sábado, 2 de febrero de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR. CAPITULO 2


 Queridos blogueros/as: Seguimos en lo mejor de lo peor y poco a poco nos vamos metiendo en el mundo rural. Este capítulo sería como una descripción de los personajes y paisajes que irán saliendo. poco a poco. No se si quedan fuera de lugar las cosas que le dice el pastor a su santa o al revés, pero ¿ por qué no?. Suena un poco cursi pero eso del amor a cualquier hora, en cualquier circunstancia y en cualquier sitio está muy bien.
En fin, espero que os guste y que esos dos nuevos blogueros que dicen que se apuntan, escriban para que todos leamos que la cosa va en serio
Un beso
Tino Belas




CAPITULO 2.-

La noche se iba adueñando de la situación, la tarde desaparecía como por encanto con una luz que cambiaba de color mientras el rescoldo de la chimenea se apoderaba del patio. Juan y Ana agradecieron la hospitalidad del matrimonio y para que no se les hicieran de noche, volvieron con la bicicleta por el camino inverso al de después de comer. En las proximidades de su casa, las estrellas se hicieron brillantes y la rectitud de la osa polar les marcaba la dirección de la puerta principal.

Mientras tanto Jacinta, en su casa, encendió la televisión en blanco y negro que le había regalado Juan y se dispuso a ver el Telediario. Hasta que llegara la sintonía tradicional, se dedicó a terminar de recoger los restos de la merienda y a continuación se sentó en la camilla con la misma idea que su marido. Todos los días sucedía lo mismo, en cuanto el sol se ponía detrás del último risco el frío se instalaba entre los gruesos muros de la casa y hasta en verano encendían el brasero aprovechando las brasas de la chimenea... Esta vez Joaquín lo atizó con un hierro y la habitación comenzó lentamente a calentarse. La sintonía del Telediario les hizo fijar su atención en la pantalla. Una presentadora rubia de corta melena con grandes ojos verdes daba entrada a las primeras noticias. El final del puente del Pilar provocaba enormes embotellamientos a la entrada de las grandes ciudades con filas interminables de coches que permanecían sin moverse por eternos períodos de tiempo. Joaquín bebió un vaso de clarete y le salió del alma una exclamación que provocó una sonrisa en su mujer

-        Y luego dice Juan que en la ciudad de vive bien. Seguro que tardo menos yo con mi rebaño en atravesar el valle que todos estos en llegar a su casa.
-        Parece mentira ¿verdad? – Jacinta no perdía ojo de la pantalla de la televisión
-        Si, pero todo el mundo piensa que esto es la parte mala de vivir en la ciudad, pero que tiene otras muchísimas ventajas
-        ¿Tú ves algunas?
-        ¡Yo que se! – Joaquín el cabrero, volvió a ocuparse del brasero removiendo las cenizas con un pincho de hierro y trató de azuzarlas mediante un fuelle – para mí que están todos bastante locos.
-        A mi me pasa igual, pero todo el mundo se quiere ir a esos sitios, por algo será ¡digo yo!
-        Hombre, el problema es que el trabajo en el campo es muy duro – Joaquín se ajustó la boina – y para un pastor como yo todavía mas porque te pasas la vida de aquí para allá soportando fríos glaciares en invierno, calores en verano, lluvias que te calan sin avisar y caminar por lodazales que impiden que el ganado casi no pueda ni desplazarse. Los perros cada día trabajan más y creo que tambor el que me regaló “el tejas” está enfermo y no me extrañaría nada que lo tenga que sacrificar y todo eso por cuatro perras.
-        ¡Que verdad es eso que dices! Te pasas la vida trabajando y tenemos solo la herencia de nuestros padres y doscientas cincuenta mil pesetas ahorradas en el banco. Total, que no tenemos nada.
-        Bueno, según se mire – Joaquín se movió inquieto en la silla de enea – no tenemos nada y tenemos mucho y encima no tenemos a quien dejárselo.
-        ¿Por qué no habremos podido tener hijos?
-        Jacinta no empieces como siempre – Joaquín puso su mano derecha encima de la de su mujer – tener hijos si que los has tenido lo que pasa es que no hemos conseguido que nacieran sanos. A lo mejor en la ciudad si que hubiera sido posible ¡yo que se!
-        Seguro que no – Jacinta miró a los ojos de su marido – que mas dará vivir en un sitio que en otro para que los niños nazcan sanos. De toda la vida en los pueblos la gente ha parido sola y no ha pasado nada. No, posiblemente sea que yo tenga alguna enfermedad que empieza a funcionar cuando me quedo embarazada y me hace tener un aborto a los cinco o seis meses porque siempre ha sido igual.
-        Igual tienes razón mujer, pero yo una vez le pregunté a Don Felipe y me dijo que debería llevarte a un especialista porque él no tenía ni idea porqué te pasaba eso y fíjate si ese hombre habrá atendido partos en todos los años que lleva por aquí. Decía que no entendía nada  y que hasta que no vio tu último parto no se creía lo que le contábamos, aunque en cuanto lo vio se percató que era una verdad como un templo. Menos mal que lo vio por casualidad que si no todavía estaría pensando que haríamos algo raro
-        Lo más curioso es que cada parto fue distinto, pero el último fue terrible. Los dolores eran terribles y así como en los anteriores yo notaba que el niño iba bajando, en el último no notaba absolutamente nada, bueno, nada no, muchísimo dolor, pero ningún avance y encima sabiendo que el niño estaba muerto porque no movió ni un dedo en todo el embarazo y además estaba de cuatro meses y medio por lo que era imposible que naciera vivo.
-        Me acuerdo que a las cinco de la mañana tuve que ir a buscar a Don Felipe y nevaba aquella noche que no te puedes hacer idea, menos mal que Tristón se puso a mi lado y con ese olfato que tienen los perros me guió hasta la puerta de su casa que si no, todavía le estoy buscando
-        ¡Y te acuerda cuando llegaste? – Jacinta apretó la mano de su marido -  pusiste una cara que ahí fue cuando me asusté.
-        Más me asusté yo y todavía más Don Felipe que enseguida te metió la mano por ahí abajo y empezó a buscar algo para que dejases de sangrar porque la cama estaba llena de cuajarones.
-        Y me hizo un daño de mucho cuidado. Yo sabía que estaba buscando algún resto de placenta y eso que yo aunque estaba sola en el momento del parto tuve mucho cuidado de tirar del cordón y sacar todo, pero se conoce que algo se quedó por ahí y era lo que hiciera que continuase sangrando como un cerdo. Estuve mas de una hora apretando los muslos para no dejar salir a la criatura, pero al final tenía tanto dolor que me relajé y el niño salió como si lo hiciera por la rampa de un tobogán. Nada mas tenerlo en los brazos supe, aunque me lo temía, que estaba muerto. Era muy pequeño, estaba completamente negro y no se movía. Lo envolví en una manta y lo puse a un lado y luego tuve que tirar yo sola del cordón y menos mal que Don Felipe tuvo la suerte de sacar el trozo de placenta que se había quedado dentro que si no me desangro y la única posibilidad de salvación era quitarme el útero y para eso tendría que haber venido una ambulancia y llegar hasta el hospital.
-        Menos mal que la cosa se arregló que si no aquí estaría yo más solo que la una.
-        Ya – Jacinta lo miró con cariño – seguro que ya te habrías buscado a alguna lagartona.
-        Eso es imposible ¿Quién va a querer vivir aquí? Hace unos años la gente no tenía ninguna comodidad y se apuntaba a vivir donde fuera pero ahora cualquiera le dice a una mujer que viva aquí conmigo.
-        Eso es porque no te conocen que si no habría tortas entre las del pueblo porque eres una persona maravillosa.
-        ¿No me digas que te me vas a declarar?
-        ¡Que tonto eres Joaquín! No me voy a declarar porque no hace falta que te diga nada porque ya lo sabes ¿o no?
-        Si mujer, pero de vez en cuando dices unas cosas que me dejas alelado
-        Si, alelado, si, menudo pájaro eres tu.
-        No de verdad, llevamos no se cuantos años casados
-        Treinta y cuatro para ser exactos
-        Bueno, pues treinta y cuatro y es que ya ni pega decir que te quiero porque claro que te quiero, como no te voy a querer , si no fuera así ¿Cómo se pueden aguantar treinta y cuatro años con la misma persona?
-        Yo pienso igual que tú, pero no te fíes porque ya lo ves en las películas de la tele. Muchas mujeres dicen una cosa y hacen otra
-        Si, pero eso es en la ciudad porque aquí hay muy pocas oportunidades de poner los cuernos a nadie
-        ¡Que te lo crees tú! Si se quiere se buscan todas las excusas que hagan falta y se saca tiempo de donde sea
-        Sobre todo yo – Joaquín se palmoteó un muslo con fuerza – salgo a las seis de la mañana con las ovejas y vuelvo al atardecer o sea que fácil si que lo tengo. Otra cosa eres tú que estás sola
-        No te rías que de vez en cuando aparece alguien por aquí y si me insinuara un poco sabe Dios lo que pasaría,
-        Venga Jacinta, deja de decir tonterías que tu de moza estabas muy buena pero ahora
-        ¡Que! ¿Ya no te gusto?
-        Pues, que quieres que te diga. A mi me gustas tanto o mas que el primer día, pero tengo que reconocer que los años pasan para todos. Lo importante no es que pasen los años, que eso es ley de vida, si no que sigamos juntos viviendo aquí ¿no te parece?
-        Tienes razón



La vuelta hasta su casa siempre se les hacía interminable, posiblemente porque antes recorrían un trozo bastante largo desde que salían de la casa de Joaquín y Jacinta y posiblemente también porque el camino se empinaba un poco, el caso es que Juan y Ana siempre llegaban agarrados de la mano y con la bicicleta a un lado. Juan siempre pensaba lo mismo: la bicicleta es un vehículo estupendo pero solo para uno y para un pueblo sin cuestas y en el que había decidido vivir tenía varias y algunas muy pronunciadas. Habían buscado una casa lejos, como a media hora caminando desde la plaza. Era un lugar privilegiado. La había bautizado como “El Montículo” por estar situada en una pequeña loma desde la que se dominaban todos los alrededores. El verde de los campos se tornaba amarillo con el paso de los meses, los árboles también variaban de color y desde su terraza veían como los caminos parecían querer cuadricular el campo. El sol salía e inundaba de alegría toda la casa tanto por fuera como a través de sus amplios ventanales.
El montículo era una casa grande, muy grande, con enormes cristaleras por todas partes, en principio era una casa de pueblo pero con los cambios había querido que se sumara a la modernidad y donde antes había una hermosa cuadra ahora se había transformado en un magnífico salón, de paredes de piedra en donde se habían introducido lotes de libros en los antiguos abrevaderos. Juan y Jacinta habían intentado conservar el ambiente rural y así la puerta de entrada era la original con sus maderas descolocadas, un gran ojo de cerradura y unos cerrojos que parecían intentar que el mundo fuera diferente hacia dentro o hacia fuera. El salón estaba como en dos alturas separadas por un escalón y una especie de arco. Desde la puerta de entrada lo primero que se encontraba eran unos sillones alrededor de una mesa rústica con un suelo de arcilla roja y unos cuadros de estilo “naif” que proporcionaban un aspecto cálido a todo el conjunto. Una vez traspasado el escalón, el ambiente se transformaba y lo que en principio era rústico ahora era todo en madera con dos alfombras persas y una camilla con faldas de cretona con dos orejeros de vistosos colores. La cocina que aun conservaba el aire antiguo, con la chimenea en el centro, había sido diseñada por Juan y Ana como el centro habitual de reunión, sin embargo el paso de los meses les había enseñado que no era así y el centro era la camilla y sus alrededores.  El jardín no era muy grande, pero suficiente y a un lado una caseta hacía las veces de garaje y almacén de herramientas.

Juan y Ana dejaron la bicicleta a la entrada, se sentaron en dos hamacas del porche y observaron como el sol se perdía por el horizonte. El estaba con los ojos semicerrados, las manos entrelazadas y los pies encima de una pequeña mesa. Ella se había descalzado y miraba los pétalos de unas rosas que se mantenían erguidas a ambos lados de la escalera de entrada. Con una pequeña regadera fue echando agua a las diferentes macetas, con mimo retiraba algunas hojas y recortaba algunas ramas desobedientes. A continuación dejó la regadera en el pequeño garaje, se acercó a Juan, le dio un beso en la frente y se sentó en la otra tumbona.

-        El mejor momento del día ¿no te parece?
-        O de la noche porque del sol no quedan ni los restos
-        Siempre que nos sentamos a estas horas me entran ganas de darle gracias a Dios porque la vida, para mi, ha sido maravillosa.
-        Para mi también, pero sobre todo ahora, porque hasta venirnos aquí todo era diferente. Es verdad que la vida no nos iba mal, ni mucho menos y cuando los niños eran pequeños todavía mejor, pero luego todo se fue haciendo algo monótono. Los días, las semanas, los meses y hasta los años pasaban prácticamente iguales. Fíjate si sería así que hay unos siete u ocho años que no me acuerdo de nada – la cara de Juan reflejaba una cierta decepción – Para mi esos años como si no hubieran existido y me da pena porque bastante corta es la vida como para encima acortarla mas.
-        ¿Te acuerdas como nos cambió todo cuando decidimos venirnos aquí?
-        ¡Como no me voy a acordar! Pero no fue un cambio así como así, nos llevó bastante tiempo pero al final y eso es lo importante es que estamos aquí.
-        ¿Te das cuenta que casi todas las noches nos decimos lo mismo? - Ana miró a su marido – Parece como si se hubiera hecho realidad un sueño
-        Es que parece imposible – Juan se levantó de la hamaca y se paseó por la terraza – pensaba que íbamos a estar bien, pero nunca me pude imaginar que tan bien. Llevamos meses casi sin ver la tele, sin leer un periódico, sin oír la radio, sin usar el coche prácticamente para nada
-        Y sin reloj – terció Ana.
-        Lo malo es que eso es un síntoma de vejez porque nos damos cuenta que son muy pocas las cosas que nos hacen falta para vivir, por ejemplo, eso que dices del reloj. Si lo piensas realmente ¿para que quieres saber la hora si no tenemos nada que hacer? Es igual que lo de los días, nos parecían que se nos iban a hacer interminables y sin embargo tampoco es así.
-        ¿Y sabes lo mejor? – preguntó Juan con cara de no haber roto un plato en su vida
-        Tú dirás
-        Lo mejor con enorme diferencia es que he tenido la oportunidad de conocer a una mujer maravillosa. Sabía que había elegido bien, pero nunca creía que tan bien.
-        ¡Ah si! – Ana se movió coqueta en su hamaca - ¿no creías que era así?
-        No, yo no digo eso – Juan bebió de un botijo que tenían en el suelo – lo que digo es que viviendo como vivíamos antes de venir aquí, convivir era muy fácil. Los dos tenemos educación suficiente como para llevarnos bien viéndonos poco, pero lo que me tenía preocupado es el estar todo el día juntos. Era un plan un poco arriesgado porque estamos muy bien pero imagínate por un momento que estuviéramos mal ¿Qué hubiéramos hecho? ¿volvernos?
-        Pero ¿tú de verdad pensabas que nos podría ir mal? Yo estaba segura que no y ¿sabes por qué?
-        Tú dirás.
-        Pues porque convivir contigo es muy fácil, solo hace falta que estés en contacto con la naturaleza y te transformas en otra persona porque ¿te habías dado cuenta que últimamente en la ciudad estabas bastante insoportable?
-        Por eso tenía tantas ganas de venirme, precisamente por eso

Juan estaba apoyado en la balconada que daba acceso a la casa y desde la que se divisaban pequeños núcleos rurales, como pueblos de una o dos casas, con un censo electoral de cuatro o cinco personas y pensó en todas aquellas familias, ¿Cómo estarían? ¿Serían felices? ¿Vivían allí por gusto o porque no les quedaba mas remedio? ¿Sus hijos estarían con ellos o se habrían marchado? ¿Hacía mucho? ¿Volvían a menudo o no habían vuelto? Las preguntas sin respuesta se acumulaban en su cabeza mientras la noche se iba haciendo la propietaria del paisaje. Pequeñas luces se iban encendiendo a lo largo y ancho de todos los parajes que abarcaba su mirada.
Ana se acercó a su marido y le ofreció un vaso de vino

-        ¿Te apetece que nos tomemos aquí algo y no preparo cena?
-        Muy buena idea, así podemos seguir charlando pero casi déjalo, nos tomamos un vino y luego corto yo un poco de chorizo
-        Como quieras – Ana se acercó a su marido en la balaustrada, dejó deslizar su mano derecha hasta encontrar la de Juan, sus dedos se entrelazaron y apoyó su cabeza en el hombro de él, mientras él pasaba su brazo por la espalda de ella.
-        ¡Que tranquilidad! Es impresionante, no se oye ni un ruido, parece mentira

 Juan se dio cuenta del valor de aquellos segundos que en cualquier otro lugar serían partes de un minuto y allí parecía que se habían detenido en el tiempo. El sol iniciaba su ocaso y así como en la ciudad parecía que se hacía de noche enseguida, en el pueblo durante algunos minutos, a lo mejor era solo un segundo pero se hacía interminable, el sol se quedaba como clavado en una determinada posición y una vez que todos los vecinos se habían percatado de su presencia, entonces y solo entonces se escondía en el horizonte. Para el matrimonio ese momento del día o de la noche era el más espectacular desde que vivían en el campo y no se lo perdían por nada en el mundo. Hasta en una ocasión Juan había dejado escapar unas lágrimas que no pasaron desapercibidas para Ana, pero se hizo la despistada para evitar romper la magia de ese instante. Se limitó a apretarse contra él con fuerza como intentando fundirse en una sola persona.

-        ¿Qué vino es éste?
-        No tengo ni idea, ya sabes que yo de vinos no entiendo nada, pero la botella estaba en la despensa ¿te la traigo?
-        Casi no, espera un poco que voy a ver si lo adivino
-         
Juan movía la copa de vino delante de sus ojos y recordaba unas jornadas de cata de vino a la que le había invitado en La Rioja hacía ya muchos años. El vino tenía un color muy fuerte, exquisito paladar y un regusto algo afrutado. Estaba claro que no era un rioja, ni tampoco un ribera y mucho menos de Zaragoza. Parecía un Valdepeñas, por supuesto reserva, conservado en barrica de roble y posiblemente por el regusto final podría ser de la cosecha del noventa y ocho.

-        Yo creo que es un Valdepeñas del noventa y ocho
-        Espera un segundo que traigo la botella – al poco tiempo Ana tenía en su mano la botella – lo siento pero el experto se ha equivocado de medio a medio. Aquí dice que es un Somontano
-        ¿Un Somontano? Ni hablar, me juego el cuello que es Valdepeñas ¿me dejas ver la botella?

Ana la escondió en su espalda y con gesto pícaro le invitó a que la buscara. Juan la abrazó y al apretarla con fuerza se hizo con la botella

-        Con que Somontano ¿eh? Es un Valdepeñas como la copa de un pino, pero si que me he equivocado de año porque es del noventa y siete
-        Es normal que te equivoques porque tampoco eres tan experto
-        Eso es verdad, pero es extraño que me equivoque porque las cosechas de esos dos años fueron completamente diferentes y ¿sabes por qué?
-        ¿Me lo preguntas a mí – Ana se soltó despacio de los brazos de Juan – a mí que la última vez que probé el vino fue el día de nuestra boda?
-         Es una pena que no te guste porque un vaso de buen vino a estas horas es lo mejor del mundo y no el agua esa que tomas que debe ser fatal para el estómago.


5 comentarios:

  1. El Tío Javier Belas3 de febrero de 2013, 16:55

    Después de leer este capítulo empiezo a estar ambientado en la vida de campo. Te ha vuelto a salir la vena médica, esta vez de ginecólogo. Lo que no sabía es que eras un experto en vinos o por lo menos así lo parece.
    Hasta la próxima. Como siempre me ha gustado.
    Un abrazo.

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  2. Lo que más me ha gustado es lo mucho que se quieren las dos parejas.....Debe ser que la vida del campo favorece al amor y lo enriquece.
    Muy buenos los diálogos.
    Me ha gustado mucho
    Bss

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  3. Yo me quedo con el parto de Jacinta, que pena me ha dado.
    Los dialogos buenísimos y la puesta de sol envidiable!

    Sabéis lo bueno de ser el último? Que lo tengo reciente para mañana!!

    Besosssss

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  4. Me encanta.... lo bien que se lo pasan sin hacer nada, está claro que hay que irse a vivir al campo. Voy a leer el siguiente capítulo. Besos.

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  5. Buenas... Me han dicho que sea crítico contigo, así que...

    La lección de medicina muy bien.
    Lo de la región del vino... conociéndonos, me lo creo, pero la añada, ahí el autor me da que nos vacila...jejejeje

    Un abrazo pa´l abuelo

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