La cosa empezaba con poneros en situación, como estoy yo ahora mismo por aquello de poneros los dientes largos sobre todo a aquellos que no andáis sobrados de tiempo libre. En fin, amplio salón, recién remozado, música barroca y canto gregoriano en el equipo de música, toldo bajado para paliar el viernes de calor que nos ha tocado en suerte y así en la penumbra veo pasar por el fondo, daros cuenta lo grande que es mi salón, a un monje con la capucha cubriéndole la cabeza, arrastrando los pies por las piedras de un viejo claustro, con un libro sobre la vida de San Agustín entre las manos. Se acerca hacia donde estoy yo, me quedo quieto, no se que hacer, creo que casi voy a ir al cuarto de baño por si acaso, pero el monje viene hacía mi muy despacio, muy despacio, muy despacio ¿Que hago Dios mío? El monje acerca su mano derecha a mi mejilla, es una mano fría, parece la de un muerto y cuando ya estoy a punto de irme con él a ese convento del siglo XII oigo su voz grave que dice
- Coño Tino no empieces otra novela que ahora toca la enfermera rural y así de esta manera, os habéis dado cuenta, blogueros/as que hoy estoy inspirado, os envío el capitulo dos de la Enfermera rural. Espero que os guste y como siempre espero vuestros comentarios
Un abrazo
Tino Belas
CAPITULO
2.-
Un día,
después de haber cerrado. Don Lucas invitó a Jesús a dar una vuelta por el
parque. Serían las ocho y media de la tarde y entre árboles centenarios, Don
Lucas le planteó la posibilidad de dejar el negocio y que lo llevara él, - al
fin y al cabo llevas tantos años conmigo que podrías ser mi hijo,- le insinuó.
D. Lucas estaba dispuesto a retirarse, pero con la condición de llevarse una
parte del rendimiento del negocio. No quería vender, ni tampoco alquilar,
quería un porcentaje, que podemos negociar el que nos parezca justo y así ni tú
tienes que pagar traspaso y yo sigo cobrando algo de la peluquería que para eso
la fundé hace ya un montón de años y he tenido que soportar épocas buenas, épocas regulares y
épocas malas
Jesús
permanecía en silencio esperando que su Jefe le explicara cuales eran sus pretensiones,
pero D. Lucas a quien las malas lenguas le achacaban una cierta avaricia, no
soltaba prenda. Hablaba, hablaba y hablaba sobre los muchísimos gastos que
había tenido que soportar durante los muchos años que había estado al frente
del negocio y eso le obligaba a pedir de su futuro socio un treinta por ciento
de la facturación. Sabía que era una cantidad importante pero Jesús tenía que
sopesar también las ventajas. Efectivamente el treinta por cien parecía mucho
pero a cambio, D. Lucas le dejaba la peluquería como estaba. Por no retirar no
retiraba ni la colección de brochas que adornaba una de las estanterías.
El ya
casi perfecto peluquero había pensado que la cantidad oscilaría entre un diez o
un quince por ciento, pero un treinta le parecía excesivo, sobre todo, si tenía
en cuenta que últimamente los clientes los aportaba él porque D. Lucas pasaba
de estar muchas horas de pié. Intentó razonar ante su Jefe pero éste no estaba
dispuesto a rebajar ni un céntimo sus pretensiones y Jesús aceptó, después de
intentar una negociación, porque sabía
que le podría engañar en la cantidad a aplicar el porcentaje de tal manera que,
al final, le saliese el quince por cien.
Con un
simple apretón de manos sellaron el pacto y quedaron en reunirse todos los
primeros viernes de mes para hacer cuentas y ajustar las cantidades a abonar.
- No hace falta decir que el porcentaje se hará
después de descontar los gastos ¿le parece?
- Bueno -
D. Lucas adoptó el aire paternal que tanto le gustaba – no quiero que
pienses que intento abusar de ti, o sea que acepto. Hacemos la división después
de deducir los gastos y tan amigos.
- Muy bien, D. Lucas. Espero que no tengamos
ningún problema.
- Seguro que no, Jesús.
De esta
manera, Jesús se convirtió de la noche a la mañana en empresario del cabello.
Ya podía aceptar la continuación del Genaro como ayudante porque aunque no era
ninguna eminencia estaba puesto, sobre todo, para el corte y también aunque en
labores mas propias de un aprendiz aceptaría al hijo mayor de Lorenzo, el
carnicero, que estaba allí mas por la amistad entre Jesús y su padre que por el
interés que el chaval demostraba a diario. El Lorencito quería ser pastor y pasarse el día en el campo con las ovejas. Su afición era tal que en cuanto
Jesús se descuidaba lo mas mínimo, el Lorencito se iba por los caminos en busca
de rebaños y aprovechaba para hablar de tu a tu con los pastores como si fuera
uno mas.
Como
Jesús era consciente de la situación,
trataba de mantener largas conversaciones con el chaval y en muchas
ocasiones se encontraba con que le estaba aconsejando y diciéndole lo mismo que
le decía su padre a él mismo. La historia siempre se repite – pensaba – pero
este chico acabará siendo pastor porque es
terco como una mula y lo conseguirá, pero es una pena porque casi no
sabe ni leer ni escribir y podía aprovechar mejor su tiempo. Si que es cierto
que su trabajo en la peluquería le vale para ganar algo para sus gastos, pero
de ahí no pasará si no pone interés y lo va a tener complicado.
Caso
diferente era el de Genaro. Era un chico listo, buen profesional pero por su
carácter nunca había llegado a congeniar con él y tenía claro que en cuanto
encontrase otro ayudante lo ponía de patitas en la calle, a pesar de hacer las cosas bien.
Para
Jesús no solamente había que dominar las técnicas del corte o del afeitado para
ser un buen profesional. Eso se daba por hecho. Lo más importante era el trato
con el cliente, el ser como un poco psicólogo y ahí es donde fallaba Genaro.
Trataba siempre de imponer su criterio en cuanto al corte de pelo porque, según
él, cada cara necesita un corte
determinado y él como profesional era el que lo tenía que decidir. Algunos
clientes se dejaban hacer, pero otros se negaban en redondo y hasta hubo alguno
que se levantó del sillón y esperó a que le tocara el turno con Jesús para que
se lo cortara como quería el poseedor de la cabellera y no el peluquero. Por
este motivo, Genaro era querido por algunos en el pueblo y odiado por otros y
para Jesús no era buena cosa, pero de momento no había quien lo sustituyera.
El
pueblo y naturalmente todos los que en el moraban vivían el sueño del abandono.
Los días transcurrían con lentitud con pequeñas cambios por aquello de la
meteorología. El silencio era el amo y señor de calles y caminos alterado
únicamente por el ruido de alguna grúa que trasladaba material para rehabilitar
alguna vivienda. Los tejados eran testigos de lo que ocurría en su interior y
así adoptaban un color negro como símbolo de
tristeza y monotonía. Era un pueblo en el que nunca pasaba nada y en el
que Jesús era feliz. Su trabajo en la peluquería le llenaba las horas centrales
del día y le dejaba muchos huecos para disfrutar de sus amigos. Era un
privilegiado para el resto de los habitantes del pueblo porque no tenía que
levantarse con el alba para las labores del campo y encima de levantarse a las
nueve de la mañana, iba andando a su trabajo del que distaba no mas de
quinientos metros. Entre cliente y cliente tomaba algún café en “El Central” y
a la una, mas o menos, tomaba el aperitivo con sus amigos en “La bodeguita”,
siempre un vaso de vino blanco y algunos manises y si se terciaba, lo cual no
era habitual, se tomaba otro vino en “Casa Amparo” Comía en su casa con sus
padres mientras veían el Telediario, un si pero no de siesta y a las cuatro ya
estaba de vuelta en “El Central” para la partida de dominó que se prolongaba
por espacio de una hora u hora y media. Vuelta a la peluquería y a las ocho
comenzaba la segunda parte: vino, esta vez tinto en “La Bodeguita” ocasionalmente
otro en Casa Amparo y a casa. Los viernes y sábados se diferenciaban del resto
de los días de la semana porque la jornada no terminaba temprano, sino que se
prolongaba hasta altas horas de la madrugada en “Villa Felicidad” un bar de
copas y de alterne, de esos de carretera próximo a una gasolinera. Allí
charlaban con las chicas, disfrutaban de una amistad que solo permanecía en el
interior del local y a veces disfrutaban
de sus servicios. Una vez cerrado el local, las chicas desaparecían y eran trasladadas
en una furgoneta a un lugar desconocido evitando cualquier tipo de contacto
fuera del club. Eran chicas de distintas nacionalidades, fundamentalmente del
este de Europa, que casi no sabían hablar español y por lo tanto resultaba muy
difícil establecer una mínima amistad. Ellas no contaban nunca sus problemas,
se sentían permanentemente vigiladas por sus mentores y solo establecían una
relación estrictamente profesional con sus clientes y en cuanto se pasaba la
hora, volvían con otros clientes y así un día y otro, hasta que sus jefes
decidieran y entonces las desplazaban a otra provincia, otra autonomía o
incluso a otros países. Una esclavitud en toda regla disfrazada con una sonrisa
oculta tras una gruesa capa de maquillaje.
Un
viernes por la tarde de un caluroso mes de Agosto, cuando Jesús ante la
ausencia de clientes estaba a punto de finalizar la jornada de trabajo, recibió
la visita de una mujer joven, rubia de ojos claros, no muy alta acompañada de
un niño de diez o doce años. Quería que le cortara el pelo al niño. Jesús
consultó su reloj y aunque era un poco tarde, pasaban unos minutos de las ocho,
invitó al niño a que se sentara. Tomando el pelo entre sus dedos preguntó a la
madre
- ¿Cómo quiere que se lo corte?
- Normal, tirando a corto, si le parece bien.
- Muy bien. Vamos allá.
Jesús
ajustó la sabana por debajo del cuello de la camisa del niño, le aconsejó que
se estuviera lo mas quieto posible y comenzó a rebajar el pelo con una tijera. Por
el rabillo del ojo observaba a la madre a través del espejo y la vio como
parecía totalmente entregada a la lectura de un Hola. Era una señora atractiva,
así como de treinta y tantos años o algo menos, no era una rubia explosiva pero
tenía algo que la hacía atractiva. Estaba sentada en una de las sillas, cruzaba
y descruzaba las piernas cada poco y se retiraba un mechón de pelo de la cara
con un movimiento instintivo.
Mientras
iba cortando el pelo y con la idea de hacerle que el tiempo se le hiciera mas
corto, preguntó al niño
- ¿Como te llamas?
- Yo me llamo David ¿y tú? – contestó el niño
con un desparpajo un poco impropio para su edad
- Yo me llamo Jesús y soy el peluquero del pueblo.
David
le miraba con curiosidad y de vez en cuando movía la cabeza lo que hacía que
Jesús le obligara a estarse quieto.
La
madre desde la silla del fondo le decía:
- Estate quieto y así este señor te cortará el
pelo mejor ¿de acuerdo?
- Si, Mamá, pero es que me canso
- Venga, estate tranquilo y ya verás como
termina enseguida.
Jesús
la volvió a mirar a través del espejo y ella abrió los brazos como queriendo
justificar la postura del niño.
La
tijera gobernada con acierto por Jesús, iba haciendo su trabajo y así tanto
acortaba el recorrido de las patillas como corregía la dirección del flequillo.
Jesús continuaba concentrado en su trabajo, pero no dejaba de observar a la
madre del niño que se mantenía concentrada leyendo una revista.
Desde
que comenzó con el oficio, tenía la costumbre de hablar con los clientes
mientras les cortaba el pelo y así por un lado intentaba que el tiempo se le
hiciera mas corto y por otro se sabía la vida y milagros de todo el pueblo y en
este caso con mas motivo.
Mientras
continuaba con el corte preguntó:
- Ustedes no son de aquí ¿verdad?
- No, no, claro que no – contestó la madre –
vivimos en Madrid, pero hemos visto un anuncio en el periódico en el que se
ofrece un puesto de ATS para ayudar al Médico y he venido para ver como son las
condiciones y si me puede interesar.
- No, pero no es para ayudar al Médico – Jesús
la miró desde el sillón de barbero- entre otras cosas porque ya no hay Médico
- ¿Se ha ido?
- No, sigue siendo el mismo pero solo viene un
día a la semana.
- ¿y eso?
- Pues no se lo que habrá pasado, sinceramente
no lo se, es posible que tuviera menos enfermos porque ya sabe usted que los
pueblos se están quedando vacíos, pero sea por lo que sea el caso es que Don
Antonio María no viene casi nunca
- Y si hay una urgencia ¿viene o tampoco?
- No lo se – Jesús nunca se había visto en esa
situación- yo creo que si está de guardia si que viene pero si no, lo que se
suele hacer es llamar al Eduardo, el taxista y te lleva al Centro de Salud y si
allí lo consideran oportuno te envían en ambulancia al Hospital
- Total, que están dejados de la mano de Dios.
- Hombre, tanto como eso no, pero si que antes
estábamos mejor, porque estaba D. David , el practicante de toda la vida que al
Médico le resolvía casi todos los problemas y desde que se murió, han pasado dos o tres enfermeras y ninguna le
llega ni a la suela de los zapatos.
- O sea que no soy la primera
- No, han venido, tres y a los pocos meses se
han ido las tres.
- De donde se deduce que la cosa está
complicada – Sofía iba encontrando cada vez más dificultades para aceptar el
cargo y eso que por no saber no sabía todavía ni las condiciones económicas.
- No le puedo decir porqué se han marchado,
aunque ya sabe como es la gente en los pueblos y se ha dicho de todo de las
tres, pero la verdad es que, por lo menos yo, no se porqué se han ido.
- Pero ¿sabe si tuvieron problemas con el
Médico?
- No lo se, pero seguro que si. Es lógico,
mañana te quedas aquí y empiezan a ir pacientes a tu consulta y esos pacientes
dejan de ir a la consulta de D. Antonio María y a este le molesta eso es lógico
¿no?
- Bueno, según se mire porque si no está tiene
poco derecho a protestar
- Ya, pero lo difícil es saber si no esta
porque no tiene enfermos o no tiene enfermos porque no está.
- Pues, para mi es muy fácil – Sofía dejó la
revista encima de la mesa – no tiene enfermos porque no está. Si estuviera la
gente iría a su consulta entre otras cosas porque no hay otro.
Si
posiblemente tenga usted razón, no lo sé. En fin – Jesús retiró la sabana del
cuello del niño y le limpió con un cepillo – caballero, hemos terminado.
Muchas
gracias – dijo la madre mientras miraba el corte de pelo.
- Gracias a usted
- ¿Qué le debo?
- Como David se ha portado como un hombre y es
la primera vez que viene a la peluquería,
le regalo el corte de pelo, pero la próxima vez ya le cobro normal.
- Muchas gracias – Sofía le dio la mano – y tu
¿no tienes nada que decirle al señor?
- Muchas gracias, Jesús.
- De nada chaval y hasta la próxima.
Jesús,
como hacía con todos los clientes, les acompañó hasta la puerta y abriéndola se
despidió de ella y el niño con un hasta pronto. La madre y el niño caminaron
por la calle hasta perderse al doblar la primera esquina, bajo la atenta mirada
del peluquero.
Como ya
no quedaba ningún cliente, Jesús se sentó en el sillón, cerró los ojos y dejó
volar su imaginación. Se veía locamente enamorado, como le ocurría casi
siempre, pero esta vez había sido diferente que con las chicas de Villa
Felicidad. A aquellas las veía como meros objetos de deseo, mientras ésta tenía
algo que no sabía definir pero que la hacía completamente distinta. Las chicas
de Villa Felicidad se vestían de manera provocativa para lograr su objetivo
mientras que la enfermera llevaba una camisa blanca y unos vaqueros normales y
corrientes. El maquillaje, poco o mucho de la mañana, había desaparecido sin
dejar rastro y quedaba una imagen normal sin rasgos que la hicieran muy
distinta. Los ojos de un gris profundo estaban protegidos por unas pestañas
bien cuidadas y el pelo rubio recogido en una especie de coleta, completaba un
cuadro que se presentaba como muy agradable.
Cuando
la mujer desapareció de la vista del peluquero, éste se dio cuenta que no sabía
ni como se llamaba pero bueno, el pueblo es muy pequeño – pensó Jesús - y mañana me enteraré
Que buena pinta tiene !!!. Está muy bien planteado y todavía estamos en la presentación. Aún quedan flecos por descubrir. ¿Si o si?
ResponderEliminarGenial
Y encima ya estamos en semifinales. Guaaaaauuu
Me gusta, ya va tomando forma. Ya lo decía yo en el prime capítulo, el Jesús y la enfermera se lían. Espero impaciente el desenlace.
ResponderEliminar¡¡¡¡¡¡¡ A por ellos oe !!!!!!!!
Tiene pinta de ser super entretenida, ya estoy enganchada y deseando que llegue el Sábado para leer el siguiente capítulo. Besos.
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