Pocas novedades en este tiempo, veraneo de jubilado, o sea, casi tres meses y poco mas. Debo reconocer que será por la edad o por lo que sea pero me he vuelto bastante vago y ultimamente no he escrito ni una sola letra, eso si, estoy dedicado a leer y supongo que por ahí me iré animando. Tengo pendientes varias cosas entre otras mis memorias, aquellas que titulé "Memorias de un tío normal" y que todavía estoy estudiando en Santiago, o sea que todavía me queda mucho camino por andar y eso que habrá cosas de aquella época que mejor se queden en el cajón de mis recuerdos porque sinó me puede suponer un conflicto familiar y uno ya no está para esas cosas.
¡Que curioso! después de mas de un mes sin tocar una tecla ahora me están entrando unas ganas locas de escribir y escribir. En fin, veremos lo que dura. De momento, ya he dado el primer paso y así se empieza.
Supongo que durante este tiempo habréis seguido mi consejo de intentar ser felices, yo, desde luego, lo he intentado aunque ultimamente no he tenido mas remedio que meterme en implantes y demás problemas dentales y me están jo......... la boca y el bolsillo
Un abrazo para todos/as (parezco Zapatero) y hasta la semana que viene
CAPITULO 45.-
El camino continuaba entre
árboles haciendo pequeñas curvas que impedían ver el final. La hierba que les
había acompañado durante casi tres etapas se había convertido en riguroso
asfalto que alguien, como queriendo tapar la mano del hombre, había pintado de
un amarillo chillón. Unos bloques de cemento separaban ese tramo del camino, de
la Nacional VI
y menos mal que, por el lado de la izquierda el río continuaba su alegre
discurrir y mantenía una vegetación en sus orillas que le hacían invisible a
los ojos de los caminantes. Un sonido de agua mantenía la tranquilidad de aquel
pequeño grupo que se encontraba descansando en una de las múltiples áreas de
descanso que los habitantes de los pequeños pueblos habían habilitado para
ayudar a todos aquellos que habían tomado la determinación de hacer el Camino
de Santiago. Las mochilas parecían formar parte del mobiliario urbano, los
bastones se mantenían en posición apoyados en los bancos de piedra que rodeaban
el pequeño espacio y varias botellas de agua se amontonaban en la mesa. Algunas
botas esparcidas en el campo y varias camisetas se disputaban un sitio,
mientras que sus propietarios se encontraban en la ribera del río. El agua
estaba helada y el río se abría camino entre multitud de piedras peleándose con
ellas y creando pequeñas cascadas que provocaban un ruido que hacía inevitable
que las conversaciones fueran en voz alta.
El grupo de cinco
caminantes permanecía en la ribera del río, agradeciendo las suaves caricias
que el agua proporcionaba a su paso por las plantas de sus cansadas piernas.
Eran ya casi veinte días de camino y las fuerzas comenzaban a flaquear. El
calor que quería hacer acto de presencia, tampoco contribuía a continuar y
había sido el causante de aquella parada inesperada que estaba haciendo las
delicias de todo el grupo.
A un lado y como queriendo
establecer una cierta distancia, Juan Olmedo, Arquitecto, treinta y nueve años,
pantalones cortos, calcetines blancos, botas “chirucas” gastadas por el paso de
los kilómetros, pecho con mucho vello, barba de una semana, amplias entradas y
gafas de sol sobre la frente, consultaba la guía del Camino que llevaba en una
pequeña bolsa que le colgaba del cuello y escribía algunas notas al margen para
que sus recuerdos quedaran impresos.
- ¿Sabéis cuanto nos falta para Ambasmestas?
Ignacio Lopez Alvarez fue
el único que miró al que hacía la pregunta. Levantó sus ojos del agua en la que
parecía encontrarse absorto y se pasó un pañuelo empapado por el cuello. En su
cara se reflejaba el esfuerzo realizado hasta entonces. Era el abuelo del
grupo, como le llamaban sus compañeros. Al fin y al cabo, entre pecho y
espalda, llevaba nada menos que sesenta y siete años, eso si, poco trabajados,
porque como repetía con cierta frecuencia, el trabajo es un deporte para el que
solo unos pocos están capacitados y los que siempre habían odiado los gimnasios
no tenían porqué someterse a tan extraños sacrificios. Su lema de vida que
cumplía a rajatabla era “primero vive y luego trabaja”. Desde los dieciséis años, en que abandonó el
domicilio familiar en Monforte de Lemos, provincia de Orense, había conseguido
mantenerse en esa actitud y después de diferentes trabajos, tuvo oportunidad de
formar parte de la plantilla de “Olmedo y Arquitectos Asociados” y así pudo
dedicarse a su afición favorita que era viajar.
Llegó a un acuerdo, desde el primer día, que trabajaba una hora más pero
tenía dos meses de vacaciones. Era el encargado en la empresa de pasearse por
los distintos Ministerios y conocer, de primera mano, los planes de la Administración. Los
principios en Olmedo fueron difíciles porque, aunque era un chico muy
simpático, su preparación era muy deficiente, pero con habilidad supo esquivar
todos esos escollos que se presentaban y desde el último escalón de la empresa,
había conseguido no ser el Director, pero casi. Por su despacho desfilaban
Arquitectos y Empresarios que deseaban establecer contactos con los diferentes
miembros de la
Administración y él se encargaba de facilitarles los medios
para crear ese clima de confianza. Desde el nacimiento, pero también como
consecuencia de su actividad, era un hombre francamente simpático, con una
conversación muy agradable, se sabía miles de anécdotas y era el compañero
ideal para largas horas de conversación, aunque para andar era algo incómodo
porque iba especialmente rápido gracias
a su dilatada experiencia. Cada poco tiempo tenía que pararse y esperar al
resto del grupo, cosa que hacía con naturalidad y siempre les recibía con
frases de ánimo hacia todos sus compañeros de caminata.
- ¿Cuánto dice que falta, Jefe?
- Según esta guía estamos casi al lado.
Suponiendo que aquellas casas que se ven desde aquí sean la aldea de Pereje,
Ambasmestas está como a dos kilómetros y no hay ni una sola cuesta ¿qué te
parece?
- Muy bien – Ignacio se acercó a su jefe de
oficina con el que había trabajado toda su vida. Cuando Juan Olmedo comenzó la
carrera de Arquitecto siguiendo la tradición familiar, ya estaba Ignacio en la
oficina aunque entonces era un simple currito que se encargaba de llevar papeles
de un lado a otro de los diferentes Ministerios. Era muy conocido en todos los
Departamentos por su simpatía y su capacidad de hacer favores a todo el mundo.
Como nunca tenía prisa, era el encargado de comprar la lotería a todas las
secretarias, paquetes de tabaco a los jefes y hasta los distintos periódicos
del día que distribuía por todas partes. Juan Olmedo hijo lo tomó como a su
cargo y comenzó su ascenso en la empresa a base de copiar planos en una
fotocopiadora del Ministerio de Obras Públicas. Ignacio, vete y tráeme un juego
de escuadra y cartabón y un papel de planos ¿de acuerdo? Si, enseguida estoy de
vuelta porque creo que lo venden aquí al lado. Bien, date prisa que luego me
tienes que traer un billete que he encargado en la Agencia de Viajes y mil
encargos más que los hacía con prontitud y una sonrisa permanente. Mientras
tanto, Juan Olmedo iniciaba su trabajo en la empresa de su padre con un futuro
absolutamente prometedor. Se había preparado a conciencia con una carrera
profesional muy brillante, no solo en la Escuela de Arquitectura, sino tambien, en París,
Londres y Berlín donde había completado estudios en diferentes períodos de
tiempo que en conjunto le habían supuesto, casi tres años de andar por el
extranjero aprendiendo distintos idiomas y sobre todo mejorando su capacidad de
relacionarse con todo el mundo. Respetaba con meticulosidad a cualquiera y no
era como su padre lo que suponía que en un futuro la empresa cambiaría y no se
caracterizaría por un machismo llevado a sus últimos extremos que se demostraba
con la no contratación de secretarias del sexo femenino. Para Don Juan padre,
las mujeres donde mejor estaban era en la cocina y cuidando a sus hijos, que
para eso si que estaban preparadas. Las discusiones entre ambos eran frecuentes,
las mentalidades absolutamente diferentes y sus maneras de pensar chocaban en cuanto estaban mas de cinco minutos
juntos. Por eso, Juan Olmedo hijo, vivía solo en un piso propiedad de su padre
y en que pagaba religiosamente un alquiler mensual porque según el
inquilino:
- Papá, tienes otros hijos y ellos no tienen
porqué no cobrar
- Eso está muy bien - contestaba Don Juan
Olmedo padre,- pero el piso es mío y hago con él lo que me da la gana.
- Ya, pero tú que presumes de ser justo, no es
lógico lo que estás diciendo, parece como si a mí, por trabajar contigo me
tratases de manera preferente y en eso no estoy de acuerdo.
Con este y otros muchos
argumentos, Juan Olmedo hijo, trataba de ir cambiando la mentalidad de su padre
y así fue el que tuvo la idea de contratar a Ana Segura a la que había conocido
en un concurso de Arquitectura de la Universidad de Madrid. Era la encargada de
entregar los diferentes formularios para acceder al concurso y desde el primer
instante, le pareció de una eficacia impresionante y después de observarla
durante mas de media hora, se atrevió a ofrecerle un empleo a lo que ella
accedió casi sin hacer ninguna pregunta.
Los primeros días fueron
muy duros para Ana. En la empresa era la
única mujer y todos la miraban de una manera, se podía decir, que diferente.
Para ella, era el cuarto empleo y aunque no tenía ni idea de cual sería su
misión, le parecía que sería mucho mas fácil que el anterior y desde luego
mucho mejor pagado. Comparado con la Universidad , los empleados se movían con mucha
mas rapidez a la voz de mando del padre de Juan Olmedo que los trataba
francamente mal. Con ella afortunadamente no se metía para nada porque estaba
en otro Departamento y ya se cuidaba ella de entregarle con la mayor rapidez
posible todos los proyectos que le pedía y eso que siempre lo hacía a última
hora y le obligaba a permanecer en el estudio mas de una hora después de su
jornada laboral. Las cosas se iban desarrollando con normalidad y ella no
protestaba ni una sola vez, hasta que un día Juan hijo se enfrentó con su padre
y puso las cosas en su sitio.
- Papá, perdona pero ahora no le pidas nada a
Ana porque es su hora de salida. Casi, si no te importa, déjalo para
mañana.- El padre lo miró muy serio y
después de un “ ya hablaremos tu y yo, mañana”, pegó un portazo y salió sin
decir ni una sola palabra más.
-
Juan, déjalo que a mí no me importa quedarme un rato
- No, ni hablar, tú tienes un horario y
todos nos tenemos que acostumbrar, empezando por el jefe que para eso lo es y
si no le gusta que se aguante que para eso me ha nombrado a mí Jefe de Personal
y desde el primer día le dejé muy claro que las normas las dictaba yo y por eso
me he puesto así de serio porque si nó, no se da cuenta que el que manda ahora
en eso soy yo.
- Ya, pero lo que no quiero es que por mi culpa
te metas en líos.
- No te preocupes que no hay problemas.
- Por cierto – Ana se removió inquieta en su
asiento – tengo la impresión y me gustaría que me la confirmarás que las
relaciones entre tu padre y tú no son tan buenas como hace unos meses y me
fastidiaría que fuera por mi culpa. La verdad es que yo intento hacer todo lo
que me pide, pero a veces es imposible.
- No, no pienses que las relaciones con mi
padre se estan deteriorando por tu culpa porque no es así.- Juan se ajustó el
nudo de la corbata – el problema es que, desde siempre está acostumbrado al
ordeno y mando y los tiempos, desgraciada o afortunadamente, han cambiado y se
tiene que adaptar. Yo se que eso es difícil, pero las cosas son como son y si
yo voy a ser el continuador de esta Empresa, es lógico que también opine. Yo le
conozco muy bien y sé que acabará por darse cuenta que tengo razón, pero – la
conversación se vió interrumpida por unos golpes en la puerta – pase.
Por el quicio de la puerta
asomaron unos enormes bigotes que enmarcaban una tremenda nariz aguileña que, a
su vez, dejaba adivinar unos saltones ojos azules. A pesar de todo, el conjunto
de la cara no resultaba especialmente desagradable, quizá por la sonrisa que la
iluminaba. El que así llamaba a la puerta, iba vestido de manera informal con
vaqueros de dudosa antigüedad, camisa azul clara lisa y una chaqueta de ante.
Entró con un montón de papeles en el despacho del segundo de a bordo, los
depositó cuidadosamente sobre la mesa, sacó un Ducados del bolsillo del
pantalón y después de encenderlo parsimoniosamente, exclamó:
- Tus deseos son órdenes para mí. Aquí tienes
todo lo presentado para el concurso de la instalación de un Parque Temático en
Logroño.
- Gracias Manel – Juan Olmedo los repasó
lentamente. Era su primer proyecto serio y estaba muy orgulloso de todo el
trabajo realizado. La inversión era muy importante y no parecía que el
Ayuntamiento estuviera por la labor, pero había que esperar a que se reuniera la Comisión Municipal ,
creada para tal fín. Continuó por un largo período de tiempo mirando hoja por
hoja, hasta llegar a la última
- ¿Y esto?
- Eso es la resolución del Ayuntamiento de
Logroño en la que se certifica que tu trabajo ha sido seleccionado, junto con otros
dos, para ser estudiado por la
Comisión y, según consta, en el plazo de una semana o como
mucho veinte días, el concurso debe estar resuelto.
Juan se puso en pié y
comenzó a dar vueltas por el amplio despacho haciendo como que bailaba un vals
teniendo como compañero al dossier que suponía su primer paso en la carrera que
iniciaba. Entre vuelta y vuelta soñaba como atravesaba el amplio pasillo del
Salón de Juntas del Excelentísimo Ayuntamiento de Logroño mientras era
aplaudido por todos los presentes por su excelente trabajo. Recibía del Regidor
un Diploma acreditativo y un cheque de mil doscientos millones de pesetas que
sería, según el presupuesto aprobado, lo necesario para realizar el proyecto.
Se imaginaba el abrazo de su padre al volver y lo orgulloso que se encontraba
de tener un hijo ganador de un concurso de tan prestigioso Ayuntamiento y la
frase lapidaria de “hijo, ya me puedo morir tranquilo, porque sé que dejo la Empresa en las mejores
manos” le retumbaba en sus oídos como música celestial. Casi sin darse cuenta,
pasó de la euforia a la depresión mas rigurosa y su mente asumía que, en lugar
de levantarse y caminar por el pasillo en busca del ansiado Diploma, el Jurado
había decidido entregar la construcción a una empresa de Barcelona que había
presentado un proyecto mucho mas caro, pero también mucho mas faraónico. Su
imaginación discurría por esos derroteros cuando la voz de Ana, su secretaria,
lo sacó de aquel mal sueño
- Juan, habrá que celebrarlo ¿no?
- Venga, llama al bar de Juanito y que suban
unos canapés y unas cervezas y avisa a todos los que hemos participado
directamente en el Concurso.
- ¿Quieres que avise también a Jose y Carlos?
- No porque si avisas a estos dos, tenemos que
invitar a toda la oficina y no tengo mayor interés
- Entre otras cosas – esta vez fue Manel el que
intervino – porque lo que has visto es una posibilidad entre tres, pero no que
el contrato sea nuestro.
- Ya, ya, ya lo sé – Juan trataba de disimular
su euforia, porque para él, el hecho de haber sido seleccionado ya era como un
triunfo – por eso digo que no invitaremos a toda la oficina. Lo mejor sería que
vinieran solo los directamente implicados, es decir, que faltan Pacho y Teresa.
- Muy bien, enseguida los aviso.
Con la diligencia que la
caracterizaba, Ana localizó en unos segundos a los dos compañeros que faltaban
y no había transcurrido ni media hora cuando estaban todos en el despacho
tomando un aperitivo.
Los cinco habían
constituido una especie de mini departamento y siguiendo las instrucciones de Juan
Olmedo hijo, habían trabajado intensamente, codo con codo, durante mas de seis
meses para conseguir un buen proyecto. En ese tiempo, se habían desligado de
otras funciones de la empresa y casi se habían constituido en una empresa
particular de Juan Olmedo hijo, siendo envidiados por algunos y criticados por
la mayoría que pensaban que hablaban mucho y trabajaban poco. Sin embargo, la
ilusión era tan grande que los cinco estaban dispuestos a reunirse a la hora
que fuera y a discutir, hasta las tantas de la madrugada, todos aquellos
aspectos que fueran en beneficio de conseguir un proyecto de mil y pico
millones de pesetas que, para una empresa como la suya, suponía una importante
inyección de moral.
Cada uno de los seis, Juan
Olmedo, hijo, Ignacio Lopez Alvarez, Manel Suarez, Pacho Rivas. Teresa Jiménez
y Ana Segura habían contribuido con sus ideas a obtener un proyecto ambicioso
en el que se mezclaban la juventud de Pacho con la veteranía de Ignacio, la
profesionalidad de Juan Olmedo con el sentido común de Teresa y hasta las
innovaciones gráficas de Manel con la paciencia y el buen hacer de Ana, la
única sin una preparación específica, pero con una ilusión que contagiaba a
todos. Nunca ponía pegas para nada, cambiaba los textos con rapidez, tiraba
hojas y mas hojas de papel sin decir esta boca es mía y hasta en los momento
mas difíciles, que naturalmente los hubo, aparecía con “unos cafelitos” que
hacían de bálsamo y las discusiones volvían a aspectos profesionales y se
olvidaban los temas personales que siempre influían en sus apasionadas
discusiones y si nó, que le pregunten a Pacho que con sus veintiséis años
estaba empeñado en que el Parque Temático tenía que ser fundamentalmente
ecológico y menos técnico, mientras que para Juan Olmedo el éxito estaría, y
así quedó demostrado, en conseguir una mezcla de tecnología muy de andar por
casa, sin olvidar los aspectos medioambientales, pero, sobre todo, que la
ciencia fuera, para los visitantes, una forma más de diversión y para ello
había que huir de aparatos sofisticados y explicaciones engorrosas y refugiarse
en lo de todos los días, en lo habitual y para ello el ambiente tenía que ser
como familiar y a la vista de los resultados, parece ser que lo habían
conseguido. Hasta la pérgola con energía solar había sido objeto de admiración
por parte del Jurado.
Por fi !!! Te has hecho esperar Tino. Se te perdona porque ha sido por una buena causa: las vacaciones del jubilado son sagradas.
ResponderEliminarMe ha costado enlazar pero ya estoy metida en el ajo. pinta muy bien.
Acabo de empezar una novela en la que las 3 primeras páginas las dedica a explicar quien es quien. Ayuda bastante.
A ver si en esta etapa somos más los comentaristas. Conmigo cuentas
Bienvenido y hasta la semana que viene
Besos a todos
A ver si
Ya había perdido la esperanza de volver a leer las novelas de Tino. Hoy por casualidad me he metido en su blog y he visto que ya tenemos el capítulo 45 y 46. He leído el primero y ahora voy a por el segundo.
ResponderEliminarMerce, seguimos siendo solo dos pero esperemos que se una mas gente.
Un abrazo