sábado, 12 de enero de 2013

LA ENFERMERA RURAL :CAPITULO 26 Y ULTIMO


 Queridos blogueros/as: ¡¡¡EL ULTIMO CAPITULO!!! pero no os preocupéis porque tengo mas cosas para que todos los fines de semana ir metiendo algo. De momento, llegamos al final de la Enfermera Rural y yo creo que el final, por supuesto esperado, yo creo que no queda mal, podía ser diferente, pero bueno, así lo escribí hace tiempo y así se queda. 
Espero que os guste y como siempre ánimo y a seguir leyendo porque debe ser por ser el último capítulo pero es bastante mas largo que el resto
Un abrazo
Tino Belas



CAPITULO 26.-

Desde aquel día en que Sofía apareció en el bar hasta ahora habían pasado nada menos que un año y pico y la relación entre Sofía y Mario, que empezó siendo una buena amistad acabó en un amor que les hacía pasar la vida disfrutándolo y que les llevó a compartir casa, buenos momentos y sobre todo a David, el hijo de Sofía, que no solo se había mostrado encantado cuando se lo dijeron si no que animaba a Mario a que se quedara a dormir muchos días. Al principio, eso se producía de manera esporádica y siempre con alguna excusa, como que se le había hecho tarde por jugar con David una partida de ajedrez, otro porque, bajo la luz de la luna, se estaba tan bien que nunca veía el momento de marcharse, en alguna ocasión porque David aparecía perfectamente uniformado de portero de fútbol y Mario se acordaba de su época de juventud lanzando chuts a una portería pintada en la pared y la mayoría de las veces sin motivo alguno. David se quedaba dormido y ellos aprovechaban para disfrutar de su amor.

El pueblo ante aquella situación se encontraba dividido. Por un lado estaban todos aquellos, generalmente los de menor edad, que les parecía bien. Eran jóvenes y no tenían ningún tipo de problemas y nada que les impidiera esa convivencia. Por otra parte la situación del niño era la ideal, había encontrado un padre y un amigo que compartía sus aficiones. Para otra parte de los habitantes del pequeño pueblo aquello era una golfería, una chica de la capital con un hijo, seguro que de soltera, encuentra chico con carrera y un buen puesto ¿se puede pedir más? Fueron muy criticados y pasaron meses hasta que Sofía pudo explicar, prácticamente de uno en uno, que solo les faltaba casarse para ser marido y mujer y que eso se produciría pronto. Todas esas habladurías se desvanecían como por encanto cuando ella lo explicaba con esa simpatía que irradiaba por todos los poros de su cuerpo y acababa convenciendo hasta a los más viejos del lugar que estaba feliz y eso era lo más importante. Por fin y con gran alegría por parte de todos y sobre todo de David se casaron en una ceremonia íntima, con presencia de tan solo una decena de familiares y así oficializaron una relación que ya duraba años. No tuvieron oportunidad de realizar un viaje de novios y la vida continuó prácticamente igual que antes.

Esperaban que el verano siguiente se dieran las condiciones para que los dos tuvieran las mismas vacaciones y poder hacer algún viaje, ella quería Italia, él París y el niño a Disney World, con lo que los dos sabían que acabarían en Estados Unidos porque el niño, que ya empezaba a ser un jovencito hacía con ellos lo que le daba la gana y conseguía todo lo que quería. También es cierto que David era un estudiante brillante, muy simpático y que generaba confianza a su alrededor, su profesor decía que tenía madera de líder y no parecía que fuera descaminado.

Mario se había convertido, por necesidades del servicio, en Director de la fábrica, trabajaba muchas horas, pero en cuanto tenía un minuto se acercaba a su casa para disfrutar de ella y si no era horario de colegio, también de David y ella compaginaba las tareas de ama de casa con su consulta. Le llevaba mucho tiempo, porque poco a poco se había ganado la confianza de prácticamente todos los habitantes del pueblo y había días que hasta se acumulaban seis y ocho pacientes en la sala de espera. Seguía haciendo curas para que los pacientes no tuvieran que desplazarse al pueblo de al lado para ser vistos por Don Antonio María y sobre todo ejercía su bien aprendida carrera de Psicología. Muchos de sus pacientes se habían vuelto completamente dependientes y cada quince días los tenía como clavos en la consulta para pasar una media hora de terapia.

Mario y Sofía constituían una pareja feliz, la vida les sonreía, tenían dinero, David no les daba ningún problema y eran muchas las noches en que sentados en el jardín cuando la luna rellena todos los rincones, daban gracias a Dios por haberse conocido. Mario quería tener un hijo y Sofía se resistía. Le parecía que David era suficiente y que un hermano podría traerle complicaciones.

Una mañana en que Mario estaba en la fábrica, sonó el timbre de la puerta de la calle, Sofía estaba pasando al ordenador una historia clínica de Doña Manuela, la mujer de Faustino, el de la tienda de ultramarinos, se levantó y al abrir se encontró con un niño que la insistía, tremendamente asustado, que fuera a su casa porque su abuelo estaba muy malo. Sofía se adecentó un poco el pelo, se puso una chaqueta y siguió al niño que corría hacia su domicilio. Mientras le seguía jadeante pensó que lo conocía de algo, pero no caía de quien sería hijo. Al doblar una esquina, el niño se introdujo en una casa y Sofía supo enseguida que se trataba de la casa del Alcalde. Aquel niño sería su nieto porque no tendría mas de diez años pensó mientras le recibió Carmela, la hija del Alcalde a la que había atendido en varias ocasiones. Era una mujer de mediana edad, morena, de grandes ojos, aspecto aseado y conocida de Sofía. No se podía considerar amiga porque no se lo habían propuesto, pero era de esas mujeres que se hacen querer. Compartían el mismo amor por el tiempo libre y por lo tanto estaban encantadas de vivir en un pueblo. Para la hija del Alcalde. María Gracia, no era ninguna novedad porque siempre vivió allí. Se casó, tuvo dos hijos, un marido bueno y trabajador y ella con esa vida veía cumplidas todas sus ilusiones. Tampoco pedía mucho a la vida, pero con lo que tenía le llegaba.

Durante el último año, un poco porque no le quedó más remedio y otro poco porque lo consideraba una obligación, tuvo necesidad de atender a su padre que padecía una enfermedad incurable, la soledad de la vejez. Estaba siempre acompañado, pero se consideraba un lobo solitario. Don Jacinto ya no se encontraba tan bien de salud y tenía las costumbres de los de su edad, habiendo abandonado aquellas compañías de chicas muy jóvenes a las que colocaba para satisfacer sus deseos, pero utilizando como tapadera el Ayuntamiento. Sofía que últimamente lo había visto muy poco, lo encontró francamente deteriorado. Don Jacinto, había engordado una barbaridad, estaba como hinchado, casi no podía articular ni una sola palabra y se limitaba a toser de una manera que mantenía la congestión. Sofía le tomó el pulso y sacando del bolso un aparato de tensión, se ajustó el fonendo por una parte a sus oídos y por otra al brazo de Don Jacinto que continuaba respirando con dificultad. Con leves movimientos, infló el manguito de la tensión y tuvo que repetir varias veces la determinación porque casi no se le notaba el pulso. Con gesto profesional, le abrió el pijama y le auscultó, primero por delante y luego por la espalda. Le levantó un poco la almohada para que respirara mejor, mientras María Gracia, su hija se le acercó lentamente

-  Se está muriendo ¿verdad?
-  Ya sabes que no soy Médico, pero está claro que está muy mal
-  Ya
-  ¿Cuántos años tiene?
-  Noventa y dos cumplió el mes pasado
-  Yo creo que lo mejor sería avisar a Don Antonio María y que el decida si se traslada o no.
-  No hace falta
-  ¿Por qué?
-  Porque no lo vamos a trasladar. Creo que lo mejor es que se muera en su cama ¿no te parece?
-  ¡Que quieres que te diga! Por una parte me parece una decisión perfecta, pero lo malo es que nadie puede saber cuando se va a producir el fallecimiento. Si supiéramos que es dentro de unas horas todos estamos de acuerdo, pero lo malo es si esta agonía se prolonga muchas horas o incluso días.
-  No te preocupes porque no eres tu la que decides y por lo tanto no tienes ninguna responsabilidad. Soy yo la que no quiero que se meta en un hospital porque – María Gracia se sonó ruidosamente – lo mismo lo meten en la UVI y ya me contarás para que queremos que mi padre viva mas. Desde siempre ha tenido una calidad de vida muy buena y ahora desgraciadamente la ha perdido y por lógica no la va a recuperar lo trate quien lo trate. Ya te digo que he hablado con mi hermano y está de acuerdo, o sea que lo mejor es no llamar a nadie y que se muera tranquilamente en su cama.
Lo que tu digas – Sofía miró a Don Jacinto que luchaba por respirar, le abrochó el pijama, le subió las sabanas y con mimo se despidió de que había sido su primer conocido en el pueblo.

María Gracia la hizo pasar al cuarto de estar y allí le ofreció un café que Sofía aceptó encantada. A los pocos segundos apareció con una bandeja en la que había bollería variada, un bizcocho partido, dos tostadas de pan recién hechas y un café humeante. Lo sirvió cuidadosamente en dos tazas y se sentó en un sillón. Sofía observaba la habitación y comprobó que en las paredes perfectamente enmarcadas se iba desarrollando prácticamente toda la vida de Don Jacinto. Al principio, el Ayuntamiento era una casa de pueblo con la bandera de España en el mástil correspondiente, con un Alcalde joven, que saludaba al Sargento de la Guardia Civil con el tricornio en su cabeza.  Continuaba con varias fotos de lo que deberían ser autoridades de la época inaugurando aquí una plaza, un poco mas allá la primera fuente municipal y en otra foto el lavadero que había sido la envidia de los pueblos vecinos. Don Jacinto montado en una especie de calesa para asistir como primera Autoridad a la Romería del Montico, una foto preciosa del primer Edil bebiendo de una bota de vino y varias rodeado de amigos y vecinos del pueblo. La inauguración del Consultorio también había sido fotografiada y allí estaban con sus respectivos sombreros de la época, Don Antonio María y Don Jacinto como lo que habían sido durante tantos años, dos amigos y curiosamente en la última foto estaba ella Sofía en la inauguración de su consulta, con el Alcalde, Mario su marido, una chica que no sabía quien era y David su hijo. ¡Que gracia! No conocía esa faceta del Alcalde y le pareció una iniciativa muy interesante. Presidía el salón un panorámica del pueblo hacía, mas o menos, cien años y otra reciente.
Maria Gracia, le señaló una

-  ¿Sabes quien es?

Sofía se levantó y la miró con detenimiento. Era una mujer joven, casi una niña, vestida de novia, una morena muy guapa con un traje blanco y un ramo de rosas entre sus manos

-  No, pero es muy guapa
-  Pues soy yo el día que me casé
-  Perdona ¡que tonta soy!
-  No te preocupes que no eres la única que no me reconoce
-  ¿Te casaste muy joven?
-  Tenía dieciséis años
-  O sea, una niña
-  Si, pero era lo que se llevaba en aquellos tiempos. Entonces a eso se le llamaba una boda de conveniencia. Ahora también, pero de conveniencia de los padres. Al mío le interesaba para recuperar unas tierras y al padre de Enrique, mi marido, para que su hijo asentase la cabeza y se le fueran esas ideas de emigrar a América y cosas por el estilo
-  ¿Y lo consiguió?
-  Mi padre si, pero el de Enrique no. Al cabo de un año mi marido se fue dejándome embarazada de mi primer hijo y volvió a los doce años.
-  Y mientras tú guardando ausencias que se decía entonces ¿no?
-  Claro ¿qué otra cosa podía hacer?
-  Pues no se, a lo mejor buscarte otro novio ¡yo que se!
-  Como se nota que nunca has vivido en un pueblo. Si se me hubiera ocurrido hablar con un chico, me linchan en la plaza. Además que mi marido, Enrique, no estaba desaparecido. Estaba en Argentina y una vez cada tres o cuatro meses recibía noticias de él en las que me decía que le iba muy bien y que pronto me mandaría unos billetes de barco para reunirme con él en Buenos Aires. Así durante doce años y un día, así como quien no quiere la cosa, hasta que un día  apareció por la puerta. Venía con un traje de lino blanco, un sombrero todavía más blanco, unos zapatos marrones con algunas zonas blancas y una sonrisa como si se hubiera ido de casa tres días antes.
-  Menuda sorpresa
-  Te lo puedes imaginar. Yo estaba con el delantal y no sabía que hacer.
-  ¿Estaba muy cambiado?
-  ¡Que va! Estaba igual, incluso yo creo que mejor porque el paso de aquellos años le había hecho sus facciones como mas duras y solo me acuerdo que nos fundimos en un abrazo y, como en las películas, me llevó en brazos hasta el dormitorio.
-  ¿Y no le dijiste nada?
-  ¡Que le iba a decir! Se le notaba que estaba feliz con volver a casa.
-  Aquello debió ser una notición en el pueblo ¿no?
-  Claro. Mi padre yo creo que se alegró más que yo y todavía se puso más contento cuando nos enteramos que venía con algunos ahorros y quería comprar algunas tierras.
-  Menos mal que por lo menos traía algo
-  No lo juzgues mal, Sofía, porque eso fue lo que hice yo y luego no me quedó más remedio que rectificar. Cuando se fue, se había propuesto volver con un  millón de pesetas de las de entonces y para eso trabajó como un animal hasta que lo consiguió y cuando lo tuvo en el bolsillo se volvió y eso que se podía haber quedado pero, según él, deseaba tanto verme que no pudo resistir mas y allí estaba.
-  Parece una novela de Corín Tellado
-  Es verdad, pero aquello que a mi también me pareció un poco exagerado, con el paso de los años me he dado cuenta que era verdad. Enrique me ha demostrado después que todo lo que hizo y sigue haciendo es por su familia
-  Total que estas tan enamorada como el primer día

María Gracia bebió lentamente el café mientras su mirada se encontraba fija en uno de las fotografías del cuarto de estar

-   Es muy difícil saberlo, pero yo creo que si. Desde luego es un hombre bueno y a mi me trata muy bien. Por ejemplo y para que veas que lo que te digo es verdad, en cuanto ha visto la situación de mi padre, lo primero que ha hecho es animarme para que nos viniéramos a vivir aquí y para él sería mas cómodo continuar en nuestra casa.
-  Está claro – Sofía se puso en pié – si te parece vemos un segundo otra vez a tu padre y me voy porque tengo todavía trabajo
-  Me parece muy bien.

Volvieron al dormitorio y allí estaba Don Jacinto debatiéndose entre la vida y la muerte. Tenía una respiración muy débil, sus ojos estaban cerrados y el único movimiento era el de su mano derecha trataba de doblar la sábana como si fuera un tic. Sofía volvió a tomarle la tensión y después de darle un pequeño golpe en la mano como señal de despedida, salió de la habitación.

-  Mañana a las diez de la mañana me acerco
-  Muchas gracias, Sofía. Te espero.

A  las diez de la mañana del día siguiente, Don Jacinto estaba prácticamente igual. Tensión muy baja, respiración entrecortada y aspecto de que fallecería en cualquier momento. Volvieron a la sala del día anterior, donde María Gracia le había contado aspectos íntimos de su vida privada, cuando entró como una exhalación el hermano que venía de Barcelona. Saludó con dos besos a su hermana, le dio la mano a Sofía y los dos pasaron al dormitorio. Sofía se levantó y observó una por una y con más detenimiento las fotos que se encontraban en la pared. Esperaría unos minutos y si la situación se prolongaba se volvería a su casa para dejar a los hermanos solos. Sin embargo, a los pocos segundos aparecieron los dos. El hermano lloraba amargamente mientras María Gracia trataba de consolarlo

-  Venga siéntate y te preparo un café

El hermano se dejó caer en un sillón. Así permaneció unos segundos y después comentó

-  Yo creo que deberíamos avisar a Don Antonio María
-  ¿Para que? – contestó rápidamente su hermana mientras le servía un café - ¿no habíamos quedado que era mejor que se muriera en casa?
-  No, no, eso está claro – el hermano se incorporó un poco en el sofá tomando la taza de café entre sus temblorosas manos – no merece la pena llevarlo al Hospital, yo lo decía porque Don Antonio María y nuestro padre son muy amigos desde hace muchos años y lo lógico es avisarle o por lo menos que lo sepa y si quiere venir que venga y si además le pone algo para que no sufra, mejor que mejor ¿no crees?
-  Bueno, como quieras

María Gracia recogió las tazas y las llevó hasta la cocina. Mientras tanto, Sofía permanecía en un discreto silencio tratando de respetar la intimidad de los hermanos y a los pocos minutos, en vista de que, María Gracia permanecía en la cocina y su hermano estaba como ensimismado, se levantó y se volvió a su casa pensando que en cuanto hubiera alguna novedad la llamarían. Así pasó la mañana y parte de la tarde y como nadie le había dado ninguna noticia, Sofía se acercó al terminar la consulta y allí estaba Don Antonio María, el Médico. Hacía más de un año que no se veían y Sofía lo encontró como más cargado de hombros y con aspecto menos juvenil que la vez que lo visitó en su casa. Se saludaron estrechándose las manos de una manera que podríamos definir como educada, pero fría mientras Sofía le mantenía la mirada preguntó:

-  Se me hace raro verle por aquí.
-  No se porque dice eso porque los Médicos, donde estamos habitualmente es en la cabecera de los enfermos y si encima es un amigo con mas motivo.
-  No, no lo decía por eso – Sofía sabía que el Médico seguía con su insistencia de no querer reconocer sus defectos y achacándole a ella que muchas familias se hubieran borrado de la iguala de la que disfrutaban hacía mucho tiempo -  probablemente sea una tontería, pero tenía entendido que la familia no quería avisarle para no tener  que llevárselo a ningún hospital.
-  Y eso que tiene que ver conmigo ¿me lo quiere explicar? ¿Está acaso insinuando que todos los enfermos que yo veo los mando al hospital?
-  No, no – Sofía no dejaba de mantenerle la mirada fija – lo que digo y usted sabe que eso es verdad es que este tipo de pacientes, en general, no son muy cómodos para los Médicos de Cabecera y los suelen mandar para que se mueran en un Hospital.
-  Por lo que veo sigue usted con su peculiar manera de entender la Medicina y continúa con su desprecio hacia la labor profesional de los Médicos
-  ¿Por qué dice eso?
-  Posiblemente sea debido a la mala suerte, pero las tres o cuatro veces que hemos coincidido en alguna casa o en algún otro sitio, siempre me parece que usted debe tener algo personal contra los Médicos porque dice cosas que naturalmente molestan y mas en mi caso que llevo cincuenta años tratando pacientes.
-  ¡Que quiere que le diga! Usted piensa así y yo bien que lo siento porque no es verdad, pero no puedo hacer nada.
-  ¿Seguro?
-  Completamente.

Don Antonio María recogía con parsimonia el recetario, el aparato de tensión y un termómetro que lo secó cuidadosamente y lo introdujo en una pequeña caja de madera. A continuación y mientras observaba por el rabillo del ojo como se encontraba aquella enfermera que había conseguido quitarle mas del ochenta por cien de las igualas. Todas sus cosas las metió en un pequeño maletín de cuero regalo por sus cuarenta años de profesión y lo depositó cuidadosamente en el suelo.

-  No quiero sacar a la luz otros casos que usted y yo sabemos, si no simplemente el que nos ocupa. Mi amigo Jacinto que llevaba casi tantos años de Alcalde como yo de Médico, tiene firmado conmigo un documento en el cual expresa como desea morir y usted ha influido para que ni me llamaran.
-  Lo siento, pero eso no puedo admitirlo porque no es verdad y usted lo sabe o debería saberlo
-  ¿No es verdad que usted habló con María Gracia y le dijo que no merecía la pena llevarlo a un Hospital?

Sofía hizo un gesto de desesperación como si otra vez se volviera a repetir algo que sucedía habitualmente

-  Fue exactamente al revés. Fue ella la que me comentó que no merecía la pena llevarlo a ningún sitio y que lo mejor era que falleciese en su cama y que era mejor no hacerle nada que prolongarle la vida de una manera artificial.
-  ¿Lo ve? No diga que no tengo razón porque usted misma lo acaba de confesar
-  Pero ¿yo que he dicho?
-  Usted parte de una premisa que naturalmente como usted no es Médico – esta última frase la recalcó Don Antonio María – no lo puede entender. Primero: si va a un Hospital no quiere decir que le prolonguen la vida artificialmente. Los Médicos no somos bichos raros y claro que nos enteramos de lo que tenemos alrededor y posiblemente en el caso de Jacinto no le prolongarían la vida artificialmente, como usted asegura, si no, y ahí está la diferencia entre usted y yo, que le ayudarían a morir como creo que se merece cualquier persona, sin dolor, relajado y rodeado de los suyos y no como se va a morir aquí, a no ser que usted le suministre alguna medicación en cuyo caso volvemos otra vez a la discusión de siempre y es que yo mantengo que usted se extralimita en el ejercicio de sus funciones y hace las veces de lo que no es.  
-  Pero
-  ¡No me interrumpa Señorita! Don Antonio María continuó con su discurso -  Segundo: ¿Por qué  sabe que Jacinto se va a morir? Ahora mismo presenta un cuadro de diabetes descompensada y es posible que con un buen tratamiento se pueda corregir y el paciente volvería a hacer su vida normal, pero es normal que usted eso no lo pueda saber porque no es Médico y aunque usted vaya por ahí presumiendo que sabe mucho, perdone que se lo diga, pero usted no sabe nada. Ve a un enfermo sudoroso, taquicárdico, con respiración entrecortada y rápidamente, igual que su hija, decide que se está muriendo y lo mejor es no hacer nada. ¿Sabía usted que Jacinto tiene un importantísimo problema de varices? Seguro que no, bueno pues las varices pueden provocar una insuficiencia venosa profunda y como consecuencia de ello aparecer un cuadro de tromboembolismo pulmonar y si ese cuadro clínico se trata pronto es posible que mi amigo Jacinto en diez o quince días esté como hace un mes, pero siempre y cuando no aparezca una enfermera que opine de lo que no sabe y retrase el tratamiento como ha ocurrido en este caso y tercero: suponiendo que la familia buscase responsabilidades por la muerte de su padre ¿Quién sería el responsable? Es evidente que yo no porque no he sido llamado pronto, ¿sería usted?  He terminado.

Sofía y el Médico estaban solos en el cuarto de estar de la vivienda habitual de Don Jacinto, Sofía permanecía atenta a los razonamientos de Don Antonio María y quería rebatirlo uno por uno. Ahora le tocaba a ella y necesitaba unos segundos para ordenar todos los argumentos que se acumulaban en su cerebro y trataban de salir atropelladamente por su boca. Por primera vez era consciente que el Médico tenía argumentos sólidos y tendría que rebatirlos punto por punto si quería que la situación no pasara a mayores. Sabía que era un momento muy importante para su continuidad como enfermera en el pueblo de una manera tranquila. Si no era capaz de convencer a Don Antonio María, seguro que ésta sería la gota que colmaría el vaso de la paciencia del Facultativo y acabarían en el Juzgado de Guardia.
Por enésima vez tendría que hacerle ver que ella no tenía nada contra nadie y menos contra un Médico, pero tampoco tenía dejarse que comer su terreno. Ella no sería Médico, pero era Enfermera y Psicóloga, esto último por la Universidad Central de Mali, pero era un título tan oficial como cualquiera y por lo tanto sabía de lo que hablaba.

Sofía trataba de mantener la calma y esta era la primera ocasión que posiblemente no le resultase especialmente difícil porque entendía el razonamiento de Don Antonio María.

-  Ahora me toca a mi ¿no?
-  Estoy esperando – El Médico apoyó la espalda en el sillón.
-  Bien – Sofía se puso de pié y se colocó en el centro de la habitación dispuesta a convencer a una persona que le había demostrado su enemistad en mas de una ocasión – lo primero que quiero que sepa es que yo no he venido a casa de Don Jacinto, a mi me llamaron. Hace dos días, estaba en mi casa tranquilamente después de comer y vino un nieto corriendo para que viniera a ver a su abuelo que, según él, se estaba muriendo. Eso es lo primero. Aunque no se lo crea fui yo la que le dijo a María Gracia que le llamara porque me parecía que el Abuelo estaba mal y debería verlo un Médico y mas sabiendo como sabe todo el mundo que Don Jacinto y usted son amigos desde hace mucho tiempo y fue su hija la que me dijo que no hacía falta porque ellos no querían que a su padre lo mandaran a cualquier hospital.
-  ¿Ellos?
-  Si, ella y su hermano con el que ya había hablado de cómo se encontraba su padre, según me dijo
-  Me extraña porque el hijo quiere que lo envíe a un Hospital
-  Posiblemente habrá cambiado de opinión, pero en cualquier caso, la situación sigue siendo la misma. Yo digo que le avisen y su hija dice que no. Es cierto que yo afirmé que el Abuelo estaba muy mal, para mí agonizando y para decir eso no hace falta ser Médico. Es suficiente con haber estado algunos años en lugares donde la gente se muere y se adquiere algo de experiencia, pero bueno, eso sería una cuestión marginal. Lo importante es que yo no opiné para nada si debería ser trasladado a un Hospital, lo único que dije es que a mi me parecía bien lo que decidieran y si ello preferían que se muriese en su cama, era una decisión suya y me parece muy respetable.

-  No es un coma diabético y usted lo sabe igual que yo y tampoco parece un tromboembolismo pulmonar, pero eso puede ser más discutible sobre todo sin tener unas radiografías recientes, pero de todas las maneras yo creo que, sea lo que sea, Don Jacinto está muy grave y esa es la pura realidad.

Sofía respiró profundamente y continuó con su disertación
-  No se si usted estará de acuerdo o no, eso es un problema suyo, pero en el caso de Don Jacinto, a su edad y con toda la patología previa que presenta, estoy segura que la elección de su familia de dejarlo en casa era la mas acertada. Diferente es que luego, posiblemente gracias a sus indicaciones, opten por otra cosa, pero que quede muy claro que a mi me dijeron que entre ellos estaban de acuerdo para que se muriera en su cama tranquilamente. Posiblemente le extrañe lo que voy a decirle, pero es lo que pienso y aunque quisiera no me podría callar – Sofía volvió a respirar profundamente - Claro que estoy de acuerdo en ponerle algo para que tuviera una muerte digna ¡faltaría más! Lo que ocurre es que aunque lo parezca, no tengo un pelo de tonta y se que usted me está esperando y en cuanto le hubiera puesto lo mas mínimo, seguro que en cuanto falleciera, yo sería la causa y acabaría en el Juzgado de Guardia ¿es verdad lo que digo o no?
-  Por supuesto – Don Antonio María, hasta el momento, mantenía la tranquilidad – pero eso es lógico. Usted no es quien para administrar nada a un paciente sin el visto bueno  del Médico y eso Usted lo sabe o debería saberlo.
-  Claro que lo se y por eso no lo hago, pero reconozca que tengo razón, solo le pido eso. Piense por un momento que Usted estuviera en la misma situación que su amigo ¿no estaría deseando que alguien le pusiera alguna inyección que le evitase sufrimientos? No me podría creer que dijera que no y si encima eso que le ponen le llevara a una muerte tranquila y relajada ¿se puede pedir mas?
-  Señorita: lo que Usted propone se llama eutanasia y en el juramento hipocrático que a todos los Médicos nos hacen jurar cuando nos licenciamos, uno de los puntos es mantener la vida por todos los medios a nuestro alcance.
-  Tengo la impresión que no me ha  entendido o que no me quiere entender ¡tanto monta, monta tanto! – Sofía trataba de armarse de paciencia – yo no estoy diciendo de ponerle  a Don Jacinto una inyección que lo lleve a la tumba, no, aunque tampoco me parecería excesivamente mal, no, yo lo que dicho es que algo que le ayude a bien morir estando relajado, sin dolores y perfectamente sedado, es algo a lo que yo me apuntaría ahora mismo, sin duda, pero ponerle una inyección letal eso ¿quién es capaz de hacerlo? Yo desde luego no.
-  Perdone Señorita pero al final no me he enterado si Usted le pondría o no una inyección letal
-  Sin el consentimiento por escrito y firmado por el paciente y corroborado también por un familiar, seguro que no
-  ¿Y yo no pinto nada en toda esta historia?
-  Por supuesto que si, pero primero el deseo del paciente, luego su consentimiento también por escrito y entonces por supuesto que le pondría lo que fuera, siempre que Usted me lo indicara y le digo mas – Sofía le señaló con su dedo índice -  le pondría los calmantes sin ningún remordimiento de conciencia porque estoy convencida que Don Jacinto me lo agradecería.

El Médico se levantó lentamente y se acercó a Sofía. Su expresión era confusa. Por una parte, estaba absolutamente de acuerdo con todo lo expuesto por ella, pero por otra no quería no debía dar su brazo a torcer y aquella ATS que apareció hacía algunos años en el pueblo, que se había dejado la piel por todos los vecinos, que se había entrometido, eso seguro, en su trabajo, a la que había criticado como nadie y con la que había mantenido profundas diferencias, ahora la veía como bastante mas razonable. Posiblemente sus amenazas habían surtido efecto y sin querer le respetaba mas. En pocos segundos había pasado de sentir por ella un profundo odio a considerarla más de lo que debería. Su forma de pensar  eran  las mismas que la de cualquier persona normal y aunque le costaba trabajo tenía que reconocer que tenía razón.

-  Señorita Sofía: Por una vez y sin que sirva de precedente debo reconocer que me ha convencido. No se si será porque se trata de uno de mis mejores amigos o simplemente porque Usted me ha hecho cambiar, el caso es que estoy de acuerdo en que el Señor Alcalde, para mi siempre será ese su cargo, se quede en su casa y sea Usted la encargada de aplicarle el tratamiento que yo le voy a prescribir. Con ello seguro que esta tarde o como mucho mañana por la mañana mi buen amigo Jacinto habrá fallecido.
-  Gracias por su confianza, Don Antonio María y humildemente le pido perdón si en algún momento he hecho o dicho cosas contra Usted. De verdad que lo siento porque nunca ha sido esa mi intención.

  Sofía le dio un beso y se alejó para que no se vieran las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Don Antonio María envió a María Gracia a por unos inyectables a la Farmacia  y le entregó una nota con la dosis y duración del tratamiento.

El camino de regreso de Sofía a su domicilio fue alegre. Pensaba que, por fin, se había hecho justicia y que de una vez por todas y para siempre podría desarrollar su trabajo sin estar pendiente si debía hacer tal o cual cosa y siempre pensando en la posibilidad de ser denunciada por intrusismo. Por fin era libre y con ese pensamiento entró en el jardín de su casa y abrazándose a Mario, le contó con detalle todo lo sucedido, le dio un beso y con prisa pero sin pausa lo llevó hacia el dormitorio para consumar la felicidad que se había apoderado de todo su ser.

Mientras tanto Don Antonio María estaba sentado ante la mesa de su consulta escuchando música de Vivaldi y tratando de relajarse con la idea de rememorar todo lo ocurrido estos años atrás.  Abrió un cajón y de él extrajo  una vieja carpeta en la que desde siempre iba anotando las frases que le parecían más interesantes. Buscó lentamente y por fin, entre un montón de pequeños papeles, servilletas, recortes de periódicos  y todo aquello que le servía  para anotarlas, encontró la que estaba buscando. Era una frase que había leído en algún sitio y que decía “yo se que vivo entre dos paréntesis” Con la decisión tomada de cambiar y ser mas persona y menos Médico, cerró los ojos y soñó con un futuro mejor. Posiblemente Sofía tenía razón y se debería de ser mas atento con sus pacientes. El creía que los trataba bien, aunque también es cierto que nunca se ponía en su lugar y si se cambiara de silla en la consulta y se sentase en la de enfrente, justo poniéndose en el lugar del enfermo o de sus familiares posiblemente su manera de reaccionar fuera diferente y Sofía tendría razón.  Le parecía mentira que esa ATS listilla le hubiera hecho recapacitar e incluso cambiar, pero rectificar es de sabios y en la vida nada es eterno.

No llevaba ni media hora dormido cuando una llamada en su puerta le despertó. Su enfermera le anunciaba que había llamado de casa de Don Jacinto para comunicarle que el Sr. Alcalde acababa de fallecer.

Con ritmo pausado, se acercó a la casa de su amigo, la funeraria había llegado antes que él y el cadáver ya estaba en el centro de la habitación principal de la casa esperando la llegada de múltiples personas que le rendirían un homenaje merecido de cariño y gratitud. Estaba todavía caliente cuando el Médico le tomó la mano y se acordó de muchos momentos que había pasado juntos y  de la cantidad de veces que Jacinto, en los últimos meses, le había insinuado la posibilidad de llegar a un acuerdo entre él y la enfermera, a la que siempre llamaba “la madrileña desconocida”.

Desgraciadamente la situación se había solucionado, pero después de muerto y en su cara parecía reflejarse esa tranquilidad que le suponía el dejar zanjado ese  tema.

Sofía estaba recogiendo sus cosas en al fondo de la habitación  y cuando se percató de la presencia de Don Antonio María, se acercó y le explicó que había fallecido casi enseguida de haberle puesto la primera inyección. Debían de tener, los dos, la conciencia tranquila porque había dejado de respirar después de un suspiro algo más profundo y por supuesto sin ningún dolor.

Don Antonio María, la tomó de un brazo y se ofreció para acompañarla hasta su domicilio. Sofía buscó el bolso y  una pequeña mochila y salieron. Iban despacio paseando por la calle Mayor, ante las miradas sorprendidas de muchos de los vecinos que eran conocedores de los problemas entre ambos.

El Médico le iba recordando, uno a uno,  todos aquellos pacientes con los que habían tenido algún tipo de enfrentamientos y Sofía le iba explicando cual había sido su actuación en cada caso y tratando de demostrarle que nunca se había inmiscuido en su trabajo, aunque era consciente que algunas situaciones pudieran llevar a engaño.

-  Está bien, Sofía. – Don Antonio María se detuvo al llegar a la puerta del consultorio – Solo quiero pedirle perdón por todo lo sucedido. No voy a justificarme, ni mucho menos. Creo que me equivoqué y le ruego que me perdone.
-  Como puede suponer estoy encantada de haber aclarado todos estos asuntos que para mi tampoco eran nada agradables y yo también quiero pedirle perdón.

- Hasta pronto
- Que le vaya bien Don Antonio María!

Se despidieron con un beso y mientras se separaba Sofía pensó en aquel viejo proverbio chino que decía “es más fácil variar el curso de un río que el carácter de un hombre”  y sin embargo ella, por supuesto gracias a la intervención de Don Jacinto, lo había conseguido.


3 comentarios:

  1. Final esperado pero no por ello muy interesante. Abres el melón de la muerte digna, la eutanasia, la prolongación innecesaria de la vida, etc.. y te defines.
    Felicidades Tino. Uns novela estupenda y muy entretenida.
    Dejas el listón muy alto..
    Bss a todos

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  2. El Tío Javier Belas13 de enero de 2013, 2:21

    La novela ha terminado como debía terminar, Sofía, profesionalmente triunfa aclarando su postura con el médico y familiarmente dedicándole su futuro en primer lugar a su hijo pero con la ayuda de su nueva pareja.
    Creo que has querido plasmar y lo has conseguido que en el gremio de la medicina es tan importante la técnica como la ética a la hora de tratar a los enfermos y en lo relacionado con las personas la mejor manera de conseguir una felicidad duradera que de razón a la vida es en el ambiente de la familia.
    Enhorabuena Dr. Belascoain. No soy un experto ni un crítico en literatura pero como lector me ha gustado mucho tu narrativa y análisis de las distintas situaciones.
    Espero ansioso la próxima novela.
    Un abrazo a todos.

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  3. Buen final..... me ha encantado esta novela...Sofia feliz con Mario y su hijo y todo en orden... Espero ansiosa la siguiente novela.Tino,ENHORABUENA!!!!. Besos a todos.

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