Queridos
blogueros/as: Otro capítulo mas y casi sin darnos cuenta ya vamos por el once y
os puedo adelantar que son veinitres o sea que todavía os queda bastante y yo
espero seguir siendo constante y metiendo todos los fines de semana un capítulo
cada vez. Si lo cumplo tenemos para tres meses, o sea para mediados de Julio,
luego vacaciones y a la vuelta, si está de Dios y el tiempo lo permite,
seguiremos con otras cosas.
Hace
años escribí una novela bastante larga, se llama “El trio de dos”que mi familia
con motivo de nuestras bodas de plata la imprimieron, pero debían tener muy
poca pasta porque la letra es tan pequeña que deberían haber regalado con cada
ejemplar una lupa para poderla leer, pero me acuerdo que en aquella
celebración, firmé ejemplares en mi casa a los invitados y por ahí deben de
andar. Total que dándole vueltas a la cabeza, el otro día se me ocurrió la
posibilidad de darle un argumento un poco mas consistente y hacerla todavía mas
larga, como dirían los profesionales
trabajarla mas y posiblemente me meta en ese tinglado. Ya os contaré. De
todas las maneras, tengo que terminar las historias de un mesonero gallego,
cosa bien fácil de hacer, le prendo fuego al mesón y tan amigos.
En
fin, muchas ideas, tiempo todo el que quiera y mas y solo falta ponerme a ello
Este
capítulo también tiene cosas para pensar. Como siempre, espero que os guste
Un
beso
Tino
Belas
CAPITULO
11.-
La
noche pasó como casi todas. El Abuelo se despertó dos veces y en una de ellas
se tuvo que levantar para hacer pis y se volvió a la cama. Como casi todas las
noches, no se durmió enseguida, tardó mas de dos horas, tiempo en el que puso
la radio, aunque nunca la oía Se durmió como a las tres de la mañana, mas o
menos, y se despertó a las ocho y media justo cuando Carlos Herrera
entrevistaba al Presidente del Gobierno. El Abuelo apoyó su brazo derecho en su
mujer, que se movió ante la presión de su marido. Juan esperaba que se diera la
vuelta, pero ésta no solo no lo hizo, si no que le retiró el brazo y el Abuelo
volvió a su posición inicial. A los pocos minutos y cuando el sol empezaba a
penetrar por la ventana, se levantó, encendió la cocina, preparó la cafetera y
mientras que el café se desperezaba Juan se lavó los dientes, se afeitó
cuidadosamente con una vieja “Gillette” previamente se había enjabonado toda la cara con una brocha de
gruesas cerdas, se dio una larga ducha disfrutando las gotas de agua caliente
que resbalaban por su cuerpo y después de secarse, se vistió con sus viejos
pantalones de pana, una camisa de franela, un jersey de cuello alto y unas
botas forradas. Bebió lentamente, mojó tres galletas bajas en calorías en el
humeante café, se calzó un chaquetón azul y se subió el cuello hasta casi tapar
sus orejas y salió.
El
día era frío, aunque según su vecino por la tarde mejoraría, el sol se asomaba
tímidamente y Juan provisto de un bastón con empuñadura de plata, comenzó a
caminar en dirección opuesta al pueblo. Le gustaba pasear sin rumbo todas las
mañanas, aunque siempre terminaba en alguna parte y esta vez no iba a ser diferente. En el bar
del pueblo, donde se acumulaban fotos del Barsa y del Real Madrid, la barra era
de aluminio con el dispensador de cañas en el centro, la máquina de café a la
derecha y una pequeña batidora en el lado izquierdo. Allí el Abuelo quedaba a
diario con sus amigos con los que les unía una amistad que no envejecía a pesar
de los años. Leía el periódico, discutía un rato de política, sobre todo con
Andrés, el antiguo cartero, hablaba de futbol con Servando, un ex alcalde que
no se resignaba a perder la alcaldía y se preparaba para dejar de ser el Jefe
de la Oposición
Municipal , jugaba a las cartas con Ismael, el harinero y
terminaba la mañana dando un pequeño paseo con Don Genaro, el único propietario
de Farmacia en muchos pueblos a la redonda y con el que le unía unos lazos de
afectividad muy grandes. Por el camino hablaban de política, de sus nietos, de
la vida en el pueblo, de lo que pesaban los años, de las mujeres de cada uno y
hasta de Religión, pero casi nunca se ponían de acuerdo. Eran dos personas tan
absolutamente diferentes que, a pesar de todo, tenían muchos puntos en común,
sobre todo en lo referente a los pequeños detalles de la vida y trataban de
celebrarlos como si fuesen acontecimientos extraordinarios. Caminaban durante
dos o dos horas y media diarias haciendo que el perder el tiempo fuese la mejor
manera de emplearlo. Eran unas horas tranquilas, relajadas en las que el camino
les servía como si fuera un rail de ferrocarril que les impedía salirse del
mismo. Si hacía sol, se cubrían con unas gorras y si llovía entonces hacían su
aparición los paraguas de vistosos colores. Por fin, el Abuelo llega a su casa,
se da una ducha con agua caliente y se sienta con una Coca Cola en la mano. El
porche es lo mejor de la casa, es como una prolongación de los ideales de los
dueños. Sentado en la silla de mimbre se queda extasiado ante la magnitud del
paisaje que se extiende desde su cuerpo hasta las montañas cubiertas con una
fina capa de nieve blanca. El sol intenta calentar el ambiente, pero el
termómetro no se deja.
-
Es media mañana,
sol como Dios manda, día claro y sin viento y encima lo puedo disfrutar ¿qué
mas le puedo pedir a la vida? – Juan pensaba estas y muchas mas cosas mientras,
casi sin darse cuenta, hacía un pequeño cigarrillo con una vieja máquina de
rodillos en la que previamente había introducido papel y tabaco y a base de
darle vueltas salía un pitillo fino al que se añadía un filtro mínimo.
El
Abuelo fumaba poco, pero fumaba y era consciente que atentaba contra su propia
salud, pero no le preocupaba, ya había llegado a una edad en que de algo se
tenía que morir y no estaba dispuesto a
renunciar a estos pequeños placeres. Comía poco, prácticamente no bebía y su
vida era prácticamente igual un día que otro y no le gustaba. Le daba igual que
fuera martes que viernes. Solo variaba el domingo por aquello de ir a Misa y
aquellos días en que aparecían los nietos y al día siguiente o al otro volvía
la rutina. Vivía en un pueblo y la monotonía es la base de la vida, cosa que en
una ciudad es mas fácil de superar, que si un día al futbol, que si otro al
cine, que si a merendar a casa de algún hijo o simplemente pasear viendo escaparates,
pero en un pueblo no existían esas oportunidades y las excusas contra la rutina
se las tenía que fabricar uno mismo y para eso la imaginación era fundamental.
La visión de un hormiguero con el trajín de las hormigas de acá para allá podía
hacer que el día fuera diferente o el ver un pájaro revoloteando tu habitación
desde una rama del manzano situado al lado de su ventana o el sonido del viento
o el olor de una flor, el ladrido de un perro, el ruido de un motor. Cualquier
cosa era buena para huir del mayor peligro de la vejez que no era otro que la
rutina. Por supuesto que la soledad, otro de los grandes peligros, podría hacer
su aparición en cualquier momento pero, gracias a Dios, éste no era su casa.
Tanto el Abuelo como su mujer disfrutaban de una excelente salud, aunque eran
conscientes que en un solo segundo en la vida podría variar todo y darles un
revolcón.
Juan
era un hombre con imaginación, seguro que si, pero no se hacía a la idea de
vivir solo. Llevaba tanto tiempo casado con la Abuela que era todo para
él. El nunca había sido un “mea pilas”, si que iba a Misa todos los Domingos y
fiestas de guardar pero poco mas. Sin embargo últimamente le había dado por
rezar el rosario todos los días y siempre pedía por alguien en concreto.
Actualmente, tenía un motivo y era la enfermedad del Teodoro, el dueño de la
ferretería del pueblo que no era un íntimo amigo suyo, pero paseaban juntos de
vez en cuando y desde que le diagnosticaron un cáncer de páncreas no levantaba
cabeza. En la capital no le habían dado ninguna esperanza y aunque el Cirujano
trato de suavizar la situación le indicó que la única solución era una revisión
quirúrgica, que se hizo en su momento y que confirmó la existencia de
innumerables metástasis que aparecían por todas partes. En base a esas lesiones
y el tiempo transcurrido se podría asegurar que fallecería en un plazo no mayor
de un año y Teodoro reaccionó magníficamente ante de la extrañeza de amigos y
familiares. Siempre había sido un hombre querido en el pueblo, desde hacía, nada
mas y nada menos que setenta y dos años, salía poco, aunque en la mili estuvo
destinado en Gijón y Santander y luego cuando uno de sus hijos estuvo viviendo
en Málaga él se desplazaba de vez en cuando y allí estuvo casi seis meses, pero
el bueno de Teodoro echaba de menos su pueblo, el pueblo era su vida. Allí había nacido y esperaba que allí se
produjera su muerte.
-
En fin –
comentaba el Teodoro con una voz muy fina y como ahogada y encima sonriente – ya que me queda poco, lo
menos que puedo intentar hacer es que la gente que me rodea se sienta feliz
Uno
de los días que el Abuelo salía de su casa para dar su habitual paseo alrededor
de su casa, casi se da de bruces con el mismo Don Teodoro que descansaba
sentado en un campo
-
¿Que tal va la
vida, Teodoro? – preguntó el Abuelo
-
Poco a poco –
contestó Teodoro a través de una boca en la que le quedaban muy pocos dientes,
-
Que pasa ¿te
cansas?
-
Claro, si no, no
tendría necesidad de sentarme en un banco cada dos por tres- contestó todavía
un poco agobiado por el esfuerzo realizado.
-
¿Quieres
compañía? - Juan extrajo una petaca del
bolsillo de su pantalón, depositó un poco de tabaco sobre la ranura y dio la
vuelta a los rodillos para que el pitillo le saliera lo mas fino posible.
-
Siempre se
agradece, Don Juan. Siéntese que aquí a la fresca se está muy bien
-
¿Un pitillo?
-
Muchas gracias,
pero para fumar estoy yo
-
¿Te molesta que
fume?
-
A mi me da igual.
Yo fui fumador pero hace muchos años que le gané la guerra
-
¿Y no lo echas de
menos?
-
¡Que va! además
que de eso hace mas de cuarenta años
-
¡Que envidia! Eso
si que me gustaría conseguirlo a mi, pero no soy capaz, no tengo ninguna fuerza
de voluntad.
-
De algo hay que
morirse – el Teodoro trató de dibujar una sonrisa – pero yo de usted lo dejaría
porque, usted lo sabe igual que yo, eso del tabaco es muy malo
-
¡Y que lo digas!
-
Pero bueno
tampoco hay que exagerar porque peor es el cáncer de páncreas y aquí me tienes
-
¿Cómo te
encuentras?
-
Si quiere que le
diga la verdad y ahora que no nos oye nadie le voy a confesar una cosa con la
condición que no se la diga a nadie – el Teodoro acercó su boca a la oreja de
Juan que le escuchaba con atención – estoy fatal y tal y como me voy viendo
creo que me voy a morir en muy pocos días, pero no lo sabe nadie ¿me entiende?
-
¿Ni siquiera se
lo has dicho a Julia?
-
¡Para que! No es
necesario. Lo mismo que lo noto yo, lo nota ella pero disimula bastante bien,
aunque de vez en cuando se le escapa alguna lagrimilla pero solo de vez en
cuando.
-
Pues yo, si
quieres que te diga la verdad Teodoro, no te encuentro tan mal – Juan le dio
una pequeña palmada en el muslo – si que es verdad que lo que es decir muy
buena cara, eso es verdad que no, pero sin embargo no has adelgazado mucho
-
No se lo puedo
decir porque nunca me he pesado en mi vida, pero algo si que he perdido.
-
Solo faltaba,
pero dentro de lo malo, todavía conservas un buen carácter.
-
¿Y que quiere que
haga? – El Teodoro se quedó mirando hacia un barranco próximo – me podría poner
a llorar pero no creo que me valiera de mucho
-
¿Tú eres
creyente?
-
Creyente si,
practicante no.
-
Te lo decía
porque a lo mejor el cura te podía ayudar
-
¡Para que! Ya se
que lo mío no tiene arreglo, o sea, que perdería el tiempo. Yo lo único que le
pido a Dios es tener una muerte digna.
-
¿Y por qué no le
pides que te cure?
-
Porque no creo en
los milagros y teniendo un cáncer muy avanzado como tengo yo, ni Dios lo
arregla ¿me comprende? me va usted a perdonar pero me vuelvo a casa porque no
me encuentro muy allá ¿usted va a seguir con su paseo?
-
Casi si porque
hace muy buen día
-
Pues nada, que
usted lo pase bien y hasta otro día – El Teodoro inició su lento regreso
apoyado en su vieja garrota de pino trabajada con su pequeña navaja durante
muchas noches de invierno.
Juan
iba en dirección contraria y estaba tan impresionado con el malísimo aspecto de
Teodoro que decidió, mientras caminaba, rezar un rosario pidiéndole a Dios que
le ayudara en lo que estaba seguro que iban a ser sus últimos días. Con los
dedos de la mano izquierda iba contando los Misterios que sabía que eran cinco,
pero no tenía ni idea de cuales, si gozosos, dolorosos o los que fueran y con
los dedos de la otra mano contaba las Avemarías. Quiso terminar con las
letanías, pero de esas si que no se acordaba de ninguna y así casi sin darse
cuenta llegó al capítulo de las peticiones y ahí es donde pidió por su amigo
Teodoro, para que como era su deseo tuvieran una muerte digna y ya de paso
aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid también pidió por la Abuela y por él, para que
vivieran muchos años disfrutando de buena salud. Lo de rezar el Rosario ese día
fue como espontáneo, pero los días sucesivos lo tomó como un hábito y en todos
sus paseos rezaba a su Dios, ese Dios con el que se había peleado innumerables
veces y se había reconciliado otras tantas, seguro como estaba que estaría
pendiente de sus oraciones y en su momento le haría caso.
No
habría pasado ni una semana cuando a la vuelta del paseo diario, las campanas
de la Iglesia
tocaron a muerto. El Teodoro que le ha llegado su hora pensó para sus adentros
y Dios le ha escuchado porque ayer por la tarde estaba jugando la partida de
tute. Dentro de lo malo, lo menos malo, porque si tenía un cáncer muy avanzado
para que dejar pasar el tiempo y tenía que reconocer que su amigo Teodoro lo
había llevado con una gran dignidad y entereza de ánimo. Ni un solo día se
quejó y Juan pensó que para él querría lo mismo, solo que no tenía ninguna
prisa. Si por él fuera esperaría veinte años más, pero todo estaba en manos de
ese Dios al que todos los días le dedicaba un cuarto de hora de su gran
cantidad de tiempo libre. Ya de vuelta, Juan abrió la puerta metálica del
jardín con una llave que colgaba permanentemente de su cinturón, paseó unos
minutos entre las plantas que cultivaba la Abuela y viendo como las rosas estaban más
bonitas que nunca y como la hiedra casi había terminado su escalada por la
pared que daba a la parte lateral de la casa. La puerta de madera que
comunicaba con el interior de la vivienda estaba entreabierta y sin hacer
ningún ruido Juan llegó hasta su dormitorio y se quedó mirando a la Abuela que estaba
profundamente dormida. Al poco tiempo ella abrió los ojos
-
Perdona, pero he
dormido fatal esta noche y estaba aprovechando para echarme un sueñecito –
comentó mientras estiraba los brazos - ¿Qué miras?
-
¡Que pasa! ¿ya no
se pueden mirar las obras de arte?
-
Tu si que eres
una obra de arte
-
Bueno, a mi me
pareces fenomenal
-
Sería hace años
porque ahora tengo un cuerpo como para pasearlo por un Museo
-
A mi me gusta
-
Venga, déjate de
tonterías y vamos a desayunar que todavía tengo que hacer un montón de cosas.
-
Está claro que no
se te pueden decir piropos
-
Poder se puede,
porqué no, pero después de tantos años de casados hay cosas que se dan por
sabidas
-
Pero de vez en
cuando no viene mal recordarlas
-
Anda, venga vamos
a desayunar.
Que personajes mas curiosos van saliendo en cada capítulo; cada uno con su historia personal. Pobre Teodoro; con que dignidad llevó su enfermedad. Hay mucha gente en la vida real que se comporta como Teodoro; son admirables
ResponderEliminarMe sigue gustando la novela.
Bss y hasta la proxima
Me encantan las reflexiones de Juan en sus paseos... y sus rezos, por lo menos para que Teodoro jugara a las cartas hasta la tarde antes de morirse. Que típico las campanas tocando a muerto, en Cedeira lo siguen haciendo, yo las oigo desde Vilacacin y siempre pienso ¿quien será.....? Besos y hasta la semana que viene.
ResponderEliminarFin de semana en el Valle del Jerte. Un buen sitio para sentarte en una piedra y ponerte a pensar como Juan. Los cerezos en flor una maravilla. A mi también me sigue gustando la novela.
ResponderEliminarUn abrazo a todos