domingo, 23 de octubre de 2011

LA GRAND PLACE 3º CAPITULO

Queridos blogueros: Aunque parezca mentira no he sido yo el que ha cambiado la letra, entre otras cosas, porque no tengo ni idea como se hace, pero como no queda mal, no tengo que avisar a mi asesor informático que es mi hijo Tito.
Bueno, aquí estoy otra vez con un nuevo capítulo de la Grand Place, este es el 3º y queda un 4º para finalizar esta novela. Estaréis de acuerdo conmigo que está editada en el momento oportuno, justo cuando la ETA dice que se retira definitivamente de la lucha armada como ellos le llaman y de hacer acciones terroristas como decimos todos los demás. No se puede saber si es verdad o no, el tiempo lo dirá, pero algo es algo.
He decidido que todos los fines de semana voy a publicar algo, o sea, que tenemos blog para rato, porque, como os decía el otro día, aparecen escritos como churros y encima estoy escribiendo mas cosas
Como siempre sigo esperando vuestras opiniones que me vienen muy bien para que mi ego se mantenga como hasta ahora.
Un abrazo y hasta el próximo fin de semana
Faustino Belascoaín, el Tío Tinoo simplemente Tino para los amigos


CAPITULO 3.-

Desde los primeros instantes después de la tragedia de Hipercor que le había costado la vida, no solo a Patricia, su mujer, Sino también a cuatrocientas y pico personas más, la policía y los periódicos manejaban la tesis que los implicados eran un chico y una chica a los que habían visto salir corriendo desde la planta de niños, donde habían instalado el potente artefacto explosivo, y a tenor de las investigaciones el cerco se iba cerrando y parecía existir la casi total evidencia que los asesinos eran Gorka Iruin, de 36 años, residente habitual en el País Vasco francés, del que había desaparecido una semana antes del atentado sin que hubiera vuelto, a pesar del tiempo transcurrido e Idorne Zabala, de 26 años y compañera sentimental de Gorka.

Antonio había asistido a muchas reuniones de ETA pero en ninguna se respiraba un ambiente tan exaltado y nacionalista como en aquel mitin.

El odio irradiaba por la piel de, absolutamente, todos los oradores que rigurosamente de luto y con la cara cubierta con pasamontañas, arengaban a la audiencia, compuesta básicamente por jóvenes, no solo a la desobediencia civil sino también a destrozar todo aquello que tuviera el más mínimo tufillo a español. Los Vascos, decían, somos un pueblo y como tal no podemos consentir que el ejército invasor nos impida desarrollarnos como tal. Es necesario acabar con él y para ello todo vale: desde el impuesto revolucionario hasta el tiro en la nuca porque ellos son los que están pisoteando nuestros derechos.

La multitud, compuesta por unos treinta mil personas, no cesaba de corear cánticos radicales y la famosa frase de “ETA mátalos” se repetía con frecuencia. El corazón de Antonio latía a mil por hora, pero tampoco en aquella ocasión tuvo ninguna noticia de su perseguido. Parecía como si se lo hubiera tragado la tierra. Sin embargo, Antonio no perdía ni el tiempo ni la paciencia; sabía que, antes o después, aparecería y lo importante era estar preparado.
Dedicó casi un año a la compra de armas y estableció un auténtico arsenal en el sótano de su casa a base de comprar en lugares lejanos para evitar ser reconocido y hacer fracasar su ambicioso plan.
Uno de los rifles con mira telescópica lo había comprado en Honduras. En pleno mitin independentista, Antonio se acordó, con cariño, de los días pasados en la selva hondureña, donde se había apuntado a Médicos sin Fronteras y se había visto inmerso en un programa de la ONU de ayuda a los países más deprimidos de Centroamérica. ¡Que curioso! sus amigos decían que desde la muerte de su mujer, Antonio se había vuelto mucho más humano y hasta se apuntaba a organizaciones benéficas para contribuir con su saber a mejorar las condiciones de vida de sus semejantes. ¡Si supieran la realidad de las cosas!
A las dos semanas de permanencia en la selva hizo amistad con un soldado del frente revolucionario al que ofreció, nada más y nada menos, que 5.000 pesetas si conseguía ponerle en contacto con alguno de sus jefes. El soldado, de nombre Manuel Vargas, tardó solamente unas horas y se personó en el dispensario:

-D. Antonio: Que dice el Comandante que vaya al Valle de Sarpungo mañana por la mañana, que pregunte en la taberna de Eduardo y ya le darán las instrucciones precisas ¿de acuerdo?

- Gracias, Manuel, no sabes cuanto te lo agradezco.

- No se preocupe, D. Antonio – Manuel puso el sombrero para que introdujese el dinero y una vez conseguido se lo puso en la cabeza y con un gesto de complicidad añadió – ya sabe usted que los guerrilleros estamos para ayudar a lo que haga falta. Si necesita algo más me lo dice que ya verá como Manuel Vargas lo soluciona. ¡Ah! Y vaya solo porque seguro que lo estarán vigilando por si se trata de una emboscada.

- Gracias, otra vez Manuel por tus consejos y no tengas cuidado que iré solo y en cuanto reciba la mercancía me vuelvo al dispensario.
Al quedarse otra vez solo, Antonio se movió inquieto en la silla; iba a meterse en el corazón de la selva hondureña, con un “jeep” que él había aportado a Médicos sin Fronteras, solo y con casi medio millón de pesetas en el bolsillo ¿no le obligarían a entregar el dinero y volverse con las manos en los bolsillos? Era una posibilidad, pero tenía que asumir el riesgo y para eso había estado trabajando el mes anterior.
Todos los días finalizada la consulta privada, se encerraba con llave y pasaba horas y horas introduciendo los billetes por debajo de la tapicería delantera del asiento del conductor, levantando solamente dos centímetros y por ahí iba introduciendo, billete a billete, el medio millón que había conseguido, en unos meses, de los enfermos privados que acudían a su consulta privada. A continuación reponía la tapicería y se sentaba media hora para moldear el asiento. Al día siguiente repetía la operación y así consiguió un escondite perfecto.
Atento como estaba a posibles vigilancias y para evitar atracos, se dedicó a decir a todos los del campamento que al día siguiente iría a investigar las minas del valle de Sarpungo y que por la noche estaría de vuelta.
A las seis de la mañana se levantó, se duchó, se ajustó sus botas de andar por el monte, se abotonó la camisa y los pantalones vaqueros, se caló un sombrero de ala ancha y depositó una mochila en el asiento del conductor y arrancó lentamente el “jeep”. Al principio, estaba preocupado, pero con el paso de los minutos y de pasar la mano varias veces por la tapicería y apreciar que el escondite era perfecto, se tranquilizó.
La pista estaba razonablemente bien asfaltada y era ancha, pero, poco a poco, se fue haciendo más estrecha dificultando, aun más si cabe, la conducción. En varias ocasiones tuvo que pararse y consultar un mapa y a pesar de todo había alcanzado un punto en que se encontraba absolutamente perdido. Por la brújula parecería que debiera ir por el camino de la derecha sin embargo el de la izquierda parecía como más directo hacia un amplio valle que abría sus puertas sin ningún pudor; lleno de amapolas, parecía como si una bandera roja quisiera recibirle.
En estas disquisiciones estaba cuando notó un sonido metálico, como un clic, a unos pocos centímetros de su cabeza. Trató de reaccionar instintivamente, pero una voz ronca y autoritaria le recriminó:
- Estese completamente quieto y no haga ningún movimiento extraño porque le organizo “una balasera” que le vuelo la tapa de la sesera

- Bien, bien, no se preocupe que no haré nada que ponga en peligro mi vida

Antonio obedeció ¡qué remedio! Y respiró aliviado cuando su secuestrador, o lo que fuera, le dijo que pertenecía a la guerrilla hondureña y que estaba realizando un ejercicio de vigilancia para su unidad.

Antonio le explicó que iba en busca del Comandante Contreras a lo que el guerrillero comentó que cuales eran sus negocios y le contestó que su idea era comprar armas, sobre todo un fusil con mira telescópica y alguna munición.

¿ Y para eso hace falta que hable con el Comandante ¿ yo le puedo solucionar el problema y le ahorro sesenta km de mal caminar por la selva ¿de acuerdo?

- Yo quiero un fusil Kaleinikoff con mira telescópica de 75 y balas de amplio margen. Lo demás, no me vale para nada – Dijo Antonio mientras deslizaba su mirada por un viejo subfusil que el guerrillero se había colgado al hombro.

- No se preocupe, Jefe, que de eso tengo yo, pero ¿cuánto ofrece?

Antonio echó mano de la mochila y extrajo un fajo de billetes de mil que los había preparado por si era víctima de un atraco.

- Te ofrezco veinticinco mil pesetas que es mucho más de lo que ganarás hasta que te mueras, suponiendo que vivas muchos años ¿de acuerdo?
- Trato hecho. Dame el dinero y en media hora tienes aquí la mercancía.

- ¿Y como se que no me engañas?

- De ninguna manera ; tienes que fiarte pero si yo te digo que ahorita mismo te traigo una Kaleinikoff 75, puedes estar seguro que te la traigo.

Antonio le dio el dinero y el hondureño aficionado a guerrillero desapareció a través de la tupida vegetación. Casi no tuvo tiempo de valorar la situación porque enseguida apareció el indígena con una especie de figura de madera de ébano y en su interior, bien disimulada, iba el fusil que le ayudaría en su lucha contra el destino.

Pasó por Barajas sin ningún problema y ya en el sótano de su casa, en Burgos, pudo palpar su impresionante cañón.

5 comentarios:

  1. Ainssss, que me has dejado a medio respirar. Está genial; eres un experto hasta en armas.
    Esta novela no puede ser mas oportuna en el momento que vivimos.
    Sigue, sigue......
    Merce

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  2. A mi me ha gustado el dominio de palabras latinoamericanas! "le organizo “una balasera” que le vuelo la tapa de la sesera" :)

    Se me ha hecho corto este trocito... Esperaremos al final...pero... Por qué una semana? Por qué tanto?!

    Besos!

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  3. El Tío Javier Belas24 de octubre de 2011, 21:42

    Sigo enganchado y deseando que salga el siguiente capítulo. Como dice Mercedes, muy oportuno el capítulo con lo que está sucediendo estos días con la ETA.

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  4. Esta no la había leido yo y para mi la mejor!!!! solo me ha dado tiempo a leer la primera parte y me he quedado con ganas de mas!!! Un pis y me leo el segundo capitulo!

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  5. Enhorabuena de un humilde lector. Pablo Pinto (amigo de Tito)

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