domingo, 28 de abril de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 13


 Queridos blogueros/as: Ante la presión popular y como sigue sin aparecer el famoso capítulo 13, lo publico ahora, curiosamente después del 14, pero es lo que hay, o sea, que perdón, pero no tengo ni idea lo que ha pasado
Un beso
Tino Belas


CAPITULO 13.-

Juan cerró la puerta y se volvió a la sala de espera. Le había cambiado la expresión de la cara y ahora se le notaba aliviado. ¡Menudo Médico más simpático! ¡Para que luego digan que la Seguridad Social funciona mal. AHora lo único que hace falta es que todo evolucione como queremos todos y finalmente este accidente habrá sido eso, un accidente y nada mas. El Abuelo estaba tan ensimismado con estos pensamientos que no se dio cuenta que ya no era el único inquilino de la sala de espera. En los asientos próximos un matrimonio con dos hijos esperaban pacientemente a que alguien  les hiciera alguna indicación para acercarse y que el Médico les informase porque desde hacía doce horas nadie les había dicho nada de nada sobre su padre que había ingresado con un cuadro de fiebres de origen desconocido.
En los de enfrente, una señora mayor, vestida de luto riguroso, desgranaba las cuentas de un viejo rosario anudado a su muñeca izquierda En la forma de mover los dedos y en la expresión del conjunto de todo su cuerpo, se notaba que estaba presa de una enorme ansiedad. Se había sentado muy pocos minutos antes y no cesaba de mirar a sus compañeros de sala con la ilusión que alguno se acercase y poder compartir sus preocupaciones en esas interminables horas de espera. El Abuelo no le quitaba el ojo de encima y en ocasiones cuando ella bajaba la vista hacia el viejo rosario que se entrelazaba con sus dedos, trataba de ver las cuentas que le quedaban para acercarse en el momento oportuno y ese momento llegó cuando la señora guardó el rosario en el bolso y se quedó mirando al techo con una expresión de estar en otro sitio

-        Perdone, Señora, pero la llevo observando desde hace varios minutos y creo que necesita un poco de conversación ¿puedo ayudarla?
-        Se lo agradezco mucho. Señor, pero lo único que necesito es información y me han dicho que me espere aquí que ya saldrá el Médico para darme las oportunas explicaciones.
-        ¿Es relacionado con algún familiar?
-        Si, es mi hijo querido, el único que tengo – la señora se removió inquieta en el asiento – estaba en casa y ha empezado a tener mucho dolor en el pecho y me lo he traído
-        ¿Le estaría dando un infarto?
-        No lo se, eso es lo que estoy esperando que me diga el Médico
-        ¿Había estado enfermo antes? – Juan no cejaba de hacerle preguntas con la sana intención de entretenerla aunque solo fuera unos minutos
-        Yo creo que no, aunque no lo se seguro porque hace años que se fue de mi casa y le veo muy de tarde en tarde
-        ¿Es mayor?
-        Cuarenta y un años
-        ¡Un chaval! – el Abuelo le dio unos golpecitos en la mano – a esa edad se supera todo. Ya verá como todo va bien
-        Dios le oiga

Una enfermera de media edad vestida con pijama verde se asomó por el fondo de la sala y con voz potente preguntó por algún familiar de Álvaro Lopez. La señora se levantó rápidamente y se acercó a la que la llamaba. El Abuelo la vio alejarse y pensó como sería la vida de aquella señora a la que acababa de conocer. Estaba  casi seguro que vivía sola, no sabía porqué pero tenía pinta de ser una mujer independiente, que se tenía que ganar la vida con su trabajo y entendía que estuviera agobiada, pero seguro que saldría bien porque en algún sitio había oído que si te da un infarto y te atienden pronto, no suele haber problemas graves y que en las Unidades de Cardiología te salvan la vida si o si.

-        ¡Que barbaridad! Se ha llenado la sala y yo casi sin darme cuenta – Juan se entretenía observando la gente que se sentaba enfrente de él, una madre mantenía a un bebé en sus brazos intentando que no rompiera los tímpanos de todos los presentes pero el recién nacido, no tendría mas de dos o tres meses, hacía méritos para conseguirlo, un joven vomitaba en una sábana escondiendo la cabeza entre las manos mientras una abuela tosía con tos perruna que la hacía bajar la cabeza hasta casi tocar con el suelo. Un mendigo se había tumbado ocupando dos asientos y mediante su postura fetal había conseguido un sueño tan profundo que silbaba con cada respiración. Su equipaje consistente en una bolsa del Corte Inglés en la que guardaba una pastilla de jabón, una cuchilla de afeitar, un cepillo de dientes, un peine, una camisa vieja arrugada, un jersey marrón en el que el tiempo había dejado su huella y unos calcetines de lana ocupaba una parte importante del suelo alrededor y era conocido por todos los presentes porque su dueño se había encargado de sacar todo el contenido de la bolsa, ponerlo en la silla de al lado y acto seguido, volver a introducirlo en el mismo sitio. Parecía como si quisiera que todos sus compañeros de sala supieran de lo importante de sus pertenencias porque según las guardaba las iba enseñando una a una.

Al cabo de una hora le indicaron al Abuelo que podía pasar y desde un pasillo, tras un cristal, pudo ver a la Abuela que estaba en la UVI rodeada de cables por todos lados y una mascarilla que le ocupaba más de la mitad de la cara. A través de un interfono colocado en la pared, una enfermera le indicó que estaba evolucionando muy bien y que hasta el día siguiente a las once no habría nuevas informaciones por parte de los Médicos y que como tenían su teléfono por si pasaba algo, lo mejor que podría hacer era irse a su casa a descansar un poco.

Juan todavía impresionado por la visión de su mujer sin poder hablar con ella porque todavía estaba bajo los efectos de la anestesia se volvió a casa y al introducir la llave en la cerradura, las lágrimas, de nuevo las lágrimas, hicieron su aparición por ambas mejillas. Encendió la luz del hall y aquello fue como si hubiera iluminado su soledad. ¡Otra vez la soledad!, pero esta vez una soledad con trampa porque sabía que en unos días la Abuela estaría de vuelta. La casa olía a ella y todavía estaban sus cosas por ahí lo que era normal porque había tenido que salir corriendo y no tuvo tiempo de recoger nada. Era noche cerrada y después de abrir una cerveza se sentó en la terraza. La luna parecía estar mas llena que nunca y Juan extendió la mano como si quisiera tocarla. Luego cerró los dedos y se dio cuenta que solamente era el aire lo que intentaba sujetar. Enchufó el viejo tocadiscos y colocó un disco de vinilo de Bach. A continuación ajustó la aguja y la música de un violín llenó todo el espacio. A la memoria le vinieron, otra vez, multitud de recuerdos siempre con la Abuela, sobre todo, al sonar la segunda de las piezas del viejo long play que era un vals. Con esa música podría bailar con la Abuela, pero no estaba y se dio cuenta que hacía muchos años que no sacaba nunca a bailar a su mujer. Entonces con un movimiento suave agarró una escoba de la cocina y tomándola por el talle la atrajo hacia si y lentamente comenzó a girar sobre si mismo. Vueltas y mas vueltas hasta casi agotarse y al sentarse delante de su escritorio y abrir el primer cajón, comprobó que eran muchos los papeles que estaban sin ordenar. Una vez al año, el matrimonio se sentaba, los clasificaba y se los llevaban  al gestor para que, con la ayuda del ordenador, les hiciera la declaración anual de la renta. En otro cajón del mismo escritorio se acumulaban fotos de todos los tiempos y a un lado una vieja agenda de teléfonos con las tapas de hule negro y las hojas de su interior amarillentas, reflejo del paso del tiempo. En ellas se acumulaban números de teléfonos desde antes de poner el prefijo. Muchos de ellos le resultaban conocidos, pero otros no tenía ni idea a quien podrían corresponder. En la mayoría no había ninguna seña de identidad diferente al nombre, pero en algunos, los menos,  al lado y entre paréntesis del número estaba la profesión del poseedor del número y así vio algunos como Isidro (fontanero) Eladio (queso) Alfonso (alfombras) Samuel (electricista) Jaime (abogado, marido de Leire)  etc……etc. En aquella agenda de tapas flexibles estaba toda su vida resumida en veintiocho letras, las del alfabeto porque por allí desfilaron todos sus amigos, familiares y muchos más. Se le pasó por la cabeza alguno de esos números, hablar con el dueño del número, explicarle quien era y contarle la historia, pero no le pareció oportuno. Lo mismo llevaba muerto hace diez años y metía la pata hasta el fondo.

-        Mejor será dejarlo y seguir investigando otras cosas en este cajón de los recuerdos 

El Abuelo dejó el teléfono sobre una mesita circular y siguió vaciando el cajón. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que la Abuela guardaba cartas antiguas. Allí estaban sujetas con una goma un montón de cartas con los sobres con matasellos de Santander, es decir, hacía cuarenta años, otras de Soria, de lo menos hacía veinte años y las menos eran de Málaga con aspecto de ser mucho mas modernas. Las estuvo mirando sin sacar las hojas, hasta que llegó a un sobre, algo mas pequeños que el resto, de color rojo, no tenía matasellos ni ningún elemento identificativo de su procedencia y por la letra sabía que no era de él. Lo abrió y sacó una hoja cuadriculada todavía con el resto de las anillas en uno de sus lados, que se notaba como arrancada de cualquier cuaderno y con letras mayúsculas que se leían bastante bien, el autor de la nota comunicaba que
“TU MARIDO ESTA LIADO CON UNA MUCHO MAS JOVEN QUE TU. QUE LO SEPAS
UNA AMIGA

-  O sea que la Abuela conocía que durante una época estuve con chica israelí y nunca había dicho nada -  Juan pensó en la discreción de su mujer. Lo sabía y no había soltado prenda -  y yo que pensaba que era un artista disimulando – El Abuelo recordaba aquella época de tanto trajín, siempre disimulando y con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba convencido que la Abuela no se había enterado de nada. Los encuentros con aquella becaria estaban tan bien planificados y en lugares tan distintos que la Abuela, con los medios que había entonces,  pudiera enterarse. También es verdad que a Juan nunca se le hubiera ocurrido pensar que dentro de su propia empresa tenía un espía que encima le quería mal e iba con el cuento a su esposa. Incluso le pareció hasta mal ¿por qué le contaban aquellas cosas. Al fin y al cabo siempre habían sido fuera del horario laboral y el que lo supiera le tenía que haber seguido por toda la ciudad.

Si antes de leer esta carta el Abuelo quería con toda su alma y admiraba a  Ana, ahora después de saber que conocía sus andanzas, la admiraba todavía más. Menos mal que la infidelidad había sido de él para la Abuela que si llega a ser al revés, la habría puesto de patitas en la calle porque partía de la base que su mujer le era absolutamente fiel, de eso estaba completamente seguro, ¡faltaría mas! eso si que no, pegárselo con otro, eso no lo podría consentir y sin embargo la Abuela había reaccionado de manera completamente distinta, se tragó todo como si fuera una simple aspirina y nunca había hecho la mas mínima objeción.

Lo curioso es que después de tanto tiempo aquello para el Abuelo era una simple aventura, una cana al aire, sin mayor trascendencia. Había cometido un error, bueno, varios errores, pero tampoco era para tanto y menos para que la Abuela actuara de la misma manera ¡eso si que no!

Amanecía un nuevo día y Juan, desde su cama y a través de la ventana de su dormitorio veía los picos de las montañas próximas con todavía algo de nieve. Con un leve movimiento de su mano derecha, palpó las teclas de la vieja radio despertador y con un movimiento instintivo apretó una de ellas y la voz de un locutor inundó toda la habitación y en ese momento, aunque sabía que no podía ser, le pareció oír a Ana que le rogaba que pusiera la radio mas baja porque no se había dormido hasta las tres de la mañana y tenía la intención de dormir algo mas. Rápidamente  se quitó de su cabeza ese pensamiento y prestó atención a aquella voz que era ya como de la familia. Era un viejo locutor que hacía un programa diario de seis de la mañana a doce desde por lo menos veinte años atrás. Para Juan era como su compañero de todas sus levantadas, lo primero que hacía al despertarse era poner la radio. Muchos días, incluso sin la petición de Ana, las ponía mas baja y se volvía a dormir, pero hoy parecía que iba a ser diferente. Juan estaba despejado como si hubiera dormido diez horas y solamente habían sido cuatro y media y se mostró interesado por las noticias, aunque la voz monótona del cronista no era de las mejores para meterte en el papel, sin embargo debió de ser algo importante porque las noticias corrían como si transcurriesen por un reguero de pólvora. Intentó prestar algo más de atención y por fin descubrió que la noticia era un atentado terrorista sobre las Torres Gemelas de Nueva York. Le parecía imposible lo que estaba oyendo pero según pasaban los minutos las noticias se confirmaban. Al  parecer primero un avión y luego otro habían impactado voluntariamente sobre dos de los rascacielos mas emblemáticos de la ciudad norteamericana provocando el derrumbe de las dos torres y la muerte de miles de personas que se encontraban trabajando en cientos de oficinas de ambos edificios. Para muchas personas el solo hecho del atentado les hubiera supuesto levantarse inmediatamente, encender el televisor y contemplar imágenes espeluznantes, sin embargo en Juan la voz que transmitía lo único que consiguió fue exacerbar su afirmación de que el hombre es un animal que no tiene arreglo. Ni siquiera se dignó salir de la cama, la noticia no le merecía tanto esfuerzo, eso posiblemente era el efecto que buscaban los que organizaron aquel atentado, no, para Juan aquello era algo que no le cabía en la cabeza. Cientos y cientos de preguntas se agolpaban tratando de buscar una explicación ¿Cómo era posible que unos fulanos, le daba igual si eran de derechas o de izquierdas, musulmanes o chinos,  fueran capaces de secuestrar dos aviones y estrellarlos contra dos edificios enormes de altos, llenos de gente? Por muy mal que te hubiera ido en la vida, por muchas faenas que el imperialismo americano haga o deje de hacer ¿que culpa tenían todos los que estaban trabajando? En lugar de pensar en los efectos de algo tan increíble su imaginación se encaminó hacia los momentos previos al atentado. ¿La maldad humana puede llegar a ser tan terrible que encima les cuenten sus planes a los pasajeros de unos aviones que se encaminarían tranquilamente  a sus trabajos o a sus casas a reunirse con sus familiares? ¿Como serían esos minutos finales? Juan estaba en la cama y se imaginaba los gritos por los pasillos del avión de unos terroristas ¿uno que comete un atentado de ese calibre realmente está loco? Mientras el avión volaba hacía su objetivo y ellos conocían su destino perfectamente. ¿Cómo es posible que se pueda planificar durante meses una barbarie como esa y ninguno muestre el más mínimo arrepentimiento como para comunicarlo a la Policía y evitarlo? ¿Cómo es posible? Juan no tenía explicación alguna, uno puede ser un animal de bellotas, mala gente, un resentido, en definitiva, una persona sin posibilidad de vivir en el mundo que nos había tocado, pero no lo podía entender. ¡Llevar directamente dos aviones de pasajeros contra dos rascacielos! Pero ¿a quien se le puede ocurrir semejante barbaridad?

Intentó tranquilizarse y pensar en Ana, al fin y al cabo, el papel de cada uno está donde está, pero, una y otra vez volvía al principio, ¿cómo es posible que en el mundo exista gente tan mala? Intentaba comprender muchas situaciones de países pobres que lucharan contra la desigualdad, pero no entendía que tenía que ver todo esto con matar a miles de personas inocentes que su único pecado, si es que tenían alguno, era trabajar en unas torres impresionantes de altas. Juan todavía recordaba la semana que pasaron, hacía ya muchos años, recorriendo Estados Unidos cuando a él le dio por decir que se había pasado la vida entera trabajando y que entre las muchas asignaturas pendientes tenía la de visitar la ciudad de los  rascacielos y como, Ana  y él, desde un helicóptero vieron esas torres y muchas mas y se quedaron impresionados. Es mas, se acordaba como si fuera en ese momento, que habían comentado cuanta gente trabajaría en esos monstruos y que Ana le obligó a soltar una carcajada cuando le contestó que mas que todos los habitantes de Soria, Segovia y Ávila juntos y posiblemente no andaba nada desencaminada porque las torres se multiplicaban por todos los sitios para donde mirases y ahora cada persona una tragedia. Muchos familiares estarían buscando por las urgencias de los hospitales tratado de agarrarse a un clavo ardiendo cuando sabían que era imposible y encima con un caos en toda la ciudad que para que. Las líneas telefónicas bloqueadas, las imágenes de la televisión y las noticias de la radio indicaban que miles de habitantes de aquella ciudad iban de un sitio para otro como locos, sin saber ni que hacer y todo por cuatro terroristas que si, es cierto, habían conseguido su objetivo ¿y que? Habían matado a cientos de inocentes ¿ese era su objetivo?

Poco a poco Juan se iba recuperando de tan terrible despertar y con pena pero pensando de una manera práctica, se levantó, se duchó, preparó un vaso de leche que se bebió con lentitud sentado en el porche de su casa mirando al infinito con la mirada perdida y esperó al taxi que le llevaría al Hospital y que le devolvería a la realidad. Le pareció una especie de falta de respeto el haber dormido casi seis horas sin acordarse ni un solo minuto de Ana, su mujer, que estaría en la UVI sabe Dios si con dolores después de ser operada. Seguro que cuando se lo contara ella le entendería como siempre, pero, a pesar de todo,  eso  le hacía sentirse como un poco culpable y encima cuando se levantó, el notición, bueno, lo mejor es que así nunca se olvidarían de la fecha, al fin y al cabo, coincidían la operación y el atentado, dos noticias de un gran alcance para él, una, la operación de Ana por su cercanía y otra por ser un episodio que a buen seguro tendría una repercusión mundial y mas tratándose de un agresión tremenda contra el pueblo americano que suele responder con aquello de que la mejor defensa es un buen ataque.

El taxi, un Mercedes de color negro, se acercaba por el camino dejando tras de si una estela de polvo que lo hacía presente desde unos cientos de metros antes. Juan se levantó, hizo un pequeño ramo con las flores de su jardín uniendo los tallos con un cordel y esperó a que el taxi se detuviera completamente en la puerta de su jardín.  Emiliano, el conductor del único taxi que desde hacía años hacía los servicios desde el pueblo hasta la ciudad, se bajó con la idea de abrir la maletera, pero rectificó cuando se dio cuenta que Juan no llevaba nada mas que el ramo entre sus manos

-        ¿No lleva nada de equipaje?
-        No
-        ¿Pero no va al hospital?
-        Si
-        ¿Y no lleva ni una muda para Doña Ana?
-        Pues ahora que lo dices, tienes razón, espérame un momento

Juan volvió a entrar nuevamente en la casa, subió a la habitación y del tercer cajón de una vieja cómoda de caoba sacó un camisón blanco y unas cuantas prendas de ropa interior que introdujo en un maletín. Se dio cuenta que tampoco llevaba nada de aseo y ya en el cuarto de baño buscó lo necesario y también lo guardó en el maletín

-        Muchas gracias, Emiliano – le agradeció al taxista mientras se sentaba en el asiento de atrás – si no llega a ser por ti, me planto en el hospital sin nada y seguro que hubiera tenido que volver.
-        ¿A que hora tiene que estar?
-        En principio no tengo hora porque mi mujer está en la UVI y puedo estar con ella todo el tiempo que quiera, pero me gustaría estar antes de la una y media para que el Médico me cuente como va evolucionando
-        ¿A la una y media?
-        Si
-        Nos sobra tiempo
-        Mejor – contestó Juan – así no hace falta que corra
-        Críate fama y échate a dormir – el taxista esbozó una sonrisa

El campo estaba radiante, la lluvia le había hecho rejuvenecer y le había dejado como un mozo a punto de licenciarse del Servicio Militar, las amapolas aparecían como pequeños racimos haciendo como de separación entre los diferentes tonos de verdes, los árboles se movían agitados por una leve brisa que hacía que la sensación de calor se hiciera mas soportable y el sol que casi estaba en lo mejor, aportaba una luz que hacía que Emiliano tuviera que ponerse unas gafas oscuras y Juan entornase los ojos.






2 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas28 de abril de 2013, 1:50

    Todo arreglado. Leído el capítulo 13. Voy a por el 14 que lo tengo debajo. Hasta luego.

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  2. Bueno, otra vez estoy aquí, voy a leerme todos los capítulos que me faltan... la verdad es que los leo en el ipad pero no me deja contestar y hoy que tengo tiempo los leo por el ordenador y así si puedo comentar... Pobre Juan... se encuentra mas solo que la una, pero me imagino que Ana se recuperara pronto y para casita. !!!!a por el siguiente!!!! Besos.

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