sábado, 22 de noviembre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 50



 Queridos blogueros/as: Como algunas semanas no me acuerdo o estoy haciendo algo y no tengo tiempo acabo de decidir que, a partir de ahora, el capítulo correspondiente lo mandaré en el transcurso del fin de semana y así seguro que quedo siempre bien. 
Os diré que después de releer lo del pub "La miñoca" y las reflexiones del capítulo de hoy, me parece que me voy a ir a vivir a La Coruña porque allí "te hay de todo"
Esta novela es un lío que ni yo mismo me aclaro porque lo mismo estamos contando "verdulerías" que la cosa se pone de un serio que hasta hace pensar, cosa que no viene mal de vez en cuando y ésta vez parece que toca esto último.
Como os he contado alguna vez, prefiero no seguir leyendo los capítulos que siguen porque no me acuerdo de nada y así cada fin de semana es como una novela nueva y por eso no me atrevo a decir como serán los siguientes aunque por la pinta parece que la cosa se va poniendo seria, pero ya se verá.
Hasta la próxima y seguir intentando ser felices aunque no se si podemos (¿se nota el doble sentido?)
Un abrazo
Tino Belascoain



CAPITULO 50.-

 Salieron del pub despacio, como si quisieran que la vida siguiera siendo como la de aquella noche y en un silencio que llenaba todo, pasearon por las estrechas calles agarrados de la mano y sin decirse ni una sola palabra. En la playa de Riazor, cuando la luna parecía que quería ser una mas en aquel discurrir de parejas hacia las zonas mas íntimas y oscuras, se fundieron en un beso como nunca lo habían hecho. A continuación se miraron a los ojos y sin querer las lágrimas asomaron por las mejillas de ambos. Los dos sabían porqué y sin embargo continuaron con sus silencios en espera de una mejor situación. Ya en el hotel se fundieron como dos enamorados y aquella noche fue de las que ambos recordarían durante muchos años. No estaban seguros si aquello sería el inicio de una nueva vida, pero, al menos, había una mínima llama que los mantenía encendidos. No era el fuego de los primeros años, ni tampoco el que se produjo después del nacimiento de cada niño que era como una especie de renovación de su compromiso matrimonial, pero tampoco eran aquellas noches frías en que la cama parecía un iglú y los sentimientos parecían haberse perdido en aquella inmensa pista de hielo en que se habían convertido sus almas después de la muerte de su hijo o al poco del infarto de Fernando.  En cualquiera de las situaciones el silencio era la moneda común en sus relaciones de pareja. Hablaban mucho, pero de nada, permanecían muchas horas uno al lado del otro, pero en compañía, no unidos, salían y entraban continuamente pero como pareja no como matrimonio y al final vivían juntos, pero separados.
Todas aquellas sensaciones y muchas más recorrieron las mentes de Fernando y Mamen mientras el amanecer despertaba y la ciudad se iba desperezando a ritmo muy lento pero inexorable, como ocurría todas las mañanas, con mayor o menor brillo, pero el ciclo de vida no se detenía a pesar de que algunos lo intentasen con sus hábitos.
Después de aquella noche y con ánimos renovados, Fernando se levantó y desde la ventana del hotel situado en un enclave maravilloso, disfrutó a las seis y media de la mañana de uno de los amaneceres mas impresionantes de toda su vida. Desde la habitación 604 situada en la planta sexta, la bahía del Orzán se fue iluminando como por encanto. Los pescadores lanzaban sus cañas encaramados en los rocas como si fueran lapas mientras las bocanadas de humo procedentes de sus cigarrillos parecían pequeñas chimeneas que colocaban a cada uno en su lugar. El mar iba cambiando de color y de las primeras olas oscuras se iban transformando en aguas radiantes, con espuma blanca que bañaba la arena impoluta de toda la noche sin pisar. A lo lejos, los barcos de bajura parecían mas pequeños todavía y serían como moscas encaramadas en lo mas alto de las olas. Un señor de pelo blanco, zapatillas amarradas entre si y colgadas de los hombros, con un jersey azul, pantalones de pana remangados hasta media pierna, paseaba su soledad por la orilla, dejándose piropear por un perro tan viejo como él que al menos le provocaba compañía. De vez en cuando se detenía y miraba al horizonte, se ponía las manos en jarras y parecía como amenazando a la mar, aquella que había sido su compañera del alma durante tantos y tantos años y que le había provocado tantos disgustos y sinsabores como alegrías y momentos de calma y felicidad. Su frente arrugada, su eterna pipa apagada como una prolongación de unos dientes amarillos y dejados de la mano de Dios, como toda su figura que desprendía un aire de melancolía y tristeza, seguro que, aquí Fernando dejó volar su imaginación la  mujer con la que había vivido muchos años, decidió dejarse atrapar por el mar tirándose desde un acantilado próximo dejando al señor en la sola compañía de su perro que aunque daba vueltas y  mas vueltas alrededor de su amo no conseguía animarlo. Aquello era como un simulacro de una vida que nunca iba a ser igual y que volvía a la monotonía en cuanto el viejo cruzaba el amplio paseo marítimo y se entremezclaba con las luces y las sombras de unas farolas envejecidas por el paso de  los meses y de los años.
Fernando recordaba aunque hacía años las noches que estuvo alojado en este hotel y la posibilidad que hubiera tenido de disfrutar de tanta belleza, pero su cabeza estaba en otro sitio y los asuntos del despacho no le dejaban tiempo para mirar mas allá de la pantalla del ordenador. Dinero, dinero y dinero ¡que tonto había sido! Su vida limitada al dinero y ahora se daba cuenta que una puesta de sol en compañía de Mamen hubiera sido mas rentable que aquel juicio que ganó y que le reportó unos, lo que para él eran, buenísimos millones de pesetas y que sin embargo, al llegar a su casa no le sirvieron para nada porque Mamen había tenido que salir corriendo con su tercer hijo, porque tenía fiebre de casi cuarenta y uno y había  empezado a convulsionar y todavía recordaba la cara de su mujer cuando se la encontró sola en la sala de urgencias del Infantil de La Paz. Su gesto era de fracaso, de soledad, de buscar algo y no encontrarlo, parecía una viuda desconsolada, sin nadie en quien apoyarse y el dinero haciendo que su marido estuviera en paradero desconocido. Ahora se daba cuenta, pero ahora no hace diez años, que el dinero, en su caso, no le había proporcionado la felicidad que a todo el mundo le provocaba. Si que llevaba una vida fácil, pero vacía, había disfrutado muy poco de sus hijos y nada prácticamente de su mujer y encima su vida religiosa había terminado en un profundo fracaso. Total, que en un balance provisional, el final no era como el de los cuentos, final feliz, si no mas bien, todo lo contrario.
Desde la cama y hundida en la almohada Mamen contemplaba las anchas espaldas de su marido. ¿cuánto tiempo hacía que no le miraba? Estaban juntos a menudo, pero casi ni se miraban. Al principio, si, pero el tiempo fue pasando y lo mismo que los años, las ilusiones se fueron desvaneciendo. ¿Quién fue el culpable? ¡ qué mas da! No es un problema de culpabilidad, es así y no hay que darle mas vueltas. Todo fue maravilloso, la relación era fantástica, pero se acabó. La muerte del niño en lugar de un motivo de reencuentro fue todo lo contrario. Fernando abandonó los principios que parecían imprescindibles en su vida y aquello fue de mal en peor y ahora ¿qué queda después de tantos años? Hasta ayer parecía que nada y sin embargo ¿quedaría algo y ahora aquellos rescoldos comenzarían a arder otra vez? Mamen estaba deseando que fuera así, pero en su fuero interno estaba segura que nada sería como antes. Fernando había cambiado y mucho, pero ella tampoco le iba a la zaga. De aquella casi niña que solo hacía que parir y esperar a su marido en casa, había pasado a ser una mujer que analizaba las diferentes situaciones y valoraba en su justa medida las ansias de su marido. Era consciente que gracias a él, disfrutaba de una buena posición en la escala social que le había correspondido, su vida era cómoda, se compraba mas o menos todo lo que le apetecía, tenía dos chicas sudamericanas en casa que le hacían todas las tareas del hogar y hasta lo del niño su vida había sido de las que provocan envidia. Incluso, ambos coincidían en un tema tan importante como el religioso, acudían a reuniones juntos y de vez en cuando hasta a retiros de cuatro y cinco días que les ayudaban a seguir. Sin embargo, la mala suerte de la muerte de su hijo, encima en accidente que todavía es mas traumática, les había cambiado la vida. Se desmoronaron como un castillo de naipes todas sus creencias religiosas y nada ni nadie fue capaz de darles una explicación. Aquello que los designios de Dios son incomprensibles estaba muy bien, pero les valía de poco. Fernando se negó a admitir desde el primer día que la vida está en manos del Sumo Creador, como nos repetía constantemente el Padre Huidobro, y que, por lo tanto, la daba y la quitaba cuando le daba la gana y aunque ella trataba de mantenerse un poco la margen, en el fondo pensaba lo mismo que su marido, con un pequeño matiz que lo hacía diferente. No estaba de acuerdo, no entendía absolutamente nada, pero rezaba y rezaba para que su Dios la ayudara a superar aquel mazazo, pero la paciencia también tiene un límite y aunque sin decirlo, su fé comenzó a resquebrajarse y el árbol de sus creencias se vió involucrado en un otoño no deseado que lo dejó sin una sola hoja. Todavía estaba en aquella fase de replantearse su vida sin definir el camino a seguir cuando se encontraba en alguna encrucijada de decisiones y llega el infarto. ¿Estaba segura de poder superar tantas pruebas? El Dios que siempre le habían dicho que era bueno, misericordioso y no se cuantas cosas más, se había encelado con su vida y no hacía nada mas que someterla a una serie de pruebas que iban aumentando en dificultad. La etapa del hospital fue espantosa, con una soledad siempre mayor de la que se quiere, mucha gente pasaba pero muy pocos hacían compañía y los únicos momentos buenos eran los que pasaba con el Dr. Cuesta al que preguntaba y preguntaba para que le contestara lo que ella quería oir. Sin embargo el galeno  no se lo ponía nada fácil y muchos de las repuestas eran evasivas y poco comprometedoras, como aquel ya veremos, porque en Medicina jugar a adivinos es perder el tiempo y otras muy parecidas.
La vuelta a casa también fue muy dura. Ella no quería plantear la situación abiertamente, pero estaba claro que las relaciones entre la pareja se iban deteriorando de una manera alarmante. Parecía como si los dos estuvieran a punto de estallar, pero en el último momento, casi sin pretenderlo, la pólvora se mojaba y no se producía la explosión. Los últimos meses habían sido ya de horror y aquel viaje los dos sabían que era propicio para aclarar muchas cosas que habían sucedido. No tenía ni idea cuando iba a ocurrir, pero estaba segura, completamente segura, que antes o después se tendría que plantear con el ánimo de buscar soluciones o de romper el matrimonio de manera definitiva.  


2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas23 de noviembre de 2014, 1:21

    Muy bueno este capítulo, de los que hacen pensar.
    Yo soy hombre de mar, de los que me gusta sentarme en un acantilado y observar en silencio. La mar es siempre distinta. Cuando está en calma me produce tranquilidad y relajación. Cuando es gruesa y arbolada siento nerviosismo y preocupación. Cuando la mar es enorme y montañosa me da mucho respeto y hasta miedo y recuerdo el dicho de los marineros " el que no sepa rezar que venga por estos mares, verás que pronto lo aprende sin enseñárselo nadie"
    Un abrazo a todos

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  2. Bonito y filosófico este capítulo. Esta pareja navega por un mar peligroso. ¿Qué pasará?. Quieren salir adelante; ojalá lo consigan.
    Me ha encantado. Yo también me apuntaría a vivir en La Coruña.
    Besos y hasta el próximo

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