viernes, 22 de junio de 2012

LA ENFERMERA RURAL CAPITULO 2

Queridos Blogueros/as: Había empezado a escribir una historia que me estaba dando hasta miedo y no se a que tecla he dado que creo que se ha borrado todo. En vista de eso lo vuelvo a escribir y si sale lo anterior por alguna parte mejor para vosotros, dos escritos por el mismo precio
La cosa empezaba con poneros en situación, como estoy yo ahora mismo por aquello de poneros los dientes largos sobre todo a aquellos que no andáis sobrados de tiempo libre. En fin, amplio salón, recién remozado, música barroca y canto gregoriano en el equipo de música, toldo bajado para paliar el viernes de calor que nos ha tocado en suerte y así en la penumbra veo pasar por el fondo, daros cuenta lo grande que es mi salón, a un monje con la capucha cubriéndole la cabeza, arrastrando los pies por las piedras de un viejo claustro, con un libro sobre la vida de San Agustín entre las manos. Se acerca hacia donde estoy yo, me quedo quieto, no se que hacer, creo que casi voy a ir al cuarto de baño por si acaso, pero el monje viene hacía mi muy despacio, muy despacio, muy despacio ¿Que hago Dios mío? El monje acerca su mano derecha a mi mejilla, es una mano fría, parece la de un muerto y cuando ya estoy a punto de irme con él a ese convento del siglo XII oigo su voz grave que dice
-  Coño Tino no empieces otra novela que ahora toca la enfermera rural y así de esta manera, os habéis dado cuenta, blogueros/as que hoy estoy inspirado, os envío el capitulo dos de la Enfermera rural. Espero que os guste y como siempre espero vuestros comentarios
Un abrazo
Tino Belas




CAPITULO 2.-

Un día, después de haber cerrado. Don Lucas invitó a Jesús a dar una vuelta por el parque. Serían las ocho y media de la tarde y entre árboles centenarios, Don Lucas le planteó la posibilidad de dejar el negocio y que lo llevara él, - al fin y al cabo llevas tantos años conmigo que podrías ser mi hijo,- le insinuó. D. Lucas estaba dispuesto a retirarse, pero con la condición de llevarse una parte del rendimiento del negocio. No quería vender, ni tampoco alquilar, quería un porcentaje, que podemos negociar el que nos parezca justo y así ni tú tienes que pagar traspaso y yo sigo cobrando algo de la peluquería que para eso la fundé hace ya un montón de años y he tenido que  soportar épocas buenas, épocas regulares y épocas malas

Jesús permanecía en silencio esperando que su Jefe le explicara cuales eran sus pretensiones, pero D. Lucas a quien las malas lenguas le achacaban una cierta avaricia, no soltaba prenda. Hablaba, hablaba y hablaba sobre los muchísimos gastos que había tenido que soportar durante los muchos años que había estado al frente del negocio y eso le obligaba a pedir de su futuro socio un treinta por ciento de la facturación. Sabía que era una cantidad importante pero Jesús tenía que sopesar también las ventajas. Efectivamente el treinta por cien parecía mucho pero a cambio, D. Lucas le dejaba la peluquería como estaba. Por no retirar no retiraba ni la colección de brochas que adornaba una de las estanterías.

El ya casi perfecto peluquero había pensado que la cantidad oscilaría entre un diez o un quince por ciento, pero un treinta le parecía excesivo, sobre todo, si tenía en cuenta que últimamente los clientes los aportaba él porque D. Lucas pasaba de estar muchas horas de pié. Intentó razonar ante su Jefe pero éste no estaba dispuesto a rebajar ni un céntimo sus pretensiones y Jesús aceptó, después de intentar una negociación,  porque sabía que le podría engañar en la cantidad a aplicar el porcentaje de tal manera que, al final, le saliese el quince por cien.

Con un simple apretón de manos sellaron el pacto y quedaron en reunirse todos los primeros viernes de mes para hacer cuentas y ajustar las cantidades a abonar.
                                                
-  No hace falta decir que el porcentaje se hará después de descontar los gastos ¿le parece?
-  Bueno -  D. Lucas adoptó el aire paternal que tanto le gustaba – no quiero que pienses que intento abusar de ti, o sea que acepto. Hacemos la división después de deducir los gastos y tan amigos.
-  Muy bien, D. Lucas. Espero que no tengamos ningún problema.
-  Seguro que no, Jesús.

De esta manera, Jesús se convirtió de la noche a la mañana en empresario del cabello. Ya podía aceptar la continuación del Genaro como ayudante porque aunque no era ninguna eminencia estaba puesto, sobre todo, para el corte y también aunque en labores mas propias de un aprendiz aceptaría al hijo mayor de Lorenzo, el carnicero, que estaba allí mas por la amistad entre Jesús y su padre que por el interés que el chaval demostraba a diario. El Lorencito quería ser pastor  y pasarse el día en el campo con  las ovejas. Su afición era tal que en cuanto Jesús se descuidaba lo mas mínimo, el Lorencito se iba por los caminos en busca de rebaños y aprovechaba para hablar de tu a tu con los pastores como si fuera uno mas.

Como Jesús era consciente de la situación,  trataba de mantener largas conversaciones con el chaval y en muchas ocasiones se encontraba con que le estaba aconsejando y diciéndole lo mismo que le decía su padre a él mismo. La historia siempre se repite – pensaba – pero este chico acabará siendo pastor porque es  terco como una mula y lo conseguirá, pero es una pena porque casi no sabe ni leer ni escribir y podía aprovechar mejor su tiempo. Si que es cierto que su trabajo en la peluquería le vale para ganar algo para sus gastos, pero de ahí no pasará si no pone interés y lo va a tener complicado.
Caso diferente era el de Genaro. Era un chico listo, buen profesional pero por su carácter nunca había llegado a congeniar con él y tenía claro que en cuanto encontrase otro ayudante lo ponía de patitas en la  calle, a pesar de hacer las cosas bien.

Para Jesús no solamente había que dominar las técnicas del corte o del afeitado para ser un buen profesional. Eso se daba por hecho. Lo más importante era el trato con el cliente, el ser como un poco psicólogo y ahí es donde fallaba Genaro. Trataba siempre de imponer su criterio en cuanto al corte de pelo porque, según él,  cada cara necesita un corte determinado y él como profesional era el que lo tenía que decidir. Algunos clientes se dejaban hacer, pero otros se negaban en redondo y hasta hubo alguno que se levantó del sillón y esperó a que le tocara el turno con Jesús para que se lo cortara como quería el poseedor de la cabellera y no el peluquero. Por este motivo, Genaro era querido por algunos en el pueblo y odiado por otros y para Jesús no era buena cosa, pero de momento no había quien lo sustituyera.

El pueblo y naturalmente todos los que en el moraban vivían el sueño del abandono. Los días transcurrían con lentitud con pequeñas cambios por aquello de la meteorología. El silencio era el amo y señor de calles y caminos alterado únicamente por el ruido de alguna grúa que trasladaba material para rehabilitar alguna vivienda. Los tejados eran testigos de lo que ocurría en su interior y así adoptaban un color negro como símbolo de  tristeza y monotonía. Era un pueblo en el que nunca pasaba nada y en el que Jesús era feliz. Su trabajo en la peluquería le llenaba las horas centrales del día y le dejaba muchos huecos para disfrutar de sus amigos. Era un privilegiado para el resto de los habitantes del pueblo porque no tenía que levantarse con el alba para las labores del campo y encima de levantarse a las nueve de la mañana, iba andando a su trabajo del que distaba no mas de quinientos metros. Entre cliente y cliente tomaba algún café en “El Central” y a la una, mas o menos, tomaba el aperitivo con sus amigos en “La bodeguita”, siempre un vaso de vino blanco y algunos manises y si se terciaba, lo cual no era habitual, se tomaba otro vino en “Casa Amparo” Comía en su casa con sus padres mientras veían el Telediario, un si pero no de siesta y a las cuatro ya estaba de vuelta en “El Central” para la partida de dominó que se prolongaba por espacio de una hora u hora y media. Vuelta a la peluquería y a las ocho comenzaba la segunda parte: vino, esta vez tinto en “La Bodeguita” ocasionalmente otro en Casa Amparo y a casa. Los viernes y sábados se diferenciaban del resto de los días de la semana porque la jornada no terminaba temprano, sino que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada en “Villa Felicidad” un bar de copas y de alterne, de esos de carretera próximo a una gasolinera. Allí charlaban con las chicas, disfrutaban de una amistad que solo permanecía en el interior del local y  a veces disfrutaban de sus servicios. Una vez cerrado el local, las chicas desaparecían y eran trasladadas en una furgoneta a un lugar desconocido evitando cualquier tipo de contacto fuera del club. Eran chicas de distintas nacionalidades, fundamentalmente del este de Europa, que casi no sabían hablar español y por lo tanto resultaba muy difícil establecer una mínima amistad. Ellas no contaban nunca sus problemas, se sentían permanentemente vigiladas por sus mentores y solo establecían una relación estrictamente profesional con sus clientes y en cuanto se pasaba la hora, volvían con otros clientes y así un día y otro, hasta que sus jefes decidieran y entonces las desplazaban a otra provincia, otra autonomía o incluso a otros países. Una esclavitud en toda regla disfrazada con una sonrisa oculta tras una gruesa capa de maquillaje.

Un viernes por la tarde de un caluroso mes de Agosto, cuando Jesús ante la ausencia de clientes estaba a punto de finalizar la jornada de trabajo, recibió la visita de una mujer joven, rubia de ojos claros, no muy alta acompañada de un niño de diez o doce años. Quería que le cortara el pelo al niño. Jesús consultó su reloj y aunque era un poco tarde, pasaban unos minutos de las ocho, invitó al niño a que se sentara. Tomando el pelo entre sus dedos preguntó a la madre
-  ¿Cómo quiere que se lo corte?
-  Normal, tirando a corto, si le parece bien.
-  Muy bien. Vamos allá.

Jesús ajustó la sabana por debajo del cuello de la camisa del niño, le aconsejó que se estuviera lo mas quieto posible y comenzó a rebajar el pelo con una tijera. Por el rabillo del ojo observaba a la madre a través del espejo y la vio como parecía totalmente entregada a la lectura de un Hola. Era una señora atractiva, así como de treinta y tantos años o algo menos, no era una rubia explosiva pero tenía algo que la hacía atractiva. Estaba sentada en una de las sillas, cruzaba y descruzaba las piernas cada poco y se retiraba un mechón de pelo de la cara con un movimiento instintivo.

Mientras iba cortando el pelo y con la idea de hacerle que el tiempo se le hiciera mas corto, preguntó al niño
-  ¿Como te llamas?
-  Yo me llamo David ¿y tú? – contestó el niño con un desparpajo un poco impropio para su edad
-  Yo me llamo Jesús y soy el peluquero del  pueblo.

David le miraba con curiosidad y de vez en cuando movía la cabeza lo que hacía que Jesús le obligara a estarse quieto.

La madre desde la silla del fondo le decía:
-  Estate quieto y así este señor te cortará el pelo mejor ¿de acuerdo?
-  Si, Mamá, pero es que me canso
-  Venga, estate tranquilo y ya verás como termina enseguida.

Jesús la volvió a mirar a través del espejo y ella abrió los brazos como queriendo justificar la postura del niño.

La tijera gobernada con acierto por Jesús, iba haciendo su trabajo y así tanto acortaba el recorrido de las patillas como corregía la dirección del flequillo. Jesús continuaba concentrado en su trabajo, pero no dejaba de observar a la madre del niño que se mantenía concentrada leyendo una revista.

Desde que comenzó con el oficio, tenía la costumbre de hablar con los clientes mientras les cortaba el pelo y así por un lado intentaba que el tiempo se le hiciera mas corto y por otro se sabía la vida y milagros de todo el pueblo y en este caso con mas motivo.

Mientras continuaba con el corte preguntó:
-  Ustedes no son de aquí ¿verdad?
-  No, no, claro que no – contestó la madre – vivimos en Madrid, pero hemos visto un anuncio en el periódico en el que se ofrece un puesto de ATS para ayudar al Médico y he venido para ver como son las condiciones y si me puede interesar.
-  No, pero no es para ayudar al Médico – Jesús la miró desde el sillón de barbero- entre otras cosas porque ya no hay Médico
-  ¿Se ha ido?
-  No, sigue siendo el mismo pero solo viene un día a la semana.
-  ¿y eso?
-  Pues no se lo que habrá pasado, sinceramente no lo se, es posible que tuviera menos enfermos porque ya sabe usted que los pueblos se están quedando vacíos, pero sea por lo que sea el caso es que Don Antonio María no viene casi nunca
-  Y si hay una urgencia ¿viene o tampoco?
-  No lo se – Jesús nunca se había visto en esa situación- yo creo que si está de guardia si que viene pero si no, lo que se suele hacer es llamar al Eduardo, el taxista y te lleva al Centro de Salud y si allí lo consideran oportuno te envían en ambulancia al Hospital
-  Total, que están dejados de la mano de Dios.
-  Hombre, tanto como eso no, pero si que antes estábamos mejor, porque estaba D. David , el practicante de toda la vida que al Médico le resolvía casi todos los problemas y desde que se murió,  han pasado dos o tres enfermeras y ninguna le llega ni a la suela de los zapatos.
-  O sea que no soy la primera
-  No, han venido, tres y a los pocos meses se han ido las tres.
-  De donde se deduce que la cosa está complicada – Sofía iba encontrando cada vez más dificultades para aceptar el cargo y eso que por no saber no sabía todavía ni las condiciones económicas.
-  No le puedo decir porqué se han marchado, aunque ya sabe como es la gente en los pueblos y se ha dicho de todo de las tres, pero la verdad es que, por lo menos yo, no se porqué se han ido.
-  Pero ¿sabe si tuvieron problemas con el Médico?
-  No lo se, pero seguro que si. Es lógico, mañana te quedas aquí y empiezan a ir pacientes a tu consulta y esos pacientes dejan de ir a la consulta de D. Antonio María y a este le molesta eso es lógico ¿no?
-  Bueno, según se mire porque si no está tiene poco derecho a protestar
-  Ya, pero lo difícil es saber si no esta porque no tiene enfermos o no tiene enfermos porque no está.
-  Pues, para mi es muy fácil – Sofía dejó la revista encima de la mesa – no tiene enfermos porque no está. Si estuviera la gente iría a su consulta entre otras cosas porque no hay otro.
Si posiblemente tenga usted razón, no lo sé. En fin – Jesús retiró la sabana del cuello del niño y le limpió con un cepillo – caballero, hemos terminado.
Muchas gracias – dijo la madre mientras miraba el corte de pelo.
-  Gracias a usted
-  ¿Qué le debo?
-  Como David se ha portado como un hombre y es la primera vez que viene a la peluquería,  le regalo el corte de pelo, pero la próxima vez ya le cobro normal.
-  Muchas gracias – Sofía le dio la mano – y tu ¿no tienes nada que decirle al señor?
-  Muchas gracias, Jesús.
-  De nada chaval y hasta la próxima.

Jesús, como hacía con todos los clientes, les acompañó hasta la puerta y abriéndola se despidió de ella y el niño con un hasta pronto. La madre y el niño caminaron por la calle hasta perderse al doblar la primera esquina, bajo la atenta mirada del peluquero.

Como ya no quedaba ningún cliente, Jesús se sentó en el sillón, cerró los ojos y dejó volar su imaginación. Se veía locamente enamorado, como le ocurría casi siempre, pero esta vez había sido diferente que con las chicas de Villa Felicidad. A aquellas las veía como meros objetos de deseo, mientras ésta tenía algo que no sabía definir pero que la hacía completamente distinta. Las chicas de Villa Felicidad se vestían de manera provocativa para lograr su objetivo mientras que la enfermera llevaba una camisa blanca y unos vaqueros normales y corrientes. El maquillaje, poco o mucho de la mañana, había desaparecido sin dejar rastro y quedaba una imagen normal sin rasgos que la hicieran muy distinta. Los ojos de un gris profundo estaban protegidos por unas pestañas bien cuidadas y el pelo rubio recogido en una especie de coleta, completaba un cuadro que se presentaba como muy agradable.

Cuando la mujer desapareció de la vista del peluquero, éste se dio cuenta que no sabía ni como se llamaba pero bueno, el pueblo es muy pequeño – pensó Jesús -  y mañana me enteraré

3 comentarios:

  1. Que buena pinta tiene !!!. Está muy bien planteado y todavía estamos en la presentación. Aún quedan flecos por descubrir. ¿Si o si?
    Genial
    Y encima ya estamos en semifinales. Guaaaaauuu

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  2. El Tío Javier Belas24 de junio de 2012, 1:47

    Me gusta, ya va tomando forma. Ya lo decía yo en el prime capítulo, el Jesús y la enfermera se lían. Espero impaciente el desenlace.
    ¡¡¡¡¡¡¡ A por ellos oe !!!!!!!!

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  3. Tiene pinta de ser super entretenida, ya estoy enganchada y deseando que llegue el Sábado para leer el siguiente capítulo. Besos.

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