CAPITULO 40.-
Ana avanzaba a empujones
entre aquella auténtica multitud de gente joven que se agolpaba a lo que
parecían unas puertas en medio del campo. Por entre tantas cabezas y al fondo
de todo, una especie de escenario con gran cantidad de focos distribuidos a lo
largo de una franja roja que hacía las veces de hipotético telón, llenaba una
amplia explanada rodeada de farolas que dejaban un rastro de poca luz, mucho
alcohol y buen rollo para la mayoría. Las fiestas de esa localidad situada a
pocos kilómetros de Madrid se habían convertido en punto de reunión de los
menores de treinta años y los atascos para llegar eran monumentales. El recinto
ferial estaba claramente dividido en dos mitades, una dedicada a los mas
jóvenes, con la explanada y los bares de copas
que la rodeaban y una segunda donde el orden predominaba y las casetas
disponían de mesas y sillas, incluso en algunas, los puertas decidían quien
entraba y quien no, en base a unos criterios discutibles de forma de vestir o
de peinar. Para llegar a la explanada donde la música se volvía atronadora por
los casi veinte altavoces instalados en los postes que sostenían la megafonía,
era necesario pasar por la zona de los mayores y en donde se establecían las
normas. La conversaciones parecían cortadas por el mismo patrón:
- Mamá, ¿a que hora quedamos?
- A las doce aquí, ¿vale?
- ¡ A las doce! Mamá, eso no puede ser. A
Natalia y a todas mis amigas las dejan hasta las dos y media
- ¡ Que barbaridad, tú estás loca, con quince
años no se puede venir a las tres de la mañana a casa. Ni hablar.
- Pero Mamá, si venimos todas juntas.
- Ni juntas ni separadas, no le des vueltas,
Mar, lo que hagan tus amigas a mí me da lo mismo, ya sabes que a tu padre no le
gusta que llegues tarde.
- Pero, Mamá, estamos en fiestas y tú me
dijiste que si aprobaba todas, este año me dejarías más tiempo.
Ana estaba sentada dos
mesas más allá en compañía de varios amigos y no podía por menos que recordar a
sus padres en las fiestas de Medina del Campo. No veía la cara de la madre de
la niña ni falta que le hacía porque se estaba
viendo a si misma. Diez años menos, el pelo sin mechas, menos pintada,
menos tacones y la falda más larga, pero los mismos argumentos. Entonces su madre
no la entendía y ahora, con veinticinco años la echaba de menos, antes
discutían siempre, ahora desde que se vino a Madrid, no solo no discutían sino
que eran casi amigas. Habían pasado diez años y muchas cosas, la más importante
la muerte de su padre en accidente de tráfico y a pesar de estar rodeada de
gente, como le pasaba mas a menudo de lo que ella deseara, Ana se encontraba
sola. Tenía muchos amigos, un trabajo de Secretaría en una empresa de
papelería, una habitación en un piso compartido, ropa de calidad, dinero para
sus caprichos y hasta un pequeño utilitario que le permitía desplazarse por
Madrid sin tener que recurrir al atestado transporte público y sin embargo
estaba sola. Esa soledad que poca gente entiende, soledad interior, soledad que
se disimula bien pero que va impregnando todos los tejidos de su piel. Sabía
que algo tenía que suceder para que aquello cambiara, pero no sabía ni como ni
donde. A veces, pensaba si se habría equivocado al venirse tan joven desde el
pueblo, si el tener que ganarse la vida habría perdido oportunidades de ser de
otra manera, si el vivir sola la había hecho rodearse de una especie de
frialdad que ella no deseaba, si debería buscarse una pareja, si sería mejor no
buscársela, si, si, si.....
- Ana, Ana, despierta que estamos en las
fiestas de Majadahonda.
- Perdona, Roberto que estaba en las nubes.
- Eso no hace falta que lo jures. Llevas una
temporada que algo te pasa y nadie sabemos lo que puede ser.
- Pues, no te preocupes que no es nada
importante
- ¿ Y no te podemos ayudar?
- No, porque ya te digo que no es nada
importante.
- Bueno, bueno, allá tú, pero los amigos
estamos para momentos como el que estás pasando. Cuando las cosas van bien,
nunca nos hacen falta, pero a veces son necesarios.
- Ya lo se - Ana se volvió a meter en si misma
y a pesar de la cantidad de gente que circulaba por la caseta, parecía como si
estuviera ausente, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado.
Roberto la miró entre
sorprendido y algo preocupado. Se consideraba algo más que un amigo, aunque
para Ana era solamente alguien en quien podía confiar. Desde que se conocieron
en casa de unos amigos, se habían caído bien y se veían con mucha frecuencia.
Casi siempre con más gente a pesar que Roberto intentaba crear un ambiente
íntimo a su alrededor, pero ella lo rechazaba sistemáticamente con el argumento
que eran muy buenos amigos, pero nada más. Siempre le argumentaba que era muy
joven para una relación formal y que tiempo habría para plantearse ese tipo de
situaciones. Hacía meses que comenzaron a salir en pandilla y a pesar de todo,
Roberto insistía en intentar estar a solas con ella. Era como dos años mas
mayor, había terminado la carrera de Periodismo y estaba en período de pruebas
en Radio Nacional de España en el Departamento de Sonido. Natural de Valencia,
pero afincado en Madrid, desde hacía muchos años, era un joven alto, moreno de
rostro bien parecido, nariz aguileña, manos grandes, anchas espaldas y fama de
juerguista. Sus fechorías amorosas eran muy conocidas por todas sus amistades y
aunque en general, era muy simpático, a veces, se pasaba en contar sus
aventuras con algunas chicas que conocía en ambientes de diversión. Ana se lo
reprochaba constantemente porque le molestaba sobremanera la forma de entender
la vida de este chico que trataba de enamorarla, pero sin perder su autonomía.
- ¿No te das cuenta que eso que pretendes es
imposible, Roberto? ¿ Tú crees que vas a encontrar alguna mujer que acepte esas
condiciones?
- Hombre yo estoy convencido que sí ¿porqué no?
- Pero ¿cómo que porqué? ¿Tú te crees que las
mujeres no tenemos también nuestro amor propio?
- No soy capaz de entenderte y deja al resto
del mundo que se organice como quiera. Yo lo que te ofrezco es que salgas
conmigo para que me conozcas de verdad, no como te cuentan que soy y verás como
sería un novio perfecto para ti ¿no te lo crees?
Ana no pudo por menos que
soltar una sonora carcajada. Estaba absolutamente convencida que era un cara
dura de tomo y lomo, pero había algo en él que la tenía confundida. Según su
estado de ánimo, el de Ana por supuesto, algunos días pensaba que si saliese
con él lograría hacerlo cambiar, pero otros muchos, quizá la mayoría, creía que
lo que el buscaba en las mujeres ella no lo aceptaría nunca. Estaba educada a
la antigua o quizás sus experiencias previas no habían sido especialmente
prometedoras o lo que fuera, pero lo que tenía claro es que ella, y eso era una
parte importante de lo que él pretendía, no se iba a la cama con el primero que
se pusiera a tiro.
Era necesario que se
dieran otra serie de circunstancias para que ella fuera mas condescendiente.
Roberto insistía con esos
argumentos que comenzaban a sonar a rancios
- Ana, si tú quisieras, nos íbamos un fín de
semana por ahí y te demostraría todo mi amor. Te aseguro que sería una
experiencia inolvidable para ti y descubrirías lo que es el amor, pero amor de
verdad, no de ese que te ofrecen en las telenovelas, no. Seríamos dos en uno y
eso es una situación que no se puede explicar. Hay que disfrutarla.
- Ya – Ana le devolvía lo explicado por él unos
días antes – y entonces me volvería como la tal Erika, la sueca que nos
contaste la semana pasada que cuando salías de la habitación porque habías
quedado conmigo, se agarraba a tus piernas y te pedía que no la abandonases que
sin ti no podría vivir y que si la dejabas se tiraría al Metro en la Estación de Ópera.
- ¿ Y yo que querías que hiciera? Ante la
posibilidad que aquello fuera verdad, no tuve más remedio que volverme a la
cama con ella y volver a declararle mi amor, no fuera a ser que por una
tontería cometiera otra más grande y así, después de un rato de diversión me
fui y se quedó tan tranquila. ¿ Me quieres explicar que hubieras hecho tú en la
misma situación?
- Roberto, deja de decir tonterías porque yo no
tendría que hacer nada porque nunca llegaría a ese momento.
- ¿Tú nunca has tenido necesidad de un hombre?
Ana le miró con una
sonrisa en los labios, mientras retiraba la mano que Roberto había apoyado
“distraídamente” sobre su muslo izquierdo. Le daban ganas de dejarle hacer
porque no tenía ni idea de hasta donde sería capaz de llegar, pero ante la duda
prefirió no seguir con aquel juego.
- Mira, Roberto, no seas pesado siempre con lo
mismo. Métete en la cabeza que yo no soy tú y que no necesito para nada un
hombre en mi cama como si fuera una cualquiera. Antes de llegar a eso hay un
montón de trámites que hay que cumplir y después ya veríamos.
- Pero para ti ¿que es lo principal en una
relación de pareja?
- La fidelidad – Ana contestó sin dudarlo ni un
solo segundo
- Y el sexo ¿no?
- No, aunque te parezca imposible, no. Bueno,
no exactamente no, pero después de tener la seguridad de que con el que me vaya
a la cama me es fiel porque sinó, ¿cuál es la diferencia con una fulana?
- Hombre, no compares. Las fulanas como las
llamas tú, trabajan por dinero y se acuestan con todo el que pague y en mi caso
es diferente. Lo mío es amor ¿no lo entiendes?
Roberto puso una cara que
parecía Romeo en su declaración formal a Julieta lo que provocó la sonrisa de Ana
- Tienes un rollo que seguro que funciona para
mucha gente, pero conmigo no va, chaval, que se te ve el plumero.
- Pero ¿cómo me puedes decir eso? Te prometo
que si me aceptas como tu novio formal me vuelvo mas serio que un Benedictino
en el Monasterio de Santo Domingo de Silos.
- Ya, como nuestro común amigo Juamma que
estuvo allí un mes y lo echaron porque desprestigiaba el buen nombre del
convento.
Esta vez con Ana y sus ideas. Esta chica me tiene desconcertado y no me imagino como irá evolucionando. Ya lo veremos.
ResponderEliminarIntentaré ser feliz, como recomienda el autor.
Un abrazo a todos
Por fin volvemos a saber de Ana. No tengo ni idea de la fecha en la que nos estamos moviendo. ¿Años 60?. El tiempo va pasando pero el autor no nos dice cuantos años han pasado ...
ResponderEliminarTengo un poco de despiste pero me encanta saber de Ana; la echaba de menos.
Estoy encantada de saber que la segunda parte tiene final. Felicidades Tino; has recuperado la ilusión y las ganas de escribir.
Bss y hasta el próximo capítulo