sábado, 16 de junio de 2012



Queridos blogueros/as: Como lo prometido es deuda os envío el primer capítulo de una nueva novela que se llama la Enfermera Rural. Espero que os guste y paséis un rato agradable que es de lo que se trata.
Lo bueno que tiene esto de escribir una cosa y no volverla a leer es que no me acuerdo de nada y así como para vosotros es una novedad, tengo que reconocer que para mí también y por eso me hace mucha gracia ver cosas como que los dientes se le habían caído en el fragor del combate diario con los alimentos ¿eso lo he escrito yo? seguro que si, pero me resulta curioso.
A propósito solo he leído el primer capítulo y poco a poco vosotros y yo nos iremos enterando que pinta el tal Jesús en una novela sobre una enfermera rural. Se verá
Os aviso también que es bastante larga, o sea que tenemos para unos cuantos sábados.
Un abrazo 
Tino Belas








LA ENFERMERA RURAL












F. Belascoain
Octubre 2009








CAPITULO 1.-

Jesús el peluquero no era de allí, pero llevaba tantos años en el pueblo que para la mayoría era uno más. Como a todos, el tiempo le había dejado sus huellas y de ser un apuesto mozo pasó a ser un señor, más o menos decrépito, con la cara surcada con múltiples arrugas que iban variando de dirección. En la frente discurrían horizontales, excepto en el entrecejo  que se transformaban en verticales y se prolongaban hasta unas mejillas enrojecidas. Los ojos de un gris intenso permanecían protegidos por unas cejas bien pobladas denotando un cierto cansancio. Unas recientes cataratas le habían hecho reflexionar y, aunque no se cuidaba especialmente, si que procuraba llevar siempre unas gafas de sol para evitar sobresaltos. De hecho en su peluquería había retirado unos cuantos tubos de neón haciendo que predominara la luz solar sobre la artificial.

La boca era grande de labios bien contorneados que dejaban paso a una dentadura desarrollada a su aire. Uno de los incisivos tenía su base en la encía a un centímetro por debajo del resto y los demás parecían entes autónomos. Unos eran cortos y romos, otros afilados y puntiagudos y algunos, mas de los que hubiera deseado, habían caído en el fragor del combate diario con los alimentos.

 Toda la cara estaba enmarcada por un flequillo primorosamente arreglado con cada pelo en su sitio exacto. A los lados unas importantes patillas que casi se continuaban hasta la barbilla completaban el cuadro. Las orejas grandes y con la característica que el lóbulo de la izquierda estaban partidas a la mitad producto de alguna reyerta de juventud.

La nariz se presentaba grande, bien contorneada y como queriendo ser un remanso de paz en las angulosas formas de su cara.  El resto del cuerpo estaba formado por un cuello muy corto al que resultaba imposible colocar una corbata, un tórax delgado posiblemente por falta de espacio porque el abdomen era voluminoso y estaba sostenido por unas piernas no muy largas que terminaban sistemáticamente en unos zapatos de plataforma con suela de goma que le hacían parecer tres centímetros mas alto y le permitían resistir las muchas horas que diariamente permanecía de pié .

Los brazos bien musculados  finalizaban  en unas manos cuidadas con esmero durante muchos años. Las uñas estaban perfectamente recortadas y el barniz que se aplicaba todas las mañanas las hacía relucir como si fueran pintadas. En conjunto, quería representar el estado de ánimo de un hombre sin futuro cuando a los catorce años decidió dejar de estudiar  y entrar como aprendiz con Don Juan, el peluquero de toda la vida, en contra de la opinión de su padre que pretendía que continuase estudiando y terminase en la capital haciéndose universitario.

La peluquería, su lugar de trabajo habitual, estaba ubicada en un pequeño local en el centro del pueblo y en el que cinco o seis sillas de riguroso skay rojo daban paso a dos sillones de casi cien años de antigüedad, los conocidos  “tronos”, no tanto por su valor material, le habían costado cien mil pesetas los dos en un chambón de la capital, sino por su aspecto señorial. Eran sillones labrados, con un pedal a la derecha para ajustar la altura y una base ancha para evitar pequeños movimientos que entorpecerían su labor.

Enfrente de los sillones, un amplio espejo con algunas melladuras producto de tantos años de contribuir a mejorar la visión de los clientes y a los lados varias estanterías de cristal en las que se depositaban los diferentes instrumentos necesarios para desarrollar su trabajo, a saber: maquinillas de cortar el pelo con los dientes de diferentes calibres, peines varios, algunas brochas de afeitar, una especie de lengüeta de fieltro para afilar las antiguos cuchillas de barbero, algún cepillo, diferentes tijeras  y los inevitables frascos de Barón Dandy , panzudos y con una perilla a la que se llegaba a través de una goma. Un calendario con la vista aérea del puerto de la ciudad de Buenos Aires y un reloj con las manecillas agotadas de dar las horas completaban la decoración.

Al lado de una de las sillas, una mesa baja soportaba el peso de los periódicos del día, algunas revistas sobadas por tantas manos y hasta un número del Boletín Oficial del Estado en el que, por casualidad, se especificaban los requisitos mínimos para obtener la licencia de “Oficina de Peluquería”.

Un perchero de tres patas a la entrada, un mapa de París y una caracola regalo de algún cliente eran los complementos ideales para las cinco sillas de skay rojo. 

Allí, en esa peluquería de pueblo que estaba como estaba desde hacía por lo menos cincuenta años, inició su andadura profesional el joven Jesús bajo el mecenazgo de Don Lucas, peluquero que presumía de haber cortado el pelo a lo mejorcito de la sociedad madrileña en aquella época en que deambulaba por la capital allá por los años treinta.

Jesús empezó como deberían empezar todos los que empiezan a los catorce años, preparaba las brochas para el afeitado, en algunos casos hasta le dejaban dar el jabón, afilaba la cuchilla,  limpiaba los hombros del cliente con un cepillo y como final recogía todos los pelos con un cepillo, los apilaba en un recogedor y los metía en una bolsa de plástico negra que depositaba en un pequeño cuarto de basura.

A la hora de cerrar el establecimiento es cuando se misión se tornaba fundamental, tenía como obligación fregar el local y dejar todo como una patena. La jornada laboral era de nueve a dos y de cinco a ocho y media, pero entre limpiar, preparar todo para el día siguiente, etc…etc, nunca salía antes de las nueve y media. Parecía un horario tremendo para un niño de catorce años pero, como dice el refrán, sarna con gusto no pica y lo que para muchos sería agotador, para él, no solo resultaba gratificante si no que muchos días se quedaba mas tiempo dando rienda suelta a su imaginación. Se colocaba detrás del sillón, se ajustaba la bata y cortaba el pelo nada menos que al Rey y al terminar y enseñarle el corte con el espejo, éste se mostraba encantado y después de agradecerle su trabajo le dejaba una suculenta propina.

Esos días su padre le llamaba la atención por llegar tan tarde a casa. No podía entender que es lo que hacía hasta esas horas cuando la peluquería cerraba a las ocho y media y aunque Jesús trataba de explicárselo, el padre se sentía víctima de una mentira piadosa y a pesar de su insistencia en que le contase la verdad, Jesús sabiéndose en posesión de la verdad, no daba su brazo a torcer e instaba su padre a que le demostrase que se había retrasado porque había estado jugando

Poco a poco el niño se fue haciendo mayor y los parroquianos que semanalmente visitaban la barbería le pedían que ejerciera de peluquero o por lo menos les pusiera la sábana en el cuello. El niño, casi hombre, cumplía el encargo con diligencia y a continuación llamaba a su Jefe para que completara la tarea. Algunos incluso le ofrecían su cabellera para iniciar su formación, pero Jesús no se atrevía y siempre les contestaba:

-  Muchas gracias, Señor, pero todavía es pronto.

El padre del chaval, Indalecio, era hombre versado en plantas medicinales y en la botica, donde llevaba mas de cuarenta años ejerciendo de mancebo, se había convertido en la mano derecha de Don Cesáreo Lopez Mansilla farmacéutico de la localidad desde que murió su padre que había sido el iniciador de la saga Lopez Mansilla Farmacéuticos..

Indalecio y su mujer, Encarnita, tuvieron cinco hijos de los cuales tres les salieron unos estudiantes ejemplares y dos un poco mas díscolos. Los primeros fueron universitarios y hasta terminaron sus carreras  con excelentes resultados mientras que los dos últimos no querían saber nada ni de la Universidad ni de vivir en la capital.

Luís, el cuarto, había decidido que su futuro tenía que estar basado en viajar y así lo había decidido desde que fue mayor de edad estando mas tiempo fuera que en su casa. Aficionado a la fotografía recorrió medio mundo plasmando en imágenes lo que ya se sabía por los periódicos y así mataba sus dos grandes aficiones. Viajaba y hacía fotos que con el paso del tiempo le reportaban multitud de recuerdos. Al principio viajaba con la cabeza rebosante de ilusión y poco dinero. Fotografiaba todo lo que se ponía a tiro de su objetivo y gastaba cientos de carretes para obtener cuatro o cinco fotos presentables que eran las que enviaba a las agencias. Habitualmente se las devolvían con notas al margen y ninguna remuneración económica. Con la llegada de la fotografía digital se quintuplicaron las fotos y con una de ellas tuvo la suerte de hacerse primero rico y posteriormente famoso con lo que no tenía que andar mendigando el ser recibido por algún director de periódico.

Por pura casualidad, aunque como él repetía sistemáticamente  para que se produzca tienes que estar ahí, había conseguido fotografiar al asesino del Primer Ministro de Paquistán. Como espectador de paso del primer mandatario estaba haciendo distintas fotos y en una de ellas se apreciaba claramente la presencia de un hombre alto, pistola en mano, disparando hacia el Señor Presidente. Luís se puso en contacto con la Embajada y les cedió la foto como prueba para el juicio. Fue magníficamente recompensado por las autoridades paquistaníes y desde entonces sus instantáneas eran objeto de deseo para los más famosos editores de los periódicos más importantes del mundo.

Como ocurre muchas veces en la vida, un golpe de fortuna hizo que su vida cambiara, posiblemente ahora viajaba más pero veía menos porque se desplazaba con objetivos planificados con anterioridad. Siempre se ha dicho que el hambre agudiza el ingenio y en su caso había sido verdad. Tenía la impresión que ahora era peor reportero que hace unos años, eso sí comía y dormía en los más lujosos hoteles del mundo, pero siempre discurría por los cauces oficiales. Cambiaba de novia como de cámara y su único objetivo en la vida era hacer cada día una foto mejor. Podía estar en países civilizados y sin embargo su espíritu aventurero lo llevaba por los lugares más inhóspitos de la tierra tratando de reflejar con su cámara las desigualdades del mundo que le había tocado vivir.

Jesús, el quinto de los hijos de Indalecio el de la botica, demostró desde muy pequeño un mas que escaso interés por los libros. No le gustaba leer, se distraía con facilidad y su cabeza siempre estaba pensando en otras cosas  A pesar de todo, Don Nicasio, El Maestro, le dedicaba una buena parte de su tiempo demostrándole un mayor interés que al resto de la clase y a pesar de todo, Jesús le hacía oídos sordos. Casi nunca hacía los deberes porque su diversión era jugar, no estudiar. Su padre perdía la paciencia con facilidad y le repetía constantemente que así no iba a ninguna parte, que tuviese como ejemplo a sus hermanos, pero Jesús lo tenía claro, no quería estudiar, por supuesto no tenía ningún interés en salir del pueblo y mucho menos renunciar a sus amigos por irse a estudiar fuera. A pesar de sus catorce años, era consciente que con su actitud se cerraba numerosas puertas, se limitaba para toda la vida al ámbito de un pueblo perdido sin posibilidad de progresar. Su meta era llegar a peluquero y para eso no necesitaba perder el tiempo en aprender latín o aprender a sumar quebrados. Lo que necesitaba era tiempo para irse con Don Lucas y empezar como cualquier aprendiz.

Convenció a su padre para que le  diera permiso durante un año y si en ese tiempo no se ganaba la vida, el padre tenía el derecho de hacerle volver a estudiar. Tuvo que terminar el Bachillerato Elemental y en cuanto lo hizo, adiós a los libros y a centrarse en lo que había que centrarse que no era otra cosa que la peluquería de Don Lucas. Entró como aprendiz, no cortaba el pelo, pero si afeitaba con ilusión y habilidad, hacía los pies como le había enseñado Don Lucas y hasta se atrevía con algún bigote rebelde. Además, si algún cliente necesitaba que le hiciese algún recado, Jesús era el recadero ideal, diligente y siempre con una sonrisa entre los labios, lo mismo le compraba la lotería a Doña Lola la de la mercería , que le hacía un giro postal al hijo de Doña Juana que se había ido a Japón en busca de fortuna y a lo que se ve todavía no la había encontrado o repartía algunas barras de pan a algunos mayores que por su enfermedad no podían acercarse a la tahona o llevaba algunos pedidos del ultramarinos y hasta algunos fines de semana hacía de canguro para que algunos padres  pudieran disfrutar de una larga noche en la ciudad sin estar pendientes de los niños.

Todos estos trabajillos le reportaban unos ingresos suficientes para un niño de su edad que le permitían disfrutar de pequeños lujos y sobre todo no tenía que pedir nada en casa.

Cuando cumplió los dieciocho, siendo ya un experto peluquero, montó un pequeño bar en el único local que estaba en disposición de ser alquilado. Era pequeño, no estaba situado en el mejor lugar del pueblo, tenía poca luz y el patio no disponía de cerca alguna. En fin, un local que reunía todas las condiciones para que el negocio fuera una ruina. Sin embargo Jesús lo tenía claro. Si era capaz de dotarlo de una buena luz, decorar las paredes con fotos que le dejase su  hermano y disponer de un buen equipo de sonido, el negocio estaba asegurado. Eso si, un negocio relativo porque solo pensaba abrir los fines de semana. Su vida era, y deseaba que siguiera siendo,  la peluquería y aunque era consciente que si abría mas días a la semana podía aumentar sus ingresos con lo que llenaría sus bolsillos, pero los vaciaría de tiempo y la premisa fundamental de su vida y por la que no se había ido a la ciudad era el tiempo libre. Toda su actividad estaba enfocada a, por supuesto ganar dinero, pero sobre todo a disponer de tiempo para disfrutar de sus amigos que era su mayor tesoro y de los que no estaba dispuesto a prescindir.

Desde que consiguió que Don Lucas le traspasase el negocio, tenía que reconocer que le iba razonablemente bien, ganaba su dinerito,  tenía dos aprendices, uno bueno y otro algo menos, vivía bien, se permitía el lujo de levantarse tarde,  jugar una  partida de cinquillo todas las tardes y terminar relativamente pronto para ir de vinos con los amigos. En fin, una vida cómoda con la facilidad que brindan los pueblos, pero hasta conseguir esa situación había tenido que luchar de manera importante, sobre todo, para conseguir que Don Lucas le vendiera su negocio.

Don Lucas era y estaba mayor, muy mayor, el peso de los años le impedía llevar su negocio como Dios manda y cada vez delegaba más en Jesús y hasta los propios clientes solicitaban más la presencia del aprendiz que del maestro. Don Lucal lo aceptaba con resignación cristiana y últimamente por aquello del daño cerebral inherente a su edad, pasaba mas tiempo piropeando a las chicas que pasaban por delante del establecimiento que a tratar de mantener el negocio que le había dado de comer durante tantos años. Don Lucas vivía de las rentas, también es verdad que era viudo y con escasos gastos y por lo tanto el hecho de traspasar la peluquería no le resultaba perentorio. Si las condiciones fueran favorables para él podría traspasarla, porque no, pero si se quedaba con ella tampoco era ninguna tragedia.

4 comentarios:

  1. Bueno, esta novela se llama la enfermera rural pero en este capitulo solo hemos conocido a Jesús el peluquero, deseando leer el siguiente capitulo y meterme de lleno en la historia. Besos. Tiene razón Merce QUE PASA BLOGUEROS!!!!!!!!

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  2. Con esta novela nos convertimos en expertos lectores de ibooks. Ya no tenemos libros; leemos novelas en el ordenador.
    El comienzo genial; ya estoy enganchada. Seguro que hereda la peluquería y el bar es todo un éxito...
    Bss y a por el próximo capítulo

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  3. El Tío Javier Belas18 de junio de 2012, 1:34

    Esta novela empieza bien, tiene buena pinta. Me ha gustado mucho la descripción física de Jesús y también lo de las manecillas agotadas del reloj. Bueno, ya estoy enganchado. No sé por qué me da que Jesús se va a hacer novio de la enfermera rural. Estoy a la espera del próximo capítulo.

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  4. Para mi éste poquito que hemos visto de la Enfermera Rural es lo mejor que hemos leído hasta ahora, pareces un escritor profesional! Está escrito fenomenal!!

    Yo sigo aquí bloggeros! La de los niños la leí hace poco y he esperado a que acabase, pero ya estoy por aquí otra vez y con éste comienzo mucho más!

    Besos a todos!!

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