CAPITULO 5.-
¿Te he contado alguna vez
la llegada de tu padre a Medina? Todavía me acuerdo como si fuera ayer. Fue como
una aparición. D. Juan, el Médico de toda la vida, estaba muy mayor y aunque
podía seguir en activo, decidió que sus hijos ya estaban colocados y que no
necesitaba mas dinero, así que, dicho y hecho; se lo comunicó al Señor Alcalde
y casi sin decírselo a nadie más se fue por donde había venido. De una manera
eventual se hizo cargo el Médico de Mágina, pero claro, entre consultas en un
lado y otro, los desplazamientos y las llamadas urgentes, casi no podía
descansar ni cinco minutos y al mes solicitó ,por el conducto reglamentario, un
suplente y así fue como apareció tu padre.
Al principio la gente lo
miraba como con suspicacia, al fín y al cabo era un chico joven, mucho más
joven que D. Juan, y nadie sabía su trayectoria. Pero, poco a poco y con mucho
esfuerzo se fue ganando la confianza de todos y a los pocos meses era muy
respetado y querido. Me acuerdo que, al principio, ya sabes cosas de los
pueblos, la gente se dedicaba a llamarle por las noches y según me contaron,
nunca ponía mala cara y acudía solícito a las casas sin pedir ni una sola
explicación y encima casi nunca cobraba, o sea que imagínate.
Ana se dio cuenta que su
madre estaba ilusionada con sus recuerdos y continuó tirando del hilo con el
fin de, al menos, hacerla pasar un rato agradable y que por unos instantes
olvidase la desaparición de su marido y solamente recordase los momentos de
felicidad vividos.
- Mamá: cuentame otra vez como lo conociste que
siempre me ha hecho mucha gracia.
- Pero ¿otra vez quieres que repita la misma
historia? – Doña María trataba de disimular su alegría al recordar sus primeros
años de relaciones, pero sin perder ni un minuto se apresuró a mirar hacia
atrás y recordar aquel paseo por la Calle Mayor de Medina del Campo donde, por
aquel entonces, las chicas casaderas de la época paseaban sus encantos los
Domingos a la salida de Misa de doce – Yo te la cuento, pero luego no me llames
pesada ¿eh?
- Venga, Mamá, empieza que ya me estoy poniendo
en situación – Ana, se volvió a levantar y entre los sillones iba repartiendo
adioses y miradas pícaras hacia un lado y a otro – Adios, D. Marcial. Usted
siga bien, Señorita de la Peña, ¿qué tal su Señora Madre? Muy bien D. Marcial.
Dele recuerdos de mi parte y dígale que se reponga pronto para asistir a la
fiesta en casa de la Señora de la Losa el próximo martes. Muy bien, D. Marcial,
no se preocupe que en cuanto llegue a mi casa
se lo diré. Muchas gracias, Señorita. No se merecen D. Marcial.
- Ana: siéntate y escucha porque de aquella
época deberíais aprender muchas cosas y no como ahora que ya no se tiene ningún
respeto. Los caballeros de entonces si que eran auténticos. Te ofrecían sus
gabanes si llovía y por supuesto siempre había un brazo a tu disposición para
cruzar una calle o para pasar un escalón y no como ahora que a las viejas como
yo ya no te ceden ni el asiento en el
autobús. Pero bueno, vayamos al grano – Doña María se estiró un poco la falda
negra que se le había subido – La noticia que había llegado al pueblo un nuevo
Médico se extendió como la pólvora y los paseos de los primeros Domingos de
Mayo se convirtieron en un hervidero de chicas jóvenes que mal disimulábamos la
ansiedad de conocerlo. El muy cuco, no
daba señales de vida y enseguida pensamos que se iría a Salamanca los fines de
semana, pero la Sinforosa que trabajaba en nuestra casa e iba por las tardes
dos horas al Hostal a ayudar en la limpieza y donde moraba el Médico, nos
aseguraba que no saldría por las razones que fueran pero que D, Jose Luis que
así se llamaba el recién llegado, nunca iba a Salamanca los fines de semana,
entre otras cosas porque le podían llamar de urgencia y no podía dejar
desatendidos a sus pacientes. Como la Sinforosa sabía de nuestro interés, no
solo del mío sino también de mis amigas de la escuela, todos los días se
inventaba una historia y nos tenía a las cuatro amigas realmente intrigadas.
Fijate como sería que llegamos a montar una especie de servicio de información
que su única misión era seguirlo por todo el pueblo para saber lo que hacía
durante todo el día.
- ¿De verdad que lo seguíais por todo el
pueblo? Eso si que no lo sabía – Ana se emocionó oyendo esta historia y se
interesó por sus métodos - ¿y como lo seguíais sin que se diese cuenta?
- Hija mía, piensa que teníamos dieciséis años
y a esa edad todo se puede inventar y encima nos lo pasábamos estupendamente.
Todavía me acuerdo de las carreras que nos pegábamos hasta escondernos en algún
portal y desde las rendijas detrás de las puertas lo veíamos pasar y a mis
amigas menos, pero a mí, cada vez me latía más fuerte el corazón.
- ¿O sea que fue un flechazo en toda regla?
Doña María se removió
inquieta en el sofá. No se atrevía a decir que aquello hubiera sido un
flechazo, pero fuera lo que fuera, si que a ella le producía una sensación muy
agradable que ahora si que podría decir que era amor, pero entonces no se lo
podía ni imaginar. Naturalmente, D. José Luis, no se percató de tanto disparate
- ni siquiera sabía que existíamos, por lo que había que realizar un plan de
ataque y lo más fácil para que te vea un Médico es ponerte enferma, o sea que
dicho y hecho lo que pasa es que se nos fue la mano y casi organizamos una
tragedia.
- Mama: ¿no me digas que erais así de lanzadas?
– Ana se levantó del sillón y se acercó a su madre, sentándose en el suelo y
apoyando la cabeza en sus rodillas.
- No es que fuéramos lanzadas sino que teníamos
dieciséis años que es bastante diferente. Ahora lo vemos como una chiquillada
pero menudo susto se llevó mi pobre padre.
- La verdad es que erais la monda – Ana se
movió inquieta en el suelo mientras se llevaba a la boca un nuevo pitillo que
encendió con un pequeño mechero de color azul celeste y el anagrama de la UGT –
Mira que para simular un atracón te tomaste cinco latas de sardinas ¡ que
pasada ¡
- Si, la verdad es que fue una barbaridad pero
te recuerdo que no fueron cinco sino seis y en menos de una hora que tiene mas
delito. Bueno, total que me puse malísima y mi padre empeñado en llevarme a
Valladolid y yo con la ilusión que tenía de ver al joven Médico, solo decía que
no hacía falta, pero entre dimes y diretes, me dí cuenta que estaba muy, pero
que muy mal y ya llegó un momento en que me daba igual que viniera quien
viniera pero lo que quería es que alguien me atendiese. Por fín le llamaron de
urgencia, porque era ya casi medianoche y al poco tiempo estaba tomándome el
pulso y haciéndome una especie de lavado de estómago con un liquido que sacó de
un maletín y unas gomas que dependían de una especie de pera que hacían el
vacío y me sacó casi dos litros de un líquido de un color como amarillo
mezclado con restos de sardianas que me dejó como nueva. El hombre vino a casa
durante una semana, todos los días a las cuatro menos cuarto de la tarde y con
la excusa de la visita, se tomaba un café con mis padres. La relación de
amistad se fue, poco a poco, haciendo mayor y al final venía mas a casa que mis
tías; incluso creo recordar que hubo una época en la que venía hasta los
Domingos y era la envidia de todas mis compañeras de Colegio.
Al principio yo siempre me
quedaba mirándole con cara de tonta, pero él hacía como que no se enteraba, al
fin y al cabo yo era una niña, hasta que un día charlando después de una comida
y dando una vuelta por la finca de D. Arsenio, me confesó que mi conversación
era como la de una mujer y que estaba encantado que así fuera para que no
tuviera necesidad de comerme más latas de sardinas.
- O sea que lo sabías desde el principio – Ana
no pudo por menos de expresar su admiración hacia un hombre que sabiendo que
una mocosa de dieciséis años estaba tan enamorada que hasta se intentaba
enfermar para ser tratada por él no se aprovechara de la situación y estuviera
disimulando durante unos meses
- A mi me parecía que yo disimulaba
perfectamente, pero después de aquello me dí cuenta que no era así y le
pregunté como me descubrió y él, ya sabes como era, soltó una carcajada y me lo
explicó.
Parece ser que cuando una
se agarra una “entripada” como la mía, es muy frecuente que suba la fiebre y
los pacientes comiencen a delirar y como el muy cuco lo sabía, por eso se quedó
varias horas conmigo y casi siempre solo, porque decía que cuando se está mal
lo mejor es cerrar los ojos y tratar de descansar. En ese tiempo, parece ser
que, entre llantos, medio dormida por la medicación y demás historias, le conté
todo y así me lo pudo recordar pasados esos primeros meses. ¡Fijate que
vergüenza!
Ana se volvió a levantar y
mientras preparaba un café, desde la cocina le dijo a su madre que continuara
porque la oía perfectamente.
- Bueno – Doña María trataba de quitarle
importancia a aquel incidente que ahora, pasados tantos años le parecía banal,
pero que entonces le supuso pasar un rato no muy agradable – si ya te he
contado todo. A partir de ahí, empezamos a salir y cuando tenía veinte años nos
casamos y tan ricamente.
Ana se acercó con sendas
tazas de café - ¿quieres azucar o sacarina? – y se sentó al lado de su madre y
pasándole una mano por la suya la acarició con cariño.
Desde muy pequeña le
habían interesado esas historias y para su madre siempre había sido como una
confidente. Habían sido muchos los días que, sentadas en la cocina antes de
decidirse a marcharse a Madrid, había repasado diferentes pasajes de su vida
matrimonial y Ana estaba al tanto de muchos momentos de la vida en pareja de
sus padres. A pesar que las escenas se repetían, nunca eran iguales y dependían
en gran medida del estado de ánimo de la narradora y así los mismos sucesos
resultaban tristes o francamente divertidos.
Los antecedentes de Ana. Su madre feliz contándole su vida a su hija.
ResponderEliminarBuen fin de semana en Cedeira.
Un abrazo
Me encanta la conversación de Ana con su madre....seguro que se sabía de memoria como se conocieron sus padres... me ha parecido un poco corto...el fin de semana mas...Besos.
ResponderEliminarSigues fiel a tu estilo de ir y venir en el tiempo; me ha encantado la historia.
ResponderEliminarComo a Paloma, me ha parecido corto.
¿Por qué no publicas dos capítulos por sesión?
Hasta el próximo. Besos