tan mal estamos?
-
Hombre – se me
quedó mirando para saber como contestar – para los ricos la situación es
bastante buena, los empresarios ganan dinero y el gobierno dice que las cosas
van bien, pero para los currantes, como yo, no van tan bien. Con la última
reforma laboral, por cierto que cada gobierno que llega hace la suya, cada vez
es más fácil que te despidan con una pequeña indemnización y así nos luce el
pelo. Los jóvenes salimos de aquí como si hubiera una plaga de cólera y hay más
españoles por Europa que aquí, pero bueno, ayer el último Ministro de Trabajo
ya dijo que ahora todo va muy bien y ya no hay prácticamente emigrantes porque
gracias a las políticas aplicadas por su partido, los trabajadores tenían mucha
más estabilidad y los sueldo se aumentaban como nunca
-
¿Y tú te lo
crees?
-
Buá – se deshizo y
volvió a hacerse la coleta a una velocidad de vértigo – estoy hasta el gorro
que nos tomen el pelo. Por mí que digan lo que quieran, no me creo
absolutamente nada. Los políticos son todos unos golfos y me da igual que estén
unos u otros. Da lo mismo.
-
Me parece que
estás exagerando un poco ¿no? – la opinión de mi hija se la había oído a más de
uno y a más de dos – me imagino que no todos serán iguales, habrá algunos que
sean honrados.
-
¿Tú crees?
-
Supongo que si
-
Pues yo creo que
no, pero bueno allá lo que piense cada uno.
-
Me da la
impresión que no te interesa mucho la política ¿me equivoco?
-
Es verdad. Estuve
una temporada metida en un sindicato de estudiantes pero me salí porque era un
cachondeo
-
Patricia, por
favor ¡que expresión es esa!
-
Bueno que allí
cada uno iba a lo suyo y en vista de eso lo dejé.
Poco
a poco Patricia iba tomando confianza, empezaba a ser la hija que yo conocía de
cuando estuvo en Londres y estaba llegando el momento de encarar el tema de su
madre. Tenía que aprovechar esta oportunidad
-
¿Y tu madre que opinaba de tus aventuras
políticas?
-
Tampoco decía
mucho
-
¿Te llevas bien
con ella?
-
Si, es un poco
pesada, pero si, me llevo bien
-
¿Y con su marido
actual?
-
Papá no empieces,
por favor – puso cara de aburrimiento – ya sabía que esta comida era para
hablar de Mamá. ¿Te importa mucho como está?
-
No se de que te
extrañas, hija – posiblemente no era el momento más adecuado, pero no me podía
permitir el lujo de hablar de su madre, ya suponía que algo me echaría en cara
pero no pensé que me pudiera hacer la pregunta que me acababa de hacer – yo
puedo estar separado, pero ha sido mi mujer durante cerca de catorce años y
hubo una época que estuvimos muy enamorados.
-
Pues lo has
disimulado de miedo porque hace por lo menos cuatro años que no hablas con ella.
-
Eso es verdad, no
lo puedo negar, pero reconocerás que vosotras me contabais bastante cosas y con
eso me parecía suficiente y más desde que me enteré que se había casado otra
vez.
-
Hombre solo
faltaba que te molestara que intentara rehacer su vida ¿no te parece?
-
¡Que quieres que
te diga!
-
No hace falta que
me digas nada ¿te parece poco lo que la hiciste dejándola tirada como una
colilla y a nosotras dos con catorce o quince años dejarnos sin padre? ¿te
parece poco? – había auténtica rabia en su manera de pensar y sobre todo en
como las decía – yo creo que no pensaste bien como nos dejabas porque de lo
contrario hubieras reaccionado de otra manera
-
Patricia por
favor – trataba de explicarle todo lo que había sucedido y sobre todo que
entendiera mis razonamientos
-
Ni por favor ni
ostias Papá – sus ojos se llenaron de lágrimas – fue una faena y tú lo sabes,
por eso estás aquí, si no, para que venir desde Londres a preguntar por Mamá.
¿Tú sabes lo que es para una niña de catorce años estar esperando a su padre
todos los días y que nunca llegue? ¿sabes lo que es eso? Y encima te teníamos
que aguantar casi todos los sábados cuando nos llamabas por Skype y nos hacías
ver que te volverías pronto y nosotras nos lo creíamos como tontas cuando
encima Mamá ya sabía que estabais separados. La verdad es que ella lo hizo muy
bien, hasta que un día explotó y nos lo contó todo. No sabes cuanto lloramos
Carmen y yo, no te puedes hacer ni idea. Eso si, después fuimos a verte y no
nos diste, o por lo menos a mi no me distes, ni una sola explicación y mira que
tuviste tiempo porque estuve contigo un curso escolar contigo
-
Puedo hablar – la
interrumpí con energía – primero: aunque no te lo creas o no te parezca bien,
sigo siendo tú padre y me merezco que hables conmigo con educación. Eso lo
primero
-
Es que yo hablo
así – saltó como si le hubiera pisado un pié
-
Bueno pues
conmigo no. Segundo: yo me separé de tu madre porque entre los dos las cosas se
fueron enfriando y al final se acabó el amor. Lo puedes entender si quieres y
si no, no, pero fue así y en tercer lugar, y también lo puedes entender o no,
yo a vosotras os quiero igual o más que antes y por tus palabras parece como
que no fuera así. ¡Ah! Y se me olvidaba una cosa – la miré directamente a los
ojos y parecía que su expresión iba cambiando poco a poco – en Londres no
hablamos de ese tema porque tenías catorce años y me parecía que eras muy
pequeña para razonamientos de este tipo. Confieso que estuve a punto de
planteártelo varias veces pero no me pareció oportuno, en eso si que tienes
razón, me equivoqué y lo siento.
-
Ya – a pesar de
tanto tiempo separados presumía de conocer bastante bien a mis hijas y la
notaba como algo descolocada – por una parte me alegro que, por fin después de
tantos años me digas algo de lo que pasó, pero por otro sigo sin entender
porqué no nos fuimos las tres a vivir
contigo a Londres porque ahora puedes poner todas las excusas que quieras pero
tú sabías de sobra que si no íbamos te acabarías separando de Mamá
-
No es tan fácil –
esta vez fui yo el que bajé la cabeza para que no notara como algunas lágrimas
se asomaban a mis ojos – sabes que me fui porque no encontraba trabajo aquí,
eso si lo sabes ¿no?
-
Si, eso si
-
A mi me costó
mucho trabajo dejaros, mucho más del que te imaginas y siempre con la idea de irnos todos pronto
para allí, pero las cosas no siempre son como cada uno quiere. Tenía que ganar
dinero cuanto antes y bastante porque vivir cuatro en Londres es muy caro,
vosotras tendríais que cambiar de colegio, Mamá dejar su trabajo y eso que
ahora parece muy fácil, entonces no lo era tanto.
-
Hubiéramos podido
vivir con menos dinero pero todos juntos.
-
Espera, espera
que no he terminado. Yo empecé viviendo en un piso con unos cuantos españoles
pero enseguida me ofrecieron la posibilidad de vivir en la clínica a la que
había ido con un contrato desde aquí y me fui allí y los dos primeros años
fueron muy duros. Yo ganaba dinero, no tanto como pensaba pero me daba para
vivir, pero tenía que seguir viviendo en la clínica donde no pagaba nada y
seguir haciendo más o menos veinte guardias al mes que son las que hacía y por
aquel entonces yo me preguntaba ¿y haciendo tantas guardias al mes merece la
pena que se vengan a vivir conmigo si prácticamente no me van a ver el pelo?
Por otra parte, tanto tu Madre como yo estábamos encantados con la educación
que estabais recibiendo en vuestro colegio y cambiaros y más a esa edad nos
parecía una barbaridad y a partir de ahí fue cuando la relación entre tu Madre
y yo desapareció. ¿Quién tuvo la culpa? Ella pensará que yo y yo no estoy muy
seguro. Unos días pienso que efectivamente fui yo y otros que el amor es así.
Es cierto que, como dice el refrán español “el roce hace el cariño” y en
nuestro caso ni nos veíamos y aunque no te lo creas era porque no tenía
prácticamente tiempo ¿Cómo iba a tener tiempo si estaba siempre de guardia?
-
Papá – ella
también tenía, como se dice en el Parlamento, derecho de réplica y no perdió la
ocasión – a mí todo eso me parece muy bien, pero no me puedo creer por mucho
que trates de convencerme que en tres o cuatro años no tuviste dinero para
venir a vernos o por lo menos que fuera Mamá allí. Lo siento, pero no me lo
creo. Bueno – se volvió a deshacer la cola de caballo – si que me lo creo
porque fue así pero tú sabes que no es cierto, lo que pasa es que empiezas
haciendo vida de soltero y al final te acabas acostumbrando y eso fue lo que te
pasó, lo demás son historias y formas de ver las cosas para no aceptar tu
propia responsabilidad.
-
Es posible que
hasta tengas razón – le pedí un café a un camarero que pasaba entre las mesas –
pero eso lo pienso ahora pero entonces, te lo juro por lo que más quiero que
sois vosotras dos, que hace esos años solo tenía una obsesión y era ganar
dinero para juntarnos toda la familia y eso te lo puedes creer o no, pero es la
verdad
-
Si tú lo dices yo
me lo creo, pero reconocerás que para nosotras fue una putada de mucho cuidado
-
Patricia, por
favor, esa lengua
-
Perdón, perdón
que se me ha escapado
-
Claro que lo
reconozco y de hecho te estoy pidiendo perdón, pero no creas que para mí fue un
plato de buen gusto porque no fue así.
-
A buenas horas
mangas verdes
-
Me parece que
ahora ya eres lo suficientemente mayor para que entiendas lo que te estoy
contando que es la verdad
-
No, no, si yo lo
entiendo y además aunque no lo entendiera ¿que puedo hacer?
-
Es verdad, no
puedes hacer nada y menos después de tantos años, pero si me gustaría que
entendieses mis razones, no para justificarme porque tampoco es eso, pero si
para que sepas lo que pasó de verdad.
-
Eso mismo decía
Mamá – me contestó – con la diferencia que ella lo decía convencida que se
arreglaría y acabarías volviendo aquí pero está claro que no fue así.
-
No fue así y bien que lo siento, pero ya no
tiene arreglo, pero que te quede claro que por mi parte vosotras sois mis
grandes amores y me encantaría hablar con tu Madre para decirle lo mismo que te
estoy diciendo a ti.
-
Me parece que ya
no es el momento. Ya pasó. ella está feliz con Carlos, tienen un hijo en común
y vosotros cada uno por su lado.
-
Es una pena
–llamé al camarero para que me trajera la cuenta, pagué y nos fuimos no sin
antes quedar para cenar otro día pero con Carmen y ella juntos
-
Y con David
porque esa no se separa de él ni un metro. Supongo que no quiere que le pase
como a Mamá.
-
Muy bien, pues
cenamos los cuatro. Vosotras buscáis el sitio y el día que os venga mejor.
-
Adiós
-
Adiós, hasta
pronto
No hay comentarios:
Publicar un comentario