viernes, 14 de mayo de 2021

REQUIEM POR UN DEMENTE .- CAPITULO 16

 

 

CAPITULO 16.-

 

Carlos Gonzalez entraba por una pequeña pasarela a un barco de recreo de veintidós metros de eslora amarrado en el puerto de Barcelona donde había sido citado a una reunión. Hacía tan solo doce horas que había llegado a la ciudad Condal y solo había tenido tiempo de dejar las maletas en el hotel y dar una vuelta por la Ramblas y la Gran Vía. Había ido andando durante un buen rato y después de comprobar que nadie le seguía entró en un barco “el Galaxia” cuyo nombre destacaba en la popa. En cuanto pisó la cubierta un hombre salió a su encuentro. Vestía un traje completamente blanco, camisa igualmente blanca con una corbata de un azul cielo que resaltaba sobre todo el conjunto. Nada más estrecharle mano Carlos se dio cuenta que se trataba de un hombre de mundo, con un whisky en la mano, una sonrisa atractiva, un color de piel que demostraba muchas horas de mar y una aparente simpatía.

-      ¿Carlos? – preguntó el hombre perfectamente trajeado mientras le invitaba con un gesto de su mano a entrar en el salón de la embarcación – pasa por favor.

Carlos atravesó una cubierta en la que se amontonaban sillas y un par de mesas plegadas, se notaba que todavía no había llegado la época de navegar con amigos y penetró a través de una puerta y después de bajar dos escalones en un amplio salón que mas parecía uno de cualquier casa elegante que el de un barco, aunque este fuera de categoría. En un tresillo situado a la derecha, estaba fumando un impresionante habano, un hombre que sentado ya parecía ser muy grande y todavía lo era más cuando se levantó en cuanto se percató de la presencia de Carlos y en dos zancadas se puso a su altura. Vestía de manera informal con una camisa azul clara, pantalones mil rayas y náuticos. Su cara era el reflejo de un hombre vividor, amante del buen vino y de los licores, de hecho se acercó a un pequeña mesa y se sirvió un poco de coñac francés, pelo blanco, de edad indefinida y con una barba bien cuidada que posiblemente le hacía mas mayor de lo que realmente era. Además una importante barriga le precedía en todos sus movimientos, pero a pesar de todo Carlos advirtió que se había levantado con rapidez lo que indicaba una buena preparación física. Rápidamente apareció por la otra parte del salón un camarero con pinta de filipino que se ofreció a servirle alguna copa. Carlos pidió agua solamente y aceptó la invitación de sentarse por parte de sus dos compañeros de conversación.

-       Lo primero – el hombre de la barba blanca se adelantó a su interlocutor – es presentarse. Yo me llamo Pere Resuñelles y Alfonso Perez, digamos mi segundo de a bordo

-      Nunca mejor dicho – afirmó Alfonso – sobre todo cuando estamos navegando por ahí.

-      Encantado – Carlos les devolvió el cumplido – Carlos Gonzalez y me da la impresión que no tengo mucho más que decir.

-      Sabemos todo de ti – contestó Pere – hemos estado hablando con Arturo y ya sabemos a lo que vienes y en que tenemos que ayudarte. Por supuesto, supongo que no hace falta ni decirlo, tú no nos conoces de nada, no sabes nuestros nombres y nunca has estado en este barco ¿estamos de acuerdo?

-      Totalmente

-      En principio yo seré tu socio en la tienda de náutica que tengo en el puerto y tu misión será contactar con algunas personas, que ya te diremos quienes son y tratar de sacarles toda la información posible aprovechando que los invitas, a ello y sus familias, a pasar un día por la costa brava. Para ello tendrás a tu disposición este barco con su capitán y un camarero y el resto corre de tu cuenta. Es importante que vengas con tu pareja

-      ¿Mi pareja?

-        Venga Carlos, con nosotros no hace falta que andes con secretos que lo sabemos todo, es más, pensábamos que hoy vendrías con ella.

-      La verdad es que no se que día tiene que venir. De momento estoy pendiente que alguien me diga donde voy a vivir y no se más.

-      No hay problema – tomó la palabra Pere que parecía ser el que llevaba los asuntos siendo Alfonso, al menos eso parecía, como su segundo en esa operación – vivirás en un ático encima de la tienda en el puerto, está perfectamente equipado para dos personas y como supongo que comeréis cada día con algún futuro comprador no creo que os haga falta ningún cocinero, pero si fuera necesario, casi mejor que lo hagáis en “El Velero” un restaurante a dos metros de la tienda que está abierto a todas horas. A partir de ahora lo único que tienes que hacer es acomodarte allí y esperar instrucciones.

-      ¿No tengo que aparecer por la tienda?

-      No, tú vienes como dueño de la fábrica que está en Madrid y no eres un vendedor, como podría parecer, tú tienes que hacer las veces de relaciones públicas y cuando veas que pica alguien, le pones en contacto conmigo en un número de teléfono que tienes en un portátil que he dejado esta mañana encima de la cama que vas a ocupar. Si quieres tomarte una copa con tu novia tienes que ir “al foque”, se lo dices a un taxista y todos saben donde está y esta misma noche puedes empezar tu labor. Se me olvidaba, también te he dejado al lado del teléfono una tarjeta con saldo más que suficiente para tus gastos personales.

-      Me parece que más no puedo pedir – Carlos estaba encantado al ver como empezaba su trabajo en Barcelona.

-      Hombre – esta vez era Alfonso el que le daba consejos – lo importante es que la gente de aquí te vaya conociendo y para eso tienes que ser un tío muy espléndido y que en los lugares de moda sepan que has venido a Barcelona para hacer negocios con los barcos y no te preocupes porque del resto ya nos encargamos nosotros. Tenemos mucha gente de dinero que piensa igual, sabe que Cataluña sola se va al carajo y no lo dicen porque tienen miedo, pero a la hora de dar dinero para nuestra labor no dudan en aportar lo que haga falta y no te sorprendas porque más de uno con los que vas a negociar, a ti te dirán una cosa y por la tarde en cualquier lado te dirán lo contrario, pero de eso enseguida te darás cuenta y rápidamente verás quien va de frente y quien te pretenderá engañar.

-      Eso espero – contestó Carlos – lo único que no tengo claro y me gustaría comentarlo es el papel de mi “novia” - el nuevo miembro del CESID hizo el gesto con los dedos de ambas manos - Por un lado pienso que está bien porque así pareceré un empresario serio y responsable pero para andar por un pub me parece que el ir acompañado de una novia me va a quitar posibilidades.

-      Bueno – Pere apagó su puro – ese es un problema vuestro. En este trabajo lo más importante es la improvisación y adaptarse a todo lo que se vaya a presentarse, pero a mí me parece que no tiene porqué ser un inconveniente, es lo mismo.

-      Bueno, bueno, era solo una sugerencia – Carlos sonrió mientras se levantaba lentamente y apuraba su copa - ¿y para cuando está previsto que venga?

-      Creíamos que vendría contigo, pero si no ha sido así será por algún problema que ya lo sabremos.

-      Muy bien, pues si no hay mas asuntos que tratar

-      Si te parece te acompaño a tu nuevo domicilio

-      ¿Vamos en coche?

-      No, no hace falta – Alfonso le dejó pasar primero por la pasarela que lo comunicaba con tierra firme, está aquí al lado

-      ¿Y mis maletas?

-      No te preocupes que ya mando a alguien que las recoja en el hotel y las lleve al apartamento.

-      Muy bien.

 

Anduvieron unos trescientos metros y su primer conocido en Barcelona le enseñó la tienda de náutica donde se supone que vendía complementos para los barcos que vendía. Era una tienda espectacular, con todo lo más habitual para lo que necesitase desde un navegante aficionado de fin de semana hasta un profesional de la mar. Primero y como un reclamo para los múltiples turistas que paseaban por el puerto, una zona con varios mostradores con los consabidos “souvenirs,” llaveros de anclas, metopas de todos los tipos, tamaños y colores, banderines, gorras y zapatos para no resbalar por cubierta, a continuación bajando unos escalones otra zona dedicada a aparejos, cabos, maletas de salvamento, salvavidas de todos los tamaños y colores y por último, en el piso superior, una magnífica exposición de pequeños barcos tanto de vela como a motor y por fin, en la terraza mirando al puerto, unos cómodos sillones para tomarse una copa mientras en unas pantallas gigantes ponían todos los barcos mas grandes que tenían para la venta. En resumen, una magnífica tienda de objetos náuticos que reunía además, todos los fines de semana a “una chavalería” que se apuntaba a unos carísimos cursos de vela que incluso se podían hacer con monitores nacido en Inglaterra con lo que los niños hacían deporte mientras aumentaban sus conocimientos del inglés.

Carlos saludó a varios empleados y por una puerta lateral subió a su apartamento por una escalera accesoria. La principal daba directamente al Paseo Marítimo. Subió lentamente y al abrir la puerta principal se encontró con algo que no habría podido soñar en su vida, sobre todo teniendo en cuenta su nómina de oficial de la Marina Española. Todo era diáfano, enfrente sin vecinos por ninguna parte, el puerto deportivo de Barcelona con cientos de mástiles moviéndose acompasadamente al ritmo de las olas que provocaban algunos barcos a motor que pasaban hacia sus respectivos puntos de amarre situados al final de los amplios pantalanes vigilados por unos hombres uniformados de un blanco inmaculado.

Hasta llegar a la terraza se pasaba por un salón en el que a la derecha había unos sillones negros enfrentados a una pequeña mesa de caoba que recogía en su amplio cristal varios ceniceros todos con temas náuticos. Encima un cuadro de un amplio mar agitado por una tormenta con un color que llamaba la atención por su parecido con la realidad. Debe de ser un cuadro de alguien conocido porque refleja muy bien lo que es un mar bravío, pensó Carlos mientras por su cabeza pasaban algunos episodios parecidos que había tenido que sufrir, sobre durante la época que pasó destinado en Ferrol, donde las travesías con mar era una constante. Volvió a recorrer con la mirada el apartamento y pudo apreciar que más allá de lo que podía denominarse como la parte seria, con sus sillones con pinta de cómodos, se pasaba en dos zancadas a una zona como más informal con un tresillo de vistosos colores alrededor de una mesa camilla. Un mueble librería con libros en algunas de sus estantes y una parte destinada a copas con botellas de diferentes tipos y tamaños.

Un poco más abajo, en el mismo mueble, un equipo de música con dos potentes altavoces a cada lado. Por un pasillo se comunicaba con tres puertas, una para la cocina y dos para cada uno de los dormitorios con sus correspondientes cuartos de baño. Alfonso se despidió deseándole una feliz estancia en la ciudad condal y Carlos no tardó ni dos segundos en sentarse en la amplísima terraza después de haberse preparado una tónica con una mínima cantidad de ginebra y desde allí repasó, no solo el paisaje que era una auténtica maravilla, si no también todos los consejos que había ido recibiendo desde que se apuntó a esa operación. El primer punto ya lo había cumplido al reunirse con los del Galaxia, ahora tenía que ordenar su ropa, se supone que estaría por lo menos tres meses y a continuación salir a dar una vuelta. No tenía prisa, no tenía que visitar a nadie y hasta las nueve o nueve y media de la noche no tenía absolutamente nada que hacer. No se había dado cuenta que al lado de los sillones negros había otra puerta. La abrió y casi como si estuviera situado en una nueva terraza, pero esta vez cerrada con unos enormes cristales, había un gimnasio dotado con los últimos aparatos para hacer todo tipo de gimnasia, desde una bicicleta estática, dos para hacer spinning, una espaldera, una máquina, no sabía el nombre, pero era para andar y mover los brazos simultáneamente y casi pegada una cinta solo para andar. No le faltaba un detalle, desde un espejo hasta un peso, al igual que un par de pantalones de deporte con unas camisetas con el nombre de la tienda y hasta dos albornoces. Desde luego el que había diseñado aquel apartamento sabía lo que hacía, pensó Carlos mientras se volvía a sentar en la terraza dejando volar su imaginación mientras degustaba un gin tonic que le estaba sabiendo a gloria. Medio dormido, con un sonido de fondo provocado por una orquesta formada por cientos de mástiles que se entrechocaban dando lugar a múltiples notas musicales, casi no advirtió las campanas del timbre de la puerta que sonaban insistentemente. Se levantó extrañado que alguien llamara, abrió la puerta y allí estaba Ana Calderas, más atractiva que ninguna de las veces que había coincidido con ella en ocasiones anteriores, un auténtico bombón, con sus pantalones vaqueros ajustado, sus zapatillas de elevado tacón, una camiseta de colores, y un gorro de paja que llenaban un cuerpo de lo más deseable. Le saludó con par de besos y una carcajada que resonó por todo el apartamento. Miró para un lado y para otro y comentó

-       ¿Qué te parece? Parece que nuestros nuevos jefes se han preocupado de nuestra comodidad

-      No hay ninguna duda – Carlos entró con la maleta de ella en la mano – es bastante mejor que el mío de Ferrol.

-      Es natural – Ana se retiró el gorro y dejó las gafas de sol encima de la mesa camilla – ten en cuenta que aquí eres el Sr. Carlos Gonzalez con su novia y en Madrid eres un Capitán de Marina ¿te parece poco?

-      Lo que más me gusta es eso de “mi novia”

-      Si, pero no te hagas ilusiones. Te repito lo que ya te dije aquella vez en tu hotel de Madrid, el trabajo es el trabajo y aquí estamos para cumplir con la misión que nos han encomendado

-      A sus órdenes mi Capitán – Carlos le hizo el saludo reglamentario.

Se sentaron en la terraza, Carlos como anfitrión , para eso había llegado el primero, le ofreció un gin tonic que ella aceptó inmediatamente y se lo bebieron lentamente.

-       ¿Cómo has venido?

-      Al final en coche – Ana se pasó ambas manos por su melena rubia – así no tengo que depender de ti para que me lleves a todas partes

-      Recuerda que soy tu pareja – Carlos se lo repetía poniendo cara como si se conocieran de toda la vida.

-      Ya, ya, no se me olvida, pero si tu tienes que hacer una visita o cualquier cosa, yo con mi coche tengo independencia y me puedo ir por ahí

-      ¿Conoces Barcelona?

-      Algo, pero poco – respondió Ana – alguna vez hemos aterrizado y hemos pasado unas horas o incluso una noche, pero poco más ¿y tú?

-      Estuve hace un par de años haciendo un curso de submarinismo durante casi cuatro meses

-      ¿Y saliste mucho?

-      Lo suficiente para conocer la ciudad perfectamente, aunque es muy posible que a los sitios que vayamos a partir de ahora no conozca ninguno.

-      Otra vez volvemos al sueldo de Capitán ¿no?

-      ¡Que le vamos a hacer! esto es así. ¿te parece que vayamos a dar una vuelta?

-      Deshago la maleta, me cambio y nos vamos

-      Muy bien, te he dejado el dormitorio que está en la primera puerta y te espero aquí sentado

-      A sus órdenes, novio por decreto - Sonrió y desapareció por el salón.

Carlos se quedó medio dormido en la terraza y no sabía cuanto tiempo había pasado, pero el aroma de un perfume le hizo volver a la realidad. Ana apareció con un conjunto de pantalón y jersey color crema que le hacía todavía mas atractiva de lo habitual. El pelo sujeto en la parte de la nuca con una fina goma y una flor, un breve toque de maquillaje y unas ganas de comenzar la misión cuanto antes, le hizo recoger su bolso e invitar a Carlos a cenar en cualquiera de los restaurantes del puerto. La noche era templada, sin viento, se dieron una vuelta primero para ver cual sería el que más le apetecía y al final se decidieron por uno donde parecía que tenían buen pescado.

Tuvieron que esperar unos minutos en la barra mientras se tomaban un vino blanco y enseguida les indicaron donde estaba su mesa preparada. Cenaron tranquilamente mientras repasaban los temas que ya habían preparado en aquella reunión en el hotel de Carlos unas semanas antes y después de un postre tomaron un taxi para que los llevara al pub de moda “el foque”

Carlos pasó primero y se quedó impresionado de la cantidad de gente mientras Ana lo seguía  agarrada de la mano. La mayoría acodados en las amplias barras y otros bailando al son de un ritmo cubano, se movían alegremente por el amplio espacio, un camarero los recibió y los acompañó a una mesa situada un poco elevada. Pidieron sus respectivas copas y cuando brindaron por primera vez, apareció Pere Resuñelles, el hombre que había recibido a Carlos en su barco hacía unas horas. Venía con una copa en la mano y saludando con la otra a todos los que pasaban.  Por las formas y su manera de pasar entre la gente parecía el dueño del pub. Les saludó cariñosamente y pidió permiso para sentarse en la mesa con nosotros.

-       Faltaría más- tanto Ana como yo estábamos encantados de encontrarle allí

-      ¿Os sorprende verme?

-      Si quieres que te diga la verdad, a mi un poco si – contestó Ana mientras degustaba su copa

-      ¿Os conocéis? – Carlos no sabía como entender todo aquello

-      Si – perdona Pere – no me dio tiempo a decirte esta mañana que Ana al llegar me vendría a ver al barco y ahí nos conocimos.

-      Entonces no hace falta que os presente – Carlos sonrió

-      No, pero si que yo os debo una explicación a los dos porque no os he dicho que el dueño de este pub soy yo y me gustaría que durante vuestra estancia en Barcelona os considerarais como en vuestra casa.

-      Seguro que si.

-      Hombre ¿mira quien viene por aquí? – Pere se levantó y saludó con un abrazo a un personaje conocido para Ana y Carlos aunque de momento ninguno de los dos sabían quien era – Te quiero presentar a unos amigos que vienen de Madrid – mira Albert , el Señor Carlos Gonzalez y su novia Ana, él es el dueño de la fábrica de barcos de la que te hablé el otro día.

-      Encantado – Albert dio dos besos a Ana y estrechó con fuerza la mano de Carlos – ya sabéis que los amigos de Pere son mis amigos.

-      Mucho gusto – se sentaron y Albert esperó a que un camarero le sirviese su bebida habitual sin necesidad de pedírsela, se notaba que era un cliente habitual

-      ¿Conocíais Barcelona?

-      Si, claro, yo he venido muchas veces, pero siempre han sido viajes de trabajo y nunca tuve oportunidad de venir aquí, por cierto, ¡menudo ambientazo!

-      Es una pena que nos conozcamos en estas circunstancias porque Barcelona hace unos años era otra cosa – Albert miró a su amigo - ¿verdad Pere?

-      Si, si, es una pena

-      Ahora en el único sitio donde se puede estar tranquilo es aquí. Por la noche si tienes que tomarte una copa, lo mejor, el foque y si no en casa pero nada de andar por la calle.

-      Es verdad – Pere vació el contenido de su copa – el ambiente está bastante enrarecido porque nunca sabes con quien estás hablando y la gente prefiere no comentar nada no vaya a ser que metas la pata.

-      Pero eso es porque hay muchos separatistas ¿no? – Carlos se dio cuenta que Ana empezó con su primera pregunta a cumplir con la misión por la que estaba en Barcelona

-      Ese es un tema que, yo por lo  menos no se contestar – Pere solicitó otra copa – a mí me parece que hasta ahora no hay tantos como parece, ya veremos lo que te contestaré dentro de uno o dos años si nos volvemos a ver y en Madrid siguen tratando igual a los catalanes, ahora mismo me parece que hay separatistas, por supuesto que si, pero no son tantos, pero lo que es una realidad indiscutible es que casi todos estamos a favor de un referéndum de autodeterminación, eso si, pero independentistas de verdad, pensando con la cabeza y no con el corazón, no creo que sean tantos

-      Es más - Albert intervino – la preocupación para muchos de nosotros es que como en Madrid no quieren saber nada de ese tema, es muy fácil convencer a la gente que no hay más remedio que utilizar la fuerza para que nos hagan caso y eso si que sería malo para todos.

-      Eso es una realidad que se ve hasta en Madrid aunque no os lo creáis – Carlos trataba de manifestar una idea – el Gobierno no solamente es consciente de ello y para eso ha organizado esas reuniones bilaterales

-      Si, estamos de acuerdo – Albert miró alrededor comprobando el ambiente del famoso pub – pero cualquier solución es mala porque si hay referéndum y sale que si ¿estaríamos todos los catalanes de acuerdo en que se nos de la independencia y que nos las arreglemos nosotros solos?

-       Ya Albert, pero desgraciadamente hay mucha gente que eso, precisamente eso, es lo que quiere. Está claro, Albert, que ni a ti ni a mí nos interesaría pero hay que contar con el resto

-      Un momento – Carlos parecía muy interesado en aquel debate – y con el resto de españoles ¿quién cuenta?

-      Yo creo que el problema no va por ahí. Los catalanes, muchos o pocos creen que Cataluña es una nación y como tal quieren que se les trate. En Madrid pueden estar de acuerdo o no, eso es otra cuestión que si quieres la tratamos después pero un número importante desea un referéndum que eso no significa en ningún caso la independencia

-      ¿Y si sale que si?

-      Ese es el error porque ahora mismo sale que no – Albert con sus gestos parecían afirmar todavía más la seguridad del resultado de la votación – y cuanto más tiempo se espere, el resultado puede ser diferente y entonces si que tendríamos un problema.

-      Pero desde el punto de vista del resto de españoles Cataluña no es una nación, es una parte más de España y muchos no quieren o no queremos que se os de la independencia, entre otras porque la Constitución no lo permite

-      Siempre puede cambiarse ¿no? – Pere parecía estar en un plano intermedio

-      Yo supongo que si – Ana aportaba sus argumentos – pero eso se tendría que decidir en el Parlamento que para eso está.

-      Ya pero tú sabes que si fuera por votos los catalanes nunca llegaríamos a tener una mayoría

-      Eso es otro problema, pero ¡que le vamos a hacer! – Ana paseó su mirada por sus tres interlocutores – de todas las maneras el Gobierno actual ha creado una comisión para tratar de dar salida a todos estos temas y por lo menos ya se pueden sentar a hablar

-      Estamos de acuerdo – Albert se inclinó hacia delante – pero también estarás de acuerdo conmigo en que es muy difícil negociar con alguien que antes de empezar ya te dice que hablarán de lo que sea pero siempre dentro del marco de la Constitución, ¿eso es negociar?

-       Algo es algo – afirmó Ana

-      Si, menos es nada, por supuesto, pero desde aquí se nota una cierta sensación de cansancio y las cosas se pueden ir poniendo cada vez peor

-      ¿Y los empresarios no tienen nada que decir? – Carlos inició un nuevo razonamiento – muchos serán independentistas, otros nacionalistas, otro españolistas o como se les quiera llamar y otros no serán nada, pero si todo esto sigue adelante los que más tienen que perder somos nosotros, bueno yo menos porque vivo en Madrid, pero vosotros sois de verdad los verdaderos paganos de toda esta historia.

-      Partiendo de la base que Pere y yo podemos estar de acuerdo contigo, no es tan fácil – Albert se quitó las gafas, las limpió con un pañuelo que llevaba en el bolsillo superior de su chaqueta y se las volvió a poner – porque muchos empresarios piensan que si que pueden vivir sin España.  Ya se que suena a barbaridad, pero es la verdad

-      A mí me puede parecer bien que lo piensen, cada uno que piense lo que quiera, pero podrían vivir sin España y sin Europa.

-      Supongo que no, pero los que piensan así están convencidos que antes o después serían admitidos y en todo caso, lo mismo no es necesario llegar a tanto – Albert se quedó mirando a los hielos de su copa como si ellos fueran la fuente de sus pensamientos – quizás se podría llegar a una especie de estado asociado o algo parecido.

-      Para mi industria sería terrible, aunque siempre tengo la posibilidad de llevármela a otro país y hacer los barcos en otro sitio, pero serían muchos gastos y no creo que mereciera la pena

-      En fin – Albert se levantó – cuando quieras continuamos con esta discusión – abrazó efusivamente a Pere y después de guiñarle un ojo a Ana se despidió porque – veo por allí a una antigua amiga que me da la impresión que se está aburriendo y le voy a hace compañía. Pere, mañana por la mañana hacemos una barbacoa en Sitges con algunos amigos y estaría encantado de contar con vosotros ¿os apetece?

-      Yo por mí – Pere se mostraba encantado - ya sabes que a tu casa voy siempre que me invites ¿y vosotros?

-      Por nosotros no hay problemas, mañana tengo una reunión pero es por la mañana temprano y después vamos a tu casa sin problemas

-      Bien, mañana a la una allí. Un abrazo

 

Carlos le dio unos pequeños golpecitos en el dorso de la mano derecha de Ana

-       Empezamos bien. Vamos a dormir que tiene pinta que mañana nos espera un día duro.

 

 

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