Queridos blogueros/as: Seguimos en lo mejor de lo peor y poco a poco nos vamos metiendo en el mundo rural. Este capítulo sería como una descripción de los personajes y paisajes que irán saliendo. poco a poco. No se si quedan fuera de lugar las cosas que le dice el pastor a su santa o al revés, pero ¿ por qué no?. Suena un poco cursi pero eso del amor a cualquier hora, en cualquier circunstancia y en cualquier sitio está muy bien.
En fin, espero que os guste y que esos dos nuevos blogueros que dicen que se apuntan, escriban para que todos leamos que la cosa va en serio
Un beso
Tino Belas
CAPITULO
2.-
La
noche se iba adueñando de la situación, la tarde desaparecía como por encanto
con una luz que cambiaba de color mientras el rescoldo de la chimenea se
apoderaba del patio. Juan y Ana agradecieron la hospitalidad del matrimonio y
para que no se les hicieran de noche, volvieron con la bicicleta por el camino
inverso al de después de comer. En las proximidades de su casa, las estrellas
se hicieron brillantes y la rectitud de la osa polar les marcaba la dirección
de la puerta principal.
Mientras
tanto Jacinta, en su casa, encendió la televisión en blanco y negro que le
había regalado Juan y se dispuso a ver el Telediario. Hasta que llegara la
sintonía tradicional, se dedicó a terminar de recoger los restos de la merienda
y a continuación se sentó en la camilla con la misma idea que su marido. Todos
los días sucedía lo mismo, en cuanto el sol se ponía detrás del último risco el
frío se instalaba entre los gruesos muros de la casa y hasta en verano
encendían el brasero aprovechando las brasas de la chimenea... Esta vez Joaquín
lo atizó con un hierro y la habitación comenzó lentamente a calentarse. La
sintonía del Telediario les hizo fijar su atención en la pantalla. Una
presentadora rubia de corta melena con grandes ojos verdes daba entrada a las
primeras noticias. El final del puente del Pilar provocaba enormes
embotellamientos a la entrada de las grandes ciudades con filas interminables
de coches que permanecían sin moverse por eternos períodos de tiempo. Joaquín
bebió un vaso de clarete y le salió del alma una exclamación que provocó una
sonrisa en su mujer
-
Y luego dice Juan
que en la ciudad de vive bien. Seguro que tardo menos yo con mi rebaño en
atravesar el valle que todos estos en llegar a su casa.
-
Parece mentira
¿verdad? – Jacinta no perdía ojo de la pantalla de la televisión
-
Si, pero todo el
mundo piensa que esto es la parte mala de vivir en la ciudad, pero que tiene
otras muchísimas ventajas
-
¿Tú ves algunas?
-
¡Yo que se! –
Joaquín el cabrero, volvió a ocuparse del brasero removiendo las cenizas con un
pincho de hierro y trató de azuzarlas mediante un fuelle – para mí que están
todos bastante locos.
-
A mi me pasa
igual, pero todo el mundo se quiere ir a esos sitios, por algo será ¡digo yo!
-
Hombre, el
problema es que el trabajo en el campo es muy duro – Joaquín se ajustó la boina
– y para un pastor como yo todavía mas porque te pasas la vida de aquí para
allá soportando fríos glaciares en invierno, calores en verano, lluvias que te
calan sin avisar y caminar por lodazales que impiden que el ganado casi no
pueda ni desplazarse. Los perros cada día trabajan más y creo que tambor el que
me regaló “el tejas” está enfermo y no me extrañaría nada que lo tenga que
sacrificar y todo eso por cuatro perras.
-
¡Que verdad es
eso que dices! Te pasas la vida trabajando y tenemos solo la herencia de
nuestros padres y doscientas cincuenta mil pesetas ahorradas en el banco.
Total, que no tenemos nada.
-
Bueno, según se
mire – Joaquín se movió inquieto en la silla de enea – no tenemos nada y
tenemos mucho y encima no tenemos a quien dejárselo.
-
¿Por qué no
habremos podido tener hijos?
-
Jacinta no
empieces como siempre – Joaquín puso su mano derecha encima de la de su mujer –
tener hijos si que los has tenido lo que pasa es que no hemos conseguido que
nacieran sanos. A lo mejor en la ciudad si que hubiera sido posible ¡yo que se!
-
Seguro que no –
Jacinta miró a los ojos de su marido – que mas dará vivir en un sitio que en
otro para que los niños nazcan sanos. De toda la vida en los pueblos la gente
ha parido sola y no ha pasado nada. No, posiblemente sea que yo tenga alguna
enfermedad que empieza a funcionar cuando me quedo embarazada y me hace tener
un aborto a los cinco o seis meses porque siempre ha sido igual.
-
Igual tienes
razón mujer, pero yo una vez le pregunté a Don Felipe y me dijo que debería
llevarte a un especialista porque él no tenía ni idea porqué te pasaba eso y
fíjate si ese hombre habrá atendido partos en todos los años que lleva por
aquí. Decía que no entendía nada y que
hasta que no vio tu último parto no se creía lo que le contábamos, aunque en
cuanto lo vio se percató que era una verdad como un templo. Menos mal que lo
vio por casualidad que si no todavía estaría pensando que haríamos algo raro
-
Lo más curioso es
que cada parto fue distinto, pero el último fue terrible. Los dolores eran
terribles y así como en los anteriores yo notaba que el niño iba bajando, en el
último no notaba absolutamente nada, bueno, nada no, muchísimo dolor, pero
ningún avance y encima sabiendo que el niño estaba muerto porque no movió ni un
dedo en todo el embarazo y además estaba de cuatro meses y medio por lo que era
imposible que naciera vivo.
-
Me acuerdo que a
las cinco de la mañana tuve que ir a buscar a Don Felipe y nevaba aquella noche
que no te puedes hacer idea, menos mal que Tristón se puso a mi lado y con ese
olfato que tienen los perros me guió hasta la puerta de su casa que si no,
todavía le estoy buscando
-
¡Y te acuerda
cuando llegaste? – Jacinta apretó la mano de su marido - pusiste una cara que ahí fue cuando me
asusté.
-
Más me asusté yo
y todavía más Don Felipe que enseguida te metió la mano por ahí abajo y empezó
a buscar algo para que dejases de sangrar porque la cama estaba llena de
cuajarones.
-
Y me hizo un daño
de mucho cuidado. Yo sabía que estaba buscando algún resto de placenta y eso
que yo aunque estaba sola en el momento del parto tuve mucho cuidado de tirar
del cordón y sacar todo, pero se conoce que algo se quedó por ahí y era lo que
hiciera que continuase sangrando como un cerdo. Estuve mas de una hora
apretando los muslos para no dejar salir a la criatura, pero al final tenía
tanto dolor que me relajé y el niño salió como si lo hiciera por la rampa de un
tobogán. Nada mas tenerlo en los brazos supe, aunque me lo temía, que estaba
muerto. Era muy pequeño, estaba completamente negro y no se movía. Lo envolví
en una manta y lo puse a un lado y luego tuve que tirar yo sola del cordón y
menos mal que Don Felipe tuvo la suerte de sacar el trozo de placenta que se
había quedado dentro que si no me desangro y la única posibilidad de salvación
era quitarme el útero y para eso tendría que haber venido una ambulancia y
llegar hasta el hospital.
-
Menos mal que la
cosa se arregló que si no aquí estaría yo más solo que la una.
-
Ya – Jacinta lo
miró con cariño – seguro que ya te habrías buscado a alguna lagartona.
-
Eso es imposible
¿Quién va a querer vivir aquí? Hace unos años la gente no tenía ninguna
comodidad y se apuntaba a vivir donde fuera pero ahora cualquiera le dice a una
mujer que viva aquí conmigo.
-
Eso es porque no
te conocen que si no habría tortas entre las del pueblo porque eres una persona
maravillosa.
-
¿No me digas que
te me vas a declarar?
-
¡Que tonto eres
Joaquín! No me voy a declarar porque no hace falta que te diga nada porque ya
lo sabes ¿o no?
-
Si mujer, pero de
vez en cuando dices unas cosas que me dejas alelado
-
Si, alelado, si,
menudo pájaro eres tu.
-
No de verdad,
llevamos no se cuantos años casados
-
Treinta y cuatro
para ser exactos
-
Bueno, pues
treinta y cuatro y es que ya ni pega decir que te quiero porque claro que te
quiero, como no te voy a querer , si no fuera así ¿Cómo se pueden aguantar
treinta y cuatro años con la misma persona?
-
Yo pienso igual
que tú, pero no te fíes porque ya lo ves en las películas de la tele. Muchas
mujeres dicen una cosa y hacen otra
-
Si, pero eso es
en la ciudad porque aquí hay muy pocas oportunidades de poner los cuernos a
nadie
-
¡Que te lo crees tú!
Si se quiere se buscan todas las excusas que hagan falta y se saca tiempo de
donde sea
-
Sobre todo yo –
Joaquín se palmoteó un muslo con fuerza – salgo a las seis de la mañana con las
ovejas y vuelvo al atardecer o sea que fácil si que lo tengo. Otra cosa eres tú
que estás sola
-
No te rías que de
vez en cuando aparece alguien por aquí y si me insinuara un poco sabe Dios lo
que pasaría,
-
Venga Jacinta,
deja de decir tonterías que tu de moza estabas muy buena pero ahora
-
¡Que! ¿Ya no te
gusto?
-
Pues, que quieres
que te diga. A mi me gustas tanto o mas que el primer día, pero tengo que
reconocer que los años pasan para todos. Lo importante no es que pasen los
años, que eso es ley de vida, si no que sigamos juntos viviendo aquí ¿no te
parece?
-
Tienes razón
La
vuelta hasta su casa siempre se les hacía interminable, posiblemente porque
antes recorrían un trozo bastante largo desde que salían de la casa de Joaquín
y Jacinta y posiblemente también porque el camino se empinaba un poco, el caso
es que Juan y Ana siempre llegaban agarrados de la mano y con la bicicleta a un
lado. Juan siempre pensaba lo mismo: la bicicleta es un vehículo estupendo pero
solo para uno y para un pueblo sin cuestas y en el que había decidido vivir
tenía varias y algunas muy pronunciadas. Habían buscado una casa lejos, como a
media hora caminando desde la plaza. Era un lugar privilegiado. La había
bautizado como “El Montículo” por estar situada en una pequeña loma desde la
que se dominaban todos los alrededores. El verde de los campos se tornaba
amarillo con el paso de los meses, los árboles también variaban de color y
desde su terraza veían como los caminos parecían querer cuadricular el campo.
El sol salía e inundaba de alegría toda la casa tanto por fuera como a través
de sus amplios ventanales.
El
montículo era una casa grande, muy grande, con enormes cristaleras por todas
partes, en principio era una casa de pueblo pero con los cambios había querido
que se sumara a la modernidad y donde antes había una hermosa cuadra ahora se
había transformado en un magnífico salón, de paredes de piedra en donde se
habían introducido lotes de libros en los antiguos abrevaderos. Juan y Jacinta
habían intentado conservar el ambiente rural y así la puerta de entrada era la
original con sus maderas descolocadas, un gran ojo de cerradura y unos cerrojos
que parecían intentar que el mundo fuera diferente hacia dentro o hacia fuera.
El salón estaba como en dos alturas separadas por un escalón y una especie de
arco. Desde la puerta de entrada lo primero que se encontraba eran unos
sillones alrededor de una mesa rústica con un suelo de arcilla roja y unos
cuadros de estilo “naif” que proporcionaban un aspecto cálido a todo el
conjunto. Una vez traspasado el escalón, el ambiente se transformaba y lo que
en principio era rústico ahora era todo en madera con dos alfombras persas y
una camilla con faldas de cretona con dos orejeros de vistosos colores. La
cocina que aun conservaba el aire antiguo, con la chimenea en el centro, había
sido diseñada por Juan y Ana como el centro habitual de reunión, sin embargo el
paso de los meses les había enseñado que no era así y el centro era la camilla
y sus alrededores. El jardín no era muy
grande, pero suficiente y a un lado una caseta hacía las veces de garaje y
almacén de herramientas.
Juan
y Ana dejaron la bicicleta a la entrada, se sentaron en dos hamacas del porche
y observaron como el sol se perdía por el horizonte. El estaba con los ojos
semicerrados, las manos entrelazadas y los pies encima de una pequeña mesa.
Ella se había descalzado y miraba los pétalos de unas rosas que se mantenían
erguidas a ambos lados de la escalera de entrada. Con una pequeña regadera fue
echando agua a las diferentes macetas, con mimo retiraba algunas hojas y
recortaba algunas ramas desobedientes. A continuación dejó la regadera en el
pequeño garaje, se acercó a Juan, le dio un beso en la frente y se sentó en la
otra tumbona.
-
El mejor momento
del día ¿no te parece?
-
O de la noche
porque del sol no quedan ni los restos
-
Siempre que nos
sentamos a estas horas me entran ganas de darle gracias a Dios porque la vida,
para mi, ha sido maravillosa.
-
Para mi también,
pero sobre todo ahora, porque hasta venirnos aquí todo era diferente. Es verdad
que la vida no nos iba mal, ni mucho menos y cuando los niños eran pequeños
todavía mejor, pero luego todo se fue haciendo algo monótono. Los días, las
semanas, los meses y hasta los años pasaban prácticamente iguales. Fíjate si
sería así que hay unos siete u ocho años que no me acuerdo de nada – la cara de
Juan reflejaba una cierta decepción – Para mi esos años como si no hubieran
existido y me da pena porque bastante corta es la vida como para encima
acortarla mas.
-
¿Te acuerdas como
nos cambió todo cuando decidimos venirnos aquí?
-
¡Como no me voy a
acordar! Pero no fue un cambio así como así, nos llevó bastante tiempo pero al
final y eso es lo importante es que estamos aquí.
-
¿Te das cuenta
que casi todas las noches nos decimos lo mismo? - Ana miró a su marido – Parece
como si se hubiera hecho realidad un sueño
-
Es que parece
imposible – Juan se levantó de la hamaca y se paseó por la terraza – pensaba
que íbamos a estar bien, pero nunca me pude imaginar que tan bien. Llevamos
meses casi sin ver la tele, sin leer un periódico, sin oír la radio, sin usar
el coche prácticamente para nada
-
Y sin reloj –
terció Ana.
-
Lo malo es que
eso es un síntoma de vejez porque nos damos cuenta que son muy pocas las cosas que
nos hacen falta para vivir, por ejemplo, eso que dices del reloj. Si lo piensas
realmente ¿para que quieres saber la hora si no tenemos nada que hacer? Es
igual que lo de los días, nos parecían que se nos iban a hacer interminables y
sin embargo tampoco es así.
-
¿Y sabes lo
mejor? – preguntó Juan con cara de no haber roto un plato en su vida
-
Tú dirás
-
Lo mejor con
enorme diferencia es que he tenido la oportunidad de conocer a una mujer
maravillosa. Sabía que había elegido bien, pero nunca creía que tan bien.
-
¡Ah si! – Ana se
movió coqueta en su hamaca - ¿no creías que era así?
-
No, yo no digo
eso – Juan bebió de un botijo que tenían en el suelo – lo que digo es que
viviendo como vivíamos antes de venir aquí, convivir era muy fácil. Los dos
tenemos educación suficiente como para llevarnos bien viéndonos poco, pero lo
que me tenía preocupado es el estar todo el día juntos. Era un plan un poco
arriesgado porque estamos muy bien pero imagínate por un momento que
estuviéramos mal ¿Qué hubiéramos hecho? ¿volvernos?
-
Pero ¿tú de
verdad pensabas que nos podría ir mal? Yo estaba segura que no y ¿sabes por
qué?
-
Tú dirás.
-
Pues porque
convivir contigo es muy fácil, solo hace falta que estés en contacto con la
naturaleza y te transformas en otra persona porque ¿te habías dado cuenta que
últimamente en la ciudad estabas bastante insoportable?
-
Por eso tenía
tantas ganas de venirme, precisamente por eso
Juan
estaba apoyado en la balconada que daba acceso a la casa y desde la que se
divisaban pequeños núcleos rurales, como pueblos de una o dos casas, con un
censo electoral de cuatro o cinco personas y pensó en todas aquellas familias,
¿Cómo estarían? ¿Serían felices? ¿Vivían allí por gusto o porque no les quedaba
mas remedio? ¿Sus hijos estarían con ellos o se habrían marchado? ¿Hacía mucho?
¿Volvían a menudo o no habían vuelto? Las preguntas sin respuesta se acumulaban
en su cabeza mientras la noche se iba haciendo la propietaria del paisaje.
Pequeñas luces se iban encendiendo a lo largo y ancho de todos los parajes que
abarcaba su mirada.
Ana
se acercó a su marido y le ofreció un vaso de vino
-
¿Te apetece que
nos tomemos aquí algo y no preparo cena?
-
Muy buena idea,
así podemos seguir charlando pero casi déjalo, nos tomamos un vino y luego
corto yo un poco de chorizo
-
Como quieras –
Ana se acercó a su marido en la balaustrada, dejó deslizar su mano derecha
hasta encontrar la de Juan, sus dedos se entrelazaron y apoyó su cabeza en el
hombro de él, mientras él pasaba su brazo por la espalda de ella.
-
¡Que
tranquilidad! Es impresionante, no se oye ni un ruido, parece mentira
Juan se dio cuenta del valor de aquellos
segundos que en cualquier otro lugar serían partes de un minuto y allí parecía
que se habían detenido en el tiempo. El sol iniciaba su ocaso y así como en la
ciudad parecía que se hacía de noche enseguida, en el pueblo durante algunos
minutos, a lo mejor era solo un segundo pero se hacía interminable, el sol se
quedaba como clavado en una determinada posición y una vez que todos los
vecinos se habían percatado de su presencia, entonces y solo entonces se
escondía en el horizonte. Para el matrimonio ese momento del día o de la noche
era el más espectacular desde que vivían en el campo y no se lo perdían por
nada en el mundo. Hasta en una ocasión Juan había dejado escapar unas lágrimas
que no pasaron desapercibidas para Ana, pero se hizo la despistada para evitar
romper la magia de ese instante. Se limitó a apretarse contra él con fuerza
como intentando fundirse en una sola persona.
-
¿Qué vino es
éste?
-
No tengo ni idea,
ya sabes que yo de vinos no entiendo nada, pero la botella estaba en la
despensa ¿te la traigo?
-
Casi no, espera
un poco que voy a ver si lo adivino
-
Juan
movía la copa de vino delante de sus ojos y recordaba unas jornadas de cata de
vino a la que le había invitado en La
Rioja hacía ya muchos años. El vino tenía un color muy
fuerte, exquisito paladar y un regusto algo afrutado. Estaba claro que no era
un rioja, ni tampoco un ribera y mucho menos de Zaragoza. Parecía un
Valdepeñas, por supuesto reserva, conservado en barrica de roble y posiblemente
por el regusto final podría ser de la cosecha del noventa y ocho.
-
Yo creo que es un
Valdepeñas del noventa y ocho
-
Espera un segundo
que traigo la botella – al poco tiempo Ana tenía en su mano la botella – lo
siento pero el experto se ha equivocado de medio a medio. Aquí dice que es un
Somontano
-
¿Un Somontano? Ni
hablar, me juego el cuello que es Valdepeñas ¿me dejas ver la botella?
Ana
la escondió en su espalda y con gesto pícaro le invitó a que la buscara. Juan
la abrazó y al apretarla con fuerza se hizo con la botella
-
Con que Somontano
¿eh? Es un Valdepeñas como la copa de un pino, pero si que me he equivocado de
año porque es del noventa y siete
-
Es normal que te
equivoques porque tampoco eres tan experto
-
Eso es verdad,
pero es extraño que me equivoque porque las cosechas de esos dos años fueron
completamente diferentes y ¿sabes por qué?
-
¿Me lo preguntas
a mí – Ana se soltó despacio de los brazos de Juan – a mí que la última vez que
probé el vino fue el día de nuestra boda?
-
Es una pena que no te guste porque un vaso de
buen vino a estas horas es lo mejor del mundo y no el agua esa que tomas que
debe ser fatal para el estómago.
Después de leer este capítulo empiezo a estar ambientado en la vida de campo. Te ha vuelto a salir la vena médica, esta vez de ginecólogo. Lo que no sabía es que eras un experto en vinos o por lo menos así lo parece.
ResponderEliminarHasta la próxima. Como siempre me ha gustado.
Un abrazo.
Lo que más me ha gustado es lo mucho que se quieren las dos parejas.....Debe ser que la vida del campo favorece al amor y lo enriquece.
ResponderEliminarMuy buenos los diálogos.
Me ha gustado mucho
Bss
Yo me quedo con el parto de Jacinta, que pena me ha dado.
ResponderEliminarLos dialogos buenísimos y la puesta de sol envidiable!
Sabéis lo bueno de ser el último? Que lo tengo reciente para mañana!!
Besosssss
Me encanta.... lo bien que se lo pasan sin hacer nada, está claro que hay que irse a vivir al campo. Voy a leer el siguiente capítulo. Besos.
ResponderEliminarBuenas... Me han dicho que sea crítico contigo, así que...
ResponderEliminarLa lección de medicina muy bien.
Lo de la región del vino... conociéndonos, me lo creo, pero la añada, ahí el autor me da que nos vacila...jejejeje
Un abrazo pa´l abuelo