martes, 18 de octubre de 2011

LA GRAND PLACE CAPITULO 2

Hola blogueros: Estoy pensando que casi estaba pensando que debería decir blogueras porque sois tres mujeres las que leéis esto y dos señores ¿quienes serán? yo como lo se ¿y vosotros? En fin, espero que alguien mas se pique y me escriba que es lo que quiero. A vosotros, a mis queridos blogueros/as os mando otro capitulo de la Grand Place y siguiendo los consejos de Merce Gutierrez (ya os he dicho una ¿quienes serán los otros cuatro?)  lo voy a acortar un poco. En el fondo, mejor para mí porque así mis múltiples escritos, que son bastantes mas de los que yo pensaba, van a durar un montón, pero bueno de poco en poco las cosas saben mejor como los menús esos largos y estrechos de los chefs hispánicos que están tan de moda.
Como curiosidad os diré que estoy escribiendo una nueva novela que me parece que está quedando bastante bien, aunque ya os digo que estoy en las primeras hojas, pero tiene buena pinta. Lo bueno que tiene esto del blog es que me obliga a revisar un montón de cosas que tengo escritas por ahí y estoy descubriendo algunas que no tenía ni idea y me resulta curioso. Por eso es por lo que me interesa vuestra opinión porque yo hace tiempo que no tengo Abuela y si pongo lo que pienso de mi mismo, seguro que me paso y me doy el Premio Planeta del año que viene. Por eso os decía hace un momento que no tengo Abuela.
Queridos, queridas (en el mejor sentido de la palabra) hasta la próxima y ahí va otro trozo de la Grand Place y continuará en unos días.
Un beso para todos/as
Faustino Belascoaín, El Tío Tino, Tino o yo, lo que queráis.



CAPITULO 2

-        ¿Es la consulta del Dr. Vazquez?

-        Si señor, ¿qué desea? – La voz que preguntaba por el Dr. era bien moldeada, agradable y con un marcado acento vasco.

-        Soy el Dr. Iriarte y quisiera hablar con él personalmente.

La señorita Isabel, secretaria desde hacía varios años de la consulta de Neurocirugía del Dr. Vazquez conectó un interfono que tenía a la derecha de su mesa:

-        ¿Dr. Vazquez?

-        Si – Antonio contestó desde el interior de su bien amueblado despacho – Dígame –

-        Le llama por la línea dos el Dr. Iriarte ¿quiere que le pase?

-        Si, por favor y a partir de ahora no quiero ser molestado absolutamente por nadie. Si hay algún paciente citado llámele a su casa por teléfono y que venga otro día. ¿De acuerdo?

-        Sí señor; le paso la llamada.

Isabel pasó la llamada  y después de comprobar que no había ninguna cita pendiente, recogió lentamente todas sus cosas, se pintó los labios, se estiró un poco el pelo, abrió un armario del que sacó una trenca  gris, abrió suavemente la puerta del despacho y se despidió de su jefe con un leve movimiento de su mano derecha.

-        Adiós, me voy. No hay nada pendiente. Hasta mañana.

Antonio tapó el micrófono del teléfono con una mano y despidió a su secretaria con un lacónico hasta luego retomando la conversación con su interlocutor continuando con la toma de  notas en un bloc que tenía sobre el centro de su mesa.

-        Perdona, Iñaqui, pero me he perdido. Repítemelo otra vez; Se va por la carretera de Bilbao a San Sebastián y como en el Km. 36 hay un desvío que pone Vitoria, me meto por ahí y a unos 2 Km., hay otro, esta vez a la izquierda, que pone Vergara y por ahí voy a pasar por Lisurbil ¿seguro? Perfecto -  Antonio se guardó el apunte en el bolsillo de su pantalón – Miguel, espero verte pronto y agradecerte personalmente todo lo que estás haciendo por mí.

-        Nada, hombre, no te preocupes que los amigos estamos para eso, pero antes que vayas me gustaría charlar contigo un poco más y sobre todo intentar meterte en la cabeza que todo tu plan es una barbaridad. ¿Te parece que comamos juntos?

-        Bueno, hacemos lo que quieras, pero a partir del lunes no cuentes conmigo para nada.

-        Bien, bien, - Iñaqui Iriarte se movió incómodo en el asiento delantero de su coche – podíamos quedar en El Josechu a las diez ¿te  parece?

-        Muy bien, allí estaré -  Antonio colgó cuidadosamente el teléfono pegando un grito que retumbó por todo el despacho – seis años esperando, de ir y venir de aquí para allá, siguiendo miles de pistas y por fin ha llegado el momento -  Se estiró todo lo que fue capaz y elevando los brazos hizo el gesto de la victoria. Eufórico como se encontraba, salió del garaje, en su viejo Range Rover, tarareando una canción de Julio Iglesias y dando pequeños golpes en el volante.  Tenía treinta y cinco Kms. por delante hasta llegar al restaurante y calculó que estaría allí en unos veinte minutos.



Conducía despacio mientras su cabeza era un auténtico hervidero. Habían sido  varios años, ya no se acordaba ni cuantos, esperando para localizar a Gorka Iruin y miles y miles las horas dedicadas a él. Comenzó siendo un día entero a la semana, pero como sus investigaciones eran muy lentas, decidió que era mejor utilizar tres tardes a la semana y así asistiría al Hospital con regularidad. Todo había sido cuidadosamente planeado, excepto el tiempo. Lo primero fue dejar pasar unos meses, lo que fue perfectamente entendido por todos sus familiares y amigos como un período de aclimatación a su recién estrenada viudedad. Los cinco sentidos de Antonio Vazquez, el Dr. Vazquez, prestigioso neurocirujano, estaban en permanente alerta para que, en ningún momento, nadie pudiera pensar que estuviese planeando algún tipo de venganza que, por otra parte, a buen seguro no sería entendida. Mantuvo su Jefatura de Servicio en la Residencia de la Seguridad Social y eran muchas las tardes que se quedaba en el Hospital, consultando en su ordenador personal y anotando cualquier mínimo detalle que fuera útil para su objetivo final.

Como se desplazaba con cierta frecuencia a Bilbao, su secretaria de toda la vida comenzó a preguntarle y ante la posibilidad que pudiera entrever algo, decidió que por una temporada dejaba su consulta privada, total no le hacía falta nada y así la puso de patitas en la calle. Durante ese tiempo, utilizó el despacho como una oficina de información y al cabo de cuatro o cinco meses, retomó la actividad privada, pero ya con una nueva secretaria, Isabel, y con tan solo los lunes y los miércoles de consulta con lo que eran varias las tardes que disponía  con absoluta libertad. También los congresos fueron una eficaz tapadera de sus planes y ya habían sido doce o catorce las semanas que había pasado en el País Vasco mientras que sus conocidos, amigos y gente de su servicio pensaban que se encontraba ampliando conocimientos en alguno de los prestigiosos hospitales americanos.

Al principio fue especialmente difícil conseguir enfocar el camino de sus investigaciones y gracias a Iñaqui Iriarte, que por aquel entonces era Adjunto de Neurocirugía del Hospital de Cruces, pudo introducirse en el mundo de la izquierda vasca. Iñaqui había sido representante de los Médicos en un sindicato vasco y, después de algunos crímenes cometidos por terroristas sin escrúpulos, decidió abandonar cualquier alternativa política y dedicarse por entero a su profesión, lo que le hizo ser muy feliz, aunque seguía manteniendo contactos. Con uno de ellos Antonio llegó a tener bastante confianza  y su sorpresa fue mayúscula cuando Jon Idígoras le propuso como coordinador de ese sindicato en Castilla-Leon.
El tema era peliagudo porque se tendría que enfrentar a sus compañeros, pero le venía como anillo al dedo para su objetivo particular.

El Dr. Vazquez se volvió muy agresivo, intolerante y hasta chulesco y aunque todos sus conocidos eran conscientes de la tremenda desgracia que había padecido, muchos decían que, dado el tiempo transcurrido, no tenían porqué aguantar tantas tonterías, lo que hacía que su círculo se fuera haciendo más vicioso y a mayores criticas mayor cerrazón por parte de Antonio. Se volvió un ser absolutamente huraño, solitario, de difícil convivencia y totalmente hermético. Entraba y salía con mucha frecuencia, pero nadie conocía su paradero.

Sus primeros pasos fueron hacia las reuniones conjuntas con los sindicalistas de otras provincias y así entabló amistad con varios del Sindicato Vasco del Metal y fue invitado, en muchas ocasiones, a la Casa del Pueblo de Orio, donde discutían de todos los temas laborales, incluyendo manifestaciones y algaradas callejeras, distribución de panfletos clandestinos, amenazas telefónicas y toda suerte de argucias para levantar a las masas. En tres ocasiones fue detenido por la Policía y en una de sus estancias en “El Tribunal de las Causas Vascas” conoció  a Iñaqui  Gaztelubide, Médico como él y activista de ETA Politico-Militar desde hacía treinta años. Las largas noches en la oscura celda, desde la que, entre barrotes, se adivinaba una cálida luna, creó entre ellos una corriente de amistad que fue creciendo con el paso de los días. Ambos salieron en libertad el mismo mes y coincidieron en casa de Iñaqui muchos fines de semana.

3 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas19 de octubre de 2011, 0:11

    Leido el capítulo 2. Sigo enganchado,aunque este capítulo me ha parecido muy cortito. Esto de vaguear no está bien. Hay que escribir mas y publicarlo que los lectores estamos intrigados con el final. Por cierto, este tipo y tamaño de letra es el mejor.

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  2. Me encanta esta novela y si, puede que sea corto éste capítulo, pero si van muy seguidos esta medida me gusta.

    me lo he leido al solecito mientras saco al perro, asi da gusto. (no tengais en cuenta la falta de tildes, desde el movil es un poco complicado)

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  3. Fenomeno Tino. Yo creo que es el largo perfecto. Está superinteresante.
    Tienes que recomendar a tus contactos que soliciten en tu blog que les llegue un correo cada vez que publiques. Yo creo que hay seguidores que no se enteran de cuando publicas y por eso no lo leen y, en consecuencia, no te hacen comentarios.
    Hasta el próximo.....
    Bss y ánimos

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