lunes, 23 de febrero de 2015

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 62

Queridos blogueros/as: Como este capítulo está enviado un lunes os debo una explicación porque uno tiene la obligación de mandar uno a la semana excepto si ando por ahí y eso es lo que ha ocurrido. Hemos estado en una laconada en Cedeira y es motivo suficiente como para no escribir ni una sola letra en toda la semana, pero ya hemos vuelto y rápidamente me pongo a la tarea.
Como podéis apreciar (no pongo podemos porque creo  que esa palabra ha sido eliminada del Diccionario de las personas de derechas y uno presume de serlo aunque igual sale algún bloguero y me cae una bronca cosa que no creo porque sois dos, de momento, y se por donde respiráis) decía que como podéis apreciar la novela sigue su curso y los personajes van variando casi en cada capítulo y ahora me toca ser Celador del Instituto Anatómico Forense. Eso es lo de menos porque me voy adaptando a cada situación, pero que conste en acta, como siempre, que he visto algunas autopsias, no muchas, esa es la verdad, pero nunca he estado en el citado Instituto y os confieso que tampoco tengo muchas ganas y menos de protagonista en cuyo caso, lógicamente yo sería el muerto y eso si que ya no tiene ni puñetera gracia. Como mi bloguera se ha quejado "de la cortedad"(¿esto es castellano?) del capítulo anterior, éste es mucho mas largo y ya empieza a notarse como mas ambiente y seguro que después de leerlo os imaginaréis una sala de autopsia y no sigo porque si empezamos con el "cachondeíto" seguro que a alguien le molesta y tampoco está uno para andar molestando a la gente.
¡Que frío he pasado en esa localidad de la provincia de La Coruña! solo se puede controlar a base de mucha calefacción por fuera y algún caldo con un poco de alcohol por dentro. En verano, como dice el eslogan "Cedeira, mas que villa maravilla" pero en invierno hasta los grajos vuelan bajo cuando hace un clima como el de la semana pasada.
En fin, ser felices por lo menos esta temporada teniendo en cuenta que las elecciones son allá por Diciembre.o sea que tiempo tenemos y no "podemos" dejar de intentarlo.
Un abrazo
Tino Belascoaín.

Alguien me ha dicho que hay mas de dos que leen esta historia y si es así me gustaría que la comentarais. Animaros que ya dice el refrán que no hay dos sin tres. 



CAPITULO 62.-

 En el Instituto Anatómico Forense el trabajo empezaba muy temprano. El primero en llegar era Miguel el encargado de manejar los cadáveres, una especie de celador especializado en muertos, quien con su tartera debajo del brazo, embutido en una vieja pelliza y unos raídos pantalones de pana, se quitaba la gorra y saludaba a los Policías que custodiaban permanentemente la puerta con un -  Buenos días días tíos ¿Qué tal se ha pasado la noche?
-      ¿Qué tal Miguel? ¿parece que hace frío? – contestan desde dentro de la garita los dos policías.
-      Tampoco es para tanto si tenemos en cuenta que estamos en el mes de Noviembre y son las seis y media de la mañana.
-      Eso es verdad – uno de los policías de guardia le ofreció un pitillo
-      Muchas gracias, pero nunca fumo por las mañanas. Eso si – el celador, encargado o lo que fuera esbozó una sonrisa que permitió ver algo que podía parecerse a una dentadura de un intenso color amarillo- por la tarde recupero todo y así me fumo casi dos cajetillas-
-      Eso es mucho ¿no? – el otro policía abrió una pequeña bolsa de la que sacó con sumo cuidado un bocadillo
-      Si, es una barbaridad – Miguel sabía que su vicio lo llevaría antes o después a la tumba – pero no soy capaz de dejarlo
-      Haz lo que hice yo – el primer policía estiró las piernas – deja de comprar tabaco y tus compañeros te dan los primeros días pero luego se cansan y si tu no te lo compras, dejas de fumar casi sin esfuerzo
-      Ojalá fuera verdad – el celador dejó la pelliza en una taquilla al lado de la puerta de entrada – pero en mi caso no produce ningún efecto
-      ¿Ni dejando de comprar?
-      Ni dejando de comprar, ni tomando chicles de nicotina, ni con acupuntura, ni con nada de nada, aquí lo único que vale es la fuerza de voluntad y a lo que se ve yo no tengo ninguna y bien que lo siento, pero no la tengo
-      Hombre, yo no he fumado en mi vida y por lo tanto no soy el mejor para dar consejos, pero tu sabes que el fumar mata
-      Nos ha jodido Mayo con sus flores – Miguel se ajustó una bata que en su momento había sido de color blanca – mira con lo que viene éste ahora. Ya lo se que mata, pero mas matan los accidentes de tráfico o la violencia de género y sin embargo todo el mundo va en coche o busca una pareja como Dios manda y mil cosas mas, o sea que por ahí no me vas a convencer
-      No, si yo no quiero convencerte, allá cada uno con su vida, pero me da un poco de pena que viendo lo que ves tú todos lo días no te plantees dejarlo
-      ¡Eso que tiene que ver! Yo veo un montón de muertos, pero casi ninguno, por no decir ninguno, son por el fumeteo. Casi todos son accidentes de tráfico y de vez en cuando aparece alguna cosa interesante, pero solo de vez en cuando
-      ¿Cómo la chica que han traído esta noche?
-      No tengo ni idea
-      Te cuento – el policía terminó de comerse el bocadillo de chorizo y mientras trataba de limpiarse la dentadura con un palillo continuó – parece ser que apareció en la sierra o por ahí. Al principio parecía un accidente sin mas, pero según Nicolás no lo tiene muy claro y ya sabes que cuando Nicolás dice que no le huele bien, es que pasa algo raro.
-      ¿A que hora la han traído?
-      ¿Serían las nueve de la noche de ayer? – un policía miró al otro para tratar de describir todo lo que habían visto y estar mas o menos de acuerdo – si, sobre esa hora mas o menos
-      Tuvo que ser después de las nueve porque cuando ayer salí de aquí todavía no había llegado ningún cadáver.
-      Es igual –el policia seguía dando buena cuenta del suculento bocadillo de chorizo – el caso es que ahí tienes una moza que tiene pinta de haber estado muy buena y creo que ahora os toca el turno.
-      ¿Sabéis si ha venido el Juez de Guardia?
-      Por aquí no ha venido nadie
-      ¿Ni siquiera la familia?
-      No
-      ¡Qué raro! En fin chicos que tengáis buena guardia.  Voy a ver como tengo a mis fiambres.
Miguel pasó a lo que podríamos llamar zona privada después de introducir una tarjeta en una especie de cajetín a la derecha de la puerta de entrada. Avanzó lentamente por un corto pasillo de azulejos blancos y negros que hacía juego con el suelo también con la misma composición de colores. Una viejas estanterías de madera carcomidas por el paso de los años cobijaban todo tipo de huesos de muy distintos tamaños que eran utilizados por los diferentes profesores para las clases de Medicina Legal. Cada una de aquellas pequeñas urnas tenía una pegatina pegada en la que se describía sucintamente la historia de cada hueso, el lugar donde había sido encontrado, si formaba parte de un cuerpo o era una pieza independiente, la fecha de la autopsia, etc… etc. El celador no conocía todas las historias, pero si la mayoría y era capaz de saber, con una simple ojeada, quien se había llevado alguna o si había alguna nueva incorporación a tan singular museo. Esta vez, pasó sin mirar pensando en la nueva inquilina de alguna de las ocho salas de autopsias. El que el guardia de la puerta le dijera que podía ser un caso interesante ya era algo porque de autopsias no sabía casi nada, eso seguro, pero de reconocer los casos diferentes en eso si que tenía una amplia experiencia, no en vano llevaba un montón de años haciendo guardias y departiendo con unos y con otros y no solía equivocarse. Miguel, desde el primer día que entró en el Instituto Anatómico Forense, tenía por costumbre, no solo preparar los cadáveres para que los Forenses hicieran su trabajo, sino hacer de agente de la Policía Judicial y tratar de determinar las causas de la muerte, no como los profesionales que lo hacían de una manera científica si no por una simple observación ocular y debía reconocer que fallaba en muy contadas ocasiones. Incluso los Forenses le preguntaban  muchas veces antes de comenzar su trabajo, excepto el Dr. D. Nicolás Lopez García que desde el mismo día de su llegada le puso los puntos sobre la íes y le dejó muy claro quien era quien en la sala de autopsias y él, Miguel, era una parte importante para el trabajo de los demás, pero como lo que era, un simple celador y esa historia que circulaba por ahí de que sabía de que había muerto una persona con una simple inspección ocular, le pareció una solemne tontería y así se lo hizo saber
-      Usted dedíquese a su trabajo y déjenos a los demás que hagamos el nuestro ¿de acuerdo?
-      Si señor – contestó Miguel aunque para sí pensó que antes o después le pediría opinión como el resto de sus colegas. Sin embargo, con el Dr. Lopez García se equivocó de medio a medio. En casi diez años, nunca le había preguntado, ni una sola vez su opinión y hacía la autopsia con tal pulcritud como si fuera la primera que hacía en su vida. Se había ganado un bien merecida fama por su manera de describir las lesiones y sobre todo por su absoluta fidelidad ante lo que veían sus ojos. Era el Forense mas respetado y aunque no tenía amigos dentro del Instituto, en lo ambientes judiciales era el mas cotizado. Lo que decía el Doctor Lopez García casi siempre iba a Misa
Dependiendo del día de la semana Miguel sabía con antelación quien sería el que realizaría las autopsias cada día y preparaba los cadáveres de diferentes maneras. El D. Moreno lo primero que hacía era extirpar el corazón para valorar posibles infartos, La Dra. Lozano iba directamente al cerebro aunque supiera por una sucinta historia que todos los cadáveres tenían a los piés de la camilla que había fallecido por un traumatismo sobre las piernas. El Dr. Calbino solo miraba la piel y los órganos internos le importaban un pepino y así uno tras otro hasta llegar a los doce Forenses que constituían la totalidad de la plantilla. El único que quería que el paciente estuviera en posición de decúbito supino, toda la vida Miguel decía que boca arriba, era el Dr. Lopez García y no quería que nadie le quitara la ropa porque, según él, en los diferentes tejidos estaban todas las pruebas y una vez revisada la ropa, con tanto detenimiento como el propio cuerpo, ya pasaba a extraer diferentes órganos para ser analizados con mas detenimiento en el laboratorio. También era el único que se esmeraba en la sutura de todas las heridas necesaria para una adecuada autopsia, aunque sabía que serían tapados a continuación con unos sudarios de una gruesa tela.
Un día Miguel le preguntó porqué suturaba con tanto cuidado y el Doctor casi sin darle importancia contestó que en su juventud había sido cirujano plástico y desde entonces no entendía como se podía hacer una sutura de cualquier manera y que en cualquier momento los familiares podría querer ver el cuerpo entero y tenían derecho a ver que, por lo menos había sido tratado con el debido respeto, explicación que no sirvió para nada porque Miguel sabía que la mayoría de los cadáveres que pasaban por allí eran interesantes para los abogados defensores, la propia policía o los fiscales, pero las familias, en general, lo que querían era enterrarlos cuanto antes y terminar lo mas deprisa posible con la cantidad de tragedias que se sucedían diariamente y luego ya vendrían los juicios o lo que hiciera falta.
Miguel, como hacía todos los días, revisó una por una las ocho salas. En la primera todavía estaba el atracador que había sido disparado por el propietario de una joyería al pretender atracarle y no parecía que fuera un caso difícil. Tenía un tiro en plena cara que le había desfigurado completamente y las manos llenas de barro. Era un chico joven, fuerte y lleno de tatuajes de diferentes colores.
-      Ya tengo trabajo porque en cuanto venga el Dr. Lopez García seguro que me manda prepararlo para devolverlo a la familia – Miguel decía esto mientras le tapaba cuidadosamente con una sábana que en su infancia había sido blanca y ahora, con el paso de los años y después de sucesivos lavados se había convertido en una cobertura suficiente hasta que los cadáveres volvían a sus cajas de pino.
La sala número dos, igual que la tres y la cuatro, estaban completamente vacías esperando la llegada de nuevos clientes. El olor era característico, una mezcla de lejía y jabón pasado que era advertido por todos los visitantes, excepto por Miguel al que incluso le resultaba agradable. Colocó unas sábanas sobre unos taburetes, revisó las pinzas que se encontraban sumergidas en alcohol, pasó un trapo por la lámpara y con una manguera regó el suelo terminando en cada una de las esquinas donde unos pequeños sumideros se hacían cargo del agua que rebosaba generosamente por el suelo compuesto por plaquetas de un color blanco como la leche.
La sala número cinco estaba sin arreglar, como Miguel había supuesto, porque el día anterior habían tenido que repetir la autopsia a una mujer muerta por violencia de género a la que el Juez había mandado hacer una autopsia mas rigurosa porque no constaba si había tomado alguna sustancia, además del alcohol que casi se salía por todos los poros de su piel. El cadáver estaba en una camilla, tapado con la correspondiente sábana y por el suelo se acumulaban gasas y compresas manchadas de diferentes fluídos, restos de su ropa, una medio peluca de dudoso color, unas medias viejas llenas de agujeros, un sombrero de paja y unas zapatillas de andar por casa. Miguel pensó en la posibilidad de dejarlo todo como estaba hasta que llegara Herminia, la limpiadora, pero le parecía una caradura dejarlo cuando él no tenía nada que hacer hasta las ocho y tomando la manguera regó todos los restos acumulándolos en una esquina para que, eso si, fueran clasificados y recogidos por la limpiadora porque una cosa es echar una mano y otra ser tonto y uno aunque lo parece no lo es. Claro que estas sudamericanas son todas iguales, empiezan muy bien y poco a poco van relajando las costumbres y sobre todo si se encuentran con alguien como yo, pero ya empiezo a estar harto. Una cosa es que venga pronto y otra es que me dejen trabajo del día anterior. ¡Que trabaje que para eso le pagan!

 A pesar de todo Miguel dejó esa sala como los chorros del oro y pasó a la sala sexta donde se encontraba la chica de la que le había hablado el Guardia Civil de la puerta. La sala estaba tan limpia y tan ordenada que parecía hacerle la competencia a la chica que estaba tumbada en la camilla de acero inoxidable que presidía la estancia. Un sábana la tapaba hasta los hombros y la cara y el pelo peinado con unos rizos que parecían haber sido hechos unos minutos antes, era de una belleza que, en vida, debió haber sido muy importante. Los ojos todavía dejaban entrever una fina línea azul por encima de las pestañas, las cejas estaban perfectamente depiladas y toda su cara irradiaba una enorme tranquilidad. Le había pasado en otras ocasiones, aunque de eso hacía ya varios años, pero en muy contadas ocasiones y siempre con cadáveres que no habían sufrido ningún tipo de traumatismo y sin embargo en éste, parecía que la policía se había decidido por un posible atropello, según constaba en la historia que tenía Miguel en la mano.
-      Me juego el cuello que éste cadáver no lo ha visto el Inspector Cuadros – Miguel conocía al Inspector desde hacía muchos años - ¿como va a ser un atropello si por no tener no tiene ni un simple hematoma y la ropa está como si hubiera salido hace un rato de la lavadora?. No se de que se habrá muerto pero atropellada de eso nada monada – Miguel estiró la sábana cubriendo totalmente el cuerpo de la desconocida.
Las sala siete también estaba vacía y en la ocho seguía el cadáver de un ciudadano, por los rasgos era asiático, que había sido encontrado hacía unos días en un descampado cerca del poblado de Cobo Calleja donde era frecuente encontrar a este tipo de cadáveres, casi siempre fruto de ajustes de cuentas entre bandas rivales. Este individuo joven, trabajador manual por la rudeza de sus manos, llevaba allí cerca de quince días y cada poco aparecía alguna persona, acompañada por un agente de policía, que observaba cuidadosamente el rostro y sin mover ni un músculo negaba con la cabeza que perteneciera a su familia. Solo uno comenzó a llorar compulsivamente y después de mucho preguntar los investigadores judiciales llegaron a la conclusión que eran compañeros de trabajo, pero no fueron capaces de conocer ni siquiera el nombre. Miguel estaba seguro, como era una práctica habitual, que si en una semana no se conocían mas datos sería enterrado en una fosa común en el Cementerio de Villanueva de la Cañada, previa la colocación de un número en la caja y un pequeño historial para poder localizarlo si, en el futuro, hubiera novedades en la investigación, cosa que no ocurría nunca porque el caso se daba por cerrado y estaría por llegar la primera vez en que alguien reclamara a alguno.
Una semana era bastante tiempo para mantener un cadáver sin que empezaran a aparecer signos de descomposición provocando un olor insoportable por lo que Miguel procedió a cubrirlo con un grueso plástico de color negro, regando todo con agua y un compuesto químico que sacaba de un de un bidón de color verde oscuro situado a un lado de la sala. Una vez bien húmedo lo envolvía en una bolsa de plástico en la que constaba el día de su ingreso en el Instituto Anatómico Forense y así lo dejaba hasta que el Juez decidiera cuando lo trasladaban y entonces lo introduciría en una caja de zinc rigurosamente precintada y en un furgón saldría por la puerta del garaje solo, sin ningún tipo de cortejo, hasta depositarlo en el Cementerio.

-      Espero que el Sr. Juez tenga a bien decidir cuando lo trasladamos porque tanto chino por los pasillos comienza a ser un coñazo y como tengan que venir todos los que viven en Madrid, tenemos cadáver hasta dentro de siete meses y cuando uno se muere tiene que dejar sitio a otros que vienen detrás – Miguel no era racista, seguro que no, pero el desfile de extranjeros por su Departamento no le hacía ninguna gracia y ahora con la chica de la sala sexta volverían otra vez a las andadas y siempre era lo mismo. Llegaba la supuesta familia, en el caso de españoles casi siempre eran ellos, Miguel acompañado del Inspector de turno levantaba la sábana, los familiares miraban como si lo que estaba ante sus ojos fuera imposible y se deshacían en lágrimas hasta que Miguel los hacía pasar a una sala cercana y allí repartía botellines de agua y alguna que otra tila hasta que se calmaban un poco y de allí de vuelta a la Comisaría para terminar el atestado.

Sin embargo, aquella chica  de la sala seis era distinta. Si no fuera porque  Miguel llevaba allí cerca de cuarenta años, podría decir que estaba dormida. Todos los muertos cambiaban en nada de tiempo y sin embargo ésta parecía que de un momento a otro iba a preguntar porque estaba ahí. Incluso la ropa que normalmente estaba arrugada de tanto traslado era como recién salida de la tienda. Las sandalias tenían la suela como si no hubieran pisado el suelo. Miguel, experto en suposiciones y conocido entre todos los trabajadores del Centro como si fuera un Inspector de Policía en período de prácticas, había levantado la sábana dejando al descubierto la mitad del cuerpo. Los brazos estaban colocados sobre el pecho y en uno de sus dedos todavía permanecía un anillo.
-      Hacía muchos años que no veía a nadie con las joyas en la camilla y en este caso parece como si nadie quisiera que fuera un cadáver. Ni siquiera le han quitado la ropa. ¡Qué raro! – pensó Miguel sin poder retirar la vista de aquella chica – y el caso es que la cara me suena de algo, no se de que, pero yo la he visto en algún sitio ¡ que raro! Por mas que la miraba y hasta se sentó en un taburete para verla con mas detenimiento no era capaz de saber de que la conocía, pero verla la había visto en alguna parte, eso seguro, pero imposible saber donde. El caso es que yo – Miguel no podía quitarla la vista de encima – no conozco a casi nadie fuera de aquí, mi vida se reduce a trabajar aquí de sol a sol y luego a casa, ver la tele y al día siguiente volver temprano para salir tarde y así un día y otro desde hace cuarenta años. ¡Dios mío¡, como pasa el tiempo . Nunca he tenido amigos, vivo en el mismo piso desde que vine a Madrid, no salgo prácticamente nunca y sin embargo yo a esta chica la conozco
Un agudo ring ring procedente de un teléfono negro con los números algo gastados instalado en la pared, hizo que Miguel volviera de esa especie de sueño en el que se había sumido sin darse cuenta
-      Miguel – una voz aguda le hizo volver todavía antes a la realidad. Era la telefonista – hijo menos mal que te encuentro ¿Dónde estás metido?
-      Estoy en la sala seis
-      Están aquí los familiares de un cadáver que trajeron ayer por la tarde.
-      Voy ahora mismo a buscarles.
-      Venga que llevan un rato esperando
-      Voy, voy.
Miguel tapó el cuerpo de la sala seis y encaminó sus pasos a la sala de espera donde cuatro personas le esperaban con ansiedad. No había duda que una de las personas vestida totalmente de negro, era su madre porque el parecido físico era extraordinario aunque en el caso de la señora que esperaba con un pañuelo entre las manos, la diferencia eran unas tremendas arrugas que poblaban su cara. Dos señores con abrigo largo, sombreros grises y traje de corte perfecto la acompañaban y un poco mas separado un chico, mucho mas joven que las otros tres personas, permanecía con la mirada en el suelo moviendo las manos como si fuera un tic, llevaba una gabardina sobre los hombros, el pelo despeinado posiblemente por toda una noche de guardia y cuando vió acercarse a Miguel se levantó antes que los demás
-      Buenos días ¿Es usted Miguel?
-      Si señor
-      Soy el Subinspector Luis García.
-      Mucho gusto – Miguel apretó con fuerza la mano que le tendía el Policía
-      Le traigo recuerdos del Inspector Cuadros
-      Si hombre – Miguel esbozó una sonrisa – Hace muchos años que le conozco ¿cómo está?
-      Muy bien, viejo porque los años no perdonan, pero bien.
-      Bueno, bueno tampoco es para tanto que tiene los mismos años que yo
-      Perdone – el joven Subinspector trataba de subsanar la metedura de pata – pero usted parece mucho mas joven
-      Ya, ya – Miguel miró a las otras personas que eran las únicas que permanecían en la sala de espera – ¿son familiares de la chica que trajeron ayer?
-      Si, venimos para que hagan un reconocimiento del cadáver.
-      Muy bien - Miguel se dirigió a los que permanecían sentados – perdonen, si les parece bien les acompaño a la sala para que reconozcan el cadáver de su familiar ¿de acuerdo?
-      Si - contestó con voz potente un hombre de unos sesenta años con mirada cansada – cuanto antes pasemos antes terminamos esta agonía. Vamos María.
Miguel ayudó a incorporarse a la señora
-      ¿Qué relación tienen ustedes con la difunta?
-      Yo soy su madre –contestó la señora mientras andaba lentamente hacia la sala donde estaba el cadáver de la que se suponía que era su hija – y los que me acompañan uno es mi cuñado y otro un vecino puerta con puerta de mi casa que desde que me comunicaron lo que había pasado no me deja sola ni un minuto
-      ¿Tiene mas familia?
-      Si, pero han preferido quedarse en Medina del Campo preparando todo para el entierro
Ya – Miguel sacó una llave del bolsillo y se dispuso a abrir la sala número seis. Mientras tanto la madre se secaba las lágrimas con un pañuelo que sostenía nerviosamente con la mano derecha. Eran muy pocos metros los que tenían que andar entre la sala de espera y la sala de autopsias, pero los suficientes para que María, la madre, repasara como si fueran una serie de fotogramas de una película, todo lo acontecido desde las siete de la tarde del día anterior hasta ahora que serían alrededor de las siete de la mañana de este día desapacible en la capital de España.

Miguel destapó la cara de Ana Segura y Doña María asintió con la cabeza. Si por ella fuera la hubiera abrazado, pero el Tío Antonio y el vecino que la acompañaban se lo impidieron a la vez que también asintieron con la cabeza confirmando que el cadáver era el de su sobrina y el de la vecina.  Salieron de la sala de autopsias y en un pequeño despacho firmaron diferentes papeles  y después de preguntar cuanto tiempo tardarían en hacerle la autopsia y plantear la fecha del entierro, pasaron a una sala contigua para responder las preguntas que necesariamente les tenía que hacer el policía que les acompañaba desde el primer momento.
-      Perdonen que les moleste, pero para la instrucción del sumario necesito una serie de datos ¿de acuerdo? – El subinspector se quitó la gabardina y al quitarse el sombrero y colgarlo de una pequeña percha clavada en la pared se apreciaba una persona joven, bien parecida, con el pelo inundado de gomina, un traje gris abrochado, una camisa blanca con rayas discretas de color rojo y una corbata lisa del mismo color. Al sentarse e indicar a Doña María, su cuñado y el vecino que también tomaran asiento, dejó encima de la mesa unos folios y con un bolígrafo que sacó del bolsillo interior de la americana, se dispuso a apuntar los datos mas interesantes de la fallecida con el fin de obtener la mayor parte de datos que les indicara alguna pista para iniciar las investigaciones aunque era consciente que la mayor fuente de información iba a ser la autopsia, pero disponer del informe forense todavía tendrían que pasar unos días
-      Bueno, Doña María – el subinspector la miraba directamente – serán solo unos pocos minutos pero necesito saber lo mas posible sobre la vida de su hija, sobre todo los últimos meses, ya sabe donde vivía con quien salía, si tenía algún novio o alguien que pudiera hacer algo parecido. Prometo molestarla lo menos posible.

-      Lo que usted mande – contestó la señora.

3 comentarios:

  1. Uff tema escabroso. Es todo un máster en autopsias. Que bien describes el escenario; me lo he imaginado perfectamente.
    Pobre Ana; que le habrán hecho. Ya tenemos tema. No tengo ni idea de por donde van los tiros.
    Hasta el próximo capítulo besos a todos los lectores.

    ResponderEliminar
  2. Uff tema escabroso. Es todo un máster en autopsias. Que bien describes el escenario; me lo he imaginado perfectamente.
    Pobre Ana; que le habrán hecho. Ya tenemos tema. No tengo ni idea de por donde van los tiros.
    Hasta el próximo capítulo besos a todos los lectores.

    ResponderEliminar
  3. El Tío Javier Belas27 de febrero de 2015, 12:12

    Casi llego tarde a mi comentario. La laconada de Cedeira la he prologado unos días, pero al fin ya estoy aquí.
    Menudo capitulito, nunca me han gustado los muertos y menos las autopsias y los forenses, pero es la vida y hay que aceptarla.
    Intriga lo que le ha pasado a Ana, esperemos enterarnos pronto.
    Al ver los comentarios pensé ya somos tres. A lo mejor es buena idea la de repetir el comentario para hacer mas propaganda y que se anime la gente.
    Un abrazo a todos

    ResponderEliminar