miércoles, 22 de octubre de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 46

Queridos blogueros: Como el viernes que viene no voy  a estar en Madrid, ventajas de ser jubilado, os mando el capítulo 46 para no perder la costumbre. Los viernes son viernes y la obligación es la obligación, o sea que lo primero es lo primero.
Si queréis que os diga la verdad, supongo que si, no tengo ni idea de por donde voy en este lío de novela, aunque parece ser que ahora unos cuantos están haciendo el Camino de Santiago, pero tampoco se si los siguientes capítulos van por ahí, eso es lo bueno de escribir lo que a uno le da la gana, pero lo que tengo absolutamente claro es que se queda como está  y que salga el sol por Antequera porque cambiar no pienso cambiar ni una coma.
En fin, como siempre, espero que paséis un rato agradable e intentar ser felices a pesar de todo lo que hay por ahí
Un beso
Tino Belas 




CAPITULO 46.-

Pacho brindaba con una copa de vino mientras un color le iba y otro le venía. Desde su visión de Ayudante de Obras Públicas, por fín había destacado en algo e incluso abrigaba la ilusión que, después de aquello, Ana se fijase en él y comenzase algo que fructificase en mas todavía. Su amor por Ana Segura comenzó al segundo de verla en la oficina y eso que era de los que no creían en los flechazos, pero fue verla y decidir que esa era la mujer de su vida y todavía no había cruzado ni una sola palabra con ella. Como ocurría habitualmente, aquella mirada no pasó desapercibida para Ana y en un ejercicio de egoísmo impropio de ella, decidió que se dejaría querer hasta que dominara la situación. Así admitió con una luminosa sonrisa la invitación de su compañero para cenar esa misma noche y conocer de primera mano todo lo relacionado con su nuevo trabajo.
-  Entonces ¿te parece que quedemos a las nueve? – Pacho no cabía en sí de gozo.
-  Bien, por mi parte no hay ningún inconveniente porque no tengo ningún plan para hoy
-  Fenomenal, ya verás como no te vas a arrepentir.
-  Eso espero – Ana le sonrió – porque es la primera vez en mi vida que acepto una invitación de alguien a quien no conozco de nada.
-  Por eso no te preocupes que la diversión está garantizada. Entonces ¿a las nueve te paso a recoger?
-  Estupendo, si quieres me llamas un poco antes y bajo al portal.
-  Ni dos palabras mas, su fiel seguro servidor estará a la puerta de su casa a las “nine o clock”
-  O. k., Mackey – Ana lo despidió con la mejor de su sonrisas sabiendo que en dos minutos estaría de vuelta, ¿por qué? No por intuición femenina, sino porque no sabía donde vivía. Efectivamente, a los dos segundos, sonó la puerta y la cabeza de Pacho asomó para preguntar la dirección.
-  Sabía que volverías, es más, estaba segura -  Ana le extendió un papel en el que llevaba anotada la dirección y el teléfono.
-  Gracias y allí estaré como un clavo.
Desde la cristalera de su pequeño despacho, Ana observaba el movimiento de la oficina como la gente se movía con prontitud, los papeles iban y venían a velocidad de vértigo y enseguida se dio cuenta que era la única mujer, o si había más, ese día no habían acudido al trabajo. - En fin, paciencia, lo que sea sonará - y se enfrascó en hacer un informe de un posible puente en la carretera de Extremadura. Las expresiones a utilizar no eran muy complicadas y su nuevo Jefe, sabiendo sus limitaciones, le había dado los números a mano para evitar equivocaciones. A la hora aproximadamente lo había finalizado y después de guardar una copia, se acercó al despacho de Olmedo hijo,
-  Juan – Ana se acercó al mesa repleta de planos, informes, propaganda y un sin fin de papeles – aquí tiene el informe que me solicitó.
-  Gracias, Ana – El Jefe advirtió enseguida la pulcritud del escrito  – ¿te puedo decir una cosa?
-  Claro, faltaría mas – Ana se dispuso a aceptar cualquier crítica, al fin y al cabo llevaba muy poco tiempo trabajando en esa empresa – para eso estamos.
-  Es la primera vez desde que estoy en esta oficina y ya llevo algunos años que me presentan un informe como Dios manda. Lo habitual es que al que se lo diera, me llamara varias veces para preguntarme si el título era el que ponía, si era mejor que todo fuera en negrita, que si la suma de los primeros encargos se añadía al final, que si …... - el Arquitecto se levantó y  miró fijamente a una sorprendida secretaria que no estaba especialmente acostumbrada a que su trabajo fuera tan bien calificado – En fin, que me alegro haber hecho tan buen fichaje y estoy seguro que si sigues así, hasta mi padre reconocerá la efectividad de una mujer en su empresa.
-  Muchas gracias, pero me da un poco de vergüenza tanto piropo – Ana miró hacia el suelo – trataré de hacerlo lo mejor posible para ganarme la confianza de todos. Por lo menos lo intentaré.
-  Eso está muy bien, Ana porque aquí hay gente que cree que una secretaria no solo no favorece el trabajo, sino que incluso lo dificulta porque los empleados la mirarán en función de su sexo y no por sus cualidades profesionales.
-  Bueno, eso no me importa mucho porque, aunque usted me ha conocido en un ambiente universitario que, normalmente es como mas abierto, antes he tenido otros trabajos y todos como muy machistas, o sea, que, digamos que estoy acostumbrada
-  Perdona, pero me ha parecido que me has tratado de usted y debes hacerlo de tú, porque es como una norma de la casa. Desde el primero hasta el último nos tratamos de tú y así  no hay diferencias y no tienes que andar distinguiendo entre unos y otros.
-  Muy bien – Ana guardó en una carpeta varios papeles- ¿necesita algo más?
-  ¿Te has enterado de lo que acabo de decirte?
-  Perdón, ¿necesitas algo?
-  Eso está mucho mejor. Nada, gracias.
Ana se dio media vuelta y abandonó el despacho. Sabía que era una secretaria eficaz, que no iba a tener ningún problema desde el punto de vista profesional, pero lo de no ver ninguna mujer, eso si que le preocupaba. En fin, será cuestión de esperar y ver lo que pasa. Mientras pensaba en todo eso, metió sus bártulos en el bolso y después de apagar su ordenador, bajo al aparcamiento, y con precaución salió por la salida que daba a la calle principal y desde allí conduciendo rápida, llegó a su casa, se dio una ducha y envuelta en una toalla se tumbó en un sillón, encendió la radio y estuvo cerca de una hora mirando al techo sin hacer absolutamente nada. Se volvió a acordar de los razonamientos de su padre, el Dr. Segura, que siempre le recomendaba que, al menos una hora al día, procurase relajarse, olvidarse del mundo y pensar solamente en ella y en sus problemas, práctica que ella procuraba cumplir a rajatabla, fuera a la hora que fuera. Desde su llegada a Madrid, hacía nada mas y nada menos que diez años, ¡ hay que ver como pasa el tiempo! Ese ejercicio lo realizaba continuamente y en esta ocasión le sirvió para acordarse de Pacho, ese chico de la oficina con el que prácticamente no había cruzado ni dos palabras y con el que había quedado para salir a cenar. Le pareció un hombre interesante, posiblemente algo joven para ella, pero ya estaba bien de salir con vejestorios, eso sí, jefes de empresa y lo que se quiera, pero  mayores. Eso no era premeditado, la vida era así y no hay que llevarle la contraria. Desgraciadamente había tenido diferentes experiencias amorosas y todas habían terminado en un fracaso de tamaño natural. Reconocía que, en las primeras, se había entregado en cuerpo y alma y  para el resto ya iba como muy avisada. El recelo hacia los hombres era natural y aunque, como todo el mundo necesitaba compañía, ahora llevaba una temporada muy tranquila y la súbita aparición de ese chico le había producido, cuando menos, curiosidad. En principio, no era el hombre de su vida, eso seguro, pero podía dar algo de juego. Se había dado perfecta cuenta de las miradas y sabía que era presa fácil, que diría su amiga María Jesús, pero su carácter le impedía continuar una relación si sabía que no iba a tener un final feliz. En eso, era como muy legal, a ella le habían hecho daño, mucho daño, sobre todo aquel Farmacéutico de Marina del que estaba tremendamente enamorada y no quería, bajo ningún concepto, que alguien se hiciera ilusiones. Sabía que con esa manera de ser se cerraba muchísimas puertas, pero cada una es como es, se decía mientras examinaba el armario sin decidirse por la ropa apropiada para la salida nocturna. Al final se decidió por una blusa rosa de tela casi transparente y un pantalón negro. Delante del espejo que ocupaba todo el frente del armario, se quitó la toalla y se miró de un lado y de otro. En fin, para ser jueves por la noche no estoy del todo mal. Se vistió despacio, se miró y volvió a mirar varias veces, se cambió tres veces de zapatos hasta encontrar unos que no desentonaran con el resto de la indumentaria y tampoco que la hicieran demasiado alta porque su galán no era muy alto y no quería parecer superior. Las nueve y un minuto, tengo que darme prisa que llego tarde, Ana abrió un  bolso de vistosos colores y metió las llaves de la casa, una barra de labios, el monedero, no creo que tenga que pagar pero por si acaso mas vale que lleve algo de dinero, un peine, un paquete de Kleenex, una polvera y un apunte de las cosas que tenía que comprar en el super y que siempre llevaba consigo para irlas anotando sobre la marcha. Bajó las escaleras, abrió el portal y allí estaba Pacho, hecho un pincel, con un traje de estambre gris, corbata azul con puntos blancos, camisa azul clarita y mocasines negros. El pelo engominado y su dilatada anatomía corporal, le daban aspecto de guardaespaldas, mas que de ayudante de obras públicas. La recibió con una sonrisa encantadora y comenzaron a caminar por la amplia avenida.
El día iba perdiendo salud y la enfermedad de la noche comenzaba a hacer su labor. Los escaparates se iban apagando casi de manera instantánea, las personas con las que se cruzaban, se hacían como diferentes, no se atrevían a decir que eran otras, pero, por lo menos, con otro talante; incluso algunas se permitían el lujo de decir buenas noches como si estuvieran en un pueblo, olvidándose de los sinsabores de las grandes capitales. El ambiente iba cambiando, mientras Pacho y Ana continuaban caminando sin rumbo. Había transcurrido casi una hora y ya estaban en las inmediaciones de la Puerta del Sol, tomaron una caña con unas gambas en la tradicional tasca del “Abuelo” y continuaron hasta sentarse en un banco de la Plaza de Oriente. Era casi medianoche y el tiempo se había pasado sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Estaban a cincuenta metros de la terraza del Café de Oriente, donde se agolpaban los turistas como si regalasen los cubalibres, un violonchelista desgranaba las notas de su instrumento hacia el cielo del viejo Madrid, mientras a sus pies la funda del aparato hacía las veces de improvisada hucha, donde permanecían como huérfanas, unas pocas monedas depositadas por algún vecino dadivoso. El Palacio de Oriente iluminado y sus ventanales, parecían querer reflejar miles de historias de los diferentes inquilinos que a lo largo de los siglos lo habían ocupado. La luz era como muy alegre en el frontal y difuminada en el resto, con una especial luminosidad en la puerta principal y en el balcón de la primera planta. Unos guardias de vistosos uniformes hacían guardia en unas garitas situadas a ambos lados de la entrada y también, al igual que el resto de la arquitectura de tan famosa plaza, eran objeto de los “flash” de diferentes máquinas de fotos portadas por gentes de todas partes del mundo, entre los que destacaban, faltaría mas, el inevitable grupo de asiáticos que parecían cortados por el mismo patrón
-  ¿Sabes que estoy cansada? – Ana se descalzó y encogiendo las piernas, se dio un ligero masaje en los pies apoyándolos a continuación en el césped que rodeaba el banco de madera en el que se habían sentado a reposar después del largo camino.
-  No me extraña porque casi sin darnos cuenta llevamos tres horas andando. ¿Te apetece tomar algo?- Pacho preguntó con la intención de ir a cualquier restaurante antes que cerraran
-  A mi, la verdad, no me apetece sentarme en un sitio, casi prefiero tomar otra tapa por ahí y con eso es suficiente.
-  Como quieras.
Ana se quedó mirando las puntas de los dedos de sus pies, mientras Pacho trataba de encontrar nuevos temas de conversación que hasta ese momento habían girado alrededor del trabajo. Gracias a eso, Ana se había enterado de muchas cosas. Pacho llevaba en la empresa solamente un año o algo mas, pero se conocía todos los entresijos. Sabía la vida y milagros de cada uno de los mas de cuarenta empleados, empezando por D. Juan Olmedo Padre y terminando por el último mono que para él era el nuevo encargado de la Centralita de la empresa.
Posiblemente alguno se quedó sin diseccionar, pero la mayoría fueron fruto de los comentarios de Pacho quien se mostró locuaz y demostrando un sentido del humor que hacía las delicias de Ana que no paraba de reir.
-  Perdona Pacho, pero no se me quita de la cabeza lo que me has contado de Teresa. Seguro que es una exageración tuya.
-  ¿Exageración?- Pacho se mostró muy sorprendido – pero si eso lo sabe toda la empresa, lo que ocurre es que nadie lo dice, si no, ¿porqué la han mandado al edificio de enfrente?
-  No se, pero es muy fuerte eso que dices
-  Mas fuertes son otras historias que no te pienso contar
- ¿Todavía hay mas líos como el de Teresa con ¿cómo se llamaba la otra secretaria?
-  Carmen, Carmen García que era otra igual. Por cualquiera de las dos hubiera puesto la mano en el fuego y míralas, parecían tontas, pero cuando las cazó Don Juan padre, estaban desnudas en su despacho y claro, las puso de patitas en la calle y nunca mas quiso tener una secretaria femenina.
-  Ya, pero Teresa continua por allí.
- No, por allí no. Continua trabajando con Juan Hijo porque es una señora muy competente, pero todos dicen que en cuanto se acabe el trabajo de Logroño se va a la calle igual que su novia o como se diga.
Ana no terminaba de entender aquella historia. Por su mentalidad, le parecía imposible el amor entre dos mujeres, pero mas imposible todavía que se lo intentaran demostrar en el despacho del Jefe. ¡Que vergüenza y encima las cazaron! No sabía porqué pero siempre le pasaba igual, cuando le contaban una historia mas o menos rara le venía a la memoria su padre. Menos mal que se había muerto porque seguro que no podría soportar esas situaciones. Casi, casi ella no las entendía, como las iba a entender su padre.
-  Es curioso lo de las grandes ciudades, - pensó,-  pasan cosas que en los pueblos no pasan ¿cómo es posible? A lo mejor es que al haber tanta gente, todo es como mas desmadrado.
-  Es posible – repondió Pacho – pero yo estoy convencido que en los pueblos pasa igual, lo que ocurre es que se disimula mejor y en Madrid no hace falta disimular nada porque no te ven.
-  Ya – Ana se quedó pensativa – parecía que la conversación comenzaba a discurrir por cauces normales – por cierto, no hemos hablado nada de Ignacio ¿qué tal es?
-  ¿Ignacio Lopez Alvarez? Lo mejor de la empresa con diferencia – Pacho se dejó llevar por su afición de encumbrar a sus amigos – lo único que le falta es una buena novia porque por lo demás, lo tiene todo. Es un tio serio cuando hay que serlo y el primero que se apunta a un bombardeo a pesar de tener mas años que Matusalén. De verdad que para mí es de lo mejorcito que hay
-  Estoy de acuerdo contigo. Desde luego conmigo se ha portado siempre como un señor y en cuanto le he pedido algo, enseguida me lo ha conseguido.
-  Si, es muy buena gente, por cierto ¿sabes que está organizando un grupo para hacer el Camino de Santiago?
-  ¿En serio? – Ana se levantó del banco para estirar un poco las piernas – no te lo creerás, pero hace por lo menos diez años que estoy pensando en hacerlo y nunca doy el paso al frente, o sea, que mañana mismo hablo con él y si me admite me apunto encantada.
-  Seguro que dice que si porque lo organiza en el fondo para él porque es de los que se coge la mochila los Domingos y se  hace quince ó veinte kilómetros y se queda tan pancho.
-  Claro – Ana se volvió a sentar - lo malo de hacer un grupo es que siempre aparece gente completamente diferente y conseguir que todos anden parecido debe ser bastante difícil.
-  Tienes razón, pero para eso es fenómeno. Se adapta a todo y es el compañero ideal para charlar.
-  No sabes la alegría que me acabas de dar – Ana le apretó un brazo con fuerza – de verdad que llevo años leyendo cosas sobre el Camino y solo me faltaba compañía.
-  Si quieres – Pacho volvía a ofrecer sus servicios – mañana voy a ir con él a una cosa del estudio en Toledo y si te apetece nos vemos a última hora, tomamos unas cañas y que te cuente sus planes.
-  Fenomenal – Ana se volvió a levantar – venga amigo, vámonos que mañana tendré que empezar mi entrenamiento.
Comenzaron el regreso por el mismo camino de la ida, la gente se movía con soltura, a pesar de ser casi las dos de la mañana y despacio, disfrutando del Madrid nocturno, que para muchos era la mejor ciudad del mundo, llegaron al portal de la casa de Ana. Pacho insistía en tomar una copa, pero ella lo despidió con amabilidad, pero con firmeza, no quería en ningún caso que se hiciera falsas ilusiones, ni era una chica fácil de las que se iba a la cama con cualquiera. Es verdad que Pacho le había caído bien, pero una cosa era que estuviera a gusto y otra que iniciaran una relación ya desde el primer día. Las cosas tienen que ir a su paso y no por mucho madrugar amanece antes.
Después de lavarse la cara con fruición y de retirarse el poco maquillaje que todavía le quedaba, se metió en la cama y cuando estaba en lo mejor de sus sueños sonó insistentemente el teléfono. Alargó una mano y lo descolgó todavía sin estar del todo despierta.
-  Digame.
-  ¿Estabas durmiendo? – La voz de Pacho sonaba alegre a través del auricular.
-  Claro – Ana miró el despertador en la mesilla de noche, marcaba las cuatro y cuarenta y ocho – pero ¿tú sabes que hora es?
-  Perdona – Pacho trataba de disculparse, pero se notaba que no le preocupaba en absoluto – si, ya se que es tardísimo, pero tengo una noticia que darte. Sin esperar respuesta, continuó con su exposición – después de lo mal que me trataste esta noche, sin ni siquiera dejarme subir a tu casa, deambulé por los distintos tugurios de la capital y al final en el sitio en el que menos me lo esperaba, zas, allí estaba él, con su eterna sonrisa aguantando el rollo de una joven, con dos mil copas encima y a la que se ofrecía a acompañarla a su casa. Ella no estaba por la labor y entre susurros le explicaba que no se acordaba donde vivía.
-  Pacho, por favor – Ana se revolvió enfadada en la cama – quieres dejar de contarme cuentos a las cinco de la mañana.
-  No es ningún cuento. Te lo juro por lo que quieras. Era Ignacio y enseguida me acordé de lo que habíamos estado hablando y se lo dije.
-  Venga, Pacho, ¿quieres terminar que me quiero dormir?
-  ¡ Desde luego el mundo está lleno de gente desagradecida! Te consigo que te admita en el grupo para hacer el Camino de Santiago y ¿ así me lo pagas? Bueno, ¡que le vamos a hacer! Ten amigas para esto.
-  Espera, espera, Pacho – Ana se sentó en la cama, mientras el sueño se le pasaba como por encanto - ¿es verdad lo que me estás contando?
-  Pues claro que es verdad. ¿Tú te crees que si no lo fuera te llamaría a estas horas? Pero espera un segundo que se pone Ignacio y te lo cuenta él.
Ana continuaba intentando aclararse las ideas que todavía estaban algo confusas. Tenía ante sí la posibilidad de integrarse en un grupo para hacer el Camino de Santiago y para eso la llamaban a las cinco de la mañana. Si que es verdad que estaba muy interesada en hacerlo y aquello era una oportunidad, pero eran las cinco de la mañana.
Una voz familiar la sacó de tales pensamientos.
-  Señorita Ana, ¿ quiere compartir con cinco amigos un mes de su vida?
-  Si quiero – contestó decidida.
-  Si es así – la voz se tornaba cada vez mas solemne – levante su mano derecha y repita conmigo: haré el Camino de Santiago
-  Haré el Camino de Santiago
-  Con Ignacio y algunos más
-  Con Ignacio y algunos más
-  Y prometo serle fiel
-  Y prometo serle fiel
-  En las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, con ampollas en los piés o sin ellas, todos los días que dure el Camino
-  En las alegrías y en la penas, en la salud y en la enfermedad, con ampollas o sin ellas. Todos los días que dure el Camino.
-  Muy bien, queda usted admitida. Lo que el alcohol ha unido que no lo separe el hombre y mucho menos Juan Olmedo – Un pequeño silenció continuó como final de la ceremonia telefónica – Por último, deberá abonar en concepto de socia la cantidad de cinco mil pesetas que en ningún caso le serán devueltas. Si acude a la cita se las gastará y  sinó, otros lo harán por usted. ¿De acuerdo?
-  Muy bien, Ignacio – Ana volvió a su buen humor habitual – y ahora que ya somos una pareja casada y bien casada ¿no te parece que es una hora algo intempestiva para esta declaración de amor eterno?
-  Perdóneme usted, señorita, no he sido yo el que ha mostrado interés, si no este joven que tengo a mi derecha y que es el que ha organizado todo este lío. Sepa usted, señorita que me ha pillado en un momento en que estoy absolutamente borracho, me acompaña una joven que no se ni como se llama, con mas alcohol en el cuerpo que yo y que está empeñada en que la acompañe a su casa, pero no se acuerda donde vive, o sea que valore en su justa medida la importancia del momento.
-  Bueno, bueno Ignacio no te pongas así y ya hablaremos con calma ¿de acuerdo?
-  Si, si, lo que usted diga señorita, pero le recuerdo que en esta ceremonia han actuado como testigos el joven al que hacía referencia hace un momento, la joven esta, que está como una cuba y mi amigo Ataulfo, barman del más prestigioso burdel de la capital, conocido por todos como el “Conejito Sabrosón”, y  por lo tanto no se puede volver atrás.
-  Bien – Ana trataba de cortar, pero no veía el momento – entonces mi querido marido te espero mañana por la tarde en mi domicilio para firmar todos los documentos.
-  Muy bien, mi querida señorita, mañana, a las seis en punto de la tarde, allí estaré, en compañía de tan ilustres testigos, para estampar nuestras firmas. Buenas noches y felices sueños, mi adorada y querida esposa.
-  Buenas noches, esposo y que la paz sea contigo.
En unos pocos minutos, Ana volvió a la posición inicial y el sueño la dejó inmovilizada durante varias horas.






2 comentarios:

  1. Q buena lectura para pasar una noche interminable de UCI. Imposible dormir, este capitulo encantador me ha hecho buena compañía. Gracias Tino
    Muchos besos y hasta la proxima

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  2. El Tío Javier Belas29 de octubre de 2014, 12:15

    Con retraso me vuelvo a incorporar al club de los incondicionales. Espero que a partir de ahora todas las semanas tendremos un nuevo capítulo.
    La lectura de hoy ha sido muy entretenida, después de tanto tiempo me voy metiendo en ambiente.
    Un abrazo a todos.

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