Un beso
Tino Belas
CAPITULO
3.-
Ana
se volvió a apoyar en la balconada y
contempló las luces en el horizonte y preguntó:
-
¿No te gustaría
conocer lo que pasa en cada una de esas casas?
-
Tu siempre has
sido bastante cotilla pero si quieres
jugamos un poco ¿quieres? Mira, hacemos una cosa. Señalamos una luz y cada uno
se inventa una versión de lo que allí está pasando ¿te parece?
-
Aquellas luces de
la derecha deben ser Reurte – las señaló con el dedo índice de su mano derecha.
-
No, pero yo no
digo eso – Juan bebió un poco mas de vino – lo que digo es que nos imaginemos
lo que ocurre en el interior de cada vivienda. ¿Jugamos? ¿Qué pasará allí? -
Juan señaló una luz en la ladera del monte
-
¿Aquella que está sola?
-
Si, casi al final
del camino
Ana
dejó volar su imaginación aunque sabía todos los datos
-
En aquella casa
vive el Señor Andrés y la
Señora Luisa. El fue cartero en su juventud y ahora tiene una
enfermedad que lo tiene postrado en la cama.
-
¿Y que está
haciendo la Señora Luisa ?
-
Ella está
preparando la cena y no estoy muy segura pero juraría que está haciendo lo de
todos los días una sopa de fideos y una tortilla francesa
-
¿Le da siempre de
cenar lo mismo? ¡que aburrimiento!
-
Bueno, desde que
volvió del Hospital se ha acostumbrado a ese tipo de cenas y nunca le dan otra
cosa. Hoy es de los días que está tranquilo porque hay algunos que no le puedes
decir nada y se pasa el día discutiendo, con razón o sin ella, pero
discutiendo.
-
Hay que ver la
gente tan rara que hay por el mundo. Uno es de una determinada manera, cae
enfermo y no se porqué se le agria el carácter y se vuelve insoportable.
-
No lo se, pero
casi siempre eso les pasa a los hombres ¿porqué será?
-
A mi me parece
que eso no debe ser una cuestión de sexo
-
No, si yo no digo
que sea de sexo – Ana le llevaba la contraria su marido – lo que está claro es que
las mujeres llevamos mejor las enfermedades que vosotros y si no fíjate cuando
hay un enfermo en la casa ¿quien le cuida? El marido siempre se imagina a su
mujer como muy abnegada, sacrificada al máximo, preocupada por no salir de casa
y con toda la ropa a punto, Si fuerais los maridos los que tuvieseis que
arreglar la casa otro gallo cantaría.
-
Que quieres decir
con eso ¿Qué los hombres somos mas egoístas?
-
El generalizar
nunca es bueno, pero yo creo que si
-
¿Y no puede ser
que seamos más prácticos? Nosotros
contratamos a otra persona para ese trabajo y no te creas que la vida cambia
tanto
-
No cambia para ti
que no estás enfermo pero el que está en el lecho del dolor, lo único que
quiere es alguien que le de cariño, que le mime y no solo que le ponga delante
una tortilla.
-
Muy bien, Ana,
esta primera historia nos ha salido muy bien.
-
Si, pero pobre
Señor Andrés, nosotros de juerga y él sin poderse levantar.
-
Bueno pero
estamos jugando, tampoco es para ponerse así
-
¿Seguimos? – Ana
oteó el horizonte - ¿te parece bien aquella casa?
-
Cual, ¿la de la
izquierda?
-
Si. Venga,
empiezas tú y que sea con mas morbo que la anterior, pero que conste que la mía
ha sido de diez.
-
Bien. Me tendré
que esmerar – Juan se puso las dos manos sobre las sienes en actitud de
profunda meditación – ya está. En esa casa vive Juana, una maestra de treinta
años que decidió trasladarse a esa casa después de diez años de noviazgo con un
chico de Salamanca y al que sin saber porqué, le salió un trabajo en Sevilla y
desde que se fue si te he visto no me acuerdo. Ella lo buscó por todas partes y
nunca mas se supo y en vista de eso y para no ser la atracción de toda
Salamanca pidió el traslado y se vino para aquí casi de un día para otro.
-
¿Y vive sola?
-
Si aunque de vez
en cuando se junta con el profesor de sociales de otra escuela próxima y pasan
algunos fines de semana juntos.
-
Y hoy que le toca
¿profe o soledad?
-
Espera, déjame
pensar – Juan volvió a adoptar la postura de profunda meditación – hasta ahora
ha estado sola y lleva toda la tarde trajinando en el jardín, pero luego se ha
puesto a ver una película de video, que por cierto le había dejado Jesús el
profesor de sociales, y entre que la película es un poco subida de tono y que
la profesora a sus treinta años está en edad de merecer, se nos está poniendo
como una moto y no me extrañaría nada que en cinco minutos, a través del móvil,
llame a Jesús y le proponga que vaya a su casa
-
¿Puedo seguir yo?
– Ana se moría de ganas de inventarse algo
-
Pues claro,
faltaría mas, de eso se trata, que sea un juego entre dos.
-
Bien, pues
entonces yo se lo que va a pasar. Suena el teléfono y ¿sabes quien es?
-
¿Jesús?
-
Si
-
Hola soy Juana
¿qué haces?
-
Nada, he estado
corrigiendo unos exámenes y ahora pensaba irme a dar una vuelta por el pueblo ¿por
qué?
-
No, por nada.
¿Sabes que he visto la película que me dejaste?
-
Cual ¿la de la
chica que se va de viaje sola por Tailandia?
-
Si
-
¿Te ha gustado?
-
Mucho
-
Pues no tiene
mucho argumento
-
Bueno, según se
mire. Es una película erótica y encima la pobre chica tiene mala suerte.
-
Si – Jesús se
tumbó en un sillón – lo que pasa es que como decía un profesor de mi colegio, la Virgen siempre se aparece a
los mismos pastores. Ella se pone en situación y así le pasa lo que le pasa.
-
Claro, pero
reconoce que la soledad es muy dura
-
Que te voy a
contar yo a ti que vives sola. Yo por lo menos puedo hablar con mis padres que
aunque son muy mayores y tienen una mentalidad bastante de pueblo hacen
compañía que ya es bastante
-
………….
-
Juana, ¿estás
ahí?
-
Si, si, perdona
-
Creí que se había
cortado la comunicación
-
No, lo que pasa
es que estaba pensando en lo que me decías y es verdad que la soledad en estos
pueblos se hace muchas veces insoportable.
-
¿Quieres que
vaya?
-
Si
-
Tardaré un poco
porque tengo que pasar por la farmacia de guardia a comprar preservativos
-
No tardes
-
Voy volando
-
¡Que golfo eres!
-
¿Yo? Lo que me
faltaba por oír. Encima que soy un amigo que me preocupo por las necesidades
del prójimo.
-
Anda venga, no
tardes.
El
juego, por esta noche se había terminado
-
Muy bien – Juan
se levantó y aplaudió como si fuera el final de una obra de teatro – bravo ¡Que
imaginación tiene usted, Señora ¿no se me estará insinuando?
-
Juan de mi alma
¿no podría pasar lo mismo en ésta luz y no en aquella de enfrente? La única
diferencia es que no hace falta que pases por ninguna farmacia porque una eso
de los embarazos lo tiene superado
-
Alguna ventaja
teníamos que tener los de la tercera edad
-
Sin faltar
caballero, que una todavía no ha llegado a esa situación de tanta madurez
-
Usted perdone, no
era mi intención ofenderla, pero ¿a la señora le apetece irse a la cama con
este humilde servidor?
-
Soy toda suya
-
Bien, pues
entonces vayamos cuanto antes que debemos hacer uso del Santo Matrimonio.
-
Ni dos palabras más.
Los
días transcurrían con normalidad. Eran como las cuentas de un rosario, pasaban
pero eran todas iguales. Un mes sucedía a otro y los calores daban paso a meses
de un frío tremendo. Las noches de luna llena se transformaban en otras en las
que la oscuridad se hacía dueña del horizonte. El tiempo hacía que aquellas
luces que inspiraban los juegos de Ana y Juan fueran desapareciendo y solamente
retornaban en verano cuando volvían de la ciudad sus antiguos moradores para
disfrutar de unos días de merecido descanso, pero a las pocas semanas el
bullicio provocado por los veraneantes se tornaba en silencio. Un silencio que
para Juan cada año era como más llamativo. En ocasiones, el ladrido de un perro
o el sonido de alguna tormenta en las proximidades, alteraba ese silencio que
para Juan se iba haciendo cada vez más denso. No sabría decir si más
insoportable, pero seguro que más profundo. Era como si un taladro agujerease
un objeto redondo y fuera ahuecándole. Tampoco sabía definir si aquello le
provocaba más felicidad o un mayor desasosiego, pero lo que tenía claro es que
era algo que le iba cambiando.
Juan
tenía casi setenta años, realmente le quedaban tres para llegar a esa edad,
pero en cuanto aparecía algún extraño trataba de derivar los temas hacia este y
se hacía algo mas mayor, en una postura que se podía tildar como de arrogante
pero que, en ningún caso, era una pose si no realmente lo que sentía. Veía
pasar los años a una velocidad tan de vértigo que no le parecía diez si no solo
tres o cuatro los años que hacía que se había trasladado al campo y si que
habían sido diez. Tenía que reconocer que habían sido unos años maravillosos,
Ana, su mujer, se había adaptado como si hubiera vivido toda su vida en aquel
paraje solitario y no había sido tarea fácil aunque gracias a su fuerte
personalidad lo había conseguido antes de lo que parecía e incluso ya no eran
necesarias aquellas temporadas en la capital en compañía de su hija para
quitarse lo que ella definía como el pelo de la dehesa. Los primeros años, cada
tres o cuatro semanas se desplazaba a casa de Anita, su hija y allí permanecía
por espacio de un par de semanas para poner un poco de orden en el armario de
su cabeza, pero siempre que volvía parecía como si aquella jugada no le salía
como la que ella se había imaginado y por eso necesitaba volver cuanto antes.
Es posible que su relación con su hija se hubiera deteriorado algo con motivo
de esas estancias tan largas y por eso no podía volver todas las veces que
hubiera deseado.
-
Chico, te echaba
mucho de menos y por eso me he venido ¿te parece mal?
-
A quien ¿a mi?
¡que va! al revés, de parecerme algo me parece bien, ya lo sabes, pero te hacía
dentro de una semana por lo menos.
-
Si, es verdad –
Ana hacía comentarios sin darles la menor importancia – pero como en casa no se
está en ningún sitio.
Y
así volvía una y otra vez y se quedaba seis u ocho meses. Las conversaciones en
la terraza de la casa a las ocho de la tarde se hacían alimento habitual en el
devenir de la pareja y el hecho de estar casi siempre solos les hacía
permanecer mas unidos como si al ser dos se encontrasen mas fuertes ante
cualquier agresión del exterior. Juan era consciente de lo extraordinario de su
pareja, era una mujer sencilla, nada amiga de demostraciones de ninguna clase,
que pensaba muy poco en si misma y mucho en el único ser que la acompañaba a
todas horas y que no era otro que Juan con el que llevaba la friolera de
treinta y muchos años casada y desde que estaban en la casa nueva alejados de
todo ruido, se había dado cuenta que
hablaba con su marido con mas sinceridad, las discusiones eran tan raras como aquellos
días de lluvia que hacían revivir al sediento campo y al final y como resumen
es que su vida transcurría feliz, tranquila y sin sobresaltos. Los sesenta y
siete años de Juan supusieron un cambio en su vida porque ahí se dio cuenta que
la vida de los dos ya empezaba a bajar la cuesta final, Se encontraban bien,
pero los años pasan aunque no se quiera reconocer.
Capítulo de tranquilidad, suave, relajante, en el que te dejas llevar por la imaginación que ella sola inventa vidas, situaciones diversas y todas bonitas, con cariño y con amor. Un paisaje, la soledad de una aldea y el tiempo libre ayudan a pensar. Muy bien Tino.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo dicho, que felices viven en el campo!!!!. Me encanta la imaginación que tienes.... Deseando leer el siguiente capítulo.Besos.
ResponderEliminarEs un capítulo de "situación", nos vamos centrando en el entorno y en la vida de la pareja.
ResponderEliminarMe intriga mucho el pasado de esta pareja y los motivos que les ha llevado a tomar la decisión de un cambio tan radical en su vida.. Ya voy conociendo al escritor y creo que nos irá dando pistas poco a poco.
Espero con intriga el siguiente capítulo.
Bss
Me gust ael juego de inventar la vida de los demás, os recomiendo probarlo en los atascos :))
ResponderEliminarVoy a por el siguiente!
Buen juego para entretenerse... me gusta!!
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