sábado, 14 de junio de 2014

EL TRIO DE DOS: CAPITULO 40

Queridos blogueros/as: Esta vez no va a haber introducción porque tengo que deciros que, por fin, ya se como acabar la segunda parte y en este fin de semana la acabo. Tendré que retocar la tercera parte y parece que poco a poco se va viendo el final. Por eso, HOY NO HAY INTRODUCCION.
Un abrazo y como siempre intentar ser felices
Un abrazo
Tino Belas  
CAPITULO 40.-

Ana avanzaba a empujones entre aquella auténtica multitud de gente joven que se agolpaba a lo que parecían unas puertas en medio del campo. Por entre tantas cabezas y al fondo de todo, una especie de escenario con gran cantidad de focos distribuidos a lo largo de una franja roja que hacía las veces de hipotético telón, llenaba una amplia explanada rodeada de farolas que dejaban un rastro de poca luz, mucho alcohol y buen rollo para la mayoría. Las fiestas de esa localidad situada a pocos kilómetros de Madrid se habían convertido en punto de reunión de los menores de treinta años y los atascos para llegar eran monumentales. El recinto ferial estaba claramente dividido en dos mitades, una dedicada a los mas jóvenes, con la explanada y los bares de copas  que la rodeaban y una segunda donde el orden predominaba y las casetas disponían de mesas y sillas, incluso en algunas, los puertas decidían quien entraba y quien no, en base a unos criterios discutibles de forma de vestir o de peinar. Para llegar a la explanada donde la música se volvía atronadora por los casi veinte altavoces instalados en los postes que sostenían la megafonía, era necesario pasar por la zona de los mayores y en donde se establecían las normas. La conversaciones parecían cortadas por el mismo patrón:
-  Mamá, ¿a que hora quedamos?
-  A las doce aquí, ¿vale?
-  ¡ A las doce! Mamá, eso no puede ser. A Natalia y a todas mis amigas las dejan hasta las dos y media
-  ¡ Que barbaridad, tú estás loca, con quince años no se puede venir a las tres de la mañana a casa. Ni hablar.
-  Pero Mamá, si venimos todas juntas.
-  Ni juntas ni separadas, no le des vueltas, Mar, lo que hagan tus amigas a mí me da lo mismo, ya sabes que a tu padre no le gusta que llegues tarde.
-  Pero, Mamá, estamos en fiestas y tú me dijiste que si aprobaba todas, este año me dejarías más tiempo.
Ana estaba sentada dos mesas más allá en compañía de varios amigos y no podía por menos que recordar a sus padres en las fiestas de Medina del Campo. No veía la cara de la madre de la niña ni falta que le hacía porque se estaba  viendo a si misma. Diez años menos, el pelo sin mechas, menos pintada, menos tacones y la falda más larga, pero los mismos argumentos. Entonces su madre no la entendía y ahora, con veinticinco años la echaba de menos, antes discutían siempre, ahora desde que se vino a Madrid, no solo no discutían sino que eran casi amigas. Habían pasado diez años y muchas cosas, la más importante la muerte de su padre en accidente de tráfico y a pesar de estar rodeada de gente, como le pasaba mas a menudo de lo que ella deseara, Ana se encontraba sola. Tenía muchos amigos, un trabajo de Secretaría en una empresa de papelería, una habitación en un piso compartido, ropa de calidad, dinero para sus caprichos y hasta un pequeño utilitario que le permitía desplazarse por Madrid sin tener que recurrir al atestado transporte público y sin embargo estaba sola. Esa soledad que poca gente entiende, soledad interior, soledad que se disimula bien pero que va impregnando todos los tejidos de su piel. Sabía que algo tenía que suceder para que aquello cambiara, pero no sabía ni como ni donde. A veces, pensaba si se habría equivocado al venirse tan joven desde el pueblo, si el tener que ganarse la vida habría perdido oportunidades de ser de otra manera, si el vivir sola la había hecho rodearse de una especie de frialdad que ella no deseaba, si debería buscarse una pareja, si sería mejor no buscársela, si, si, si.....
-  Ana, Ana, despierta que estamos en las fiestas de Majadahonda.
-  Perdona, Roberto que estaba en las nubes.
-  Eso no hace falta que lo jures. Llevas una temporada que algo te pasa y nadie sabemos lo que puede ser.
-  Pues, no te preocupes que no es nada importante
-  ¿ Y no te podemos ayudar?
-  No, porque ya te digo que no es nada importante.
-  Bueno, bueno, allá tú, pero los amigos estamos para momentos como el que estás pasando. Cuando las cosas van bien, nunca nos hacen falta, pero a veces son necesarios.
-  Ya lo se - Ana se volvió a meter en si misma y a pesar de la cantidad de gente que circulaba por la caseta, parecía como si estuviera ausente, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado.
Roberto la miró entre sorprendido y algo preocupado. Se consideraba algo más que un amigo, aunque para Ana era solamente alguien en quien podía confiar. Desde que se conocieron en casa de unos amigos, se habían caído bien y se veían con mucha frecuencia. Casi siempre con más gente a pesar que Roberto intentaba crear un ambiente íntimo a su alrededor, pero ella lo rechazaba sistemáticamente con el argumento que eran muy buenos amigos, pero nada más. Siempre le argumentaba que era muy joven para una relación formal y que tiempo habría para plantearse ese tipo de situaciones. Hacía meses que comenzaron a salir en pandilla y a pesar de todo, Roberto insistía en intentar estar a solas con ella. Era como dos años mas mayor, había terminado la carrera de Periodismo y estaba en período de pruebas en Radio Nacional de España en el Departamento de Sonido. Natural de Valencia, pero afincado en Madrid, desde hacía muchos años, era un joven alto, moreno de rostro bien parecido, nariz aguileña, manos grandes, anchas espaldas y fama de juerguista. Sus fechorías amorosas eran muy conocidas por todas sus amistades y aunque en general, era muy simpático, a veces, se pasaba en contar sus aventuras con algunas chicas que conocía en ambientes de diversión. Ana se lo reprochaba constantemente porque le molestaba sobremanera la forma de entender la vida de este chico que trataba de enamorarla, pero sin perder su autonomía.
-  ¿No te das cuenta que eso que pretendes es imposible, Roberto? ¿ Tú crees que vas a encontrar alguna mujer que acepte esas condiciones?
-  Hombre yo estoy convencido que sí ¿porqué no?
-  Pero ¿cómo que porqué? ¿Tú te crees que las mujeres no tenemos también nuestro amor propio?
-  No soy capaz de entenderte y deja al resto del mundo que se organice como quiera. Yo lo que te ofrezco es que salgas conmigo para que me conozcas de verdad, no como te cuentan que soy y verás como sería un novio perfecto para ti ¿no te lo crees?
Ana no pudo por menos que soltar una sonora carcajada. Estaba absolutamente convencida que era un cara dura de tomo y lomo, pero había algo en él que la tenía confundida. Según su estado de ánimo, el de Ana por supuesto, algunos días pensaba que si saliese con él lograría hacerlo cambiar, pero otros muchos, quizá la mayoría, creía que lo que el buscaba en las mujeres ella no lo aceptaría nunca. Estaba educada a la antigua o quizás sus experiencias previas no habían sido especialmente prometedoras o lo que fuera, pero lo que tenía claro es que ella, y eso era una parte importante de lo que él pretendía, no se iba a la cama con el primero que se pusiera a tiro.
Era necesario que se dieran otra serie de circunstancias para que ella fuera mas condescendiente.
Roberto insistía con esos argumentos que comenzaban a sonar a rancios
-  Ana, si tú quisieras, nos íbamos un fín de semana por ahí y te demostraría todo mi amor. Te aseguro que sería una experiencia inolvidable para ti y descubrirías lo que es el amor, pero amor de verdad, no de ese que te ofrecen en las telenovelas, no. Seríamos dos en uno y eso es una situación que no se puede explicar. Hay que disfrutarla.
-  Ya – Ana le devolvía lo explicado por él unos días antes – y entonces me volvería como la tal Erika, la sueca que nos contaste la semana pasada que cuando salías de la habitación porque habías quedado conmigo, se agarraba a tus piernas y te pedía que no la abandonases que sin ti no podría vivir y que si la dejabas se tiraría al Metro en la Estación de Ópera.
-  ¿ Y yo que querías que hiciera? Ante la posibilidad que aquello fuera verdad, no tuve más remedio que volverme a la cama con ella y volver a declararle mi amor, no fuera a ser que por una tontería cometiera otra más grande y así, después de un rato de diversión me fui y se quedó tan tranquila. ¿ Me quieres explicar que hubieras hecho tú en la misma situación?
-  Roberto, deja de decir tonterías porque yo no tendría que hacer nada porque nunca llegaría a ese momento.
-  ¿Tú nunca has tenido necesidad de un hombre?
Ana le miró con una sonrisa en los labios, mientras retiraba la mano que Roberto había apoyado “distraídamente” sobre su muslo izquierdo. Le daban ganas de dejarle hacer porque no tenía ni idea de hasta donde sería capaz de llegar, pero ante la duda prefirió no seguir con aquel juego.
-  Mira, Roberto, no seas pesado siempre con lo mismo. Métete en la cabeza que yo no soy tú y que no necesito para nada un hombre en mi cama como si fuera una cualquiera. Antes de llegar a eso hay un montón de trámites que hay que cumplir y después ya veríamos.
-  Pero para ti ¿que es lo principal en una relación de pareja?
-  La fidelidad – Ana contestó sin dudarlo ni un solo segundo
-  Y el sexo ¿no?
-  No, aunque te parezca imposible, no. Bueno, no exactamente no, pero después de tener la seguridad de que con el que me vaya a la cama me es fiel porque sinó, ¿cuál es la diferencia con una fulana?
-  Hombre, no compares. Las fulanas como las llamas tú, trabajan por dinero y se acuestan con todo el que pague y en mi caso es diferente. Lo mío es amor ¿no lo entiendes?
Roberto puso una cara que parecía Romeo en su declaración formal a Julieta lo que provocó la sonrisa de Ana
-  Tienes un rollo que seguro que funciona para mucha gente, pero conmigo no va, chaval, que se te ve el plumero.
-  Pero ¿cómo me puedes decir eso? Te prometo que si me aceptas como tu novio formal me vuelvo mas serio que un Benedictino en el Monasterio de Santo Domingo de Silos.
-  Ya, como nuestro común amigo Juamma que estuvo allí un mes y lo echaron porque desprestigiaba el buen nombre del convento.







2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas14 de junio de 2014, 17:55

    Esta vez con Ana y sus ideas. Esta chica me tiene desconcertado y no me imagino como irá evolucionando. Ya lo veremos.
    Intentaré ser feliz, como recomienda el autor.
    Un abrazo a todos

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  2. Por fin volvemos a saber de Ana. No tengo ni idea de la fecha en la que nos estamos moviendo. ¿Años 60?. El tiempo va pasando pero el autor no nos dice cuantos años han pasado ...
    Tengo un poco de despiste pero me encanta saber de Ana; la echaba de menos.
    Estoy encantada de saber que la segunda parte tiene final. Felicidades Tino; has recuperado la ilusión y las ganas de escribir.
    Bss y hasta el próximo capítulo

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