CAPITULO
12.-
Parece
mentira pero el tiempo en Londres se me hace eterno, posiblemente porque no
trabajo todos los días, pero ahora mismo son las once y media de la mañana y ya
estoy en la calle. Salgo de la Clínica y al darme la vuelta desde el amplísimo
portalón de entrada, me doy cuenta de lo impresionante del palacete. Recorro la
acera de la derecha, subo a un autobús, el mismo para volver y hago el
recorrido al revés. Sin embargo, al pasar por el centro decido bajarme y dar
una vuelta. Muchísima gente en las calles, todos con caras de pocos amigos,
embutidos en unos abrigos grises tirando a negros, sombreros que ocultan las
miradas de los que se cruzan, gente y gente y yo completamente solo. Casi sin
darme cuenta, estoy enfrente del Parlamento, solo el Támesis nos separa con sus
aguas que dicen que están muy limpias, pero que a mi me parecen una auténtica
porquería. Estoy apoyado en una barandilla de piedra blanca, de vez en cuando
un barco rompe la tranquilidad del río que discurre como condenado a servir de
frontera entre un lado y otro de Londres. Un pintor con un caballete de color
indefinido que sirve de apoyo a un lienzo de un metro por un metro, va trazando
las primeras líneas del inicio de lo que será un buen cuadro de lo que ve,
aunque no se como le saldrá, pero por los que tiene en el suelo, no debe ser
mal paisajista y el precio lo confirma porque valora sus cuadros entre
quinientos y seiscientos Euros. Me parece mucho, pero cada uno se valora como
quiere. Cada pocos minutos, se coloca el pincel como haciendo de pequeños
prismáticos e inmediatamente traza algunas líneas en el lienzo todavía casi
virgen. Me acerco lentamente y me quedo mirando como si entendiera algo de
pintura.
-
¿Le gusta?
-
La verdad es que
todavía no puedo opinar
-
Tiene razón – se
limpió la nariz con la manga de una bata llena de restos de pintura - ¿español?
-
¿Tanto se me
nota?
-
Un poco si, pero
supongo que a mi me pasaría igual cuando llegué a España hace ya muchos años
-
¿Dónde estuvo?
-
Oficialmente en
Marbella, pero recorrí todo el sur.
-
¿Y eso?
-
La vida – hizo un
gesto como de aburrimiento – te ofrecen el oro y el moro y al final te tienes
que buscar los garbanzos como buenamente puedes.
-
¿Cuánto estuvo?
-
Cuatro años.
-
O sea que habla
español mejor que yo.
-
Bueno hablo un
poco, aunque debo reconocer que últimamente se me está olvidando, porque tengo
muy poco trato con gente de su país.
-
¿No tiene amigos
españoles aquí?
-
No – su expresión
cambió – tenía una mujer, de Marbella claro, pero hace como dos años me dejó y
desde entonces prácticamente nunca hablo su idioma – volvió a hacer sus
mediciones con el pincel en posición vertical - y usted ¿que hace por aquí?
-
Soy Médico y he
venido a trabajar
-
¿Con contrato?
-
Por supuesto
-
¿Y le va bien?
-
No se lo va a
creer pero he llegado ayer y todavía no he empezado
-
¿Se ha venido
solo?
-
Si
-
¿Le puedo dar un
consejo?
-
Claro
-
No desespere que
los problemas se arreglan con el tiempo y usted es joven
-
¿Por qué me dice
eso?
-
No se – me miró
como si tuviera el pincel entre ambos – pero me ha dado la impresión que miraba
al río como si éste ejerciera sobre usted un cierto atractivo.
-
Si no le he
entendido mal ¿cree que tengo intenciones suicidas?
-
Eso me ha
parecido
-
¡Que va! – sonreí
– afortunadamente no estoy tan mal.
-
Me alegro porque
mire, llevo en la orilla del Támesis cerca de diez años y he visto por lo menos
una docena de suicidios y sinceramente me dan mucha pena los que deciden
quitarse de en medio de esta forma porque creo que la vida, por muy mal que le vaya
a uno, es bonita y merece la pena disfrutarla. Diferente es si uno tiene
noventa años, porque entonces si que no hay futuro, pero con veinte o treinta
años todo se arregla.
-
¿Es verdad que ha
visto a gente suicidarse desde aquí?
-
Si – no parecía
especialmente impresionado – y solo con el primero me jugué la vida y no valió
para nada porque la corriente pudo mas que mis brazadas y nunca llegué ni a
tocarle. Con los siguientes, lo único que hice fue llamar a la Policía desde
una cabina telefónica para que no supieran quien llamaba, porque entendía y me
sigue pareciendo que quien soy yo para interrumpir los deseos de cada uno.
-
Me deja
impresionado.
-
Doctor, Doctor,
la vida en la calle es muy distinta a la que usted conoce.
-
Afortunadamente
nunca me he visto en una situación así
-
Mejor para usted
– el pintor siguió con sus trazos firmes mientras desplazaba su mirada de una
orilla a otra del río – y espero que nunca le ocurra porque la calle es
bastante mas dura de lo que parece.
-
¿No me diga que
usted vive en la calle? – le pregunté para que la conversación no se terminara.
En el fondo era puro egoísmo. Este hombre hablaba un inglés perfecto y para mí
era mucho mas interesante que cualquier curso acelerado y encima podía tener
una buena compañía porque todos los días a las nueve y media de la mañana con su inseparable caballete se
sentaba en una de las márgenes del río
-
Ahora ya no –
miró el cuadro con nostalgia – pero hace tiempo si y créame que se pasa
francamente mal y eso que yo, con esto de la pintura, me voy defendiendo, pero
esa gente que no hace nada y su única esperanza es que llegue la noche para
envolverse en cartones, esa gente si que lo pasa mal y ahora menos porque con
las drogas parece que el mundo es diferente, pero antes, en la época que yo le
digo, lo único que se llevaban eran alguna paliza de vez en cuando y sobre todo
la indiferencia de todo el que pasaba cerca.
-
Eso es cierto y
en las grandes ciudades mas.
-
¿Y viene ilusionado a trabajar aquí?.
-
¿Le tengo que
contestar la verdad?
-
Eso espero
-
Pues la verdad es
que no – hice una pausa para tratar de reorganizar mis pensamientos – si
estuviera ilusionado hubiera venido antes. Cuando uno va a un sitio a trabajar
obligado por las circunstancias nunca se puede decir que va ilusionado. Va
porque hay que ir y porque la familia tiene que comer, pero ilusión, lo que se
dice ilusión, yo creo que no tengo.
-
Pero por lo menos
tendrá curiosidad con lo que se va a encontrar ¿no?
-
Eso si, sobre
todo porque como puede apreciar no soy ningún chaval y tengo ya algo de experiencia
-
¿Y eso es bueno?
-
No estoy seguro,
por un lado, pienso que si pero posiblemente tenga razón en que por otro es
posible que sea peor, porque para mí esta situación es como volver a empezar.
No se, ya veremos.
-
En fin, joven –
el pintor se volvió a concentrar en lo suyo – espero verle a menudo por aquí.
Creo que hoy hemos empezado una amistad, sería como un primer contacto, y si
usted quiere la podemos ir mejorando cada día.
-
Por mi, no hay
ningún inconveniente - Me abroché la chaqueta – e incluso egoístamente le diré
que es como una clase particular de inglés, por eso seguro que volveré.
-
Aquí estaré, pero
también le aviso que alguna vez tendremos que hablar en el poco español que
recuerdo. Parece justo ¿no?
-
Si, si – afirmé
mientras me alejaba de la orilla del río – por supuesto.
Estuve
mas de tres horas danzando por el centro de Londres, recorrí las calles
principales y muchas mas que no parecían tan importantes. Me fijé en cientos de
escaparates, llegando a la conclusión que en Madrid había lo mismo y aunque
todavía no dominaba bien el cambio de Euros a Libras, me pareció bastante caro.
El día comenzó con un tímido sol y terminó como el rosario de la aurora, menos
mal que cuando la lluvia se enseñoreó del centro yo estaba a cien metros de mi
casa con lo que me mojé un poco, pero poco. Había comido un perrito caliente
mientras daba vueltas por ahí y al entrar en la que ya era mi casa y oler a
comida, me di cuenta que para mí que siempre he sido bastante comilón, lo
deglutido ese día era bastante poco. Deje los bártulos encima de la cama y me
acerqué a la cocina.
Era
un espacio bastante mas amplio de lo que parecía por fuera, a un lado la cocina
propiamente dicha y a continuación separado por un arco en el techo comenzaba
una especie de comedor de batalla, lógicamente para desayunar o para una comida
muy ligera, con una mesa blanca y cuatro sillas. En el centro de la mesa un
frutero con diferentes piezas de fruta completaba la poca decoración. Un mueble
también blanco donde suponía que estarían los platos, cubiertos etc y una
lámpara con una tulipa verde era toda la decoración. Las paredes completamente
blancas no parecía que fueran a constituir un lugar confortable, sin embargo
había algo que lo hacía acogedor, no podía decir que, pero algo había.
En
lo que es la propia cocina y preparando lo que parecía un guiso de patatas con
pescado estaba un hombre joven, desde luego mucho mas joven que yo, que nada
mas oírme entrar se secó la mano derecha con un mandil que llevaba a la cintura
con una inscripción que ponía “en esta casa cocina yo” y se acercó a saludarme
con una sonrisa
-
Tú debes ser el
Médico madrileño ¿no?
-
Si – me dio la
mano con tal fuerza que casi me rompe un metacarpiano – joder macho estás sin
fuerza – dije mientras me soltaba
-
Perdona – me dio
unos golpecitos en la mano – tengo que corregir esta manía, perdona
-
No te preocupes,
pero te aconsejo que cuando vayas a saludar a alguien le avises porque aprietas
de verdad.
-
Los vascos somos
así ¡que le vamos a hacer! ¿Cómo te llamas?
-
Andrés, Andrés
Cubiles ¿y tú?
-
Ignacio Soroa
-
¡Que buena pinta
tiene lo que estás haciendo
-
Es un marmitaco
que le prometí a Javier y aquí estamos.
-
A Javier le
conocí ayer
-
¿Y yo soy el
segundo?
-
No – me acordé
que la noche anterior había tenido visita en mi habitación – ayer me vinieron a
conocer Alvaro y Angel
-
¡Menuda pareja! –
hizo un gesto como de acercarse los
dedos a la cara – son como hermanos y cuando terminan de trabajar van de juerga
en juerga. En el fondo a mi lo que me dan es envidia.
-
Hombre – contesté
mientras probaba una patata que me ofreció en una cuchara de palo – yo los
conozco de cinco minutos pero si parece que se lo montan bien.
-
Los dos, pero
sobre todo Alvaro, tienen un horario muy
cambiante, lo mismo un día está de turno de noche en el hotel donde trabaja de recepcionista,
otros días tiene una semana de media jornada solo por la mañana y Angel se
adapta porque es periodista pero trabaja por libre, o sea que tienen todo el
tiempo que quieran para irse de juerga.
-
Y tú ¿en que
trabajas? – le pregunté mientras depositaba la cuchara en un plato y saboreaba
una excelentes patatas guisadas, aunque todavía sin el sabor al pescado.
-
Yo soy
fisioterapeuta.
-
¿Y estás en algún
hospital?
-
No, no – Ignacio
mientras hablaba daba vueltas al marmitaco repartiendo un aroma por toda la
cocina que abría las ganas de comer – cuando vine y de eso hace ya casi tres
años empecé en una clínica de esas que lo mismo tiene un gimnasio que te hacen
una gastroscopia previo estudio preoperatorio que también lo hacían en el mismo
centro, pero pronto me dí cuenta que aquí donde mas campo hay es en el tema de
entrenador personal, primero en un gimnasio y ahora ya tengo clientela propia y
en la mayoría de los casos voy a su casa y allí hacemos una tabla.
-
¿Y te va bien?
-
No me puedo
quejar.
-
Me dijo Javier
que tú eras de Bilbao.
-
Es verdad.
-
¿Y piensas volver
algún día?
-
No lo se,
posiblemente si, pero tendrán que pasar muchos años. Encima ahora desde hace un
año, mas o menos, tengo una novia escocesa con lo que, sin darte cuenta se te
va complicando la vida.
-
¿Y siempre has
vivido en esta casa?
-
Si, si – afirmó
con rotundidad – eso de vivir con gente como tú, que habla el mismo idioma
viene muy bien, sobre todo al principio. Después digamos que te vas
acostumbrando y cada vez es mas difícil cambiarte de piso. No se ahora, con
esto de la novia, lo mismo me voy a vivir con ella, pero de momento aquí estoy.
Desde el fondo del pasillo se oyó la voz de Javier que
preguntaba si había alguien en casa. En unos segundos apareció en la cocina, se
quitó la gabardina y buscó entre los cajones las diferentes piezas de la
vajilla distribuyéndolas a cada lado de unos platos que previamente había
sacado de un armario situado encima del fregadero. Destapó la tapa de la olla
donde se estaba haciendo el guiso marinero y se sentó para comenzar a comer lo
antes posible.
-
Venga Ignacio – se ajustó la servilleta por
encima del jersey de cuello vuelto – vamos a probar ese marmitaco que huele que
alimenta.
-
Bueno, bueno – el
joven vasco pasaba el guiso lentamente de la olla a una fuente de buen fondo
-–ahora mismo te lo sirvo, pero las comidas de calidad hay que dejarlas reposar
y luego servirlas.
-
¿Has visto que
fino es nuestro cocinero? – Javier untó un poco de mantequilla en un trozo de
pan – el caso es hacerse de rogar.
-
Toma – Ignacio
acercó la fuente al plato de Javier sirviéndole tres cucharadas bien holgadas
del guiso típico vasco – espero que te guste. A continuación repitió la
maniobra con el plato de Andrés, abrió una botella de rioja y rellenó las tres
copas de vino. Brindó mostrando su copa por encima de sus ojos.
-
Quiero brindar
por Andrés, el nuevo inquilino, para que se sienta en este piso como en casa y
para que os guste el marmitaco - introdujo la cuchara lentamente en el guiso
que desprendía un olor buenísimo probando una patata muy bien cocida exclamando
– no es porque lo haya hecho yo, pero está cojonudo.
El resto de comensales probaron también las patatas
guisadas y coincidieron con el cocinero en que la comida estaba realmente
excelente. Repitieron, charlaron de lo divino y lo humano, terminaron la
primera botella con facilidad y le dieron un buen repaso a la segunda. Javier
ofreció dos latas de piña que también fueron deglutidas con fruición y pusieron
fin a la divertida velada con un copa de un licor con una base de chacolí
completada con zumo de limón. A las nueve y pico de la noche, nos fuimos cada
uno a nuestra habitación y rápidamente puse en marcha el ordenador, me conecté
con Skype y a los pocos segundos ya estaba conectado con Carmen que me recibió
con una sonrisa que era lo que me faltaba. Llevaba poquísimo tiempo en Londres
y me parecía que era ya casi un residente en la fría nación inglesa. A pesar
que había estado todo el día de cháchara con unos y con otros, el tiempo se me
había hecho interminable y aunque no lo hubiera expresado en voz alta, estaba
deseando que llegaran las nueve y media para hablar con la que era mi mujer
desde hacía un montón de años
-
¿Qué tal? – me recibió con una sonrisa franca
-
Echándote de
menos, pero bien – contesté
-
Animo Andrés que
ya has pasado lo peor. Ya estás ahí y ahora te toca organizarte
-
Si, es verdad, y
no he parado pero a pesar de todo, me he pasado el día pensando en ti.
-
Venga, no
exageres
-
Sabes que te
estoy diciendo la verdad. Te quiero mas de lo que tu te imaginas y por eso me
da pena que no podamos estar juntos.
-
¡Que le vamos a
hacer! esperemos que te vaya muy bien y dentro de nada estemos otra vez todos
juntos.
-
¿Qué tal las
niñas?
-
Muy bien,
preguntan por ti, les digo que estás de viaje y que dentro de nada estarás de
vuelta y nada mas. Yo creo que saben algo mas, pero lo disimulan muy bien y
ahora están en la cama porque mañana se van de excursión y prefiero que se
acuesten pronto porque si no, por las mañanas ya sabes que no hay quien las
levante.
-
Otro día
intentaré llamarte antes porque hoy la verdad es que se me ha hecho un poco
tarde. He conocido a otro del piso, que es un vasco y nos ha invitado a un
marmitaco que estaba buenísimo y aunque pensaba levantarme de la mesa un poco
antes, me ha sido imposible.
-
Ya me imagino.
¿Has bebido mucho?
-
No ha estado mal,
pero como siempre me bebí, como fin de fiesta, un licor a base de chacolí y
zumo de limón y me dado un sueño de miedo.
-
Si quieres lo
dejamos y mañana seguimos.
-
No mujer, no. Lo
que me fastidia es que siempre me pasa igual, termino la cena fenomenal y por
culpa del chupito de turno luego tengo que tomar un Omeprazol y al día
siguiente me levanto con dolor de cabeza, pero lo que no tiene arreglo ya está
arreglado.
-
Por cierto
¿hablaste con el Director de la Clínica?
-
Si, fenomenal
-
¿Le caíste bien?
-
Yo creo que si –
durante cerca de media hora, le estuve contando todo lo que recordaba acerca de
la entrevista. Posiblemente me olvidaría alguna cosa, seguro que si, pero la
mayoría y sobre todo lo mas importante, se lo conté con todo lujo de detalles
-
¿Y cuando
empiezas?
-
Mañana por la
mañana.
-
¿A que hora?
-
A las ocho en
punto comienza la sesión clínica.
-
¿Y a que hora te
tienes que levantar?
-
Todavía no lo
tengo muy claro, sobre todo el tema de los horarios de los autobuses, por eso
me tengo que levantar un poco antes, pero supongo que con levantarme a las seis
y media será suficiente.
-
Bueno – Carmen
apoyó la cabeza en la almohada de nuestra cama desde donde manteníamos esta
conversación – tienes que madrugar, pero tampoco tanto si te acuestas pronto.
-
Si y no parece
que sea muy difícil porque aquí a las nueve de la noche está la calle como si
se fuera a producir un bombardeo. Lo malo es que al llegar al piso siempre te
encuentras a alguien, pero bueno, poco a poco me iré acostumbrando. - Me quedé mirando a la mujer que mas quería en
el mundo y casi sin darme cuenta comencé a llorar. Al principio ella trataba de
disimular, pero llegó un momento en que no tuvo mas remedio que decir
-
Por favor,
Andrés, no empieces.
-
Es que no te lo
puedes imaginar – me soné ruidosamente con un Klineex – todo lo que te quiero.
Me apetece estar contigo a todas horas, contarte como me están yendo las cosas,
reirme contigo viendo las caras de todos estos ingleses cuando se agarran una
buena cogorza en el pub de la esquina y sobre todo, ahora mismo pagaría todo el
dinero que tengo por estar contigo en la cama – la miré a través de la pantalla
– supongo que se me pasará porque si no estoy apañado.
-
Claro que se te
pasará y en cuanto te quieras dar cuenta estarás integrado en la Clínica y
entre guardias, consultas y operaciones ni te acordarás de mi.
-
No digas
tonterías – apoyé los codos en la mesa y me quedé mirando aquellos labios que
tantas veces había buscado en la intimidad de tantas y tantas noches en que el
sueño no quería ser uno mas en nuestra cama y me pasaba horas y horas mirando
su cara, mientras ella dormía plácidamente. Me conocía su cuerpo, del que había
disfrutado en infinidad de ocasiones, casi tan bien como el mío y cada arruga
de su cara era un recuerdo de alguna noche, sobre todo en estos últimos meses,
en que en nuestra casa lo único que permanecía era el amor, porque el resto,
fundamentalmente el dinero, iba desapareciendo como si lo gastaremos a manos
llenas. Otra vez vinieron a mi cabeza, como si fueran nubes que pasan por el
cielo a toda velocidad en esos días de mucho viento, muchos momentos que
cambiaron mi vida y la de mi familia en solo unos pocos años. Carmen me conocía
tan bien que enseguida se dio cuenta y trató de cortar la conversación para
evitar males mayores
-
Andrés – me miró
como suplicándome para que le hiciera caso – vamos a apagar el ordenador. Los dos necesitamos
descansar. Hasta mañana mi amor
-
Si – me volví a
pasar el Klineex por mis mejillas – tienes razón. Hasta mañana.
-
Te quiero
-
Y yo a ti mas
-
¿Seguro?
-
Por lo menos lo
intento.
-
Yo aunque
quisiera no podría porque no hay mas. Todo el amor es para ti
-
Bueno, Andrés,
hasta mañana.
-
Hasta mañana.
Apagué el ordenador, hice lo mismo con la luz de una
pequeña lámpara en la mesilla de noche, cerré los ojos e intenté no pensar,
aunque ya sabía que iba a ser una noche muy larga. A pesar de todo algo dormí
porque cuando sonó el despertador, a las seis y cuarto de la mañana, tuve que
hacer grandes esfuerzos para no mandar a hacer puñetas a todos y continuar
durmiendo. Me levanté, asomé la cabeza por la ventana y una niebla intensa
invitaba a cualquier cosa menos a ir a trabajar. Menos mal que una ducha
caliente me devolvió a la realidad. Me vestí, desayuné y a las ocho menos
cuarto estaba en la puerta de la sala donde iba a asistir a la primera sesión
clínica.
El primero que apareció por allí fue el Director que
parecía como si fueran las doce de la mañana. Una sonrisa de oreja a oreja, un
traje que parecía recién salido de la tienda, el pelo bien peinado y rematado
con un poco de gomina y con un gesto amable me invitó a pasar a una pequeña
sala presidida por un retrato de la Reina de Inglaterra, una mesa con ocho
sillas alrededor y una bandeja con una jarra de café, otra de leche y una tercera
de te rojo. Unas galletas completaban el contenido de la bandeja. Delante de
cada silla y colocados ordenadamente ante cada uno, dos vasos de cristal, una
pequeña jarra con zumo de naranja un bloc de tapas negras con un bolígrafo
encima completaban la mas que austera decoración
-
¿Entramos?
-
Encantado.
Dejamos los abrigos en sendas perchas colocadas a un
lado de la puerta y nos sentamos tranquilamente a la espera de mis nuevos
compañeros. El Director me miró con curiosidad, mientras me preparaba un café.
-
Parece que le gusta madrugar.
-
¡Que va! –
contesté con una sonrisa – lo que pasa es que desde pequeño me han enseñado que
es mejor esperar a que te esperen y siempre que puedo lo hago así.
CAPITULO
13.-
La
sala donde tendría oportunidad de conocer a mis nuevos compañeros tenía ocho
sillas con lo que era fácil deducir que no serían mas de seis sin contarnos al
Director y a mi. Teniendo en cuenta los detalles de los ingleses estaba claro
que éramos ocho, ocho tazas, ocho vasos, tenía toda la pinta que iba a ser así.
Lo mismo que los detalles de la Clínica, la puntualidad inglesa se hizo patente a las ocho menos tres minutos y
en menos que canta un gallo allí estábamos sentados todos los componentes de la
plantilla de Médicos de Guardia. Naturalmente me miraban con curiosidad, en
espera que el Dr. Starker, el Director iniciara las presentaciones. Lo primero,
parecía que con ritual muy particular era que el Director sirviera uno a uno su
correspondiente café y cuando las humeantes tazas llenas la mayoría de café
solo, estaban en disposición de ser degustadas el Dr. Starker se puso en pié.
-
Señores – el
Director se ajustó el nudo de la corbata depositando la taza en su
correspondiente plato – atendiendo a sus peticiones la Dirección de la Clínica
ha tenido a bien contratar a un nuevo Médico de Guardia. Tengo el placer de
presentarles al Dr. D. Andrés Cubiles – me señaló y me hizo una indicación para
que me pusiera de pié – es español y después de estudiar diferentes expedientes
hemos decidido que es el que reúne todas las cualidades para compartir con
Ustedes las labores de Médico de Guardia. Si les parece lo mejor es que se
presente él mismo y como siempre solicito de todos Ustedes la máxima
colaboración para que su labor la desarrolle con la misma perfección que
Ustedes lo están haciendo. No es necesario que les recuerde el ideario de esta
Institución, pero si quiero hacer especial hincapié en que el Dr. Cubiles está
aquí consciente de su labor y en perfecta disposición para hacer que la Clínica
se haga todavía mas importante de lo que ya lo es en la actualidad.
Mis
futuros seis compañeros me miraban fijamente, por supuesto con curiosidad y
esperando mis primeras palabras para conocer de primera mano como era yo. Me
sentí un poco presionado, probablemente porque nadie me dijo nada que tenía que
presentarme sin mas, pero uno ya no es ningún niño, estoy bastante preparado
para hablar en público y siguiendo las técnicas que utilizaba en numerosos
congresos y charlas, me tomé medio minuto para ordenar mis ideas y de paso
valorar cual era el público al que tenía que hacer mi presentación. Por
supuesto, todos Médicos, por la pinta bastante mas jóvenes que yo, y sin
conocer todavía sus nombres podía intuir que por lo menos dos eran de origen
latino, eso seguro. Los dos que estaban inmediatamente a mi derecha lo mismo
podían ser españoles, italianos o de
algún país latino. A su lado y mirándome fijamente estaba un chino o por lo
menos un oriental. Un cuarto era muy
parecido al Príncipe Guillermo con una mata de pelo de color pelirrojo y una
expresión agradable. El quinto, si no era jugador de rugby lo habría sido unos
años antes. Era como un armario con chaqueta y corbata, el pelo corto
rigurosamente al cepillo y me puedo equivocar pero creo que también es inglés y
el último que estaba enfrascado en dar vueltas al café era un ciudadano
marroquí o por lo menos con rasgos claramente árabes.
Traté
de mostrarme cercano para irme ganando su confianza poco a poco y creo que lo
conseguí. El único que no estoy seguro, era el de rasgos árabes, pero no porque
lo notara en su cara, no, si no porque no levantó la vista de la taza. Según
pasen los días podré dejar constancia de cómo son cada uno, pero ahora me tenía
que centrar en ganarme su confianza y caerles lo mejor posible.
-
Dr. Starker –
hice una mínima inclinación de cabeza y continué con mi discurso en un inglés
que se notaba poco trabajado – estimados compañeros: En primer quiero pediros
perdón por no llamaros a cada uno por vuestro nombre, pero todavía no he tenido
oportunidad de aprendérmelos, pero tener la seguridad que muy pronto los sabré
y sobre todo quiero disculparme por mi inglés. Entiendo mas de lo que parece,
pero para hablarlo necesito algo mas de tiempo, pensar que llegué de España
hace solamente dos días – volví a mirarlos uno a uno – Como ya os ha comentado
el Dr. Starker, me llamó Andrés Cubiles, soy español y no se ni por donde
empezar para describirme a mi mismo. Espero que nos vayamos conociendo y lo
único que se me ocurre en este momento es deciros que estoy muy contento de
estar aquí. Me he tenido que ir de mi país, eso no se puede negar pero supongo
que a algunos de vosotros os habrá pasado lo mismo y por lo tanto no hace falta
que os diga que es un momento difícil pero espero que con vuestra ayuda, se
haga mas sencillo. Estudié la carrera de Medicina en la Universidad de Madrid y
a continuación hice la Especialidad de Cirugía Plástica en un Hospital de la
Seguridad Social en la citada capital de España. Por razones complejas y la
situación de crisis que agrava la economía de mi país, no he encontrado trabajo
allí y – me encogí de hombros – y aquí estoy, dispuesto a responder lo mejor
que sepa a la confianza que han depositado en mí tanto los propietarios de esta
Clínica como el Dr. Starker al que tuve la oportunidad de conocer ayer por la
mañana – bebí un poco de café – y por
supuesto a colaborar con todos. Soy consciente que soy bastante mas mayor que
vosotros, pero afortunadamente he hecho muchas guardias en mi vida y creo que
se como comportarme para que la gente esté a gusto conmigo. Es verdad que soy
Cirujano Plástico, después de una Especialidad de cinco años, creo que domino
bastante bien sus diferentes técnicas, pero me gustaría que os olvidarais de
este carácter de mi curriculum, lo mismo que lo voy a hacer yo. Ahora soy
Médico de Guardia y con mucho gusto trataré a todos aquellos pacientes que
soliciten mis servicios. Os puedo prometer que todos mis esfuerzos irán
encaminados en esa dirección y estoy seguro que conmigo no vais a tener ningún
problema. Actualmente vivo con varios españoles en un piso en el centro de
Londres, pero todavía no he decidido si venirme a vivir aquí, siguiendo la
amable invitación del Dr. Starker y sobre éste tema me gustaría conocer vuestra
opinión. Además y eso si que quiero dejarlo muy claro, tengo absoluta
disponibilidad horaria de tal manera que cualquiera de vosotros que no quiera o
no pueda hacer una guardia yo se la haría sin ningún problema.
En fin – volví a mirar a mis futuros compañeros – no
se que mas puedo contaros. Estoy casado y tengo dos hijas que actualmente viven
en Madrid y todavía no se si se vendrán conmigo o seguirán sus estudios allí,
pero, de momento, están allí y por eso es por lo que digo esto de la absoluta
disponibilidad horaria. Gracias por acogerme en ésta Clínica que dispone de muy
buena fama por la calidad de la Medicina que aquí se practica, espero que en
muy poco tiempo seamos amigos y muchas gracias a todos por soportar ésta mi
primera charla.
Me quedé mirando al Sr. Director apreciando en su
mirada que le había gustado como había hecho mi presentación y eso que no me
había avisado, aunque todos los presentes sabían que, como siempre, los nuevos
se tenían que presentar a si mismos desde que se inauguró la Clínica. Era una
especie de novatada de la que algunos salían airosos como era mi caso y otros
sucumbían en la tarea, pero siempre como una sorpresa para ver como
reaccionábamos los jóvenes Médicos de Guardia. El Dr. Starker levantó su mirada
y se decidió por el Dr Bill Hollmann para que hiciera una especie de
contrapresentación. Era un tipo alto, grande, cargado de hombros, con unos
brazos que podían ser el doble que los míos, pelo cortado al cepillo, nariz
prominente, ojos azules que destilaban destellos de buena persona, manos
enormes y traje azul con la corbata con unos tímidos trazos de un color que
imitaba al sol escocés. Como si fuera una ceremonia mil veces repetidas el Dr.
Holmann se levantó, hizo una leve inclinación de cabeza solicitando permiso al
Sr. Director e inmediatamente inició lo que se podría definir como un discurso
de bienvenida de los Médicos de Guardia de la Clínica hacia mi humilde persona:
-
Sr. Director, Dr. Starker, Doctor Cubiles,
amigos: Hoy me toca a mí hacer de introductor del Dr. Cubiles y lo primero que
quiero es agradecer tus palabras hacia todos nosotros y tu disposición a
colaborar en todo aquello en que se te necesite. Muy bien. Es cierto y supongo
que lo habrás notado en nuestras caras que así a primera vista, a todos nos has
parecido algo mayor para ser Médico de Guardia, pero en el fondo nos vienes muy
bien porque seguro que sabremos aprender de tu experiencia como Cirujano
Plástico y – miró a sus colegas con una enigmática media sonrisa – no tendremos
que recurrir de urgencia al Dr. Taylor que es el titular de la Clínica en esa
especialidad, lo cual casi siempre es motivo de tensión – bebió un poco de café
haciendo una parada a propósito para que todos valoráramos el contenido de sus
palabras que supongo iban dirigidas mas hacia sus compañeros de guardia que
hacia mí que acababa de llegar y no conocía de nada al Dr. Taylor, aunque sus
palabras me dejaron un poco preocupado, que pasa ¿que no se le podía llamar
cuando había una urgencia?.
-
El Dr. Hollmann
continuó con un discurso bastante mas relajado y en mi opinión mas acorde con
su edad, no tendría mas de veinticuatro o veinticinco años y su aspecto era
bastante aniñado - En cuanto a lo de
vivir en la Clínica ¡que quieres que te diga! más cómodo es, por supuesto y
también mas barato, pero Londres tiene tantas cosas que ver y tantos lugares
para ir que yo te aconsejaría que te quedaras donde estás y esta misma pregunta
nos la hicieras dentro de cuatro o cinco meses. Creo que sería mejor porque
nosotros te conoceríamos mas a ti y tú a nosotros y en ese momento decides lo
que mas te apetezca. De entrada yo me iría a vivir a Londres, eso seguro y mas
si es con compatriotas tuyos. Querido Andrés: considérate ya uno mas entre
nosotros y esperemos que tu estancia aquí sea
agradable. Por nuestra parte, puedes tener la seguridad que haremos todo
lo posible para que así sea. Perdón – volvió a mirar uno a uno a todos sus
compañeros – también me gustaría decirte que tu inglés se entiende bastante
bien, no es que sea perfecto, eso no, pero se entiende que es de lo que se
trata y en cualquier caso el Dr. Guerini, italiano pero habla muy bien español
y el Dr. Emilio Gastón que es argentino seguro que te ayudarán a estar a gusto.
Nosotros también por supuesto y nada mas. Si le parece Dr.Starker, esta primera
semana que se venga conmigo y le enseño la Clínica y todos sus entresijos.
-
Muy bien, me
parece muy bien
Iba
a hacer unas pequeñas anotaciones sobre todos y cada uno de los presentes pero
tengo que ser consciente que estas notas son solo eso, notas y si alguna vez me
decido por escribir un libro será el momento de ponerles cara a cada uno de mis
compañeros, pero creo que con describir el primer día de Clínica será
suficiente. La verdad es que después de la reunión de tanta presentación estoy
un poco cansado y casi prefiero no escribir nada mas. Me voy a casa, hablaré
con Carmen y un día menos. Estoy seguro que según vayan describiéndose casos de
la Clínica, nos iremos conociendo todos y conociendo también las instalaciones
de la Clínica que excepto los jardines, eso si que no hay ni uno parecido en
España, el resto no tendría nada que envidiar de muchas de nuestras Clínicas
privadas. Mucho inglés, mucha reverencia, mucho si Doctor, no Doctor, lo que
Usted diga etc….etc, los pacientes son
muy parecidos y las instalaciones no son para tanto, están bien pero sin
exagerar. Lo que si es diferente es el trato, eso seguro y también las
enfermeras que van mucho mas arregladas que en España. Todas llevan unos
uniformes que parecen haber sido sacados de la tienda esa misma mañana, una
especie de casaca beis con cuello alto, pantalón azul claro y zuecos del mismo
color que el pantalón, la identificación en grande, visible enganchada al
bolsillo superior con unos bolígrafos de tres colores y en la manga una especie
de galones que indican claramente se estás tratando con la enfermera jefe o una
de planta, perfectamente arregladas, con un discreto maquillaje, las uñas muy
bien tratadas y una sonrisa permanente. Por supuesto tratan a todo el mundo de
Usted, empezando por los pacientes pasando por las auxiliares y terminando por
los Médicos que, por cierto siempre van vestidos con traje y corbata, casi casi
como si fueran de boda, perfectamente aseados y peinados, un Médico con
vaqueros y la camisa desabrochada no se entiende por estos lares, algunos, los
menos, van con bata blanca que se cambian diariamente y una sonrisa en la boca,
que parece ser el emblema de la Clínica. Siempre se habla con los familiares en
salas destinadas a tal efecto y no se esconde ninguna información. Tanto el
paciente como su familia están perfectamente informados del diagnóstico,
evolución y tratamiento de su enfermedad. La verdad es que en ese sentido y tan
solo en una mañana me he dado cuenta que si son un poco diferentes, en el
trato, pero en las instalaciones incluso pueden ser mejores las nuestras.
Me
llama mucho la atención el cuidado exquisito que tienen para la decoración
tanto de los diferentes recibidores como de las habitaciones, sin embargo la
parte que podíamos denominar como de servicios está bastante deteriorada, quizá
lo que está es mas vieja y así los quirófanos son mucho mas pequeños que los
que yo había conocido, eso si muy bien equipados, con una particularidad que me
resultó muy práctica y es que estaban dispuestos como un semicírculo y una de
las paredes es de cristal dando a una especie de control central. Los pacientes
se dormían fuera y se pasaban al quirófano con una especie de rodillos encima
de las camillas que permitían a los
encargados de hacer ese trabajo, muchas veces las propias enfermeras, mover a
los pacientes casi sin hacer ningún esfuerzo. Todas y eran bastantes, se movían
a las órdenes de una Jefa que las hacía permanecer siempre alertas y acudir con
rapidez ante cualquier eventualidad. Me sorprendió que solamente hay dos
Médicos Anestesistas para creo recordar que seis quirófanos, pero eso si, en
cada cabecera del paciente había una denominada enfermera de Anestesia que no
se movía permaneciendo atenta al monitor situado en la cabecera de la mesa del
quirófano. En eso si que las formas son muy diferentes que en España, entre
otras cosas porque nosotros no disponemos de ese tipo de enfermeras y es el
Anestesista el que se hace cargo de todas esas funciones.
Esa
mañana, acompañando al que sería mi mejor amigo, el Dr. Bill Hollmann, tuve
oportunidad de conocer a la Jefa de Enfermeras Miss Sandy Styll que apareció al
fondo de un pasillo acompañada por las que supuse que serían sus ayudantes
desprendiendo un aroma de autoridad que daba miedo. Sabía de mi incorporación
como Médico de Guardia y me pareció que no le caí especialmente mal, aunque no
fue capaz de sonreir ni una sola vez hasta el momento de despedirse en que me
dio la mano con bastante fuerza y parece que acompañó esa sonrisa con un hasta
la vista. Cuando se fueron Bill pareció saber lo que estaba pensando
-
Da miedo ¿verdad? – Bill lo dijo mientras
encaminamos nuestros pasos hacia la planta tercera para pasar visita – no te
fíes de las apariencias porque en la calle es completamente distinta.
-
¿Es capaz de
reírse? – pregunté
-
Bastante mas de
lo que parece – me contestó con una sonrisa mezcla de complicidad y picardía.
En la consulta vimos un total de dieciséis pacientes,
todos de Medicina Interna, menos una chica joven que tenía un absceso en una
rodilla que tuvimos que drenar. Bill era joven pero tenía una empatía especial
que hacía que los pacientes se encontraran a gusto en su presencia. Me los fue
presentando uno a uno, curiosamente se sabía el nombre de todos, mientras los
examinaba dándoles todo el tiempo del mundo. Si supiera que nosotros en una
consulta normal vemos por lo menos el doble de pacientes, claro que no les
preguntamos por su familia ni nada por el estilo. El pase de visita fue
parecido y me gustó un detalle que vi. En la pu óstico de la enfermedad que
presentaba, lo que facilitaba un primer contacto con los pacientes nuevos y
daba un aire como de mas confianza.
A última hora de la mañana nos acercamos al comedor,
comimos algo que no sabía muy bien lo que era, pero ya se sabe que cuando hay
hambre no hay pan duro y hablamos de todo un poco. Bill se interesó por el
discurrir de mi carrera y como es que había aparecido en aquella para él
“pequeña Clínica”. Hablamos de las familias, tanto de la mía como de la suya y
debo reconocer que fue una comida agradable. A la hora del café se unieron a
nosotros dos de nuestros compañeros de Guardia, el Dr. Jo Jan Too, no te
molestes en aprender mi nombre porque
todo el mundo me llama el chino y el Dr. Germán Guerini un italiano joven
peinado con abundante gomina, una traje perfecto con una corbata verde sobre
una camisa de cuadros y unos zapatos marrones que solo con mirarlos se sabía
que eran italianos. El chino es, como te diría yo, es chino efectivamente,
bajito, fuerte, con el pelo de punta, traje de esos comprados en cualquier
tienda de no muy alto caché, con gafitas de esas redondas, las típicas de los
estudiantes que suelen sacar las mejores notas del curso, aunque no por eso
tenían que ser los mas brillantes, simpático, eso sí, diría que muy simpático y
con un inglés que le hacía todavía mas divertido. Llevaba en la bandeja un
plato de arroz con tomate o algo parecido y no hacía nada mas que quejarse de
lo mal que cocinaban en esa Clínica.
-
Fíjate lo fácil que es hacer un arroz, que lo
único que hay que hacer es hervirlo, pues nada, esto parece otra cosa –
mientras daba la vuelta a la cuchara para que viéramos que era una pasta
apelmazada
-
Venga chino – le
contestó Bill riéndose sin despegar la vista de su enorme plato de pasta – come
y calla que parece que viniste ayer y llevas ya un año.
-
Todavía no, amigo
– le advirtió el chino – me faltan seis días.
-
Bueno – Bill me
dio un pequeño codazo – pues en todo este tiempo, el chino protestón ha comido
arroz todos los días o sea que no debe estar tan malo.
-
¿De donde eres? –
le pregunté
-
Nací en una
pequeña aldea de China a casi dos mil kilómetros de la capital, pero estudié
toda la carrera en Pekin, o sea que soy mas pequinés que otra cosa.
-
No me imagino una
ciudad tan grande y mira que yo vengo de Madrid que tampoco es un pueblo, pero
por lo que he leído tiene no se cuantos millones de habitantes.
-
Si – el chino seguía
dándole vueltas al arroz – pero en el fondo todas las ciudades son muy
parecidas, mas grandes o mas pequeñas, eso si, pero luego vives en una zona y
por el resto vas una vez al año y si no fíjate en Londres ¿Cuántos barrios
conocemos? Tres o cuatro y los demás te suena el nombre y nada mas.
-
Hombre – ahora le
tocaba el turno al Dr. Guerini – tampoco exageres. Lo que ocurre es que nosotros tenemos muy poco
tiempo y solo salimos los fines de semana.
-
Y cuando no
tenemos guardia
-
Claro, claro – el
Médico italiano se ajustó el nudo de la corbata mientras guiñaba el ojo derecho
a una enfermera monísima que pasaba en ese momento por delante nuestro. Todos
nos dimos cuenta y fue Bill, Holmann el que le preguntó directamente
-
¿También te has
ligado a esa?
-
Reconocerás que
está muy bien ¿no?
-
Por supuesto que
si.
-
Os he explicado
muchas veces que son ellas las que quieren salir conmigo – apoyó el codo
derecho en la mesa, los dedos en la barbilla y adoptó una postura de lo mas
sexy mientras continuaba con su clase particular – esa – miró a la enfermera
que antes de sentarse hizo un gesto de complicidad – quería que le explicara
como era Venecia, porque tiene previsto hacer un viaje el próximo verano y yo
no tuve mas remedio que invitarla a un restaurante italiano, en el centro, se
llama Bella Napoli y allí, después de cenar organizan un espectáculo en el que
se cantan canciones románticas, como las que cantan los gondoleros cuando te
pasean por los canales, tienes oportunidad de bailar y bueno que mas queréis
que os cuente - Germán Guerini puso cara de no haber roto un plato en su vida –
terminamos en su apartamento y ya sabéis
lo que pasa después de un buen quianti, unas copas de champán y un baile.
-
¿Sabes una cosa?
- Le interrumpí en el momento justo en que me pareció que lo estaba deseando
porque los caballeros, y él se consideraba uno de ellos, jamás cuentan secretos
de alcoba – yo estuve de viaje de novios en Venecia
-
¿Y?
-
Nada, eso que
estuvimos primero en una pizzería con el vino quianti, después cantamos y
bailamos canciones italianas y al final acabamos dando un paseo en góndola por
la noche y lo recuerdo maravilloso. Lo que ocurrió por la noche no os lo voy a
contar, pero seguro que os lo imagináis.
-
Pues igual que yo
el fin de semana pasada con la enfermera, eso si, con la diferencia que tú ibas
con tu mujer prometiéndole amor eterno y esas cosas y yo lo que iba era con un
montón de copas, pero lo importante es que al final, como decís los españoles,
hice una buena faena, conseguí una oreja y di la vuelta al ruedo.
-
¿Cómo sabes tanto
de toros? – le pregunté mientras miraba las caras de asombro de mis
otros dos colegas – eso de dar la vuelta
al ruedo con una oreja es como de muy entendido ¿no?
-
Por favor – el
Dr. Guerini, volvió a adoptar la postura de superioridad – nos acabamos de
conocer y es lógico que no sepas nada de mi vida, pero para empezar te diré que
mi padre fue el Presidente de la Peña Taurina de Milán y todos los años los
miembros de la peña se van a la Feria de San Isidro y allí están una semana asistiendo
a todas las corridas, visitando ganaderías, viendo el trapío de los toros en
los chiqueros, en fin disfrutando de su afición y como es natural a mi me la
han contagiado
-
O sea que ¿has
ido a los toros en Madrid?
-
El año pasado
estuve y me encantó.
-
Hay que ver que
pequeño es el mundo ¿verdad? – en el fondo me parecía muy bien que hubiera
alguien que entendía de toros y que no dijera que era un matanza entre un pobre
animal y un señor vestido con traje de luces que lo mataba de un espadazo
-
Bueno, ya se sabe
que los españoles y nosotros somos muy parecidos y no como éstos – miró hacia
Bill con ironía – que lo único que saben es salir los viernes por la noche para
ir a un pub y ponerse ciegos a pintas de
cerveza y los mas animados irse al día siguiente a ver un partido de futbol o
de rugby, el domingo se lo pasan entero viendo la tele o arreglando el jardín y
el lunes otra vez a trabajar.
-
Siempre estás igual Germán – ahora le tocaba
el turno a Bill que de los cuatro era el único inglés – eso es la imagen que
tenéis de nosotros pero que no se corresponde con la realidad ni mucho menos
-
¿No es verdad lo
que he dicho? – el Médico italiano se notaba que se lo estaba pasando en grande
con una discusión que seguro que había repetido en múltiples ocasiones
-
¡Que va! en
Inglaterra como en todas partes habrá gente que se emborrache sistemáticamente
los viernes, pero otros muchos salimos con nuestros amigos y lo pasamos muy
bien en los pubs y no tomamos mas de dos copas y muchas mañanas de los
Domingos, eso si cuando hace buen tiempo, paseamos por los parques, vamos al
los mercadillos y mil cosas mas, o sea que no vuelvas a decir que los ingleses
somos unos aburridos porque no es verdad.
-
Bueno, vamos a dejarlo porque no nos vamos a
poner de acuerdo, ¿habéis terminado de comer? – Germán se puso en pié al igual
que Bill y el chino y nos invitó al Salón de Actos para enseñarnos el trabajo que tenía que presentar en el próximo
congreso de la Sociedad Inglesa de Médicos de Primera Asistencia que se
celebraba en una semana
Bueno, pues ya tenemos a Andrés en Londres dando sus primeros pasos perfectamente descritos por el autor en sus diversos ámbitos, el doméstico y el profesional. A esperar a los siguientes capítulos. Algo tendrá que pasar.
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