Queridos blogueros/as: Como lo prometido es deuda os envío el primer capítulo de una nueva novela que se llama la Enfermera Rural. Espero que os guste y paséis un rato agradable que es de lo que se trata.
Lo bueno que tiene esto de escribir una cosa y no volverla a leer es que no me acuerdo de nada y así como para vosotros es una novedad, tengo que reconocer que para mí también y por eso me hace mucha gracia ver cosas como que los dientes se le habían caído en el fragor del combate diario con los alimentos ¿eso lo he escrito yo? seguro que si, pero me resulta curioso.
A propósito solo he leído el primer capítulo y poco a poco vosotros y yo nos iremos enterando que pinta el tal Jesús en una novela sobre una enfermera rural. Se verá
Os aviso también que es bastante larga, o sea que tenemos para unos cuantos sábados.
Un abrazo
Tino Belas
LA ENFERMERA RURAL
F. Belascoain
Octubre 2009
CAPITULO 1.-
Jesús el peluquero no era
de allí, pero llevaba tantos años en el pueblo que para la mayoría era uno más.
Como a todos, el tiempo le había dejado sus huellas y de ser un apuesto mozo
pasó a ser un señor, más o menos decrépito, con la cara surcada con múltiples
arrugas que iban variando de dirección. En la frente discurrían horizontales,
excepto en el entrecejo que se
transformaban en verticales y se prolongaban hasta unas mejillas enrojecidas.
Los ojos de un gris intenso permanecían protegidos por unas cejas bien pobladas
denotando un cierto cansancio. Unas recientes cataratas le habían hecho
reflexionar y, aunque no se cuidaba especialmente, si que procuraba llevar siempre
unas gafas de sol para evitar sobresaltos. De hecho en su peluquería había
retirado unos cuantos tubos de neón haciendo que predominara la luz solar sobre
la artificial.
La boca era grande de
labios bien contorneados que dejaban paso a una dentadura desarrollada a su
aire. Uno de los incisivos tenía su base en la encía a un centímetro por debajo
del resto y los demás parecían entes autónomos. Unos eran cortos y romos, otros
afilados y puntiagudos y algunos, mas de los que hubiera deseado, habían caído
en el fragor del combate diario con los alimentos.
Toda la cara estaba enmarcada por un flequillo
primorosamente arreglado con cada pelo en su sitio exacto. A los lados unas
importantes patillas que casi se continuaban hasta la barbilla completaban el
cuadro. Las orejas grandes y con la característica que el lóbulo de la
izquierda estaban partidas a la mitad producto de alguna reyerta de juventud.
La nariz se presentaba
grande, bien contorneada y como queriendo ser un remanso de paz en las
angulosas formas de su cara. El resto
del cuerpo estaba formado por un cuello muy corto al que resultaba imposible
colocar una corbata, un tórax delgado posiblemente por falta de espacio porque
el abdomen era voluminoso y estaba sostenido por unas piernas no muy largas que
terminaban sistemáticamente en unos zapatos de plataforma con suela de goma que
le hacían parecer tres centímetros mas alto y le permitían resistir las muchas
horas que diariamente permanecía de pié .
Los brazos bien musculados finalizaban
en unas manos cuidadas con esmero durante muchos años. Las uñas estaban
perfectamente recortadas y el barniz que se aplicaba todas las mañanas las
hacía relucir como si fueran pintadas. En conjunto, quería representar el
estado de ánimo de un hombre sin futuro cuando a los catorce años decidió dejar
de estudiar y entrar como aprendiz con
Don Juan, el peluquero de toda la vida, en contra de la opinión de su padre que
pretendía que continuase estudiando y terminase en la capital haciéndose
universitario.
La peluquería, su lugar de
trabajo habitual, estaba ubicada en un pequeño local en el centro del pueblo y
en el que cinco o seis sillas de riguroso skay rojo daban paso a dos sillones
de casi cien años de antigüedad, los conocidos
“tronos”, no tanto por su valor material, le habían costado cien mil
pesetas los dos en un chambón de la capital, sino por su aspecto señorial. Eran
sillones labrados, con un pedal a la derecha para ajustar la altura y una base
ancha para evitar pequeños movimientos que entorpecerían su labor.
Enfrente de los sillones,
un amplio espejo con algunas melladuras producto de tantos años de contribuir a
mejorar la visión de los clientes y a los lados varias estanterías de cristal
en las que se depositaban los diferentes instrumentos necesarios para
desarrollar su trabajo, a saber: maquinillas de cortar el pelo con los dientes
de diferentes calibres, peines varios, algunas brochas de afeitar, una especie
de lengüeta de fieltro para afilar las antiguos cuchillas de barbero, algún
cepillo, diferentes tijeras y los
inevitables frascos de Barón Dandy , panzudos y con una perilla a la que se
llegaba a través de una goma. Un calendario con la vista aérea del puerto de la
ciudad de Buenos Aires y un reloj con las manecillas agotadas de dar las horas
completaban la decoración.
Al lado de una de las
sillas, una mesa baja soportaba el peso de los periódicos del día, algunas
revistas sobadas por tantas manos y hasta un número del Boletín Oficial del
Estado en el que, por casualidad, se especificaban los requisitos mínimos para
obtener la licencia de “Oficina de Peluquería”.
Un perchero de tres patas a
la entrada, un mapa de París y una caracola regalo de algún cliente eran los
complementos ideales para las cinco sillas de skay rojo.
Allí, en esa peluquería de
pueblo que estaba como estaba desde hacía por lo menos cincuenta años, inició
su andadura profesional el joven Jesús bajo el mecenazgo de Don Lucas,
peluquero que presumía de haber cortado el pelo a lo mejorcito de la sociedad
madrileña en aquella época en que deambulaba por la capital allá por los años
treinta.
Jesús empezó como deberían
empezar todos los que empiezan a los catorce años, preparaba las brochas para
el afeitado, en algunos casos hasta le dejaban dar el jabón, afilaba la cuchilla, limpiaba los hombros del cliente con un
cepillo y como final recogía todos los pelos con un cepillo, los apilaba en un
recogedor y los metía en una bolsa de plástico negra que depositaba en un
pequeño cuarto de basura.
A la hora de cerrar el
establecimiento es cuando se misión se tornaba fundamental, tenía como
obligación fregar el local y dejar todo como una patena. La jornada laboral era
de nueve a dos y de cinco a ocho y media, pero entre limpiar, preparar todo
para el día siguiente, etc…etc, nunca salía antes de las nueve y media. Parecía
un horario tremendo para un niño de catorce años pero, como dice el refrán,
sarna con gusto no pica y lo que para muchos sería agotador, para él, no solo
resultaba gratificante si no que muchos días se quedaba mas tiempo dando rienda
suelta a su imaginación. Se colocaba detrás del sillón, se ajustaba la bata y
cortaba el pelo nada menos que al Rey y al terminar y enseñarle el corte con el
espejo, éste se mostraba encantado y después de agradecerle su trabajo le dejaba
una suculenta propina.
Esos días su padre le
llamaba la atención por llegar tan tarde a casa. No podía entender que es lo
que hacía hasta esas horas cuando la peluquería cerraba a las ocho y media y
aunque Jesús trataba de explicárselo, el padre se sentía víctima de una mentira
piadosa y a pesar de su insistencia en que le contase la verdad, Jesús
sabiéndose en posesión de la verdad, no daba su brazo a torcer e instaba su
padre a que le demostrase que se había retrasado porque había estado jugando
Poco a poco el niño se fue
haciendo mayor y los parroquianos que semanalmente visitaban la barbería le
pedían que ejerciera de peluquero o por lo menos les pusiera la sábana en el
cuello. El niño, casi hombre, cumplía el encargo con diligencia y a continuación
llamaba a su Jefe para que completara la tarea. Algunos incluso le ofrecían su
cabellera para iniciar su formación, pero Jesús no se atrevía y siempre les
contestaba:
- Muchas gracias, Señor, pero todavía es
pronto.
El padre del chaval,
Indalecio, era hombre versado en plantas medicinales y en la botica, donde
llevaba mas de cuarenta años ejerciendo de mancebo, se había convertido en la
mano derecha de Don Cesáreo Lopez Mansilla farmacéutico de la localidad desde
que murió su padre que había sido el iniciador de la saga Lopez Mansilla
Farmacéuticos..
Indalecio y su mujer,
Encarnita, tuvieron cinco hijos de los cuales tres les salieron unos
estudiantes ejemplares y dos un poco mas díscolos. Los primeros fueron
universitarios y hasta terminaron sus carreras
con excelentes resultados mientras que los dos últimos no querían saber
nada ni de la Universidad
ni de vivir en la capital.
Luís, el cuarto, había
decidido que su futuro tenía que estar basado en viajar y así lo había decidido
desde que fue mayor de edad estando mas tiempo fuera que en su casa. Aficionado
a la fotografía recorrió medio mundo plasmando en imágenes lo que ya se sabía
por los periódicos y así mataba sus dos grandes aficiones. Viajaba y hacía
fotos que con el paso del tiempo le reportaban multitud de recuerdos. Al
principio viajaba con la cabeza rebosante de ilusión y poco dinero.
Fotografiaba todo lo que se ponía a tiro de su objetivo y gastaba cientos de
carretes para obtener cuatro o cinco fotos presentables que eran las que
enviaba a las agencias. Habitualmente se las devolvían con notas al margen y
ninguna remuneración económica. Con la llegada de la fotografía digital se
quintuplicaron las fotos y con una de ellas tuvo la suerte de hacerse primero
rico y posteriormente famoso con lo que no tenía que andar mendigando el ser
recibido por algún director de periódico.
Por pura casualidad, aunque
como él repetía sistemáticamente para
que se produzca tienes que estar ahí, había conseguido fotografiar al asesino
del Primer Ministro de Paquistán. Como espectador de paso del primer mandatario
estaba haciendo distintas fotos y en una de ellas se apreciaba claramente la
presencia de un hombre alto, pistola en mano, disparando hacia el Señor
Presidente. Luís se puso en contacto con la Embajada y les cedió la foto como
prueba para el juicio. Fue magníficamente recompensado por las autoridades
paquistaníes y desde entonces sus instantáneas eran objeto de deseo para los
más famosos editores de los periódicos más importantes del mundo.
Como ocurre muchas veces en
la vida, un golpe de fortuna hizo que su vida cambiara, posiblemente ahora
viajaba más pero veía menos porque se desplazaba con objetivos planificados con
anterioridad. Siempre se ha dicho que el hambre agudiza el ingenio y en su caso
había sido verdad. Tenía la impresión que ahora era peor reportero que hace
unos años, eso sí comía y dormía en los más lujosos hoteles del mundo, pero
siempre discurría por los cauces oficiales. Cambiaba de novia como de cámara y
su único objetivo en la vida era hacer cada día una foto mejor. Podía estar en
países civilizados y sin embargo su espíritu aventurero lo llevaba por los
lugares más inhóspitos de la tierra tratando de reflejar con su cámara las
desigualdades del mundo que le había tocado vivir.
Jesús, el quinto de los
hijos de Indalecio el de la botica, demostró desde muy pequeño un mas que
escaso interés por los libros. No le gustaba leer, se distraía con facilidad y
su cabeza siempre estaba pensando en otras cosas A pesar de todo, Don Nicasio, El Maestro, le
dedicaba una buena parte de su tiempo demostrándole un mayor interés que al
resto de la clase y a pesar de todo, Jesús le hacía oídos sordos. Casi nunca
hacía los deberes porque su diversión era jugar, no estudiar. Su padre perdía
la paciencia con facilidad y le repetía constantemente que así no iba a ninguna
parte, que tuviese como ejemplo a sus hermanos, pero Jesús lo tenía claro, no
quería estudiar, por supuesto no tenía ningún interés en salir del pueblo y
mucho menos renunciar a sus amigos por irse a estudiar fuera. A pesar de sus
catorce años, era consciente que con su actitud se cerraba numerosas puertas,
se limitaba para toda la vida al ámbito de un pueblo perdido sin posibilidad de
progresar. Su meta era llegar a peluquero y para eso no necesitaba perder el
tiempo en aprender latín o aprender a sumar quebrados. Lo que necesitaba era
tiempo para irse con Don Lucas y empezar como cualquier aprendiz.
Convenció a su padre para
que le diera permiso durante un año y si
en ese tiempo no se ganaba la vida, el padre tenía el derecho de hacerle volver
a estudiar. Tuvo que terminar el Bachillerato Elemental y en cuanto lo hizo,
adiós a los libros y a centrarse en lo que había que centrarse que no era otra
cosa que la peluquería de Don Lucas. Entró como aprendiz, no cortaba el pelo,
pero si afeitaba con ilusión y habilidad, hacía los pies como le había enseñado
Don Lucas y hasta se atrevía con algún bigote rebelde. Además, si algún cliente
necesitaba que le hiciese algún recado, Jesús era el recadero ideal, diligente
y siempre con una sonrisa entre los labios, lo mismo le compraba la lotería a
Doña Lola la de la mercería , que le hacía un giro postal al hijo de Doña Juana
que se había ido a Japón en busca de fortuna y a lo que se ve todavía no la había
encontrado o repartía algunas barras de pan a algunos mayores que por su
enfermedad no podían acercarse a la tahona o llevaba algunos pedidos del
ultramarinos y hasta algunos fines de semana hacía de canguro para que algunos
padres pudieran disfrutar de una larga
noche en la ciudad sin estar pendientes de los niños.
Todos estos trabajillos le
reportaban unos ingresos suficientes para un niño de su edad que le permitían
disfrutar de pequeños lujos y sobre todo no tenía que pedir nada en casa.
Cuando cumplió los
dieciocho, siendo ya un experto peluquero, montó un pequeño bar en el único
local que estaba en disposición de ser alquilado. Era pequeño, no estaba
situado en el mejor lugar del pueblo, tenía poca luz y el patio no disponía de
cerca alguna. En fin, un local que reunía todas las condiciones para que el
negocio fuera una ruina. Sin embargo Jesús lo tenía claro. Si era capaz de
dotarlo de una buena luz, decorar las paredes con fotos que le dejase su hermano y disponer de un buen equipo de sonido,
el negocio estaba asegurado. Eso si, un negocio relativo porque solo pensaba
abrir los fines de semana. Su vida era, y deseaba que siguiera siendo, la peluquería y aunque era consciente que si
abría mas días a la semana podía aumentar sus ingresos con lo que llenaría sus
bolsillos, pero los vaciaría de tiempo y la premisa fundamental de su vida y
por la que no se había ido a la ciudad era el tiempo libre. Toda su actividad
estaba enfocada a, por supuesto ganar dinero, pero sobre todo a disponer de tiempo
para disfrutar de sus amigos que era su mayor tesoro y de los que no estaba
dispuesto a prescindir.
Desde que consiguió que Don
Lucas le traspasase el negocio, tenía que reconocer que le iba razonablemente
bien, ganaba su dinerito, tenía dos
aprendices, uno bueno y otro algo menos, vivía bien, se permitía el lujo de
levantarse tarde, jugar una partida de cinquillo todas las tardes y
terminar relativamente pronto para ir de vinos con los amigos. En fin, una vida
cómoda con la facilidad que brindan los pueblos, pero hasta conseguir esa
situación había tenido que luchar de manera importante, sobre todo, para
conseguir que Don Lucas le vendiera su negocio.
Don Lucas era y estaba
mayor, muy mayor, el peso de los años le impedía llevar su negocio como Dios
manda y cada vez delegaba más en Jesús y hasta los propios clientes solicitaban
más la presencia del aprendiz que del maestro. Don Lucal lo aceptaba con
resignación cristiana y últimamente por aquello del daño cerebral inherente a
su edad, pasaba mas tiempo piropeando a las chicas que pasaban por delante del
establecimiento que a tratar de mantener el negocio que le había dado de comer
durante tantos años. Don Lucas vivía de las rentas, también es verdad que era
viudo y con escasos gastos y por lo tanto el hecho de traspasar la peluquería
no le resultaba perentorio. Si las condiciones fueran favorables para él podría
traspasarla, porque no, pero si se quedaba con ella tampoco era ninguna
tragedia.
Bueno, esta novela se llama la enfermera rural pero en este capitulo solo hemos conocido a Jesús el peluquero, deseando leer el siguiente capitulo y meterme de lleno en la historia. Besos. Tiene razón Merce QUE PASA BLOGUEROS!!!!!!!!
ResponderEliminarCon esta novela nos convertimos en expertos lectores de ibooks. Ya no tenemos libros; leemos novelas en el ordenador.
ResponderEliminarEl comienzo genial; ya estoy enganchada. Seguro que hereda la peluquería y el bar es todo un éxito...
Bss y a por el próximo capítulo
Esta novela empieza bien, tiene buena pinta. Me ha gustado mucho la descripción física de Jesús y también lo de las manecillas agotadas del reloj. Bueno, ya estoy enganchado. No sé por qué me da que Jesús se va a hacer novio de la enfermera rural. Estoy a la espera del próximo capítulo.
ResponderEliminarPara mi éste poquito que hemos visto de la Enfermera Rural es lo mejor que hemos leído hasta ahora, pareces un escritor profesional! Está escrito fenomenal!!
ResponderEliminarYo sigo aquí bloggeros! La de los niños la leí hace poco y he esperado a que acabase, pero ya estoy por aquí otra vez y con éste comienzo mucho más!
Besos a todos!!