viernes, 11 de abril de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 31

 Queridos blogueros/as: Otro fin de semana mas y aquí estamos para variar. Ya veo que leéis atentamente mis capítulos porque el error de llamar a Fernando Alberto efectivamente es producto de variar el texto antiguo con el moderno y así pasa lo que pasa, pero ya está arreglado. Una ventaja mas de las muchas que tiene esto de la informática. Lo que no he mirado es si tiene cuatro o cinco hijos, bueno, en el fondo da lo mismo, o sea que así se queda.
Este capítulo ya es de primera mano y nuestra Ana Segura se comienza a relacionar con otras gentes, venidas a menos,  pero cada uno se lo monta como puede.
Espero que os guste y no os prometo que pueda publicar el próximo capítulo el Viernes Santo por dos motivos, uno porque si Dios quiere estaré en Cedeira disfrutando de unos días de descanso y dos porque no se si allí tengo "internete" Si no pudiera, para el martes siguiente ya estaré de vuelta y os lo mando
Hala, a ser felices
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 31.-

Ana atravesó el amplio hall pensando que esta iba a ser la última : desde luego como esa fiesta no salga como quiere la Condesa, pido la cuenta y me largo. Ni una sola vez me vuelven a sacar los colores en esta Empresa. Solo faltaba, Antonio está hecho un marqués gracias a mí y no quiero que pase lo de casa de los Ferrandiz, que estaba todo perfecto y llegó ese mequetrefe de Jose Luis que con eso de que es amigo de Antonio, se cree que sabe mas que nadie y la fastidió. Ni hablar. Una vez y nada más, San Nicolás. Si me tengo que buscar la vida de otra manera, no creo que pase nada e incluso como me calienten mucho, la empresa de catering la monto yo y se van a enterar esa parejita de niños de Serrano de quien es Ana Segura.
Casi sin darse cuenta, estaba en el portal de un grupo de apartamentos en la mejor zona de Madrid, céntricos, pero no en el centro, muy bien comunicados, con piscina y amplio jardines, como se anunciaba a bombo y platillo a través de un gran cartel que presidía la entrada de la Urbanización y que a tenor de los precios que le habían comentado debían ser unos pisos de calidad.
El portero, con una gorra de plato, tipo Almirante de Marina Alemán, se levantó presuroso y la acompañó por un largo corredor descubierto lateralmente, pero con una especie de bóveda acristalada que los protegía de la fina lluvia que en ese momento caía sobre la ciudad, hasta desembocar en una especie de plaza, no muy grande pero llena de una vegetación exuberante lo que le hacía parecer que entraban en un jardín tropical.
Desde el fondo de tan original cenador, apareció una señora de mediana edad que vestía absolutamente de Loewe, con una sonrisa encantadora, pelo recogido en un moño en la nuca, grandes ojos de un azul penetrante y todo su aspecto exhalaba un aroma de jovialidad que se hacía fácilmente contagioso. Sin haber hablado con ella, Ana ya sabía que se enfrentaba a una vendedora perfecta y debía de utilizar todas sus armas para no caer en las garras de la supuesta fiera, sin valorar, no solo el presente que era esplendoroso, sino también el futuro que podía cambiar en cualquier momento y aunque tenía unos pequeños ahorros, tendría que valorar muy bien la forma en que los invertía.
Sofía Estrada, avanzó con la mano extendida en un gesto cordial - ¿Ana Segura? Encantada de conocerte. Siéntate por favor que ya sé tu interés por el apartamento de dos dormitorios y te explico las condiciones ¿o.k?
-  Gracias – Ana sentó y se ajustó por encima de su oreja izquierda un mechón de pelo que le caía permanentemente sobre su ojo izquierdo. Lentamente y siguiendo las técnicas que ella conocía a la perfección, se dispuso a escuchar las condiciones de compra, aunque por la forma de comenzar inmediatamente advirtió que ella no sería una compradora porque le espantaban, desde que nació, las situaciones ficticias y aquello tenía toda la pinta , sobre todo por el tema  de la seguridad permanente.
-  ¿Sabes? Es una norma de conducta de Construcciones Laviny House, el crear espacios ambientales seguros para que la gente que viva en nuestras instalaciones se considere a gusto y sobre todo que no tenga ningún agobio ni sensación de sentirse especialmente vigilado, por ello en casi todas las esquinas, se han instalado cámaras de televisión disimuladas con algunas plantas que emiten una señal que puede ser controlada en el chiscón de la entrada, por un vigilante de seguridad que estaría de manera permanente. Naturalmente que eso incrementaría los gastos de comunidad, pero  no debía de asustarte porque son casi ciento veinte vecinos y la cantidad sería fácilmente asumible.
-  Ya – Ana intentaba por todos los medios aparentar interés – pero ¿cómo cuanto serían esos gastos?
-  De eso no debe preocuparte, porque todavía no están hechos los estatutos de la Comunidad, si quieres que sea sincera, ni siquiera se ha creado la Comunidad, o sea que eso sería negociable.
-  Si, perdona que sea tan pesada – Ana insistía en buscar un argumento para salir airosa de la entrevista – pero ¿no me puedes adelantar, por tu experiencia en otras urbanizaciones, mas o menos la cantidad?
Sofia Estrada abrió lentamente un pequeño maletín que había dejado apoyado en el suelo y mientras revolvía algunos papeles comentaba con Ana
-  No sé si lo tendré por aquí, pero si no, me dejas un teléfono y te llamo. De todos modos, perdona que sea tan pesada, pero lo que de verdad hay que valorar en esta promoción es la calidad de los vecinos. Es increíble – Sofía encendió un Camel después de ofrecerle uno a Ana que lo rechazó con un pequeño gesto de su mano derecha – no te puedes ni imaginar la cantidad de gente que se ha puesto en contacto conmigo y siempre a través de sus secretarias para que veas como están de ocupados. Sin ir mas lejos, esta mañana he estado un rato hablando con la secretaria del Marques de Cortuera que, como sabes es el Embajador de España en Honolulu y hemos quedado que en el próximo viaje que venga el Marqués, pasará a formalizar el contrato de compraventa de un dúplex y como éste hay un montón de gente conocida que se interesa por nuestros proyectos inmobiliarios, porque no es por nada, pero la calidad llama a la calidad y nuestra promociones anteriores en los alrededores de Madrid, son nuestra principal propaganda y ya se sabe que el que siembra recoge y ese es nuestro caso.
-  No, si eso no hay duda, pero con tantas cosas alrededor, me imagino que el precio de los apartamentos será prohibitivo y a mí me apetece algo bueno, pero siempre dentro de mis  posibilidades.
-  Del precio ni preocuparte. Eso es lo de menos – Sofía apagó el pitillo en un cenicero de cristal colocado en el borde de la mesa y volvió a introducir su mano derecha en el maletín que reposaba a sus piés -  aquí tienes las condiciones, pero no las mires ahora. Tranquilamente te las estudias en casa y nos vemos otro día y las discutimos, pero te repito que por eso no te preocupes, si te interesa nosotros nos ocupamos de la financiación e incluso pedimos un crédito por ti; lo único que necesito es un aval bancario y a partir de ahí te olvidas de todo.
Ana vio el cielo abierto y según tomaba en su mano una preciosa carpeta de tapas endemoniadamente azules, se levantó y dio por terminada la presentación
-  Te lo agradezco mucho y eso es lo mejor, me las estudio en casa y si tengo alguna duda te llamo. Hasta luego.
-  Pero – Sofía trataba de continuar con su excelencias urbanísticas con el ánimo de vender uno más de los apartamentos de Laviny House – espera un poco que si quieres te enseño alguno.
-  No gracias – Ana se colocaba el abrigo con rapidez – perdona, pero se me ha hecho tarde y no puedo estar aquí más tiempo. Gracias.
-  Bien, aquí estoy siempre a tu disposición. Toma mi tarjeta y me llamas ¿de acuerdo?
-  Gracias, no te preocupes que en unos días te llamo. Adiós.
Como si el tiempo no existiera, Ana apareció tumbada en la cama que tenía desde hacía casi tres años en la casa de Doña Ana de Virulés Arteaga. Era una cama antigua, alta, con el cabecero de caoba y las mesillas de una madera ajada por el paso de los años. Sus manos deambulaban por impecables sábanas de hilo, mientras sus piés se apoyaban en una manta fina, inglesa para más señas, que había sido adquirida por la dueña del piso en vida de Don Alberto de la Cruz y Taboada, cuando aquel, su marido, estuvo destinado en Londres. ¡ Que tiempos aquellos! Solía exclamar Doña Ana, la opulencia entonces y ahora teniéndome  que dedicar a alquilar un cuarto para subsistir. ¡ Dios mío, Dios mío, si Alberto levantara la cabeza!
 Para Ana era una solución ideal, cara, pero ideal. Vivía en pleno barrio de Salamanca, en una casa antigua, pero muy bien conservada, de portal de mármol, escaleras de caracol que avanzaban majestuosas hasta la altura de la garita del portero que como un vigilante antiguo oteaba el horizonte y perseguía a los vendedores ambulantes que trataban de depositar sus  mercancías en los rellanos de la escalera para que las señoras de la casa comprasen productos frescos. Algunos vendedores ya eran como de la casa, por ejemplo Florito que desde hacía casi veinte años cuidaba de la salud de las inquilinas suministrándolas una miel de La Alcarria que para sí la quisiera el propio Don Camilo José Cela. Con ella y siguiendo los consejos de Florito, boina en la cabeza, chaquetón de paño con buen pinta, pantalones de pana y alpargatas de suela de esparto, no tendrían ni una sola arruga cuando llegaran a cierta edad y los amores se conservaban como el primer día.
Otro asiduo era el Tomás que con sus cestas de huevos llamaba todos los miércoles al timbre ofreciendo su mercancía  a las señoras y en cuanto se descuidaban dando pellizcos a las chicas del Servicio que le huían entre risas por los larguísimos corredores que conducían a sus aposentos. El Tomás las perseguía unos pocos de metros y luego las abandonaba a sus burlas y a grandes voces les indicaba que era el que tenía los huevos mas grandes de toda la comarca y ellas se perdían tan suculento manjar.
Doña Ana de Virulés, la dueña de la casa era una señora de las que  ya no quedan. Alta, delgada de rostro enjuto y mirada cálida, desde que se murió D. Alberto su marido y a pesar de las promesas hechas en el lecho del dolor, no se perdía una sola partida de “bridge” que se celebrara en Madrid, acudía con regularidad a las reuniones de las Damas de la Cruz Roja, de la que llegó a ser Asesora del Presidente, los martes por la mañana cosía para las hermanitas de la Cruz y los jueves a última hora acudía a un colegio de niñas con problemas y repartía menús en los comedores como una sirvienta más. Guardaba ausencias a su manera y como repetía con frecuencia, en casa solo hay que estar para lo necesario y ni un minuto más que en la calle es donde están los problemas. Eso si, a las diez en punto, estuviera donde estuviera, se levantaba y se volvía a su casa. El rosario era el elemento habitual en sus manos, pero siempre a partir de las diez de la noche y era frecuente verla en el sillón, con los ojos en blanco, recitando letanías. Lógicamente se acordaba de D.Alberto, su marido, al fín y al cabo habían sido muchos años de matrimonio, pero solo cuando se acostaba y trataba de dormir. Por el día eran otras sus preocupaciones y si alguna vez sentía algo de remordimiento de conciencia por no estar nunca en casa a pesar de sus años, se consolaba pensando que si viviera, seguro que estaría contento de verla disfrutar de la vida.
El dinero de la pensión era escaso y los ahorros de toda la vida habían ido desapareciendo casi como por encanto. La situación no era agobiante, pero había que buscar una solución airosa en la que no quedara en entredicho el buen nombre de D. Alberto y apareció casi sin darse cuenta.
Una tarde mientras tomaba el té en casa de Amalita Jofrán conoció a Ana Segura una estudiante de un pueblo de Valladolid que acudía con cierta frecuencia a esa casa porque sus abuelas habían sido muy amigas de jovencitas y transmitía los mensajes de una a otra y así se enteró que esta chica vivía en una pensión y deseaba cambiarse de casa.
Doña Ana Virulés, nunca se planteó la posibilidad de alquilar una habitación, pero oyendo las explicaciones de la joven, le pareció que reunía todas las condiciones. Tenía espacio, no estaba habitualmente en casa, tenía una chica interna, la Basilia que por la manera de actuar, de joven debió ser de armas tomar, y necesitaba una ayuda para finalizar el mes con holgura. En fin, que dicho y hecho; tras una breve charla alrededor de la camilla en una tarde fría de invierno, llegaron a un acuerdo económico y Ana trasladó sus enseres acompañada de dos chicos que le ayudaron en el desembarco. Menos mal que el cuarto era grande y el armario más, porque sinó hubiera tenido que almacenar todos los bártulos en el cuarto trastero.
-  Hija mía: pero como es posible que tengas tanta ropa, ¿te da tiempo a ponértela?
-  Si, Doña Ana, si que me da tiempo y sinó ya lo verá – contestó Ana mientras colocaba en la primera balda una colección de jerseys de todos los colores.
-  ¿No deberías ahorrar algo? – en la voz de la arrendadora no había el mas mínimo reproche sino, simplemente la constatación de un hecho que le parecía exagerado – o tienes muy buen sueldo o te lo gastas todo en ropa.
Ana no pudo reprimir una sonrisa, aunque en el fondo debería de poner sus ropas en su sitio desde el principio, para evitar que su patrona se inmiscuyera demasiado en sus cosas, pero, por otra parte, lo decía con tal dulzura que no debería sentirse molesta
-  Pues mire, la verdad es que tengo muy buen sueldo y me encanta salir de tiendas, quizás porque cuando era pequeña, mis padres nos compraban poca ropa. No faltaba, pero tampoco sobraba y ahora me estoy desquitando.
-  Ya, ya – Doña Ana continuaba de pié al lado de la puerta del armario – no si yo no digo nada, cada cual que haga con su dinero lo que quiera, pero habiendo tanta hambre en el mundo como la que hay, no parece muy allá que unos tengan tanto y otros tan poco, pero no lo entiendas como que yo me meto en tu vida porque no es mi intención.
-  No se preocupe que no me molesta. Eso mismo me dice mi madre cuando voy a su casa y eso que allí cuando voy de vacaciones llevo la mitad de lo que tengo - mientras hablaba iba vaciando tres bolsones grandes de viaje de los que extrajo una enorme variedad de pañuelos, bragas, sujetadores, camisas, camisetas y siete pantalones que los iba dejando colocados cuidadosamente en el armario.
Doña Ana hizo mutis por el foro y a los pocos minutos apareció toda puesta, con los labios pintados de un rojo tenue, abrigo de visón, zapatos con un poco de tacón y un sombrero en la mano derecha.
-  Te dejo que hoy tengo partida en casa de Margarita Tejedor y voy a llegar tarde. Considérate como en tu casa y lo único que te pido es que si vas a llegar tarde, me avises para no estar preocupada hasta que llegues. ¡Ah! y acuérdate de dejar todas las luces apagadas porque hoy no está Basilia.  Hasta luego.

-  Adiós, Doña Ana que le vaya bien.

2 comentarios:

  1. Ana y Dña. Ana. Vamos a tener que hacernos un esquema con los personajes y sus relaciones porque a veces me pierdo .... Muy bien, Ana se cambia de "pensión" y vamos andando el camino.
    Felices vacaciones y hasta la vuelta que espero seamos alguno más en el blog !!!!
    Bss

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  2. El Tío Javier Belas14 de abril de 2014, 0:48

    Otra etapa en la vida de Ana. Casi estoy seguro que a esta chica, tan emprendedora le va a ir todo bien en la vida porque es una persona valiente y decidida y ese tipo de gente nunca fracasa.
    Que paseis una buena Semana Santa.
    Un abrazo a todos

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