CAPITULO 16.-
Carlos Gonzalez entraba por una pequeña pasarela a un
barco de recreo de veintidós metros de eslora amarrado en el puerto de Barcelona
donde había sido citado a una reunión. Hacía tan solo doce horas que había llegado
a la ciudad Condal y solo había tenido tiempo de dejar las maletas en el hotel
y dar una vuelta por la Ramblas y la Gran Vía. Había ido andando durante un buen
rato y después de comprobar que nadie le seguía entró en un barco “el Galaxia”
cuyo nombre destacaba en la popa. En cuanto pisó la cubierta un hombre salió a su
encuentro. Vestía un traje completamente blanco, camisa igualmente blanca con
una corbata de un azul cielo que resaltaba sobre todo el conjunto. Nada más
estrecharle mano Carlos se dio cuenta que se trataba de un hombre de mundo, con
un whisky en la mano, una sonrisa atractiva, un color de piel que demostraba muchas
horas de mar y una aparente simpatía.
-
¿Carlos? – preguntó
el hombre perfectamente trajeado mientras le invitaba con un gesto de su mano a
entrar en el salón de la embarcación – pasa por favor.
Carlos atravesó una cubierta en la que se amontonaban
sillas y un par de mesas plegadas, se notaba que todavía no había llegado la época
de navegar con amigos y penetró a través de una puerta y después de bajar dos
escalones en un amplio salón que mas parecía uno de cualquier casa elegante que
el de un barco, aunque este fuera de categoría. En un tresillo situado a la derecha,
estaba fumando un impresionante habano, un hombre que sentado ya parecía ser
muy grande y todavía lo era más cuando se levantó en cuanto se percató de la
presencia de Carlos y en dos zancadas se puso a su altura. Vestía de manera
informal con una camisa azul clara, pantalones mil rayas y náuticos. Su cara
era el reflejo de un hombre vividor, amante del buen vino y de los licores, de
hecho se acercó a un pequeña mesa y se sirvió un poco de coñac francés, pelo
blanco, de edad indefinida y con una barba bien cuidada que posiblemente le
hacía mas mayor de lo que realmente era. Además una importante barriga le precedía
en todos sus movimientos, pero a pesar de todo Carlos advirtió que se había
levantado con rapidez lo que indicaba una buena preparación física. Rápidamente
apareció por la otra parte del salón un camarero con pinta de filipino que se
ofreció a servirle alguna copa. Carlos pidió agua solamente y aceptó la invitación
de sentarse por parte de sus dos compañeros de conversación.
-
Lo primero – el hombre de la barba blanca se
adelantó a su interlocutor – es presentarse. Yo me llamo Pere Resuñelles y
Alfonso Perez, digamos mi segundo de a bordo
-
Nunca mejor dicho
– afirmó Alfonso – sobre todo cuando estamos navegando por ahí.
-
Encantado – Carlos
les devolvió el cumplido – Carlos Gonzalez y me da la impresión que no tengo
mucho más que decir.
-
Sabemos todo de ti
– contestó Pere – hemos estado hablando con Arturo y ya sabemos a lo que vienes
y en que tenemos que ayudarte. Por supuesto, supongo que no hace falta ni decirlo,
tú no nos conoces de nada, no sabes nuestros nombres y nunca has estado en este
barco ¿estamos de acuerdo?
-
Totalmente
-
En principio yo
seré tu socio en la tienda de náutica que tengo en el puerto y tu misión será
contactar con algunas personas, que ya te diremos quienes son y tratar de
sacarles toda la información posible aprovechando que los invitas, a ello y sus
familias, a pasar un día por la costa brava. Para ello tendrás a tu disposición
este barco con su capitán y un camarero y el resto corre de tu cuenta. Es importante
que vengas con tu pareja
-
¿Mi pareja?
-
Venga Carlos,
con nosotros no hace falta que andes con secretos que lo sabemos todo, es más,
pensábamos que hoy vendrías con ella.
-
La verdad es que
no se que día tiene que venir. De momento estoy pendiente que alguien me diga
donde voy a vivir y no se más.
-
No hay problema –
tomó la palabra Pere que parecía ser el que llevaba los asuntos siendo Alfonso,
al menos eso parecía, como su segundo en esa operación – vivirás en un ático encima
de la tienda en el puerto, está perfectamente equipado para dos personas y como
supongo que comeréis cada día con algún futuro comprador no creo que os haga
falta ningún cocinero, pero si fuera necesario, casi mejor que lo hagáis en “El
Velero” un restaurante a dos metros de la tienda que está abierto a todas horas.
A partir de ahora lo único que tienes que hacer es acomodarte allí y esperar
instrucciones.
-
¿No tengo que aparecer
por la tienda?
-
No, tú vienes como
dueño de la fábrica que está en Madrid y no eres un vendedor, como podría
parecer, tú tienes que hacer las veces de relaciones públicas y cuando veas que
pica alguien, le pones en contacto conmigo en un número de teléfono que tienes
en un portátil que he dejado esta mañana encima de la cama que vas a ocupar. Si
quieres tomarte una copa con tu novia tienes que ir “al foque”, se lo dices a
un taxista y todos saben donde está y esta misma noche puedes empezar tu labor.
Se me olvidaba, también te he dejado al lado del teléfono una tarjeta con saldo
más que suficiente para tus gastos personales.
-
Me parece que más
no puedo pedir – Carlos estaba encantado al ver como empezaba su trabajo en Barcelona.
-
Hombre – esta vez
era Alfonso el que le daba consejos – lo importante es que la gente de aquí te
vaya conociendo y para eso tienes que ser un tío muy espléndido y que en los
lugares de moda sepan que has venido a Barcelona para hacer negocios con los
barcos y no te preocupes porque del resto ya nos encargamos nosotros. Tenemos
mucha gente de dinero que piensa igual, sabe que Cataluña sola se va al carajo
y no lo dicen porque tienen miedo, pero a la hora de dar dinero para nuestra
labor no dudan en aportar lo que haga falta y no te sorprendas porque más de
uno con los que vas a negociar, a ti te dirán una cosa y por la tarde en cualquier
lado te dirán lo contrario, pero de eso enseguida te darás cuenta y rápidamente
verás quien va de frente y quien te pretenderá engañar.
-
Eso espero –
contestó Carlos – lo único que no tengo claro y me gustaría comentarlo es el papel
de mi “novia” - el nuevo miembro del CESID hizo el gesto con los dedos de ambas
manos - Por un lado pienso que está bien porque así pareceré un empresario
serio y responsable pero para andar por un pub me parece que el ir acompañado
de una novia me va a quitar posibilidades.
-
Bueno – Pere apagó
su puro – ese es un problema vuestro. En este trabajo lo más importante es la
improvisación y adaptarse a todo lo que se vaya a presentarse, pero a mí me
parece que no tiene porqué ser un inconveniente, es lo mismo.
-
Bueno, bueno, era
solo una sugerencia – Carlos sonrió mientras se levantaba lentamente y apuraba
su copa - ¿y para cuando está previsto que venga?
-
Creíamos que vendría
contigo, pero si no ha sido así será por algún problema que ya lo sabremos.
-
Muy bien, pues si
no hay mas asuntos que tratar
-
Si te parece te acompaño
a tu nuevo domicilio
-
¿Vamos en coche?
-
No, no hace falta
– Alfonso le dejó pasar primero por la pasarela que lo comunicaba con tierra firme,
está aquí al lado
-
¿Y mis maletas?
-
No te preocupes
que ya mando a alguien que las recoja en el hotel y las lleve al apartamento.
-
Muy bien.
Anduvieron unos trescientos metros y su primer conocido
en Barcelona le enseñó la tienda de náutica donde se supone que vendía
complementos para los barcos que vendía. Era una tienda espectacular, con todo
lo más habitual para lo que necesitase desde un navegante aficionado de fin de semana
hasta un profesional de la mar. Primero y como un reclamo para los múltiples
turistas que paseaban por el puerto, una zona con varios mostradores con los consabidos
“souvenirs,” llaveros de anclas, metopas de todos los tipos, tamaños y colores,
banderines, gorras y zapatos para no resbalar por cubierta, a continuación bajando
unos escalones otra zona dedicada a aparejos, cabos, maletas de salvamento, salvavidas
de todos los tamaños y colores y por último, en el piso superior, una magnífica
exposición de pequeños barcos tanto de vela como a motor y por fin, en la terraza
mirando al puerto, unos cómodos sillones para tomarse una copa mientras en unas
pantallas gigantes ponían todos los barcos mas grandes que tenían para la
venta. En resumen, una magnífica tienda de objetos náuticos que reunía además,
todos los fines de semana a “una chavalería” que se apuntaba a unos carísimos
cursos de vela que incluso se podían hacer con monitores nacido en Inglaterra
con lo que los niños hacían deporte mientras aumentaban sus conocimientos del
inglés.
Carlos saludó a varios empleados y por una puerta lateral
subió a su apartamento por una escalera accesoria. La principal daba directamente
al Paseo Marítimo. Subió lentamente y al abrir la puerta principal se encontró
con algo que no habría podido soñar en su vida, sobre todo teniendo en cuenta
su nómina de oficial de la Marina Española. Todo era diáfano, enfrente sin
vecinos por ninguna parte, el puerto deportivo de Barcelona con cientos de
mástiles moviéndose acompasadamente al ritmo de las olas que provocaban algunos
barcos a motor que pasaban hacia sus respectivos puntos de amarre situados al
final de los amplios pantalanes vigilados por unos hombres uniformados de un blanco
inmaculado.
Hasta llegar a la terraza se pasaba por un salón en el
que a la derecha había unos sillones negros enfrentados a una pequeña mesa de
caoba que recogía en su amplio cristal varios ceniceros todos con temas
náuticos. Encima un cuadro de un amplio mar agitado por una tormenta con un
color que llamaba la atención por su parecido con la realidad. Debe de ser un
cuadro de alguien conocido porque refleja muy bien lo que es un mar bravío, pensó
Carlos mientras por su cabeza pasaban algunos episodios parecidos que había
tenido que sufrir, sobre durante la época que pasó destinado en Ferrol, donde
las travesías con mar era una constante. Volvió a recorrer con la mirada el apartamento
y pudo apreciar que más allá de lo que podía denominarse como la parte seria,
con sus sillones con pinta de cómodos, se pasaba en dos zancadas a una zona
como más informal con un tresillo de vistosos colores alrededor de una mesa
camilla. Un mueble librería con libros en algunas de sus estantes y una parte destinada
a copas con botellas de diferentes tipos y tamaños.
Un poco más abajo, en el mismo mueble, un equipo de música
con dos potentes altavoces a cada lado. Por un pasillo se comunicaba con tres
puertas, una para la cocina y dos para cada uno de los dormitorios con sus
correspondientes cuartos de baño. Alfonso se despidió deseándole una feliz
estancia en la ciudad condal y Carlos no tardó ni dos segundos en sentarse en
la amplísima terraza después de haberse preparado una tónica con una mínima cantidad
de ginebra y desde allí repasó, no solo el paisaje que era una auténtica
maravilla, si no también todos los consejos que había ido recibiendo desde que
se apuntó a esa operación. El primer punto ya lo había cumplido al reunirse con
los del Galaxia, ahora tenía que ordenar su ropa, se supone que estaría por lo
menos tres meses y a continuación salir a dar una vuelta. No tenía prisa, no
tenía que visitar a nadie y hasta las nueve o nueve y media de la noche no tenía
absolutamente nada que hacer. No se había dado cuenta que al lado de los sillones
negros había otra puerta. La abrió y casi como si estuviera situado en una
nueva terraza, pero esta vez cerrada con unos enormes cristales, había un
gimnasio dotado con los últimos aparatos para hacer todo tipo de gimnasia,
desde una bicicleta estática, dos para hacer spinning, una espaldera, una
máquina, no sabía el nombre, pero era para andar y mover los brazos simultáneamente
y casi pegada una cinta solo para andar. No le faltaba un detalle, desde un espejo
hasta un peso, al igual que un par de pantalones de deporte con unas camisetas
con el nombre de la tienda y hasta dos albornoces. Desde luego el que había
diseñado aquel apartamento sabía lo que hacía, pensó Carlos mientras se volvía
a sentar en la terraza dejando volar su imaginación mientras degustaba un gin
tonic que le estaba sabiendo a gloria. Medio dormido, con un sonido de fondo
provocado por una orquesta formada por cientos de mástiles que se entrechocaban
dando lugar a múltiples notas musicales, casi no advirtió las campanas del
timbre de la puerta que sonaban insistentemente. Se levantó extrañado que alguien
llamara, abrió la puerta y allí estaba Ana Calderas, más atractiva que ninguna
de las veces que había coincidido con ella en ocasiones anteriores, un
auténtico bombón, con sus pantalones vaqueros ajustado, sus zapatillas de elevado
tacón, una camiseta de colores, y un gorro de paja que llenaban un cuerpo de lo
más deseable. Le saludó con par de besos y una carcajada que resonó por todo el
apartamento. Miró para un lado y para otro y comentó
-
¿Qué te parece? Parece que nuestros nuevos
jefes se han preocupado de nuestra comodidad
-
No hay ninguna duda
– Carlos entró con la maleta de ella en la mano – es bastante mejor que el mío
de Ferrol.
-
Es natural – Ana
se retiró el gorro y dejó las gafas de sol encima de la mesa camilla – ten en
cuenta que aquí eres el Sr. Carlos Gonzalez con su novia y en Madrid eres un
Capitán de Marina ¿te parece poco?
-
Lo que más me gusta
es eso de “mi novia”
-
Si, pero no te
hagas ilusiones. Te repito lo que ya te dije aquella vez en tu hotel de Madrid,
el trabajo es el trabajo y aquí estamos para cumplir con la misión que nos han
encomendado
-
A sus órdenes mi
Capitán – Carlos le hizo el saludo reglamentario.
Se sentaron
en la terraza, Carlos como anfitrión , para eso había llegado el primero, le
ofreció un gin tonic que ella aceptó inmediatamente y se lo bebieron
lentamente.
-
¿Cómo has venido?
-
Al final en coche
– Ana se pasó ambas manos por su melena rubia – así no tengo que depender de ti
para que me lleves a todas partes
-
Recuerda que soy
tu pareja – Carlos se lo repetía poniendo cara como si se conocieran de toda la
vida.
-
Ya, ya, no se me olvida,
pero si tu tienes que hacer una visita o cualquier cosa, yo con mi coche tengo
independencia y me puedo ir por ahí
-
¿Conoces Barcelona?
-
Algo, pero poco –
respondió Ana – alguna vez hemos aterrizado y hemos pasado unas horas o incluso
una noche, pero poco más ¿y tú?
-
Estuve hace un
par de años haciendo un curso de submarinismo durante casi cuatro meses
-
¿Y saliste mucho?
-
Lo suficiente
para conocer la ciudad perfectamente, aunque es muy posible que a los sitios
que vayamos a partir de ahora no conozca ninguno.
-
Otra vez volvemos
al sueldo de Capitán ¿no?
-
¡Que le vamos a hacer!
esto es así. ¿te parece que vayamos a dar una vuelta?
-
Deshago la maleta,
me cambio y nos vamos
-
Muy bien, te he
dejado el dormitorio que está en la primera puerta y te espero aquí sentado
-
A sus órdenes,
novio por decreto - Sonrió y desapareció por el salón.
Carlos se quedó medio dormido en la terraza y no sabía
cuanto tiempo había pasado, pero el aroma de un perfume le hizo volver a la realidad.
Ana apareció con un conjunto de pantalón y jersey color crema que le hacía todavía
mas atractiva de lo habitual. El pelo sujeto en la parte de la nuca con una fina
goma y una flor, un breve toque de maquillaje y unas ganas de comenzar la
misión cuanto antes, le hizo recoger su bolso e invitar a Carlos a cenar en
cualquiera de los restaurantes del puerto. La noche era templada, sin viento,
se dieron una vuelta primero para ver cual sería el que más le apetecía y al
final se decidieron por uno donde parecía que tenían buen pescado.
Tuvieron que esperar unos minutos en la barra mientras
se tomaban un vino blanco y enseguida les indicaron donde estaba su mesa
preparada. Cenaron tranquilamente mientras repasaban los temas que ya habían
preparado en aquella reunión en el hotel de Carlos unas semanas antes y después
de un postre tomaron un taxi para que los llevara al pub de moda “el foque”
Carlos pasó primero y se quedó impresionado de la cantidad
de gente mientras Ana lo seguía agarrada
de la mano. La mayoría acodados en las amplias barras y otros bailando al son
de un ritmo cubano, se movían alegremente por el amplio espacio, un camarero los
recibió y los acompañó a una mesa situada un poco elevada. Pidieron sus respectivas
copas y cuando brindaron por primera vez, apareció Pere Resuñelles, el hombre
que había recibido a Carlos en su barco hacía unas horas. Venía con una copa en
la mano y saludando con la otra a todos los que pasaban. Por las formas y su manera de pasar entre la
gente parecía el dueño del pub. Les saludó cariñosamente y pidió permiso para
sentarse en la mesa con nosotros.
-
Faltaría más- tanto Ana como yo estábamos
encantados de encontrarle allí
-
¿Os sorprende verme?
-
Si quieres que te
diga la verdad, a mi un poco si – contestó Ana mientras degustaba su copa
-
¿Os conocéis? –
Carlos no sabía como entender todo aquello
-
Si – perdona Pere
– no me dio tiempo a decirte esta mañana que Ana al llegar me vendría a ver al
barco y ahí nos conocimos.
-
Entonces no hace
falta que os presente – Carlos sonrió
-
No, pero si que
yo os debo una explicación a los dos porque no os he dicho que el dueño de este
pub soy yo y me gustaría que durante vuestra estancia en Barcelona os
considerarais como en vuestra casa.
-
Seguro que si.
-
Hombre ¿mira quien
viene por aquí? – Pere se levantó y saludó con un abrazo a un personaje
conocido para Ana y Carlos aunque de momento ninguno de los dos sabían quien
era – Te quiero presentar a unos amigos que vienen de Madrid – mira Albert , el
Señor Carlos Gonzalez y su novia Ana, él es el dueño de la fábrica de barcos de
la que te hablé el otro día.
-
Encantado –
Albert dio dos besos a Ana y estrechó con fuerza la mano de Carlos – ya sabéis que
los amigos de Pere son mis amigos.
-
Mucho gusto – se sentaron
y Albert esperó a que un camarero le sirviese su bebida habitual sin necesidad
de pedírsela, se notaba que era un cliente habitual
-
¿Conocíais Barcelona?
-
Si, claro, yo he
venido muchas veces, pero siempre han sido viajes de trabajo y nunca tuve
oportunidad de venir aquí, por cierto, ¡menudo ambientazo!
-
Es una pena que
nos conozcamos en estas circunstancias porque Barcelona hace unos años era otra
cosa – Albert miró a su amigo - ¿verdad Pere?
-
Si, si, es una
pena
-
Ahora en el único
sitio donde se puede estar tranquilo es aquí. Por la noche si tienes que tomarte
una copa, lo mejor, el foque y si no en casa pero nada de andar por la calle.
-
Es verdad – Pere vació
el contenido de su copa – el ambiente está bastante enrarecido porque nunca
sabes con quien estás hablando y la gente prefiere no comentar nada no vaya a
ser que metas la pata.
-
Pero eso es
porque hay muchos separatistas ¿no? – Carlos se dio cuenta que Ana empezó con su
primera pregunta a cumplir con la misión por la que estaba en Barcelona
-
Ese es un tema
que, yo por lo menos no se contestar –
Pere solicitó otra copa – a mí me parece que hasta ahora no hay tantos como
parece, ya veremos lo que te contestaré dentro de uno o dos años si nos volvemos
a ver y en Madrid siguen tratando igual a los catalanes, ahora mismo me parece
que hay separatistas, por supuesto que si, pero no son tantos, pero lo que es
una realidad indiscutible es que casi todos estamos a favor de un referéndum de
autodeterminación, eso si, pero independentistas de verdad, pensando con la
cabeza y no con el corazón, no creo que sean tantos
-
Es más - Albert
intervino – la preocupación para muchos de nosotros es que como en Madrid no quieren
saber nada de ese tema, es muy fácil convencer a la gente que no hay más
remedio que utilizar la fuerza para que nos hagan caso y eso si que sería malo
para todos.
-
Eso es una realidad
que se ve hasta en Madrid aunque no os lo creáis – Carlos trataba de manifestar
una idea – el Gobierno no solamente es consciente de ello y para eso ha
organizado esas reuniones bilaterales
-
Si, estamos de
acuerdo – Albert miró alrededor comprobando el ambiente del famoso pub – pero cualquier
solución es mala porque si hay referéndum y sale que si ¿estaríamos todos los
catalanes de acuerdo en que se nos de la independencia y que nos las arreglemos
nosotros solos?
-
Ya Albert, pero desgraciadamente hay mucha
gente que eso, precisamente eso, es lo que quiere. Está claro, Albert, que ni a
ti ni a mí nos interesaría pero hay que contar con el resto
-
Un momento –
Carlos parecía muy interesado en aquel debate – y con el resto de españoles ¿quién
cuenta?
-
Yo creo que el problema
no va por ahí. Los catalanes, muchos o pocos creen que Cataluña es una nación y
como tal quieren que se les trate. En Madrid pueden estar de acuerdo o no, eso
es otra cuestión que si quieres la tratamos después pero un número importante
desea un referéndum que eso no significa en ningún caso la independencia
-
¿Y si sale que
si?
-
Ese es el error porque
ahora mismo sale que no – Albert con sus gestos parecían afirmar todavía más la
seguridad del resultado de la votación – y cuanto más tiempo se espere, el
resultado puede ser diferente y entonces si que tendríamos un problema.
-
Pero desde el
punto de vista del resto de españoles Cataluña no es una nación, es una parte
más de España y muchos no quieren o no queremos que se os de la independencia,
entre otras porque la Constitución no lo permite
-
Siempre puede cambiarse
¿no? – Pere parecía estar en un plano intermedio
-
Yo supongo que si
– Ana aportaba sus argumentos – pero eso se tendría que decidir en el Parlamento
que para eso está.
-
Ya pero tú sabes que
si fuera por votos los catalanes nunca llegaríamos a tener una mayoría
-
Eso es otro problema,
pero ¡que le vamos a hacer! – Ana paseó su mirada por sus tres interlocutores –
de todas las maneras el Gobierno actual ha creado una comisión para tratar de
dar salida a todos estos temas y por lo menos ya se pueden sentar a hablar
-
Estamos de
acuerdo – Albert se inclinó hacia delante – pero también estarás de acuerdo
conmigo en que es muy difícil negociar con alguien que antes de empezar ya te
dice que hablarán de lo que sea pero siempre dentro del marco de la Constitución,
¿eso es negociar?
-
Algo es algo – afirmó Ana
-
Si, menos es nada,
por supuesto, pero desde aquí se nota una cierta sensación de cansancio y las
cosas se pueden ir poniendo cada vez peor
-
¿Y los empresarios
no tienen nada que decir? – Carlos inició un nuevo razonamiento – muchos serán
independentistas, otros nacionalistas, otro españolistas o como se les quiera
llamar y otros no serán nada, pero si todo esto sigue adelante los que más tienen
que perder somos nosotros, bueno yo menos porque vivo en Madrid, pero vosotros
sois de verdad los verdaderos paganos de toda esta historia.
-
Partiendo de la
base que Pere y yo podemos estar de acuerdo contigo, no es tan fácil – Albert se
quitó las gafas, las limpió con un pañuelo que llevaba en el bolsillo superior
de su chaqueta y se las volvió a poner – porque muchos empresarios piensan que
si que pueden vivir sin España. Ya se que
suena a barbaridad, pero es la verdad
-
A mí me puede
parecer bien que lo piensen, cada uno que piense lo que quiera, pero podrían
vivir sin España y sin Europa.
-
Supongo que no,
pero los que piensan así están convencidos que antes o después serían admitidos
y en todo caso, lo mismo no es necesario llegar a tanto – Albert se quedó
mirando a los hielos de su copa como si ellos fueran la fuente de sus pensamientos
– quizás se podría llegar a una especie de estado asociado o algo parecido.
-
Para mi industria
sería terrible, aunque siempre tengo la posibilidad de llevármela a otro país y
hacer los barcos en otro sitio, pero serían muchos gastos y no creo que mereciera
la pena
-
En fin – Albert se
levantó – cuando quieras continuamos con esta discusión – abrazó efusivamente a
Pere y después de guiñarle un ojo a Ana se despidió porque – veo por allí a una
antigua amiga que me da la impresión que se está aburriendo y le voy a hace compañía.
Pere, mañana por la mañana hacemos una barbacoa en Sitges con algunos amigos y
estaría encantado de contar con vosotros ¿os apetece?
-
Yo por mí – Pere se
mostraba encantado - ya sabes que a tu casa voy siempre que me invites ¿y vosotros?
-
Por nosotros no
hay problemas, mañana tengo una reunión pero es por la mañana temprano y después
vamos a tu casa sin problemas
-
Bien, mañana a la
una allí. Un abrazo
Carlos le dio unos pequeños golpecitos en el dorso de
la mano derecha de Ana
-
Empezamos bien. Vamos a dormir que tiene pinta
que mañana nos espera un día duro.
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