CAPITULO 41.-
- Cuéntame otra vez lo del convento que me
pareció increíble.
- ¿Increíble porque?
Juamma se coló en el convento pero por una apuesta.
- Si, si, pero a mí me han dicho que tú también
colaborabas con la broma ¿es cierto?
- Bueno, algo hacía pero poco, porque todo el
peso de aquel lío lo llevaba él y menos mal que al final no lo pillaron que si
lo llegan a descubrir los monjes le cortan las pelotas.
- ¡ Que bestias sois¡ se os ocurre cada cosa
que es para mataros.
- Bueno, bueno, que tampoco hay que exagerar,
lo que pasa es que los curas en general y mas los de Silos tienen muy poco
sentido del humor.
- Ya, pero reconocerás que sois la pera.
- Bueno, la apuesta era que todos los días,
durante un mes, es decir treinta días,
entraría en el convento una señorita de un putiferio que había en las
proximidades y que permanecería en él, por lo menos doce horas. Eramos tres los
de la apuesta y si lo conseguíamos el dueño del bar donde se planteó, nos daba
cien mil pesetas a cada uno y se encargaba de pagar los honorarios de las
señoritas. El resto corría de nuestra parte.
- ¿Y es verdad que no os pillaron?
- Si y no, bueno te explico, la apuesta la
ganamos nosotros porque no nos descubrieron en los días acordados, pero nos
cazaron el día 31 porque metimos a “la madame” y la muy zorra, nunca mejor
dicho, conocedora de la apuesta que para eso había dejado a treinta de sus
pupilas, salió corriendo por todos los pasillos del convento diciendo que el
Padre Prior la quería violar y montó un número de escándalo, pero en los
treinta días no nos pillaron ni una sola vez.
- ¡Que valor!
- Tampoco hay que exagerar, lo único fue como
nos las tuvimos que ingeniar para pasarlas y eso que colaboraron bastante bien,
pero de todas formas hubo que darles una especie de cursillo y garantizarles su
integridad, sobre todo, a algunas que habían tenido oportunidad de tratar con alguno
de los monjes y tenían un miedo horrible. Las íbamos pasando de todas las
maneras y lo raro es que no se dieran cuenta, porque nosotros creábamos la
necesidad y enseguida aparecía alguna meretriz que realizaba la tarea. Al
principio era muy fácil. Se rompía una tubería, furcia fontanera que les
mandábamos desde una Empresa creada por el Obispo de Madrid-Alcalá que parecía
como más serio y hasta en el mono les poníamos una especie de escudo con la
Catedral de la Almudena para que aquello tuviera mas veracidad. Nuestro común
amigo, Alberto que era cliente antiguo de la Hospedería y a quien por su
antigüedad le dejaban zascandilear por todo el convento, era el encargado de
romper cosas y yo mandaba los operarios, en este caso las operarias. Por
ejemplo, otro día se rompió la megafonía de la Basílica y como era sábado y por
la tarde había Misa, tuvimos que mandar a tres para resolver el problema.
- Pero ¿de verdad que los curas no se daban
cuenta? - Ana no podía disimular y se partía de risa ante tan bárbaras
historias y entre risa y risa tenía que desembarazarse de las manos de Roberto
que intentaban abrazarla como si de un pulpo se tratase.
- Ellos dicen que no, pero yo estoy convencido
que mas de uno lo sabía e incluso, aunque las fulanitas y más después del
cursillo eran superdiscretas, se las benefició aprovechando que ya iban pagadas
por el Señor Obispo, pero eso es secreto de confesión y por lo tanto no se
puede saber.
- Oye, pero tu me has hablado de cuatro o cinco
días, pero hasta los treinta ¿que os inventabais?
- Sinceramente no me acuerdo de todo lo que
hicimos en treinta días, pero aquello fue demencial. Parecía imposible que
todos los días ocurriera alguna cosa y a ninguno se le ocurrió pensar que
Alberto anduviera por en medio, pero fue así. Ya te digo que no me acuerdo de
todas las faenas, pero lo que si que te puedo asegurar es que no quedó nada por
averiar. La televisiones dejaron de funcionar, las tuberías saltaban como por
encanto, los cerrojos de las puertas dejaban a algún cliente atrapado, los
cristales se rompían casi por la gracia de Dios, los cuchillos dejaban de
cortar y había que buscar una que fuera de Orense y que tuviera alguna idea de
afilar y lo mas difícil de ese día fue encontrar un vespino con la piedra de
esmeril, pero tuvimos la fortuna que cuando casi habíamos desistido de la idea,
apareció un mozo orensano pregonando la mercancía y allí lo tuvimos dale que te
pego en el mueblé de Doña Dorinda, hasta que una de las contratadas acabó su
cometido. En fín, fueron muchas las ideas, pero lo importante es que llegamos
al final de mes y cada uno nos embolsamos cien mil cucas que no nos vinieron
nada mal.
- Venga, no me dejes así, no seas pesado,
seguro que te acuerdas de mas historias y no me las quieres contar.
- De verdad que no me acuerdo, piensa que de
eso hace ya casi cinco años
- ¿Y no has vuelto a ver a ninguna de las
artistas?
- Como dicen en gallego “chamalas como queiras”
o algo así, pero lo que son, son putas y uno desde que te conoció no visita
esos antros de perversión y claro necesita de vez en cuando alguna alegría que
tú me la podías dar ¿no te parece?
Roberto la rodeó con sus
brazos y la atrajo hacia si. Ana trataba de resistirse, pero al final entre que
ella tampoco era de piedra y la pesadez de su supuesto pretendiente acabó
pegando su mejilla a la suya y dándole un pequeño beso de una manera fugaz.
Roberto empezó a dar
saltos por el parque y hasta a una pobre anciana que pasaba por allí la detuvo
con un gesto autoritario y le explicó :
- Señora, acaba usted de ver, si señora, no
diga usted que no, acaba usted de ver como esta señorita me ha besado ¿se ha
dado cuenta?
- ¡Que cosas tienen estos chicos! Dios mío.
- Diga usted que si, señora y me hará el hombre
más feliz del mundo – Roberto seguía dando brincos como una cabra. La señora
desvió la mirada hacia Ana y esta le hizo un gesto con la mano como indicando
que estaba loco.
- Por Favor, señorita, digame que si y no me
haga sufrir más – dicho lo cual se arrodilló ante ella y le hizo una profunda
reverencia. Ana se levantó y tomando una pequeña rama de un árbol, se la pasó
por la cabeza y fué recitando las condiciones que se le imponían para ser
merecedor de sus encantos.
- Mire usted caballero – Ana le puso un pié en
la espalda - le estoy diciendo que mire – Roberto levantó la cabeza y desde su
postura arrodillado le pareció todavía mas guapa que nunca – Le voy a decir que
si, pero con condiciones.
- Digame cuales son esas condiciones bella dama
y le aseguro que serán cumplidas como fiel caballero que soy.
- Don Roberto de Valencia y otros Lares: con la
autoridad que me confiere mi calidad de nacida en un pueblo de la provincia de
Valladolid y en base a su comportamiento en los últimos días, le concedo el
honor de ser mi prometido durante diecisiete días. En ese período de tiempo
tendrá que demostrarme su hidalguía, dejará a las otras mujeres y solo vivirá
por y para mí. No acudirá a cine o teatro alguno sin mi compañía y los Domingos
a la una se verá obligado a acompañarme a Misa en la Iglesia de Santa María de
los Desamparados. No acudirá al estadio Santiago Bernabeu ni aunque el Real
Madrid juegue algún partido de Copa de Europa y en la televisión no verá
estudio estadio. Por último y como condición “sine qua non” no acudirá nunca en
mi presencia sin haberse afeitado y acicalado con colonia Baron Dandy. Esta es
mi voluntad
Roberto se rehizo de su
incómoda postura y mirándola fijamente a los ojos no pudo por menos que
contestar:
- Joder, Ana te has pasado, una cosa es que yo
te declare mi amor y otra es que te aproveches de esa manera. Te he dicho
muchas veces que te quiero y tú ni puñetero caso y ahora, así de pronto, ¿vas y
me quieres? Mira, esto no es serio. Yo creo que nos deberíamos dar un período
de reflexión de una semana y después te contesto ¿te parece?
Ana le pareció que había
gato encerrado, pero en lugar de manifestar su disgusto por no haber sido
aceptada, solo se le ocurrió preguntar de una manera inocente
- ¿Contra quien juega el Madrid el
miércoles?
- Pues nada menos que contra el Milán, o sea
que el jueves te doy la contestación
- Roberto, tienes una cara como el cemento
Aquellos pensamientos la
hicieron sonreir y todos sus amigos se alegraron, porque, como decía Oscar “ir
a las fiestas de Majadahonda con el cortejo fúnebre era un coñazo”
- Tú si que eres un coñazo que nos querías
llevar al Troley ese donde se junta todo el pijerío de Madrid.
- Pues anda que aquí hay muchos de izquierdas.
Fijate, no se ve ni uno solo que no lleve vaqueros, náuticos, polo de marca y
jersey a la cintura
- ¿Y eso es síntoma de pijo?
- Pues claro.
- Ya – Sonia otra de las presentes intervino
con una media sonrisa – entonces yo estoy rodeada porque tú no llevas vaqueros
pero el resto es pijo de la muerte y tus amigos mira como van.
- Si, pero estos no son pijos. La prueba está
en que todos trabajan y los pijos viven del cuento.
- ¿Seguro? Yo creo que no todos. Yo por lo
menos conozco alguno que si que trabaja lo que pasa es que la empresa es de su
padre, pero trabajar, trabaja.
Carlos se levantó, se ajustó
el jersey y con un vamos a animarnos se metieron en pleno follón, al son de una
canción de Adriano Celentano que resultaba interesante para que la gente
tuviera oportunidad de cambiar impresiones, porque a continuación la banda de
rock de Villanueva de la Cañada atronó el recinto ferial.
A base de empujones
llegaron a uno de los chiringuitos donde pidieron unos cuba-libres y se
sentaron en el suelo cerca, pero detrás, de uno de los altavoces
- ¿Tú en que trabajas? - Le preguntó a Ana uno
de los chicos mientras sacaba un Ducados de una cajetilla toda arrugada del
bolsillo del pantalón
- Soy secretaria en Papelerías Castellanas ¿y
tú?
- Yo soy Farmacéutico de la Armada y trabajo en
el Ministerio de Marina, en la Plaza de
Cibeles y ¿tienes mucho trabajo?
- Hombre, mucho, mucho no, hago muchas horas,
pero también es verdad que durante una parte del día soy la encargada de
atender el teléfono y ahí si que no pego ni golpe, porque quitando algún
despistado todo el mundo hace sus encargos a través del fax ¿ y tú?, no sabía
que en la Marina había farmacéuticos.
- Pues ya sabes una cosa mas, no te acostarás
sin aprender algo más, que dice el refrán. En la Marina tenemos de todo, lo que
pasa es que la gente no lo sabe.
- Eso es verdad pero parece como si los
militares fuerais los grandes desconocidos de la Sociedad o por lo menos a mi
me lo parece.
- No exageres, guapa, que tampoco somos
apestados.
- No, hombre, no te enfades que no te lo decía
con mala intención. Lo que pasa es que, por lo menos alguno que yo conozco vive
en pabellones militares, va a las instalaciones deportivas de los militares,
sale con las hijas de sus vecinos que también son militares y para colmo toma
copas en algún bar que también es propiedad de algún militar o familiar.
- Venga, no exageres que eso era antes. Ahora
los militares no tenemos casas y vivimos en bloques normales y corrientes.
- Eso serán algunos porque mi amiga Floren que
es hija de un brigada del Ejército, vive en Carabanchel en unas casas que solo
son para ellos.
- Bueno, yo no he dicho que todos los militares
vivan en casas civiles, pero la mayoría sí, sobre todo la gente como yo que
hicimos primero una carrera y luego la oposición a Marina.
- ¿Y es muy difícil?
- No es de las peores oposiciones. No me
acuerdo muy bien, porque la hice hace ya casi cinco años, pero éramos, mas o
menos, treinta y tantos que para diez plazas no es exagerado.
- Chico, no tenía ni idea que para todas esas
cosas hubiera que examinarse.
- Hombre, es normal si nó, todo el mundo querría
entrar.
- Yo creo que no, porque lo militar ahora mismo
está como mal visto o por lo menos en los ambientes que yo me muevo
- ¿Tú crees que eso es así?
- Claro, sinó, pregúntales a todos estos que
opinan y ya verás lo que te contestan; de los militronchos no quieren ni oir
hablar.
- Si que es verdad que la sociedad actual no
está por la labor de lo militar, decir lo contrario sería negar la evidencia,
pero yo creo que es mas por desconocimiento de lo que hacemos que por otra cosa
- Posiblemente – Ana se levantó y se estiró los
vaqueros ajustados dejando ver una imagen en su vestir de modernidad. Sus
piernas eran largas y bien contorneadas y su figura se veía realzada por unos
zapatos de hermosos tacones.
El farmacéutico de la
Armada también se levantó
- Oye, perdona, pero todavía no me has dicho
como te llamas.
- Ah si, es que éstos – se dio la vuelta y
señaló con el dedo a los presentes – tienen la manía de no presentar a nadie.
Me llamo Ana.
- Encantado de conocerte. Yo me llamo Juan
Ignacio – con gesto muy serio le dio la mano y la miró de arriba abajo – desde
que nos vimos en el Metro no he parado de mirarte, aunque seguro que tú no te
has dado cuenta, y la verdad es que eres una mujer muy atractiva.
- Vaya, hoy va de piropos – Ana se resistía a
creer lo que le decía ese amigo de hacía solamente unas horas. Eran muchas las
veces que había vivido situaciones similares y para una vez que decidía que su
vida debería de dar un giro, venía éste y parecía como que quería ligar – nos
acabamos de presentar y atacas directamente, no te andas con rodeos.
- ¡Que va! Si ligo menos que el chofer del
Papa, lo que pasa es que me pareces una mujer interesante y creo que eres completamente diferente a como
tratas de representar. Ya te digo que seguro que no te has dado cuenta, pero en
el transcurso de la tarde parece como si te hubieras ausentado, por lo menos un
par de veces, como si estuvieras en otro sitio. Luego te has integrado como muy
bien en la juerga, pero como dos horas después parece como si hubieras vuelto a
desconectar y no te das cuenta, pero te cambia la expresión de la cara.
- ¿Si? – Ana se rió con fuerza aunque daba la
impresión que era una risa forzada – Seguro que te estás imaginando que soy una
chica con montones de problemas y hasta que a lo mejor todo es consecuencia de
una infancia desafortunada.
Ahora le tocó el turno de
la carcajada a Juan Ignacio lo que hizo asomar una dentadura en perfecto estado
de revista enmarcada en una cara agradable, no era un hombre guapo, no, pero
tenía algo que le hacía interesante. Su nariz era corta, los labios algo
engrosados, las cejas pobladas y unos hoyuelos en ambas mejillas se hacían
presentes cuando sonreía. Era tirando a alto con anchas espaldas y toda su
figura irradiaba como vitalidad. Sus manos, que constituían un punto de
referencia habitual para Ana, estaban bien conservadas y se notaba que su
trabajo no era, en ningún caso, manual
- Parecería que soy psicólogo y ya te he dicho
que soy farmacéutico, pero si que es cierto que me gusta analizar a la gente
que estoy con ella y como no suelo hablar excesivamente, esto me sirve para
distraerme.
- Pues para eso búscate un mono, guapo, que yo
ya soy muy mayor para que me tomes el pelo
- Perdona si te he molestado, pero no quería
que te sintieras mal, sinó todo lo contrario, te he visto como apagada y por
eso me he acercado a ti, pero si te enfadas retiro todo lo dicho.
Seguimos con las aventuras y desventuras de Ana que no para de entablar amistades.
ResponderEliminarMiedo me das con eso de que no sabes si es un capítulo u otro !!!!. Si ya nos cuesta situarnos de vez en cuando, no te digo nada si nos pones los capítulos desordenados. Esperemos que pongas orden en tus archivos y en tu cabeza para escribir el final.
Si todo sale bien vas a ir al Planeta de cabeza
Bss y hasta él próximo (¿será el 42 o el 50?). jajaja
Bienvenido el verano; ¡¡ ya esta aquí !!
Me he retrasado por haber pasado unos días en La Manga. Hay que disfrutar del agua calentita que luego en Cedeira está congelada.
ResponderEliminarEste capítulo podría titularse " La secretaria y el farmaceutico ". Primero esa aventura del convento, luego entra en escena el marino farmaceutico, podría haber sido un teniente de navío o un infante de marina, pero un aspirino..... Cosas del autor que es muy peculiar.
Estoy intrigado como será el próximo capítulo. Lo mismo aparecemos en Vietnam, que divertido.
Un abrazo a todos.